Kierkegaard, Soren. Temor y Temblor. Buenos
Aires, Editorial Losada, 2003.
L
a siguiente reseña versa sobre
el trabajo de Soren Kierkegaard Temor y
Temblor publicado por Editorial Losada en 2003. La obra se presenta al
lector, en lo general, como cautivadora y sugestiva aun cuando a nuestro gusto
se lee en ciertas partes repetitiva. El autor plantea como problema los límites
de la fe más allá de la angustia y la locura. Se cree que la metáfora de
sacrificio abrahamico esconda los propios sentimientos de Kierkegaard hacia la
que fuera su novia Regina Olsen y su definitiva separación. El acto de fe,
parece estar vinculado en algunos pasajes al amor. Quien ama como quien cree,
no reconoce los obstáculos ni los problemas del mundo.
Entonces, tomando como arquetipo
a Abraham (a quien le da el nombre de padre de la fe), Kierkegaard sostiene que
“la conducta de Abraham desde el punto de
vista moral se expresa diciendo que quiso matar a su hijo, y, desde el punto de
vista religioso, que quiso sacrificarlo; es en esta contradicción donde reside
la angustia capaz de dejarnos entregados al insomnio y sin la cual, sin
embargo, Abraham no es el hombre que es”.
Precisamente dice el autor, más
allá de los límites de la fe se encuentra el temor. El objetivo de la filosofía
no debe ser dar fe, sino darle al hombre la fortaleza para enfrentar los
avatares de la vida y trascender los límites de lo conocido. Quien se entrega a
ella, sin resquemores se abandona a sí mismo. En uno de sus párrafos más
elocuentes, Kierkegaard subraya “en
general se cree que el fruto de la fe, lejos de ser una obra maestra, es una
grosera y ardua labor reservada a las más incultas naturalezas; pero eso está
muy lejos de lo cierto. La dialéctica de la fe es la más sutil y la más
sorprendente de todas, tiene una sublimidad de la cual puedo tener idea, pero
tenerla apenas.”
El punto central en la tesis de
nuestro autor es que “la resignación
infinita es el último estadio precedente a la fe, y nadie alcanza la fe si
antes no ha hecho ese movimiento previo, porque es en la resignación infinita donde,
ante todo, tomo conciencia de mi valer eterno, y únicamente así puedo entonces
alcanzar la vida de este mundo en virtud de la fe”. Siguiendo este
mismo razonamiento, la fe no permite mirar a la imposibilidad de frente ya que
su impulso obedece a la naturaleza de lo no estético. Es la propia paradoja de
la vida, que presupone la propia resignación ante la desgracia. La fe es una
especie de consuelo frente a la finitud y la limitación; en un sentido, utilizo
mis fuerzas para renunciar al mundo y por eso no puedo recobrarlo, pero recibo
lo resignado en “virtud de lo absurdo”.
El temor y la ansiedad surgen
como respuestas cuando el sujeto se abandona a lo individual y en consecuencia
se desprende de lo infinito. “O bien
tenemos que borrar de un trazo la historia de Abraham o bien tenemos que
aprehender el espanto de la paradoja inaudita que da sentido a su vida con el
fin de comprender que nuestro tiempo puede ser feliz como cualquier otro, si
posee la fe”.
Esta paradoja a la cual se refiere el autor, no es otra cosa que la pérdida
de la razón; en efecto, la fe comienza donde sucumbe la razón. En otras
palabras, por medio de la misma existe una suspensión teleológica de lo moral
ya que el sujeto reivindica su individualidad frente a la generalidad entonces
peca. El pecado no es mas que un reclamo por lo propio, que contradice las
reglas de la eternidad. En palabras del propio Kierkegaard “la fe es esa paradoja según la cual el
Individuo está por encima de lo General y siempre de tal manera que, cosa importante,
el movimiento se repite y como consecuencia el Individuo, luego de haber estado
en lo general se aísla en lo sucesivo como Individuo por encima de lo general”.
Esta idea va a estar presente
una y otra vez en el texto de referencia; el punto central (conviene aclarar)
radica en la siguiente relación conceptual. Lo general regla por medio de la
moral a lo individual, en nuestra vida hay cosas que nos son permitidas y otras
que no. Si amar al prójimo es un lema máximo, amar el hijo es el más sublime de
los lemas. Si Abraham hubiera asesinado (o sólo pensarlo) y se hubiera
abandonado a lo individual como fue el caso de la leyenda griega del rey
Agamenón, hubiera sufrido terriblemente y su acto hubiere sido considerado un
sacrificio. Ésta es, precisamente, la figura del “héroe trágico”, personaje que
se diferencia notablemente del “caballero de la Fe”.
Siguiendo este razonamiento,
Kierkegaard nos explica “convengo que el
Individuo corre el riesgo de confundir esta paradoja con una crisis religiosa,
mas no es ésta una razón para ocultarla. Es verdad también que el sistema de
ciertos pensadores es tal que se sientan rechazados por la paradoja, pero no es
un motivo para falsear la fe con el fin de integrarla al sistema; que se
confiese mejor no tenerla y que aquellos que sí la poseen den algunas reglas
permitiendo discernir la paradoja de la duda religiosa. La historia de Abraham
comporta esta suspensión teleológica de lo moral”.
Abraham, a diferencia del rey
griego, puede ser considerado un caballero de la Fe; su acción no tenía ningún
fin personal, “el patriarca de la Fe” se abandona así mismo para cumplir el
designio de Dios mientras Agamenón acude a los Dioses para cumplir su propio
deseo. Ambos intentan sacrificar lo que más aman, pero mientras uno se refugia
en lo individual y se opone a lo general, el otro se ubica por encima de lo
general llegando a lo absoluto. El héroe es conducido y admirado por su virtud
moral, el caballero suspende la mismísima moral. En consecuencia, el héroe
trágico necesita llorar su pérdida por tanto que renuncia a lo cierto por lo
más cierto, en cambio el caballero de la fe es grande en su fe y no lamenta su
sacrificio. Ésta no desafía a su tiempo en tanto que supera lo general
entregándose a la Fe y rehusando la mediación entre lo individual y lo general.
Así, escribe Kierkegaard “lo moral es lo general y como tal, también
lo divino. Por consiguiente, se tiene razón al decir que todo deber en el fondo
es un deber hacia Dios; pero si no puede enunciarse nada más, se dirá al mismo
tiempo que hablando con propiedad yo no tengo ningún deber hacia Dios”. Es decir, todo
acto de Fe implica una crisis y una fractura del sujeto con su propio entorno y
la comunidad. Esta tesis explicaría en parte, como las acciones de ciertas personas
en ciertos momentos (las cuales pueden ser consideradas amorales) como
inmolarse sacrificando miles de “incontentes” o el sacrificio de los propios
hijos entregándolos estoicamente a la guerra, pueden ser hechos conmocionante
para algunos y actos de verdadera fe para otros. En todos ellos subyace la
misma lógica que denuncia con acierto Kierkegaard, un abandono de lo individual
por lo general. No obstante, estos mártires pueden ser muy bien llamados héroes
porque su fin es personal renuncian con un propósito que puede ser la defensa o
gloria de la propia nación; pero no “caballeros de la Fe”. Estos últimos, no
piden recompensas individuales y por ese motivo se ubica por encima de lo
general (en lo absoluto). El mismo acto, si no hay una suspensión de lo moral,
puede ser catalogado como un simple asesino. En la guerra podemos, entonces,
afirmar existe una suspensión temporaria de lo moral aunque no todos sus
combatientes pueden ser considerados “caballeros de la fe”; pero sí “héroes”.
En toda conflagración bélica parece evidente una pizca de heroicidad y
sacrificio, mas también una cuota de egoísmo personal. A diferencia del mártir,
el guerrero no busca el bien común sino la gloria personal. Pero entonces,
¿cuál es el principio del temor según Kierkegaard?.
Para responder a esta cuestión
es menester analizar el capítulo III en donde advierte: “por una parte la fe es la expresión del supremo egoísmo: ella cumple lo
terrorífico, y lo cumple por amor así mismo; por la otra parte es la expresión
del más absoluto abandono; ella obra por amor a Dios. No puede entrar por
mediación en lo general puesto que de ese modo es destruida. La fe es esa
paradoja y el Individuo no puede absolutamente hacerse comprender de nadie”. La moral encierra
dentro suyo dos extremos bipolares, amor y odio. Pero Abraham no odia a Isaac,
lo ama y por ese amor lo sacrifica al pedido de Dios, este acto permite a
Abraham no sólo a diferenciarse de Caín (quien asesino a su hermano por
envidia) sino que lo ubica por fuera del orden moral. Abraham es en el dominio
de lo moral un asesino, pero en el absoluto un hombre de Fe. Cuando el hombre
se entrega a los placeres de este mundo, siente con temor y temblor de las
funestas e imprevisibles consecuencias que implica el designio divino.
Interesante se torna también el
tratamiento que Kierkegaard hace en relación al rol del “falso caballero”; éste
sigue un papel sectario, su posición frente a la vida considera la unión como
una forma de lograr saltar ciertos obstáculos. Los sectarios no se abandonan a
la soledad de lo general, sino que se ensordecen con gran ruido y tienen tras
de sí el deseo imperioso de dominar y guiar al resto. Si el caballero de la fe,
no tiene otro apoyo que él mismo y no pide devoción (aun cuando se siente
incomprendido), el falso caballero (quien siquiera es un héroe) exige devoción
para calmar el dolor y el terror que él mismo siente (obligando a todos a
pensar como él). El primero, puede ser considerado un hombre extraordinario, el
segundo también lo pretende mas es sólo un dictador moral.
Es posible vivir sin Fe más si faltase, no es posible vivir sin amor.
Al respecto, del caballero de la
Fe, el autor sostiene “su dolor es su
seguridad; ignora el deseo vano, su alma es demasiado seria para eso. El falso
caballero se traiciona por esa habilidad adquirida en un instante. No comprende
absolutamente que si otro Individuo debe seguir el mismo camino debe llegar a
ser Individuo exactamente de la misma manera, sin tener por consiguiente
necesidad de directivas de nadie y, sobre todo, de quien pretende imponerse”.
El secreto, es otro de los
elementos tratados en el capítulo IV en el cual se observa una tensión entre lo
estético y lo ético. Si Abraham hubiese revelado a Sara que iba a asesinar a
Isaac en sacrificio, seguramente ella lo hubiera evitado. Así, piensa el autor
“lo moral es, como tal, lo general, y
bajo este último título, aun lo manifiesto. Definido como ser inmediatamente
sensible y psíquico, el individuo es el ser oculto. Su tarea moral consiste
entonces en revelar su secreto para manifestarse en lo general. Cada vez que
quiere permanecer en lo oculto comete un pecado y entra en una crisis de la
cual puede salir sino manifestándose”. Es el caso, de
aquellos que confiesan un crimen o piden la absolución divina al confesarse.
Como en la tragedia griega, el hecho oculto (por ejemplo en el caso de Edipo)
es un resto de un principio de fatalidad que adquiere su carácter dramático en
cuanto a que se torna público. Edipo mata a su padre, sin saberlo, cuando se entera
se ha dado cuenta que es un parricida.
Pero el drama moderno tiene o mejor dicho sigue, otras características pues se
ha disociado del destino. Lo oculto y su posterior manifestación son esenciales
también para el drama moderno. En él, se preserva la integridad del grupo.
Elocuentemente, el autor confirma “una
joven está secretamente enamorada de un joven sin que ambos se hayan confesado
en definitiva su amor recíproco. Los padres de la joven la obligan a otro
matrimonio (ella puede por otra parte dejarse llevar por la piedad filial); les
obedece, esconde su sentimiento para no hacer desgraciado al otro, y nadie
sabrá nunca lo que ella sufre”. La estética
premia la heroica capacidad de admitir el propio sufrimiento secretamente en la
dama a la vez que la ética no se involucra en la experiencia ni en el tiempo.
Para la ética, lo importante es la manifestación y la condena del sentido
oculto. El ladrón roba, y por medio de ese acto se oculta de los poderes de la
policía que lo persigue, si confiesa cae en terreno de la ética sino lo hace
continúa en campo estético.
Específicamente en el caso del
héroe trágico, se invierten los roles por medio de un tercero en cuestión. Para
una mejor comprensión, es importante citar literalmente a Kierkegaard: “Agamenón debe sacrificar a su hija. Lo
estético exige de él que calle, porque sería indigno de un héroe buscar
consuelo en otro; en consideración a las mujeres todavía debe ocultarles su
designio durante todo el tiempo posible. Por otra parte, para merecer su nombre,
le héroe trágico debe pasar también por la terrible crisis en que lo pondrán
las lágrimas de Clitemnestra y de Lfingenia. ¿Qué hace lo estético?. Ofrece un
expediente haciendo intervenir a un viejo servidor que revela todo a
Clitemnestra”.
Por el contrario al caso citado, la ética no dispone de ningún siervo y
exige la propia manifestación. Su coraje se encuentra ligado a la posibilidad
de evidenciar él mismo haber sido el responsable del asesinato de su hija.
Ahora bien, si como en el caso
de Abraham se calla, entonces pone sobre sí la responsabilidad de un doble
sufrimiento por el acto cometido. Lo estético brinda magnanimidad, lo ético
humildad. Los dioses pueden entrar en contacto con los hombres por medio de un
intermediario, a saber un profeta o un augur quien manifestará la decisión de
la divinidad sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Pero cuando la
voluntad divina es anunciada privadamente, sin intermediarios públicos, eso es
un acto de Fe. No sólo para el ejemplo que Kierkegaard piensa para Abraham sino
también a los Santos, y a la Virgen María. Todos ellos han creído, cuando
podrían no haberlo hecho, y ocultaron su secreto de la esfera ética. Cuando
afirmamos que nuestro mundo necesita héroes, lo que implícitamente añoramos es
la predisposición de la ética por sobre el mundo estético. En este sentido,
suponemos que lo ético engloba la pérdida de la Fe y viceversa. La
martirización del engañador, en manos del engañado es el despertar de lo
“demoníaco”. Al igual que lo divino, lo demoníaco tiene la habilidad de inducir
al Individuo en lo absoluto; el arrepentimiento salva al hombre de lo demoníaco
y el perdón redime el pecado y lo vuelve a vincular a lo Individual. Por ese
motivo, es importante comprender que quien tiene Fe en Dios también la tiene en
su rival.
El desarrollo de lo demoníaco en
Kierkegaard puede explicarse siguiendo el siguiente esquema analítico: a) una
tendencia a rehusarse a ser compadecido por una falta que no es propia, b) un
acto predestinado desde el nacimiento, c) siguen una dialéctica paradojal, d)
permite al hombre deshacerse de cualquier responsabilidad por sus actos.
En este sentido, el autor afirma
“el hecho de estar originalmente, por
naturaleza o como consecuencia de la historia, colocado fuera de lo general,
constituye el principio de lo demoníaco, y el Individuo no es responsable… lo
demoníaco puede todavía manifestarse por el desprecio de los hombres y, cosa
curiosa, este desprecio no lleva al sujeto demoníaco a comportarse de una
manera repudiable, porque, por el contrario, saca su fortaleza de saber que es
mejor que todos sus jueces”.
No existe orden ético ni moral
sobre los “demonios” y en la mayoría de las mitologías humanas obedecen a
figuras de entes revelados y negados ante la posibilidad de acceder a la
clemencia. El demonio no pide clemencia ni perdón, porque si lo hiciera
perdería inmediatamente su condición de tal y por ese motivo es temido; lo
demoníaco encarna las acciones que se ubican por fuera de la jurisdicción
humana aun cuando fuese realizada por humanos. Por medio de lo absoluto
(paradoja demoníaca) el sujeto se absuelve de la misma manera como el
“caballero de la Fe” se hace responsable. Al fin de cuentas, ambos tienen algo
en común no son responsables moralmente ante otros hombres por sus actos.
En su Epílogo, el autor
considera a la Fe como la máxima pasión del hombre; es posible que su pérdida
progresiva haya despertado en el mundo temores que hasta entonces se
encontraban dormidos, mas también es posible vivir con amor pero sin fe. El
problema, según Kierkegaard puede trazarse en analogía con la jaula de hierro
weberiana, la cual no es otra más que “el desencantamiento del mundo” o la
pérdida de las pasiones. En la actualidad, la esfera racional ha invadido gran
parte de la vida de los hombres; seguramente quien llora de emoción en un tren
es tildado “de loco” o de enfermo. No es extraño tampoco, si alguien transgrede
las normas sociales modernas expresando sus emociones, la comunidad utiliza
mecanismos alternativos de disuasión como la medicina y la policía.
En este contexto, quizás sea oportuno preguntarse ¿cual es la relación entre
los más crecientes miedos generalizados y la falta de fe?.
El texto de Kierkegaard encierra
en este sentido una serie de reflexiones que muy bien pueden encuadras dentro
de la filosofía del derecho, al igual que otros pensadores como Heidegger y
Hegel. Por lo demás, consideramos (más allá de las circunstancias personales
que hubiere vivido Kierkegaard cuando escribió esta obra) un tratado de gran alcance
en cuestiones normativas, útiles no sólo para aquellos que hacen de la
filosofía su objeto de estudio sino para todos los estudiosos de las Ciencias
Penales. El principio de la responsabilidad humana con respecto a lo absoluto e
individual es uno de las mayores contribuciones del autor en la materia. Por
último, aun en su propio escepticismo religioso, también ha sabido nuestro
autor entregarse a cuestiones de una mayor reflexión como es el caso de la
espiritualidad y la fe aunque solo las utilice como una metáfora.
Referencia
Kierkegaard, Soren. Temor y Temblor. Buenos
Aires, Editorial Losada, 2003.
[*] Maximiliano Korstanje
es Licenciado en Turismo por la Universidad de Morón, Pcia. De Buenos
Aires, Argentina y candidato a Doctor en Psicología Social por la
Universidad John. F. Kennedy, Buenos Aires, Argentina. Además, cursó
estudios de postgrado en filosofía, antropología y sociología en
diferentes universidades argentinas y es Diplomado en Antropología
Social y Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales,
FLACSO.