La voluntad es la capacidad de tomar decisiones, es decir, de poner en práctica la libertad. La frase «voy a quedarme en casa esta tarde para estudiar» expresa una decisión. No se debe contundir el acto de decidir con el simple deseo o con la mera intención. Una decisión implica no sólo un deseo o una intención, sino una resolución, un corte (el término "decisión" procede del latín scissĭo, -ōnis, escisión o cortadura) en el cual se separa del conjunto de posibilidades de acción que se presentan una sola de ellas. Por eso para expresar una decisión han de usarse verbos que tengan ese sentido como: "elegir", "optar", "escoger", etc., y no otros que simplemente expresen un deseo como: "preferir", "apetecer", "ansiar", "desear". El verbo "querer" por sí solo tampoco expresa una decisión, ya que también puede ser usado para formular un deseo. Sin embargo, en ciertos contextos puede usarse para hablar de decisiones siempre que quede claro ese sentido.
Para
describir cuáles son los elementos
o partes esenciales de una decisión podemos reflexionar
sobre nuestros propios actos voluntarios, ya que son los únicos
inmediatamente
accesibles para nosotros.
Siempre
que se decide, se decide algo. La elección
se dirige a un objeto. El objeto de la decisión, es
decir, lo que
se quiere, puede recibir diversos nombres técnicos: materia, intención,
fin, etc.
El fin de una decisión es, pues, lo
elegido.
¿Qué
puede ser objeto, materia o fin de una decisión? En primer lugar, no podemos decidir,
propiamente, ninguna cosa sólo se
puede decidir acerca de determinados hechos, esto
es, acontecimientos.
Cuando una persona
dice: «prefiero una manzana», comete una elipsis. Hablando con rigor,
tendría
que haber dicho: «prefiero comerme una manzana». El objeto o fin de la
decisión
no puede ser nunca una cosa —una manzana, por ejemplo—, sino un hecho
—el comer
una manzana—. Para entendernos, de momento es suficiente decir que una
cosa es
todo aquello que puede ser expresado mediante un sustantivo o un
adjetivo; por
el contrario, un hecho es aquello que sólo puede ser expresado mediante
una
proposición.
¿Qué
hechos pueden ser queridos? Para que un hecho pueda ser querido, debe
cumplir
los siguientes requisitos:
a) Ha de ser un hecho
representable, es decir, el sujeto que toma
una
decisión ha de poder representarse (ha de poder imaginarse o, al menos,
pensar)
ese hecho. Por eso la posibilidad de tomar decisiones está
estrechamente
relacionada con una de las características más importantes de las
personas
humanas: su racionalidad.
b) Ha de ser un hecho atractivo
para el sujeto que quiere. Que un hecho sea atractivo para mí significa
que ese hecho posea un
valor para mí, que su existencia no me sea indiferente, que yo prefiera
que
exista a que no exista. Su existencia resulta para mí importante. En
general es
por eso por lo que suele llamarse al fin de una decisión un "bien", ya que se supone que quien
lo elige lo hace porque lo considera bueno en algún sentido (aunque sea
un
sentido perverso, por ejemplo como medio de hacer el mal a otros).
Cuando
un hecho cumple estos dos requisitos, surge en nuestra conciencia el
acto de desear ese objeto, surge un deseo. Sin
embargo un deseo no es ya una decisión.
Para que llegue a serlo ese objeto además:
c) Ha de ser un hecho posible. Existen diversas clases de
imposibilidad. En primer lugar está la imposibilidad lógica. Es una
imposibilidad lógica que una persona esté a la vez casada y soltera o
que un
par conste de tres elementos. En segundo lugar, hay una imposibilidad
física.
Es físicamente imposible que un rayo de luz no se propague en el vacío
a
300.000 km/s o que no se propague en línea recta. En tercer lugar, nos
encontramos la imposibilidad técnica. El hombre no ha desarrollado la
técnica
necesaria para realizar ciertos acontecimientos físicamente posibles.
Por
ejemplo, es técnicamente imposible cenar esta noche en la luna. Por
último,
existe la imposibilidad fáctica personal. No es ni lógica, ni física ni
técnicamente imposible que un hombre supere los
d) El sujeto ha de creer que el
hecho querido es realizable, en todo o en parte, por él. No
se puede tomar una decisión
acerca de aquello que no está en la mano de quien decide hacer real.
Por
ejemplo, yo no puedo decidir que mañana llueva, porque, si bien ese
hecho es
posible, no está en mi mano hacer nada para que se realice. Puedo
anhelar o
desear que llueva, pero no decidirlo. El sujeto de la decisión no ha de
ser
necesariamente la causa única de la realización de lo querido. Puedo
decidir ir con mi amigo/a al cine, porque, aunque mi
intervención sola no
hace real eso (dependerá también de que mi amiga/o decida acompañarme),
puede colaborar a que se realice (si se lo pido amablemente, si
prometo pagar yo, etc.). No importa tanto que el hecho querido sea
efectivamente realizable por el sujeto, como que éste piense que lo
puede
realizar. Puedo querer salir de la habitación donde me encuentro porque
creo
que puedo realizar ese hecho, aunque quizás mi creencia sea falsa
(alguien ha
podido, sin que me dé cuenta, cerrar la puerta con llave). De manera
análoga si
creo que estoy encerrado en una habitación, aunque de hecho no lo esté,
no
puedo querer salir de ella, aunque, en realidad, sí podría salir.
e) Ha de ser un hecho futuro. Es una consecuencia de la
condición anterior. El pasado, al estar fuera de nuestras manos, no
puede ser
querido. No está en nuestro poder que el pasado sea distinto a como ha
sido;
sólo nos queda anhelar o desear que hubiera sido de otro modo.
Cuando
se da un hecho con estas cinco características en nuestra conciencia, y
se le
añade la determinación de hacer real ese objeto ya
no tenemos simplemente un
deseo
sino una decisión
Esto
último es lo peculiar de la decisión. Además es lo único que está
totalmente en
nuestras manos, lo único que podemos elegir, lo único libre.
Por eso, decimos también que, para poder tomar decisiones,
es necesario que el sujeto posea ciertas características y entre ellas,
la
principal es esa: la libertad.
Hasta
ahora hemos visto que una decisión consta de un acto de elegir u optar
realizado
por alguien (un sujeto) y de su
objeto (un algo que es lo decidido:
el fin, la materia, etc.). Pero, normalmente, siempre que tenemos una
decisión
se dan más elementos. La decisión de hacer real lo querido suele tener
como
efecto una serie de cambios
en el
mundo que nos circunda.
Estos cambios son causados por nuestra decisión. Llamamos resultados de
nuestra
decisión a esta serie de cambios. Los resultados de una decisión son de
tres
tipos distintos.
En
primer lugar, una decisión produce el movimiento de algunas partes de
nuestro
cuerpo. A estos movimientos los podemos llamar acciones. Por ejemplo, queremos escuchar la Polonesa
n.° 6 en La bemol mayor, de Chopin. Como efecto de nuestra resolución de hacer
real lo querido, se produce
una serie de acciones (camino a la habitación donde se encuentra el
piano,
levanto su tapa, muevo los dedos, etc.). Estas acciones causan asimismo
cambios
en los objetos circundantes (las teclas del piano se mueven, las
cuerdas vibran
al ser golpeadas por los martillos, el aire es atravesado por las ondas
sonoras, mis tímpanos recogen el sonido, ...). Todos estos cambios
reciben el
nombre de consecuencias inmediatas. El último de todos estos
hechos es habitualmente la materia de la decisión, pero ya no
representada,
sino realizada. Aunque, por supuesto, no siempre tiene que ser así.
Pensemos
que quiero consolar a una persona. Para conseguirlo, le hablo, le doy
golpecitos en la espalda o hago cualquier otra cosa que se me ocurra.
Pero
puede suceder que, a pesar de mi esfuerzo, el resultado inmediato de
mi acción
no sea el consuelo de esa persona, sino que aumente su desconsuelo.
Al
realizar una acción, desencadeno una serie, en principio ilimitada, de
efectos.
Las consecuencias de mi acción de tocar el piano no tienen que acabar
en el
hecho de la producción del sonido y de mi audición de él. Antes bien,
estos
hechos causan otros hechos. Estos ya no son queridos directamente e
incluso pueden
ser imprevisibles. Es posible que alguien que pase por la calle cuando
yo toco
el piano, se quede parado/a en mitad de la carretera y sea atropellado
por un
autobús, y que como consecuencia de esa muerte el/la hijo/a de esa
persona, al
haber quedado huérfano/a caiga en la marginalidad y en la delincuencia
y acabe
robándole el bolso a la abuela de mi cuñado. Todo eso son consecuencias remotas —es decir, ni previstas ni
queridas directamente— de mi decisión de escuchar la Polonesa Heroica
de Chopin.
Resta
todavía por describir un elemento esencial en toda decisión: el motivo.
El
motivo es la contestación a la pregunta: ¿por qué quiero lo que quiero?
«Todo
acto de la voluntad es querer algo y, a la vez, quererlo a causa de
algo... Por
lo cual, todo acto de querer tiene un qué y un por qué; pues nada
queremos si
no tenemos un por qué quererlo.» (San Anselmo, De Veritate, cap. XII.)
Es
importante no confundir la pregunta ¿por qué prefieres eso?, con
la
pregunta ¿para qué prefieres eso? Esta última sólo
tiene sentido
respecto de aquello que es querido exclusivamente como medio. Se
contesta a
esta pregunta indicando el fin que buscamos a través de ese medio. Pero
respecto de los fines —y es imposible querer un medio si no se quiere
también
un fin— no tiene sentido preguntar para qué lo quiero. Sin embargo, la
decisión
de un fin no es arbitraria; por el contrario, tiene una razón. El fin (o bien o propósito) nos
presenta un atractivo, respresenta para nosotros/as un valor que nos impulsa a que nos decidamos a quererlo, un motivo. Esta unión de un fin y un valor (positivo o negativo) es lo que constituye la materia de la decisión. Voy a ver a mi amigo Pedro
para pedirle dinero prestado, para comprarme un bocadillo y para
comérmelo. He
aquí una decisión de tres medios y un fin. La razón de la decisión de
cada uno
de los medios es conseguir un fin. Pero el último hecho querido:
comerme un
bocadillo es ya un fin, pues lo quiero por ello mismo y no para otra
cosa. No
obstante, mi querer ese, fin no es injustificado. Tengo un motivo para querer comerme
un
bocadillo: por ejemplo, quitarme el hambre. Es evidente que dos personas pueden querer
lo
mismo por distintos motivos. Hay quienes comen para no sentir la
sensación del
hambre; otros, en cambio, comen para experimentar el placer de
saborear los
alimentos, hay también personas cuyo motivo para comer no es ninguno de
estos
dos, pues comen por deber, ya que consideran que tienen la obligación
de cuidar
su salud, etc. En todo caso, lo que es seguro es que, en el caso de las
personas humanas, siempre existe algún motivo para hacer lo que hacen.
Lic.CC.2.5 |