Crítica materialista al materialismo filosófico
 
 

 

El papel de la Filosofía en el conjunto de la cultura. La relación del saber filosófico con los saberes científicos y con el resto de los saberes

 

Por Juan B. Fuentes Ortega [*]


 
 

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2.3. La cristalización, a una nueva escala irreversible, de la filosofía académica en cuanto que asociada a la idea ideológica de Imperio.-

Ahora bien, si la formación del momento académico de la filosofía puede ir teniendo lugar, en general, del modo como hemos visto, resulta en todo caso necesario destacar ciertos "puntos críticos" del desarrollo de las sociedades políticas en torno a los cuales deban cristalizar de un modo especial la formaciones filosófico-académicas - como nódulos, se diría, de condensación y cristalización de dicho proceso general a una nueva escala ya irreversible -: Se trata, en efecto, según propongo, de aquellos espacios (geográfico-políticos) y momentos (histórico-políticos) en donde comienza a tener lugar lo que vamos a caracterizar como "saturación geográfico-política" de diversas civilizaciones enfrentadas, momentos y lugares éstos en donde precisamente dichas civilizaciones comenzarán a autoconcebirse como Imperios, y ello de modo que la filosofía académica experimente una cristalización específica acompasada con dicha autoconcepción.

Para exponer, muy esquemáticamente, el proceso que conduce a dichas situaciones, es preciso comenzar por remitirse a los momentos en los que los primeros Estados - las primeras ciudades-Estado -, resultantes de sus luchas sociales interiores y en principio mutuamente independientes, pueden comenzar a lograr cierto grado de distensión y por consiguiente de reajuste o reordenación de sus tensiones sociales internas a expensas o en función de la expansión exterior, es decir, de la ocupación de territorios y de la apropiación de mano de obra y materias primas - o aun recursos productivos - de pueblos exteriores (en principio preestatales: bárbaros). Supuesto, a su vez, varios de estos Estados, en principio mutuamente independientes, sometidos cada uno de ellos a un proceso semejante, y dado el carácter finito del territorio, dichos Estados en expansión deberán antes o después encontrarse, y, al menos de entrada, enfrentarse mutuamente en su pugna por la expansión y ocupación de "terceros" pueblos y territorios. Semejante enfrentamiento se verá entonces sometido a la siguiente dialéctica: por un lado, el freno mutuo de los intereses expansivos de los sectores dominantes o hegemónicos de cada Estado en expansión acarreará una tendencia a la retracción de la distensión social hasta el momento lograda, con el consiguiente incremento de la tensión entre sectores sociales hasta el momento aliados por los beneficios de la expansión, a la vez que, y por otro lado, se generará una tendencia opuesta por mantener aliados la mayor cantidad posible de sectores sociales sobre la base del proyecto de pugnar, hasta donde sea posible, por vencer a los restantes bloques enfrentados, de suerte que la amplitud y firmeza de cada una de estas alianzas tenderá a confirmarse o debilitarse, en cada Estado, en función de su mayor o menor capacidad de vencer a los Estados competitivos en su pugnas expansivas mutuas. Ya aquí es fundamental entender que la dinámica y la morfología que puedan ir adoptando los "enfrentamientos entre Estados" es una función de sus "luchas de clases internas", tanto como la morfología y la dinámica que puedan ir adoptando dichas luchas internas de clase es una función del curso que puedan ir tomando los enfrentamientos entre Estados. Así pues, desde el momento en que la expansión misma sobre "terceros" de cada Estado reobra o se conjuga con el estado de sus luchas sociales internas, tanto dichas expansiones como los enfrentamientos interestatales resultantes de las mismas comenzarán a verse conjugados con sus luchas de clases internas.

Pues bien, sin descontar los momentos relativamente estacionarios de dichos enfrentamientos entre Estados expansivos, y por tanto las fases durante las cuales alguno o algunos de ellos pueden estar dominando sobre otros - y por tanto adoptando distintas configuraciones las tensiones y ajustes sociales en cada uno de estos Estados en cuanto que conjugadas dichas respectivas configuraciones con la potencia expansiva de cada Estado frente a otros -, una salida que estará disponible a estos enfrentamientos será justamente, de nuevo, la alianza entre los sectores dominantes de cada Estado sobre la base o a expensas de la expansión y el dominio, ahora conjuntos, sobre nuevos "terceros" territorios, poblaciones y recursos circundantes al conjunto del nuevo bloque de este modo formado. Se trata, pues, de una reproducción a escala ampliada del mismo dinamismo por el cual, como veíamos, la distensión de la tensión social interna y los consiguientes reajustes sociales interiores puede tener lugar a expensas de la generación de nuevos desajustes y presiones ejercidas sobre "terceros". Y éste será precisamente el momento de la formación de las "civilizaciones", es decir, de ese tejido o entramado entre ciudades políticas (inicialmente, ciudades-Estado), cada una de ellas "capital" de algún área de influencia, el cual tejido se sostiene por el interés común de la dominación sobre "terceros" circundantes y absorbidos, y ello sin perjuicio de las jerarquías, o hegemonías escalonadas, que puedan irse dando entre diversas zonas o regiones (capitalizadas por distintas ciudades) de la civilización de referencia, jerarquías en cuyo seno tenderá a prevalecer la alianza sobre el enfrentamiento en la justa medida en que éste esté descargado sobre "terceros" comunes. Aquí, de nuevo, es fundamental entender que la morfología y la dinámica de cada una de estas civilizaciones sigue siendo una función de sus "luchas internas de clases", o sea, de la configuración global adoptada por las relaciones de clase del bloque en su conjunto, tanto como esta última configuración será una función del curso y de la fuerza expansiva que puedan ir adoptando dichas civilizaciones. Es decir, que una vez más es preciso reconocer el carácter conjugado entre la configuración socio-política adoptada por las tensiones sociales internas de cada bloque y el curso y la fuerza expansiva de dichos bloques en sus pugnas mutuas.

En este sentido es fundamental entender el sentido lógico-funcional del concepto de "terceros" - pueblos y territorios dominables -, en cuanto que se trata de aquellas sociedades (inicialmente bárbaras o preestatales) cuyas condiciones socio-productivas las sitúan en un grado tal de desequilibrio con respecto a los Estados, o las civilizaciones, que se expanden sobre ellas, que hace que la victoria - y por tanto la integración o la absorción mediante el dominio - esté necesariamente decantada - no obstante su posible duración relativa - del lado de los Estados o de las civilizaciones expansivas; a diferencia precisamente de lo que ocurre con los enfrentamientos entre los Estados - o, como ahora veremos, entre las propias civilizaciones -, en los cuales enfrentamientos, y sin perjuicio de las posibles diferencias relativas de poder (político y socio-productivo) respectivo en cada caso, dichas diferencias no son en todo caso tales que sea seguro o inevitable que alguno de estos Estados o civilizaciones deba imponerse sobre los otros. De aquí precisamente la función que dichas "terceras" sociedades cumplen por respecto de los Estados o civilizaciones que sobre ellos se expanden, a saber, la de hacer posible el (relativo) predominio de la alianza sobre el conflicto entre sus sectores internos socio-políticos enfrentados a cada una de sus posibles escalas sucesivamente ampliadas: a la escala, en efecto, de los enfrentamientos socio-políticos internos a cada Estado - en cuanto que dichos enfrentamientos pueden ser descargados a expensas del dominio sobre "terceros"-, a la escala de los enfrentamientos interestatales - en cuanto que éstos pueden ser descargados a expensas del dominio sobre "terceros" ahora comunes a dichos enfrentamientos, y de este modo formarse las civilizaciones -, así como, en efecto, asimismo a la escala de los enfrentamientos entre civilizaciones - en la medida en que éstos puedan todavía descargarse a expensas del dominio sobre nuevos "terceros" pueblos comunes a dichas civilizaciones en principio enfrentadas -.

Pues, en efecto, el carácter finito del territorio hará que dichas civilizaciones, cada una de ellas en expansión según la dinámica indicada, acaben antes o después encontrándose, y de nuevo enfrentándose mutuamente, reproduciéndose una vez más, a una nueva escala ampliada, la misma dinámica histórico-política según la cual las formas y la dinámica de los conflictos internos de cada bloque socio-político, a su escala, se realimentan o conjugan con la potencia expansiva de cada bloque en su pugna con otros bloques por extender su dominio sobre "terceros". De este modo, podrán formarse sin duda nuevas alianzas entre civilizaciones inicialmente enfrentadas, dando lugar a bloques (supra)civilizatorios más amplios y complejos en la medida en que se mantengan en principio disponibles nuevos "terceros" escalones socio-territoriales que dominar comunes a dichos nuevos bloques.

Se comprende, entonces, a la vista de semejante dinámica reampliada a sucesivas escalas, el espejismo ideológico que supone entender que cada bloque político pueda, a su escala, "contener" y "sub-ordinar" sus conflictos sociales internos (sus "luchas de clases") a su proyecto expansivo, y en consecuencia entender dicho proyecto expansivo como una presunta capacidad de "integración" de nuevos pueblos, y de presión sobre otros bloques en función de dicha capacidad de integración, ligada a aquella presunta capacidad de "contener" y "sub-ordinar" sus conflictos internos: semejante espejismo puede sin duda alimentarse del hecho de la efectiva distensión y consiguiente reajuste de sus conflictos sociales internos que cada bloque político logra, a su escala, con cada nueva expansión, y por ello de la mayor capacidad de pujanza frente a otros bloques derivada de aquella mayor estabilidad o cohesión social interna, pero precisamente "borra", e "invierte" en la representación, el hecho de que cada nueva expansión implica el dominio o la explotación de "terceros" pueblos, a expensas del cual dominio puede justamente producirse aquella distensión y reajuste en función de la cual a su vez dicho bloque puede tener mayor capacidad de presión sobre otros bloques. Semejante espejismo borra e invierte en la representación, en efecto, el hecho de que la mayor capacidad de "integración" de cada civilización sobre otros pueblos, y en esta medida su mayor capacidad de expansión o de presión sobre otras posibles civilizaciones, no puede ir en ningún caso más allá de su mayor capacidad de explotar a estos "terceros" pueblos precisamente como condición de una mayor estabilidad o cohesión social interna sobre la que a su vez se basa su posible mayor capacidad de presión sobre otras civilizaciones. Ciertamente, todas y cada una de las civilizaciones posibles (sea cual fuere la valoración que podamos hacer de sus riquezas culturales y de sus peculiaridades sociales) albergan una zona de inexorable dominio o explotación sobre "terceros" pueblos, un dominio desigual con respecto a sus relaciones sociales internas de dominio, y conjugado con éstas, mediante el que estos "terceros" pueblos se integran al curso de la civilización, y sobre el cual dominio se alimenta la (relativa) estabilidad o cohesión social interna que a su vez puede dotar a esta civilización de una mayor capacidad de expansión, pujanza o victoria en su pugna con otras. Y es, justamente, esta "zona de explotación" la que queda "borrada" (en la sombra) e invertida por los espejismos ideológicos que entienden que la capacidad de integración de otros pueblos de una civilización y por tanto de su mayor pujanza frente a otras civilizaciones depende de su (presunta) capacidad para contender y sub-ordinar sus conflictos internos a dicha presunta capacidad de integración y de expansión. Dichas ideologías obran en realidad ignorando que el carácter conjugado entre los conflictos sociales internos a cada bloque político y los conflictos entre bloques distintos depende, a su vez, del carácter "desigual y conjugado" de aquellos conflictos sociales internos y el dominio sobre "terceros" pueblos, de suerte que es el hecho de borrar dicha relación desigual y conjugada - entre la presión interna y el dominio sobre "terceros" - la que lleva a "construir en falso" aquella primera conjugación - entre los conflictos interiores y los enfrentamientos entre bloques -, sustituyendo en realidad dicha "conjugación" ("diamérica") por una mera "reabsorción" ("metamérica"), justamente aquella que entiende que la capacidad de integración de nuevos pueblos por parte de cada bloque, y por ello su capacidad de presión victoriosa sobre otros bloques, depende de una presunta mayor capacidad de "contención" y "subordinación" de sus conflictos sociales internos a dicha integración y presión victoria. Esta es la diferencia inmiscible entre un punto de vista de factura marxista y un punto de vista - justamente como el de Bueno - que bebe en fuentes radicalmente distintas de las marxistas.

Pues bien: es dicha interconexión geográfico e histórico políticas entre diversos bloques civilizatorios, en principio sujeta al juego alternativo de alianzas (frente a otros bloques) y enfrentamientos mutuos sobre la base de la explotación respectiva de "terceros" - en cuanto que explotación desigualmente conjugada con sus respectivas presiones sociales internas -, aquella que comenzará a encontrar determinados límites, que irán haciéndose progresivamente irreversibles, justamente allí donde estas civilizaciones, en su pugna mutua por ocupar y dominar territorios de "terceros", comiencen a agotar los recursos (finitos) territoriales y poblacionales de estos "terceros" pueblos, es decir, allí donde vaya dejando de haber nuevos "terceros" pueblos disponibles que ocupar y dominar, habida cuenta de que todos ellos van quedando ya absorbidos y distribuidos entre los diversos bloques civilizatorios en pugna - en pugna precisamente por semejante ocupación y dominio-. Sin duda que allí donde todavía queden territorios y pueblos "terceros" disponibles que ocupar y dominar - bien geográficamente circundantes y potencialmente comunes a cada civilización en su pugna con otras, o bien geográficamente intercalados y potencialmente comunes a cada una de dichas civilizaciones diversas en pugna -, todavía podrá proseguir el juego de las diversas y alternativas alianzas y enfrentamientos mutuos entre dichas civilizaciones - en pugna por seguir arrebatándose dichos "terceros" territorios y pueblos aún disponibles. Pero allí donde, por efecto del desarrollo de dichas pugnas intercivilizatorias - por la ocupación y apropiación de dichos "terceros" pueblos y territorios -, y de modo que, a su vez, dado el desarrollo de las fuerzas productivas de dichas civilizaciones ("clásicas"), no sea posible proseguir la expansión sobrepasando el territorio geográfico-político que acota o circunscribe a la pugna intercivilizatoria, cada una de estas civilizaciones comenzará a experimentar o constatar, de un modo recurrente y crecientemente irreversible (dado en efecto el nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas), este hecho: el de la "saturación geográfico-política" de aquel juego de las distintas y alternativas alianzas y enfrentamientos mutuos en su pugna por "terceros", y por tanto el del enfrentamiento mutuo que se presenta ya como irrevocable o definitivo - en cuanto que precisamente no re-canalizable o re-ampliable en función de nuevas ocupaciones de "terceros" -. Un enfrentamiento intercivilizatorio éste que no presenta en el horizonte por tanto otra alternativa más que la de vencer o perder definitivamente, o sea, la de tener que imponerse cada bloque civilizatorio (o alianzas entre bloques) sobre otros bloques (o alianzas) o quedar sometidos por estos otros bloques (o alianzas) - dado que precisamente va quedando descartada la posibilidad de alianzas sobre la base de la ocupación y dominio de nuevos "terceros" pueblos disponibles -. Ahora ya no se tratará, en efecto, de la posibilidad de ocupar nuevos "terceros" pueblos y territorios disponibles sino de la necesidad de arrebatarse mutuamente los ya ocupados de un modo inexorable.

Pues bien: va a ser bajo la presión de semejante estado de cosas como las civilizaciones van a incorporar un mecanismo ideológico completamente característico, como es precisamente el de autoconcebirse y proyectarse como Imperios. Pues la idea de Imperio supone, en efecto, desarrollar la idea del proyecto universal que cada una de estas civilizaciones ya albergaba, pero ahora en el sentido de incorporar el carácter de "unicidad" a dicho proyecto de universalidad frente a cualesquiera otros posibles, o sea, supone tomar el propio proyecto de universalidad en curso como universalmente ampliable, sin limitación alguna posible, frente a cualesquiera otros posibles proyectos de universalidad de cualesquiera otras civilizaciones.

Ahora bien, para comprender el mecanismo ideológico que anida bajo semejante forma de concebir la unicidad de universalidad, es preciso comenzar por entender en qué sentido no dejaba de ser ya asimismo ideológico el proyecto mismo de universalidad que podemos reconocer en las civilizaciones con anterioridad al desarrollo de dicho proyecto en un sentido unicista. Cada sociedad política, sin duda, como hemos visto, debe ejecutar una operación de metatotalización universal de sus propios enfrentamientos sociales precisamente en función de su diversidad social de partes mutuamente enfrentadas. Y semejante operación deberá asimismo ejecutarse a cada una de las sucesivas escalas ampliadas mediante las cuales se reproduce la forma y la función de dicha sociedad política: tanto en el seno, pues, de las iniciales ciudades-Estados, como el seno las ulteriores redes civilizatorias y supracivilizatorias. Ahora bien: la cuestión es que las representaciones mediante las que se expresan y promueven dichas operaciones de universalización, y precisamente en la medida en que ellas indefectiblemente recaen en sus formas ideológicas dominantes asociadas al mantenimiento de alguna hegemonía socio-política establecida, tenderán a presentar como definitivo o irrevocable el estado actual de la hegemonía establecida, y por tanto a expresar y legitimar dicho estado presente, a la vez que a encubrir el carácter precario de la misma, y por tanto las fuerzas sociales que pugnan por rectificar o remover dicha hegemonía. Y esto ocurrirá tanto en las iniciales ciudades-Estado como en las ulteriores civilizaciones resultantes: también, en efecto, en el caso de las civilizaciones, la necesaria operación (de segundo grado) de universalización del bloque socio-político resultante, y en cuanto que inevitablemente ha de recaer en formas ideológicas dominantes, deberá tender a presentar como irrevocable o definitiva el estado de la hegemonía en cada caso establecida, hegemonía que ahora consiste en la alianza de las jerarquías escalonadas del tejido civilizatorio que se sostiene sobre el dominio de "terceros", y por tanto a expresar y legitimar el estado presente de dicha hegemonía, a la vez que deberá encubrir, de nuevo, el carácter precario de la misma, o sea, el hecho de que (ahora) se trata de un jerarquía escalonada de dominios cuyos "escalones", si en ciertos sectores o radios de acción pueden mantenerse aliados, es sólo sobre la base del desplazamiento o la descarga del dominio sobre nuevos escalones dominados de un modo desigualmente conjugado con respecto de dichos radios o sectores, o sea, y justamente, la tensión misma de fuerzas sociales no armónicas que en cualquier momento pueden reobrar frente a la hegemonía establecida mientras ésta no se alimente una y otra vez de nuevos escalones dominados de un modo desigual y conjugado.

Se comprende, entonces, que, dada la saturación geopolítica resultante del agotamiento - por depredación tendencialmente exhaustiva - de nuevos sectores escalonados susceptibles de un dominio desigual y conjugado, la operación de universalización deba recaer ahora en esa nueva forma ideológica que consiste precisamente en proponer la unicidad de la propia universalidad ya previamente entendida de un modo ideológico, o sea, en la pretensión de extender universalmente sin limitación alguna la propia idea (ideológica) de universalidad de la que se partía frente a cualquier otro posible proyecto civilizatorio de universalidad, que es, precisa y exactamente, en lo que consiste, siempre, toda idea de Imperio.

Naturalmente, dicha idea de Imperio, como toda idea ideológica, no es neutral, sino que está objetivamente determinada, en su caso, a expresar, promover y legitimar, los propios intereses de la alianza hegemónica que se ha topado con los límites del proceso de virtuales reampliaciones de su hegemonía a expensas de nuevos posibles escalones de dominio desigualmente conjugados, y precisamente en la medida en que se ha topado con dichos límites, a la vez que, y por lo mismo, está determinada a encubrir justamente las tensiones sociales ahora crecientes que, a raíz de dichos límites, inexorablemente tenderán a reobrar en la dirección de destruir y desmembrar la propia jerarquía escalonada de dominios en la que se asienta la civilización que ahora se pretende como Imperio. Cada Imperio deberá, pues, luchar inexorablemente con otros por arrebatarse sus respectivos escalones de dominio ahora ya internos a cada bloque - para empezar, sus respectivos escalones de dominio desigualmente conjugados respecto de cada bloque, y, si es posible, para irse ulteriormente arrebatando otros escalones de dominio - y ello como condición del mantenimiento, o del acrecentamiento, de su propia estabilidad o cohesión social interna, siempre presta a quebrar en la medida en que no prosiga su pujanza victoriosa sobre los otros Imperios. Se comprende entonces la singularidad de la idea ideológica de Imperio, singularidad que consiste en que dicha idea debe ideológicamente generarse en el momento mismo en que su proyecto comienza a hacerse realmente imposible: y ello porque, de entrada, dada la equiparación, siquiera relativa, de las fuerzas socio-productivas y políticas de los bloques que han llegado a enfrentarse como Imperios, ya no podrá decirse que, al menos en principio, la victoria deba decantarse necesariamente de algún lado frente a otro (pongamos: el momento del enfrentamiento irrevocable entre los Imperios romano y cartaginés mientras la suerte de dicho enfrentamiento aún no estaba decidida), y más aún y en definitiva porque, aun supuesto en el límite la victoria y el arrasamiento definitivos de algún Imperio sobre otro u otros, dicho Imperio victorioso reproduciría inexorablemente en su seno la totalidad de las tensiones sociales de todos los escalones de dominio que su victoria misma le hubiera acarreado, tensiones que precisamente ya no podría descargar a expensas de su victoria sobre nuevos Imperios (pongamos: la situación en la victoria definitiva del Imperio romano sobre el cartaginés acaba por conducir al Imperio victorioso a su ruina socio-política interna inexorable).

Ahora bien: nuestra intención no es negar, de un modo general, el carácter unicista de la sociedad universal, esto es, que la idea de universalidad (de sociedad política universal) acaba implicando inexorablemente la idea de unicidad, sino desvelar el carácter ideológico de esa forma de pensar la unicidad universal contenida específicamente en la idea de Imperio en cuanto que esta idea pretende la extensión universal sin limitación alguna de una universalidad ya previamente entendida de un modo ideológico en la medida en que abstrae, borra o encubre los conflictos sociales internos sobre los cuales sin embargo (entendemos, como réplica crítica a dicho carácter ideológico) inexorablemente no puede dejar de pivotar la genuina dirección universal de la sociedad. Así pues, comprender el carácter ideológico de semejante modo de entender la unicidad universal supone a su vez la posibilidad de comenzar siquiera a entender, como réplica crítica de dicha ideología, la dirección que puede tomar el proceso de las fuerzas sociales capaces precisamente de generar en dicho proceso dicha réplica crítica, si es que, en efecto, dicho proceso no puede sino acabar por tomar, como suponemos, la dirección de la destrucción y el desmembramiento de las jerarquías hegemónicas de dominio escalonado en el seno de cada civilización por efecto de la explosión de las luchas sociales internas a cada una de ellas, de modo que la dirección unicista de la sociedad universal no pueda sino sostenerse y encauzarse mediante el curso de dichas luchas sociales universales.

Ahora bien, la cuestión es que precisamente este proceso no podrá cursar de un modo definitivamente universal y por tanto definitivamente orientado a la instauración de la sociedad política universal única si no es cuando, definitivamente desbordadas y transformadas las fuerzas productivas de las civilizaciones políticas clásicas bajo la forma de la producción industrial contemporánea, la saturación geopolítica de los posibles y alternativos "arreglos" entre civilizaciones enfrentadas a expensas de nuevos dominios escalonados, haya dejado de estar dada en función de unas cotas geográficas todavía dependientes del desarrollo de las fuerzas productivas de las civilizaciones clásicas, y haya comenzado a resituarse en una dimensión definitivamente universal en cuanto que efectivamente planetaria. Pues será, en efecto, la producción industrial contemporánea, resultante a su vez del desarrollo del comercio moderno capaz de establecer la primera interconexión enfrentada (geopolítica e históricopolítica) de la totalidad de las civilizaciones (y pueblos) del planeta, aquella que acabará por resituar - que de hecho ha resituado en los últimos dos siglos -, en una dimensión definitivamente universal por irrevocablemente planetaria la situación de saturación geopolítica de la posibilidad de que los (nuevos) enfrentamientos intercivilizatorios puedan cursar indefinidamente reampliados mediante nuevos dominios escalonados, dado el definitivo agotamiento a nivel planetario de dichos posibles nuevos escalones de dominio al que han acabado por conducir los imperialismos industriales contemporáneos. Así pues, la crítica que podamos hacer de las ideologías imperiales habidas a lo largo de la historia, no la podremos hacer naturalmente "desde fuera" del proceso histórico que ha conducido - en particular a través de los últimos dos siglos de producción industrial - a la situación actual, sino sólo y precisamente a partir de dicha situación actual, sólo desde la cual, en efecto, suponemos que puede fraguar una conciencia crítica mínimamente sostenida acerca del carácter ideológico de todos y cada uno de los proyectos imperiales habidos y presentes.

Así pues, y por lo que respecta a la filosofía académica, nuestra propuesta es ésta: que la filosofía "académica", tal y como en principio y en general aquí la hemos entendido, deberá experimentar una singular cristalización a una nueva escala justo allí donde las ideologías imperiales necesiten promover una concepción metafísica del mundo acorde con su nuevo proyecto imperial. Se tratará, en efecto, de presentar ahora una concepción universal (del mundo) metafísica (que por tanto se pretender irrevocable) que deberá contar, y precisamente para poder sostenerse, polémica o dialécticamente, tanto con los intereses de las propias partes sociales internas a la civilización que pugna con otras por expandirse, como también e incluso con los intereses de estas otras civilizaciones, pero encubriendo o borrando precisamente la dependencia de sus tensiones sociales internas escalonadas respecto de las ejercidas de un modo desigualmente conjugado sobre "terceros", de manera que, no descontando, sino contando, polémica o dialécticamente, con dichos intereses, éstos puedan presentarse, aun cuando de entrada opuestos, a la postre susceptibles de ser reintegrados al curso de la propia civilización que de este modo acaba mostrándose como principio último y definitivo de integración universal unicista de sus propias partes sociales así como de toda otra civilización posible. La clave, pues, de esta nueva filosofía académica metafísica, estará no ya en prescindir, sino antes bien en hacer un uso (sociopolítico) experto de la técnica dialéctica al objeto de contar con aquellos intereses conflictivos de las propias partes sociales internas y aun del resto de las civilizaciones conocidas que, junto con la propia, abarcan el "universo del discurso o de la representación", pero ello precisamente de tal modo que, silenciando la dependencia (ella misma desigualmente conjugada) de la propia relación conjugada entre sus conflictos internos y sus conflictos con otras civilizaciones con respecto de sus "terceros" pueblos explotados, pueda reestablecer a la postre el carácter último o definitivo (y por ello metafísico) de la capacidad de universalización unicista de la propia civilización frente a cualesquiera otras. Semejante ideología metafísica podrá producir, pues, la apariencia (la apariencia dialéctica) de estar conjugando las tensiones sociales internas de la propia civilización (sus luchas o "dialéctica de clases", con las que por tanto "parece" que se cuenta), con los enfrentamientos entre civilizaciones (con la lucha o "dialéctica entre civilizaciones"), de manera que aquellas tensiones internas puedan presentarse como sub-ordinadas al enfrentamiento con las otras civilizaciones, pero en realidad se trata de una pseudoconjugación, que escamotea y sustituye la genuina conjugación por una mera "reabsorción por yuxtaposición" - de los conflictos internos al conflicto entre civilizaciones -, y ello precisamente en la medida en que se ha borrado, abstraído o encubierto, la dependencia desigualmente conjugada de aquellos conflictos internos - y por tanto de su conjugación misma con los conflictos intercivilizatorios - con el dominio sobre los "terceros" escalones respectivos que cada civilización ya tiene incorporados: un "silencio" éste, repárese, que precisamente resulta ser (ideológicamente) necesario para el sostenimiento del propio proyecto (ideológico) imperial, desde el momento en que dicho proyecto sólo puede gestarse allí donde ha comenzado justamente a quedar agotada la posibilidad misma de reampliación indefinida del dominio sobre aquellos "terceros" escalones.

¿Y no es, acaso, semejante formato académico el que podemos reconocer ejemplarmente cristalizado en la filosofía platónica y en su autoconcepción del lugar de la filosofía "académica", y por tanto en su utilización de la "figura dialéctica" de Sócrates como alegoría de la función de dicha filosofía académica, en cuanto que dicha "dialéctica" se nos presenta en efecto como un uso experto (aparentemente sólo técnico-cognoscitivo, pero en realidad socio-políticamente determinado) de dicha dialéctica en cuanto que ordenada a la justificación metafísica de una hegemonía política establecida - en este caso: la espartana, en el contexto de la federación conflictiva de las ciudades-estado áticas, y en cuanto que dicha federación busca soluciones imperiales frente a la civilización persa -? ¿Pero no será acaso Sócrates mismo de algún modo rescatable de su versión platónica en cuanto que pudiéramos ver en él más bien el uso interminable de la argumentación dialéctica precisamente dirigida a remover una y otra vez las propias "seguridades" o "evidencias" (metafísico-ideológicas) de la propia hegemonía en la que se vive - en este caso: de las pretensiones atenienses por desligarse de la hegemonía espartana y promover por su parte una solución asimismo imperial pero esta vez dirigida a mantener el orden democrático ateniense?

¿Y, en todo caso, no es, desde luego, la filosofía de Gustavo Bueno, y su concepción del papel de la filosofía académica, en cuanto que de estirpe y factura estrictamente platónicas, heredera, ya no sólo de Platón, sino también y por ello de toda la tradición metafísico-ideológica imperialista desenvuelta al compás de la propia realidad histórica imperial de la "sociedad occidental" - releída esta historia a su vez en una clave "romano-católica", inicialmente "rusa" (y sólo aparentemente "soviética") y ulteriormente "hispana" -?

En todo caso, tampoco esta nueva forma de metafísica académica que cristaliza asociada a la legitimación ideológica de la idea de Imperio, y que a partir de su gestación suponemos que va a anidar en el formato básico de toda ulterior filosofía académica, podrá verse enteramente libre, y ya dentro de la propia "Academia", de la intercrítica dialéctica entre sus diversas modulaciones, unas modulaciones éstas que inevitablemente resultarán de las no menos inevitables tensiones, oscilaciones o desequilibrios, y aun reestructuraciones, que habrán de irse dando en las relaciones conjugadas entre los enfrentamientos inter-civilizatorios y los intra-civilizatorios, en cuanto que dichas relaciones conjugadas dependen a su vez, como decimos, de las relaciones asimismo conjugadas, de manera desigual, con los "terceros" escalones dominados por cada una de estas civilizaciones.

 

3. -La sociedad industrial contemporánea como fuente del surgimiento de una conciencia filosófica crítica mínimamente sostenida acerca del carácter ideológico-metafísico de toda filosofía tradicional en cuanto que ideológicamente asociada a la idea de Imperio: las condiciones de formación del marxismo como genuina autoconciencia filosófica crítica materialista.

Con todo, y ésta es la cuestión, la fuerza y la figura que dicha crítica dialéctica (asimismo académica) pueda tomar, en cuanto que necesariamente acompasada con las propias transformaciones que puedan ir adoptando, para cada sociedad de referencia, las relaciones conjugadas entre los conflictos intra e intercivilizatorios, no alcanzará una dimensión y una plenitud mínimas (y por tanto una genuina conciencia crítica retrospectiva mínimamente fraguada del carácter metafísico-ideológico del formato básico de toda la filosofía académica anterior) hasta que dichos conflictos mutuamente conjugados no hayan quedado resituados a una escala ya definitivamente universal, cosa ésta que sólo comenzará a poder ocurrir, como ya apuntábamos, justamente a partir de la forma industrial contemporánea de producción. Se nos podrá entonces comenzar a hacer comprensible el sentido y el alcance de esa crisis metafilosófica permanente que hemos visto que viene experimentando la filosofía académica precisamente a partir y durante los dos últimos siglos en los cuales ha tenido lugar la irreversible extensión universal en cuanto que planetaria de esa forma a su vez universal de producción que es la producción industrial. Pues dicha crisis, en efecto, no puede sino ser vista como la creciente conciencia crítica del carácter prioritaria e inevitablemente metafísico e ideológico de la totalidad de las variedades o modulaciones históricas de la filosofía académica tradicional, una conciencia crítica precisamente posibilitada por las nuevas condiciones históricas abiertas por la irreversible extensión universal o planetaria de la nueva forma universal de producción industrial. En este sentido, y sin perjuicio de la importancia, a este mismo respecto crítico, de otras corrientes filosóficas críticas contemporáneas que obran una dirección en cierto modo afín - en general, todas aquellas que inscriben en la órbita de la crítica de la "falsa conciencia"-, se hace inevitable destacar el alcance decisivo de la crítica marxista de la filosofía, en cuanto que no podemos dejar de ver en dicha crítica el acceso más consistente a la mencionada conciencia crítica, ella misma filosófica, del carácter prioritaria e inevitablemente metafísico-ideológico de todas las variedades históricas de la filosofía académica tradicional.

Pues ciframos, en efecto, la clave de la crítica marxista de la(s) filosofía(s) en el acceso a un nivel de autoconciencia, ella misma filosófica, del carácter inevitable y prioritariamente metafísico y de las funciones ideológicas de todas las variedades históricas de la filosofía, un acceso éste que sólo puede tener lugar cuando se resitúa, como hizo Marx, a la dialéctica misma - en efecto, esa tradición dialéctica siempre en ciernes, pero siempre sólo incoada, dados sus inexorables bloqueos metafísicos - sobre los quicios abiertos de un modo irreversible por la nueva forma de producción industrial ya irreversiblemente universal - universal por su contenido formal, y por ello mismo por su inexorable extensión planetaria -, a saber, sobre los quicios de las "contradicciones sociales (capitalistas) de producción industrial", cuya realidad misma es la que hace posible este acceso esta nueva forma de autoconciencia filosófica sólo desde la cual a su vez puede ser pensada dicha realidad. En esto consiste, en efecto, y no en otra cosa, la clave de la interpretación filosófica materialista de la dialéctica hegeliana (y con ella de toda la tradición dialéctica), una interpretación que en cuanto que filosóficamente materialista implica el acceso al comienzo siquiera de una genuina autoconciencia filosófica crítica mínimamente sostenida.

Al quedar resituadas, en efecto, las contradicciones sociales de producción a la escala de la nueva forma de producción industrial, se diría que es esta nueva escala la que abre ahora irreversiblemente bajo sus pies el abismo de una efectiva universalidad irrevocable y por ello negativamente in-finita: pues ahora, saturada ya, de un modo irreversible, por la propagación planetaria de la industria, la posibilidad de una reampliación indefinida del desplazamiento del dominio sobre nuevos escalones socio-territoriales, en cuanto que todos estos posibles escalones deben acabar por llegar a estar ocupados y repartidos por los nuevos bloques imperialistas del capitalismo industrial, será la relación conjugada entre los conflictos socio-políticos internos a los nuevos bloques geopolíticos con los conflictos entre dichos bloques aquella que se verá ahora abocada a cursar congregada de un modo ya irreversiblemente universal. Lo irreversible, irrevocable o definitivo, pues, de la nueva situación que la industria planetaria acarrea consiste justamente en el carácter irreversible de la dirección in-finitamente universal a la que los conflictos socio-políticos y geopolíticos conjugados se ve abocada - y con ello, por tanto, al estado, ahora ya, de crisis permanente a la que inevitablemente se verá sujeta toda ideología que pretenda ofrecer alguna solución que se pretenda precisamente como definitiva o irrevocable. Y es justamente el acceso a la conciencia del carácter irrevocablemente universal del curso de la nueva sociedad planetaria internamente quebrada por sus conflictos sociopolíticos y geopolíticos conjugados aquel que siquiera comenzó a ser abierto por el materialismo filosófico marxista.

3.1. Límites ideológicos del "marxismo clásico", en cuanto que ligado a una concepción y un proyecto (lógicamente) "monótonos" de la sociedad universal, y posibilidad de sostener la crítica marxista en la sociedad universal del presente.-

Ahora bien: como apuntábamos, todavía el marxismo "histórico" o "clásico" (socio-político y filosófico), en cuanto que incluye desde luego y ante todo las aportaciones (filosóficas y políticas) leninistas, pudo recaer en la "coagulación" ideológica y metafísica consistente en pensar "una" clase social "universal" que, en virtud de su posición social en las relaciones sociales capitalistas universales de producción industrial, fuera capaz de remover y resolver, de un modo definitivo, dichas relaciones sociales capitalistas en una dirección socialista universal. Para ello, dicha "clase universal" hubo de ser pensada, más bien a partir de Lenin (y Trotsky) que del propio Marx - es decir, más bien a la altura de la formación del "imperialismo como fase superior del capitalismo" -, como una clase dotada de una morfología y un funcionamiento universalmente transversales a las morfologías y los funcionamientos de los diversos bloques geopolíticos capitalistas en pugna imperialista planetaria, capaz por ello mismo de movilizar la re-vuelta social y política desde dentro de cada uno de dichos bloques en pugna - y no de cualquier modo, sino por sus "eslabones más débiles", esto es, desde los "escalones" de cada uno de dichos bloques que soportaran el mayor peso del dominio desplazado -, y de este modo ir concatenando universalmente (inter-nacionalmente) dichas revueltas o revoluciones hasta el punto de disolver el propio enfrentamiento entre dichos bloques imperiales por efecto de la resolución de las luchas de clases en cada uno de ellos lograda por dicha clase, una resolución ésta que se suponía que acabaría universalizándose por todo el planeta bajo la forma de un socialismo mundial.

El hecho mismo del fracaso, que es obligado reconocer, de semejante proyecto y de la concepción misma que lo sustentaba, nos conduce desde luego a considerar, a la altura de nuestro tiempo, como habiendo recaído en una forma ideológica (y metafísica) a aquella concepción marxista clásica de la "clase universal", así como del finalismo de la historia que dicha concepción llevaba acoplada. Pero no por ello hemos de prescindir, nos parece, de las genuinas claves materialistas filosóficas mediante las que el propio marxismo clásico comenzó a abrir el acceso a la conciencia del carácter irreversiblemente universal del curso de los conflictos socio-políticos y geo-políticos planetarios a partir de la forma industrial de producción - unas claves éstas que podrán llegar a manifestar su potencia reinterpretando precisamente el sentido de aquel fracaso en cuanto que éste las conduzca a desbloquear su recaída metafísico-ideológica consistente en aquella concepción de la clase universal y del finalismo de la historia a dicha concepción asociada. Se trata, en efecto, según propongo, de advertir, que el defecto (lógico) fundamental de la concepción marxista clásica de la "clase universal" es el formato "monótono" (es decir, uniforme y lineal) con el que aquella concepción obligaba a pensar un proceso histórico-universal que, sin embargo, despojado de dicho formato monótono, nos parece que es imprescindible de algún modo seguir pensando como condición misma del mantenimiento de la genuina conciencia filosófica materialista, a saber, y precisamente, éste: el de un proceso universal (trascendental) consistente en la conjugación, incesantemente recurrente, entre los enfrentamientos entre los diversos bloques geopolíticos imperialistas mundiales y los enfrentamientos entre las diversas clases sociales internas a cada bloque, en donde, y dada la saturación geo-histórica política planetaria de escalones antropológicos explotables al que la forma de producción industrial ha acabado por conducir a los imperialismos capitalistas - y por tanto la clausura definitiva de la posibilidad de un desplazamiento indefinido del dominio sobre nuevos escalones ya inexistentes -, todo posible curso que pueda tomar la pugna mutua entre dichos bloques deberá inexorablemente reobrar sobre la totalidad del curso de sus relaciones de clases internas, esto es, sobre la totalidad de sus escalonamientos internos de dominio socio-político, de modo que a su vez serán estas inevitables transformaciones en las relaciones de clase dependientes del curso de las pugnas entre los bloques las que a su vez deberán reobrar sobre dicho curso.

Se trata, pues, de pensar al actual proceso de la sociedad histórico-universal como (trascendentalmente) sometido a la dialéctica de un relación conjugada entre los conflictos entre los bloques y los conflictos entre las clases de cada bloque, y de pensar a su vez dicha relación conjugada, en cuanto que circularmente saturada por efecto de la producción industrial, de forma que dichos conflictos mutuamente conjugados se nos presenten como universalmente congregados de modo irreversible cualesquiera que puedan a ser los cursos que pueda llegar a ir tomando dicha doble circulación conjugada, la cual en todo caso no podrá dejar de proseguir realimentándose indefinidamente de un modo universal.

Ésta idea tiene una factura que quiere alimentarse ciertamente de la idea mediante la cual Lenin y Trotsky pudieron en su momento pensar al "imperialismo" como la "fase superior del capitalismo" que debería conducir a una revolución socialista mundial, si bien ahora ya desprendida, en nuestro análisis, del concepto (de formato lógico monótono) de la clase universal mediante la cual aquellos marxistas pudieron concebir como necesaria la resolución socialista mundial de dicha fase superior del capitalismo. De este modo, al despojar dicha idea de semejante formato (monótono) nos vemos conducidos sin duda a retirar el supuesto del carácter monótono de una resolución socialista universal del proceso histórico-universal que aquella idea pretendía pensar. Lo que no quiere decir, sin embargo, que por ello debamos quedar huérfanos de todo criterio filosófico-político marxista para el análisis y para la crítica, en cada momento, del "estado planetario de cosas" del presente, y que asimismo no sea posible comprender retrospectivamente, en clave marxista, el sentido del fracaso de aquella concepción y de aquel proyecto monótonos en cuanto que generados por unas condiciones históricas del desarrollo de la forma y la extensión universales de la sociedad capitalista industrial todavía insuficientes por lo que respecta al despliegue de todas las "desigualdades" e "irregularidades" contenidas en dicha universalización.

Pues la clave, en efecto, de semejantes análisis y crítica nos la ofrece, según propongo, el carácter (recurrentemente) "desigual" de la conjugación mutua entre ambos tipos de conflictos - "geopolíticos" y "sociopolíticos" -, una desigualdad que precisamente tiene lugar trascendentalmente por respecto a las configuraciones positivas (socio-políticas y geopolíticas respectivamente) mutuamente "irregulares" de cada uno de dichos tipos de conflictos conjugados sin embargo de forma universal-trascendental. Se trata, en efecto, de un "desarrollo desigual y conjugado" de los conflictos entre los bloques y entre las clases que resulta ser trascendental con respecto de las mutuas diferencias o "irregularidades", asimismo recurrentes, de las configuraciones "culturales" positivas (sociopolíticas y geopolíticas) a través de las cuales cursa dicho proceso trascendental recurrente. Dichas configuraciones socio-políticas y geopolíticas pueden ser, y de hecho son, sin duda, sumamente diferentes, o mutuamente "irregulares, entre sí, y con una diferencia ciertamente no sólo de grado, sino de tipo, como se corresponde con cada una de las "culturas históricas" positivas de cada bloque civilizatorio - ; pero es el desarrollo "desigual y conjugado" de sus luchas socio-políticas y de sus pugnas geopolíticas el que, en cuanto que irrevocablemente congregado e impulsado por la forma industrial universal de producción, resulta ser trascendental con respecto a dichas diferencias o irregularidades mutuas histórico-culturales positivas a través de las que dicho proceso universal-trascendental se abre paso.

Así pues, la deficiencia lógica fundamental de la idea marxista clásica de la "clase universal" se nos revela en el hecho de que, pretendiendo tener dicha idea funciones trascendentales - con respecto a la pluralidad de morfologías histórico-culturales de cada bloque y de sus conflictos, internos y mutuos-, acababa sin embargo reducida, debido a su formato lógicamente monótono, a un concepto meramente positivo o empírico-práctico incapaz por tanto cumplir aquellas funciones trascendentales.

Ahora bien, una vez que hemos retirado el supuesto de "una clase" de "configuración" (monótonamente) "universal" que pudiera conducir a una "resolución universal (monótonamente) socialista" de dichos tipos de conflictos conjugados, hemos de reconocer que, de acuerdo con las morfologías irregulares de cada uno de los conflictos entre clases y entre bloques, los recurrentes reajustes de cada uno de los tipos de conflictos mutuamente conjugados deberán adoptar morfologías positivas asimismo sumamente "irregulares" entre sí - y no monótonas -: mutuamente "irregulares" deberán ser en efecto las formas de reajuste de cada uno de los conflictos socio-políticos internos a cada bloque - sin embargo dependientes de los conflictos geopolíticos entre los bloques -, así como mutuamente "irregulares" serán los diversos reajustes (desplazamientos, reconfiguraciones) que puedan ir adquiriendo las morfologías de cada bloque según el curso de sus conflictos con los demás bloques - asimismo dependientes con sus conflictos socio-políticos internos -. Mas no por ello, como decíamos, hemos de quedar despojados de todo criterio "partidista" y crítico, si es que somos capaces mantener la perspectiva trascendental-universal del desarrollo desigual y conjugado entre aquellos reajustes de conflictos dados en unos planos (socio-políticos y geopolíticos) de morfologías histórico-culturales sin duda muy irregulares.

Se trata ciertamente de efectuar una cierta "reversión" en la "Gestalt lógica" mediante la cual fue percibido - y promovido - el "socialismo" por el marxismo clásico: el socialismo ya no deberá verse como aquel proceso monótonamente universal, conducido por una presunta clase de formato lógico monótonamente universal, que nos pusiera en las puertas de una sociedad igualitaria planetaria en estado estacionario (el comunismo); sino más bien como aquel proceso, que de algún modo debe estar ya obrando - se diría que como un conato inexorable e inextinguible - a partir de la sociedad industrial irrevocablemente universal - dado el carácter saturado de la conjugación (universal-trascendental) desigual entre los conflictos entre los bloques y entre las clases -, en cuanto que dicho proceso no puede sino consistir en la rectificación universal-trascendental incesante del carácter recurrentemente desigual de aquella conjugación universal-trascendental, precisamente en cuanto que ésta se ve en todo caso abocada a cursar de un modo inexorablemente universal-trascendental.

Ésta es, ciertamente, una idea (universal-trascendental) negativa, pero no negativa de un modo absoluto (o metafísico), sino justamente de un modo crítico-negativo in-finito (negativamente in-finito) dado en función de parámetros positivos cambiantes, o sea, en función de las diversas morfologías positivas comparativamente irregulares que puedan ir adoptando los conflictos desigualmente conjugados de un modo trascendental-universal entre los bloques y entre las clases. Se trata, pues, de la idea nuclear mediante la que es posible el pensamiento de una "(meta)totalización universal internamente contradictoria y (negativamente) infinita" como la forma misma de la prosecución tanto de la sociedad universal como de la autoconsciencia filosófica crítica materialista.

Y es, por tanto, esta idea, o este criterio, el que puede, y debe, salir adelante - el que podemos y debemos hacer salir adelante - como crítica de las ideologías que inevitablemente tenderán a bloquear el propio proceso contemplado por dicha idea, en cuanto que ideologías acompasadas con las hegemonías socio-políticas y geopolíticas en cada momento interesadas en bloquear dicho proceso, unas ideologías éstas cuyo formato metafísico (académico) ya no dejará por lo demás y en todo caso de estar, como decíamos, precisamente a partir de la sociedad contemporánea industrial, sometido a la atmósfera de una sospecha crítica permanente.

3.2. Esbozo de una crítica de las principales ideologías políticas del presente sobre la sociedad universal desde una perspectiva marxista. -Por esbozar, para terminar, los perfiles más básicos de dichas ideologías del presente, frente a la cuales debe proseguir la crítica de las mismas en cuanto que precisamente alimentada por los desajustes mutuos entre dichas ideologías. Ante todo, es preciso apuntar a las diversas ideologías de factura imperialista que tenderán a defender y promover la victoria del bloque propio frente a los demás bloques - aun si el carácter de dicha victoria quiere pensarse de un modo negativamente infinito -, sobre el supuesto de la capacidad del propio bloque para contener y subordinar sus conflictos sociales internos a aquella victoria sobre los otros bloques. Se trata, sin duda, de las diversas ideologías que en la más reciente actualidad promueven la idea y el programa del "choque entre civilizaciones". Pero cabe desvelar y cifrar el carácter ideológico de semejantes programas imperialistas en la abstracción que éstos efectúan de las relaciones desigualmente conjugadas entre sus desajustes socio-políticos internos y sus conflictos con otros bloques, razón por la cual pueden presentar (representarse) "en abstracto" aquella presunta capacidad de contener y subordinar dichos desajustes a sus enfrentamientos con otros bloques. De aquí que sea preciso distinguir, dentro de estas ideologías de corte imperialista, entre dos tipos principales suyos: aquellas promovidas por bloques cuya comparativa mayor capacidad de pujanza sobre otros bloques les permite incorporar una mayor cantidad de sectores sociales internos a sus propias hegemonías socio-políticas, y por ello organizar sus Estados de forma que dichos diversos sectores sociales tengan comparativamente una mayor capacidad de participación en la propia gestión de su hegemonía, y aquellas otras promovidas por bloques cuya menor capacidad comparativa de pujanza sobre otros bloques les fuerce a ejercer una mayor presión social interna, y por tanto a organizar sus Estados bajo formas de encuadramiento más intenso de sus propios sectores sociales dominados. En el primer caso estaremos ante ideologías imperialistas que se permiten ir asociadas a formas de defensa de "la democracia" en el seno de sus propios recintos socio-políticos, mientras que en el segundo estaremos en presencia de ideologías asimismo imperialistas que sin embargo deberán ir asociadas a la defensa de formas más restrictivas y tensas de mantener la propia hegemonía interna - y en este sentido el prototipo clásico de semejantes imperialismos creemos que precisamente lo siguen ofreciendo los "fascismos" históricos o clásicos de las primeras décadas del recién terminado siglo -. No es difícil, por ejemplo, identificar en el presente como prototipo del primer tipo de ideologías a aquellas que, en la línea de la concepción de Huntington del "choque entre civilizaciones", toman partido por la civilización "occidental" en cuanto que "democrática", mientras que serían sin duda representativas del segundo tipo las ideologías que puedan estar en la línea de las posiciones de Bin Laden - o también, de la manera como Gustavo Bueno defendió en su momento a la Unión Soviética y en la actualidad defiende a la comunidad de naciones hispanas -. Pero debe observarse que en ambos casos se trata, como decíamos, de abstraer o silenciar el carácter desigual de la relación conjugada entre los conflictos con otros bloques y los propios conflictos internos, si bien ejecutando dicha abstracción de diversos modos: en un caso en la dirección de abstraer el hecho de que la mayor capacidad efectiva de asimilación socio-política interna depende de la mayor capacidad de presión sobre otros bloques, y en otro caso en la dirección de abstraer el hecho de que la deseada o promovida mayor capacidad de pujanza sobre otros bloques depende inexorablemente del ejercicio de la mayor presión socio-política interna.

Pero también estarían, de otro lado, aquellas ideologías que, promovidas desde dentro de los bloques más pujantes - característicamente: la "sociedad occidental"-, y dirigiendo la atención ante todo a las formas más democráticas de organización interna de los Estados de dichos bloques, tenderán a promover la ampliación extensivamente universal de dichas formas democráticas, y en el límite a pensar el "final de la historia", como consecuencia de semejante presunta universalización de las mismas. Semejante modulación ideológica de los bloques más poderosos tenderá a prevalecer sin duda en los momentos o bajo las perspectivas en los que el poder de estos bloques no se perciba como especialmente amenazado por las presiones de los demás bloques menos poderosos, así como la ideología del "choque entre civilizaciones" tenderá a prevalecer en las situaciones o bajo las perspectivas en las que estos otros bloques den muestra activa de su enfrentamiento: de aquí el desplazamiento bien reciente que la ideología del "fin de la historia" (tal y como había sido propuesta, por ejemplo, por Fukuyama) ha experimentado ligado al alza de la ideología del "choque entre civilizaciones" (de Huntington, por ejemplo) en el seno de la "civilización occidental". Pero obsérvese que también aquella ideología que promueve la extensión universal de las formas democráticas de los Estados de los bloques más poderosos actúa abstrayendo o silenciando el carácter desigual de las relaciones conjugadas entre los conflictos dados entre los bloques y entre las clases, está vez en la dirección de abstraer el hecho de que la pretendida extensión universal de la democracia es sencillamente imposible en la medida en que es el propio poder geopolítico ejercido sobre los bloques a los que se pretende extender la democracia el que hace imposible que dichos bloques dejen de regirse por formas no democráticas de dominio, a la vez que es el que hace posible sólo para el propio bloque y en cuanto que más poderoso la presencia de dichas formas democráticas. La ideología de la extensión universal de la democracia, que tenderá característicamente a arropar las posiciones "progresistas" o "socialdemócratas", no podrá dejar de ser críticamente vista, desde luego, sino como ligada a los intereses de los sectores sociales menos poderosos de las hegemonías de los bloques geopolíticamente más poderosos, en todo caso asimilados o integrados por dichas hegemonías, como una suerte de beatífica versión optimista de la sociedad universal ejercida desde la perspectiva de la propia posición no dominante pero acomodada dentro del bloque, o los bloques, geopolíticamente más poderosos.

Asimismo habría que considerar a aquellas ideologías que, seguramente generadas desde el punto de vista de las "clases medias ilustradas" acomodadas pero no dirigentes de los bloques más pujantes, buscan promover el "diálogo", el "encuentro" o el "entendimiento mutuo" entre los diversos bloques civilizatorios como una manera de alcanzar o mantener siquiera un relativo estado de paz universal lo más estacionario posible. Estas ideologías pueden enfatizar más o menos las diferencias entre las morfologías histórico-culturales de cada uno de los actuales bloques civilizatorios en pugna, pero en todo caso suponen posible alguna forma de mutuo entendimiento entre los mismos como una medida siquiera de freno o de moderación de sus pugnas mutuas. En este caso, lo que estas ideologías abstraen es el hecho de que la efectiva resistencia a la "comprensión" mutua entre las configuraciones histórico-culturales positivas de cada bloque sólo puede ser rectificada y reconfigurada - no definitivamente anulada -, no ya mediante ninguna clase de diálogo pacífico, sino precisamente por el desarrollo e intensificación de los conflictos "internos" y "externos" universales desigualmente conjugados.

Y, por último, también habría que considerar a aquella ideología que, frente a todas las anteriores, que en todo caso propugnan alguna determinada idea o versión de la sociedad universal, optan por retirar la idea misma de sociedad universal (y con ello la idea misma de universalidad, o de realidad universal). Se trata, sin duda, de las ideologías de factura postmoderna asociadas siempre a alguna forma de "relativismo histórico" - y por ello, a la postre, noetológico, ontológico y político-moral -. Se comprende, en cualquier caso, que, ante el carácter extraordinariamente complejo e irregular del caleidoscopio formado por la desigual conjugación universal saturada entre los conflictos "interiores" y "exteriores" planetarios, pueda generarse una ideología que tiende a retirar la idea misma de universalidad. Seguramente se trata de ante todo de una ideología más bien gremial, asociada a diversos sectores académicos, que tiende sobre todo a defender sus propios intereses de supervivencia académica, en cuanto que dichos sectores comienzan a sentirse cada vez más perplejos o incapaces para pensar alguna idea de universalidad -como la que precisamente aquí estamos promoviendo - que pueda actuar como réplica crítica a las ideas de universalidad promovidas tanto por las diversas ideologías imperialistas agresivas - democráticas o fascistas -, como por la ingenua y progresista ideología de la extensión universal de la democracia. Y ello sin perjuicio de que dichas ideologías postmodernas puedan no dejar de alimentarse mundanamente de aquellas ideologías y movimientos que, ante la actual "globalización", o sea, ante la actual pujanza victoriosa del bloque geopolítico capitalista denominado "occidental" sobre otros bloques geopolíticos, no menos capitalistas si bien irregularmente más débiles con respecto al primero, parecen no tener otra alternativa más que la promover la vuelta o la retirada a espacios sociales geo-históricos "locales" o "regionales" - susceptibles de entenderse a su vez a diversas escalas: desde las "patrias segmentarias" de los Estados nacionales constituidos, hasta el terruño o el huerto -. Pero semejante complicidad, tan postmoderna, con dicho pretendido regreso o retirada a espacios sociales geohistóricos "locales" no puede sino obrar de una manera puramente retórica, en cuanto que se ve obligada a un defensa o compromiso con dichos espacios locales meramente relativista, y por ello absolutamente abstracto-indiferenciada, o sea, debiendo hacer absolutamente abstracción del hecho de que no hay ya lugar social "local" en este planeta que no éste enteramente envuelto, movilizado y concernido por la universal conjugación desigual entre los conflictos sociopolíticos y geopolíticos que lo atraviesan irrevocable y por ello incesantemente.

Por lo demás, y en resolución, la crítica de semejantes ideologías desde la idea misma de sociedad universal que aquí estamos defendiendo - como solidaria con la conciencia misma filosófica materialista - no podrá dejar, como decíamos, de alimentarse incesantemente entre los desajustes mutuos incesantes de dichas ideologías, así como entre los desajustes entre los procesos sociales mismos con dichas ideologías acompasados, como una "diferencia (dialéctica) de potencial", siquiera mínima, que incesantemente deberá alentar entre aquellos desajustes, y supuesto ya el hecho, por lo demás, de que el formato metafísico de dichas ideologías no podrá ya dejar de estar en la sociedad contemporánea, como decíamos, continuamente sometido a sospecha. Dicha diferencia de potencial crítica, o dialéctica, surgirá, en efecto, por ejemplo, de los "choques" entre las ideologías que defienden y promueven la extensión universal de las formas democráticas de los Estados de determinados bloques - y en el límite acaso el fin de la historia - y las ideologías que sin embargo defienden y promueven "el choque entre las civilizaciones"; o también surgirá necesariamente de los choques entre cada una de estas ideologías que alientan el "choque de civilizaciones" desde cada una sus civilizaciones respectivas; o bien brotará del choque entre cualquiera de los dos tipos de ideologías anteriores y la que aspira a un entendimiento mutuo que respete las morfologías particulares de cada boque; o bien, por fin, surgirá de los choques entre todas, o cualesquiera de estas ideologías, que promueven sus determinadas versiones de la historia universal, y las ideologías que pretender retirar toda referencia universal en complicidad con alguna suerte de presunta retirada local geohistórica que pudiera darse al margen de esa historia universal por la que sin embargo siguen pujando inexorablemente procesos e ideologías opuestos.

Y semejante crítica, por fin, no se dará sólo en el ámbito mundano, o directamente político, de los procesos y las ideologías acompasadas en pugna, sino que tampoco podrá dejar de darse en los ámbitos académicos en donde, y precisamente a partir de la irrevocable congregación universal contemporánea de la desigual conjugación de todos los conflictos planetarios, también se hará ineludible alcanzar y proseguir esa conciencia filosófica materialista crítica capaz de desvelar, una y otra vez, entre ellas y frente a ellas, las maneras como la dialéctica puede ser objetivamente usada de un modo experto (específicamente "sociopolítico") al efecto de construir metafísicas ideológicamente funcionales, en todo caso ya irremediablemente sometidas a sospecha, y de cultivar dicha crítica además de un modo no menos ("sociopolíticamente") experto. Sin duda que este "momento académico" del proceso mundano mismo del deshacerse y rehacerse incesantes del mundo (de la historia y de la realidad universales que a través suyo se abre) no podrá dejar de alimentarse una y otra vez de las nuevas experiencias prácticas mundanas que el proceso mismo de la realidad vaya arrojando, pero tanto como estas experiencias y sus ideologías acompasadas se verán inevitablemente moldeadas y formateadas por el inexorable "rodamiento" académico ("socio-políticamente" experto) de las ideas. De aquí que, no obstante las miserias sociológicas, o psico-sociológicas, que con toda justicia puedan y deban denunciarse en la actual vida académica - incluyendo sin duda la vida universitaria como un apartado de dicha vida académica-, no deje de constituir una posición metafísica e ideológica más - y "metafísica", por cierto, en cuanto que sostenida de un modo "experto" por su aprendizaje académico universitario - aquella que dejara de percibir que dicho "momento académico", con su propia dialéctica interna, no puede dejar de constituir un momento funcional de la propia dialéctica del deshacerse y el rehacerse incesantes del mundo.

Madrid, Diciembre de 2001.

 


[*] J.B. Fuentes Ortega es profesor en la Facultad de Filosofía de la UCM.

 

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