La filosofía académica parece formar una especie de
continuo circular, o círculo vicioso: se enseña filosofía en el bachillerato
para alentar o instar a los alumnos a continuar sus estudios en la Facultad de
Filosofía, donde la formación que recibirán no les permitirá ejercer, una
vez licenciados, más que "una actividad intelectual de interés
exclusivamente endogremial" (Manuel Sacristán, "Sobre el lugar de la filosofía en
los estudios superiores" Editorial nova terra), que, en algunos casos, consistirá en
continuar enseñando filosofía en el bachillerato.
Pero, aunque la filosofía académica se limitase a dicho
estatus circular, lo cierto, es que ni tan siquiera la continuación en la parte
profesional de dicho círculo (la actividad docente) es una opción disponible
para todos.
Las perspectivas laborales del recién licenciado en
filosofía no van más allá de la docencia; previa obtención del C.A.P (
Certificado de Aptitud Pedagógica, cuya relevancia es más burocrática que
profesional); y la docencia es ámbito ciertamente restringido. Mas, a pesar de
las limitadas posibilidades de ejercer profesionalmente, hay dos caminos para
aquellos que "eligen" dedicarse a la actividad docente: opositor a
cargo público o candidato a centro privado.
Si se ha decidido por el largo camino del opositor, le espera
un inseguro e itinerante destino. Tan sólo un insignificante "por
ciento" obtiene plaza estable tras muchas convocatorias y años a sus
espaldas, otro pequeño "por ciento" consigue aprobar los exámenes y
logrando ejercer como interino (hasta la próxima convocatoria) y el gran
"por ciento" sigue probando fortuna sin ningún reconocimiento y
seguramente habiendo perdido en el camino su tiempo y su dinero con alguno de
esos vergonzosos temarios (temarios con los que las academias se lucran
impúdicamente a base de plagiar manuales o historias de la filosofía o de
plagiarse entre ellas mismas).
Si ha optado por la Enseñanza Privada, en primer lugar
tendrá superar un duro proceso de selección, esto es, sortear a cualquier
"hijo de, amigo de, o conocido de" la dirección de la empresa, tanto
antes como a lo largo de los futuros contratos temporales que consiga. Durante
ese tiempo podrá percatarse del espíritu que reina en la enseñanza privada.
Lo primero que uno percibe en la enseñanza privada es que la
dirección tiene un desmedido interés por aumentar el número de matrículas,
número al que presta la máxima atención.
Prueba de ello es la intensa preocupación de la dirección
por el porcentaje de aprobados, hasta el extremo de exigir al profesorado un
porcentaje mínimo de suspensos, con lo que confían asegurarse el contento de
los padres y la consiguiente matriculación de sus hijos.
Otras de las preocupaciones que inquietan la creatividad de
la dirección es la de hacer y distribuir bien la publicidad del centro,
organizar fiestas, comuniones, conciertos con fines "benéficos",
ferias y demás eventos que puedan atraer o congregar a futuros clientes.
En la enseñanza privada la educación es vista como un
producto comercial, donde prima la cantidad sobre la calidad.
La situación del profesor tampoco es inmune al espíritu
comercial que domina en las instituciones privadas; por ejemplo, su criterio
siempre estará por debajo de lo que estimen los padres o la dirección, ya se
sabe "el cliente tiene siempre la razón".
Otro tanto ocurre con su jornada laboral, que se ve saturada
de clases con el fin de reducir costes y emplear el mínimo número de docentes.
Según la resolución de 9 de agosto de 1999 (BOE del 25 de agosto de 1999) a
las veintisiete horas lectivas semanales que componen la jornada completa del
profesor de la privada (en la pública rara vez superan las diecisiete) que se
les suman las doscientas treinta y siete horas complementarias que se
distribuyen a lo largo del año, se les pueden añadir otras ciento veinte horas
negociables, "que no tendrán el carácter de horas extraordinarias",
lo que supone entre las seis y las ocho horas lectivas diarias y la consiguiente
perdida en la calidad de la enseñanza [la jornada de ocho horas, a parte de
suponer el límite permitido para este tipo de actividad, es prácticamente
inhumana, teniendo en cuenta la tarea del profesor, se puede decir que una hora
de clase supone un desgaste físico y psíquico que excede al de cualquier otro
trabajo, además del tiempo de preparación previo a la clase y el posterior de
evaluación de resultados].
Por otra parte el profesor en los centros de enseñanza
privada se encuentra en una situación de desprotección inaudita. Primero por
su completa dependencia de la empresa o dirección del centro, tanto si su
contrato es temporal como si es indefinido, ésta siempre tendrá la renovación
o el horario como "armas" para presionar al docente. Segundo por la
falta de interés que los sindicatos muestran por el profesorado de la privada;
por ejemplo, no tienen ninguna preocupación por mejorar el Convenio Colectivo
nacional de centros de enseñanza privada, que supone una mayor jornada laboral
y una menor remuneración que el de la pública; quizá debido a que pocos son
los docentes que se atreven a sindicarse, a riesgo de que la dirección lo
considere un acto de desacuerdo o enemistad, y los sindicatos parecen
preocuparse sólo por aquellos que están ya sindicados. De hecho, su actual
dedicación es la de presionar a la Administración para conseguir que se
cierren las listas de interinos, lo que supone la práctica imposibilidad de
acceder a un puesto de profesor en la enseñanza pública para aquellos que
acaban de licenciarse o comienzan a opositar y que seguramente no estén
sindicados, a diferencia de los interinos.
Si resumiésemos en unas fórmulas sucintas el espíritu con
el que el centro privado contempla la educación el resultado quedaría más o
menos de la siguiente forma:
- La satisfacción de empresario es directamente proporcional
al número de matrículas que obtiene, que cree que se deben al número de
aprobados [a mayor nº de aprobados mayor nº de matrículas] y a la intensidad
y medios puestos en la "captación de clientes".
La seguridad del empresario, que las más de las veces
coincide en la persona que hace las funciones de director del centro, es
inversamente proporcional a la seguridad de los docentes, ya que está
convencido de que su control sobre el profesorado (necesario para el buen
funcionamiento del centro, hablando en términos de matrículas) se deriva de la
inseguridad laboral de los docentes, inseguridad que obtiene mediante un fluir
continuo de despedidos y contratados o, en el caso de adquirir una plantilla
más o menos estable, mediante el despido ejemplar. [Recordemos que /la oferta
de profesores titulados es inmensamente mayor que la demanda/profesores
titulados hay muchos y puestos de trabajo muy pocos/, he aquí la inseguridad
del docente].
En un centro que se busque la calidad integral de la
enseñanza la preocupación primordial de la dirección debería de ser otra muy
distinta a la del número de matrículas obtenidas, y el profesorado debería
encontrase en una situación de completo respaldo por parte de la dirección
para realizar su tarea docente, para lo cual sería necesario un clima de
colaboración y cooperación conjunta, una predisposición por parte de la
empresa a que el profesorado disponga de tiempo para prepararse y formase
adecuadamente, con el objetivo de mejorar la enseñanza a todos los niveles.
Mas, por lo general nos encontramos ante el insalvable abismo
que separa lo que debería ser de lo que de hecho es. Si por un lado la LOGSE ha
pretendido establecer un "puente legal" para salvar este abismo,
posibilitando una estructura administrativa que de margen al docente para
motivar a los alumnos, generando conciencia de grupo, experiencias de éxito y
creando un espacio de tiempo que refuerce un aprendizaje real y efectivo, por el
otro lado el Convenio de la privada hace que en la práctica sea imposible
adquirir las capacidades necesarias para un cambio metodológico verdadero, lo
que requiere un tiempo de formación y preparación que el profesor de un centro
privado no tiene, además del estímulo y la confianza indispensable para ello.