El proyecto de una crítica de la economía política y El Capital

En la obra madura de Marx se acomete un estudio sistemático de las nociones de “estructura económica”, de “ideología”, etc., en relación con la sociedad moderna. Ya no se trata, por tanto, de estudiar las características esenciales de los modos de producción en general, sino de investigar el modo de producción moderno, que se considera algo único e individual. Esto no quiere decir que Marx, en El Capital, esté describiendo la sociedad moderna como si fuese un fenómeno empírico. Marx percibe un rasgo estructural de la sociedad moderna y a partir de él re-construye (idealmente) el sistema de conceptos que puede dar cuenta del funcionamiento de esa sociedad. El Capital es una obra compleja y problemática e intentar explicarla aquí es imposible. Nos conformaremos con lo siguiente.

4.1. Objeto y finalidad de “El Capital”

El propósito de El Capital queda claramente indicado por Marx en el Prólogo: “El objetivo último de esta obra es descubrir la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna”. Marx no investiga, por tanto, los rasgos particulares del capitalismo del siglo XIX, sino que investiga aquello que hace que algo pueda definirse como “capitalismo”. Marx investiga las estructuras fundamentales del capitalismo, la esencia del capitalismo, es decir, aquellas condiciones que habrán de darse siempre que podamos decir que cierta situación social es capitalista.

El subtítulo de El Capital es: crítica de la economía política. La “economía política” es la disciplina que analiza y explica la sociedad moderna burguesa, y en este sentido, es el vehículo fundamental a través del cual la sociedad burguesa se comprende a sí misma. La “crítica” marxiana de la economía política, al igual que la crítica kantiana de la razón pura, no es un simple ataque a las teorías económicas existentes en ese momento, sino un análisis de los presupuestos fundamentales sobre los que se levanta esa pretendida “ciencia” económica.

Desde 1859 el proyecto fundamental de Marx, en sus diversas redacciones, comienza siempre con una y la misma frase. En la primera edición de El capital, esta famosa frase suena así: “La riqueza de las sociedades en las que impera el modo de producción capitalista aparece como una enorme reunión de mercancías, y la mercancía individual aparece como la forma elemental de esa riqueza”. Marx empezará, por tanto, con un análisis de la mercancía. Las cosas, en la sociedad moderna, aparecen como mercancías, es decir, como cosas en principio intercambiables por otras cosas.

El valor de uso de una mercancía es la utilidad que esa mercancía tiene, es decir, la capacidad de satisfacer necesidades humanas de algún tipo (el valor de uso de una silla, por ejemplo, es que sirve para sentarnos sobre ella). Por otro lado, toda mercancía es determinada cantidad de algo también determinado (doce relojes, o  un kilo de harina). Precisamente porque toda cosa está determinada cuantitativa y cualitativamente, por eso mismo la mercancía puede tener también un valor de cambio. El valor de cambio de una mercancía se nos presenta en las relaciones de intercambio que se establecen en torno a ella (un reloj se intercambia por dos pares de zapatos, un par de zapatos por tantos kilos de harina, etc.). Pues bien, desde el momento en que todas las cosas son mercancías, todas las cosas (independientemente de su carácter cualitativo, es decir, independientemente de si son mesas, o sillas o trajes o lo que sea) adquieren un determinado carácter que es puramente cuantitativo. En efecto, una vez que todas las cosas son mercancías resulta que dos objetos pueden “valer” lo mismo a efecto del intercambio, es decir, pueden ser intercambiados el uno por el otro, y cualquiera de ellos por un tercero. Eso quiere decir que, en cuanto mercancías, todos los objetos pueden ser considerados cantidades de una misma magnitud. Un par de zapatos vale, por ejemplo, 2’5, un kilo de harina vale 0’75, y un traje vale 5, y las tres expresan distintas cantidades de una misma magnitud. ¿De qué magnitud? Evidentemente, de la magnitud de valor, pues esas cantidades expresan lo que esas mercancías “valen”. Marx demuestra que una sociedad en la que todas las cosas son mercancías sólo puede funcionar si segrega una mercancía particular que tenga la función de expresar el valor de cambio de todas las demás mercancías. Esa mercancía es el dinero. En la sociedad capitalista todo es, en el fondo, una cierta cantidad de dinero.

¿De qué depende el valor de una mercancía? Dice Marx: de las horas de trabajo invertidas en su producción. Cuantas más horas de trabajo haya costado producir una mercancía, más valdrá esa mercancía. Esto es correcto, pero el trabajo del que estamos hablando no es el trabajo concreto de nadie en particular, sino el trabajo general abstracto. ¿Qué significa esta expresión? Que no se trata de cuántas horas he tardado yo, de hecho, en fabricar un traje, sino de lo que se tarda de media, en esta sociedad, en producir un traje. Si yo he tardado 15 horas en producirlo, pero el tiempo medio de producción de un traje en esta sociedad es (por ejemplo, porque se ha generalizado el uso de maquinaria) de 7 horas, entonces las 8 horas restantes corren de mi cuenta. La sociedad no me paga esas 8 horas cuando llevo mi traje al mercado; son “tiempo perdido”. Así pues, el valor de una mercancía viene determinado por la cantidad de tiempo de trabajo abstracto que esté cristalizado en ella, y este valor se expresa mediante la mercancía “dinero”, es decir, mediante su precio.

La circulación de mercancías en una sociedad capitalista no podrá ser, por tanto, el mero intercambio (al modo de un trueque), sino que debe ser venta de mercancías a cambio de dinero y compra de mercancías a cambio de dinero, es decir: M – D – M.  Pero si esto es así, si el dinero es inseparable de una sociedad capitalista, entonces el dinero también debe circular, tiene que haber un ciclo de circulación del dinero. ¿Cómo sería ese ciclo? Desde luego tiene que tener la forma D – M – D’. Sin embargo, aquí nos encontramos con una peculiaridad que no había en el ciclo de circulación de las mercancías. En el ciclo M – D – M la mercancía inicial (la que se vende) es cualitativamente distinta a la mercancía final (la que se compra), y ese es justamente el sentido de que se intercambie: la mercancía final (por ejemplo, tomates) satisface una necesidad que la mercancía inicial (por ejemplo, un traje) no podía satisfacer. Y si las mercancías inicial y final fuesen cualitativamente iguales, la compraventa no se produciría (¿qué sentido tendría vender un traje para comprar un traje exactamente del mismo tipo?). Sin embargo, decimos, esto no puede suceder con el ciclo D – M – D’. ¿Por qué no? Porque el dinero inicial (D) y el dinero final (D’) no pueden ser, por definición, cualitativamente distintos, puesto que ambos son cantidades de lo mismo, de dinero. Y puesto que son cualitativamente idénticos (los dos son dinero), D y D’ sólo pueden diferenciarse por la cantidad. De hecho, la suma final D’ tiene que ser mayor que la suma inicial D, puesto que nadie haría circular su dinero con la finalidad de perderlo. Así pues, D’ > D. El dinero tiene que ser capital. Fijémonos ahora en que, según el esquema D – M – D’, lo que tendría que suceder es que intercambiamos dinero por una determinada mercancía, después intercambiamos esa mercancía por dinero, y obtenemos con ello una suma mayor que la inicial. Con lo cual habríamos generado valor (el dinero es la expresión del valor) sin introducir trabajo. Pero esto es imposible, porque ya hemos visto que todo valor es “trabajo abstracto” cristalizado. Por lo tanto, la diferencia entre D’ y D no puede proceder de la simple venta de la mercancía que hemos comprado con D. Ahora bien, ¿qué se puede hacer con una mercancía además de venderla? Solamente una cosa: usarla. Estamos buscando entonces un tipo de mercancía que, al ser utilizada, produzca valor. Esta mercancía, desde luego, tiene que ser una mercancía muy rara, porque lo normal cuando utilizamos una mercancía es que pierda valor. En efecto, cuando consumo una mercancía (por ejemplo, me como un filete comprado en el mercado) estoy destruyendo valor y, una vez usada totalmente, la mercancía carece ya de valor, no existe como mercancía (los despojos del filete ya no se pueden vender como filetes). ¿Qué mercancía puede operar este milagro? Sólo una: la fuerza de trabajo. En efecto, si todo valor proviene del trabajo, puesto que el valor mismo es trabajo cristalizado en mercancías, entonces la única cosa cuyo uso puede producir valor tiene que ser necesariamente la propia capacidad de trabajar, es decir, la fuerza de trabajo: la fuerza de trabajo humana funcionando como mercancía. Por lo tanto, para que las cosas sean mercancías, tiene que haber dinero, capital y, además, como acabamos de ver, es necesario que haya en el mercado esta extrañísima mercancía que es la fuerza de trabajo (esta es la explicación estructural de por qué era necesario el proletariado para el desarrollo capitalista). El cuerpo del hombre (sus músculos, su pellejo, su cerebro) deja de ser algo que uno es, y se convierte en algo que uno tiene y que, como posesión que uno tiene, uno puede vender.

Ya sabemos, por tanto, que la diferencia entre D’ y D (diferencia a la que se denomina plusvalía) se obtiene mediante el uso de la mercancía “fuerza de trabajo”. ¿Cómo sucede esto exactamente? El capitalista compra la fuerza de trabajo al trabajador por un dinero D, que es justamente lo que esa fuerza de trabajo “vale”, es decir, su precio. ¿Cuánto vale esa fuerza de trabajo? ¿Cuál es su precio? Pues, según todo lo que hemos dicho, su valor será la cantidad de trabajo socialmente necesario para “producir” al obrero. Fijémonos en que esto no se refiere a los bienes necesarios para la mera supervivencia física del obrero, sino a su supervivencia en condiciones de trabajar. El precio de la fuerza de trabajo –también denominado salario– será, por tanto, el precio de los bienes necesarios para que el trabajador esté en condiciones de trabajar al día siguiente. En cualquier caso, el capitalista compra esa fuerza de trabajo y la utiliza, es decir, la pone a trabajar, y crea valor, apropiándose de las mercancías producidas por ese trabajo (y tiene todo el derecho, porque la fuerza de trabajo del obrero es ahora suya, pues la ha comprado). Como el precio de la fuerza de trabajo y el precio de las cosas producidas por la fuerza de trabajo se determinan de manera diferente, es posible que arrojen cantidades distintas. Y de hecho la diferencia entre lo que “cuesta” un obrero y lo que “produce” un obrero es justamente la plusvalía o plusvalor, y es la razón por la que al capitalista le interesa mover e invertir su dinero. Si un obrero, por ejemplo, tarda 5 horas diarias en producir el valor diario de su sueldo, todas las horas que trabaje hasta cumplir su jornada laboral completa serán horas en las que produce plusvalía para el patrón.

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Resumen elaborado por Guillermo Villaverde a partir de: Felipe Martínez Marzoa La filosofía de El Capital de Marx y Michael Heinrich Crítica de la economía política. Una introducción a El Capital de Marx.

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