Número 11. Febrero, 2000.
Monográfico

Cuaderno de Materiales

 

Monográfico número 11: Filosofía, educación y mercado

 

Valor de uso de la filosofía y valor de cambio de su enseñanza
Monserrat Galcerán (Profesora de filosofía de la UCM).

 

Me imagino gestos de estupor y algún rapto de indignación ante semejante título. ¿No nos habíamos desembarazado ya del dichoso Marx y de los pesados marxistas ? ¿ A qué viene de nuevo la vieja monserga ? ¿Acaso no hay otros términos con los que definir las cosas y con los que analizar una situación ?. Tal vez no. Os ruego pues un poco de paciencia en el manejo de los términos.

Empecemos por ellos. Al inicio de El Capital Marx distingue entre valor de uso y valor de cambio de una mercancía, entendiendo por tal dos dimensiones radicalmente distintas que pueden extenderse al análisis de un servicio mercantilizado. Por valor de uso entiende la utilidad que presta el objeto o, en nuestro caso el servicio, la cual es muy importante en su uso pero poco o nada tiene que ver con el coste del objeto y por tanto con su precio. El uso o la utilidad se presupone en los actos de intercambio pues, se podría decir, algo que no tuviera uso ninguno, nadie lo compraría, aunque bueno es reseñar que esa máxima de sentido común tropieza con el sinfín de objetos inútiles que todos adquirimos en un momento u otro. Ahora bien, la utilidad es cuestión del comprador y no del vendedor mientras que el precio lo establece el vendedor en función del coste. Dicho coste corresponde al denominado valor de cambio que nada tiene que ver con la utilidad y que se determina por el tiempo de producción o, dicho de otro modo, por el tiempo de trabajo necesario para producir el objeto en cuestión.

Al aplicar a la filosofía esos conceptos la estamos tratando como una actividad o como un servicio social mercantilizado, o sea como un valor de cambio, distinguiendo este aspecto de su hipotética utilidad o valor de uso. Ambas dimensiones discrepan y ambas se pueden asignar tanto a la filosofía como a su enseñanza aunque con implicaciones ignificativamente diversas. Ahora bien, el que tenga valor de cambio significa que se trata de una actividad que se ejerce en condiciones mercantiles, es decir que el usuario paga por el servicio - en este caso son los estudiantes los que pagan- y el profesor cobra por él pues, aunque funcionarizados somos todos trabajadores por cuenta ajena, la mayor parte por cuenta de una empresa pública.

LA FILOSOFÍA.

El uso de la filosofía o sea, la práctica de la misma, no parece que preocupe en gran medida a ninguno de sus profesionales. Más bien al contrario, suele afirmarse que la importancia y el prestigio de esta disciplina radica en su falta de utilidad. Así que se la define como una disciplina que desde la Antigüedad clásica se ha caracterizado por exigir a aquel que quiera dedicarse a su cultivo una buena dosis de ocio: se trataría de un saber privilegiado, destinado a unos pocos que pueden gozar de la ausencia de ocupaciones inmediatas. En este sentido la tradición suele tratar a la filosofía como un lujo para una minoría, consustancialmente ligada al modelo ancestral de una Universidad para la educación de las elites.

Se suele situar en Aristóteles el origen de esa idea aunque el texto de la Metafísica en el que se encuentra (982, G 10-25) se presta, como por otra parte es usual en los textos filosóficos, a interpretaciones menos restrictivas. No voy a detenerme en ese punto, sólo quiero indicar que al decir que "filosofaron [los hombres] para huir de la ignorancia]" y añadir que "[con ello] es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento y no por utilidad alguna", esa "falta de utilidad" alude al carácter no teleológico de la actividad filosófica misma, al hecho de que no está centrada en un fin a conseguir sino que deja ir al pensar según su propia dinámica, pero no excluye que los resultados de ese saber puedan ser extraordinariamente útiles por sus implicaciones sociales, técnicas o culturales. En consecuencia no creo que la filosofía pueda definirse como una "actividad para ociosos", a pesar de que obviamente implica un determinado distanciamiento y requiere un ritmo propio, pues trata de ejercer un tipo de actividad mental-(lingüística) que podemos calificar de "abstracta" o "genérica".

Algunas tradiciones emparentan la inutilidad de la filosofía con la propia etimología de la palabra : filo-sofía o amor por el saber, distinto del saber auténtico ya que ese último es un "saber constituido" mientras que el filósofo persiguiría un saber solo tentativo e intencional, cosa que, en mi opinión, no corresponde al propio acervo de la disciplina pues las obras de los filósofos son arquitecturas bastante complejas de un saber que se pretende constituido si bien a un nivel general.

Aún así, de ser cierta aquella suposición, ¿significaría que la filosofía no sirve para nada?, ¿el que no sea útil de un modo inmediato significaría que es algo así como un eterno divagar? .Pregunta constante en las aulas de secundaria : ¿para qué sirve un saber tan extravagante ?.Menuda colección de idioteces tener que estudiar la ristra interminable de las opiniones de un filósofo tras otro : Platón, Aristóteles, Sto. Tomás, Descartes, Spinoza, Hegel, Marx, Nietzsche, Heidegger, etc.etc. Una hilera inacabable de nombres ilustres, de distinta procedencia y condición, escritores todos de obras casi siempre difíciles de descifrar para el profano, cuyo recóndito saber exige una preparación y aún más, una introducción a la preparación que agota los años de estudio. Sólo unos pocos que casi por un azar de la historia nos dedicamos profesionalmente a ese menester, erudito entre las ocupaciones eruditas, penetraríamos, al parecer sin engorro, en los arcanos de una lectura plagada de asechanzas.

A pesar de su inutilidad los filósofos, o las filósofas, pues empieza a haber filósofas en femenino, constituyen un gremio un tanto específico. Basta poner esas palabras bajo cualquier artículo periodístico para que las opiniones, en tantos casos personales e intransferibles, vertidas en él, parezcan alcanzar el rango de verdades primeras, claras y distintas. Casi ni se necesita argumentar, como si "la opinión" de un filósofo, por ser éste alguien cualificado, dejara ya de ser mera opinión. El hábito del pensar, del razonar y del argumentar es algo que se supone sabrá hacer con la misma maestría con la que el cantante sabe usar la voz. Se produce entonces un equívoco lamentable : dado que un filósofo por ser tal no puede enunciar sólo " una opinión" sino que todo lo que dice está animado por el pensamiento, será escuchado como si de un pensador se tratara cuando no hace más que exponer auténticos lugares comunes. Basta cierta pericia, alejarse de los tópicos y envolverlo en los clásicos.

Estamos ante un extraño enigma: parecería que la filosofía no tuviera utilidad alguna, pues el pensador ejerce el pensar por el mero placer de hacerlo, pero sí tiene valor de cambio pues el filósofo, profesional del pensar, exige que se le retribuyan bien sus servicios y se queja amargamente de la degradación que le depara la asalarización. Como si el pensar, profesión liberal por excelencia, se aviniera mal con el estatuto del salario..

Replanteemos pues la cuestión y preguntémonos qué tipo de uso le conviene a un saber tan inaudito, a una profesión tan agorera, a un oficio de artesanos tan depurados . ¿Qué porvenir para aprendices de filósofos sin uso ? ¿Acaso está la filosofía en trance de desaparecer por falta de ejercicio ? ¿ A qué se dedican las facultades de filosofía y los profesionales de la misma ? ¿Y a qué podrían dedicarse los nuevos estudiosos ? ¿Hay acaso filosofías nuevas ?

Intentemos otra vía de aproximación. Ciertamente la filosofía exige cierto aprendizaje y dominio de los textos. Pero no basta con eso, no basta con saber citar correctamente o con no equivocarse al referirse a Descartes. Fundamentalmente la filosofía tiene que ver con los conceptos del mundo y de las cosas, con las palabras con las que se las designa, con las imágenes que hacen vívida una situación y con las relaciones que se establecen entre todo ello; en definitiva con la estructura enunciada o enunciable del mundo. "Pensar" es una actividad ligada a la percepción, al lenguaje y a la estructura del mundo que nos permite orientarnos en él, pues no lo hemos creado. Ya estaba ahí cuando nacimos y es en él que necesitamos insertarnos. "Pensar" significa darle vueltas, ajustar los términos hasta que las relaciones queden más claras, hasta que ciertos nudos salten hechos pedazos, hasta que ciertas arquitecturas se desmoronen o se diluyan como el hielo que se funde con el calor y es también recordar o "poner sobre el tapete" la genealogía de las palabras que definen las relaciones fundamentales. Un buen concepto es una red de palabras bien tejidas que permiten "capturar" elementos de realidad inconexos : percepciones, fragmentos de discurso, acciones inesperadas o efectos imprevistos, imponiendo un cierto protocolo de repetición. Una teoría es imprescindible para poder entender, no es en absoluto un lujo. La "filosofía para ociosos" la trata como un lujo ligado al poder, cuando el pensar y el saber recogido en el lenguaje y en los textos, no sólo forma parte del mundo cultural en el que uno habita, sino que en ocasiones es imprescindible para entender y para sobrevivir social y culturalmente.

Hay quien dice que la voluntad de sistema forma parte de toda filosofía, si bien, por desgracia no siempre un filósofo consigue estructurar una buena sistémica. Pero en todos los saberes se dan fragmentos de teoría que pretenden conceptualizar un conjunto de proposiciones o una serie de términos clave que resuman el cuadro general en el que se insertan desarrollos más amplios, ya sean éstos protocolos observacionales o teóricos. Frente a esos fragmentos de teoría algunas filosofías querrían comportarse como una red de redes, como un desarrollo conceptual global que asigne a cada región y a cada conjunto su lugar específico, que impida los bloqueos o cortocircuitos en el territorio de los saberes, que aclare las ambigüedades, que reparta los dominios. Y pretenden que podrían hacerlo en función de una especie de saber ancestral sobre los límites entre unos saberes y otros, sobre sus relaciones epistémicas y la especificad de cada una. Con una mirada global, ya sea reflexiva o interpretativa , la filosofía podría decir la última palabra en las contiendas del saber.

A mi parecer esa posición, que pretende prolongar la mirada del viejo filósofo-rey al propio mundo del saber es desafortunada pues, a pesar de su larga tradición, la filosofía no dispone de un saber superior con el que adjudicar los lugares. Ese error, por extendido que esté entre los profesionales de la filosofía que creen disponer de alguna varita mágica para volver a su orden los territorios díscolos y los ánimos encrespados, sólo responde a nuestros deseos, nuestra imaginación y nuestra ignorancia.

El filósofo, como cualquier mortal, carece de acceso privilegiado al templo del saber. Sus puertas, como las de El Proceso para el joven K, están selladas porque más allá no hay nada. No hay ningún acceso privilegiado al mundo del "saber en general" que nos permitiera, de un salto, trazar la geografía del mundo. Y en consecuencia para "pensar en general" tenemos que aceptar el lento, laberíntico y difícil camino entre las letras que componen ese mundo.

Pero no por eso la filosofía está de más. No puede cumplir con una tarea enciclopédica de explicitación general que le fue asignada por una añeja concepción religiosa. Y haciéndose heredera de la poesía mitológica, de la religión y de la teología, asentar el orden del mundo en su fundamento. Ese intento ha resultado vano. Parafraseando a Nietzsche podemos afirmar : no sólo dios ha muerto, con él ha muerto el filósofo-rey, siempre con su receta a pedir de boca.

Rota la vinculación al poder, aunque sea al poder soñado en el exilio, la filosofía está presente donde un nuevo movimiento social o una nueva problemática se está abriendo camino. En el primer caso se necesita del pensar para explicar a todos los concernidos por lo que está pasando, qué cosa sea eso ; para desentrañar los sucesos y para encontrar nuevas formas y nuevas estrategias, para expresar nuevas vivencias ; para articular un mundo de sentido donde sin él sólo habría ecos y ausencias. Los nuevos movimientos sociales son auténticos laboratorios de filosofía pues allí se debate, se habla y se escucha, se argumenta, se buscan soluciones nuevas para viejos enigmas, se retraducen textos, se hace necesario encontrar las palabras para los nuevos tiempos.

En el segundo, cuando a parece una nueva problemática teórica o científica, se echa mano de la filosofía porque faltan conceptos en situaciones de crisis de las disciplinas y hay que renovar las fuentes de inspiración. También entonces viejas posiciones que quizá en su momento fueron desechadas por ser demasiado especulativas, demuestran capacidad para incentivar un proceso de reconstrucción intelectual, pues los problemas y las soluciones se siguen unos de otros como las cerezas en un cesto. Líneas intelectuales que ya han dado todo de sí alcanzan nuevas dimensiones al cruzarse con corrientes filosóficas que las arrastran a un nuevo campo de problemas. Sin esas lecturas providenciales, sin esos encuentros inesperados y fructíferos, ciertos impasses teóricos habrían sido definitivos.

La riqueza de la filosofía, su inmenso valor de uso está pues en ese acervo de pensamientos, de ideas y conceptos, de teorías y de perspectivas, que tantas y tantas inteligencias han formulado en algún momento para solucionar un problema o para encontrar respuesta a un interrogante. Y que aún cuando no hayan dado una respuesta satisfactoria, han desbloqueado el camino o mostrados ramificaciones inesperadas que darán lugar a nuevos planteamientos. Ahora bien, eso no significa que todas las filosofías alberguen respuestas para cualquier pregunta. Como en cualquier caja de herramientas hay que aprender a poner en juego las que se adaptan a un determinado cometido.

Luego no es cierto que la filosofía sea un saber para ociosos, más bien habría que decir que es un "saber comprometido en la creación de conceptos que tienen efectos sociales y culturales", usando para ello reglas procedimentales de probada eficacia : la argumentación, el debate, la crítica, el análisis de los términos y los conceptos, la búsqueda de soluciones alternativas, el distanciamiento, la puesta en cuestión, la comprobación de viejas sentencias, la reflexión, etc.

LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA.

Como toda disciplina la filosofía exige un lugar de aprendizaje que está constituido por las distintas instituciones educativas (facultades, Institutos, centros de secundaria, etc). En ellas se enseña al futuro profesional y se le capacita para el ejercicio como ocurre en otras profesiones liberales, con la peculiaridad de que al centrarse la filosofía en la actividad intelectual "en general", actividad que se ejerce pero que no puede conservarse como una compota, es prácticamente imposible trasmitirla como un compendio de conocimientos. De hacerlo así el estudiante recibe un sinfín de datos pero ningún pensamiento y la propia disciplina le resulta enojosa y aburrida.

Un mínimo vistazo al estado de la enseñanza de la filosofía nos permite observar que quizá por su peculiaridad, ésta ocupa un lugar fundamental en la filosofía misma, siendo una de las pocas profesiones en que la enseñanza casi ocupa al conjunto de los profesionales. Mientras que en otras disciplinas la enseñanza se concentra en una pequeña parte en relación al conjunto de los licenciados y profesionales, en la filosofía abarca a la mayoría, de modo que la enseñanza de la tradición filosófica se magnifica cortando a la filosofía de su propio contexto y volviéndola incapaz de una interacción efectiva con otras disciplinas. La erudición y el ensimismamiento se convierten en sus rasgos determinantes.

En el Estado español la filosofía está bien asentada en los grandes centros de enseñanza; está presente en el Bachillerato y en la Universidad, no así en la enseñanza general básica, siguiendo en ello una tendencia común a los países europeos del Sur, que como Portugal o Italia mantienen la filosofía en la Enseñanza secundaria . Tal cosa no ocurre en un país con una tradición tan fuerte como Alemania, donde la filosofía forma parte de los estudios superiores que se desarrollan en la Universidad, pero está ausente de los niveles básicos o de la secundaria. O como en Francia donde ocupa un lugar intermedio pues está presente en el curso de paso a la Universidad, pero falta en niveles inferiores. Tampoco en USA donde forma parte de los estudios culturales y de crítica literaria.

Esa constatación es un tanto sorprendente y está en la raíz de algunas peculiaridades de nuestros alumnos : muchos de los estudiantes de filosofía aspiran a su vez a ser algún día profesores, razón por la cual la transmisión de la tradición filosófica que es a su vez la que ellos deberán transmitir a sus alumnos, se convierte casi en la única relación con la filosofía. Nunca o muy pocas veces les vemos leer directamente los textos, nunca o casi nunca repensar lo que el texto plantea, seguir su análisis, aceptar o criticar sus planteamientos o sus conclusiones, en raras ocasiones identificarse con una doctrina, apropiarse de una idea, desarrollar unas intuiciones quizá fragmentarias. En vez de apropiarse y rehacer la filosofía, se adopta una actitud de respeto y de curiosidad : cultivar la tradición, pulirla, mantenerla y transmitirla. A cambio de un puesto y un salario.

No es que lo condene. Como cualquier saber, habilidad o práctica, la filosofía exige una serie de conocimientos, autores, referencias, historia de los conceptos, temas centrales de los que se ha ocupado, tics y matices que sólo se conocen si se conservan y se explican. Sería absurdo que todos tuviéramos que ser autodidactas : por malos que hayan sido nuestros profesores - y en algunos casos lo son y lo han sido hasta el aburrimiento - nos han enseñado muchas más cosas de las que suponemos y les debemos cierto modo de leer - o de no leer - y de interpretar, preguntar, argüir o razonar. Mal que nos pese, la filosofía es también una cuestión de escuelas.

Pero el que la filosofía viva, la que se hace en un país o en el marco de una cultura, se agote en la enseñanza es, en mi opinión, un mal síntoma. Pues si la única razón de existir como disciplina es la transmisión de lo que los filósofos han dicho a lo largo de los siglos, aún siendo eso mucho, es demasiado poco. La enseñanza y la repetición del saber transmitido pasa a ocupar el lugar del saber nuevo, del que se está creando, lo desconoce y se reduce a sí misma. Abrir la filosofía a otros saberes es condición de su existencia y requisito imprescindible de su vitalidad, aunque suponga un riesgo muy alto para el filósofo pues le exige una amplitud de mirada que no es la del especialista, sin que encuentre tampoco suelo firme para su "universalidad". La propia tradición filosófica es insuficiente para ello.

Ese viejo problema caracterizó la discusión de los años 60 sobre "el papel de la filosofía en el conjunto del saber". Veníamos o estábamos todavía en una tradición escolástica que no facilitaba la discusión y cuyos extremos no sea tal vez cuestión de rememorar. Baste decir que la propuesta esbozada por M. Sacristán, según la cual la filosofía debería enseñarse en algún tipo de institución menos escolar que las actuales Facultades pero a la vez más sensible a los nuevos problemas y debates en el mundo del saber y de la ciencia, me sigue pareciendo una propuesta de gran alcance. Ponerla en marcha comportaría sin duda graves problemas de adecuación para los actuales enseñantes, pero permitiría ampliar la presencia de la filosofía en las diversas ramas del saber, condición imprescindible de su vitalidad.

Así pues a mi modo de ver la filosofía no se reduce a la "filosofía académica" aunque su presencia social sea mucho más difusa de lo que ocurre en otras disciplinas. Hasta cabe decir que la Academia recoge tarde y mal el pensamiento que se hace "fuera" de ella y muestra una ligazón más estrecha con los nuevos problemas históricos, científicos, artístico-culturales o vivenciales. Ese fenómeno es muy visible cuando se observa que en diversos periodos históricos las nuevas corrientes se han afirmado fuera de la Academia antes de ser recogidas por ella. Baste citar a los "humanistas" del Renacimiento, a los "philosophes" ilustrados, al propio Marx, o a Nietzsche, o a Spinoza ; o al Sartre de los años 60 sin ir más lejos. Sería un error despreciar esa riqueza en nombre de la "filosofía legítima" que se concentra en las Universidades pues ésas dan el título y el marchamo, facilitan al estudioso la adquisición de determinados conocimientos y ofrecen al profesional ciertos medios, pero son muy lentas y cortas de vista para los nuevos problemas, para la crítica, para la puesta en cuestión y la innovación. La propia estructura de la Universidad como transmisora de un saber "hecho" dificulta más que ayuda a los profesionales más creativos en su trabajo.

Si, como dice A.Badiou en su pequeño Manifiesto por la filosofía(Buenos Aires, ed. Nueva Visión, 1990 - 1ª de. francesa, 1989- ), ésta es una actividad intelectual "exenta", cuya sutura histórica a los campos de la matemática (del "mathema"), de la política, de la poética y del amor ha marcado gran parte de su historia, quizá no esté de más reproponer lo que, más allá de su ligazón con esos cuatro campos, la especifica en tanto que actividad intelectual singular: la puesta en ejercicio de procedimientos intelectuales de corte lingüístico-creativo que son transversales a las actividades intelectuales y culturales de una comunidad social, implantadas en ella de un modo particularmente difuso.

Se trata pues, a mi modo de ver, de defender la práctica y la enseñanza de una filosofía "exenta" , es decir de no reducirse a una filosofía ligada a otras materias como podría ser una "filosofía de la ciencia" o de la "política" o "de la historia" o del "arte", que aún teniendo su lugar no agotan el campo del pensar, pero sin que esa filosofía, por otra parte, sea una "enciclopedia" ni una ristra de conceptos generales. Y de defender una didáctica de la filosofía mucho más abierta, directa y relacionada con los otros campos del saber y de la práctica social.

El segundo punto, y el más complejo, afecta a la mercantilización ( el valor de cambio) de la enseñanza y por tanto, a su inclusión en el marco de una Universidad concebida como "empresa" que ofrece servicios de conocimiento a rentabilizar desde el punto de vista de la inversión, tanto de la inversión social que supone mantener dichas Instituciones como de la inversión privada que pueda suponer para el estudiante o su familia sufragarse una carrera. En el capitalismo avanzado al que empezamos a pertenecer, los servicios educativos forman parte de las infraestructuras sociales financiadas por medio del gasto público, que son prácticamente imprescindibles para la cualificación de una fuerza de trabajo compleja como la que precisan dichas sociedades. En estas instituciones se combina la transmisión del saber con la producción de conocimiento nuevo o, lo que es lo mismo, la docencia con la investigación. Formar nuevos enseñantes y profesores, en el límite inclusive nuevos filósofos, pensadores o futuros trabajadores expertos "en actividades intelectuales en general" forma parte de lo primero ; desarrollar programas de investigación que aporten nuevos conocimientos constituye lo segundo. Con una peculiaridad, dado que el conocimiento no sólo es "saber" sino especialmente "saber hacer" exige un mecanismo de constante promoción y reciclado para mantener a los profesionales adecuados, para formar el llamado "capital humano", es decir el conjunto de habilidades y capacidades intelectuales que posibilitan el trabajo "mental" en general.

Ahora bien, en la sociedad del conocimiento a la que nos estamos acercando, no sólo se "mercantiliza" el acceso y la transmisión del conocimiento sino que su "producción" se industrializa con lo que pasa a ser un sector más de la producción social. A partir de ese momento se la empieza a gestionar como una empresa (privada) sujeta como cualquier otra a la obsesión por la venta del producto ( la colocación de sus licenciados), el ahorro de costes y la rentabilización máxima de la inversión ( en terminología marxista diríamos que por la extracción máxima de plusvalor). Se pasa a privilegiar por encima de cualquier otro el criterio de rentabilidad, de modo que el gasto en educación sea tratado como una inversión en la que se debe reducir al máximo todo gasto innecesario ( reducción de las convocatorias, restricción del periodo de permanencia en la Universidad, control del personal, aumento de las horas lectivas para el personal docente u otros grupos, etc) y se controlan todos aquellos capítulos por los que aumenta el gasto sin aumentar el rendimiento : ése no es otro que el de formar el máximo de alumnos posibles en un tiempo mínimo con calidad standard.

Ese tipo de políticas se intentan legitimar desde un punto de vista estrictamente económico como rentabilización de la inversión o darles cierto tinte social, pues se trata de gasto público y en consecuencia una buena gestión parece redundar en beneficio de toda la sociedad. Pero hay que tener en cuenta en primer lugar que la formación de buenos profesionales es una necesidad social y en consecuencia, si bien comporta un gasto, ése debiera ajustarse a satisfacer las exigencias educativas y profesionales de la población, antes que figurar como un factor de inversión. Es decir, una buena y amplia política de becas, una financiación generosa de los establecimientos educativos, bibliotecas en buenas condiciones, calidad en la enseñanza y en la investigación, servicios informáticos, etc. son rasgos que caracterizan un eficiente servicio de educación con potencialidades mucho más altas que el mantenimiento de Instituciones mediocres a las que se exige un alto rendimiento. El criterio de rentabilidad no parece ser el criterio mejor para acercarse a una tarea compleja como es la educación en la que necesariamente hay que considerar otras variables: periodos más dilatados para unos alumnos que para otros, programas que no dan el resultado apetecido, niveles complejos de cualificación, interactividad, etc. El criterio de rentabilidad es probablemente el único criterio económico aceptable desde la perspectiva del capital pero para los usuarios existen otros elementos que deben tenerse en cuenta y que exigen cuando menos poner en cuestión una primacía altamente cuestionable.

La "privatización" de la enseñanza superior supone un paso más en esa dinámica de mercantilización y de industrialización, pues convertir una Universidad en una empresa privada, no ya tratarla como tal, sino abrir las puertas a distintos grupos inversores ( Fundaciones privadas, consorcios bancarios, etc) implica hacer del "conocimiento" el producto a obtener y exige por tanto reorganizar la Universidad privilegiando aquellas ramas que previsiblemente puedan aportar mayores rendimientos en perjuicio de otras que pasan a un lugar secundario. Ocurre como si, dado que el aumento del potencial científico es un elemento de las políticas de desarrollo, ya desde el principio se subsumiera la investigación bajo el hipotético beneficio a obtener, colocándola bajo la supervisión de organismos corporativos designados ad hoc.

Esa inclusión de la investigación universitaria bajo el paragüas de las grandes empresas implica desvincularla de los controles populares. Quizá no sea éste el objetivo prioritario pero qué duda cabe que puede resultar de interés si se tiene en cuenta que ya actualmente el estado corre con la proporción mayor de los gastos destinados a la investigación fundamental, uno de cuyos capítulos prioritarios, dicho sea entre paréntesis, es el militar. En los programas de I+D (Programas de investigación y desarrollo) que se convocan anualmente, el porcentaje que corresponde a "bienestar social" (educación, sanidad, medio ambiente, etc) es mucho más pequeño que el que se destina a alta tecnología en la que se incluyen investigaciones de interés militar, estratégico o de prestigio.

La investigación en I+D es característica, por otra parte, de los países más industrializados, a cuya serie el nuestro recién se acaba de incorporar (en los años 90 la investigación realizada en dichos países totalizaba alrededor del 90% de toda la I+D mundial (M. GALCERAN y M. DOMINGUEZ, Innovación tecnológica y sociedad de masas, Madrid, Síntesis, 1997, p. 156.)), y en ella la inclusión de la cúpula investigadora representada por los departamentos universitarios en la élite empresarial es una constante. No sólo porque brinda una posibilidad de control y de injerencia empresarial en la producción científica sino porque la inserta, de un modo orgánico, en el marco de las grandes inversiones que le garantizan respaldo financiero. La industria se coloca así en situación de poder rentabilizar, sin posteriores pasos intermedios, el resultado de las investigaciones en el caso de que puedan resultar útiles mientras que el grupo investigador se asegura una financiación estable. Los contratos Universidad-empresa favorecen además el contacto entre la investigación pública (la que se hace en el marco de las Universidades e Institutos públicos) con la privada ( la que se realiza en el marco de las empresas) entre los que no hay una diferencia de naturaleza pues, si bien la Universidad se concentra en la investigación básica, las fronteras con la aplicación son flexibles y las empresas cuentan también en muchos casos con subvenciones estatales. Se socializan los costes pero se garantizan los beneficios privados según un modelo que en los grandes países industrializados lleva ya varios decenios ( especialmente USA, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón,..) aunque en el nuestro recién esté empezando.

Para los filósofos y la filosofía esa transformación resulta perjudicial, aunque manifiesta rasgos paradójicos, pues

  • en una sociedad de masas se necesitan profesionales en masa para determinadas tareas ( se puede necesitar gran número de médicos, o de ingenieros,..) pero dada una formación " de especialistas" resulta confusa la virtualidad social de una "elite pensante" poco normalizable como "profesión específica", dado justamente el carácter en parte "concentrado en la Academia" y en gran parte "difuso" de la actividad filosófica que hemos visto antes. Por otra parte se insiste en que la sociedad de la información, del saber y de la comunicación exige una formación "polivalente" en la que al menos en principio la filosofía podría tener un lugar importante que, sin embargo, no acaba de cuajar, quizá por la propia inoperancia de los profesionales dela filosofía. Parece como si en la filosofía cristalizara la contradictoriedad de una enseñanza para una sociedad de multitudes cuya posibilidad de autogestión es mínima y de una especie de capitalismo socializado que comparte el principio indiscutido de la máxima rentabilidad. Con un cambio también en los "saberes de prestigio" que marginan a las viejas Humanidades trayendo a primer término disciplinas ligadas a la tecno-ciencia o a otro tipo de actividades (música, arte,..)

Pero,

  • mantener y potenciar la filosofía no tiene que ver con volver a un pasado "humanista" que se supone que se estaría perdiendo en beneficio de un presente "científico", sino con la necesidad de estar presentes de un modo crítico y reflexivo en los procesos formativos . Para eso la Facultad de filosofía, sin abandonar su propia tradición, debería ser capaz de relacionarse de un modo más integrador con las otras disciplinas y tener una mayor presencia en los debates sociales (algo así como el Colegio de Filosofía de Paris y de Barcelona o las Jornadas de "puertas abiertas"). Tal vez mero desideratum pues las inercias de nuestra propia Universidad, la antigua y venerable Complutense, no facilitan un cambio de ese tipo.

Aparte de que

  • ligar la crisis en la enseñanza de la filosofía con la reflexión que sobre la propia Universidad y su función ha hecho el movimiento estudiantil desde los años 60 nos permitiría ganar algo de claridad . En la segunda parte de ese artículo no he hecho más que introducir levemente esta problemática.

 

[índice de este número 11] [Educ.Univ.Mercado]

volver índice / otros números