Fundamentalismo científico
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1. En el presente, todo aquello que viene envuelto en la aureola de la ciencia se digiere acríticamente. Sin embargo, cuando los científicos explican sus teorías, en ocasiones rebasan el plano de los conceptos científicos y comienzan a usar ideas filosóficas, que sobrepasan su campo de especialización, porque la realidad no se agota en su parcela particular de trabajo. Sin saberlo, dejan de hacer ciencia para comenzar a filosofar. La visión científica del mundo que reclaman, aunque adornada de aparato matemático o terminología precisa, no es sino un sucedáneo de filosofía, donde unos mitos a veces son sustituidos por otros igual de metafísicos, como la creencia en la Teoría del Todo, el Multiverso o Gaia.
El fundamentalismo científico es un ingrediente ideológico frecuente en la filosofía espontánea de los científicos de nuestro tiempo y se caracteriza por un marcado monismo gnoseológico y ontológico. Numerosos científicos creen en la posibilidad de una ciencia unificada (monismo gnoseológico), al tiempo que subrayan que en ciencia no cabe el ignorabimus, que el conocimiento científico puede abarcar la realidad al completo, porque ésta no presenta fracturas (monismo ontológico). Stephen Hawking, por ejemplo, solía señalar que la filosofía había muerto y que los científicos se habían convertido en los encargados de responder a las cuestiones que tradicionalmente correspondían a la filosofía, como cuál es la naturaleza de la realidad, de dónde viene todo lo que nos rodea, o si necesitó el Universo un Creador.
2. Esta visión magnificada de la ciencia no es sino una refluencia de la vieja omnisciencia divina. Como consecuencia de la “inversión teológica”, ocurrida entre los siglos XVI y XVIII, la ciencia moderna heredó los atributos del Dios omnisciente de la teología tradicional. Tras la inversión teológica, Dios dejó de ser aquello sobre lo que se habla para comenzar a ser aquello desde lo que se habla. La inversión teológica hizo de Dios un punto de vista, el punto de vista desde el cual los científicos contemplan el mundo.
Así, Laplace, cuando le presentó a Napoleón un ejemplar de su Mecánica Celeste, afirmó que no había necesitado de la hipótesis de Dios. Y en el Ensayo filosófico sobre las probabilidades, escribió que el espíritu humano brindaba un atisbo de la Inteligencia Suprema en la perfección a que había sabido llevar la astronomía.
La Ciencia (con mayúscula y en singular) desplazó a Dios, reteniendo, sin embargo, el atributo absoluto de la ciencia divina. No deja de ser paradójico que la repetida expresión “leyes naturales” o “leyes fundamentales de la Naturaleza” no sea en el fondo sino una metáfora de raigambre teológica, porque ¿quién se supone que es el legislador que dicta esas leyes?
3. Desde el materialismo filosófico, se realiza una crítica demoledora del fundamentalismo científico, de esa ideología espontánea de nuestro presente que sostiene que existe algo así como una visión científica del mundo que nos desvela de una vez por todas cómo es la realidad. Pero la ciencia no tiene ni puede tener la última palabra, desde el momento en que se reconoce que en puridad no hay una única ciencia. No existe la Ciencia (así, con mayúscula y en singular) más que aureolarmente. Existen las ciencias.
El reconocimiento de la pluralidad de las ciencias y, por tanto, de acuerdo con la teoría del cierre categorial, de la pluralidad de las categorías a partir de las cuales se determina el mundo significa, por de pronto, que no hay ninguna ciencia cuya categoría agote la realidad al completo. Este ignorabimus no es consecuencia de una limitación externa –metafísica o teológica– sino interna, de la discontinuidad manifiesta entre unos cierres categoriales y otros.
La realidad no se agota en una única ciencia o categoría, sino que presenta discontinuidades, fracturas; porque, conforme al principio de symploké, “ni todo está conectado con todo, ni nada está conectado con nada”. Por ejemplo: si extraemos una muestra de tejidos de un organismo, estos se componen de células, que a su vez se componen de átomos, que a su vez lo hacen de protones, neutrones y electrones, y así hasta llegar a los quarks… pero, ¿cómo reconstruir el individuo, con su cuerpo y su morfología, a partir únicamente de las partículas elementales? ¿Cómo explicar las leyes evolutivas que gobiernan la selección de las especies o las leyes etológicas relativas a la conducta de los animales a partir solamente de las neuronas o los genes? Aún más: se afirmará que la política puede reducirse a la economía, la economía a la sociología, la sociología a la psicología, la psicología a la biología, la biología a la química y la química a la física; pero, ¿está la física en condiciones de explicar el decurso histórico del Imperio romano o de la China del siglo XXI?
Pese al papel constitutivo de las ciencias en el hacer y deshacerse del mundo, éstas no arrojan una visión científica global ni agotan eso tan oscuro y confuso que llamamos la realidad. La topología de las categorías científicas no es lisa, armónica, sino que hay solapamientos, pliegues, anomalías. El materialismo filosófico consiste, en suma, en un pluralismo discontinuista, para el que la pluralidad de las ciencias no es una contingencia gnoseológica sino un insalvable ontológico.
Carlos M. Madrid Casado
→ Gustavo Bueno, “Ensayo sobre el fundamentalismo y los fundamentalismos” (El Basilisco, 2015, 44:5-60)
→ Gustavo Bueno, “Fundamentalismo científico y Bioética” (El Catoblepas, 2010, 97:2)
→ “Fundamentalismo científico” (Rótulos)