Num.20
 
 

Apuntes críticos sobre la economía
capitalista como principio trascendental a las sociedades históricas según
Juan Bautista Fuentes Ortega

Ernesto Quiroga Romero


 
 


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2.18. El Estado, señor de señores: la Ciudad-Estado, cabeza supra-familiar de los cabezas de los sistemas super-familiares.

Así, pues, será entonces a los propietarios en su conjunto a quienes les convenga objetivamente quedar aliados entre sí mediante el Estado para, sin embargo, someterse a él, de manera que la tributación y la obediencia de todos ellos a éste será la forma misma de su necesaria alianza político-estatal. El Estado habrá de adoptar, entonces, la forma de un poder separado respecto de cada parte social, pues sólo por esa separación asimetrizada por la que el Estado queda arriba y a la que se subordinan los propietarios tendrá autoridad o fuerza como para obligar transitivamente a la resimetrización de asimetrizaciones perjudiciales para el conjunto de la Ciudad. Únicamente por la asimetrización o separación estatal se puede materializar su justicia o resimetrización de otras injusticias o asimetrizaciones, de forma que la autoridad ejecutiva o política, la ley y los jueces serán sistemas superiormente asimetrizados ellos mismos que tendrán la función objetiva de re-equilibrar o re-ajustar el conjunto de la Ciudad mediante su ejercicio de transitivización general. En definitiva, la institución del Estado como poder asimetrizado o separado que resimetriza asimetrizaciones comerciales y laborales, será resultado de la alianza aristocrática objetiva (y no voluntarista) entre todos los propietarios en cuanto que ésta será objetivamente necesaria para su estabilidad conjunta.

Pues bien, el formato del Estado como poder separado será una transformación a otra escala más compleja del formato del sistema socio-productivo-comercial superfamiliar que cuenta con un propietario al frente: el cabeza de la familia propietaria. Según expuse anteriormente, cada uno de estos sistemas superfamiliares que componen el tejido económico urbano está transitivizado por el señor, que es un poder político-económico separado respecto de todas y cada una de las familias subordinadas cuasi-familiarmente por la plusvalía, por cuanto que todas estas familias dependen económicamente de él y entre ellas sólo tienen relaciones mediadas asimétrico-transitivamente por éste. En el caso de los sistemas superfamiliares, la transitivización señorial es una transitivización análoga por proporción respecto de las genuinas relaciones de transitivización que se dan entre iguales, como ocurre en las relaciones de amistad, asemejándose más a las transitividades de asimetrías propias de la familia y de las tribus neolíticas. En el caso del Estado, este formato superfamiliar se va a transformar por elevación, puesto que ahora las transitivizaciones estatales lo serán respecto de señores con plena capacidad (moral y/o jurídica) de negociación económica, o lo que es igual, serán ya personas, por lo que el propio Estado tendrá que estar asimetrizadamente separado por encima de ellas como para poder transitivizarlas a todas. Es decir, el Estado tendrá que ser un auténtico señor de señores —un reino, por ejemplo—, y no ya un mero señor de vasallos, esto es, será una cabeza supra-familiar de cabezas super-familiares. Y a esto se deberá que toda Ciudad haya de ser inextricablemente una Ciudad-Estado, pues será una capital de los capitales, o sea, una cabeza de cabezas —y una cabeza ésta que, por lo demás, en el interior del Estado tendrá también sus correspondientes posiciones sociales directoras y subordinadas estables: por ejemplo, sacerdotes, funcionarios escribas y contables, siervos, esclavos, etc.—.

2.19. La conjugación entre las características del Estado: la dialéctica entre poder separado y poder partidista arroja como resultado el que todas las operaciones estatales sean resimetrizaciones asimetrizantes resimetrizables.

El Estado se caracterizará desde el principio, pues, por ser un poder separado en cuanto que los gobernantes serán precisamente aquéllos que objetivamente tengan más fuerza económico militar y, en consecuencia, sean los más susceptibles de conseguir la obediencia de los gobernados, aunque por ello mismo será también un poder partidista o de clase, tal y como plantea Fuentes, pero porque separación y partidismo serán atributos conjugadamente definitorios del Estado —y de ahí que la primera forma de gobierno sea justamente la aristocracia—. Además, como la rivalidad entre los múltiples propietarios dará lugar a que el Estado quede (proporcionalmente más) dominado por aquellas partes sociales que más poder económico-militar tengan en cada coyuntura, el Estado será un instrumento de subclase, por cuanto que será un arma de dominación al servicio no ya de la clase de todos los propietarios, sino de aquéllos más poderosos, aunque, como dice Fuentes, será un dominio precario, ya que no por ser los más fuertes en un momento dado tendrán asegurado para siempre su predominio económico coyuntural sobre el Estado.

Y precisamente en relación directa con el carácter partidista del Estado diré lo que sigue: al igual que al clan jefe de la tribu le convenía objetivamente ejercer esa función de jefe, en el caso del clan gobernante del Estado también habrá ventajas por las que convenga objetivamente serlo, pero esas ventajas ahora tendrán que ver, simplemente, con que el control del Estado conllevará el acceso a las diversas formas de enriquecimiento privado que las funciones del propio Estado abrirán. A pesar, por supuesto, de que estará (relativamente) vigente algo parecido al tabú del aprovechamiento del otro en beneficio propio, el Estado proporcionará formas de enriquecimiento legítimo a quienes lo controlen, o a sus aliados, enriquecimiento éste que, ciertamente, luego se podrá reinvertir en expediciones de explotación comercial o militar de terceros del exterior, es decir, que será un enriquecimiento capitalista. Según explica Polanyi —aunque él no manifiesta en ningún momento que éstas sean modos de acumulación del capital—, algunas de las formas de ganancia de riqueza gracias al Estado serían estas: (i) el diseño y levantamiento de los edificios estatales, (ii) la construcción de las obras públicas, (iii) la gestión y administración de las diversas instituciones u órganos del Estado, (iv) la recaudación de los impuestos, (v) la recepción de comisiones por el logro de los objetivos de las expediciones comerciales organizadas estatalmente, o (vi) la gestión del mercado que acompaña a los ejércitos en sus expediciones militares. En las cuatro primeras modalidades de enriquecimiento no se vulneraría el principio de la equidad, ya que cada clan recibiría un pago equivalente a lo que diera, pero ciertamente el Estado podría ofrecer todos esos cometidos a unos clanes u a otros, que a su vez tendrían siervos para realizar las tareas básicas y a quienes extraerles las correspondientes plusvalías laborales. En el caso de las comisiones, el Estado encargaría la dirección de una expedición comercial a algún cabeza de familia por la que éste recibiría una parte proporcional de lo logrado, o también cabría la posibilidad de que el Estado fijase unos objetivos mínimos y a partir de ahí todo lo demás fuera para el gestor comisionista, e incluso estaría la posibilidad de que el Estado pudiera proporcionarle a éste una renta vitalicia. Y en relación con el último caso, los ejércitos se habrían abastecido al principio mediante el saqueo de las tierras conquistadas, pero con la ampliación de los territorios el saqueo ya no sería posible, de modo que los ejércitos se habrían visto obligados a llevar consigo mercados organizados en los que los militares pudieran comprar todo lo necesario para la subsistencia. A cambio de este comercio de precios fijos, los gestores de dichos mercados podrían comerciar libremente con las poblaciones que encontraran a su paso, así como también podrían comprar a los militares su botín de guerra sobre la marcha para luego revenderlo sin restricciones o bien a las poblaciones por las que pasaran, o bien ya en la propia Ciudad. Aparte de todas estas formas de enriquecimiento privado gracias al Estado, habrá todavía otras no menos importantes, por ejemplo, dado que el Estado tendrá la potestad de modificar las razones de cambio de los bienes que él mismo redistribuye, estará entonces abierta la posibilidad de que las nuevas razones de cambio favorezcan a determinados sectores sociales y no a otros. Asimismo, otra posibilidad, seguramente la más importante, será la propia dirección de la expansión exterior de la Ciudad según la conveniencia del clan o clanes gobernantes. En resolución, el ejercer la dirección del Estado implicará un enriquecimiento de los gobernantes, de modo que, en efecto, el Estado será partidista desde sus inicios.

El resultado de combinar el carácter de poder asimetrizado o separado del Estado, con su inevitable control o dominio partidista por parte de la subclase de los propietarios más poderosos, será que las re-simetrizaciones que el Estado efectúe como poder separado, sean del tipo que sean —sus políticas, sus leyes, sus resoluciones judiciales, etc.—, encubrirán siempre otras asimetrizaciones derivadas de ese dominio de parte que le caracterizará, según apuntaba Fuentes para el caso de las leyes. En efecto, que el Estado sea un poder superiormente separado precisamente por estar dominado por la subclase social más poderosa, conllevará el problema del control de las acciones del propio Estado, pues éstas serán sólo presuntas simetrizaciones en cuanto que esconderán nuevas asimetrizaciones. Justamente por este problema se desarrolla la escritura, según defiende Fuentes, pues las actuaciones del Estado nunca estarán cerradas o terminadas en sí mismas en la medida en que siempre podrá haber alguna parte social perjudicada que se oponga y que trate de revertirlas, lo que dará lugar, en efecto, a que las leyes estatales hayan de estar escritas, pues éstas habrán de ser un objeto re-objetable. Ahora bien, eso no sólo pasará con las leyes, sino con todas las operaciones del Estado, sean legislativas, ejecutivas o judiciales, porque si bien las leyes serán normas de aplicación general que desde luego podrán ser objetadas como tales normas generales, las actuaciones ejecutivas y judiciales concretas u ocasionales, sin duda basadas en las leyes, también requerirán el ser re-objetables en cada caso en particular por las partes interesadas. Ésta será la razón por la que también estas otras actuaciones estatales irán pasando progresivamente a ponerse por escrito —en forma de actas, registros, libros de cuentas, memorias, informes y documentos similares—, pues sólo así podrán ser re-objetadas también las actuaciones estatales concretas de tipo ejecutivo y judicial por las partes particulares perjudicadas en ellas. Así, pues, la escritura será la forma específica de lenguaje consustancial al Estado en la medida en que se constituirá en el soporte lingüístico proposicional intercalado entre todas sus operaciones morfosintácticas (de tipo legislativo, ejecutivo y judicial), cuyo intercalamiento será necesario para la reorganización de las asimetrizaciones que éstas pudieran conllevar. Por tanto, en conclusión, el Estado se desarrollará progresivamente como tal en la medida en que sus actuaciones vayan quedando intermediadas por la escritura, para empezar en el caso de las leyes, pero progresivamente en todas sus facetas, es decir, en la medida en que vaya quedando organizado según la forma de una burocracia.

2.20. La expansión de la Ciudad y la formación de las Civilizaciones: la refundición anamórfica irreversible en las relaciones amistoso-comerciales y laborales entre las diversas partes de Ciudades previamente independientes.

Pasando ya a los primeros efectos del proceso de expansión de la Ciudad, habrá que tener en cuenta el doble vector de resimetrización y de asimetrización que vengo planteando, comercial o militar y laboral, para acabar de entender las consecuencias del crecimiento de la urbe. Pues si al inicio del comercio las familias de los pueblos neolíticos tienden a establecer nuevas relaciones comerciales ventajosas con otros pueblos, así también ahora los diversos propietarios de la Ciudad intentarán el establecimiento de relaciones comerciales ventajosas con los pueblos neolíticos circundantes. En ese caso, por supuesto, los comerciantes de la Ciudad tratarán de lograr tratos comerciales asimétricamente beneficiosos, con lo que se dará una asimetrización o explotación comercial, pues habrá un desplazamiento de la riqueza basado en la fuerza económica desigual y combinada de cada una de las partes —explotación comercial ésta que, desde luego, podrá hacerse, como dice Fuentes, gracias a la alianza resimetrizadora entre los propietarios y sus productores para su beneficio conjunto, así como también por la alianza entre propietarios—. Sin embargo, aun cuando ésta sea la tendencia principal, el formato de la reciprocidad amistosa podrá cuajar en algunos casos, abriéndose así la posibilidad de que las familias más ricas de los pueblos neolíticos con los que se comercie pasen a formar parte de la Ciudad en algún subestrato de la clase social propietaria, integrándose así en la dinámica capitalista de servirse de mano de obra estable y de expandirse hacia el exterior. Un primer efecto, entonces, de la expansión de la Ciudad será la integración de nuevas familias ricas a la rueda del capital, pero este paso sólo tendrá lugar si se re-produce el mismo proceso de refundición anamórfica irreversible entre los clanes que comercien amistosamente que tuvo lugar cuando se originó la propia Ciudad. Por lo demás, esos clanes ricos de las sociedades neolíticas próximas que se podrán integrar en la Ciudad, lo harán fundamentalmente mediante el formato nobiliario de la subordinación servicial a alguna familia propietaria más rica aún. Y respecto del vector de las asimetrizaciones laborales, la expansión de la Ciudad conllevará también la incorporación de mano de obra procedente de esos mismos pueblos neolíticos próximos, pues en ellos habrá familias económicamente débiles a quienes les suponga una ventaja el incorporarse a la Ciudad como simples productores a pesar de la plusvalía laboral que comenzarán a proporcionar a sus nuevos amos, siendo así que este segundo efecto de la expansión urbana será una prolongación o ampliación del proceso de la segunda hipótesis de Fuentes sobre la formación de la Ciudad. Y sobre las asimetrizaciones militares cabe decir que, en el momento en que la Ciudad se establezca como tal, la superioridad de su desarrollo técnico-productivo respecto de los pueblos neolíticos del entorno será, por lo general, mucho más grande que en el caso de las relaciones entre sociedades neolíticas cercanas. Esto permitirá un alto grado de rentabilidad el uso de la fuerza militar como instrumento de expansión de la Ciudad —aunque, por supuesto, habrá momentos y lugares donde eso no sea posible—, ya por parte del Estado, ya por parte de aquellos propietarios (o alianzas entre propietarios) lo suficientemente poderosos como para ello, a fin de lograr la apropiación de los territorios, de las materias primas y de los recursos productivos de esos terceros pueblos neolíticos inferiores. Ahora bien, un efecto muy importante de la superioridad militar de la Ciudad sobre el entorno será el aumento de la esclavitud forzada respecto de su menor grado de presencia en las sociedades neolíticas previas dados los diferenciales menos acusados entre sus desarrollos económico-militares. Pero cualquiera que sea el caso, todas estas incorporaciones a la Ciudad podrán arrastrar las correspondientes asimetrizaciones que reclamen su rectificación posteriormente, con lo que se reproducirá la necesidad de resimetrizarlas mediante nuevas expansiones asimetrizantes, que de nuevo volverán a ser tanto comerciales o militares como laborales.

Y una vez que dos o más Ciudades en proceso de expansión acaben encontrándose, se unirán y formarán una Civilización cuando, tal y como plantea Fuentes, tras los momentos iniciales de enfrentamiento sus sectores dominantes se alíen para expandir conjuntamente sus asimetrizaciones sobre nuevos pueblos. Ahora bien, a mi juicio el proceso seguirá los siguientes pasos: dado que la expansión de cada una de esas Ciudades se caracterizará por el doble vector comercial-militar y laboral de propagación de asimetrizaciones, cuando se encuentren podrán rivalizar o competir en tres sentidos principales, uno, respecto del comercio beneficiosamente asimetrizante con los pueblos neolíticos excedentarios situados entre ambas, y dos, por la incorporación de mano de obra de esos terceros pueblos bien comprándola, bien esclavizándola por la fuerza de las armas, así como también, en tercer lugar, por la apropiación militar de sus territorios, materias primas, riquezas y recursos productivos. Una vez alcanzado un punto de equilibrio económico-militar en el enfrentamiento de las dos Ciudades por el dominio armado de los pueblos intermedios, se abrirá la posibilidad de que las propias Ciudades empiecen a relacionarse comercialmente entre sí, incluyendo el comercio con la fuerza de trabajo —los propietarios podrán comprar y vender siervos a los propietarios de la otra Ciudad, o los trabajadores artesanales libres podrán ir y venir a trabajar de una Ciudad a otra—. Al inicio del comercio entre ellas, al igual que ocurre con las sociedades neolíticas excedentarias, cada una de las Ciudades seguirá siendo todavía un bloque económico independiente, sin embargo, con la intensificación de los intercambios y la utilización productiva de la mercancía y de la mano de obra importadas, llegará un punto en el que no haya vuelta atrás en las relaciones amistosas y comerciales entre ellas, formándose así una nueva unidad indisoluble. A partir de ese instante no quedará otra salida objetiva más que la unión de los Estados previos en uno solo, lo que supondrá tanto la reestructuración de las jerarquías entre las noblezas aristocráticas respectivas, como la puesta en marcha de toda una serie de procesos de armonización entre sus estructuras normativas de partida —moneda, leyes, tipos de cargos, etc.—. Y justamente en ese momento de anamorfosis irreversible civilizatoria, empezará a tener lugar también la expansión comercial o militar y laboral conjunta de la nueva Civilización a fin de poder ir resimetrizando las antiguas y las nuevas asimetrizaciones internas amistosas, comerciales y laborales. Junto a todo ello, habrá de tener lugar una nueva transformación de las normas de parentesco que tenía cada una de las Ciudades que ahora se unen hasta alcanzar su convergencia en unas nuevas normas comunes, pues las familias no sólo no desaparecen, sino que desde el inicio del comercio todo el proceso de expansión de las asimetrizaciones comerciales o militares y laborales se deberá a la lucha entre las familias por su el aseguramiento, la distensión, la estabilización y la prosperidad de su economía —de hecho, como se sabe, la propia palabra economía alude etimológicamente al arte de administrar el oikos o casa doméstica o familiar—.

2.21. La formación de los Imperios: la dinámica permanente de enfrentamientos y alianzas militares, comerciales y laborales entre las múltiples partes de los bloques imperiales.

Las diversas Civilizaciones se irán encontrando progresivamente y se enfrentarán y se aliarán entre sí, reproduciéndose la dinámica anterior, hasta que, en total acuerdo con Fuentes, tras sus enfrentamientos recurrentes y tras conocer el carácter finito del territorio —en el límite el carácter esférico del planeta—, todas ellas cobren conciencia de que para mantener la cohesión social interna no habrá más salida que el enfrentamiento mutuo incesante, con lo que se constituirán en Imperios, es decir, en bloques con un proyecto de unicidad universal consistente en vencer inexorablemente a todos los demás bloques. Ahora bien, otra vez Fuentes se basa principalmente en las asimetrías laborales para entender la tesión interna de los Imperios y la expansión necesaria para controlarla, cuando sin embargo también a esta nueva escala imperial habrá que tener en cuenta a los dos vectores de resimetrización y de asimetrización, el comercial-militar y el laboral. Pues, en efecto, la cohesión social interna que se habrá de mantener mediante una expansión que derrote a los otros Imperios no sólo contendrá asimetrizaciones laborales, sino también comerciales o militares, y asimismo esa expansión de asimetrizaciones necesaria para mantener dicha cohesión será de ambos tipos, pues de ningún modo se podrá prescindir del comercio para entender las relaciones entre los Imperios. Las múltiples sociedades imperiales co-existentes en un determinado momento histórico se podrán enfrentar bélicamente a fin de prevalecer en su expansión respectiva, pero, aunque nunca desaparecerá la inseguridad o tensión militar y las guerras refluirán una y otra vez, en aquellos períodos en los que no haya una superioridad militar inapelable de alguna de ellas por haberse alcanzado un punto de equilibrio entre sus fuerzas armadas, los múltiples Imperios co-presentes pugnarán por dominarse ante todo en el terreno comercial, incluida la mercancía de la mano de obra. En este sentido, una primera posibilidad será que los bloques pugnen de manera independiente por desarrollarse más que los Imperios rivales, hasta que finalmente uno de ellos se haga mucho más fuerte que los demás, proceso éste que podrá estar impulsado y controlado por el Estado o más bien por determinados propietarios. Pero una segunda posibilidad que se podrá abrir, principalmente por el empuje de los intereses privados de las diversas partes sociales de cada Imperio, será el establecimiento de intercambios comerciales entre múltiples partes de los bloques rivales mismos, con lo que el Imperio finalmente dominante llegará a serlo sobre la base de unos mejores medios y relaciones de producción que le permitan, en primer término, unas relaciones de interdependencia comercial con los Imperios dominados tales que aquél sea respectivamente menos dependiente que éstos en sus interdependencias mutuas; en segundo término, un mayor grado de asimetrizaciones beneficiosas comerciales en el juego de dichas relaciones de intercambio; y, en tercer término, una mayor incorporación de mano de obra anteriormente subordinada a los Imperios ahora dominados en alguno de sus escalones y de la que ahora el Imperio dominante extraerá las nuevas plusvalías laborales necesarias como para ampliar su dominio comercial —esto en el supuesto, desde luego, de que no hubiera ya otras terceras Civilizaciones “no alineadas” de las que obtener la nueva mano de obra, sino que sólo hubiera Imperios totalmente enfrentados y con sus correspondientes otros terceros pueblos subordinados—. Dadas esas condiciones, los Imperios comercialmente dominados tendrán progresivamente menos posibilidades de recurrir económicamente sin los intercambios con el Imperio dominante, a la vez que sufrirán desplazamientos o pérdidas de su riqueza por las plusvalías comerciales y laborales que les serán extraídas por éste a sus diversas partes sociales. A la postre, el resultado de este proceso de guerra (tácita) comercial inter-imperial que caracterizará al imperialismo como fase superior del capitalismo —además, por supuesto, de la guerra propiamente dicha—, será una decantación de la jerarquía entre los Imperios según su grado de fuerza económica desigualmente combinada. Pero como quiera que el mercado comercial y laboral será siempre multi-interdependiente, a la vez que inseguro, tenso e inestable en cuanto que regulado objetivamente por alguna modulación de la ley de la oferta y de la demanda —tanto dentro de cada bloque imperial o civilizado, como en las relaciones entre los bloques—, cada cristalización estructural de una jerarquía económico-militar no dejará de ser una coyuntura histórica capitalista internamente abierta al cambio de las relaciones de alianza y enfrentamiento comercial y laboral entre sus múltiples partes sociales —de nuevo, tanto las partes internas a cada bloque, como las que se establecen entre ellos—. De hecho, hoy por hoy, ningún Imperio realmente existente ha conseguido imponer su dominio económico-militar capitalista de manera cabal o terminante, es decir, sin múltiples y recurrentes enfrentamientos comerciales, militares y laborales internos y externos, con lo que el proceso histórico capitalista continúa abierto a escala planetaria.

2.22. La formación de la economía capitalista de libre mercado en la Edad Moderna occidental: la transformación de las comunidades de status en sociedades de contrato por la expansión de las asimetrizaciones comerciales y laborales hacia el interior de la sociedades.

Antes de pasar a las conclusiones, quiero añadir tres consideraciones sobre la economía de mercado capitalista libremente autorreguladora de los precios, tan importante para entender el paso de la Edad Media a la Edad Moderna. La primera es sobre las relaciones sociales de producción propias de las sociedades en las que predomine este tipo de economía, que serán sociedades de contrato y se contrapondrán a las comunidades de status —según la distinción de Toennies ya mencionada anteriormente—. A medida que se desarrolle la economía de mercado las relaciones sociales de producción irán pasando cada vez más a ser relaciones de contrato, tanto entre los propietarios y los trabajadores, como entre los vendedores y los compradores, de manera que a lo largo de ese proceso irán desapareciendo las relaciones sociales de producción de la servidumbre, de la amistad y de la nobleza propias de las anteriores comunidades de status, así como también disminuirá la redistribución centralizada del Estado. Pero su desaparición no significará que las nuevas relaciones sociales de contrato no tengan nada que ver con las anteriores, antes al contrario, la relación de contrato será una transformación o derivación a la baja de las relaciones sociales anteriores. Desde luego, las relaciones sociales de contrato se caracterizarán por ser pactos, al estilo de las relaciones de amistad, pero pactos puntuales, esto es, pactos que no supondrán ninguna recurrencia o estabilidad de antemano, a diferencia de las relaciones de servidumbre y nobiliarias, con su estabilidad casi vitalicia, e incluso las de amistad, que también implican una cierta tendencia al pacto recurrente. Asimismo, la relación de contrato se caracterizará por no atenerse a la norma de la equidad propia de las relaciones de amistad, pues en cuanto que relación propia de un mercado libre se regulará enteramente por la ley de la oferta y de la demanda en todos los casos —excepto los que aún limite el Estado excepcionalmente—, en cuyo juego estará incluido, por descontado, el derecho al lucro. Ahora bien, sí hay todavía una semejanza entre la relación de contrato y las relaciones anteriores: la norma del cumplimiento del compromiso mutuo, con la correspondiente confianza recíproca en dicho cumplimiento, lo que a su vez implicará los valores de la seriedad, la honradez, la honestidad o la decencia profesionales —tan típicos de la burguesía puritana moderna—, pues si en las relaciones de amistad o de servidumbre ambas partes se comprometen a cumplir los términos de la relación, en el caso del contrato ocurrirá exactamente lo mismo y cada parte se comprometerá a respetar el contrato o acuerdo puntual alcanzado. Con todo, al contrario que en el caso de las comunidades de status, en las que los acuerdos son en su mayor parte de palabra, e incluso sin testigos, y sin embargo tienen un altísimo grado de garantía, en las sociedades de contrato el propio carácter puntual o efímero de cada pacto, sobre todo en el caso del pacto con desconocidos, permitirá que la relación sea más frágil y esté, por tanto, muchísimo más abierta a la especulación. Por esta razón se tenderá a un registro por escrito del acuerdo de intercambio, con el objetivo de que el Estado pueda intervenir si alguna de las partes no cumpliera sus obligaciones —en este mismo sentido, seguramente una de las diferencias más importantes entre la Modernidad y la Postmodernidad será la inversión de las proporciones entre honradez y especulación, y no ya sólo en las relaciones sociales laborales y comerciales, sino hasta en las familiares—. Y precisamente por esta mayor fragilidad comparativa de las relaciones internas, en las sociedades de contrato habrá un grado incomparablemente mayor de inseguridad por delincuencia que en las sociedades de status, situación ésta que necesariamente habrá de ser contenida por el Estado, que habrá de incrementar sus cuerpos de seguridad u órganos policiales —dicho sea de pasada, la delincuencia no sólo podrá ser ejercida individualmente o en pequeños grupos espontáneos, ni sólo por las clases más pobres, sino que, como es bien sabido, podrá haber auténticas organizaciones gestionadas como empresas y propiedad de grandes magnates que usen su poder económico-político o militar precisamente para amparar su delincuencia de alto rendimiento—.

La segunda consideración es acerca de las causas que darán lugar al surgimiento de la sociedad de contrato que se corresponde con la economía de mercado: la comunidad de status dejará de existir porque la expansión de las asimetrizaciones comerciales y laborales (que sirve para rectificar otras asimetrizaciones previas) se realizará también hacia el interior de las propias sociedades. Es decir, las relaciones sociales de contrato, mucho más ligeras que las anteriores, serán consustanciales a la institucionalización de los mercados internos en la misma medida en que en éstos ya no estará contenido el enfrentamiento dentro de la sociedad, y por ello la variabilidad de las alianzas o asociaciones sociales se hará máxima. En esta nueva situación, ahora más que nunca, la vida social interna será una lucha implacable de todos contra todos en el seno del fuego cruzado del mercado libre, lo que desembocará en una sucesiva multiplicación exponencial de los conflictos sociales. Otro factor causal de los mercados libres internos será que, paradójicamente, la modestia inicial de los artesanos y sus trabajadores por comparación con las haciendas agrícolo-ganaderas y sus siervos —según explicaba anteriormente—, se traducirá siglos después, según vayan desembocando las técnicas productivas artesanales en los aparatos o máquinas industriales, y según la agricultura y la ganadería vayan dependiendo de éstos, en la revolución burguesa de la Edad Moderna. En esta nueva época, el triunfante sistema de producción de la “libre empresa privada” y sus conjugadas relaciones sociales de contrato romperán definitivamente las relaciones laborales cuasi-familiares propias de los iniciales sistemas de producción superfamiliares, llevándolas hacia el modelo, antes minoritario, de las relaciones de producción artesanales, desde siempre más precarias, o ya de contrato, y por lo tanto perdiendo los productores la ventaja de la estabilidad, de forma que todos ellos serán ya jurídicamente libres, es decir, proletarios o campesinos sin relación cuasi-familiar estable con los propietarios de las empresas, sean éstas del tipo que sean —agrícolas, ganaderas, mineras, industriales, etc.—, así como todos los propietarios serán ya empresarios, en lugar de ser auténticos señores al estilo tradicional.

Por último, la tercera consideración es que, siguiendo a Polanyi, los mercados libres internos se institucionalizarían progresivamente a partir de los mercados libres externos, que serían los primeros en cobrar una gran importancia económica, y ello, a su vez, en íntima relación tanto con los mercados que acompañan a los ejércitos, como con la figura del comisionista de la que antes hablaba —y cuyo nombre sería “factor de comercio”—, que no sólo se dará en las empresas del Estado, sino también en las empresas de expansión exterior privadas. En efecto, según lo que antes explicaba, los mercados que acompañan a los ejércitos tienen el privilegio de comerciar libremente en el propio interior social con el botín que le compran a los militares durante la campaña, siendo este último comercio, entonces, una forma de institucionalización o de ampliación del mercado interior. Y asimismo ocurrirá con la figura del factor de comercio, quien podrá comerciar también libremente en su propia sociedad con los bienes que gane en concepto de comisión o corretaje por el éxito en las empresas comerciales que dirija para beneficio del Estado o de algún propietario o alianza de propietarios. Ahora bien, a mi juicio, si el mercado interior puede ser consecuencia del mercado exterior por ambos procesos, ello será posible, respectivamente, por el contexto del juego de guerra militar y comercial inter-imperial en el que, según acabo de mencionar unas líneas más arriba, unos Imperios intentarán expandirse dominando a otros Imperios mediante su mayor fuerza militar y económica.

2.23. Las expansiones imperiales en el presente: el dominio de los Imperios privados sobre los Imperios estatales.

Tras todo lo dicho sobre los Imperios y sobre la economía moderna, cabe todavía apuntar que quizá los Estados nacionales del presente, incluidos los más poderosos e imperialistas, estén dominados por las grandes corporaciones multinacionales, a cuyo servicio actuarán para favorecer su superioridad económica frente a los trabajadores, compradores y competidores. Es decir, que por haber superado las empresas privadas la barrera de la nación al constituirse, justamente, en organizaciones multinacionales, los actuales Estados-nación habrían perdido la capacidad para llevar a cabo cualquier expansión imperial en beneficio de los intereses y de la cohesión de todas sus partes sociales internas. Antes al contrario, ellos mismos serán ahora un instrumento dominado por, y seguidista de, los capitales internacionales, que acaso sean los verdaderos poderes imperiales en la actualidad, y quienes marquen el paso de los Estados-nación —y hasta de las organizaciones supranacionales— en función de sus conveniencias bélicas, comerciales y laborales. De ser así las cosas, si en las comunidades de status antiguas y medievales el capitalismo se dirigía mayormente hacia el exterior, si en las sociedades de contrato modernas el capitalismo se extendió hacia el interior, y si en ambas el Estado coordinaba los intereses sociales internos y podía dirigir las correspondientes expansiones imperiales externas, la gran característica diferencial de las sociedades contemporáneas consistirá en que los Estados servirán clientelarmente a los intereses de los capitales multinacionales, de los que dependerán para la recurrencia económica de la propia nación, con lo que no podrán dirigir en absoluto ninguna expansión imperial encaminada al beneficio interno, sino que habrán de defender ese beneficio interno siendo, sencillamente, instrumentos de las expansiones imperiales privadas de dichos capitales internacionales. Se diría, pues, que el régimen de producción capitalista es hoy más fuerte que nunca, pero no porque la economía fuese totalmente de libre mercado, ni tampoco por el triunfo terminante de un Imperio estatal sobre los otros, sino, paradójicamente, porque se tratará de una economía de mercado regulada multi-estatalmente según el provecho imperial de las corporaciones internacionales privadas dominantes —que, por lo demás, muy frecuentemente combinan actividades legales y delictivas—.

2.24. Conclusiones sobre las tesis de Polanyi: el capitalismo hacia el exterior organizado por los Estados antiguos y el capitalismo hacia todas las direcciones organizado por los Estados contemporáneos en función de los Imperios privados multinacionales.

Como se puede apreciar a tenor de lo expuesto, las primeras sociedades históricas tendrán la forma de un régimen de producción capitalista organizado por el Estado en el que la expansión de las asimetrías estará contenida hacia dentro pero fomentada hacia fuera. En este sentido, estoy de acuerdo en lo sustancial con Godelier —según su texto de 1974/1976— en que la línea de pensamiento de Polanyi no fue correcta, aunque ello no obsta para reconocer el gran valor que tienen muchas de las construcciones de su “antropología económica”. Este autor quiso encontrar alguna forma histórica de organización político-económica que sirviera como alternativa (aproximadamente) socialista a la economía de mercado libre de la sociedad de su tiempo —ya después de la segunda guerra mundial—. Creyó encontrarla en el modelo redistributivo de los Imperios hidráulicos orientales antiguos porque estas sociedades, desde su punto de vista, no serían capitalistas al tener una economía planificada, redistributiva, de equivalencias de intercambio fijas y carente de mercado libre. Sin embargo, a mi entender, Polanyi no vio que, pese a su relativa justicia interna, estas sociedades no dejaban de ser capitalistas en absoluto, pues sin duda alguna dentro de ellas había extracción de plusvalías cuya rectificación requería de la explotación de terceros del exterior.

Junto a ello, el curso de la historia nos ha demostrado que la economía mundial contemporánea, lejos de ser el fruto de una transformación de la economía moderna de libre mercado en una economía planificada por Estados (supuestamente) redistributivos no capitalistas al estilo de los Estados antiguos, se caracteriza, bien al contrario, por que los propios Estados organizan un capitalismo exterior e interior, en todos sus estratos posibles, al servicio de los intereses privados capitalistas dominantes, que son, ante todo, las grandes empresas multinacionales, según acabo de señalar.

2.25. Conclusión sobre la economía capitalista como principio trascendental a las sociedades históricas según Juan Fuentes: la morfosintaxis irreversible de interdependencias inseguras, tensas e inestables del comercio, núcleo formal generador recurrente específico de la historia.

En resolución, la idea de Fuentes de que el principio trascendental de la historia es la recurrencia constitutiva de la relación social capitalista en fases procesuales cada vez más complejas, y ello como medio de mantener la plusvalía laboral a pesar de su incesante rectificación por la lucha de clases desigualmente combinadas, ha de ser reformulada mediante la introducción en todas las escalas ampliadas de las plusvalías comerciales, entendiendo, además, que la guerra será la alternativa al comercio cuando no haya equilibrio de fuerzas. Con ello, la historia será una continua sucesión de anamorfosis estructurales económicas sin retorno que consistirá en una constitución y reconstitución permanente de la estructura socio-productiva capitalista internamente enfrentada entre todas sus partes sociales por las asimetrizaciones o plusvalías comerciales, militares y laborales, cuya rectificación incesante requerirá la expansión o ampliación a nuevas escalas mayores de esas plusvalías comerciales y laborales.

Expresado de otra forma: si para Fuentes el núcleo formal generador recurrente del campo antropológico es el concepto de norma o de morfosintaxis, el núcleo formal generador recurrente específico de la historia será la morfosintaxis de interdependencias inseguras, tensas e inestables del comercio, es decir, del intercambio de bienes con el ánimo de obtener una plusvalía comercial, en tanto que, su inicio en el neolítico, por estar regulado ya por una primera modulación de la ley de la oferta y de la demanda, dará lugar al ulterior comercio capitalista como inflexión anamórfica irreversible suya que nunca desaparecerá —en el comercio neolítico siempre estarán presentes de forma conjugada las dos fases marxistas, ”vender para comprar” y “comprar para vender”, predominando la lógica de la primera, a la inversa que en el comercio capitalista, en el que habrá lucro a través de la explotación laboral—. El curso o desarrollo de sucesivas interdependencias sin retorno generadas por dicho núcleo, en cuanto que atractor que recurrentemente va incorporando o reorganizando al resto de morfosintaxis socio-productivas, tendrá lugar en las escalas progresivas del comercio capitalista, las Ciudades-Estado, las Civilizaciones y los Imperios —primero estatales y luego también privados—, hasta cobrar cuerpo finalmente en la economía capitalista intra e inter-nacional a escala planetaria o globalizada en la que los Estados serán instrumentos de los Imperios privados —la “globalización” en la que todos estamos participando, será, en efecto, la máxima expresión conocida de la economía capitalista irreversiblemente interdependiente y multi-enfrentada militar, comercial y laboralmente a la escala de todo el globo terráqueo—.

Tras esta conclusión que pone el acento en el comercio, conclusión que de ningún modo es extraña a la tradición marxista, resulta pertinente cerrar esta segunda parte del trabajo citando las siguientes palabras de Engels: “Por eso, ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio [comercial] entre individuos” (1884/1972, pág. 113). Desde un análisis materialista, es obvio que, al día de la fecha, no se vislumbra tal posibilidad en absoluto.


Por último, en relación con la línea de investigación de Fuentes en la que se relaciona a Marx con Scheler, voy a terminar este texto con un apunte —que debo reconocer muy precario— sobre otro segundo tipo de enfrentamiento social que contribuirá también a la transformación histórica de las sociedades capitalistas: me refiero al “resentimiento en la moral” —según la expresión de Max Scheler [3] que da título a su libro de 1915/1998—, que se derivará de las asimetrizaciones económicas y que será una fractura social muy difícilmente reconciliable por provenir de la violación de las normas morales internas a cada cultura o bloque capitalista —sea éste una Ciudad, una Civilización o un Imperio—.

En efecto, a pesar de sus enfrentamientos, en la medida en que todas las partes sociales de una sociedad histórica convivan interdependiendo unas de otras, habrán de compartir algunos mínimos normativos comunes como para que se pueda mantener su sistema económico conjunto. Por tanto, allí donde haya un bloque o una cultura histórica, ésta se configurará como una totalidad o sistema de diferencias morfosintácticas en la que sus diversas partes sociales interdependientes operarán en común en algunos respectos sin perjuicio de sus enfrentamientos en otros —y cuya morfología normativa podrá ser muy distinta a la de otros bloques históricos, hasta el punto de que las praxis de unas culturas podrán ser incomprensibles y hasta repulsivas para las praxis de otras—. En ese contexto, cada parte social defenderá determinadas formas de organización económica o socio-productiva, es decir, determinados valores objetivos relativos a los ejes conjugados de las técnicas productivas y de las relaciones sociales de producción, así como también defenderá sus propios intereses privados en el reparto desigual de las posiciones operatorias tanto de la producción de los bienes, como de los usos y costumbres sociales —que incluyen la forma de circulación y de reparto de los bienes producidos—. A su vez, las operaciones prácticas en pos de dichos valores objetivos e intereses de cada parte social estarán intercaladas entre las correspondientes ideologías morales (lingüísticas) sobre dichas prácticas.

3.1. La conjugación entre economía capitalista e ideología: las funciones vehiculadora y legitimadora de toda moral ideológica.

El término “ideología”, en el sentido planteado por Fuentes —por ejemplo, en su texto de 2001a—, significa representación totalizadora, monista y práctica. Según su propuesta —que asumo plenamente—, la filosofía y las ideologías están indisolublemente ligadas, pues la filosofía no es sino el resultado de la intercrítica entre las propias ideologías, aun cuando su resultado filosófico o crítico pueda ser, desde luego, reapropiado ideológicamente de nuevo por alguna parte social en beneficio propio (como nueva legitimación de sus intereses). Justamente a resultas de esta criba mutua entre ellas, se pondrá de manifiesto que toda ideología contiene franjas de verdad y de falsedad, en mayor o menor proporción. Las ideologías, en efecto, habrán de tener necesariamente componentes verdaderos en alguna proporción, pues forzosamente habrán de girar en torno a las normas o valores objetivos de la producción y de los usos sociales, es decir, habrán de ser ciertas en algún grado desde el momento mismo en que la organización económica de una sociedad se articulará por el entrelazamiento dialéctico entre las realidades de los ejes de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción. Si, por hipótesis, las ideologías no contuvieran ninguna franja de verdad, la sociedad capitalista no tendría viabilidad lógico-material alguna, porque, antes al contrario, la explotación comercial y laboral de unas partes sociales por otras, así como su recurrencia económica interdependiente, tendrá existencia precisamente por el conocimiento positivo que conllevará toda ideología sobre las prácticas económicas conjuntas que vehicula, pues desde luego éstas habrán de ser viables, y aun más, habrán de ser mejores que otras posibles a fin de tener una posición sólida conjunta en el juego económico irreversiblemente interdependiente, inseguro, tenso e inestable. Ahora bien, la franja de verdad de cada ideología que posibilite dicha viabilidad económica sólida u óptima, tendrá también la función de estar al servicio de los intereses de las partes económicamente dominantes, pues éstas organizarán sus alianzas más o menos simetrizadas o asimetrizadas de la mejor manera fácticamente posible mediante dicha franja de verdad, así como también organizarán del modo más factible a su alcance las asimetrizaciones de sus enfrentamientos. Precisamente a mayor abundamiento en la defensa de sus intereses, una vez asentada la viabilidad cierta de un sistema de diferencias morfosintácticas capitalistas de acuerdo con los intereses de las partes dominantes, las ideologías morales incorporarán asimismo componentes falsos que legitimen los intereses de dichas partes, es decir, de sus prácticas explotadoras o asimetrizantes: mediante la legitimación ideológica de sus intereses, cada parte social defenderá el sistema normativo o morfosintáctico socio-productivo de relativas simetrizaciones y asimetrizaciones comerciales y laborales en las que precisamente le interese situar a las partes con las que se alíe y con las que enfrente, es decir, defenderá un determinado sistema de reparto de los valores objetivos encarnados en las operaciones de la producción y de las relaciones sociales. Pero lo mismo harán las demás partes, con lo que cada alianza y cada enfrentamiento de intereses prácticos supondrá también una alianza y un enfrentamiento, respectivamente, de ideologías morales sobre determinados valores objetivos y sobre los intereses de cada parte en la distribución social de los bienes en los que se materializan esos valores.

Mas entonces, en toda sociedad capitalista, ya tomada en su conjunto, ya tomando como unidad de análisis a cada uno de sus múltiples subsistemas socio-productivos internos, las partes sociales aliadas en algún grado y sentido frente a otras terceras partes opuestas a las que se quiera asimetrizar conjuntamente, y siquiera sea mientras duren esos momentos de alianza o de resimetrización, necesariamente habrán de aceptar o asumir cómo válidas sus posiciones más o menos simetrizadas o asimetrizadas respectivas, es decir, habrán de tener una moral práctica o forma recíproca de obrar según un reparto desigual de las posiciones de la producción y de las costumbres sociales, así como también habrán de tener la consiguiente moral ideológica compartida, con sus correspondientes franjas de verdad y de falsedad, acorde a esas mayores o menores diferencias beneficiosamente asimetrizantes para unos y perjudiciales para otros. Cada moral práctica compartida deberá estar necesariamente entretejida con la correspondiente ideología moral común que la vehicule porque para el mantenimiento de cada alianza habrá de hacerse realidad una producción y unos usos sociales determinados, a la vez que habrán de negarse u ocultarse, o bien, al menos, de rebajarse o disimularse, las asimetrizaciones comerciales y laborales existentes entre las partes aliadas en esas prácticas socio-productivas compartidas, y ello a fin de disminuir el riesgo siempre presente de que las partes perjudicadas en ellas reclamen su rectificación, es decir, se enfrenten o tiendan a romper el sistema moral de diferencias hasta entonces compartido. Naturalmente, entonces, un determinado sistema común de mayores o menores diferencias morfosintácticas estará fuertemente cohesionado, así como tendrá la correspondiente sólida ideología común cohesiva, en aquellos momentos donde una gran mayoría de las partes sociales por él ligadas estén fuertemente aliadas en virtud de algún fuerte enfrentamiento común, como será el caso de la alianza entre un propietario y sus productores frente a otro propietario y sus productores, o también el de la alianza del conjunto de los múltiples propietarios de un bloque histórico y del conjunto de sus respectivos trabajadores frente a otro bloque histórico. Pero sea cual fuere el grado de cohesión interna en cada coyuntura, no habrá otra forma de organizar la producción y las relaciones sociales capitalistas, dadas sus intrínsecas asimetrizaciones internas, se tome la escala de la sociedad entera o de sus subsistemas, más que por la vía de una misma ideología moral común entre todas las partes (más o menos establemente) aliadas que haga pasar las asimetrizaciones comerciales y laborales por simetrizaciones, o como poco por asimetrizaciones menos acentuadas o justificadas. En consecuencia, toda moral o cultura histórica, en cuanto que cristalización de un sistema desigual de producción de bienes y de usos sociales correspondientes a determinados valores objetivos, contendrá necesariamente y sin excepción posible alguna forma de legitimación ideológica de la distribución social desigual de las posiciones productivas y de los usos sociales, es decir, de la explotación capitalista comercial y laboral de las partes sociales más débiles por parte de las más fuertes. Es por ello que la sublimación necesaria en toda forma de civilización que Freud reclamaba a su modo, consistirá en la necesaria legitimación ideológica o falsa de las asimetrizaciones o injusticias comerciales y laborales consustanciales a las sociedades civilizadas —y también, por supuesto, a las injusticias familiares, tan importantes, como luego diré—. Y esto, incluso aunque las partes explotadas no tengan una clara conciencia de su explotación, pues, en efecto, como anticipaba en el apartado anterior al hablar de las formas de alienación, las partes económicamente más fuertes impondrán sus ideologías a las partes más débiles, es decir, las alienarán también ideológicamente, o lo que es lo mismo, las separarán del conocimiento cierto acerca del reparto desigual de la producción y de los usos sociales en los que se materialicen los valores objetivos —y de ahí que haya que reconocer la franja de verdad existente en la repugnancia de la tradición marxista hacia toda forma de moral o de cultura histórica; recuérdese, por ejemplo, la religión como “opio del pueblo”, o la denuncia de las culturas nacionales en pro del internacionalismo proletario—. En todo caso, respecto de la intercalación de las ideologías en la lucha de clases tal y como la ve el marxismo tradicional, habrá que precisar que las ideologías morales no estarán destinadas sólo a legitimar la práctica de la explotación laboral de los trabajadores por parte de los propietarios, que sin duda existirá, y a gran escala, sino que asimismo estarán al servicio de la práctica de la explotación comercial, es decir, de las plusvalías extraídas al comprador de mercancías, que podrá ser tanto un productor con acceso al consumo como un propietario, que será el tipo de comprador más frecuente, tanto en virtud de que comprará medios de producción como de su mayor riqueza, que le permitirá una mayor compra de bienes de consumo. En conclusión, todas y cada una de las partes sociales de cualquier sociedad o cultura histórico-capitalista habrán de tener necesariamente tanto alguna moral práctica compartida con sus aliados sobre determinados valores socio-productivos objetivos repartidos desigualmente, como alguna moral ideológica entretejida con dicha moral práctica que la vehicule y legitime, así como las partes sociales con las que se enfrenten opondrán sus correspondientes morales prácticas e ideológicas acordes con sus valores e intereses contrapuestos.

3.2. El resentimiento en la moral por la rotura de ésta: la moral resentida, un subproducto inexorable, generalizado y autorrecurrente de las contradicciones de todo régimen de producción capitalista.

Pues bien, será precisamente esa moral práctica e ideológica que toda parte social habrá de tener en una sociedad histórica la que podrá resentirse cuando sea rota o violada ilegítimamente. En efecto, “el resentimiento en la moral” provendrá de la rotura injusta del sistema moral de diferencias comerciales y laborales más o menos asimetrizadas que toda parte social tendrá en las sociedades capitalistas. Cada una de éstas se articulará según una determinada moral práctico-ideológica en cuanto que reproducirá un determinado sistema morfosintáctico de preferencias de determinados valores objetivos productivos y sociales repartidos desigualmente entre las diversas partes. Debido a ello, cada sistema moral capitalista contendrá un esquema de los derechos y de los deberes recíprocos, más o menos simetrizados o asimetrizados, correspondientes a cada una de las posiciones morfosintácticas socio-productivas, de manera que cada una de estas posiciones sociales se tendrá que atener a esos derechos y deberes comerciales y laborales respectivos en el despliegue de sus operaciones de producción y de uso social de los valores objetivos materializados en los bienes. Asimismo, el propio orden interno de cada cultura o moral histórica contendrá la regulación del desarrollo de su juego económico capitalista, es decir, las reglas para el cambio legítimo de las simetrizaciones o asimetrizaciones en el reparto de las posiciones productivas y de los usos sociales —por ejemplo, el derecho a la huelga para mejorar el salario—. Pero cuando alguna de las partes sociales realice un movimiento ilegítimo, o lo que es lo mismo, cuando cometa un abuso desde el punto de vista de la propia moral práctica e ideológica vigente, las partes sociales afectadas que se rijan por ella se verán resentidas en su moral, pues no sólo habrán sido privadas en mayor o menor medida de algún valor, cosa que también podría haber ocurrido legítimamente, sino asimismo humilladas o vejadas en las pautas morales prácticas e ideológicas previamente asumidas en las que hasta ese momento venían cumpliendo sus correspondientes deberes y compromisos, es decir, en las que tenían un derecho moral adquirido al valor del que se les priva o aliena. En concreto, el resentimiento se producirá cuando la parte injustamente humillada no vea justamente rectificada su humillación, lo cual ocurrirá cuando ella misma no tenga poder económico-político para conseguirlo y cuando, además, no haya ninguna otra parte social de igual o superior status o poder que resimetrice transitivamente su asimetrización vejatoria obligando a la parte allanadora a reponer el daño causado. En los momentos de una mayor estabilidad o equilibrio económico-político de un bloque o sub-bloque histórico, esto es, cuando las asimetrizaciones se expandan fluidamente hacia terceros, las relaciones económicas entre las diversas clases y subclases sociales (con sus respectivos derechos y deberes estratificados) transcurrirán de una forma cultural o moralmente ordenada a pesar de sus asimetrizaciones comerciales y laborales internas; o dicho de otro modo, se mantendrá el status quo en sus posiciones culturales o morales co-relativas. Por el contrario, en los momentos de crisis económico-política esa estructura de posiciones sociales podrá ser rota o violada con mucha mayor probabilidad por alguna de las diversas partes sociales, ante todo por las más fuertes: si en el juego de alianzas y enfrentamientos cambiantes propio de la sociedad histórica una parte social ve amenazada su capacidad de recurrencia económica (o su nivel de vida) por su enfrentamiento con otras partes más fuertes, y si para oponerse a ellas utiliza su fuerza o poder sobre otra parte social más débil, violando sus derechos morales hasta ese momento vigentes y llevándola forzadamente a una posición más asimetrizada de la que estaba, entonces se podrá producir el resentimiento en la moral de la parte más débil, es decir, un tipo de fractura entre esas partes sociales que culminará la fractura comercial o laboral entre ellas al suponer un punto de muy difícil retorno o de resimetrización en sus relaciones de alienación, pudiendo llegar a ser una fractura incluso irreconciliable. En definitiva, el resentimiento será una segunda forma de fractura social histórica cualitativamente diferente de la primera fractura de la civilización que son sus asimetrizaciones directamente económicas, de las que sin embargo se derivará como un detrito suyo y con las que se entretejerá, pudiendo llevar a las partes sociales resentidas incluso hasta a obrar más allá de la lógica estrictamente económica.

Pues el resentimiento será, como nos enseña Scheler, una perversión en la moral —práctica e ideológica— por la que se percibirá como un “bien” aquello que antes se percibía como un “mal”; o lo que es lo mismo, se obrará con resentimiento en la moral cuando se actúe produciendo realmente un mal —la materialización encarnada de una privación indebida de valor objetivo— y sin embargo se perciba o se aprecie que se esté haciendo un bien —una materialización encarnada de un valor objetivo—. Semejante trastorno o perturbación de la moral o capacidad de apreciar los valores objetivos, por el que en lugar de sentir aborrecimiento por la maldad ahora se re-siente amor por ella, es decir, este odio, podrá llevar a la parte social que la sufra a cometer nuevas acciones ilegítimas en su intento por recuperar el bien perdido, esto es, hará el mal mediante privaciones del bien. Cuando eso ocurra, estas acciones vulnerarán de nuevo el sistema moral vigente, con el consiguiente posible resentimiento de la parte social ahora afectada, que podrá ser o bien la misma que a su vez perjudicara ilegítimamente a la parte resentida, o bien alguna otra más débil. En ambos casos, una primera asimetrización ilegítima originará nuevas asimetrizaciones ilegítimas compensatorias, que a su vez podrán generar sucesivamente más asimetrizaciones ilegítimas y más resentimiento, pero sin que semejante proceso de expansión guarde ya la lógica estrictamente económica de fortalecer la fuerza propia a fin de poder alcanzar unas mejores condiciones objetivas de vida y a fin de asegurar, destensar y estabilizar objetivamente la recurrencia vital.

Ahora bien, semejante situación de atropello ilegítimo y de consecuente nueva fractura social por nuevos resentimientos en la moral no debería ser pensada como excepcional, sino antes bien como un subproducto inexorable y generalizado de las propias contradicciones comerciales y laborales del régimen de producción capitalista. Y ello, en primer lugar, porque la civilización supondrá, por definición, un cruce de formas de vida opuestas, es decir, de morales prácticas e ideológicas contradictorias, con lo que siempre estará abierta la posibilidad de una violación cruzada de unas morales por otras. Y, en segundo lugar, porque toda forma de capitalismo se caracterizará, asimismo por definición, por una dinámica cambiante de alianzas y de enfrentamientos en donde siempre habrá partes sociales que pierdan (total o parcialmente) riqueza o capacidad de recurrencia económica, con lo que siempre habrá partes sociales que en su empeño por no ser vencidas descubran la vía del abuso de otras partes más débiles a su alcance para evitar su derrota (total o parcial), pudiendo referirse ese abuso a las normas propias de la parte abusada —como decía unas pocas líneas más arriba—, a las normas de la alianza entre las partes que ahora se dividen en abusada y abusadora, o a las normas mínimas comunes a todas las partes sociales de un determinado bloque socio-productivo —según lo expuesto al principio de este apartado—. En todo caso, en este punto es importante señalar que los ultrajes por parte de los fuertes hacia los débiles no necesariamente habrán de ser de los propietarios hacia los trabajadores, aun cuando sin duda este tipo de abuso será abundantísimo y decisivo históricamente, sino que también se dará a la inversa, y de unos propietarios hacia otros, e igualmente entre los trabajadores mismos, así como incluso en el seno de la familia —según veremos después—. En consecuencia, el resentimiento será trascendental a la historia, pues todas las partes sociales civilizadas, de cualquier clase o subclase social, estarán condenadas, siquiera sea potencialmente, a algún grado y tipo de resentimiento en su moral, y más cuanto mayor sea el grado de inseguridad, tensión e inestabilidad de sus interdependencias, pues mayor será entonces el cruce recíproco de abusos morales en sus enfrentamientos, con lo que el resentimiento podrá acabar siendo un fenómeno tan cotidiano y ubicuo como es el caso justamente de nuestras sociedades —y de aquí, por cierto, que el fenómeno tan de actualidad del “mobbing”, esto es, del “acoso moral” en las organizaciones, no sea un fenómeno meramente coyuntural, ni de fácil solución, sino, antes bien, estructural o intrínseco a la propia forma organizativa de la economía capitalista, y por ello en última instancia sólo diferible o desplazable hacia terceros—.

Pues bien, no obstante la perturbación que conlleva, el resentimiento en la moral será consecuencia de la correcta apreciación inicial de la pérdida ilegítima de algún valor objetivo: una parte social sólo podrá resentirse desde los componentes verdaderos de su moral práctica e ideológica, pues sólo mediante ellos le será posible apreciar o valorar con certeza el valor objetivo del que haya sido ciertamente privada. Ahora bien, precisamente por tratarse de una privación real de valor objetivo, la parte abusadora podrá apreciar también la injusticia objetiva de sus actuaciones abusivas, razón por la cual obrará con “dolo” o con “malicia” cuando a pesar de ello siga adelante con dichas acciones, es decir, a sabiendas del mal que comete —y de este conocimiento pleno del mal obrado se derivará su “imputabilidad”, según se dice en el Derecho—, así como podrá obrar entonces con “mala fe”, por tratar al otro con doblez respecto de las asimetrizaciones o injusticias con las que manifiestamente le perjudique, lo que a su vez podrá conllevar las consecuentes dosis de “mala conciencia”, por el pesar que podrá causar semejante trato objetiva e indebidamente privativo de valor a la otra parte; y de aquí entonces que la “culpa” sea un ingrediente propio de las sociedades históricas tan presente y tan extendido como el propio resentimiento —junto al consecuente rechazo de uno mismo que la culpa conllevará—.

Pero justamente para limitar —que no resolver— el resentimiento y la culpa derivados del conocimiento cierto del mal obrado, otra función fundamental de los componentes falsos de toda ideología será posibilitar el logro ilegítimo o abusivo de los intereses propios de dos formas: por un lado, servirá para frenar el resentimiento de la parte alienada mediante un determinado ultraje, que sólo cuando venza las falsedades legitimadoras y disimuladoras del daño que se le ofrezcan podrá apreciar la privación de valor sufrida y reclamar la consecuente rectificación. Y, por otro lado, la parte abusadora también necesitará de esos componentes falsos para disminuir su “mala conciencia” y su “culpa” mediante la (falsa y por ello indecente) reconversión de su “mala fe” en “buena fe”, es decir, para percibir “sublimadamente” como correctas sus propias prácticas explotadoras a sabiendas “en el fondo” de que son injustas. Por añadidura, cuando las partes abusadas no sólo no tuvieran poder suficiente como para llevar a cabo la efectiva reposición de sus valores indebidamente alienados, sino cuando tampoco tuvieran ni siquiera la fuerza necesaria como para materializar su odio en acciones vengativas de algún tipo, necesitarán también de falsedades ideológicas, bien las proporcionadas por las partes abusadoras, bien otras a su alcance, a fin de frenar su propia hostilidad inviable y poder conformarse con la nueva posición asimetrizada a la que han llegado, transformándose así su frustración no ya en odio —pues no habrá poder para ello—, sino en una mera compensación o amor sucedáneo, es decir, en la estimación de algún bien por encima de su valor objetivo y que antes se rechazaba o no atraía suficientemente —a este respecto es pertinente recordar la “ficción directriz” de la vida propuesta por Adler como compensación que proporciona una salida, si bien falsa o rebajada, al “sentimiento de inferioridad”—. En estos casos, las partes sociales resentidas y conformadas re-sentirán como amables o apreciables valores inferiores que en realidad no solucionarán la privación de valor sufrida, lo que dará lugar a una “frustración”, un “vacío de sentido” o una “baja autoestima” que estarán siempre presentes de manera concomitante en las nuevas formas de vida degradadas forzada y falsamente asumidas. A su vez, esto conducirá a unas alianzas sumamente frágiles o ficticias para lograr esos valores sucedáneos, con el consecuente riesgo de rotura ilegítima de las mismas y de nuevas expansiones del resentimiento. En todo caso, la transformación del odio en falso amor también podrá ocurrir a la inversa, es decir, que el falso amor se de primero y que pueda asimismo acabar transformándose en odio, lo que será muy probable en aquellos casos donde la privación ilegítima de valor sea pequeña pero constante, y donde entonces cada vez haya un pequeño resentimiento paliado con una pequeña compensación rebajada, y así hasta alcanzarse un punto de privación de valor intolerable que dará lugar ya al odio, y ello sin perjuicio de que éste a su vez pueda de nuevo volver a transformarse o re-sentirse en otro falso amor por falta de poder. Y justamente para cumplir su función legitimadora, las ideologías falsas proliferarán en la Modernidad acompañando a las relaciones sociales de tipo contrato propias de esta Edad en cuanto que serán mucho más propicias para el resentimiento que las anteriores relaciones de status, pues, como ya dije, aquéllas serán mucho más precarias y variables que éstas, con lo que, en consecuencia, será mucho más fácil el quebrantarlas ilegítimamente.


3.3. El resentimiento, la decadencia de la civilización y la familia: la clave última de la aporeticidad de las sociedades históricas es el enfrentamiento de unas familias contra otras propio de la economía capitalista.

Y hasta tal punto el resentimiento será importante como segundo factor causal interno de cambio histórico de las sociedades capitalistas, que éstas serán el caldo de cultivo mismo de la degradación o corrupción de su propio tejido moral o cultural, pues una vez que los ineludibles enfrentamientos económicos internos sean ya irreconciliables por el resentimiento, y una vez que alcancen una masa crítica tal que se ponga en riesgo no sólo la recurrencia económica de cada parte injustamente alienada y resentida, sino la de toda la red de interdependencias económicas entretejidas, entonces el resentimiento acabará siendo un factor de primera importancia para el decaimiento o decadencia de estas sociedades.

Y muy especialmente, además, cuando, la vulneración de las normas morales alcance significativamente a las relaciones sociales de la familia, ya que en ese momento el resentimiento familiar empezará a destruir el núcleo mismo de sentido o de valor que cimentará el montaje de todo el edificio económico civilizado, y con ello su misma razón de ser. Este resentimiento familiar podrá comenzar según la siguiente posibilidad: cuando un determinado sujeto quede resentido por las privaciones ilegítimas de valor sufridas fuera de su familia, una salida compensatoria que tendrá disponible será trasladar indebidamente su odio o su frustración al interior de ésta, o también de alguna otra, mediante la rotura abusiva de las reglas o los valores familiares, pudiendo quedar entonces asimismo resentidas las nuevas víctimas. Y a raíz ello, estas personas que quedaran resentidas por la rotura de sus valores familiares podrán seguir el mismo mecanismo de vulneraciones ilegítimas compensatorias, y esto tanto hacia dentro de su familia o de alguna otra, como hacia fuera de los valores familiares, es decir, en las relaciones sociales laborales y comerciales, re-constituyéndose así el proceso como al principio. En definitiva, la familia sufrirá el resentimiento de sus valores a consecuencia del resentimiento procedente de la economía insegura, tensa e inestable propia de las sociedades históricas, con las consiguientes degradación y corrupción de sus funciones tradicionales de organización de la reproducción y de reparto de tareas productivas no capitalistas, tales como los cuidados corporales o la crianza y educación de los hijos, cuando paradójicamente éstas funciones son la base a cuyo servicio y protección precisamente se construye la propia economía de la sociedad histórica —junto a todo ello, otro factor socio-productivo que habría que considerar para dar cuenta de las actuales decadencia de la sociedad y degradación de la familia sería la transformación de la economía hacia el “consumismo” de hoy en día, en el que el valor predominante es la producción de cualquier tipo de productos o servicios con tal de que puedan ser comercializados, aunque con ello se lesione el valor social fundamental de la familia—.

Se deduce entonces que un determinado grado de resentimiento y de fractura en la moral familiar serán inevitables en cualquier sociedad histórica, aunque habrá momentos donde alcancen un grado crítico y sean indicativos de una decadencia social muy profunda. Y, con toda seguridad, semejante situación de resentimiento en la moral o en los valores familiares viene ocurriendo a gran escala en nuestras sociedades occidentales desde hace ya muchas décadas, o mejor, incluso algunos siglos. Y justamente fue esta situación de corrupción y de degradación familiar la que Freud no pudo dejar de constatar, ni de caer en la cuenta de su importancia, hasta el punto de elevarla a piedra angular de su obra, para empezar en la primera etapa de su pensamiento, con la hipótesis psicopatogénica de la “teoría de la seducción infantil y del trauma afectivo adolescente” y su correspondiente “modelo topográfico de la personalidad”. Y asimismo en la segunda etapa de su pensamiento, compuesta por la teoría psicopatogénica de la “fantasía desiderativa”, el “modelo estructural de la personalidad” y la “teoría psicoanalítica de la cultura”, etapa ésta que gira toda ella en torno a la idea de la irresolubilidad estructural de los conflictos, y a la que Freud habría llegado por su aguda percepción, siquiera sea intuitiva, no ya, en efecto, de la mera existencia empírica de una gran corrupción de las reglas familiares, sino de que esa degradación generalizada de la familia era el colmo sin sentido de la dinámica social civilizada, es decir, el fruto aporético último de los conflictos de la sociedad histórica por cuanto que la familia es su base misma, y, por tanto, la prueba del carácter trascendentalmente irresoluble de dichos conflictos. Según lo que estoy exponiendo, sin duda alguna que, tal y como ha propuesto y ensayado Fuentes con razón —y que yo he asumido plenamente, por ejemplo, en Fuentes y Quiroga, 1999—, la obra de Freud ha de ser reconstruida en términos económicos, entendiendo a los conflictos irresolubles como conflictos socio-productivos —y no como la oposición entre el cuerpo biológico individual y la cultura social humana, según hace Freud en esa segunda etapa de su pensamiento—, pero me permito plantear ahora la hipótesis de que dicha reconstrucción debe reconocerle también un sentido al papel central otorgado por Freud precisamente al “instinto sexual”, así como al “instinto de agresión”, en relación con la consideración que estoy haciendo de que las relaciones sociales de producción del parentesco son el centro de gravedad mismo de las sociedades históricas en cuanto que a su alrededor se van articulando progresivamente el resto de las relaciones sociales de la producción capitalista —de hecho, ya el comercio neolítico inicial, desde el que se desarrolla el comercio capitalista, está al servicio de los clanes familiares—. Pues, en efecto, se puede reconstruir lógico-materialmente el sentido positivo del papel central que Freud diera a la “libido” o “instinto de vida” y al “instinto de agresión” en (la personalidad y en) la cultura humana, entendiéndolos como la tendencia objetiva última a la degradación resentida de la familia que se deriva de las contradicciones irresolubles de la sociedad histórica. Freud definió al “instinto sexual” y al de “agresión” sólo de manera negativa —según nos ha mostrado Fuentes—, es decir, como aquello que es reprimido por la sociedad, pero le habría dado una importancia nuclear a dichos instintos, entendiéndolos como biológicos, heredables y siempre presentes en nuestras vidas, justamente a partir y como resultado de su advertencia de la corrupción y la destrucción positivas de las reglas de la familia en su propia sociedad decadente, y no de manera abstracta o ajena a ésta. Así, los presuntos instintos de la “vida” y de “agresión” socialmente “reprimidos” pero nunca eliminados serán, simplemente, una forma invertida o negativa y en esta medida sin duda ideológica y encubridora de expresar el carácter trascendental a toda sociedad histórica de la corrupción resentida de la familia. Al mismo tiempo, la “represión” de dicha corrupción consistirá en la consecuente y asimismo trascendental contención social de tal corrupción para mantener a flote unas normas familiares que son el valor central y la razón misma de la existencia de la sociedad histórica, aunque esta “represión”, en efecto, será precaria, ya que no podrá eliminar dichos supuestos “instintos”, es decir, la tendencia trascendental a la degradación positiva de la familia, pues dado el carácter internamente roto de estas sociedades llegará hasta a resentirse y a romperse la propia forma de la familia como efecto último aporético e inevitable del enfrentamiento económico mutuo infinito entre todas las familias de todas las clases sociales. Así, pues, la dinámica estructural freudiana del “instinto sexual” y del “instinto de agresión” es un reconocimiento y a la vez un encubrimiento de que la sociedad histórica será un “círculo cuadrado” abocado al resentimiento por cuanto que en ella unas familias lucharán contra otras degradándose mutuamente y sin embargo con el fin común de mantenerse como tales familias. En resumen, la clave última de la aporeticidad de las sociedades históricas residirá en la imposibilidad de mantener intactas las normas familiares y sus valores en el enfrentamiento interdependiente de unas familias con otras en el que consistirá el régimen de producción y de comercialización capitalista —y ésta será también la razón por la que la familia pueda ser a la vez lo mejor y lo peor de nuestras vidas—.

3.4. Conclusión sobre el resentimiento: su presencia en la constitución y re-constitución incesante de las sociedades históricas.

Pero junto a su papel en la decadencia, habrá que ver también al resentimiento como un factor presente genéticamente desde el inicio mismo de la historia, momento éste en el que el resentimiento externo que podrá darse en las relaciones comerciales neolíticas pasará a ser interno a la red anamórfica de relaciones económicas interdependientes propia de la nueva sociedad histórica. En efecto, según lo expuesto en el apartado anterior, en el comercio neolítico, inseguro, tenso e inestable en cuanto que regulado por una primera modulación de la ley de la oferta y de la demanda, ya habrá relaciones comerciales asimetrizantes, con lo que estará abierta la posibilidad de que alguna parte descubra que podrá imponerle a la otra un intercambio abusivo mediante la violación de las normas amistoso-comerciales comunes en virtud de su fuerza superior. En ese momento, la parte abusada podrá resentirse en su moral, pero ese resentimiento será todavía socialmente externo, es decir, dirigido hacia otra sociedad distinta e independiente y no hacia las propias relaciones sociales internas a esa sociedad neolítica. Este resentimiento externo será precisamente un factor muy importante para que el mercado neolítico vaya ampliando la cantidad de partes en juego, pues las partes resentidas buscarán nuevas alternativas de comercio o bien no abusadoras, o bien de las que abusar a su vez, con lo que éstas buscarán igualmente otras alternativas para cualquiera de esas dos posibilidades. Pero una vez que se alcance el momento anamórfico de la irreversibilidad en la interdependencia económica insegura, tensa e inestable entre las sociedades previamente independientes, cada episodio de abuso dará lugar no ya a un mero resentimiento externo, sino a un resentimiento socialmente interno por efecto de dicha interdependencia económica irreversible. Con ello, desde el inicio de las sociedades históricas el detrito del resentimiento será un segundo motor o principio general de transformación de su estructura de relaciones comerciales y laborales, puesto que las partes sociales querrán expandir su fuerza económica también para protegerse en la medida de lo posible de la ineludible inestabilidad añadida que supondrá el posible uso inmoral de la fuerza por partes sociales más fuertes o resentidas, así como éstas querrán nuevas relaciones no abusivas, o bien otras relaciones de las que abusar a su vez. En síntesis, el resentimiento será trascendentalmente “historiógeno” por cuanto que no sólo contribuirá a la transformación o re-constitución interna de las sociedades históricas, sino también a su misma constitución.


 

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NOTAS

[3] También en el caso de Scheler quiero hacer patente que fue Juan Fuentes quien me dio a conocer su obra hace ya algunos años por considerarla absolutamente imprescindible para la construcción de su filosofía antropológica materialista.

 

 
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