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Quería, sobre todo, comenzar agradeciendo a la CAEF, a la Coordinadora de Asambleas Escuelas y Facultades –creo que se llama– el haber hecho nuestro trabajo. Un trabajo que de alguna forma es imprescindible para defender no solamente vuestros intereses sino también los nuestros, los de los profesores. Ayer estuvimos aquí nosotros reunidos y algunos más que supongo que no han venido hoy. Y prácticamente no hubo presencia del profesorado. Hoy se encuentra entre nosotros nuestro Decano, al que creo que hay que agradecerle el esfuerzo que hace con eso. Todos sabemos también que ayer no pudo venir porque estaba en una Comisión Académica a la que no podía faltar. Pero, que quede ante todo, ante todo, el agradecimiento a los alumnos, a los que han tomado las riendas de este asunto gravísimo defendiendo unos intereses que son también los intereses del profesorado. Y aunque haya muy poca representación del profesorado en estos actos y en estas manifestaciones y convocatorias que ha habido, muy poca participación, muy poca colaboración y sobre todo muy poco trabajo, sin embargo, por ejemplo para los profesores asociados éste debería ser un asunto de vital importancia. Y no solamente para ellos, sino para todos los que estamos comprometidos con el proyecto de una Academia digna para el futuro, por muy negras que se pinten las expectativas de ese futuro. El trabajo que se ha desarrollado por parte de las asambleas, de la Coordinadora de Asambleas, ha sido en muchos aspectos impresionante. Una carta firmada por Juan Martínez –Juan Martínez creo que no existe, creo que es un seudónimo (no sé si llegó a ser consensuada, por lo menos en la Facultad de Filosofía creo que sí, incluso creo que se leyó en Junta de Facultad)–, me parece que resumía muy bien el tipo de hueco desde el que pretendo yo también abordar el problema. Comenzaba diciendo algo así... "no somos los rectores, no somos Zapatero, somos gente honrada"; y explicaba muy bien que la protesta que está en este momento desarrollándose, la ofensiva que se está planteando por parte de este sector de los estudiantes –a mi entender, creo que muy amplio– ha supuesto un trabajo impresionante que viene de muy lejos. Una de las cosas que señalaba esa carta –y es una de las cosas que yo creo que hay que recalcar desde el primer momento– es que "los que hemos iniciado –decían– esta ofensiva contra la LOU somos los mismos que iniciamos la ofensiva contra el ‘Informe Bricall’, que fue encargado fundamentalmente por el grupo parlamentario socialista". Es decir, no vamos ahora a criticar a la LOU desde el punto de vista de un partido socialista que precisamente encargó un informe que, ya desde su misma orientación inicial, de alguna forma, coincidía en ciertos conceptos fundamentales –que son sobre los que quiero reflexionar hoy– con el preámbulo de intenciones que podemos encontrar en esta ley a la que ahora nos oponemos. Como bien dijo Juan Bautista Fuentes ayer, dentro de esa tendencia general, marcada por esos conceptos fundamentales, la LOU no es ni siquiera la peor ley posible; incluso, dentro de esa tendencia general, ni siquiera se puede decir que sea mucho peor que la LRU, ni siquiera se puede decir que lo sea, pero lo que sí es seguro es lo que ya estos estudiantes que estudiaron tan bien estudiado el "Informe Bricall’ –y eso que era difícil de estudiar esa cosa, esa cosa voluminosísima y farragosísima– habían detectado y denunciado ya ahí, en el ‘Informe Bricall’. No solamente con el ‘Informe Bricall’. Estos estudiantes (lo sé, tengo constancia, lo sé porque les he visto trabajar, les he visto estudiar, les he visto discutir, y algo me ha llegado, pese a que yo también por distintas ocupaciones haya estado algo marginado del asunto) han estado estudiando detenidamente las ponencias presentadas por Australia, Nueva Zelanda y EEUU en la cumbre de Qatar, de la OMC, sobre educación... y extrayendo de esas ponencias (que han sido traducidas y leídas con lupa) los conceptos básicos que luego son precisamente los que encontramos como hilo conductor de la LOU; pero no solamente como hilo conductor de la LOU, plasmado en su preámbulo –en sus preámbulos legales y no solamente en sus artículos– sino también, desdichadamente, y además de forma, a veces, incluso acrecentada, en la ofensiva parlamentaria planteada por el PSOE contra la LOU. O sea, es como si, más bien, el PSOE hubiera planteado algo así como que "con arreglo a las directrices marcadas por Australia, Nueva Zelanda y EEUU en la cumbre de la OMC, el PP se queda corto", una cosa de este tipo. Así de espeluznante. No digamos ya, no mencionemos ya, el documento insólito, sin palabras, emitido por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, por la CRUE. Estos conceptos que ya figuraban en las ponencias de Australia, Nueva Zelanda y EEUU en la cumbre de Qatar son, de alguna manera, esos conceptos sobre los que estuvo reflexionando ayer Juan Bautista Fuentes, en esa ponencia tan "abstracta" y tan "metafísica", con la que al final acabó diciendo que "podíais haceros un traje, aunque fuera al revés". Creo que estamos en una Facultad de Filosofía y nos corresponde fundamentalmente discutir conceptos, y por tanto, más que discutir los artículos de la LOU, yo también voy a hacer una ponencia muy "metafísica", muy abstracta, y también, si queréis... os hacéis un traje con ella; son conceptos como "economía del conocimiento", "sociedad del conocimiento", la idea de que "la Academia debe rendir cuentas a la sociedad", "asumir los retos y los desafíos de la competitividad y de la producción"... En efecto, más que discutir los artículos de la LOU, pretendo discutir la tendencia general en la que ha sido escrita esta ley. Creo que, precisamente ése fue el gran acierto, en principio, de la Coordinadora de Estudiantes, el gran acierto impresionante de decir "lo malo de esta ley no es la ley, porque además esta ley no la vamos a poder parar; lo malo de esta ley es la tendencia general en la que se inscribe". Precisamente creo que por eso se comenzaron las movilizaciones bajo un lema, o mediante un eslogan, "otra Universidad es posible", ligado directamente al eslogan de los movimientos antiglobalizadores, "otro mundo es posible", con la intención consciente de explicar que realmente lo que se nos avecinaba era, desde el punto de vista universitario, más de lo mismo de lo que se nos avecina a nivel planetario, a nivel político, a nivel económico..., en otros sentidos igualmente graves. Ahora bien, también la Universidad es muy importante, también eso es muy grave. Y sobre esto querría contribuir un poco a reflexionar, también, como digo, de forma muy "abstracta" y muy "metafísica", digámoslo así, basándome sencillamente en la discusión de estos conceptos de la tendencia general plasmados, como digo, en el preámbulo de la LOU; pero igualmente, también, en la ofensiva parlamentaria del PSOE –y no digamos ya, de una forma absolutamente desvergonzada, en el documento emitido por la CRUE. Y voy a comenzar, pues, haciendo una reflexión larga; larga, no porque quiera durar mucho en el tiempo, sino que sería larga de explicar si se explicara detenidamente, en una discusión que correspondería, desde luego, por principio, a esta Facultad de Filosofía. Vamos a ver... hay una convicción muy básica, yo creo, en la que estamos de acuerdo siempre –por lo menos en esta Facultad– materialistas, platónicos y kantianos. Bueno, esta convicción se podría resumir así: el curso de las cosas que suceden en el tiempo, el curso de la historia –incluso si se le deja cursarse hasta el final, incluso si se le deja hacer todas las cosas que tiene que hacer consigo mismo–, hace que las cosas encajen entre sí, que se acomoden unas a otras; despliega muchas astucias ese curso de la realidad, despliega muchas componendas, labora muchos apaños; pero no hay ninguna esperanza de que el curso de la realidad, el curso del tiempo, realice el trabajo que tiene que realizar esa cosa que no es una cosa más entre las cosas, sino que es una cosa enteramente distinta, cuya especificidad precisamente marca la especificidad propia de la historia de la filosofía y de la propia Facultad de Filosofía: esa "cosa" a la que llamamos razón. Es decir, ni la historia, con todos sus movimientos, con todo su agitarse incesante, con todas sus carnicerías y matanzas, puede explicar al Derecho lo que es justo, ni la historia, con todos sus movimientos, con todo su agitarse hasta el final, con todas sus carnicerías y matanzas, puede explicar al conocimiento lo que es verdad. Éste creo que es el origen del famoso khorismós, del famoso "abismo" platónico que, en efecto, quedó plasmado en el friso de la Academia de Platón: "no entre aquí quien no sepa matemáticas", un corte, una frontera, que separó para siempre, en la tradición occidental, al hilo conductor de la historia de la filosofía, al lugar de la razón, del curso del tiempo, del curso histórico y social. Dicho de otra forma: la totalidad de lo real, incluso la totalidad de lo real... ni siquiera la realidad en su totalidad... aunque sea a costa de dejarla llegar hasta sus últimas consecuencias, puede ser capaz de explicar a la razón lo que ésta exigía sin saberlo. El todo de la realidad nunca será para la razón un tribunal igual o superior –destinado a juzgar en última instancia al curso de las cosas–; el todo de la realidad, yo creo que será, para cualquier materialista, para cualquier platónico, para cualquier kantiano, en todo caso, con respecto al tribunal de la razón, el acusado. Y el acusado no puede enseñar nada al tribunal de la razón, no puede –ni en primera ni en última instancia– dictar la sentencia final más justa y más verdadera. Su sentencia más final, más justa y más verdadera no sería en realidad más que el conjunto de todos sus crímenes erigidos en tribunal superior. Eso con respecto, diríamos, al uso práctico de la razón. Con respecto al uso teórico de la razón... pues habría que decir lo mismo. La totalidad de lo real, incluso si se deja a lo real cursarse hasta el final, incluso si se le deja agitarse hasta sus últimas consecuencias, incluso si a la historia se le deja llegar hasta donde quiera llegar y hasta donde puede llegar, dar de sí todo lo que tiene que dar, no puede proporcionar a la razón una verdad más verdadera que ella sería capaz de presentar como si la razón hubiera vacilado con respecto a lo que en verdad la realidad misma ya llevaba en su seno, y de cualquier manera, a fuerza de tomarse "su tiempo", iba ya a desplegar por su propia cuenta. Es decir, algo así como esto: la realidad, el curso de la realidad, no puede hacer el trabajo de la ciudad científica. Es una convicción básica, materialista, platónica y kantiana... El curso de la realidad no puede hacer el trabajo de la razón. No lo hará jamás –de la razón teórica, en este caso. Incluso si se toma en su totalidad y se le deja todo el tiempo del mundo, el curso real de las cosas será siempre para cualquier kantiano, digámoslo así, para cualquier platónico, para cualquier materialista, en todo caso, aquello que habría que conocer, y nunca aquello que en realidad terminará por explicar a la comunidad científica lo que ella, erráticamente, intentaba explicar con todo su trabajo y sus andares vacilantes. Muy al contrario. Si se deja al curso de la realidad dar de sí todo lo que tiene que dar, si se le deja agitarse hasta el final, si se deja a la realidad decir todo lo que tiene que decir, tendremos al final, a lo mejor, algo así como un "Espíritu del pueblo", y a lo mejor transido por un "Espíritu Absoluto", pero no tendremos la labor que la ciudad científica tiene que hacer, ni la labor en que la ciudad científica debería de iure estar trabajando. El resultado final nunca será el conocimiento, ni la verdad, sino que el resultado será lo que los althusserianos hemos llamado siempre "el macizo ideológico", es decir, un tejido de evidencias muy evidentes, de errores tenaces absolutamente necesarios –y necesarios tan sólo para que la realidad se curse a sí misma mediante todos sus crímenes, todas sus matanzas y todas sus carnicerías, con la pretensión de saber muy bien lo que está haciendo, y además con la pretensión de que lo que está haciendo es justo y, además, necesario. Es decir, si se deja a la realidad decir lo que tiene que decir, si se la deja al curso histórico, a la historia, decir todo lo que tiene que decir, lo que tendremos no es el trabajo de la ciudad científica, lo que tendremos será, sencillamente, el macizo ideológico con el que la realidad se justifica a sí misma en todos sus crímenes, todas sus matanzas y todas sus carnicerías. Pues bien, la LOU nos pone en juego una serie de conceptos tales como ése que discutió ayer Juan Bautista Fuentes: "sociedad de conocimiento". La idea de que la Academia tiene que rendir cuentas a la sociedad, de que tiene que modernizarse para responder a sus necesidades y sus "retos", cuando no de sus "demandas", de que tiene que estar a la altura del curso que sigue la historia... Se da la circunstancia, además, de que el curso que sigue la historia no es cualquier curso de la historia, porque ha habido muchas historias, es el curso histórico de una determinada sociedad, la sociedad capitalista, una sociedad que sigue su curso y despliega su historia –como bien han logrado demostrar los movimientos antiglobalización, arrinconando a las cumbres de la OMC y del G-8 cada vez en lugares más apartados del planeta– siendo cada vez más incapaz de consultar, o de medirse, o de confrontarse o "consensuarse", con ese espacio público de la argumentación y contraargumentación parlamentaria que representan nuestra asambleas legislativas. Esto lo demuestra claramente el hecho de que esas cumbres, arrinconadas por los movimientos antiglobalizadores, han demostrado ser tan incapaces de confrontarse o de medirse con un mínimo de publicidad, que han decidido, en último extremo, discutir las cosas que discuten –que, por otra parte, son las únicas que importan realmente, las únicas que realmente tienen peso en el destino que tiene que seguir el planeta, o sea, las únicas cosas de importancia y de peso– en lugares como Qatar, o en plataformas submarinas o en las cúspides de altas montañas, donde realmente no haya forma alguna de oír, escuchar, argumentar o convencer. Es decir, estas cumbres, se ha demostrado –gracias precisamente a los movimientos antiglobalizadores– que no resisten la más mínima dosis de publicidad. En realidad, todo esto no introduce ninguna cuestión fundamental, ninguna cuestión cualitativa con respecto al esquema materialista-platónico-kantiano que he estado esbozando desde el principio; introduce, tan sólo, una cuestión de grado. El hecho de que el curso histórico sea en este caso el curso histórico de la sociedad capitalista introduce una cuestión de grado... pero es una cuestión de grado desmesurada y monstruosa. O sea, todo esto es síntoma de que eso de que el acusado se convierta, en última instancia, en el tribunal que ha de juzgarle –siempre que se le deje movilizar todos sus crímenes hasta el final–, en las condiciones capitalistas de producción va a poner, y está poniendo en juego, irremediablemente, un crimen monstruoso y desmesurado, de dimensiones jamás concebidas, jamás experimentadas. Y al mismo tiempo, naturalmente, el macizo ideológico que tiene que justificar ese crimen, que tiene que autolegitimar esa sangrante realidad, tiene que estar tejido por una suerte de errores, mentiras y evidentes evidencias igualmente descomunal, monstruoso y alejado de toda verdad. Lo monstruoso de la LOU, lo monstruoso de la oposición de Zapatero a la LOU, los monstruoso de la respuesta de los rectores a la LOU, es que ninguna de estas tres instancias se hace cargo de este atentado contra la razón y de este atentado contra el derecho que tiene la razón a exigir que el curso de la realidad se acomode a lo que debe ser... El derecho que tiene la razón a exigir que las cosas no sólo se acomoden entre sí, sino que se acomoden a lo que las cosas deben ser. Y en un plano teórico, exactamente igual: la cuestión no es nunca que la Universidad se acomode a cosas también muy grandes, como, por ejemplo, El Corte Inglés, sino de que, en su seno, el conocimiento se acomode al conocimiento, en su búsqueda incesante de lo verdadero. Se habla de adecuación, se habla de retos, se habla de desafíos históricos y sociales, es "la marcha de Europa", es "la marcha de los aliados de Europa", armados con la OTAN y protegidos..., bueno, y gestionados... desde la OMC, en plataformas submarinas y en la cúspide de altas montañas, la que tiene que explicar a la razón lo que ella tiene que conocer y lo que ella tiene que exigir. Nunca, ni por asomo, hay en la LOU, ni en la respuesta de los rectores ni en la ofensiva parlamentaria del PSOE ni una referencia a la palabra "verdad", ni una referencia a la palabra "justicia"; nunca se había asumido de forma tan general que la realidad, a fuerza de pretenderse astucia de la razón, se ha convertido en una instancia capaz de dar lecciones a la razón, explicando a la razón lo que ella exigía y conocía sin saberlo. Parece que la realidad, con todas sus idas y venidas, vacilando por aquí y por allá, hoy matando palestinos, mañana abrasando kurdos, afganos o filipinos, siempre va a acabar solucionando el problema teórico y el problema práctico, siempre va a terminar por aclarar todas las ambigüedades y todas las vacilaciones que la propia razón, por su cuenta, en los límites de la ciudad científica o en los límites de la ciudad jurídica también tiene por su cuenta. Es decir, que hemos llegado a una situación tan "ultrahegeliana" (podríamos decirlo así) que ya no es que la realidad sea la astucia de la razón porque la realidad a la postre se va volviendo cada vez más racional, sino que es que, al final, la realidad es por decreto gubernamental –o por decreto ni siquiera gubernamental, sino más bien por decretos dictados en plataformas submarinas– la razón que al final tiene más razón... Vamos a ver. Vamos a hacer un experimento. Hagamos un experimento. Imaginemos un sistema jurídico constitucional en el que hubiera un tribunal superior al tribunal constitucional, es decir, que el tribunal constitucional pudiera medir el desarrollo legal de una sociedad, pero que tuviera, al mismo tiempo, que someterse a las exigencias más profundas del curso de la realidad; que el tribunal constitucional tuviera que, no sólo medir el desarrollo legal de un cuerpo político, sino que tuviera, al mismo tiempo, que consultar al curso histórico de la realidad "a ver qué tal le va", y a ver "qué se exige", qué "se necesita", cuáles son los nuevos "retos" y los nuevos "desafíos" de la historia, y cómo se adecua, cómo adecuar sus sentencias a cómo se van sucediendo las cosas en el curso del tiempo; que el referente último de nuestro ordenamiento jurídico, en lugar de ser algo así como la Declaración de los Derechos del Hombre, a través de nuestros ordenamientos constitucionales, estuviera encarnado por unas instituciones privadas que señalaran todo el tiempo al tribunal constitucional los retos y los desafíos, y que unas "comisiones evaluadoras" convenientemente financiadas por el capital privado midieran constantemente la adecuación de la actividad del poder judicial a esas metas decididas en plataformas submarinas o en la cúspide de altas montañas o en países donde no hay derecho a publicidad como en Qatar. Imaginemos, además, que los jueces, de forma general, pudieran ser cesados en virtud de la sentencia que hubieran proclamado o que hubieran dictado, es decir, que pudieran ser cesados en virtud de cómo desempeñaran su función; es decir, tan sencillo como que, en virtud de intereses privados, los jueces pudieran ser cesados de su cargo. Todos sabemos que, por lo menos, Carl Schmitt tenía razón en una cosa: el poder no lo tiene quien lo detenta, el poder lo tiene quien te puede cesar por detentarlo. Imaginemos, por tanto, que los jueces no fueran sencillamente funcionarios vitalicios, que no fueran funcionarios públicos que ejercen su función de forma vitalicia..., imaginemos, llegados al límite ya, en este experimento que estoy intentando hacer, una justicia privada... Bueno, de hecho, no otra cosa muy distinta es lo que se pretendió llevar a la práctica con el famoso Acuerdo Multilateral de Inversiones, el famoso AMI, que empezó siendo gestionado en la OCDE y que, a raíz de que Francia se retiró del proyecto –como todos sabemos, en virtud, fundamentalmente, de las manifestaciones unánimes y tremendamente potentes, del levantamiento popular que hubo en Francia contra ese Acuerdo–, se vino abajo. De todas maneras, sabemos también muy bien –porque ha habido artículos muy buenos que lo han explicado– cómo ese proyecto se ha desviado, sencillamente, de la OCDE a la OMC, y ha empezado a ser gestionado en la forma de distintos proyectos (el más importante es el GATT, el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios) con los que, se trata en resumen de conseguir lo mismo que pretendía en AMI, sólo que sin tener ya, en absoluto, que rendir cuentas a ninguna instancia pública. Imaginemos que, tal y como pretendía el proyecto del AMI, las grandes multinacionales pudieran llevar a los tribunales, a un tribunal superior, gigantesco, internacional, no ya a los gobiernos por dictar decretos, o a los gobiernos por ejercer su función ejecutiva (lo que a lo mejor no estaría tan mal), sino llevar a los tribunales a las asambleas legislativas –lo cual es una cosa sorprendente–, es decir, llevar a los tribunales a los parlamentos por dictar leyes que atenten contra las inversiones extranjeras en un país, que es lo que en realidad se pretendió legalizar en el tratado del AMI, en el Acuerdo Multilateral de Inversiones, y que por otra parte se está legalizando, en efecto, como digo, soterradamente. Imaginemos, en último término, que de forma generalizada camináramos a una privatización del aparato judicial, de modo que en cualquier momento cualquier juez pudiera ser cesado o, para hablar en plata, despedido, por no responder a los "retos" y "desafíos" demandados por las instancias más poderosas de la sociedad, y por no "adecuarse" a sus "demandas" según dictaminan unas comisiones evaluadoras del cumplimiento y desempeño de su actividad judicial. Bueno, todo esto, como digo, no está tan alejado de la realidad... Pero, hombre, por dios, todo el mundo entiende que sería un disparate. Una cosa es que sea así y otra cosa es instituirlo así explícita y públicamente... A excepción de la metedura de pata del AMI, con la que se pretendió explicitar legalmente una demencia semejante, como que un parlamento pudiera ser llevado a un tribunal... a excepción de esa metedura de pata, en la que se pretendió, en efecto, conferir estatuto legal a lo que ya era en verdad una sangrante realidad, lo que se ha descubierto es que la realidad era ya tan sangrante, que era tan irracional, que era tan inconstitucional, tan absolutamente contradictoria con cualquier principio legal, que sería absolutamente irracional, por decirlo en una sola palabra, absolutamente de "caraduras", explicitarlo, instituirlo legalmente a las claras; de tal manera que, en efecto, se va a pretender, o se está pretendiendo ya, y de alguna manera ya se está consiguiendo, instituirlo legalmente a escondidas. Es decir, no explicitarlo, sino sencillamente hacer leyes que más o menos puedan sortear la cosa para conseguir el mismo resultado sin necesidad de confrontarse con la opinión pública, porque la cosa no resiste la menor dosis de publicidad. Pues bien, todo esto, ¿qué demostró? Demostró que, por lo menos, en lo referente al uso práctico de la razón, mientras estemos en el terreno del Derecho, en el terreno de la "ciudad jurídica" (podríamos llamarla así) todo el mundo entiende muy bien que tiene que haber una cosa llamada ‘división de poderes’, y que, por tanto, tiene que haber cierto khorismós, ciertos abismos que separen las cosas de los cometidos de la razón. ¿Por qué no se entiende eso con respecto al uso teórico de la razón? La LOU, la tendencia general en la que ella se inscribe, ¿plantea algo muy distinto a todo esto que venimos experimentado por medio de este experimento ficticio (y no tan ficticio)? Lo que se entiende fácilmente como una demencia en el terreno jurídico, ¿no es lo es también en el terreno teórico? ¿Qué significan todos esos conceptos puestos en juego desde el Informe Bricall hasta las ponencias de Australia, Nueva Zelanda y EEUU en la cumbre de Qatar? ¿Qué están pretendiendo, con respecto a la ciudad científica, a eso a lo que a mí siempre me ha gustado llamar, en terminología platónica, "Academia"? Se dice, como si tal cosa, que la Universidad tiene que rendir cuentas a la sociedad. ¿A qué sociedad? Y además, no, no y no. La Universidad no es una parte cualquiera de entre las partes de la sociedad; exactamente igual que el poder judicial no es una parte cualquiera entre las partes de una sociedad, una parte que tenga que acomodarse a los retos y desafíos que marcan el curso y la marcha de la sociedad. Frente a la Universidad y la Justicia, la sociedad no es más que un tejido de intereses privados, que, más que nada, tiene que ser contenido, y contenido, controlado incluso –diría yo– por medio de legislaciones implacables. La sociedad no puede enseñar a la Universidad cómo debe negociar con la verdad, exactamente igual que no puede enseñar al Derecho cómo debe negociar con la Justicia. La sociedad no puede ser, en estos sentidos, más que, por una parte, el reo que tiene que ser juzgado, y en todo caso, el discípulo que tiene que ser enseñado. Como una vez dijo Lévi-Strauss –es una frase que me gusta mucho, es verdad que Lévi-Strauss lo dijo de una forma un poco más restringida, lo dijo en referencia a lo que la sociedad debería de hacer con los estudios universitarios de antropología, pero yo lo aplicaría, lo extendería radicalmente al ámbito entero de los estudios universitarios–, como una vez dijo Lévi-Strauss, lo mejor que puede hacer la sociedad con la Universidad es "darle todo y no pedirle nada". Así lo dijo Lévi-Strauss, que no era un demente, era una persona, como todos sabemos, bastante sensata. Ni siquiera aplaudió el movimiento de mayo del 68 con ningún izquierdismo barato. No sé..., estoy hablando de Lévi-Strauss, ni siquiera de Deleuze. Eso de que la sociedad le dé todo a la Universidad y no le pida nada es la mejor forma de garantizar que la Universidad preste a la sociedad un servicio, que preste a la sociedad el mejor de los servicios, el de preservar, precisamente, un lugar que pueda ser llamado con propiedad, y de verdad, "espacio público". Es decir, la sociedad no puede obtener nada mejor de la Universidad que el de preservar, en ella y gracias a ella, un lugar en el que le esté prohibida la entrada. Ese es el mejor servicio que la sociedad puede obtener de la Universidad: precisamente, el de preservar ahí un lugar en el que se haya decidido que tiene prohibido penetrar y colonizar, un lugar en el que ella, la sociedad, no pueda irrumpir para sobornar ni comprar ni chantajear... sobre todo teniendo en cuenta, además, como hemos dicho, de qué sociedad estamos hablando. O sea, el "servicio" en cuestión, el servicio del que hablamos es el de preservar a toda costa ese lugar incontaminado de sociedad, ese lugar nacido en Grecia, bajo el título de ese término que solemos utilizar casi con mayúsculas: razón. Preservar ese lugar incontaminado de sociedad es prestar a la sociedad un lugar con el cual la sociedad pueda medir y compararse constantemente; eso es exactamente el proyecto político que cacareamos todo el rato como nuestro bendito Estado de Derecho. ¿O qué pretendió la Convención Nacional Francesa, de la cual de alguna manera somos herederos, cuando dictó la Declaración de los Derechos del Hombre? ¿Qué pretendió más que precisamente preservar un lugar a salvo de todas las injerencias sociales, un lugar en el que, independientemente de todas las pertenencias tribales, comunitarias, sociales, religiosas, etc., etc., se dictaran unos derechos con los cuales los poderes ejecutivos pudieran medirse constantemente para saber si las cosas las estaban haciendo bien o mal? ¿Qué se pretendió con la Declaración de los Derechos del Hombre más que precisamente eso? ¿Y qué pasa? ¿Que lo que se entiende o se pretende entender –aunque luego no se lleve a la práctica– de una forma muy clara en el uso práctico de la razón no se puede entender con respecto al uso teórico de la razón, donde resulta incomprensible? ¿Ahí sí que parece claro que la Universidad tiene que ser sencillamente una "parte de la sociedad" destinada a acomodarse con todas las otras "partes de la sociedad", de tal manera que al final "El Corte Inglés" está en la misma proporción que la Facultad de Filosofía, y que hay que hacer una especie de componenda o apaño para ver cómo las cosas se pueden acomodar de tal manera que beneficien más a los retos, los desafíos y a la adecuación general con la marcha del mundo según las metas decididas en no sé qué plataformas submarinas? Pero, ¡qué es esto, hombre! No, no, no, no. La autoridad de El Corte Inglés, no tiene nada que ver con la autoridad del principio de no contradicción, sus demandas y sus ofertas de verano no tienen nada que ver con la disciplina científica que se acomoda a la experiencia, la observación y el estudio. Preservar un lugar incontaminado de sociedad es el único servicio que la Universidad puede prestar a la sociedad. Preservar un lugar en el que solamente primen la autoridad de ciertas palabras muy metafísicas y muy abstractas, si queréis decirlo así, verdad y justicia, teoría y dignidad. Si la sociedad quiere dignidad..., que por medio de legislaciones implacables se le prohiba la entrada en la Universidad, exactamente igual que se le prohibe a la policía la entrada en la Universidad, o que se puede prohibir a la policía la entrada en la Universidad si los rectores lo deciden así. Pero exactamente igual que se le prohibe a la policía la entrada en la Universidad, que se le prohiba a "El Corte Inglés" y a la casa "Bayer". Que se le prohiba, a través de los Consejos Sociales, a las grandes corporaciones económicas; sobre todo, que se le prohiba a las puñeteras ponencias de Nueva Zelanda, EEUU y Australia la mercantilización de la ciudad científica a través de proyectos legislativos como aquél al que hoy nos enfrentamos. No hay mejor servicio que la Universidad pueda prestar a la sociedad que, precisamente, el que ella materialice un lugar en el que le esté prohiba la entrada a la policía, que le esté prohibida la entrada a ‘El Corte Inglés’, que le esté prohibida la entrada a las grandes corporaciones económicas, sobre todo, que le esté prohibida la entrada a la OMC e incluso que le esté prohibida la entrada a Tele5 y a las opiniones de Ramoncín. Eso es fundamental. Absolutamente fundamental. Por ello mismo, el menor daño, la menor herida infligida a la Universidad pública por el ámbito privado, por el capital privado, es un atentado contra la sociedad, porque la sociedad necesita de ese lugar como necesita de la verdad, como necesita de la teoría, como necesita de la dignidad y como necesita de la justicia. El menor atentado contra la Universidad pública, la menor concesión al capital privado, la menor pretensión –como muy bien ayer denunció Juan Bautista– de utilizar el capital público para los fines del capital privado –ya que ni siquiera tenemos capital privado para formar buenas universidades privadas– es un atentado contra la sociedad, precisamente porque se le priva a la sociedad del mejor servicio que la Universidad le puede prestar, que es, no me cansaré de repetirlo, el de preservar ese lugar público en el que la sociedad tenga prohibida la entrada por un friso tan contundente como el de la Academia de Platón. Es un atentado contra el Estado de Derecho, y en las condiciones capitalistas actuales, como todos sabemos, y como muy bien han denunciado los movimientos antiglobalización, es un atentado contra el destino mismo de la supervivencia del planeta. Así de claro. Sencillamente. Estas heridas contra la Universidad pública están perfectamente planteadas, programadas según una tendencia general, reguladas en esa especie de marasmo ideológico en el que está escrito lo que son los preámbulos de la LOU, de la Ley Orgánica de Universidades a la que nos estamos enfrentando. Pero lo peor de todo es que estas heridas no son ni discutidas por la Conferencia de Rectores, esa pandilla de mercenarios, ni por la vergonzosa oposición parlamentaria que ha planteado el PSOE. Así es que como digo, me limito a decir, que los artículos de la LOU serán mejores o peores –a veces, en realidad, son mejores que los de la LRU–; no, no es, incluso, la peor ley. Probablemente el PSOE, por lo que ha dicho en su documento, haría una ley todavía peor. Los rectores, sencillamente, lo único que están haciendo ahí es, en un sentido corporativista, defender intereses privados inconfesables pero que encima tienen el morro de confesarlos. Y el gran acierto de las Coordinadoras de estudiantes fue, en efecto, ligar directamente la LOU al movimiento antiglobalización, y decir: "aquí, lo importante no son los artículos sino la tendencia en la cual esta ley ha sido escrita". En cuanto a las medidas concretas de los contenidos... pues quizás lo más grave es que, en la LRU, no sé si me equivoco, la proporción entre profesores funcionarios y contratados intentaba acomodarse a una cosa del 20%, yo no sé si me equivoco..., está aquí el decano. ¿Era algo así como el 20%? [J. M. Navarro Cordón] – el 49%. [C. Fernández Liria] – ¿En la LRU? [J. M Navarro Cordón] – No, en la LOU. [C. Fernández Liria] – En la LRU, me refiero. En la LRU era el 20% la ratio entre profesores contratados y funcionarios, y en la LOU, la ratio entre profesores contratados y funcionarios es del 49%. Claro, eso es una cosa, a mi entender, gravísima. Gravísima porque eso sí que es un atentado, en efecto, contra la condición de funcionario público, que para mí es, en efecto, la única garantía de eso a lo que llamamos "libertad de cátedra", por ese asunto que he comentado antes de que, en efecto, sólo hay libertad de palabra, solamente hay publicidad, ahí donde no solamente tienes el poder de hablar, sino que tienes el poder de que no te cesen por decir lo que dices. Claro, naturalmente. Es verdad que la LRU había hecho unos tribunales muy a la medida para asegurarse una cierta endogamia universitaria muy potente. ¡Hace falta un morro, una jeta de cemento para decir –como ha dicho cierto rector– que no hay endogamia universitaria! Hombre, joder..., o sea, claro que hay endogamia universitaria. En la LRU ha habido endogamia universitaria hasta en la sopa. Pero, claro, decir que ahora, con los tribunales de habilitación y tal y cual se va a parar la endogamia..., bueno, pues, la verdad es que..., a lo mejor eso no estaba mal, quiero decir, eso habría que discutirlo y habría que ver cómo se refleja en los Estatutos y cómo luego eso se lleva a la práctica; pero de todas formas, el hecho de que vaya a haber un 49% de profesores contratados, o que pueda haber un 49% de profesores contratados, pues es, a su vez, una concesión a la endogamia por la puerta de atrás igualmente monstruosa. O sea, que la LOU tampoco me parece que sea precisamente la receta antiendogámica por excelencia. Pero vamos, eso no me parece lo más grave, de todas formas..., porque la endogamia es buena o mala, las comunidades indígenas lo han discutido hasta la saciedad y no se han puesto de acuerdo entre sí, llevan milenios discutiendo el asunto; a mí me parece mala, pero no me parece lo peor. Lo que sí me parece grave es atentar, precisamente, contra el funcionariado público. Bueno, ya sabéis el tipo de cosas que yo suelo plantear. O sea, yo soy de los que..., claro, si se me permitiera plantear las cosas en una declaración de intenciones... ¡pues para qué las voy a plantear! Porque son intenciones que nunca tienen ninguna posibilidad de ser llevadas a la práctica. Hombre... pues yo soy de los que prohibiría las Universidades Privadas mediante legislaciones implacables, prohibiría... quiero decir, no sé, convertiría a todo el mundo en funcionario, sobre todo a aquellos que detentan la voz pública. Es decir, la voz pública no puede estar vendida a instituciones privadas que te pueden cesar por decir determinada cosa. Nunca habrá realmente publicidad, sobre todo, mientras no haya una enseñanza generalizadamente impartida por funcionarios públicos que, en efecto, puedan impartir clase con absoluta libertad de cátedra y, por supuesto, con unos tribunales detrás que les hayan juzgado con todas las garantías y que se hagan responsables; en efecto, esos tribunales, que son muy importantes, tienen que hacerse responsables..., y por eso hay que medirlos muy bien, y juzgarlos muy bien, y hacer leyes muy buenas para que esos tribunales sean buenos, para que, en efecto, se tengan garantías de que ese señor no va a decir tonterías; por ejemplo, que no haya ineptos que luego den clases ineptas y cosas de ese tipo... A lo mejor yo soy uno de ellos, no lo sé, quizás no debería haber aprobado la oposición, pero en cualquier caso, de iure debería de ocurrir, en efecto, que los tribunales se hicieran responsables, como última instancia académica, de que un determinado señor tiene competencia teórica, competencia científica, para impartir lo que va a impartir, y que una vez que tuviera esa competencia tuviera libertad de cátedra para impartir lo que él considere, lo que se considere según los programas aprobados en su Consejo de Departamento en virtud de criterios científicos, sin consultar a "El Corte Inglés", sin consultar a instancias privadas y sin consultar a los retos y desafíos planteados por "la marcha de Europa" y de los aliados de Europa protegidos por la OTAN y gestionados desde la OMC; lo que él considere que tenga que impartir o lo que pretenda o considere verdadero impartir, sin que ocurra que, porque no se adecua a no sé que metas y desafíos y a no sé qué marchas del curso de la realidad, ese funcionario pueda ser cesado de su cargo, ese funcionario, ese contratado, ese sujeto pueda ser cesado de su cargo. Lo mismo diría yo que debería ocurrir, en un Estado de Derecho... pero este ya es un tema con el que siempre acabamos discutiendo porque siempre acabo pareciendo un estalinista o yo qué sé..., pero, en fin, qué le vamos a hacer..., o sea, yo diría que lo mismo ocurre con el asunto de la libertad de prensa. La voz ciudadana no puede estar vendida a instituciones privadas que pueden cesar, despedir o marginar a cualquier periodista en cualquier momento, o admitir a cualquier periodista en un momento u otro. Eso es dejar la voz pública no a merced de los periodistas que han estudiado periodismo, sino a merced de una pandilla de mercenarios. Ahora bien, lo que sí sabemos es que la sociedad capitalista no resistiría ni un minuto a unos periodistas de carrera, a unos periodistas funcionarios que, sencillamente, haciendo unas oposiciones, tuvieran libertad de cátedra; porque de vez en cuando, incluso por muy corrupto que sea el sistema de oposiciones, de vez en cuando se cuela alguien, e imaginaros que se cuele alguien... si se cuela alguien en la Facultad de Filosofía, pues no pasa nada, ya sabemos... en fin, ahí está ese señor dando clase... bueno sí, es un rojo chiflado que no sé qué y tal cual, pero eso no hace mucho daño, al fin y al cabo, son cuatro gatos escuchándole. Pero, ¿qué pasaría si se colara alguien así en las páginas de política internacional o de política nacional de un periódico porque ha ganado una oposición y que no pudiera ser cesado? Pues que sencillamente no habría manera alguna de tejer el tejido de evidencias, de errores tenaces, el "macizo ideológico" que nuestros medios de comunicación nos tejen todos los días como si fuera, en efecto, la razón más razonable. Y la razón más razonable siempre ha sido al final coincidente, no se sabe muy bien porqué, con todas esas "metas y desafíos" que "el curso de la realidad" y "la marcha de la historia" han decidido en lugares tan públicos, ¿verdad?, como las plataformas submarinas, las cúspides de las altas montañas o los países tan transparentes democráticamente como Qatar. Así es que... Estado, Estado y más Estado. Eso es lo que, sencillamente, acabo siempre concluyendo. Cualquier atentado contra el Estado, en estos momentos, es, en efecto, el mayor atentado contra la sociedad. Cualquier atentado contra el funcionariado, es el mayor atentado contra la sociedad. Cualquier liberalización de los pocos reductos que todavía el Estado puede controlar, es el mayor atentado contra la sociedad. Liberalizar la Universidad, modernizar la Universidad, hacer que la Universidad asuma retos y desafíos privados es, sencillamente, privar a la sociedad del mayor de los servicios, del mejor de los servicios que, desde que Tales de Mileto se cayó en el famoso pozo ése y se fundó la historia de la filosofía, ha gozado la sociedad, el mayor de los privilegios de los que ha gozado la sociedad: la historia de la filosofía, la teoría, la razón, y, por otra parte, el Derecho, la Justicia y la Dignidad. Voy a terminar aquí..., y, en fin, pues comenzamos el debate, si queréis.
[*] Carlos Fernández Liria es profesor de la Facultad de Filosofía de la UCM |
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