Las
categorías no son aplicables fuera de la experiencia, más allá de lo dado en el
espacio y en el tiempo. Ahora bien, la idea misma de algo que aparece implica,
correlativamente, la idea de algo que no aparece, la idea de algo en sí.
El objeto
–en tanto que aparece y es conocido- se denomina «fenómeno»; el correlato del objeto, considerado al margen de su
relación con la sensibilidad, se llama «cosa en sí», o bien «noúmeno» (en la medida en que es algo
solo inteligible).
La
distinción entre fenómenos y noúmeno es fundamental en el sistema kantiano. Al
tratar de esta cuestión, Kant distingue dos sentidos del concepto de noúmeno:
1)
Negativamente, «noúmeno significa una cosa en la medida en que no puede ser
reconocida por medio de la intuición sensible».
2)
Positivamente, significa un «objeto que puede ser conocido por medio de la
intuición no sensible», es decir, por medio de la intuición intelectual.
Ahora
bien, como carecemos de intuición intelectual y solo tenemos intuición
sensible, nuestro conocimiento se halla limitado a los fenómenos y, por
consiguiente, el concepto de noúmeno queda como algo negativo, como límite de
la experiencia, como límite de lo que puede ser conocido. No hay conocimiento de las cosas en sí, de los noúmenos. El acceso
a las cosas en sí no se halla en la razón teórica, sino en la razón práctica,
como veremos.
La distinción entre fenómenos y noúmeno permite comprender por qué Kant denomina a su doctrina «idealismo trascendental»: porque el espacio, el tiempo y las categorías son condiciones de posibilidad de los fenómenos de la experiencia y no propiedades o rasgos reales de las cosas en sí mismas.
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