Supongamos
un «esto» del cual decimos:
Esto es
una casa.
Esto es
blanco.
Esto es
en la cumbre del monte.
No sólo
hay aquí tres predicados distintos, sino también tres tipos
de predicación distintos,
definibles por el hecho de que, dentro de cada uno de los tres tipos,
unos
predicados excluyen de un mismo sujeto a otros (con una característica
salvedad
que veremos más abajo), mientras que un predicado de uno de los tipos
se
refiere al mismo sujeto que un predicado de cada uno de los demás
tipos;
podemos ver esto haciendo alternar cada uno de los tres predicados con
otros
del mismo tipo, así:
Esto
es
o una
casa o un árbol o un caballo o...
Esto
es
o blanco
o amarillo o rojo o...
Esto
es
o en
la cumbre del monte o en el fondo del valle o...
«Esto»
no podría ser a la vez una casa y un árbol, ni a
la vez blanco y amarillo,
ni a la vez en un lugar y en otro. En cambio,
tomando predicados de
tipos distintos (por ejemplo: «caballo», «blanco», «en el fondo del
valle»),
la situación es la inversa: no tiene sentido decir que o es
caballo o
es blanco o es en el fondo del valle, y,
en cambio, sí lo tiene
decir que es las tres cosas a la vez, a saber: un caballo blanco en el
fondo
del valle. Por otra parte, cualquier predicado del tipo segundo o
tercero (o de
otros tipos que habría que establecer, todos ellos distintos del
primero) sólo
es posible sobre la base de un predicado del tipo
primero; por ejemplo:
para que algo pueda ser verde, tiene que ser o una casa verde o un
árbol verde
o cualquier otra cosa (del tipo primero) verde; para que algo pueda ser
en el
fondo del valle, tendrá que ser o una casa en el fondo del valle o un
árbol en
el fondo del valle, etc.; en todos los casos es lo segundo («verde»,
«en el
fondo del valle») lo que determina y supone lo primero («casa»,
«árbol»), no
viceversa. A la pregunta ¿qué es esto?» (no «cómo
es esto» o «dónde es
esto») se responde precisamente con un predicado del primer tipo, no de
ninguno
de los demás. Insistimos, por otra parte, en que los demás tipos (es
decir:
excluido el primero, que tiene una posición única y —digamos— especial)
son considerablemente
más que los dos que hemos dado como ejemplo; así, los predicados
relativos al
tamaño de una cosa no entran en ninguno de esos dos tipos.
Hemos
dicho que, en principio, los predicados de un mismo tipo se excluyen
entre sí
del mismo sujeto, pero que hay una salvedad característica. La
salvedad, en
este caso, no es una restricción, sino una confirmación, puesto que
consiste
en lo siguiente: el predicado «caballo» no excluye «animal», que es
también
del primer tipo, pero no lo excluye precisamente porque lo implica.
Entre
predicados del mismo tipo hay implicación o exclusión, mientras que
entre un predicado
de un tipo y uno de cualquier otro hay indiferencia.
Concluimos,
pues, que predicados de distintos tipos se refieren al sujeto de
maneras
distintas, lo determinan en (por así decir) planos distintos. En «esto
es un
caballo» y «esto es una casa» hay simplemente predicados distintos; en
cambio,
en «esto es un caballo» y «esto es en la cumbre de la montaña» hay
tipos distintos
de predicación, tipos distintos de referencia del predicado al sujeto.
Dado que
la referencia del predicado al sujeto es lo que expresa la palabra
«es», hay
que admitir que el «ser» tiene algo así como sentidos distintos. Hay,
pues,
diversos modos de predicación y, por lo tanto, diversos modos en que
puede
decirse que algo es, y esto último quiere decir:
diversos modos en que
algo puede ser sujeto de una proposición; en «esto es un árbol» y «esto
es en
la cumbre de la montaña», el mismo esto (materialmente el mismo,
tratándose de
un árbol que hay en la cumbre de la montaña) es en ambos casos sujeto,
pero de
distintas maneras, porque el «es» que se le aplica tiene distinto
carácter en uno
y otro caso.
Vamos
ahora a llegar al mismo resultado por un camino en cierta manera
distinto.
Decíamos
que, según la dialéctica platónica, una especie se define por división
de un género, el
cual, a
su vez, se define por división de un género superior, y así
sucesivamente. Cuando Platón se pregunta hasta dónde llegaría, «hacia
arriba»,
este proceso, afirma que el género supremo sería la determinación ente.
Ahora
bien, una división (suponiendo que sea siempre en dos, pero este
supuesto no es
necesario para el razonamiento que seguirá) a partir de un género
supremo
respondería al siguiente esquema:
A
/\
B C
/\
/\
D
E F G
Vemos
que la determinación D implica B y A y excluye todas las demás del
esquema (es
decir: que si algo «es D», ese algo tiene que «ser
B» y «ser A», y no
puede «ser E», ni «ser C», ni «ser F», ni «ser G»); por su
parte, E implica
B y A y excluye las demás; C implica A, está implícita en F y G y
excluye las
demás, etc. Por mucho que ampliemos el esquema, encontraremos siempre,
entre
dos determinaciones que aparezcan en él, implicación o exclusión, nunca
indiferencia.
Y, sin embargo, hay indiferencia entre determinaciones; es
precisamente
indiferencia lo que encontramos entre determinaciones pertenecientes a
los
diversos tipos de predicación mencionados más arriba[i],
mientras que implicación o exclusión es lo que encontramos dentro de
un mismo
tipo. Por lo tanto, predicados pertenecientes a tipos distintos no
pueden
estar en el mismo esquema de división a partir de un género supremo,
cualquiera
que sea la amplitud que le demos a ese esquema (esto es: por más
divisiones y
subdivisiones que hagamos y por muy «alto» que sea el género supremo).
No es,
pues, posible admitir un único género supremo, sino un género supremo
por cada
uno de los indicados tipos de predicación. «Casa», «árbol», «caballo» y
todos
los demás predicados del primer tipo remiten a un género común que
podemos
designar con la palabra algo; por su parte, «en la
cumbre de la
montaña», «en el fondo del valle» y todos los demás predicados del
mismo tipo
remiten a un género común, que es el en algún lugar; pero
no hay un
género común a los varios tipos de predicados. Entonces, ¿no es la
determinación «ente» un género común a todos esos tipos?, ¿no son ser
tanto
el «ser algo» como el «ser en cierto lugar» como cualquier otro
«ser...»? En
efecto, el ser es, en cierto modo, común a todo
eso, pero, como vamos a
ver, no lo es a la manera de lo que hasta ahora hemos entendido por
«género».
«Animal»
es exactamente lo mismo cuando se dice de «caballo» que cuando se dice
de
«perro» o de «hombre». Un género superior común a varias
determinaciones «se
dice de la misma manera» para todas esas determinaciones[ii].
Por su parte, «ser» es lo mismo en «esto es un perro» que en «esto es
un
hombre», y es lo mismo en «esto es en la cumbre de la montaña» que en
«esto es
en el fondo del valle», y es lo mismo en «esto es blanco» que en «esto
es
negro», pero no es lo mismo en «esto es un perro» que en «esto es
blanco», y en
ninguna de ambas tesis es lo mismo que en «esto es en el fondo del
valle». En
efecto, ya explicamos que la diversidad de los tipos de predicación,
puesto que
el verbo «ser» expresa la predicación misma, no es otra cosa que la
diversidad
de «maneras de decirse» el ser.
El ser,
pues, no
se divide
como un
género en
especies,
sino que su división consiste en que «se dice de varias maneras», en
que no es
pura y simplemente lo mismo el ser que «se dice»
en —por ejemplo— «es
blanco» que el ser que «se dice» en «es una casa».
Aquello en lo que de
esta manera se divide el ser son las categorías.
Las categorías,
pues, con arreglo a todo lo que hemos expuesto a lo largo del presente
capítulo, son: a) los tipos de predicación, por lo
tanto: b) los
modos diversos en que puede decirse que algo «es...», por lo tanto: c)
los
géneros supremos. Aristóteles enumera a veces diez categorías, de las
que
citaremos sólo algunas: las predicaciones «es una casa», «es un árbol»,
pertenecen a la categoría «algo»[iii];
las
predicaciones «es en la cumbre de la montaña»,
«es en el fondo del
valle», pertenecen a la categoría «en cierto lugar»; la
predicación «es
a las cuatro de la tarde» pertenece a la categoría «en cierto
momento»; la
predicación «es blanco» pertenece a la categoría «de cierto
carácter» («cualidad»),
a lo cual podemos referir en especial la observación siguiente: la
división del
ser según las categorías no tiene que producirse en
un solo paso, sino
que ciertas categorías pueden a su vez «decirse de varias maneras»,
como en
efecto ocurre con la «cualidad», pues (por ejemplo) predicados como
«blanco» y
«negro», por una parte, y predicados como «caliente» y «frío», por otra
(y aún
se podrían señalar otras varias), perteneciendo todos a la categoría
de
«cualidad»[iv],
no son, evidentemente, predicados en el mismo tipo de predicación. Hay,
pues,
dentro de las categorías, algo a lo que podríamos llamar
«subcategorías». Sin
embargo, al menos una de las categorías, la primera, el «algo», es
rigurosamente un solo tipo (sin «subtipos») de predicación, y sin ello
no
tendría sentido la exposición que vamos a hacer a continuación.
Si juzgamos solamente por la fórmula según la cual €l «ser» no es lo mismo cuando decimos «es un gato» que cuando decimos «es blanco», etc., podría parecer que el ser no tiene otra unidad que la de una palabra, la cual designaría nociones diversas, es decir: que «ser» sería una palabra equívoca, como lo es, por ejemplo, «gato», que designa tanto cierto animal como cierto aparato mecánico. Pero no ocurre así, porque todo decir «es», cualquiera que sea el tipo de predicación, da por supuesto uno (y siempre el mismo) de dichos tipos, a saber: el primero, el «algo», la ousía , y todo ser tiene lugar únicamente por relación a la ousía. Descubrimos, pues, en la noción de ser una unidad, pero una unidad que no es la del género. En «hombre», «caballo», «perro», hay supuesta una misma determinación, a saber: «animal», y también en las diversas maneras en que puede decirse «ser» hay supuesta una sola, a saber: el «ser» en el sentido de ousía; pero la semejanza acaba ahí, porque: el género («animal») es algo que está por encima de la diversidad de las especies («hombre», «caballo») y algo que se dice igualmente (siempre de la misma manera) de todas y cada una de las especies; en cambio, lo que está supuesto en las diversas maneras de decir «ser» no es ningún género superior, en sí mismo indiferente a la diversidad, sino que es una de esas mismas maneras; la cuestión del ser a secas no es la de una determinación superior común a las diversas maneras de decir «ser», sino que es la cuestión de la ousía.
Notas:
[i] Obsérvese que, para todo lo que desarrollamos en el presente capítulo, basta con la indiferencia entre las determinaciones en sí mismas; admitimos, desde luego, que un caballo no puede estar en cualquier parte, ni tener cualquier color, etc., pero tales limitaciones no entran en juego en la definición de «caballo» y son, a lo sumo, consecuencias físicas (no lógicas) del «ser caballo». Por otra parte, un predicado que no sea del primer tipo supone un predicado del primer tipo en general, pero no implica ningún predicado determinado del primer tipo, es decir: no lo incluye en su comprensión.
[ii] Este modo de hablar («se dice de la misma manera» o «se dice de maneras diversas») procede de Aristóteles, cuya doctrina de las «categorías» estamos tratando de seguir.
[iii] La palabra aristotélica para designar esta categoría es ousía, nombre «abstracto» correspondiente al participio de presente del verbo «ser», es decir: algo así como «entidad». Fuera de la lengua específicamente filosófica, la palabra ousía suele significar: bien(es), riqueza, patrimonio. Podemos, pues, decir que su significado general es: lo que «se tiene», lo que «hay».
[iv] Hay una categoría de «cantidad» a la que nos hemos referido más arriba al hablar del «tamaño» de una cosa. Pues bien, el que una cosa pueda estar «más» o «menos» caliente o «más» o «menos» fría no significa que «caliente» y «frío» pertenezcan a la categoría de cantidad, sino simplemente que ciertas cualidades tienen «grados». La cantidad es el tamaño o, como decimos hoy, la magnitud «en el espacio». La ciencia física moderna trata de la «temperatura» como de una cantidad, pero es porque lo que mide, cuando mide la temperatura, no es otra cosa que ciertos efectos que tienen el carácter de cantidad propiamente dicha, por ejemplo: la variación de la longitud de una columna de mercurio.
Martínez Marzoa, Felipe Iniciación a la Filosofía, Madrid, Istmo, pp.57-64.
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