Aristóteles: Las categorías

Supongamos un «esto» del cual decimos:

Esto es una casa.

Esto es blanco.

Esto es en la cumbre del monte.

No sólo hay aquí tres predicados distintos, sino tam­bién tres tipos de predicación distintos, definibles por el hecho de que, dentro de cada uno de los tres tipos, unos predicados excluyen de un mismo sujeto a otros (con una característica salvedad que veremos más aba­jo), mientras que un predicado de uno de los tipos se refiere al mismo sujeto que un predicado de cada uno de los demás tipos; podemos ver esto haciendo alternar cada uno de los tres predicados con otros del mismo tipo, así:

Esto es o una casa o un árbol o un caballo o...

Esto es o blanco o amarillo o rojo o...

Esto es o en la cumbre del monte o en el fondo del valle o...

«Esto» no podría ser a la vez una casa y un árbol, ni a la vez blanco y amarillo, ni a la vez en un lugar y en otro. En cambio, tomando predicados de tipos dis­tintos (por ejemplo: «caballo», «blanco», «en el fondo del valle»), la situación es la inversa: no tiene sentido decir que o es caballo o es blanco o es en el fondo del valle, y, en cambio, sí lo tiene decir que es las tres cosas a la vez, a saber: un caballo blanco en el fondo del valle. Por otra parte, cualquier predicado del tipo segundo o tercero (o de otros tipos que habría que establecer, todos ellos distintos del primero) sólo es posible sobre la base de un predicado del tipo pri­mero; por ejemplo: para que algo pueda ser verde, tiene que ser o una casa verde o un árbol verde o cualquier otra cosa (del tipo primero) verde; para que algo pueda ser en el fondo del valle, tendrá que ser o una casa en el fondo del valle o un árbol en el fondo del valle, etc.; en todos los casos es lo segundo («verde», «en el fondo del valle») lo que determina y supone lo primero («casa», «árbol»), no viceversa. A la pre­gunta ¿qué es esto?» (no «cómo es esto» o «dónde es esto») se responde precisamente con un predicado del primer tipo, no de ninguno de los demás. Insisti­mos, por otra parte, en que los demás tipos (es decir: excluido el primero, que tiene una posición única y —digamos— especial) son considerablemente más que los dos que hemos dado como ejemplo; así, los pre­dicados relativos al tamaño de una cosa no entran en ninguno de esos dos tipos.

Hemos dicho que, en principio, los predicados de un mismo tipo se excluyen entre sí del mismo sujeto, pero que hay una salvedad característica. La salvedad, en este caso, no es una restricción, sino una confir­mación, puesto que consiste en lo siguiente: el pre­dicado «caballo» no excluye «animal», que es también del primer tipo, pero no lo excluye precisamente por­que lo implica. Entre predicados del mismo tipo hay implicación o exclusión, mientras que entre un predicado de un tipo y uno de cualquier otro hay indiferencia.

Concluimos, pues, que predicados de distintos tipos se refieren al sujeto de maneras distintas, lo determi­nan en (por así decir) planos distintos. En «esto es un caballo» y «esto es una casa» hay simplemente predi­cados distintos; en cambio, en «esto es un caballo» y «esto es en la cumbre de la montaña» hay tipos dis­tintos de predicación, tipos distintos de referencia del predicado al sujeto. Dado que la referencia del predi­cado al sujeto es lo que expresa la palabra «es», hay que admitir que el «ser» tiene algo así como sentidos distintos. Hay, pues, diversos modos de predicación y, por lo tanto, diversos modos en que puede decirse que algo es, y esto último quiere decir: diversos modos en que algo puede ser sujeto de una proposición; en «esto es un árbol» y «esto es en la cumbre de la montaña», el mismo esto (materialmente el mismo, tratándose de un árbol que hay en la cumbre de la montaña) es en ambos casos sujeto, pero de distintas maneras, porque el «es» que se le aplica tiene distinto carácter en uno y otro caso.

Vamos ahora a llegar al mismo resultado por un camino en cierta manera distinto.

Decíamos que, según la dialéctica platónica, una especie se define por división de un género, el cual, a su vez, se define por división de un género superior, y así sucesivamente. Cuando Platón se pregunta hasta dónde llegaría, «hacia arriba», este proceso, afirma que el género supremo sería la determinación ente. Ahora bien, una división (suponiendo que sea siempre en dos, pero este supuesto no es necesario para el razonamiento que seguirá) a partir de un género supremo respondería al siguiente esquema:

A

/\

B   C

/\    /\

D E  F G

Vemos que la determinación D implica B y A y ex­cluye todas las demás del esquema (es decir: que si algo «es D», ese algo tiene que «ser B» y «ser A», y no puede «ser E», ni «ser C», ni «ser F», ni «ser G»); por su parte, E implica B y A y excluye las demás; C implica A, está implícita en F y G y excluye las demás, etc. Por mucho que ampliemos el esquema, encontraremos siempre, entre dos determinaciones que aparezcan en él, implicación o exclusión, nunca indife­rencia. Y, sin embargo, hay indiferencia entre determi­naciones; es precisamente indiferencia lo que encontra­mos entre determinaciones pertenecientes a los diversos tipos de predicación mencionados más arriba[i], mientras que implicación o exclusión es lo que encontramos den­tro de un mismo tipo. Por lo tanto, predicados perte­necientes a tipos distintos no pueden estar en el mismo esquema de división a partir de un género supremo, cualquiera que sea la amplitud que le demos a ese es­quema (esto es: por más divisiones y subdivisiones que hagamos y por muy «alto» que sea el género supremo). No es, pues, posible admitir un único género supremo, sino un género supremo por cada uno de los indicados tipos de predicación. «Casa», «árbol», «caballo» y todos los demás predicados del primer tipo remiten a un gé­nero común que podemos designar con la palabra algo; por su parte, «en la cumbre de la montaña», «en el fondo del valle» y todos los demás predicados del mis­mo tipo remiten a un género común, que es el en algún lugar; pero no hay un género común a los varios tipos de predicados. Entonces, ¿no es la determinación «ente» un género común a todos esos tipos?, ¿no son ser tanto el «ser algo» como el «ser en cierto lugar» como cual­quier otro «ser...»? En efecto, el ser es, en cierto modo, común a todo eso, pero, como vamos a ver, no lo es a la manera de lo que hasta ahora hemos enten­dido por «género».

«Animal» es exactamente lo mismo cuando se dice de «caballo» que cuando se dice de «perro» o de «hom­bre». Un género superior común a varias determina­ciones «se dice de la misma manera» para todas esas determinaciones[ii]. Por su parte, «ser» es lo mismo en «esto es un perro» que en «esto es un hombre», y es lo mismo en «esto es en la cumbre de la montaña» que en «esto es en el fondo del valle», y es lo mismo en «esto es blanco» que en «esto es negro», pero no es lo mismo en «esto es un perro» que en «esto es blanco», y en ninguna de ambas tesis es lo mismo que en «esto es en el fondo del valle». En efecto, ya explicamos que la diversidad de los tipos de predicación, puesto que el verbo «ser» expresa la predicación misma, no es otra cosa que la diversidad de «maneras de decirse» el ser.

El ser, pues, no se divide como un género en es­pecies, sino que su división consiste en que «se dice de varias maneras», en que no es pura y simplemente lo mismo el ser que «se dice» en —por ejemplo— «es blanco» que el ser que «se dice» en «es una casa». Aquello en lo que de esta manera se divide el ser son las categorías. Las categorías, pues, con arreglo a todo lo que hemos expuesto a lo largo del presente capítulo, son: a) los tipos de predicación, por lo tanto: b) los modos diversos en que puede decirse que algo «es...», por lo tanto: c) los géneros supremos. Aristóteles enu­mera a veces diez categorías, de las que citaremos sólo algunas: las predicaciones «es una casa», «es un árbol», pertenecen a la categoría «algo»[iii]; las predicaciones «es en la cumbre de la montaña», «es en el fondo del valle», pertenecen a la categoría «en cierto lugar»; la predicación «es a las cuatro de la tarde» pertenece a la categoría «en cierto momento»; la predicación «es blanco» pertenece a la categoría «de cierto carácter» («cualidad»), a lo cual podemos referir en especial la observación siguiente: la división del ser según las categorías no tiene que producirse en un solo paso, sino que ciertas categorías pueden a su vez «decirse de varias maneras», como en efecto ocurre con la «cuali­dad», pues (por ejemplo) predicados como «blanco» y «negro», por una parte, y predicados como «caliente» y «frío», por otra (y aún se podrían señalar otras va­rias), perteneciendo todos a la categoría de «cualidad»[iv], no son, evidentemente, predicados en el mismo tipo de predicación. Hay, pues, dentro de las categorías, algo a lo que podríamos llamar «subcategorías». Sin embargo, al menos una de las categorías, la primera, el «algo», es rigurosamente un solo tipo (sin «subtipos») de predicación, y sin ello no tendría sentido la expo­sición que vamos a hacer a continuación.

Si juzgamos solamente por la fórmula según la cual €l «ser» no es lo mismo cuando decimos «es un gato» que cuando decimos «es blanco», etc., podría parecer que el ser no tiene otra unidad que la de una palabra, la cual designaría nociones diversas, es decir: que «ser» sería una palabra equívoca, como lo es, por ejemplo, «gato», que designa tanto cierto animal como cierto aparato mecánico. Pero no ocurre así, porque todo decir «es», cualquiera que sea el tipo de predicación, da por supuesto uno (y siempre el mismo) de dichos tipos, a saber: el primero, el «algo», la ousía , y todo ser tiene lugar únicamente por relación a la ousía. Descubrimos, pues, en la no­ción de ser una unidad, pero una unidad que no es la del género. En «hombre», «caballo», «perro», hay su­puesta una misma determinación, a saber: «animal», y también en las diversas maneras en que puede decirse «ser» hay supuesta una sola, a saber: el «ser» en el sentido de ousía; pero la semejanza acaba ahí, porque: el género («animal») es algo que está por encima de la diversidad de las especies («hombre», «caballo») y algo que se dice igualmente (siempre de la misma ma­nera) de todas y cada una de las especies; en cambio, lo que está supuesto en las diversas maneras de decir «ser» no es ningún género superior, en sí mismo indi­ferente a la diversidad, sino que es una de esas mismas maneras; la cuestión del ser a secas no es la de una determinación superior común a las diversas maneras de decir «ser», sino que es la cuestión de la ousía.

Notas:

[i] Obsérvese que, para todo lo que desarrollamos en el pre­sente capítulo, basta con la indiferencia entre las determinaciones en sí mismas; admitimos, desde luego, que un caballo no puede estar en cualquier parte, ni tener cualquier color, etc., pero tales limitaciones no entran en juego en la definición de «caballo» y son, a lo sumo, consecuencias físicas (no lógicas) del «ser caballo». Por otra parte, un predicado que no sea del primer tipo supone un predicado del primer tipo en general, pero no implica ningún predicado determinado del primer tipo, es decir: no lo incluye en su comprensión.

[ii] Este modo de hablar («se dice de la misma manera» o «se dice de maneras diversas») procede de Aristóteles, cuya doctrina de las «categorías» estamos tratando de seguir.

[iii] La palabra aristotélica para designar esta categoría es ousía, nombre «abstracto» correspondiente al participio de presente del verbo «ser», es decir: algo así como «entidad». Fuera de la lengua específicamente filosófica, la palabra ousía suele significar: bien(es), riqueza, patrimonio. Podemos, pues, decir que su significado general es: lo que «se tiene», lo que «hay».

[iv] Hay una categoría de «cantidad» a la que nos hemos refe­rido más arriba al hablar del «tamaño» de una cosa. Pues bien, el que una cosa pueda estar «más» o «menos» caliente o «más» o «menos» fría no significa que «caliente» y «frío» pertenezcan a la categoría de cantidad, sino simplemente que ciertas cualidades tienen «grados». La cantidad es el tamaño o, como decimos hoy, la magnitud «en el espacio». La ciencia física moderna trata de la «temperatura» como de una cantidad, pero es porque lo que mide, cuando mide la temperatura, no es otra cosa que ciertos efectos que tienen el carácter de cantidad propiamente dicha, por ejemplo: la variación de la longitud de una columna de mercurio.

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Martínez Marzoa, Felipe Iniciación a la Filosofía, Madrid, Istmo, pp.57-64.


  
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