Aristóteles
dice que todo lo que no es en el sentido de ousía, todo
aquello cuyo ser
no es la ousía, es «en un sujeto». La palabra
«sujeto» (hypokeímenon)
significa: sub-yacente, su-puesto, lo que de antemano está.
Para todo ser
en el modo de «ser verde» o de «ser grande» o de «ser en tal
sitio», hay supuesto
un ser en el modo de «ser casa», «ser
árbol», un ser en el
sentido de ousía. Ahora bien, en la predicación
como tal hay siempre
(tanto si lo predicado es «casa», «árbol», como si es «verde» o «en
tal sitio»)
un sujeto de la predicación, que también es sujeto en el sentido de
«subyacente», porque está «supuesto» en la predicación, la cual es
referir un
predicado a un sujeto; el sujeto es como lo que está debajo, como
supuesto, y
sobre lo cual se «arroja» el predicado. Así, pues, las determinaciones
del tipo
ousía, si bien no «son en un sujeto», sin embargo
son predicados y, por
lo tanto, «se dicen de un sujeto» o, por así decir, en cada caso
acontecen por
lo que se refiere a un sujeto[1].
Aristóteles se sirve de esto para mostrar que las cosas no pueden ser
tan
sencillas como pudiera desprenderse de la simple enunciación (sin
ulterior
problematización) de la teoría de las ideas, ya que de la consideración
que
acabamos de hacer resulta que lo único que no remite a sujeto
(= supuesto)
alguno, lo único que ni «es en» un sujeto ni «se dice de» un
sujeto, es
precisamente el esto del cual decimos que «es
caballo», que «es casa» o
cualquier otra predicación del tipo ousía. Podemos
introducir
brevemente los reparos de Aristóteles a la teoría de las ideas con una
fórmula
como la siguiente:
Aristóteles
está de acuerdo en que ser es eîdos, es
presentar un aspecto,
tener una determinación, unas notas características, «ser...». Ahora
bien, ser
y lo que es no son la misma cosa.
Sócrates es, y su ser consiste
en «ser hombre»; el eîdos hombre es aquello en lo
que, en el caso de
Sócrates (no en el de un caballo), consiste el ser, pero
no es ello
mismo lo ente, sino que lo ente, en el caso de
Sócrates, es Sócrates y,
en el caso de un caballo, es el caballo en cuestión. En otras palabras:
Ser es «ser caballo», «ser hombre»,
«ser jarra»; sobre la base de esto, es también «ser blanco», «ser de
tal o
cual tamaño», etc. Pero lo que es, lo ente, es lo
que «es
caballo» o «es casa» o «es blanco». Aquello que es,
lo ente, no
es de otro modo que siendo o caballo o casa o lo que sea y siendo o
blanco o
amarillo o negro. No «hay» un previo algo del que luego decimos que
«es...»,
porque el es (el «hay») no consiste en otra cosa
que en «ser...». Pero,
por otra parte, el «ser A», «ser B», «ser C» no agota el esto,
el lo
que, el «individuo»; todas las características o notas de
una cosa son
«universales», es decir: pueden ser cumplidas todas y cada una de ellas
por una
pluralidad indefinida de individuos posibles: «esto es un caballo»,
pero otras
infinitas cosas posibles son cada una «un caballo»; «esto (este
caballo) es
aquí», pero otros infinitos caballos posibles podrían ser «aquí» y no
por eso
dejarían de ser otros que el que estamos considerando;, podemos
ciertamente
«identificar» o «localizar» un objeto, dando una referencia al mismo
que por
sólo un objeto pueda ser cumplida (por ejemplo diciendo «la cosa que en
tal
preciso momento se encuentra en tal preciso lugar»), pero esta mención
no
menciona a la cosa misma, sino que se limita a indicar relaciones
accidentales,
que justamente la misma cosa podría no tener. El
individuo es
irreductible a notas características, a «ser A», «ser B», etc.; la
cosa ente
no es el «ser A», «ser B», sino aquello que «es A»
o «es B», lo
subyacente a lo cual le es reconocido el «ser A» o «ser B», lo
que aparece
con el carácter A o el carácter B. Recordemos que el «ser...» lo
entendíamos
así: «mostrarse como...»; que «es caballo» significa no ciertamente que
nosotros
lo tomamos por caballo, sino, a lo sumo, que lo reconocemos como
caballo, es decir: que ello mismo se muestra como caballo. Pues bien,
lo que
viene a decir Aristóteles, según la fórmula elemental que estamos
dando de su
pensamiento, es que el «mostrarse como» es la presencia (= la
determinación,
el aspecto) de algo, y que, por lo tanto, no es
exclusivamente
mostrarse, sino el mostrarse propio de un fondo,
un mostrarse al que
pertenece un subyacer, un permanecer oculto, el «esto» que escapa a la
determinación.
El «mostrarse como», el ser, el eîdos, es, en
efecto, presentar una
determinación, un aspecto, «ser A» o «ser B», presentar unas notas
características, pero, más allá de toda nota característica, queda
siempre aquello
que se presenta en esas notas características, lo cual, a
la vez que se
presenta, se rehusa, pues, si su ser (esto es: su presencia) consiste
en su
aspecto (en sus notas características), sin embargo ello mismo a la vez
queda
más allá de toda nota. En otras palabras todavía: todo conocer algo es
reconocer sus notas características, pero toda nota característica es
un
universal, el individuo queda siempre más allá.
Aristóteles,
pues, entiende el eîdos como el mostrarse de algo
que, por otro lado,
permanece oculto. El eîdos no es simplemente el
aspecto y el tener un
aspecto, sino el presentarse en un aspecto, el salir
a la luz.
Por de pronto, Aristóteles es tan consciente de este cambio de acento
en cuanto
al significado del término eîdos que, aunque
sigue empleando este
término platónico, acuña a su vez otro, en principio con el mismo
significado,
pero que emplea en especial cuando pretende distanciarse de la noción
del eîdos
entendido solamente como la determinación, sin referencia a
lo subyacente;
el nuevo término es morphé, que, como eîdos,
fuera de la lengua
filosófica significaba «figura». A la vez, Aristóteles designa lo
subyacente,
lo que se substrae en el mostrarse, con el término hýle; este
término
significaba en griego: bosque, leña, madera y, en general, material(es)
de
construcción. Vale la pena ver por qué Aristóteles elige una palabra
que
significaba esto.
Decíamos
que, si ser es eîdos tanto
para Platón como para Aristóteles,
este último entiende el eîdos, el «aspecto» o la
«figura», no sólo como
el «tener un aspecto», sino como el presentarse en un aspecto, el salir
a
la luz. Esto significa que, para Aristóteles, el ser mismo
es llegar
a ser. Esta cosa es, eso quiere decir:
se mantiene en el ser, lo
cual quiere decir: a su ser le pertenece
esencialmente el llegar a ser y
el perecer. El ser no puede pertenecer
precisamente a las ideas, no ya
porque las ideas no se vean ni se toquen, sino por otra razón, a saber:
porque
que es sólo puede decirse de aquello que se afirma
en el ser, y
afirmarse en el ser es alternativa frente al
no-ser, es surgir, brotar,
producirse, llegar a ser, al cual pertenece el perecer. La ausencia de
posibilidad de no-ser, característica de las ideas, es en verdad
ausencia de ser,
de «ser» que constituya verdaderamente una decisión frente al
no-ser. El
día es día porque se mantiene frente a la noche, y esto quiere decir
que la
noche le pertenece esencialmente. Lo que no está entregado a la muerte
no es
viviente.
La
noción aristotélica del llegar a ser engloba todo lo que llamamos
«movimiento»
o «cambio», porque, si ser «se dice de múltiples
maneras» (cf. texto sobre las categorías), lo mismo le ocurrirá a «llegar a ser»; así,
el cambio de lugar
será el llegar a ser en el que el «ser» tiene el sentido del «en cierto
lugar»,
el cambio de cualidades será el llegar a ser en el que el «ser» tiene
el
sentido del «de cierto carácter», etc. Pero, lo mismo que las diversas
maneras
en que «se dice» el ser son todas ellas ser por
referencia a una
primera, que es la ousía, igualmente todos los
modos del «llegar a ser»
serán tales por referencia a aquel en el que el «ser» tiene el sentido
de ousía,
esto es: no al «llegar a ser aquí» o al «llegar a ser grande»
o al «llegar
a ser blanco», sino al «llegar a ser caballo», etc., esto es: al
«llegar a ser»
en el cual se produce un caballo, un olivo, una jarra o un templo.
Todo
llegar a ser («nacer») es a la vez dejar de ser («perecer») y de modo
que el ser
pertenezca en ambos términos a la misma categoría: llegar a
ser grande es
dejar de ser pequeño, llegar a ser aquí es dejar de ser allí. En otras
palabras: todo llegar a ser acontece a partir de algo.
¿Podemos decir de
modo general a partir de qué? Podemos decir que alguien llega a ser
médico a
partir de «no médico». Pero entonces debemos entender «no médico» de
un modo
especial, porque, literalmente, también una piedra es «no médico», y
el
carácter «no médico» de la piedra no tiene nada que ver con ningún
«llegar a
ser médico»; en el caso de la piedra, simplemente no se plantea la
cuestión de
si es médico o no. Si entendemos «no médico» en el sentido en que puede
decirse
de una piedra, entonces «no médico» no es lo contrario de «médico»,;
sino que
es simplemente lo que —por así decir— quedar fuera; una piedra no es
médico,
pero tampoco es lo contrario de médico, tampoco «carece» del arte
médica.
Igualmente, «llegar a ser caliente» acontece no a partir de «no
caliente» (pues
«no caliente» también es, por ejemplo, el número tres), sino
precisamente a
partir; de «frío». Todo llegar a ser acontece a partir de lo
contrario, no
simplemente de «otra cosa». Para distinguir en cada caso brevemente
entre las
dos formas des negación (como «no caliente» y «frío»), diremos, por
ejemplo,
que una piedra «no es médico», mientras que un hombre no médico «no-es
médico»,
o, también, diremos «no médico» para expresar la simple exclusión («no
médico»,
pues, puede decirse de una piedra) pero «no-médico» para designar lo contrario
de médico, lo cual sólo puede decirse de un hombre;
«no-caliente», por
ejemplo, será lo frío.
Por
otra parte, en todo llegar a ser hay un subyacente; por ejemplo:
decimos que
un no-médico llega a ser médico, o que un hombre llega a ser médico, o
que un
hombre no-médico llega a ser hombre médico, o que de no-médico
llega a
ser médico; aquí «no-médico» es el contrario, mientras que hombre es lo
subyacente; en el cambio de no-médico en médico está supuesta la
determinación
hombre, como en el cambio de frío en caliente subyace la determinación
de algo
que pueda ser frío o caliente, la cual será alguna determinación,
puesto que
no cualquier cosa puede ser frío o caliente (del mismo modo que una
piedra no
puede ser médico ni no-médico). Ahora bien, en los ejemplos que
acabamos de
poner, la necesidad de un subyacente está clara por el hecho de que las
determinaciones
que manejamos («médico», «caliente») no pertenecen a la categoría de ousía
y,
por lo tanto, son «en un subyacente». Nos hemos
facilitado, pues,
la tarea al tomar como ejemplos casos de llegar a ser en el que el ser
no
es ousía, y ahora tenemos que preguntarnos si el
que haya un subyacente
es esencial a todo llegar a ser, cualquiera que sea el tipo de
determinación de
que se trate; lo es, en efecto, puesto que podemos mostrar la necesidad
de un
subyacente mediante un razonamiento basado solamente en la propia
noción de
«llegar a ser», como es el siguiente:
«(Un)
no-A llega a ser A» enuncia algo completamente distinto de esto otro:
no-A
desaparece y, coincidentemente, aparece A; para que haya «llegar a
ser», es
preciso que sea el propio no-A el que llega a ser A. No podemos decir
que de
la semilla se ha producido la planta si no estamos seguros de
que es la
semilla misma la que ha devenido planta, cosa enteramente distinta de
que
simplemente, por una parte, la semilla haya desaparecido y, por otra
parte, la
planta haya aparecido. No se puede hablar de «llegar a ser» (esto es:
de
movimiento) si no ocurre que —de algún modo, cuyas condiciones han de
investigarse— lo que era permanece y lo que llega a ser ya era.
Así,
pues, incluso en el llegar a ser en el que el ser tiene
el sentido de ousía,
incluso ahí es necesario que haya un substrato que ya era y
que permanece,
un subyacente. Esto plantea una dificultad, si nos atenemos al
principio de que
ousía es aquel ser que no tiene lugar «en un
subyacente». A esta
dificultad se suma esta otra: hemos visto que todo (cuanto llega a ser)
llega a
ser a partir de lo contrario; pero, así como hay caliente y frío, y así
como
entendemos perfectamente lo que es «no-médico» (distinto de «no
médico») frente
a «médico», no encontramos, al menos por el momento, un sentido preciso
de
«no-hombre» o de «no-olivo».
Una
determinación del género ousía, en efecto, no se
opone a otra
determinación que sea su contrario como «caliente» se opone a «frío» o
«sabio»
a «ignorante». Pero esto sólo quiere decir que lo contrario será tal
por
relación no a «caballo» u «olivo», sino al ser mismo
de «ser caballo»
o «ser olivo», pues, como vamos a ver, si no hay
una determinación que
sea lo contrario de «caballo» o una que lo sea de «olivo», sí hay
«no-ser caballo»
y «no-ser olivo»; dicho en general: si, cuando A es una determinación
del
género ousía, no hay una determinación «no-A», lo
que sí hay es un
«no-ser A», distinto de simplemente «na ser A». Por ejemplo: una piedra
«no es
planta», pero «no-ser planta» pertenecerá únicamente a aquello cuyo
perecer
propio es el nacer de la planta, es decir: a la semilla; la semilla no-es
planta.
Respecto a este no-ser; hay que observar: a)
que es determinación:
a la semilla del olivo le pertenece precisamente «no-ser
olivo», no «no-ser
higuera» ni «no-ser caballo»; b) es esencial a
aquello a lo que
pertenece: «no-ser planta» es la esencia misma de la semilla; «ser
semilla» es
precisamente y estrictamente «no-ser planta»; éste es el ser propio de
la
semilla; el llegar a ser de la planta es el perecer de la semilla, y,
sin
embargo, justamente es en ese perecer en donde resulta cumplido el ser
de la
semilla, en donde la semilla es semilla. Así, pues, el no-ser
en
cuestión es la determinación propia de aquello a
lo que pertenece, y,
por lo tanto, «es en cierta manera eîdos», puesto
que eîdos es
la determinación propia de algo, y, por ello, «el eîdos se
dice de dos
maneras»; esto es: el eîdos «se dice de dos
maneras» porque no sólo el
«ser A» o «ser B», sino también el «no-ser A» o «no-ser B» es en cierta
manera eîdos.
Tenemos
con esto también resuelta la cuestión, arriba planteada, de cómo puede
haber un
subyacente en el «llegar a ser A» cuando A es una determinación del
género ousía
y dado que la ousía no tiene lugar «en
un subyacente». En efecto, en
el «llegar a ser olivo», olivo en cierta manera subyace, porque la
determinación «olivo» tenía lugar ya en el (no-)ser propio
de la
semilla, que era precisamente «no-ser olivo».
A lo
que nosotros hemos llamado «no-ser», Aristóteles lo llama dýnamis (potencia),
palabra
que designa la cualificación para algo. Donde
hemos dicho «no-es...»,
Aristóteles dice: «es en cuanto a la dýnamis...». En
contraposición,
para designar el «ser» como el «ser olivo» del olivo, no de la semilla,
emplea
Aristóteles los términos enérgeia y entelékheia.
Literalmente, enérgeia
significa «ser en (el estado de) obra», y entelékheia
«tenerse en el
fin»; ambos términos tienen el sentido de «cumplimiento» (acto); en la palabra
«fin» (télos)
se encuentran reunidos en uno solo los sentidos de
«cumplimiento» y
«delimitación» (= de-terminación, eîdos); «obra»
es lo «producido», y
«producir» tiene en griego el sentido —varias veces aludido
anteriormente— de
«sacar a la luz».
Que
algo es A «en cuanto a la dýnamis» quiere decir
que su perecer propio es
el «llegar a ser A» propio de A; la semilla perece en el llegar a ser
planta de
la planta, y precisamente en tal perecer, y sólo en él, se cumple el
ser de la
semilla (que es no-ser planta). Decíamos que, en todo llegar a ser,
algo perece;
ahora
sabemos
que ese perecer es a la vez el cumplimiento, el ser, de lo que perece,
en
cuanto que tal ser es «no-ser...», es decir: por cuanto es un «ser en
cuanto a
la dýnamis», hemos llegado con esto a una
definición aristotélica del
movimiento (recuérdese que el movimiento no es otra cosa que el llegar
a ser): el movimiento es «la entelékheia de
aquello que es por dýnamis
precisamente en cuanto que es por dýnamis»[2].
Volvamos
ahora a la obra de arte y los materiales. Decíamos que el arte no
«utiliza» o
«consume» simplemente los materiales, sino que los descubre en su
carácter
propio; que la estatua muestra lo que «se puede hacer» con un trozo de
mármol.
Esto ahora quiere decir: la presencia (el ser) de
la estatua es el
cumplimiento del bloque de mármol en lo que éste es en cuanto a la dýnamis;
el surgir de la estatua (su producción en cuanto que no es un
hecho pasado
cuando la estatua está ahí, sino su mismo «estar ahí», su ser,
pues la
estatua es estatua sólo como producida) es «movimiento» en el sentido
aristotélico antes mencionado. Que la estatua es de mármol
(y no sólo de
«mármol» en general, sino incluso de este mármol de tal calidad)
significa que,
en el surgir de la estatua, el bloque de mármol ciertamente ha
perecido, pero
no porque haya sido consumido, sino porque (en este caso por mediación
de un
«comprender», de un «saber», que es el «arte»; cf. más adelante)
ha sido cumplido, ha sido llevado a un aspecto y, sin embargo, sigue
siendo lo
que se cierra en sí mismo, la consistencia, el dentro. Igualmente, el
crecimiento de la planta es el salir a la luz de la virtud oculta en la
semilla
y que habrá de recogerse de nuevo en la semilla. La hýle es
la dýnamis.
A toda morphé (enérgeia, entelékheia) pertenece
una hýle (dýnamis)
porque el salir a la luz es a la vez
permanecer oculto, esto es:
porque al ser le pertenece esencialmente el no-ser.
Podíamos
haber expuesto la teoría de las ideas del siguiente modo: «ser» es
tener una
constitución, una determinación; el ser de esta
cosa (supongamos que se
trata de un olivo) es «ser olivo»; ahora bien, para que este «ser»
ocurra, para
que algo pueda en general «ser olivo» mientras que otro algo es (por
ejemplo)
higuera, es preciso que de antemano consista en algo el «ser olivo» y
consista
en algo el «ser higuera»; por lo tanto, el eîdos tiene
que ser
«anterior», tiene que estar ya antes de que la cosa concreta sea.
Esto
constituye una aparente contradicción (el ser ha
de ser anterior al ser),
que Platón evita negando que el «ser» de las cosas concretas
sea
verdaderamente ser; el verdadero ser es aquel que
es «anterior» y
«siempre». Pero con esto se nos esfuma precisamente aquello que
tratábamos de
aclarar, a saber: el que esto sea caballo y aquello higuera, puesto
que, al
final, resulta que esto no es verdaderamente caballo y aquello no es
verdaderamente
higuera, y, si se admite que, aun así, «de alguna manera» es esto
caballo y
aquello higuera, entonces, en la medida en que lo sean, se reproduce
el
problema inicial.
Pues
bien, Aristóteles acepta lo expuesto en el párrafo anterior, pero
precisamente
tal como lo hemos expuesto, esto es: tomando distancia frente a Platón
a partir
de la frase en la que explícitamente hemos mencionado a Platón como
responsable. Aristóteles rechaza las «ideas» y acepta la aparente
contradicción de que el ser haya de ser anterior al ser, o, lo que es
lo mismo,
acepta que ser es llegar a ser, esto
es: que el ser es camino al
ser y que tiene como meta el ser. Nada sería más
fácil, a partir de una
exposición sumaria del pensamiento de Aristóteles, que concluir que la
dýnamis
es anterior a la enérgeia y que la hýle
es anterior a la morphé,
lo cual, precisamente por ser tan fácil, es perfectamente
ajeno al
pensamiento de Aristóteles, que estableció los conceptos de hýle
y dýnamis
precisamente para explicar que el eîdos, la
morphé, la entelékheia,
el ser, está desde el principio y como
principio. En efecto, la
semilla del olivo es precisamente semilla de olivo, no de higuera; es
el «ser
olivo» del olivo lo que la define, lo que le adjudica el «no-ser
olivo» que es
lo propio de la semilla; igualmente, es la constitución, la figura, el eîdos,
de la estatua lo que determina que este bloque de mármol sea
(o que no sea)
material adecuado para la estatua; el bloque de mármol, pues, queda
definido
como hýle para la estatua y como «estatua en
cuanto a la dýnamis» en
virtud del eîdos de la estatua. Vemos, pues, que
el «ser olivo» del
olivo está desde el principio y como principio en el «llegar
a ser olivo».
Sería un absurdo decir que la batalla de Waterloo es anterior a la
batalla de
Waterloo, porque al decir esto mencionamos la batalla de Waterloo como
algo que
situamos en el tiempo, dando por simplemente supuesta la noción del
tiempo;
pero no ocurre lo mismo con el ser, porque aquí la noción del tiempo no
está
supuesta, sino que brota de la noción del ser como llegar a
ser; porque
al ser como llegar a ser le
pertenece esencialmente el que
«finalmente» tenga lugar aquello que ya tenía lugar «al principio»,
porque el
ser mismo es una cierta distensión entre un «al principio» y un
«finalmente»,
entre un «antes» y un «después», por eso hay lo que llamamos «tiempo»;
de
esto trataremos en el capítulo que dedicaremos a la noción aristotélica
del
tiempo.
Notas:
[1] La distinción entre «en un sujeto» y «no en un sujeto» coincide con la división de las categorías: «no en un sujeto» es la ousía; «en un sujeto» es todo lo demás. En cambio, la distinción entre «(ser dicho) de un sujeto» y «no (ser dicho) de un sujeto» se cruza con la de las categorías. Cada categoría es un modo de predicación (= un modo en que tiene lugar el ser), y en cada predicación algo puede ser predicado (= «dicho de») y otro algo puede ser solamente sujeto (= aquello de lo cual se dice un predicado). El esto del cual digo «esto es (un) olivo» o «esto es (una) casa» ni es en un sujeto (porque es en el modo de ousía) ni se dice de un sujeto, mientras que «casa», «olivo», etcétera, si bien no es en un sujeto, se dice de un sujeto. El esto del que digo «esto es verde», tal como aparece en esta proposición (es decir: simplemente como verde, no como casa verde ni como árbol verde), es en un sujeto (porque presupone algo que no está dicho, a saber: una ousía), pero no se dice de un sujeto (porque es un esto, no un predicado, no un universal); por su parte, «verde» (e incluso determinado matiz de verde) es en un sujeto (porque no es ousía) y se dice de un sujeto (porque es un predicado).
[2] Decimos «por dýnamis» en vez de «en cuanto a la dýnamis» por obvias razones de redacción.
Martínez Marzoa, Felipe Iniciación a la Filosofía, Madrid, Istmo, pp.65-80.
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