Lecciones sobre Espinosa.
Felipe Giménez. Profesor de
filosofía de IES.
Baruch de Espinosa, Iudeus et atheista,
(1632-1677).
1. Gnoseología.
La verdad del conocimiento
reside en el entendimiento mismo. La verdad no consiste en la coincidencia
del entendimiento con la cosa sino en la adecuación del entendimiento al
entendimiento mismo.
Spinoza distingue tres géneros de conocimiento. El primer género de
conocimiento es la imaginación. Es una experiencia vaga de la percepción.
Sólo se perciben las cosas a través de las modificaciones de nuestro
cuerpo, de sus afecciones y se percibe nuestro cuerpo a través de las
causas externas que lo afectan. Por ello, nunca se llega a conocer las cosas
de manera adecuada, así como nuestro cuerpo nunca puede llegar a conocerse
debido a que el alma es incapaz de discernir qué procede de él y qué de
las cosas exteriores que lo afectan. En este tipo de conocimiento se
obtienen los universales. Al ser un género de conocimiento inadecuado,
confuso y vago. Es el modo de conocimiento en el que se conocen sólo las
afecciones, pasiones. Es por ello que debe ser superado.
El segundo género de conocimiento es la razón. Es el conocimiento
discursivo o de segundo género. Se parte de las ideas confusas y compuestas
del primer género para concluir en las ideas claras y distintas. Es el
conocimiento por nociones comunes. La razón percibe las cosas como
necesarias y en su necesario encadenamiento y no como contingentes, por lo
que aquí se obtiene un conocimiento adecuado y cierto.
El tercer género de conocimiento es la ciencia intuitiva. Es el amor dei
intelectualis. Dimana de la idea adecuada de Dios, de la esencia formal de
algunos atributos de Dios y progresa hasta el conocimiento de las esencias
de las cosas. Se contempla a Dios y a todas las cosas en Dios sub specie
aeternitatis.
Espinosa distingue cuatro
clases de ideas:
.Artificiales -producidas por la imaginación.
.Dudosas -que se muestran compuestas, por lo que no son claras ni distintas.
.Falsas.
.Verdaderas.
Una idea verdadera debe estar de acuerdo con el objeto que es ideado, del
que es idea. El criterio de verdad son las ideas adecuadas y perfectas. Def.
de Idea adecuada. E.II, Def. IV: "Entiendo por idea adecuada una idea
que, en cuanto considerada en sí misma, sin relación al objeto, posee
todas las propiedades intrínsecas de una idea verdadera." Ella es
norma de lo verdadero y lo falso.
2. Ontología. Dios, la substancia, los atributos y
los modos.
La realidad es para Espinosa
Deus sive natura sive substantia. He ahí al Ser. Dios es un ser
absolutamente infinito constituido por una infinidad de atributos, cada uno
de los cuales es expresión de una esencia eterna e infinita. Es en sí, es
causa sui. E.I. Def. VI. "Por Dios entiendo un ser absolutamente
infinito, esto es, una substancia que consta de infinitos atributos, cada
uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita" E.I. Def. I:
"Por causa sui entiendo aquello cuya esencia implica la existencia, o,
lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza sólo puede concebirse como
existente." El núcleo central de su ontología es la noción de
substancia. E.I. Def.III.: "Por substancia entiendo aquello que es en
sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse, no
precisa del concepto de otra cosa." Dios es una esencia eterna e
infinita, afirmación absoluta que excluye toda negación. Dios es una
substancia constituida por una infinidad de atributos infinitos. Veamos qué
es un atributo. E.I. Def. IV: "por atributo entiendo aquello que el
entendimiento percibe de una substancia como constitutivo de la esencia de
la misma". Según afirma en E.I.Prop. IX: "Cuanta más realidad o
ser tiene una cosa, tantos más atributos le competen. Demostración: Es
evidente por la Def. IV". Así queda claro el significado de la Def. VI
anteriormente mencionada.
Los atributos son substantivos y no adjetivos. No son en Espinosa lo que los
predicados respecto al sujeto gramatical. De acuerdo con la Def. IV, el
atributo no es una propiedad de la substancia, sino la esencia de la misma
substancia en tanto que es concebida por el entendimiento, ya sea el
entendimiento finito del hombre o el infinito de Dios. Cada atributo
constituye la esencia misma de Dios en tanto que se manifiesta en una forma
de ser. Los atributos sólo son infinitos en su género, es decir, cada uno
en la forma de ser que le es propia, mientras que Dios es absolutamente
infinito, ya que al estar constituido por una inifinidad de atributos agota
la totalidad de las formas del ser. Los únicos atributos que conocemos son
el pensamiento y la extensión. E.II. Prop. I. "El Pensamiento es un
atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa pensante." E.II. Prop. II:
"La Extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa
extensa." Los atributos son en su género sustancias y no predicados y,
por tanto, hay entre ellos una distinción real, por ello, no podría haber
entre ellos una comunicación causal. Las almas y los cuerpos no son
sustancias, sino modos de la sustancia pensante y de la sustancia extensa
respectivamente. Aun cuando los atributos sean sustancias en su género, que
existen la una sin la ayuda de la otra, no son sustancias, sin embargo, si
se quiere mantener y respetar la regla de univocidad en el lenguaje
filosófico, puesto que cada uno de los atributos expresa la realidad o el
ser de la sustancia. Esta es la razón por la cual Dios es la única
sustancia.
Un atributo no es causado por otro atributo. Se puede relacionar a todos los
atributos con Dios. Dios se expresa en la diversidad infinita de todas sus
formas de ser por medio de su productividad infinita y de su orden
inteligible que se despliega en esa productividad. Los atributos expresan la
esencia de Dios. El ser de Dios no se distingue de sus atributos. Dios se
expresa en el mismo grado y poder e inteligibilidad de cada uno de ellos
tomados aisladamente.
Cada atributo expresa la necesidad, la eternidad y la infinitud de la
substancia. ¿En qué sentido expresa también la unidad de la substancia?
No siendo la unidad de Dios la unidad de un substrato, sino la de una
productividad que se despliega en la diversidad de los atributos según
formas necesarias, la distinción entre lo uno y lo múltiple no pertenece
al ámbito de lo cuantitativo cuando se trata del ser absolutamente
infinito. La substancia no está situada más allá de los atributos.
El atributo del pensamiento pertenece al orden del ser, es el poder de
pensar el que se actualiza en el entendimiento infinito de Dios y en el
entendimiento finito del hombre. El primero de modo inmediato y el segundo
de modo mediato. Por ello es plenamente compatible con la simplicidad y la
perfección de Dios.
La idea de extensión implica la idea de divisibilidad de partes extra
partes, bien se la conciba como actualmente dividida o como infinitamente
divisible. La extensión real lleva consigo la unidad e indivisibilidad de
un infinito que es a la vez extensivo e intensivo. La distinción de partes
es una distinción modal y no real. La extensión es constituyente y
dinámica. A nivel de substancia, no hay división. Dios es absolutamente
simple. E.I. Prop. XII:"No puede verdaderamente concebirse ningún
atributo de una substancia del que se siga que esa substancia puede ser
dividida". E.I. Prop. XIII: "Una substancia absolutamente infinita
es indivisible".
Dios es causa primera y libre de todo. Sólo Dios es libre, causa libre. Lo
que llamamos voluntad, es causa necesaria. E.I. Prop. XXXII: "voluntas
non potest vocari causa libera, sed tantum necessaria" Corolario I
"Deum non operari ex libertate voluntatis." Demostración:
"La voluntad es solamente un cierto modo de pensar, como el intelecto;
de modo que -como consecuencia de la Prop. XXVIII- ninguna volición puede
existir ni ser determinada a operar, si no lo es por otra, y así hasta el
infinito. Y aunque se suponga una voluntad infinita, debe ser determinada
por Dios en su existencia y en sus operaciones, no en cuanto es una
substancia absolutamente infinita, sino en cuanto tiene un atributo que
expresa la esencia infinita y eterna del pensamiento." Dios sólo
actúa en virtud de las leyes de su propia naturaleza. Todo es y se concibe
en y por Dios. E.I. Prop. XV:"Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios
nada puede ser ni concebirse". Dios produce las cosas por necesidad
interna. Actuar libremente es actuar por la necesidad de la propia
naturaleza.
La substancia infinita se expresa a través de sus atributos en infinitos
modos. E.I. Def. V.: "Por modo entiendo las afecciones de una
substancia, o sea, aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es
también concebido". E.I. Prop. XVI: "De la necesidad de la
naturaleza divina deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos (esto
es, todo lo que puede caer bajo un entendimiento infinito)"
Los modos se dividen en infinitos y finitos. Los infinitos se dividen en
inmediatos y mediatos. Los modos infinitos inmediatos se derivan o deducen
inmediatamente de la naturaleza absoluta de Dios. Los modos infinitos
mediatos proceden de la naturaleza absoluta de Dios por intermedio de los
modos infinitos inmediatos.
Dice Espinosa en E.I. Prop. XXIII: "Todo modo que existe necesariamente
y es infinito, ha debido seguirse necesariamente, o bien de la naturaleza de
algún atributo de Dios considerada en absoluto, o bien a partir de algún
atributo afectado de alguna modificación que existe necesariamente y es
infinita. Demostración: En efecto, un modo es en otra cosa, por la cual
debe ser concebido (por la Def. V), esto es (por la Proposición XV), que es
en Dios sólo, y a través de Dios sólo puede ser concebido. Por
consiguiente, si se concibe que un modo existente existe necesariamente y es
infinito, ambas cosas deben necesariamente concluirse, o percibirse, en
virtud de algún atributo de Dios, en cuanto se concibe que dicho atributo
expresa la infinitud y necesidad de la existencia, o (lo que es lo mismo,
por la Def. VIII) la eternidad, esto es (por la Def. VI y la Prop. XIX), en
cuanto se lo considera en términos absolutos. Por tanto, un modo que existe
necesariamente y es infinito ha debido seguirse de la naturaleza de algún
atributo de Dios tomado en términos absolutos; y ello, o bien
inmediatamente (sobre esto Prop. XXI), o bien a través de alguna
modificación que se sigue de su naturaleza absolutamente considerada, esto
es (por la Proposición anterior), que existe necesariamente y es infinita.
Q.E.D." Conviene dar aquí la "jerarquía de los modos" que
Espinosa ofrece en la Epístola LXIV a Schuller y que es un complemento
indispensable a la teoría de los modos de la Ética. Distribuye Espinosa
los modos en dos sistemas, según los atributos de la Extensión y el
Pensamiento, y los clasifica en modos infinitos y finitos; los modos
infinitos, como más arriba vimos, a su vez se subdividen en modos infinitos
inmediatos y mediatos. La clasificación queda como sigue. EXTENSIÓN: Modo
infinito inmediato: el "movimiento y reposo"; Modo infinito
mediato: la "Faz de todo el universo"; Modos finitos: los cuerpos.
PENSAMIENTO: Modo infinito inmediato: el "entendimiento absolutamente
infinito"; Modo infinito mediato:¿? (Espinosa no rellena este lugar de
su clasificación); Modos finitos: las ideas particulares (comprendiendo, se
sobreentiende, tanto ideas verdaderas como falsas, y asimismo los
"afectos" de todo tipo). Una caracterización rápida de esa
clasificación puede ser ésta: el modo infinito inmediato es la
determinación más genérica de la natura naturata; los modos finitos, a
diferencia de los infinitos se caracterizan por tener una esencia que no
implica su existencia. Su existencia, empero es necesaria.
El pensamiento es consciente de sí mismo, pero en el hombre se concibe un
progreso de la conciencia que consiste en el paso de la conciencia
inadecuada a la conciencia adecuada de sí mismo, de las cosas y de Dios.
Se puede distinguir entre ideas adecuadas, de las cuales es causa total
nuestro espíritu, que las forma actuando según sus propias leyes, e ideas
adecuadas, de las que nuestro espíritu solamente es causa parcial y que,
por tanto, no podrían ser comprendidas exclusivamente a partir de la
naturaleza de nuestro entendimiento, ya que su existencia y contenido están
determinados en parte por la acción de causas exteriores a través de las
modificaciones de nuestro cuerpo, extrañas a nuestra naturaleza y a nuestro
poder, en la medida en que no comprendemos las leyes según las cuales
actúan.
El alma es una idea inadecuada del propio cuerpo. E.II. Prop. XXII: "El
alma no se conoce a sí misma sino en cuanto percibe las ideas de las
afecciones del cuerpo."
E.II. Prop. XXIV: "El alma humana no implica el conocimiento adecuado
de las partes que componen el cuerpo humano."
E.II. Prop. XXV.:"La idea de una afección cualquiera del cuerpo humano
no implica el conocimiento adecuado del cuerpo exterior."
E.II. Prop. XXVI: "El alma humana no percibe ningún cuerpo exterior
como existente en acto sino por obra de las ideas de las afecciones de su
propio cuerpo."
E.II. Prop. XXVII: "La idea de una afección cualquiera del cuerpo
humano no implica el conocimiento adecuado del cuerpo humano mismo."
E.II. Prop. XXVIII: "Las ideas de las afecciones del cuerpo humano, en
cuanto referidas sólo al alma humana, no son claras y distintas, sino
confusas".
E.II. Prop. XXIX:"La idea de la idea de una afección cualquiera del
cuerpo humano no implica el conocimiento adecuado del alma humana."
En la medida en que el cuerpo existe en relación con el espacio y el tiempo
y se halla en consecuencia vinculado al "orden común de la
naturaleza", cuyos efectos sufre, sin que el alma pueda discernir lo
que en aquél proviene de sí mismo, es decir, de su naturaleza y su poder,
de aquello otro que se produce en él por la acción de los cuerpos
exteriores, es en esta medida en que se puede afirmar que el alma es idea
inadecuada del cuerpo.
Ahora bien, dado que la conciencia es la idea de la idea, puede afirmarse
también que es inadecuada, en cuanto que la idea de que es idea se
relaciona con el cuerpo, considerado en su existencia espacio-temporal. En
efecto, no conociéndose a sí misma ni a las cosas más que a través de
las modificaciones del cuerpo, es necesariamente una conciencia falsa, pues
cree conocerse y conocer las cosas tal y como son, tal como el entendimiento
divino las conoce, cuando, en realidad sólo tiene de ellas un conocimiento
mutilado y confuso, porque, sin darse cuenta, percibe las cosas a través de
las modificaciones del cuerpo, es necesariamente una conciencia falsa. Por
otro lado percibe al cuerpo sólo en cuanto que es modificado por la acción
de las cosas exteriores; mutilado, porque es percepción de las cosas como
fragmentos discontinuos de la realidad, sin relacionarlas entre sí y con el
orden necesario de las mismas, que es lo que las hace inteligibles, y
porque, debido a esta ignorancia, se hace la conciencia la ilusión de que
es independiente, es decir, de que está separada de las cosas y de la
verdadera fuente del ser que es Dios. Es la conciencia inadecuada la que
constituye la fuente de nuestros errores y de nuestras pasiones.
Tenemos nuevamente que citar otros pasajes de la "Etica" para
esclarecer este tema de las ideas verdaderas y falsas.
E.II. Prop. XXXII: "Todas las ideas, en cuanto referidas a Dios, son
verdaderas."
E.II. Prop. XXXIII: "En las ideas no hay nada positivo en cuya virtud
se digan falsas."
E.II. Prop. XXXIV: "Toda idea que en nosotros es absoluta, o sea,
adecuada y perfecta, es verdadera."
E.II. Prop. XXXV: "La falsedad consiste en una privación de
conocimiento, implícita en las ideas inadecuadas, o sea, mutiladas y
confusas."
E.II. Prop. XXXVI: "Las ideas inadecuadas y confusas se siguen unas de
otras con la misma necesidad que las ideas adecuadas, es decir, claras y
distintas."
Desde la prop. XXXII hasta esta última, Espinosa está exponiendo el
carácter real del error y su condición de elemento necesario de la
realidad. Ello es de la mayor importancia: las pasiones, las ficciones, no
serán apariencias; habrá un tratamiento racional de las pasiones.
Toda idea encierra en sí un juicio, es decir, una afirmación o una
negación, verdadera o falsa; nuestro espíritu consiste en un sistema de
ideas, cada una de las cuales se plantea en virtud de un conatus que le es
propio y cuya fuerza varía según la riqueza de la idea.
Hasta en la idea falsa hay algo de positivo, pues lleva en sí un poder de
afirmación y/o de negación, y si se supiera que es inadecuada, no se
equivocaría uno.
Si la idea inadecuada es falsa, es porque, siendo parcial, separada de la
idea verdadera que la explica, se presenta como total. El error no se debe a
una mala voluntad ni a un olvido, sino a una debilidad intelectual, a una
incapacidad de la idea para ponerse en su lugar vinculándose a la
inteligibilidad total del universo.
La conciencia inadecuada de sí mismo y de las cosas es la causa de las
pasiones. Nosotros padecemos por ser el hombre una parte del universo, su
conatus es limitado por una actividad exterior a él. La esencia del hombre
es el conatus, que se manifiesta en él como deseo acompañado de la
conciencia de sí.
E.III. Prop. IX: "El alma, ya en cuanto tiene ideas claras y distintas,
ya en cuanto las tiene confusas, se esfuerza por perseverar en su ser con
una duración indefinida, y es consciente de ese esfuerzo suyo".
Demostración: La esencia del alma está constituida por ideas adecuadas e
inadecuadas (como hemos mostrado en la Prop. III de esta Parte), y así (Por
la Prop. VII de esta Parte) se esfuerza por perseverar en su ser tanto en
cuanto tiene las unas como en cuanto tiene las otras, y ello (Por la Prop.
VIII de esta Parte), con una duración indefinida. Y como el alma es
necesariamente consciente de su esfuerzo (Por la Prop. VII de esta Parte).
Q.E.D.
Escolio: Este esfuerzo, cuando se refiere al alma sola, se llama voluntad,
pero cuando se refiere a la vez al alma y al cuerpo, se llama apetito; por
ende, éste no es otra cosa que la esencia misma del hombre de cuya
naturaleza se siguen necesariamente aquellas cosas que sirven para su
conservación, cosas que, por tanto, el hombre está determinado a realizar.
Además, entre "apetito" y "deseo" no hay diferencia
alguna, si no es la de que el "deseo" se refiere generalmente a
los hombres, en cuanto que son conscientes de su apetito, y por ello puede
definirse así: el deseo es el apetito acompañado de la conciencia del
mismo. Así pues, queda claro, en virtud de todo esto, que nosotros no
inentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno,
sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos,
queremos, apetecemos y deseamos."
El conatus es la afirmación misma de nuestro ser e implica una exigencia
indefinida de existencia. Pero, dado que el hombre es también una cosa
natural, es necesario que la fuerza constituyente de su ser no pueda
desplegarse sin la oposición de las fuerzas infinitamente superiores de
otros seres a los que se halla vinculado por leyes necesarias. De esta
forma, modificado por la acción de causas exteriores en el sentido
cuantitativo, el conatus se transforma en pasión, que es indicio de lo que
nosotros experimentamos cuando nuestro espíritu afirma por una idea confusa
el aumento o disminución del poder de actuar propio de nuestro pensar o de
nuestro cuerpo.
La voluntad y el entendimiento son una y la misma cosa. No existe el libre
arbitrio, como ya dijimos anteriormente. E.II. Prop. XLVIII: "No hay en
el alma ninguna voluntad absoluta o libre, sino que el alma es determinada a
querer esto o aquello por una causa, que también es determinada por otra, y
ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito."
E.II. Prop. XLIX: "En el alma no se da nnguna volición, en el sentido
de afirmación y negación, aparte de aquella que está implícita en la
idea en cuanto que es idea". Corolario: "La voluntad y el
entendimiento son uno y lo mismo".
La voluntad o libre albedrío no existe, es un modo finito, requiere de una
causa que lo determine a producir un efecto, y ésta requerirá otra y así
hasta el infinito. De aquí que esa voluntad sea forzada aunque
aparentemente establezca decretos: E.III. Prop. II. Esc.: "quienes
creen que hablan callan o hacen cualquier cosa por libre decisión del alma,
sueñan con los ojos abiertos".
No conocemos verdaderamente aquello de lo que es capaz nuestro cuerpo,
quién sabe lo que puede un cuerpo. E.II. Prop. XIX: "El alma humana no
conoce el cuerpo humano mismo, ni sabe que éste existe, sino por las ideas
de las afecciones de que es afectado el cuerpo".
Este conocimiento inadecuado que tenemos de nuestro cuerpo, de nuestro alma
y de la realidad es el origen de nuestras pasiones, de que en lugar de
actuar padezcamos, seamos afectados.
Alegría y tristeza son las dos pasiones fundamentales de las que se derivan
todas las demás. La alegría consiste en pasar de una perfección menor a
otra mayor, y, por consiguiente, es una expresión de una expansión de
nuestro ser; mientras que la tristeza es el paso de una perfección mayor a
otra menor, y, por tanto, es un repliegue de nuestro ser. Las pasiones
alegres son siempre buenas, cualquiera que sea su grado, porque son prueba
del éxito de nuestro ser; las pasiones tristes son siempre malas, porque
son prueba del fracaso de nuestro ser.
En primer lugar, las pasiones son las repercusiones afectivas del
conocimiento imaginativo, primer género del conocimiento de las cosas a
través de las modificaciones de nuestro cuerpo, que en la terminología de
Espinosa abarca tanto al conocimiento perceptivo como al conocimiento por
imágenes. Las pasiones se alimentan del conocimiento perceptivo, pues con
frecuencia es la presencia de las cosas mismas la que suscita nuestros
deseos y aversiones, nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestros
amores y nuestros odios. Pero, sobre todo, hay un estrecho nexo entre la
vida de las pasiones y la imaginación. Las leyes de la asociación de ideas
regulan las fluctuaciones de la imaginación, determinan también las
vacilaciones del alma que son para los sentimientos lo que la duda es para
la imaginación, y explican la ambivalencia de los sentimientos. Además, en
la medida en que la imaginación desborda el presente en que se desarrolla
nuestro destino y suscita en nuestro espíritu imágenes de cosas pasadas y
futuras, multiplica nuestras pasiones refiriéndose a seres fantasmagóricos
e ilusorios.
En segundo lugar, las pasiones nos apartan de nosotros mismos, de los demás
y de Dios. De nosotros, porque el hombre que padece actúa realmente por lo
que le falta y no por su ser positivo. No acciona diríamos, sino que
reacciona, es un ser reactivo, es un ser reactivo. Hay aquí una
anticipación de Nietzsche, de sus fuerzas activas y reactivas. Si el hombre
actúa así se aleja de los demás también. El hombre debe actuar por su
ser positivo, es decir, por el poder de Dios expresado en su propia
naturaleza. Las pasiones nos hacen a unos enemigos de otros. Nos alejan
también de Dios, porque, aun cuando todos los hombres dependen de Dios y en
él viven sin embargo, en la medida en que, agitados por las pasiones son
incapaces de separar lo que en sí mismos -cuerpo y alma- proviene de su
propia actividad, de aquello que se debe a la acción de las causas
exteriores, ignoran a Dios como principio de la existencia e inteligibilidad
de las cosas y, por consiguiente, también como fundamento de su ser en lo
que tiene de propio y auténtico.
Vivir bajo el régimen de las pasiones es vivir bajo el régimen de la
servidumbre, consecuencia necesaria de la rivalidad natural de los conatus.
Pero el hombre puede liberarse.
El hombre se libera por medio del conocimiento intelectual. Se trata del
conocimiento del segundo y del tercer género que constituyen el camino y el
término de la liberación del hombre respectivamente. El conocimiento del
segundo género, designado en la "Ética" por la palabra
"razón" es conocimiento por "nociones comunes",
principios de la física (extensión, movimiento y reposo) y por las ideas
adecuadas que de ellas se derivan. Este conocimiento es la ciencia misma
considerada en su dinamismo interno intelectual. Liberado de la influencia
de la imaginación, se halla próximo por su objetividad al conocimiento que
Dios tiene de las cosas. Por otra parte, si va acompañado de certeza, no es
debido a su indubitabilidad -pues la certeza no es ausencia de duda, sino
idea de la idea verdadera- sino porque este conocimiento es norma de sí
mismo y de lo falso. Y es norma de sí mismo porque, si uno se coloca en el
punto de vista del entendimiento de Dios, las esencias objetivas, lo que
existe a título de idea, y las esencias formales, lo que les corresponde en
las cosas, son idénticas en cuanto a estructura y a su dinamismo interno, y
al mismo tiempo, debido a la unidad de Dios, su encadenamiento es
rigurosamente el mismo; y norma del error, porque las ideas adecuadas, ideas
totales y totalizantes, denuncian por la superioridad de su fuerza de
afirmación, la pretensión de las ideas inadecuadas de erigirse en ideas
totales y las ponen en el sitio que les corresponde.
El conocimiento verdadero pone de relieve la "luz natural", pero
la luz del espíritu -debido al conatus de las ideas adecuadas- es también
fuerza y esta fuerza, regeneradora y salvadora, nos hace pasar del régimen
de la pasión al régimen de la virtud. La virtud es la excelencia en la
conservación de sí mismo. Cuando estamos sometidos a las pasiones, nuestro
conatus sufre la ley de las causas exteriores y nuestra vida se halla así
disminuida. Vivimos bajo el régimen de la virtud, cuando actuamos
libremente, conservándonos a la luz de la razón y tomando conciencia, por
una comprensión adecuada de todas las cosas, de aquello que positivamente
somos, independientemente de las fuerzas extrañas que nos asalten y
atraigan de todos los lados. La virtud es la verdadera vida. Ser virtuoso es
ser feliz, obrar bien y vivir bien. Ahora bien, dado que la virtud es la
manifestación en la vida práctica del conocimiento adecuado, se comprende
cómo puede vencer las pasiones sin reducir lo que en ellas hay de positivo.
Del conocimiento verdadero nacen deseos que pueden superar los deseos que
nacen de las ideas inadecuadas, pero si la negación que la pasión lleva
consigo es reducida a la luz de la razón, lo que en ella hay de dinámico
subsiste en la afección que nace de la razón. La virtud es salvadora, nos
une a nosotros mismos, ya que el hombre virtuoso se ama auténticamente, al
amar lo que constituye el principio de su poder; a los demás, ya que busca
el conocimiento verdadero, accesible en toda su plenitud a todos los
hombres; y a Dios, pues el conocimiento verdadero, que concibe a las cosas
en su relación con Dios, implica necesariamente el conocimiento de Dios.
La virtud tiene grados. Grados de poder del alma, de fuerza debida al
conocimiento verdadero.
La virtud nacida del segundo género de conocimiento es un aumento del
poder. Pero esto no es poder en el sentido absoluto de la palabra. Sonlos
deseos de la razón, nacidos de la razón. Sólo una pasión surgida de la
razón puede enfrentarse con las pasiones surgidas de las ideas adecuadas y
además ha de ser más fuerte que ellas. E.IV. Prop. I: "Nada de lo que
tiene de positivo una idea falsa es suprimido por la presencia de lo
verdadero en cuanto verdadero." E.IV. Prop. VII: "Un afecto no
puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de otro afecto contrario y
más fuerte que el que ha de ser reprimido." E.IV. Prop. XIV "El
conocimiento verdadero del bien y del mal no puede reprimir ningún afecto
en la medida en que ese conocimiento es verdadero, sino sólo en la medida
en que es considerado él mismo como un afecto." Los deseos de la
razón, aun cuando sean afecciones activas, fuerzas que se afirman, pueden,
sin embargo, ser contrariados por otros deseos que nacen de las pasiones que
nos dominan. La razón denuncia la pasión, pero el peligro de una recaída,
de una revancha de la pasión es siempre posible. E.IV. Prop. XV.: "El
deseo que surge del conocimiento verdadero del bien y del mal puede ser
extinguido o reprimido por otros muchos deseos que brotan de los afectos que
nos asaltan."
El conocimiento de tercer género progresa desde la esencia formal de
ciertos atributos de Dios hasta el conocimiento adecuado de las esencias de
las cosas consideradas como esencias activas (essentiae actuosae), en su
singularidad y eternidad. E.II. Prop. XL. Esc. II: "En virtud de lo
antedicho, resulta claro que percibimos muchas cosas y formamos nociones
universales: primero, a partir de las cosas singulares, que nos son
representadas por medio de los sentidos de un modo mutilado, confuso y sin
orden respecto del entendimiento (ver Corolario de la proposición XXIX de
esta parte): y por eso suelo llamar a tales percepciones "conocimiento
por experiencia vaga"; segundo, a partir de signos; por ejemplo, de que
al oir o leer ciertas palabras nos acordamos de las cosas y formamos ciertas
ideas semejantes a ellas, por medio de las cuales imaginamos esas cosas (ver
Esc. de la Prop. XVIII de esta Parte.). En adelante, llamaré, tanto al
primer modo de considerar las cosas como a este segundo, "conocimiento
del primer género", "opinión" o "imaginación";
tercero, a partir, por último, del hecho de que tenemos nociones comunes e
ideas adecuadas de las propiedades de las cosas (ver Corolario de la Prop.
XXXVIII; Prop. XXXIX con su Corolario, y Prop. XL de esta Parte); y a este
modo de conocer lo llamaré "razón" y "conocimiento del
segundo género". Además de estos dos géneros de conocimiento, hay un
tercero -como mostraré más adelante-, al que llamaremos "ciencia
intuitiva". Y este género de conocimiento progresa, a partir de la
idea adecuada de la esencia formal de ciertos atributos de Dios, hacia el
conocimiento adecuado de la esencia de las cosas." Conocer
intuitivamente una cosa es conocer inmediatamente y sin intermediarios la
esencia singular de una cosa en su relación directa con la esencia
inmutable e infinita de Dios; conocerla tal cual Dios la conoce en sí
misma, independientemente de las modificaciones que sufre por la acción de
las causas exteriores y extrañas a su naturaleza.
Vamos a tratar de explicar esto citando al propio Espinosa: E. V. Prop.
XXIX: "Nada de lo que el alma entiende desde la perspectiva de la
eternidad, lo entiende en virtud de que conciba la presente y actual
existencia del cuerpo, sino en virtud de que concibe la esencia del cuerpo
desde la perspectiva de la eternidad."
E. V. Prop. XXXI: "El tercer género de conocimiento depende del alma
como de su causa formal, en cuanto que el alma misma es eterna."
E. V. Prop. XXXVI: "El amor intelectual del alma hacia Dios es el mismo
amor con que Dios se ama a sí mismo, no en cuanto Dios es infinito, sino en
la medida en que puede explicarse a través de la esencia del alma humana,
considerada desde la perspectiva de la eternidad, es decir, el amor
intelectual del alma hacia Dios es una parte del amor infinito con que Dios
se ama a sí mismo."
Cuando en lugar de estar unido directamente a los modos, sin tener
conciencia de su unión inmediata con Dios, yo me capto en mi pureza en
cuanto Dios se expresa solamente en el conatus que me define, alcanzola
perfecciónen el amor a mí mismo, que es a la vez un retorno a sí y un
retorno a Dios, en cuanto es amor de sí, acompañado de la idea de Dios
como causa. La ciencia intuitiva de Dios es amor Dei intellectualis. Ser
libre es coincidir con Dios mismo y sentir en él nuestra propia eternidad.
E. V. Prop. XXIII: "El alma humana no puede destruirse absolutamente
con el cuerpo, sino que de ella queda algo que es eterno." El bien
consiste en seguir la razón y quien busca el bien propio busca el bien
común, E. IV, Prop. XVIII, Esc.: "nada es más útil al hombre que el
hombre; quiero decir que nada pueden desear los hombres que sea mejor para
la conservación de su ser que el concordar todos en todas las cosas, de
suerte que las almas de todos formen como una sola alma, y sus cuerpos como
un solo cuerpo, esforzándose todos a la vez, cuanto puedan, en conservar su
ser, y buscando todos a una la común utilidad; de donde se sigue que los
hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan su
utilidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen
para los demás hombres, y, por ello, son justos, dignos de confianza y
honestos".
E. IV. Prop. XXXV: "Los hombres sólo concuerdan siempre necesariamente
en naturaleza en la medida en que viven bajo la guía de la razón."
El hombre experimenta una gran alegría cuando comprende clara y
distintamente las propias pasiones y conoce verdaderamente las cosas
conociendo a Dios. Cuanto más conocemos las cosas más conocemos a Dios. El
amor intelectual de Dios es la alegría que nace de la conciencia del amor
con que Dios se ama a sí mismo. El hombre es libre si piensa con claridad y
distinción, si lo hace con la razón y por supuesto, si lo hace con la
intuición. Esto le conduce a superar sus pasiones, el estado de esclavitud
en el que queda encadenado por los afectos. Esto culmina en la beatitud.
Así, el que ha logrado esa libertad, el sabio, no tiene que pensar en la
muerte. El amor intelectual de Dios considera las cosas sub aespecie
aeternitatis. Este amor es Beatitudo, pues la alegría que va unida al amor
con que Dios se ama a sí mismo no es ya el paso de una perfección menor a
ora superior, sino gozo de la perfección misma. Es inmortalidad del alma,
pues yo sé que lo que en mí perece después de la muerte es solamente
aquello que depende del estado de mi cuerpo en cuanto se halla sometido a
las condiciones exteriores, y que, en cambio, mi esencia singular,
comprendida en los atributos de Dios, escapa a la prueba del tiempo y
subsiste eternamente. Es libertad, pues unido a Dios, yo existo como él por
la sola necesidad de mi naturaleza. Es gloria, alegría suprema que el
hombre experimenta al darse cuenta, en su unión con Dios, de la
participación que tiene en el poder de Dios, con el cual éste manifiesta
su presencia en el mundo. Añadamos también que al tomar conciencia de mi
esencia singular, tal como es en sí misma, sé también que mi espíritu,
en cuanto comprende, forma parte de un sistema de esencias singulares, que
constituye el entendimiento infinito de Dios o, dicho de otra forma, que el
acuerdo de los entendimientos se realiza en la unidad del entendimiento
infinito de Dios.
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