Num.18
 
 

Mentalismo mágico y sociedad telemática

Francisco José Robles y Vicente Caballero[*]


 
 

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Antes de ello, consideramos pertinente establecer una relación analógica entre tres ámbitos: psiquismo, lenguaje y pensamiento mágico. Con respecto al primero, consideramos haber argumentado con cierta minuciosidad su naturaleza en tanto que inminencia operatoria — simultaneidad de la presencia y la ausencia. Por lo que concierne al segundo, es posible analogarlo con el psiquismo y el pensamiento mágico —siguiendo aquí la estela de la filosofía estructuralista— haciendo referencia a algunas de las tesis de Roman Jakobson según las cuales todo lenguaje posee una estructura bipolar. La cual el autor en cuestión describe como sigue: «Todo signo lingüístico se dispone según dos modos, a saber, la combinación y la selección: Se trata de dos modos de relación de los signos entre sí ya descritos por F. de Saussure como relación entre in praesentia y relaciones in absentia, los primeros asociados en situación de contigüidad, los segundos ligados entre sí por diversos grados de similaridad [35] » Para iluminar la estructura del tercer ámbito, el pensamiento mágico, susceptible de ser analogado con los dos anteriores acudimos a la bien conocida obra de J.G. Frazer, La rama dorada, en la cual se puede leer: «Si analizamos los principios del pensamiento sobre los que se funda la magia sin duda encontraremos que se resuelven en dos: primero, que lo semejante produce lo semejante, o que los efectos semejan a sus causas, y segundo, que las cosas que una vez estuvieron en contacto se actúan recíprocamente o a distancia, aun después de haber sido cortado todo contacto físico. El primer principio puede llamarse ley de semejanza y el segundo ley de contacto o contagio [36] » Es necesario resaltar de un modo sobresaliente que la canalización de las dos leyes referidas por Frazer con relación al pensamiento mágico tienen como sustrato el cuerpo operatorio; así, ciertamente, lo ha entendido Eugenio Trías siguiendo en este punto a Lévi-Strauss: «El proyecto estructuralista de Lévi-Strauss debe entenderse, en este sentido, como el intento por demostrar el carácter lógico de ese pensamiento —mágico—, de un pensamiento que se mueve en ese terreno expulsado o eliminado por la ciencia que constituyen las cualidades sensibles. Se trata, por tanto, de una lógica concreta, sensible o cualitativa que ordena sensaciones: registra o codifica olores, percepciones visuales, táctiles, sabores. Las mitologiques de Lévi-Strauss muestran, por ejemplo, cómo ese pensamiento echa mano de los cinco tradicionales registros sensibles con el fin de disponer, de forma coherente, unas narraciones míticas [37] ». Así pues, de lo anterior se puede colegir que los tres ámbitos mencionados pueden ser analogados en tanto que estructuras configuradas, a diferente escala, por la metáfora (semejanza-ausencia) y la metonimia (contigüidad-presencia) consideradas como dos aspectos distintos pero indiscernibles de cada uno de ellos. Es necesario volver a incidir en el hecho de que metáfora y metonimia se hunden en las efectivas acciones del cuerpo operatorio; así, vaya por caso, la expresión metafórica «posee una voz dulce» consiste en una analogía que tiene su asiento en una metáfora carnal procedente del carácter multisensorial de la experiencia/acción perceptiva.

Pues bien, por lo que respecta al pensamiento mágico, sin entrar ahora a tematizar sus diferencias con el pensamiento científico o filosófico, lo que sí puede ser dicho es que es un modo de inyectar significado en el mundo; en efecto, la lógica mágica es capaz de generar relaciones entre términos, de producir, en fin, taxonomías: «Estos ejemplos completan los que preceden mostrando que tales lógicas trabajan simultáneamente sobre varios ejes. Las relaciones que establecen entre los términos, las más de las veces están fundadas en la contigüidad (serpiente y termitera entre los luapulo, lo mismo que entre los tereya de la India del Sur) o sobre la semejanza (hormiga roja y cobra, semejantes por el color, según los nuer). Desde este punto de vista no se distinguen formalmente de otras taxonomías, aun modernas, en las que la contigüidad y la semejanza desempeñan siempre un papel fundamental [38] ».

Sin duda, el discurrir mágico viene a ser indeterminado en relación, por ejemplo, con el discurso científico, no obstante lo cual, se trata de una indeterminación coherente, significativa e inventariada a través de la estructura bipolar —metáfora/metonimia — que distribuye el cuerpo operatorio. Sin embargo, y como no podía dejar de ser, la taxonomía mágica del mundo no recubre a éste en su totalidad; para el psiquismo paleolítico-neolítico existe un mundo inventariado operatoriamente y fenómenos insólitos que intentará aprehender —y aquí radica el núcleo duro de nuestra argumentación— por medio de lo que Lévi-Strauss ha denominado signos flotantes. Entre tales signos encontramos términos como mana, manitu, wakan, etc., cuyo significado, radicalmente impreciso y vago, se sobreañade precisamente a todo aquello que resulta ser desconocido y, por tanto, en principio, carente de significado: «Los poderes de tipo mana se manifiestan siempre más o menos claramente por medio de efectos físicos que se salen de lo común... Habrá que decir entonces, para ser exactos, que las epifanías del mana son fenómenos que el primitivo percibe como extraordinarios [39] ». Al respecto, Eugenio Trías, al interrogarse, en la obra referida más arriba, sobre la idiosincrasia de los signos flotantes, afirma que éstos constituyen una suerte de significante disponible al que puede recurrir el psiquismo mágico cuando se topa con un hecho extraordinario, pero cuyo significado —y esta es la cuestión que hay que subrayar— no puede ser acotado. La aprehensión del mundo, asevera Trías, obtenida por medio de los signos flotantes no sería, obviamente, conocimiento científico, sería algo diferente: magia. Parafraseando a Lévi-Strauss queremos apuntar que, por supuesto, una cosa es tomar la palabra (magia) y otra tener algo que decir (conocimiento). Lo cual no es óbice para considerar que, ciertamente, lo determinante del discurrir mágico se halla en la aplicación de ese excedente de significante al mundo; mas siendo ello así, hay que percibir igualmente que tal posibilidad tiene lugar en la medida en que el psiquismo mágico, como se argumentó más arriba, ya cuenta con un mundo adherido a efectivos significados operatorios, mediante la metáfora y la metonimia. Así, el cuerpo operatorio aún en el caso del pensamiento mágico continua siendo el Zentrum generatriz de sentido.

Pues bien, la tesis que mantenemos es que el psiquismo actual, el psiquismo telemático, se caracteriza por llevar al extremo la utilización de ese excedente de significante que son los signos flotantes. Es en este sentido restringido en el que cabe hablar de mentalismo mágico para referirnos a la característica esencial de tal psiquismo. En realidad, dicho psiquismo telemático, al contrario de lo que sucedía con el efectivo psiquismo mágico, carece de significados que no sean previamente significantes en el seno de una estructura reticular electrónica. Para decirlo rápidamente, en la sociedad telemática la conciencia tan sólo se nutre de una suerte de mana psíquico cuya función es precisamente retroalimentarse hasta el límite, borrando así cualquier huella del pasado y negando asimismo toda alternativa futura. El lugar de aparición de tal mana tiene una estructura que presenta cuatro atributos que atraviesan a los tres ejes del campo antropológico y que serían: planetario, permanente, inmediato e inmaterial [40] . La pretendida naturaleza inmaterial que configura las relaciones de intercambio en red, espoleada ideológicamente por los mismos promotores de la sociedad telemática [41] , es la que está abocando en la práctica a la paulatina evacuación del cuerpo operatorio de la malla de sentido que factura el campo antropológico; en virtud de lo cual, la inminencia operatoria empieza así a descarnarse y deviene en mero signo flotante, mera inminencia sin arraigo en el significado (sin referencialidad) que operatoriamente el cuerpo cincelaba en el mundo. Para el mentalismo mágico la inmediatez en la intercomunicación exigida igualmente por la sociedad red, supone que las seudo-representaciones que fluyen por las retículas electrónicas rebajen de facto su aristado perfil representacional para convertirse en concatenaciones sin término (desfondadas) de imágenes y emociones cuya simplicidad conlleva una más veloz retroalimentación de la comunicación. El mentalismo mágico implica, pues, una suerte de recurrente alteración de la conciencia (un des-fondamiento) que se afana sin proyecto u horizonte alguno, a través de su permanente interconexión en red, en acaparar signos flotantes —representaciones inminentes— cuyo carácter es emocional e imaginario.

Por otro lado, es nuestra intención mostrar, como se señaló más arriba, de qué modo el mentalismo mágico entretejido a la figura psíquica del individuo desfondado se conjuga con el substrato que implícitamente orienta también a las técnicas de dominación contemporáneas. Entendemos que la génesis de tal entretejimiento se puede rastrear si se consideran los modos de dominación que, antecediendo a la sociedad telemática, se corresponden con la figura psíquica del actor psicológico. A nuestro juicio, para cumplir dicho propósito resulta especialmente esclarecedor realizar un somero análisis y posterior interpretación de las tesis foucaultianas en torno al Panóptico de Bentham. Ciertamente, la concepción de las técnicas de dominación que laten en la geometría y arquitectura evanescente — destinada a eliminar el contacto físico — que componen el Panóptico pertenecen todavía a la figura genérica del psiquismo anamórfico; esto es, el panoptismo supone una sofisticación de dicha figura psíquica, pero en la que se observa todavía la inminencia operatoria —aunque carente de personación— común al psiquismo anamórfico. La maquinaria del Panóptico consiste en invertir los parámetros del espectáculo clásico de modo que no se trata ya de inventar formas en las que un gran número de personas tengan acceso a un reducido número de objetos sino a la inversa. Además, este acceso es universal: virtualmente puede llevarlo a cabo cualquiera... incluso nadie con tal de que el vigilado tenga la impresión de que puede ser observado sin tener constancia de ello. De modo que esta relación disimétrica entre el observado y el observador se torna no sólo un ingenioso invento carcelario sino «una figura de tecnología política que se puede y que se debe desprender de todo uso específico [42] ». La relación asimétrica que venimos comentando se muestra en su faceta psíquica e inminente en la siguiente aseveración de nuestro autor: «Para ello Bentham ha sentado el principio de que el poder debía ser visible e inverificable. Visible: el detenido tendrá sin cesar ante los ojos la elevada silueta de la torre central de donde es espiado. Inverificable: el detenido no debe saber jamás si en aquel momento se le mira; pero debe estar seguro de que siempre puede ser mirado. Bentham, para hacer imposible de decidir si el vigilante está presente o ausente, para que lo presos, desde sus celdas, no puedan siquiera percibir una sombra o captar un reflejo, previó la colocación, no sólo de unas persianas en la sala central de vigilancia, sino de unos tabiques en el interior que la cortan en ángulo recto... [43] ». Se puede detectar en las palabras de Foucault que Bentham sigue moviéndose en el terreno del psiquismo anamórfico — carente de personación: así, por ejemplo, el preso continúa percibiendo, como no podía dejar de ser, en tanto que contumaz presencia, la torreta central que anuncia de forma velada e inminente la realidad del carcelero; la torreta central es así capturada por los ojos del preso y esa visión se halla en proporción con el ámbito de las posibles —aunque no probables— operaciones que el cuerpo del preso pudiera ejercer sobre la misma.

Nada tiene que ver dicha percepción efectiva con las tele-presencias que nos ofrece la sociedad telemática; una imagen digital resulta ser una suerte de espectro que adviene a la conciencia y que en forma alguna guarda relación de proporción con las operaciones corporales que directamente sobre ella pudieran desplegarse. No obstante, lo que aquí más nos interesa es subrayar en qué consiste el tránsito técnico-político (ejemplificado a través de la figura del Panóptico) que va a dar lugar al establecimiento del mentalismo mágico actual. Interpretamos que será justamente el soterrado pero implacable derrumbamiento y desaparición de la torre central del Panóptico el que dé paso a una configuración reticular de las técnicas de dominación; el colapso de la visibilidad total centralizada tiene como consecuencia la emergencia de una multiplicidad de perspectivas individuales des-centralizadas que mutuamente se vigilan en red mediante las técnicas características del mentalismo mágico. Ahora bien, la pregunta es: ¿Cómo ha sido todo esto posible? Sin duda, puede responderse que el factor determinante ha sido la colocación en red de la información y de las relaciones entre los poseedores de la misma, quedando así unidos mediante nodos en los cuales concurren algunos pero no todos los canales. La unión de diversos nodos propicia el contacto de todos los haces entre sí [44] , pero sin que sea necesaria la existencia de un centro por el que pasen todos ellos. Este rasgo de la descentralización no es una consecuencia sino agente causal de la alta telemática (Internet), tal y como estarían dispuestos a reconocer sus creadores (miembros de la Defensa norteamericana, recientemente galardonados con el premio Príncipe de Asturias), cuya intención era evitar, en caso de guerra, la destrucción de toda la información. Lo cual sólo podía hacerse descentralizándola.

 Y en efecto, Internet tiene su origen en el complejo militar industrial. Pero esto no es más que una muestra de cómo los gobernantes, siempre a merced de los lobbies, ponen como excusa la Defensa —subrayamos: excusa— para ensayar ingenios tecnológicos hipersofisticados que serán regalados, posteriormente, a ciertas industrias para su producción y venta masiva a un público que había ya subvencionado tales artefactos mediante sus impuestos. Impuestos con los cuales, supuestamente, contribuyen a planes de I+D. El totalitarismo en el que nos empezamos a asfixiar no es militar sino económico-oligárquico [45] . Lo militar es la herramienta que usan las oligarquías económicas occidentales para perpetuar un estado de excepción planetario y permanente en el resto del mundo. Es el poder de policía que Foucault describe pero con jurisdicción mundial. Algo que se ha estado haciendo, hasta 1989, con el pretexto de la disuasión y cuyo fin real no era otro que arrojar, precisamente, a los brazos de la Unión soviética a las naciones molestas con el fin de encontrar la excusa perfecta para expoliarlas —en el caso de que estas hubiesen nacionalizado sus recursos energéticos— o para asfixiarlos políticamente, si es que ofrecían algún tipo de ejemplo alternativo al capitalismo, como fue el caso de la isla de Granada, Nicaragua y Cuba (hoy Venezuela reúne ambos requisitos y es la perfecta candidata para ser sometida a un plan de desestabilización nacional, made in USA, como el que está sufriendo a fecha de hoy). Desde que en 1991 la URSS fuese enterrada se ha seguido haciendo lo mismo pero sin excusas. Hasta el Once de septiembre de 2001.

En el ámbito de la producción el cambio es radical. No puede compararse ni con el paso de la economía agrícola a la industrial ni tiene nada que ver, como ya hemos dicho, con una potenciación del sector servicios y del Entertainment system ya que no se trata de un cambio del tipo de actividades que se realizan sino de la entrada en juego de excedentes de significantes (significados flotantes, sin el polo de la referencia al mundo) dentro del coto, hasta entonces cerrado, de las fuerzas productivas (es este excedente el que da soporte a la aparición del mentalismo mágico antes descrito). Tal irrupción produce una alteración económica extensional, planetaria, ya que el capital escapa a la presión fiscal. De tal suerte que los dueños de las industrias amenazan a los países con derechos laborales arraigados con llevarse el trabajo a lugares donde el proletariado sea más dócil, si no se flexibilizan las exigencias de los trabajadores. La efectividad de los sindicatos se ve así menguada considerablemente y estos se vuelcan en dar servicios a los escasos gremios tradicionales que pueden financiarles indefinidamente, como el de los funcionarios, de modo que acaban protegiendo a quien menos lo necesita por una pura razón de supervivencia. Esto hace que el Tercer y Segundo mundos (el desempleo, la precariedad, el trabajo por horas, etc.) se instalen en el Primero, tal y como venimos sufriendo paulatina pero implacablemente en países como España y de forma salvaje en la Argentina. Pero la repercusión es, también, intensional: hizo que ciertos sectores aumentasen su productividad, haciéndose más dinámicos y experimentadores a la vez que propició la destrucción de otros muchos. Pero no sólo eso: la división social del trabajo ha de ser necesariamente distinta en una economía que nunca apaga la luz (permanente), que necesita trabajadores día y noche (porque el día y la noche ya no existen en un mercado planetario) y en la cual los individuos que quieran progresar deben someterse a una agresiva especialización, muy competitiva, tendiendo a interactuar (mediante la inmediatez telemática) al mismo tiempo con otros (espectros inmateriales) que viven en lugares remotos pero que se dedican a la misma región productiva mientras que cesa el sentido de colectividad en el ámbito de la empresa (si es que ésta tiene una sede material, que no tiene por qué tenerla). La introducción, además, de la cultura de la diferencia —sea por la competitividad o por planes públicos de integración más o menos bienintencionados— en el seno de los lugares productivos provoca, como señalan Hardt y Negri, que el discurso de la lucha entre las clases quede soslayado y aparcado por otro discurso que se impone como más apremiante: el discurso sobre el derecho o no al trabajo y a la residencia de aquellos que emigran asfixiados por la presión que ejercen contra ellos tanto un sistema económico presuntamente planetario (capitalista) como sus gobernantes.

Un sistema económico que ha supuesto la supervivencia y el paroxismo, a la vez, del capitalismo industrial. No podemos decir, como Lenin, que el Imperialismo haya sido la fase final del capitalismo. La fase final del capitalismo, lo que puede hacer que la historia se congele y que el pensamiento de una alternativa se haga imposible, es el Imperio [46] . Un Imperio que, como el romano, ha sido posible mediante canales de comunicación. Unos canales que, a diferencia de las calzadas romanas, no son meros conductos o autopistas sino también los lugares de una producción inmaterial de signos flotantes (entre los cuales se encuentran los valores bursátiles). Unos canales que, también a diferencia de las vías romanas, no sirven para trasladar el cuerpo sino el flujo de tales signos. Algo posible sólo por la disposición reticular (no jerarquizada) del panoptismo.

Las celdas (terminales) intercambian meta-representaciones (signos flotantes) que permiten el control a distancia de los unos por los otros, horizontalizándose la maquinaria panóptica, de modo que las redes establecidas entre los miembros de una comunidad electrónica quedan a su vez unidas a otro conjunto de redes en un proceso permanente, recurrente e ilimitado tanto en el tiempo como en el espacio (planetario) de modo que cada individuo apegado al terminal queda virtualmente conectado con otro que también lo esté. De modo que la fuente de los signos deviene, a su vez, flotante ya que aunque exista físicamente como foco u origen de la puesta en red de ciertos paquetes de información, en el momento en que ésta queda colgada en la meta-red (la red de redes) puede pasar a instalarse en cualesquiera otros servidores (también localizables físicamente)–en principio, en cualquier unidad de cualquiera de los terminales que se encuentran conectados a Internet (muchas veces sin el consentimiento del usuario, como en el caso de los ejecutables). El espectacular desarrollo del hardware en esta última década en lo que respecta al volumen de información que puede canalizar, y la disminución, igualmente importante, de la carestía del mismo ha hecho posible la propagación de Internet por todas las zonas desarrolladas del planeta.

Estas tecnologías permiten canalizar todo tipo de contenido. Nada pasa un control previo antes de ser colgado en la red, aunque jurídicamente se la suponga un espacio público, como la calle (¿alguien se imagina, acaso, que una escena de pornografía infantil colgada en una valla publicitaria durase más de una hora allí puesta?). En la red las únicas unidades de medida son el BIT, el byte, el kilobyte, el megabyte, el gigabyte, y el terabyte (el uso ordinario de ésta, como el de los billetes de 500€ o de 1000$, es privilegio de unos pocos). Como vemos, es indiferente que se trate de la última encíclica papal que de pornografía infantil, en el mundo incoloro de la red el BIT es 1 o 0, el byte son ocho bits, el kilobyte 2 elevado a 10 bytes, el megabyte 2 elevado a 10 kilobytes, y así sucesivamente. Y, quizá, se nos podría replicar que esto ya era así antes de que los ordenadores estuviesen conectados a la red. Pero no es cierto, ni ontológica ni jurídicamente. Jurídicamente porque, a pesar de todo, Internet es un seudo-espacio público en el que ver lo que hay ahí colgado no es un delito pero sí descargárselo a alguna de las unidades del terminal, espacios privados, de los que se es propietario y no mero espectador. Ontológicamente, porque un computador personal era, antes de la red, un archivador electrónico de información (un ordenador, en el sentido literal del término), aparte de un soporte mecanográfico más limpio, en el cual el error es fácilmente corregible. En algunos hogares se usaba también como un juguete [47] , como una calculadora, etcétera, del mismo modo en que una hoja de papel puede servir para jugar a las tres en raya, para hacer una raíz cuadrada o para estampar la firma de un ministro. Pero, en cualquier caso, el terminal informático personal (PC o MacIntosh) quedaba enmarcado —con un lugar muy privilegiado, eso es cierto— dentro de la serie de útiles propios del hogar (un electrodoméstico más) o de la oficina (un útil de escritorio). Es por ello que los efectos en el psiquismo y en el entramado económico, antes esbozados, no han tenido lugar hasta la puesta en red de estos terminales. Pero las consecuencias son igualmente importantes en lo social y lo político.

En, efecto, el contexto social del psiquismo mágico se caracteriza por un cierto bienestar material y un estado político-social de anomia causado por la dificultad de regir y legislar lo privado cuando se ha hecho ya indiscernible de lo público (o viceversa) [48] . La figura del individuo desfondado como figura anamórfica alcanzó su apoteosis mediante una serie de tecnologías que dieron un nuevo formato a la realidad de modo que, desde el momento en que la ventana televisiva y el vídeo se instalaron en nuestras vidas, estos han producido las más variopintas formas de entretenimiento y sutiles sistemas de vigilancia (hoy por hoy existen casos notorios en que éstos y aquéllas son indiscernibles), en lo que se vino a llamar cultura de masas. El origen histórico de ésta puede cifrarse en la Norteamérica de la Segunda guerra mundial, con el nacimiento del primer computador (máquinas de Turing), el asentamiento de la radio y la aparición, poco después, de la TV. Una cultura que se caracteriza por sustituir lo que antaño fue oralidad y hagiografía por el registro audiovisual y el amarillismo, respectivamente [49] . La cultura de masas (radio, TV, vídeo) es, no obstante, sólo la etapa de transición del individuo desfondado anamórfico al mentalismo mágico (también desfondado pero ya no anamórfico) que aquí se ha expuesto. Ambos tienen rasgos comunes. Así, por ejemplo, el tipo psíquico que describimos como mentalismo mágico conserva algunas semejanzas con la caracterización del hombre-masa orteguiano [50] . Pero el hombre-masa de Ortega, insistimos, tiene su culminación con la aparición de los mass media. Echeverría caracteriza muy bien en Telépolis a esta figura (auroral con respecto a la que aquí estamos dibujando: el mentalismo mágico o individuo desfondado post-anamórfico) a la que el autor denomina telepolita: «el interés de las empresas telepolistas apunta a un telepolita colectivo y muestral, muy distinto del individuo autónomo y con criterio propio que preconizaron los ilustrados a uno y otro lado del Atlántico. Por otra parte, la gran mayoría de los telepolitas está en actitud pasiva en relación a la actividad pública telepolitana» [51] Lo que caracteriza a los telepolitas es el consumo de telemercancías inmateriales, inmediatas y compartibles con un número potencialmente ilimitado de consumidores simultáneos (planetarias). Esto implica que ocio y consumo se identifican [52] . Se trata de mercancías bien acotables económicamente, pues permiten el establecimiento de una relación directamente proporcional entre el tiempo de ocio dedicado a los medios de comunicación y el precio del tiempo o del espacio (pulgadas de pantalla) en los mismos. Lo que caracteriza, pues, al individuo desfondado, en este momento crítico, es que genera consumo productivo. De ahí que en los años ochenta apareciese lo que se vino a llamar cultura del ocio y que se llegase a hablar de la reducción universal de la jornada laboral. De hecho, a la TV y a la radio, como a la telefonía fija convencional (que se convirtió en un objeto de ocio en sí misma mediante las líneas de pago recargado) podía convenir tener sujetos en casa mejor que en el trabajo. Porque su tiempo de ocio era tan valioso como su jornada laboral. Esa cultura del ocio ya empezaba a dejar ver un horizonte de sin-sentido en tanto en cuanto se invirtió la concepción (aristotélica) de que el descanso es bueno para poder volver al oficio. El trabajo, al contrario, comenzó a ser la forma de sufragar el despilfarro consumista que suponía el ocio, apareciendo así el dinero de plástico para la clase media (el cual, hasta entonces, era un privilegio de clases económicas muy altas) y un Entertainment system muy poderoso (juegos de ordenador, superproducciones repletas de efectos especiales, películas en vídeo, proliferación de cadenas televisivas, etc.). Todo ello elevó la categoría producción al rango de lo permanente, por la confusión del acto de trabajar con el de consumir. Hasta llegar al punto en que en Occidente comenzaron a proliferar programas que llevaban a la supuesta Caja tonta a un éxtasis final que jamás habría imaginado, una década antes, ni el más soñador de los magnates de la Televisión— consistente en batir marcas de audiencia tan sólo haciendo de la propia estructura televisiva [53] su contenido temático principal.  En ese mismo momento de extenuación y desquiciamiento de los mass media, se extendía por todo el planeta la tela de araña que todo lo atrapa. La aparición de la meta-TV (programas de vigilancia en directo, programas hechos con extractos de otros programas, programas que se alimentan de lo que se dice en otros programas, etc.) y de la meta-radio (usándola para hablar por hablar) es el preludio de la red, la cual está robando cada día más espectadores y radioyentes a las plataformas mediáticas tradicionales [54] .

En lo político, al contrario que en lo económico, el nuevo orden mundial guarda mucha similitud con el viejo. Habitualmente estos mismos medios intentan hacernos creer que lo que ha cambiado tras la caída del Muro de Berlín es el orden político mientras que, en lo económico, sólo se habría experimentado una expansión del capitalismo industrial clásico con un cierto incremento del sector servicios en los países punteros. Además, siempre según este tipo de explicación, la irrupción de las tecnologías telemáticas sería tan sólo la aparición de nuevos canales más potentes, mejores y baratos (pero sólo eso, canales, conductos, meras autopistas) para la comunicación entre los seres humanos. Nosotros hemos defendido exactamente lo contrario: que las formas de dominación apenas han cambiado (tan sólo se han descubierto, mostrando sus vergüenzas) y que son las formas productivas las que hacen incomparable la economía occidental de hoy con la de hace quince años.

 El paisaje, pues, que se nos avecina es el de una sociedad más allá de la política (trans-política) en la cual además de no existir un genuino espacio público de decisión —excepto unos representantes dulcemente ahogados por las exigencias de los poderes económicos— no cabe acción política efectiva, que tenga efectos reales sobre el entramado social. En el orden local, los individuos on line, forman comunidades de espectros inmateriales (perfiles, se dice en el argot) deshaciendo la comunidad física real con el que está cerca, con el vecino. Estoy en la red, luego existo [55] . La calle como sitio donde estar desaparece. En el orden global, las economías nacionales no pueden ser gestionadas, aunque se quisiera, y los gobernantes o bien se dejan corromper o bien son barridos. En este último caso basta con llevarse la fábrica a otra parte y poner la sede donde interese. El dinero virtual viaja por la fibra óptica, cruzando toda frontera arancelaria y se convierte, a través de consultorías y gestorías (meta-empresas), en acciones de otra empresa distinta. El estallido del Estado nación está garantizado porque ya no es necesario controlar a la sociedad civil: lo hace ella misma mediante las tele-tecnologías. Las celdas están enlazadas y los individuos se vigilan los unos a los otros. Es curioso ver cómo los psicólogos cognitivos usan metáforas acertadas para describir la nueva situación; así Damasio cuando dice que el cerebro es como el prisionero que sabe quiénes y dónde están sus carceleros (véase El error de Descartes [56] ). Esto es cierto, pero no porque sea un descubrimiento científico novedoso —ya está en el Fedón de Platón— o algo que se correspondiera con los hechos (una verdad neutra), sino porque ellos mismos con este tipo de asertos dan cobertura ideológica a un sistema económico y social cuyo funcionamiento idóneo (maquinal, perfecto) exige este tipo de autoconcepciones por parte de los individuos que, convertidos en flujos de significados flotantes, navegan en él [57] . Es por ello que nos ha parecido ineludible la referencia a Vigilar y castigar, tanto por lo que respecta al poder de policía como al panoptismo, ese gran sueño de la sujeción aséptica de la conducta (tan aséptica que está vaciando de materia a los individuos)

Es por lo anterior que, en el ámbito de las significaciones, si bien podríamos extendernos (sería, sin duda, muy interesante) en el gusto actual por lo nostálgico, el revival, lo pop, lo kitsch y la invasión de la frivolidad a la que estamos sometidos nos encontramos en el deber, como miembros en alguna u otra medida del mundo académico, de ceñirnos a algo más relacionado con las instituciones educativas y, a nuestro entender, más trascendente. Se trata de la implantación de las Neurociencias en nuestras sociedades, las cuales son, según el tipo de explicación que aquí hemos desplegado, un cajón de sastre donde se dan cita distintas partidas excedentarias de significantes. La razón del afloramiento súbito de las Neurociencias tiene que ver con la intención de hallar una analogía entre el ser humano y la inteligencia artificial. Se trata de hacernos creer que estamos hechos a imagen y semejanza de la máquina que ha hecho posible la expansión planetaria del mercado bursátil. Hay una intención ideológica, pues, en el auge de la Psicología cognitiva: inculcar en las elites intelectuales de Occidente una mentalidad para la red, algo que se trata de maquillar refiriéndose a una serie de proposiciones incontrastables científicamente con expresiones como «Ciencia cognitiva», «Neurociencias» o con otros rótulos llamativos y respetables que se refugian en el actual gusto por lo interdisciplinar (eufemismo con el cual denominar al excedente de significación generado por cada disciplina teórica y que flota a través de todas ellas). Una mentalidad que puede llegar a calar en todos y cada uno de los científicos, independientemente de su especialidad, siempre y cuando se les haga creer que las ciencias encajan unas dentro de otras [58] , como las muñecas rusas, así hasta llegar, con Russell y Penrose, al límite de la Lógica matemática y, si esto no fuese posible, podría llegarse al menos a una reducción a la Cuántica que, según algunos, nos abrirá el cofre donde está el secreto de la conciencia, ¡ese epifenómeno de la materia! (y por fin tendremos la píldora matemática que nos hará despertar al mundo en blanco y negro al que verdaderamente pertenecemos: átomos y vacío, unos y ceros). Si esto tampoco fuese posible siempre puede reducirse la Sociología a Teoría de juegos (la genuina propuesta ética del neoliberalismo) para las cuales siempre habrá algún psicólogo o biólogo genetista que encuentre las bases profundas (el gen egoísta) del individualismo depredador que nos constituye y al que debemos dar culto [59] . El mismo psicólogo cognitivo podrá contribuir también a enfatizar el mito indiferenciado (flotante) de Oriente como el reverso tenebroso a la vez que fascinante de nuestra ilustrada cultura occidental [60] (algunos hablan del hemisferio oriental y del hemisferio occidental del cerebro) y, por qué no, dispuestos a consolidar el estado de cosas, también puede contribuirse a subrayar las diferencias entre hombres y mujeres [61] . El enfoque cognitivista penetra no sólo en las Facultades, kioscos de revistas, en la Televisión (en un acto meta—, muy propio de todo lo telemático) o en las librerías sino también en nuestros Institutos de Enseñanza secundaria a través de los libros de texto elaborados para la materia optativa de Psicología del Bachillerato LOGSE [62] .

Como el lector habrá podido percatarse, los cuatro atributos estructurantes del maná telemático, planetarización, permanencia, inmaterialidad e inmediatez, trascienden los tres ejes del campo antropológico en los cuales se delinea la figura del mentalismo mágico (individuo desfondado post-anamórfico). Nosotros, con Virilio, pondríamos el acento en el último atributo, el cual nos parece condición esencial de los otros tres. La inmediatez va ligada a la impresión de inmaterialidad, al carácter espectral de las relaciones en red; al eliminarse el tiempo y la distancia nada está por llegar, todo está ya ahí, colgado, suspendido: he aquí el atributo de la permanencia. Por lo mismo, la red está modificando la faz (el rostro) de la Tierra: planetarización. Y ello se debe a algo que, como acertadamente señala nuestro autor, ha sido históricamente una constante: poseer la velocidad es tener el poder y la riqueza [63] . Disponer de caballos era el privilegio de la nobleza. Con ellos se personaba en más lugares, extendiendo su dominio. Cuidar y usar vacas y bueyes era la obligación y la carga del vasallo. Producir más rápido y distribuir más lejos lo producido es el logro de la clase capitalista, lo que la ha hecho dueña y señora del planeta. Mientras las mercancías viajaban y se vendían, los nuevos poseedores de la riqueza seducían a los gobernantes mediante la persuasión. Ir y volver a pie del trabajo al suburbio y viceversa era, al mismo tiempo, la obligación y miseria del proletario. Lo que hace el momento que vivimos único y excepcional es que hoy se ha llegado al límite de la velocidad: 300 000 kilómetros al segundo. Con lo cual la red es el lugar de la velocidad absoluta y, por ende, del poder absoluto. Un poder sin centro y sin un afuera, como lo describió Foucault en Vigilar y castigar. Una tela de araña que todo lo absorbe dentro de sí. Por todo ello no es fácil ver el modo en que podría democratizarse ensayando una oposición a la creciente legión de espectros inmateriales que abanderan la planetarización y la congelación de la historia.

Sin duda, la exposición de qué tipo de acciones serían pertinentes para intentar subvertir la configuración actual que está tomando la sociedad telemática —evitando la pérdida de la libertad de movimiento, así como la tiranía del tiempo real y la negación de nuestro tiempo y espacio vitales y biográficos— para, al contrario, poner las nuevas tecnologías al servicio de una genuina comunidad política, donde pudiera recuperarse un espacio público de decisión en el cual los individuos tomasen auténtica carta de ciudadanía, es algo que desborda el alcance del presente texto. Pero nos atrevemos a decir, con Virilio, que el acercamiento al peligro es, al mismo tiempo, el acercamiento, si no a la salvación [64] —probablemente, como Foucault bien advirtió [65] , tras los adoquines, nunca encontremos la playa— sí, al menos, a alguna forma de resistencia. Es por todo ello que podríamos dar por alcanzados nuestros objetivos con haber suscitado en el lector el pensamiento de una alternativa.

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[*] Francisco José Robles es doctor en Filosofía y Profesor de la Facultad de Filosofía de la U.C.M.
  Vicente Caballero es licenciado en Filosofía y en la actualidad cursa estudios de doctorado.

[35] Citado por Eugenio Trías en Metodología del pensamiento mágico; Edhasa, 1970; p. 54

[36] J.G. Frazer: La rama dorada; F.C.E., 1965; p. 33

[37] Eugenio Trías: Metodología del pensamiento mágico; Edhasa, 1970; pp. 65-66

[38] Consúltese, de Claude Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje; F.C.E., 1964.

[39] J. Cazeneuve: La mentalidad arcaica; Siglo XXI, 1967; p. 158

[40] Véase, de Ignacio Ramonet, Un mundo sin rumbo; Debate, 1997.

[41] Consultar, de N. Negroponte, El mundo digital; Ediciones B, 1995.

[42] Michel Foucault: Vigilar y castigar; Siglo XXI, 1976; p. 209

[43] Ibídem; p. 205 (las cursivas son nuestras)

[44] No deben ni pueden confundirse los haces de relaciones de contigüidad tempoespacial expuestos al comienzo de este artículo con los haces de redes que componen la red de redes. Los primeros remiten a contextos generales de sentido fenoménico-conductual.

[45] Véase, de Noam Chomsky, El nuevo orden mundial (y el viejo), en Crítica, 1996; y Sobre el poder y la ideología, en Visor, 1989.

[46] Véase, a este respecto, Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri, en Paidós, 2002.

[47] Lo cual provocó algunas discusiones sobre si esto era bueno o malo para la infancia, discusiones que hoy no pueden dejar de resultarnos candorosas.

[48] Véase a este respecto, de J. B. Fuentes Ortega, Coordenadas antropológicas de la Psicohistoria... en el Diccionario crítico de Ciencias sociales; en línea: www.ucm.es/info/eurotheo/diccionarioP.htm [consulta: 16/12/02]

[49] La realidad y la ficción, a diferencia de la épica medieval o del teatro barroco, se confunden no por la riqueza que aporta el boca a boca a una primera versión o por un juego de malos entendidos, respectivamente, sino porque resulta cada vez más difícil distinguir lo que es espontáneo de lo que no lo es debido a los constantes influjos que transmiten estilos de vida, necesidades de consumo, poses, actitudes e incluso interjecciones y formas absolutamente elementales de expresión corporal (como la sexualidad) que se han visto falseadas y manipuladas. La influencia de los mass media en las capas más permeables de la población es tratada ampliamente en la tesis doctoral de Olivia Velarde Hermida, La mediación de los medios de comunicación de masas en la construcción de las representaciones infantiles (disponible en el fondo de tesis doctorales de la Universidad Complutense de Madrid) .

[50] En efecto, los rasgos que Ortega da para caracterizar la figura de la masa son muy acertados: una cierta holgura económica, una libre expansión de los deseos vitales y un olvido absoluto hacia aquello que hace posible la facilidad de su existencia a lo cual considera algo natural y exigible.

[51] Publicada en Destino, 1994; p. 153

[52] Nuevamente, apelamos al lector a que consulte la obra de Ramonet Un mundo sin rumbo.

[53] Consistente en la perforación de la opacidad, como muy bien explica Bueno en Telebasura y democracia, en Ediciones B, 2002. 

[54] Para acercarse a los primeros estudios sobre las patologías propias de la vida on line, puede consultarse Psicología telemática, en línea: www.ucm.es/info/Psyap/psitel.htm [consulta: 8/12/02]

[55] Un nuevo criterio de selección de personal es la constatación en el curriculum vitae del aspirante de que éste es titular de una dirección de correo electrónico.

[56] Publicado en Crítica, en 1996.

[57] Se entiende, pues, la concesión, en 1978, del premio Nobel de economía (sic!) a Herbert Simon, por sus trabajos acerca del análisis de los modelos de toma de decisiones. Entre sus obras, muy citadas en la literatura neurocientífica, destacan: Conducta administrativa (1947), Soluciones del problema humano (1972) y Modelos de descubrimiento (1977)

[58] No es ninguna casualidad que el mayor defensor en toda la Historia de la Filosofía de la Mathesis universalis y de la idea de que el mundo material es una representación del espíritu sea el mismo que trató por primera vez de elaborar un arte combinatoria con la cual cuantificar las proposiciones.  Nos referimos, claro está, a Leibniz, a quien Wiener tiene por padre de la cibernética. Bueno y Elster vieron en su Monadología y en la teoría (genuinamente protestante) de la armonía preestablecida, el marco filosófico ideal para el pensamiento económico de Adam Smith.

[59] Así reza el título de la célebre y controvertida obra de Richard Dowkins, reeditada en 2000.

[60] Véase, también a este otro respecto, Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri, en Paidós, 2002.

[61] Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, se denomina otro simpático libro divulgativo escrito por los cognitivistas Allan y Barbara Pease, publicado en Amat, 2000.

[62] En ellos se trata sin reparo de inputs y outputs, de memoria procesual y memoria a largo plazo, de la transformación de la información transmitida por los receptores periféricos (¡cómo una webcam o un teclado!) en talante psíquico (¿a qué podría referir una expresión como ésta?), etcétera. Estos asertos producen una fuerte impresión de contradicción cuando se cotejan con los contenidos que flotan (los denominados temas transversales) atravesando horizontalmente los curricula oficiales bajo rótulos como igualdad entre los sexos, educación moral y cívica, etcétera. Lo cual sugiere que existe una diferencia radical entre el finis operis y el finis operandi en la práctica diaria de la Educación secundaria obligatoria.

[63] El cibermundo, la política de lo peor; Cátedra, 1997; pp. 17-20

[64] Ibídem, p. 31

[65] Un diálogo sobre el poder; Alianza, 2000; p. 158

 

 
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