Num.21
 
 

Con ocasión del I centenario del nacimiento de B. F. Skinner: crítica de la relación entre el análisis funcional de la conducta y la filosofía del conductismo radical.

Juan B. Fuentes Ortega [*]


 
 

0.- Presentación general de los objetivos de este trabajo.

Quiero comenzar, ante todo, por agradecer a la Revista Cuaderno de Materiales la oportunidad que me brinda, una vez más, de poder escribir y publicar un trabajo en el que tengo especial interés y que sin embargo rebasa con mucho las restricciones de espacio (y a veces no sólo de espacio) que son usuales en las "revistas científicas" comunes. El interés que tengo en realizar y en dar a conocer este trabajo deriva del hecho de que, después de llevar interesado en la obra de Skinner desde hace ya más de veinte años, creo haber alcanzado al día de hoy una perspectiva global crítica sobre el sentido de dicha obra –que desde luego es ciertamente distinta de la que todavía podía tener hace unos trece o catorce años, cuando impartí varias ponencias y publiqué diversos trabajos sobre la obra de este autor con ocasión de su fallecimiento (en 1990)–, la cual perspectiva, al margen del interés que pueda suscitar en el mundo de la Psicología (que ya cuento con que será poco o ninguno, aun cuando en todo caso esta ausencia de interés no deje de ser interesada), considero que sí que puede tener alguna relevancia precisamente para y desde la filosofía. Pues la cuestión es que la obra, en cierto modo singular, de este "eminente" psicólogo, que desde luego puede considerarse ya un clásico de la psicología, me parece que constituye, no obstante esta singularidad suya y en buena medida debido precisamente a ella, y por las diversas razones que se irán viendo a lo largo de este trabajo, un "banco de pruebas" ciertamente representativo para ejercer con ella el tipo de crítica filosófica radical que considero que es preciso hacer de esa institución disciplinar llamada "Psicología". Por lo demás, como quiera que el año en que esto escribo se cumple el primer centenario del nacimiento de Skinner, me parece que no era ésta mala ocasión para, por así decirlo, "ajustar cuentas" con el sentido general de su obra, y para hacerlo además, no sólo con la libertad y la holgura que Cuaderno de Materiales me permite, sino asimismo muy especialmente interesado en acceder al público al que esta Revista va ante todo dirigido, que es desde luego el constituido por los estudiantes de la Facultad de Filosofía de la Complutense en la que llevo toda mi vida académica (de estudiante y de profesor) trabajando.

Así pues, lo que me propongo en este trabajo es realizar una crítica global y articulada del sentido general de la obra de Skinner, esto es, y como ahora se verá, de la relación que hay entre la práctica del "análisis funcional de la conducta" y la filosofía del "conductismo radical", así como del significado de dicha obra en el contexto de la psicología en general. Voy a comenzar por esbozar en esta "presentación general" el que quiere ser el argumento crítico general de este trabajo, para pasar inmediatamente después a desarrollarlo.

Como vamos a ver, la estrategia argumental seguida por el conductismo radical skinneriano –que es ciertamente diferente de la seguida por el resto de los conductismos, y muy en particular por los neoconductismos metodológicos– se basa en la mera constatación de la efectividad de la circularidad pragmática que siempre es de hecho posible entre la conducta estudiada en cuanto que sometida a control y el control de dicha conducta en el cual consiste el análisis funcional de la misma. Desde dicha constatación el conductismo radical se ha permitido con acierto reconocer el carácter innecesario de todas las pretensiones teórico-metodológicas de los neoconductismos metodológicos, que eran precisamente y por antonomasia, como veremos, las pretensiones por conferir a la psicología un formato o un cuerpo teórico-explicativo afín al de las genuinas ciencias (naturales). Ahora bien, precisamente por ello, una adecuada apreciación del sentido de dicha constatación, y de la crítica a las pretensiones del neoconductismo metodológico que de ella se desprende, nos conduce necesariamente a advertir que aquello en lo que consiste el saber psicológico considerado "en sí mismo", o sea, y como veremos, desprendido de su campo (categorial) propio de inmanencia, que es el campo de la biología conductual –es decir, tal y como ha sido practicado, precisamente y por antonomasia, por el análisis funcional de la conducta–, no pasa de ser una mera técnica práctica de adiestramiento conductual. De este modo, todo lo que el conductismo radical en realidad ha hecho es limitarse a constatar la indudable viabilidad práctica de lo que a la postre no pasa de ser una mera técnica de adiestramiento conductual. Mas precisamente por ello, el conductismo radical no ha podido dejar de acarrear ciertas implicaciones conceptuales inevitablemente erróneas acerca de la relación entre la conducta y el que considero que constituye su verdadero campo (categorial) propio de inmanencia, que es el campo de la biología en cuanto que biología conductual, unas implicaciones éstas que, como veremos, deforman y bloquean la posibilidad misma de un planteamiento adecuado de esta crucial cuestión que constituye el núcleo mismo de dicho campo. Pues el conductismo radical, en efecto, en cuanto que mera constatación de la viabilidad práctica de lo que no pasa de ser una técnica de adiestramiento conductual, se ha visto llevado a proponer una suerte de "reparto yuxtapuesto en paralelo de papeles" entre conducta y biología que como digo deforma y bloquea el planteamiento adecuado del lugar del "momento conductual" en la integridad de la vida orgánica, un planteamiento que, como veremos, debe formularse en términos de las "relaciones (desigualmente) conjugadas" (y no "yuxtapuestas en paralelo") entre conducta y fisiología por un lado, y entre conducta y evolución por otro. Con ello el conductismo radical ha venido a la postre a actuar como una legitimación del carácter de mera técnica de adiestramiento conductual en la que consiste el análisis funcional en cuanto que saber desprendido del campo de la biología conductual.

Mas lo cierto es que todos los conductismos históricos, cada uno a su manera, han venido a la postre a convergir en el objetivo común de encubrir y legitimar ideológicamente el carácter de mera técnica de adiestramiento conductual al que se reduce a fin de cuentas el saber psicológico cuando opera desprendido del campo de la biología conductual, legitimación ésta que han llevado a cabo mediante el supuesto de que dicho saber constituiría por sí mismo una ciencia natural u objetiva dotada de un campo propio. Y de este supuesto no se ha librado tampoco, como veremos, el propio conductismo radical, al suponer en efecto que el análisis funcional de la conducta constituye un saber científico natural u objetivo dotado de un campo propio. Pero esta suposición se nos ha mostrar en el caso del conductismo radical como singularmente gratuita, y ello precisamente cuando advertimos que toda su estrategia argumental se ha limitado, como decimos, a constatar la mera viabilidad práctica de lo que en realidad no pasa de ser una técnica de adiestramiento conductual.

Ahora bien, si entendemos que es preciso sostener que las cuestiones psicológicas o conductuales constituyen un momento formalmente interno (y como veremos decisivo) del campo de la biología conductual, de suerte que en cuanto que se las trata desprendidas de dicho campo lo que se hace no pasa de ser una mera técnica de adiestramiento conductual, entonces se nos ha de presentar no como algo obvio, sino más bien como un problema de primera importancia, el relativo a cuáles pueden ser los factores responsables de la constitución contemporánea de la institución disciplinar de la Psicología, y precisamente como una disciplina cuyo auge institucional indiscutible (universitario y profesional) en nuestras sociedades desarrolladas funciona de hecho al margen del campo de la biología conductual. Y no parece ciertamente que dicho auge institucional pueda deberse a ningún interés actual especial o creciente por las técnicas de adiestramiento de la conducta animal que los hombres vienen practicando en muy diversos contextos al menos desde el neolítico. Mas bien habrá que buscar entonces las fuentes responsables de dicho auge en el seno del "campo antropológico", y más en particular, como veremos, en ciertas modulaciones suyas adoptadas en las sociedades histórico-políticas. Pero puede que en este contexto histórico-antropológico las "técnicas de adiestramiento" que dan lugar al auge institucional de la Psicología (ya humana), y entre ellas sin duda las del análisis funcional "aplicado" de la conducta, sean en realidad algo muy distinto y distante de las técnicas de adiestramiento conductual animal; tan distinto y distante, en efecto, que puede que entre ambas formas de "adiestramiento" medie una relación conceptual, no ya unívoca, pero ni tan siquiera análoga, sino más bien equívoca.

De lo que se trata entonces es de detectar la figura de esas "técnicas de adiestramiento" de la acción específicamente humana que en efecto suponemos que son las responsables del auge institucional creciente de la Psicología (humana), y asimismo dentro de ésta del llamado análisis funcional "aplicado" de la conducta. Y esto es lo que haremos en la segunda parte de este trabajo. Como veremos, para llevar a cabo dicha tarea será preciso someter a una muy determinada reconstrucción o reinterpretación crítica la "dinámica estructural" del "aparato psíquico" contemplada por la metapsicología freudiana: una reconstrucción que en efecto "ponga del revés", y en esta medida sobre sus verdaderos quicios, las fuentes generadoras de dicha dinámica al reconocer el carácter socio-histórico, y no psicoendógeno, de dichas fuentes. Mas para ello será preciso asimismo localizar y conceptuar los parámetros histórico-políticos que conforman dichas fuentes generadoras del tipo singular de "adiestramiento" de la acción humana que consideramos que da lugar al auge institucional de la Psicología (humana), y dentro de ella al denominado análisis funcional conductual "aplicado". Veamos.

Primera Parte: Una primera aproximación crítica a la relación entre el análisis funcional de la conducta y el conductismo radical.

1.- La clave del conductismo radical: la constatación de la circularidad pragmática entre la conducta condicionada operante y el análisis funcional de la conducta.

Al objeto de discernir en qué consiste y en qué se basa la estrategia argumentativa del conductismo radical, es preciso comenzar por caracterizar brevemente las estrategias epistemológicas del resto de los conductismos frente a los cuales precisamente Skinner diseñara, ante todo como una crítica de los mismos, y muy en especial de los neoconductismos metodológicos, su conductismo radical.

En el caso de la primera "revolución conductista" de Watson, podemos considerar que ésta consistió más bien en una especie de mixtura ambivalente, y por ello a la postre inestable, entre un conductismo de factura "temática" (o de contenido) y un conductismo de factura "metodológica". En cuanto que se asumía que la conducta (entendida fundamentalmente desde el modelo de los reflejos condicionados pavlovianos) consistía en datos conductuales directamente accesibles a la observación intersubjetiva y al control experimental, dicha conducta constituía, por un lado, en cuanto que "datos conductuales", el contenido temático propio del saber psicológico, y a la vez se suponía, por otro lado, que suministraba, en cuanto que dichos datos conductuales eran "directamente observables y susceptibles de control experimental", un recurso metodológico de objetividad que asimilaba el saber psicológico al resto de las ciencias físico-naturales.

Así pues, la ambivalencia entre el significado metodológico y el temático de la conducta nunca quedó del todo despejada en el conductismo clásico de Watson, es decir, nunca quedó clara y distintamente establecido si la psicología debía centrarse en torno a la conducta debido a que ésta constituía su contenido temático propio y específico ("por derecho propio", como más tarde dijera Skinner) o más bien debido a que ésta proporcionaba un asidero metodológico de objetividad que hacía de esta disciplina una ciencia metodológicamente afín a las ciencias físico-naturales.

La segunda generación conductista, la que asumió el proyecto del neo-conductismo metodológico, parte de semejante ambivalencia y procura resolverla de un modo que acaba por inclinar el conductismo hacia su perfil más característicamente "metodológico". Ahora se entenderá que la psicología puede y debe seguir organizando su campo en torno a la conducta, pero tomando a ésta sobre todo como un indicador o recurso metodológico de objetividad de una construcción teórica que ya no deberá reducir sus contenidos temáticos a dichos datos conductuales, sino que podrá incluir otras referencias supuestamente dadas en un plano o ámbito distinto del conductual. Acudiendo, en efecto, al formato proposicional lógico-formal resultante de la reconstrucción axiomática hecha por el positivismo lógico de ciertos sectores teóricos bien desarrollados de la ciencia física, el neoconductismo metodológico supuso que era posible ajustar la elaboración de la "teoría psicológica" a dicho formato del siguiente modo: ahora los datos y relaciones conductuales, en cuanto que directamente observables y manipulables experimentalmente, podrían insertarse en el plano del lenguaje "de primer orden" u "observacional"; a su vez se suponía que resultaba posible postular o conjeturar un nuevo tipo de términos y relaciones de orden hipotético o teórico, y por tanto ya no conductuales en cuanto que no directamente observables y/o experimentalmente controlables, que podrían insertarse en el plano del lenguaje de "segundo orden" o "teórico", con tal de que dichos contenidos "teóricos" o "hipotéticos" de "segundo orden" resultasen susceptibles de ser bien sustituidos lógico-formalmente o bien redefinidos operacionalmente en términos de nuevos datos y relaciones "observacionales" o de "primer orden" y por tanto de nuevo conductuales (ver, a este respecto, por ejemplo en Koch, 1964).

Como se sabe, en la tradición del conductismo de Tolman (pero también en la de autores como Boring o Stevens), se entendía que, en principio al menos, dichas variables hipotéticas o teóricas, en cuanto que extraconductuales, podrían ser concebidas como poseyendo un significado semántico abiertamente mentalista (las "cogniciones" y los "propósitos" de Tolman, por ejemplo), con tal de que a su vez fueran redefinidas operacionalmente en términos de nuevas variables y relaciones conductuales, y de este modo quedase asegurada su legitimidad metodológica objetiva. Así pues, dichas variables hipotéticas eran entendidas como meros "resúmenes" o "ecuaciones para el cálculo" que expresaban a la postre nuevas relaciones entre variables conductuales accesibles a la observación y al control experimental, es decir, que se las concebía como lo que MacCorcodale y Meehl tipificaron en su trabajo clásico al respecto como meras "variables intervinientes" (MacCorcodale y Meehl, 1948). En el conductismo de Hull, sin embargo, y debido a su estirpe más pavloviana, se pretendía que dichas variables teóricas, lejos de ser meras ecuaciones para el cálculo de nuevas variables y relaciones conductuales, tuviesen un significado semántico real o "adicional" ("surplus meaning") con respecto al nivel conductual, de tipo neurofisiológico (periférico), de forma que ofrecieran explicaciones teóricas neurofisiológicas de las variables y relaciones conductuales, es decir, que dichas variables teóricas querían ser entendidas como lo que MacCorcodale y Meehl asimismo tipificaron en su trabajo anteriormente mencionado como efectivos "constructos hipotéticos" (MacCorcodale y Meehl, 1948). Con todo, lo cierto es que, como no dejó de destacar Spence, el discípulo de Hull (por ejemplo, en Spence, 1948), en el sistema hipotético-deductivo hulliano dichas variables teóricas estaban diseñadas de forma que todas ellas (en sus tres niveles lógicos de construcción) resultaban a la postre sustituibles lógico-deductivamente en términos asimismo de nuevas variables y relaciones conductuales.

Así pues, el neoconductismo metodológico sigue queriendo organizar el saber psicológico en torno a la conducta, pero tomando ahora a ésta sobre todo en un sentido marcadamente metodológico, es decir, más bien como (i) "punto de partida" heurístico para conjeturar o postular hipótesis o teorías explicativas de carácter supuestamente extraconductual (mentalista o neurofisiológico) y asimismo como (ii) "punto de llegada" o de contraste observacional y experimental que aseguraría el carácter metodológicamente conductista, y por ello se supone que metodológicamente objetivo, de semejantes construcciones teóricas explicativas extraconductuales. Por ello, las diversas versiones del neo-conductismo metodológico diseñaron siempre sus variables y relaciones presuntamente teórico-explicativas y extraconductuales de modo que ellas debieran quedar redefinidas, operacionalmente o por sustitución lógico-formal, en términos de nuevas variables y relaciones conductuales.

¿Cómo entender entonces dicho requisito de la redefinición conductual de unas variables y relaciones que en cuanto que supuestamente extraconductuales se pretenden por ello teórico-explicativas de la conducta?: (i) ¿Se trata acaso (como pretende el propio conductismo metodológico) de un recurso metodológico de legitimación objetiva en cuanto que conductual de unos edificios teórico-explicativos de contenido extraconductual —en cuyo caso la conducta estaría presente en el campo psicológico, pero no ya como contenido temático propio o específico, sino más bien tan sólo como indicador o legitimador metodológico de objetividad de un contenido temático extraconductual?—; (ii) ¿O más bien habrá que concluir que lo que aquel requisito de redefinición conductual significaba, a la postre, no era sino el carácter artificioso, y precisamente en cuanto que innecesario, de aquella pretensión de explicar teóricamente la conducta desde un supuesto plano extraconductual, cuando lo cierto es que dicho presunto edificio teórico-explicativo extraconductual acaba reduciéndose a nuevas variables y relaciones conductuales que explican variables y relaciones asimismo conductuales de partida —en cuyo caso será entonces la conducta, y sólo la conducta, la que vendría a ocupar "por derecho propio" todo el contenido temático del campo psicológico?)–.

Pues bien: la perspectiva conductista radical skinneriana consiste básicamente en haberse decantado plenamente, y teniendo precisamente a la vista las pretensiones teórico-metodológicas de los conductismos metodológicos, por esta segunda posibilidad. Es decir, la perspectiva del conductismo radical consiste en haberse limitado a constatar como una cuestión práctica, que para lograr la explicación de las diversas relaciones conductuales que pueden irse obteniendo en el trabajo psicológico es preciso y suficiente con lograr el control experimental (o en su caso "aplicado") de las mismas, o sea ir explicando o controlando unas variaciones conductuales por otras. En esta medida, la pretensión por levantar semejantes edificios presuntamente teórico-explicativos de la conducta en cuanto que supuestamente extraconductuales resulta ser un artificio enteramente innecesario precisamente a efectos prácticos –o sea a los efectos de llevar a cabo el trabajo psicológico–.

No siempre se ha comprendido, en efecto, suficientemente bien el sentido de la crítica que Skinner hizo del uso de las teorías en psicología en su trabajo clásico al respecto (Skinner, 1950). Lo que en este trabajo Skinner se pregunta, y teniendo a la vista las pretensiones teórico-metodológicas de los principales neoconductismos metodológicos a la sazón vigentes, es si, a los efectos prácticos de llevar efectivamente a cabo la investigación psicológica, es necesario proceder a levantar semejantes edificios teóricos conjeturales o hipotéticos supuestamente relativos a referencias extraconductuales y en esta medida supuestamente explicativos de la conducta, y lo que concluye es que semejante pretensión es precisamente innecesaria. El núcleo del argumento de Skinner consiste en entender que en la medida que se carece de un suficiente control experimental de las "variables independientes" de las que se muestra que la conducta es función, se tiende a sustituir dicha ausencia de control por la conjetura de unas hipotéticas variables teóricas situadas en una presunta dimensión extraconductual que en esta medida se pretenden explicativas de la conducta; mientras que, por el contrario, en la medida en que vamos de hecho logrando dicho control, y por ello vamos explicando las diversas situaciones conductuales en términos asimismo conductuales, en esta justa medida aquel edificio conjetural teórico se torna de hecho innecesario (aunque puede que "divertido", como añade Skinner con ironía).

Así pues, todo el argumento de Skinner gira en torno a la constatación de una situación práctica, o de hecho, como es la efectividad del control de la conducta realizado desde una dimensión estrictamente conductual. Desde dicha constatación práctica Skinner puede advertir críticamente que las pretensiones teórico-metodológicas del conductismo metodológico resultan ser más bien un mero sustituto inefectivo de la ausencia o insuficiencia de dicho control, a la vez que la efectividad de dicho control torna de hecho innecesarios a aquellos inefectivos sustitutos.

Dicha situación práctica de control no necesitará entonces venir regulada por ningún canon metodológico formalizado y explícito que supuestamente debiese actuar como condición previa de la misma, sino que consistirá sólo en un ejercicio que se va regulando (circularmente) por sus propios logros o resultados efectivos. En esto consiste la práctica del "análisis funcional de la conducta" que se va regulando (conformando o moldeando) circularmente a partir de los propios logros que van resultando en el curso de dicha práctica, o sea los principios mismos experimentales y conceptuales de la "conducta condicionada operante". Así pues, en esto consiste la radical circularidad pragmática sobre la que gira toda la perspectiva del conductismo radical: la que de hecho se da entre la conducta condicionada operante, en cuanto que contenido temático mismo del saber psicológico, y el análisis funcional de la conducta como proceso de investigación o descubrimiento de dichos contenidos temáticos.

Dicha circularidad pragmática preside asimismo la crítica que Skinner hizo del uso de la "metodología" en psicología, tal y como dicha metodología era precisamente propuesta por los neoconductismos metodológicos, en su trabajo clásico al respecto (Skinner, 1956). La concepción neoconductista metodológica entendía que era preciso contar con una metodología explícita y formalizada como canon previo para desarrollar la investigación psicológica –en su caso, la "teoría psicológica"–. Frente a esto, Skinner se limita en el mencionado trabajo a ofrecer un mero registro descriptivo del proceso concreto por el cual fue desarrollándose su propia investigación hasta ir dando paulatinamente con los principios básicos de la conducta operante condicionada (básicamente: la "triple relación de contingencia" entre las situaciones discriminativas antecedentes de la conducta, la propia conducta operante y sus consecuencias reforzantes) y los propios aparatos mediante los que puede estudiarse y registrarse dichos principios (la "caja de Skinner" y los "cambios ordenados" en las "tasas de respuestas" susceptibles de una "lectura directa" mediante las "curvas acumulativas"). Y nos ofrece además dicha descripción de modo que el desarrollo mismo de dicho proceso de investigación se nos muestre como regulado circularmente por sus propios logros o resultados, o sea por el descubrimiento mismo de la contextura característica de la conducta operante condicionada, y por tanto precisamente como un caso más de dicho tipo de conducta. Así pues, todo lo que en este trabajo Skinner nos ofrece no es sino un "registro acumulativo" del "moldeamiento" operante de su propia conducta de investigar y de ir dando con los principios de la conducta operante condicionada investigada, o sea, una muestra o constatación más de la efectividad de esta circularidad pragmática a la que vengo refiriendo. El único "principio metodológico" de su propia actividad investigadora que Skinner nos ofrece, en efecto, es aquel que dice: "controla tus condiciones y encontrarás el orden" –ese orden consistente en los "cambios ordenados" en la variaciones de la "tasa de la conducta" operante que resultan del efectivo control de sus condiciones–. Y nos ofrece dicho principio no como un principio formalizado previo para guiar la investigación, sino sólo como la única lección "práctica" que cabe extraer de la efectividad de la mencionada circularidad pragmática entre la conducta investigada y la conducta investigadora.

En coherencia con dicha concepción de la investigación psicológica es preciso asimismo entender el rechazo del análisis funcional de la conducta y por ello del conductismo radical del uso de la estadística en psicología. Una vez más en este caso la argumentación skinneriana vuelve a girar sobre el quicio de la efectividad de la mencionada circularidad pragmática. Los métodos estadísticos en psicología para Skinner tienden a explicar lo no controlado en el individuo, pero no mediante la búsqueda de nuevas variaciones en las variables y relaciones contingenciales que puedan lograr dicho control, sino mediante su mera asignación a un factor de error, la denominada "varianza de error". Sin embargo, sólo cuando controlamos las variaciones de las variables de las que depende funcionalmente la variabilidad de la conducta individual, es entonces cuando se nos torna innecesario apelar a promedios de grupo que por su parte sólo expresan una insuficiencia o carencia de dicho control. De aquí que la investigación del análisis funcional de la conducta operante se atenga a los diseños de "réplica intrasujeto" (Sidman, 1960), en los cuales el efecto de una variable independiente dada se replica, en un determinado intervalo temporal, en un solo sujeto (o a lo sumo en unos pocos), comparando el efecto de cada variación de dicha variable sobre la tasa de respuesta de un individuo con una línea base de respuesta característica de la condición de premanipulación (al respecto ver, por ejemplo, en Ruiz, 1978).

Ahora bien: si la investigación psicológica nos muestra estas características, que Skinner ha reconocido sobre la base de la mencionada constatación práctica de la efectividad de la realimentación circular entre la conducta investigada y la investigadora, entonces es preciso advertir que dicha investigación resulta ser un tipo de saber ciertamente singular. Y me parece que es necesario adquirir una adecuada conciencia conceptual crítica acerca de dicha singularidad, una conciencia que sin embargo creo que la propia tradición del análisis funcional no ha llegado nunca ciertamente a alcanzar.

2.- El análisis funcional de la conducta como saber fenoménico, idiográfico y práctico-técnico.

Ha sido un lugar común entender el análisis funcional skinneriano como si siguiese una metodología "inductiva", por oposición a la metodología "deductiva" (o hipotético-deductiva) del neoconductismo metodológico. Pero me parece que la oposición "inductivo"/"deductivo" es inadecuada y confusa para apresar el carácter singular del saber psicológico tal y como éste ha sido practicado por el análisis funcional y constatado por el conductismo radical, y que dicha oposición debe ser sustituida por la oposición "nomotético"/"idiográfico" al objeto de entender el carácter justamente idiográfico de dicho saber psicológico. El análisis funcional no es, en efecto, en modo alguno nomotético, esto es, de factura lógica "general", ni en el sentido fuerte de "generalidad" como universalidad deductiva (hipotético-deductiva), ni siquiera en su sentido débil de mera generalidad empírica, sino precisamente idiográfico en cuanto que histórico-concreto o histórico-singular. Todo lo que dicho análisis hace, en efecto, es per-seguir, y pro-seguir en la persecución, del control de la "historia singular" de las "contingencias de reforzamiento" de cada individuo, o sea su repertorio conductual histórico-singular –y precisamente nada más en la justa medida en que va logrando dicho control–.

Esto no quiere decir que no sea posible obtener una clasificación de los diversos tipos de variaciones contingenciales en cuanto que diversas modulaciones funcionales de la triple relación de contingencia –las conseguidas en efecto por el análisis funcional; básicamente: el condicionamiento y la extinción de la conducta operante, el control del estímulo, los dos tipos de reforzamiento y de castigo y los diversos programas de reforzamiento–. Pero dicha clasificación sólo podrá consistir, en efecto, en una "tipología" de la conducta (Quiroga, 1999) –y una "tipología sistemática", además, como la que presentaba en el primer capítulo de la primera obra fundamental de Skinner, La conducta de los organismos (Skinner, 1938), titulado "Un sistema de conducta"–, pero nunca en una "teoría de la conducta", concepto éste que pertenece más bien a la tradición hulliana, pero que carece de sentido en la tradición skinneriana.

A su vez, el análisis funcional de la conducta posee asimismo una factura de tipo práctico- técnico, es decir, que se ciñe al control y la predicción (y eventualmente la modificación) de la conducta individual. Pero debe repararse en que esto es así precisamente debido a su factura idiográfica o histórico-singular. El análisis funcional sólo consiste en efecto en una mera técnica (ni siquiera diremos "tecno-logía") de control y predicción (y eventual modificación) de la conducta debido a su carácter idiográfico o histórico-singular.

Pero entonces es preciso reconocer que dicho saber, por su factura idiográfica y técnico-práctica, en modo alguno puede ser asimilado, ni metodológica ni temáticamente, con ninguna efectiva ciencia físico-natural, como era precisamente la aspiración metodológica cardinal de todos los conductismos metodológicos, pero como también ha sido supuesto, de un modo gratuito por incoherente con la propia práctica del análisis funcional, por la propia tradición skinneriana. Pues una efectiva ciencia estricta (o sea físico-natural), es un saber necesariamente "teórico-explicativo" y "objetivo", pero el análisis funcional de la conducta, por su carácter "técnico-práctico", en modo alguno puede ser un saber "teórico-explicativo", y debido a su carácter "histórico-singular" en modo alguno puede ser un saber "objetivo".

Me parece, pues, de primera importancia entender y poner explícitamente de relieve cuál puede ser la clave de ese carácter idiográfico, o histórico-singular, y asimismo técnico-práctico, del análisis funcional. Y a este respecto propongo que dicha clave reside en el plano o ámbito "fenoménico", y no "fisicalista", en el que de hecho se mueve la conducta, y con ella la actividad conductual misma de controlarla.

Para entender el sentido y el alcance del plano fenoménico en el que se mueve la conducta, sostengo que es preciso interpretar adecuadamente el sentido del hallazgo experimental y conceptual psico-físico de las "constancias perceptivas". Expuesto muy esquemáticamente, lo que dicho hallazgo puso de manifiesto, como se sabe, es que las cualidades subjetivamente observadas relativas a algún objeto o situación física remota, correlacionan de modo predominante o en alto grado (si bien nunca de manera perfecta) con las propiedades físicas sujetas a medida de dicho objeto remoto, y por tanto con independencia (si bien a su vez relativa y no absoluta) de la variabilidad de estimulación física proximal que actúa por contacto con cada receptor. Esto quiere decir, entonces, según propongo, que el sentido funcional biológico que tiene la percepción, y por tanto la vinculación cognoscitiva básica de los organismos con sus alrededores ecológicos, consiste en el hecho de que la percepción sólo puede serlo de lo remoto y en cuanto que permanece remoto, o sea, que la percepción ha de consistir en la presencia de lo remoto en cuanto que permanece remoto a los propios movimientos de desplazamiento local del organismo. De este modo, así como dicha presencia perceptiva de lo remoto puede actuar como condición de orientación cognoscitiva de dichos movimientos, dichas presencias perceptivas sólo pueden a su vez alcanzarse y mantenerse, y asimismo transformarse, en el curso o por el ejercicio de dichos movimientos. Así pues, la conducta y el conocimiento se muestran como indisociablemente acompasados, puesto que la conducta consiste en los movimientos de desplazamiento local del organismo en cuanto que éstos permanecen cognoscitivamente orientados por la presencia perceptiva de lo remoto, así como dichas presencias solo pueden irse logrando y transformando en el curso de dichos movimientos.

Pero entonces el único modo no mentalista (y por tanto no asociado al dualismo representacional de factura cartesiana), de entender dicha "presencia de lo remoto en cuanto que permanece remoto", es, según propongo, mediante la idea de "co-presencia a distancia" (de lo que permanece físicamente distante), como característica formal de la textura fenoménica de la percepción, y junto con ella de la conducta. La "co-presencia a distancia" se distingue, y a la vez no es reductible, de la "contigüidad espacial", idea ésta mediante la cual propongo caracterizar, en concreto en el contexto de la vida orgánica, a las relaciones formalmente fisicalistas características del circuito morfo(neuro)fisiológico y ecológico involucrado en la conducta, pero a la que en modo alguno ésta, por su textura co-presente, se reduce formalmente.

La idea de "co-presencia a distancia" no quiere decir, desde luego, "acción a distancia", puesto que hemos de entender que la "acción" deberá seguirse dando por relaciones de contigüidad espacial; pero sí significa, y precisamente a efectos cognoscitivos y por ello conductuales, evacuación de dichas relaciones de contigüidad espacial, y por tanto de las soluciones de continuidad contiguo-espaciales discretas características de las relaciones entre términos formalmente fisicalistas.

Sólo evacuadas de este modo las relaciones fisicalistas de contigüidad espacial (en otros términos, "moleculares"), y moviéndonos por tanto en el plano fenoménico de las relaciones de co-presencia a distancia ("molares"), es como podremos apresar la textura formalmente característica de los logros perceptivos, y, junto con ellos, de la propia conducta. Esto es, de las relaciones contingentes de enlace o de transformación entre unas situaciones o logros perceptivos y otras, en cuanto que transformaciones efectuadas operantemente por los propios movimientos orgánicos, cuyo ciclo funcional en cada caso queda cancelado por alguna experiencia (asimismo co-presente) hedónica, apetitiva o aversiva, que refuerza diferencialmente dicha vinculación operantemente lograda entre aquellas situaciones, o sea que la refuerza alternativa o contingentemente a otros posibles enlaces asimismo operantemente alcanzables. Así pues, la propia textura contingente de la "triple relación de contingencia" sólo puede manifestarse y desplegarse en el seno de las relaciones (fenoménicas) de co-presencia a distancia, mientras que, por el contrario, en el contexto (fisicalista) de las relaciones de contigüidad espacial, dicho carácter contingente de la conducta, y con él la conducta misma, queda forzosamente anegado o diluido en la "rigidez" propia de las relaciones fisicalistas, es decir, de las soluciones de continuidad discretas por contigüidad espacial propias de dicho contexto.

La idea de la textura co-presente de la conducta no es enteramente inédita en la literatura psicológica. Una muy significativa discusión clásica del nivel adecuado de análisis de la conducta en términos de "relaciones a distancia" entre "focos distales" entre los cuales tiene lugar "el logro conductual" fue desarrollada por E. Brunswik en diversos lugares de su obra y muy en especial en su trabajo más maduro El marco conceptual de la psicología (Brunswik, 1952). Así mismo, análisis más detenidos de dicha textura co-presente y de sus implicaciones pueden encontrarse en Fuentes, 1989, 2003a y 2003b.

Dicha textura co-presente de la conducta nos permite entender que, como el propio Skinner ha señalado en diversas ocasiones –ya, por ejemplo, desde su trabajo temprano sobre "La naturaleza genérica de los conceptos de estímulo y respuesta" (Skinner, 1935)–, toda unidad conductual operante deba considerarse como un "acto continuo", sin perjuicio de sus posibles resegmentaciones alternativas o contingentes. Dicho tipo de "continuidad" sólo tiene sentido en el seno de las relaciones de co-presencia a distancia donde dichas unidades funcionales conductuales pueden ser talladas, y eventualmente resegmentadas alternativamente, pero queda por entero anegada en el contexto de las efectivas soluciones de continuidad "discretas" contiguo-espaciales en las que puede quedar factorizado un continuo formalmente fisicalista.

Por fin, dicho carácter funcionalmente continuo, en cuanto que co-presente, de toda posible unidad conductual operante, así como de sus posibles resegmentaciones alternativas o contingentes, nos permiten entender que el análisis funcional operante funcione en efecto, según decía, como un saber idiográfico o histórico-singular de la trayectoria conductual (continua) de un individuo, y que por ello no pueda dejar de ceñirse, en definitiva, al control y la predicción técnico-prácticos de los diversos segmentos (mutuamente alternativos) obtenibles dentro de dicha trayectoria conductual continua.

Pero esto no es, ni mucho menos, lo que hemos de entender que hacen las ciencias efectivas, o sea las ciencias físico-naturales. Pues éstas, en efecto, reconstruyen operatoriamente sus fenómenos (co-presentes) de partida en términos de relaciones y términos formalmente fisicalistas (espacial-contiguos), cada una a su propia escala (física, química, etc.), y ello de modo que dicha construcción sólo puede ser a su vez efectuada a través de unos muy determinados aparatos mediante los cuales precisamente se transforman aquellos fenómenos (co-presentes) en dichas relaciones fisicalistas de contigüidad espacial, siendo necesario a su vez que dichos aparatos lleven acoplados a su funcionamiento diversos tipos de pantallas escalares métricas puntuadas mediante las que se hace accesible a las operaciones fenoménicas de los científicos el control experimental de dicha transformaciones. Así pues, los resultados de las construcciones de las ciencias efectivas, que sólo son las ciencias físico-naturales, son en efecto "objetivos" sólo en cuanto que formalmente fisicalistas. Y a su vez es en virtud de dicho carácter objetivo como dichas construcciones pueden re-construir, y en esta medida "explicar teóricamente", sus fenómenos de partida. Sin perjuicio, pues, de su génesis constructiva operatoria y fenoménica, en los resultados objetivos en cuanto que fisicalistas de las efectivas ciencias físico-naturales quedan remontados, en cuanto que reconstruidos, los fenómenos de sus campos, y por ello segregadas o neutralizadas las operaciones fenoménicas genéticas de su construcción (ver, al respecto, por ejemplo en Bueno, 1995; y también en Fuentes, 2001).

Pero nada de esto puede ocurrir, ni de hecho ocurre, en el análisis funcional operante en cuanto que saber psicológico: aquí los fenómenos de dicho saber, o sea las conductas operantes mismas estudiadas, en ningún momento pueden dejar de darse y de ser tratadas desde su propio plano fenoménico (co-presente), de modo que dichos fenómenos conductuales no podrán quedar "remontados" en cuanto que supuestamente "reconstruidos" desde un plano fisicalista espacial-contiguo (por ejemplo, neurofisiológico) a cuya escala ya hemos visto que se pierde o diluye el sentido psicológico mismo de dichas conductas. Por lo mismo tampoco las operaciones constructivas de dicho saber, o sea las propias conductas en las que consiste el análisis funcional, pueden quedar "segregadas" en sus resultados, sino que, antes bien, se requieren una y otra vez, en continuidad circular pragmática con las conductas estudiadas, como para poder llegar a obtener precisamente dichos resultados. Y por tanto tampoco podemos confundir ni asimilar, como por cierto hiciera Skinner (en Skinner, 1956), la "caja de Skinner" –con sus registros acumulativos que permiten una lectura directa de los cambios ordenados en la tasa de respuestas– con los efectivos aparatos "transformadores" (de los fenómenos en los términos y relaciones fisicalistas que los reconstruyen) de las efectivas ciencias físico-naturales, puesto que la caja de Skinner, lejos de ser un aparato transformador de este tipo, es un mero intercalador de operaciones o de conductas operantes, las conductas estudiadas (controladas) y las que las estudian (o controlan), que precisamente asegura la continuidad circular pragmática entre ambos tipos de conductas en la que se resuelve a la postre todo el análisis funcional.

Es preciso por tanto concluir que el supuesto del carácter científico del análisis funcional de la conducta constituye un añadido gratuito por incoherente con la propia práctica de dicho análisis funcional. Así pues, y de acuerdo con la propia lógica argumentativa del conductismo radical, es preciso desestimar como gratuito por innecesario todo supuesto relativo al presunto carácter científico de dicha práctica. Antes bien, considero que la principal lección –ciertamente opuesta a la ideología gremial dominante en psicología, incluida la tradición del análisis funcional– que hemos de extraer de la efectividad misma del análisis skinneriano de la conducta, y precisamente en el contexto de la polémica entre el conductismo radical y los conductismos metodológicos, sería justamente ésta: la que asume que el saber psicológico, en la medida en que quiera, como pretendiera por antonomasia el neo-conductismo metodológico, entenderse como una genuina ciencia físico-natural, o sea como un saber teórico-explicativo y objetivo, debe considerarse como una empresa meramente intencional y no efectiva, puesto que su efectividad precisamente reside, de acuerdo con la práctica del propio análisis funcional de la conducta, en quedar ceñido a un saber enteramente fenoménico (en el sentido aquí indicado) y por ello meramente práctico, o pragmático-circular (en el sentido que aquí asimismo hemos visto). Y es este carácter fenoménico-práctico del análisis funcional el que nos ofrece la clave última para entender su carácter idiográfico y técnico-práctico en los sentidos que aquí también hemos considerado.

3.- Un único modelo de condicionamiento: el condicionamiento operante.

Hay, además, otra lección importante que me parece que también debe extraerse de la práctica del análisis funcional de la conducta operante, aun cuando dicha lección no haya sido ciertamente reconocida por la propia tradición skinneriana, y ello precisamente por no advertir la textura ambiental co-presente de toda posible unidad conductual operante. Me refiero a la idea –que ya he considerado en otras ocasiones (Fuentes y Quiroga, 2001b; Fuentes, 2003b)– de que el condicionamiento operante es el único tipo de condicionamiento, sólo dentro del cual puede adquirirse, como un efecto suyo funcionalmente imprescindible, el llamado condicionamiento reflejo.

En la tradición de las teorías del aprendizaje, en efecto, y una vez que el funcionalismo norteamericano (y no sólo, por cierto, en la obra de Thorndike) puso conceptual y experimentalmente de relieve la presencia de la "conducta instrumental", fue un lugar común distinguir entre el modelo de condicionamiento pavloviano y el de condicionamiento instrumental. Se entendía, en efecto, que en el paradigma pavloviano un estímulo nuevo quedaba asociado a la respuesta elicitada por un reflejo ya existente (incondicionado), pudiendo llegar a elicitar dicha respuesta sin necesidad de que se presentara el estímulo previo correspondiente al reflejo ya existente, con tal de que dicho estímulo nuevo hubiera sido reiteradamente seguido, y por ello condicionado en cuanto que reforzado, con el estímulo correspondiente al reflejo previamente existente. En el paradigma de Thorndike, se entendía que una nueva respuesta podía quedar asociada a una determinada situación de estímulo una vez que hubiera sido seguida, y en esta medida condicionada en cuanto que reforzada, por un estímulo recompensa.

Semejante distinción no fue en lo esencial modificada por Skinner en el curso de los primeros trabajos suyos en los que paulatinamente fue estableciendo la distinción entre ambos tipos de condicionamiento sobre la base de los distintos tipos de contingencias involucrados en cada uno de ellos (Skinner, 1935, 1937, 1938). Skinner asume, en efecto, que las respuestas "respondientes" son las que se elicitan o provocan reflejamente y que las respuestas "operantes" son aquellas que "se emiten libre o espontáneamente" de modo que no podemos localizar en el medio ningún estímulo que las elicite o provoque reflejamente. Sobre la base de esta distinción construye a su vez la distinción entre los dos tipos de condicionamiento, el "condicionamiento respondiente" (o "tipo S"), en el que el reforzador sería contingente con el estímulo que provoca una respuesta respondiente, y el condicionamiento operante (o "tipo R"), en el que el reforzador sería contingente con una respuesta operante. Una vez definido así el condicionamiento operante, Skinner añade la consideración de que, además, la conducta operante puede quedar bajo el "control del estímulo", un control que ya no puede entenderse como provocación refleja de la operante, sino sólo como aquella ocasión que señala la probabilidad de que una operante pueda quedar reforzada.

Pues bien: semejante forma de distinguir entre ambos tipos de condicionamiento pasa por alto, y en esta medida reproduce inadvertidamente, un defecto conceptual fundamental que ya actuaba en el diseño experimental pavloviano, a saber: el supuesto de que es posible obtener experimentalmente, y que por tanto en su vida conductual un organismo pueda adquirir, respuestas topográficamente reflejas pero ya condicionadas haciendo formalmente abstracción de la conducta instrumental u operante, sin cuya mediación activa, según propongo, es completamente imposible la adquisición de una respuesta (topográficamente) refleja pero ya condicionada.

Si es posible, en efecto, realizar una "experiencia pavloviana", o sea, obtener experimentalmente, y por tanto que el organismo pueda adquirir, alguna asociación contingente entre alguna situación discriminada y alguna otra situación reforzante, de modo que aquella llegue a elicitar por sí misma la reacción (topográficamente) refleja que sabemos que elicitaba un estímulo (espacial contiguo) ulteriormente usado como experiencia reforzante de aquella situación discriminativa, ello sólo es posible en la medida en que en las experiencias pretéritas del organismo (experimentalmente controladas o no), pero asimismo también y necesariamente en la propia situación "pavloviana" experimentalmente controlada, ha debido operar alguna conducta operante, por cuya mediación activa, y sólo por cuya mediación activa, el organismo ha podido llegar a vincular operantemente la situación discriminativa con la reforzante, y por la cual mediación por tanto se ha podido, en la "experiencia pavloviana", obtener experimentalmente el "efecto pavloviano". Pues "operante" es, en efecto, todo movimiento orgánico susceptible de desplegarse en un medio de textura co-presente por cuyo ejercicio o mediación activa se van logrando y modificando las situaciones cognoscitivas y eventualmente se alcanza o logra alguna situación reforzante. Así pues, "operante" es toda conducta, de modo que la percepción misma ha de considerase ya como una conducta operante, tanto como toda conducta operante sólo funciona mediante el continuado ejercicio de la percepción. Es por esto por lo que propongo concebir como "efecto pavloviano" una reacción que, sin perjuicio de tener una topografía efectorial (glandular, visceral o motora) como las de las reacciones reflejas (espinales), ha debido ser sin embargo y en todo caso adquirido o condicionado, y por ello obtenido experimentalmente, en el curso de alguna actividad de condicionamiento operante. Por esto el sentido funcional de dichos "efectos pavlovianos" en cada unidad o ciclo conductual operante es –como por lo demás ha sido puesto de manifiesto por el análisis funcional de la conducta– el de actuar como una reacción emocional anticipatoria del logro reforzante que está siendo logrado mediante la actividad operante en cuyo seno se ha adquirido y por eso funciona, esto es, como un "síndrome de activación" condicionado que, según ciertos umbrales para cada caso, puede actuar bien como facilitador o bien como inhibidor de la tarea operante de que se trate.

Así pues, el defecto conceptual fundamental del diseño experimental pavloviano consiste en asumir, siquiera implícitamente, que lo logrado en dicho diseño, o sea la obtención experimental del condicionamiento de respuestas topográficamente reflejas, fuese una "unidad conductual" que pudiese tener algún sentido conductual funcional "por sí misma", esto es, aislada o abstraída del curso operante dentro del cual dichas respuestas se adquieren y tienen sentido funcional conductual propio. El diseño experimental pavloviano incurre, pues, en el error de hacer formalmente abstracción de aquello que sin embargo debe estar siquiera en algún grado siempre materialmente presente, dentro del propio diseño, como para que el experimento funcione, que es la conducta operante. En este sentido, el diseño experimental pavloviano contiene ciertamente todavía un resto o residuo de "preparación fisiológica" que de alguna manera comprime o restringe el despliegue de la integridad ecológica de la conducta (siempre operante), no obstante la pretensión de Pavlov de tratar con el organismo (fisiológicamente) "íntegro" y por tanto (conductualmente) "desembarazado".

Considero, pues, que es preciso recuperar e integrar formalmente el "efecto pavloviano" dentro del análisis funcional del condicionamiento operante. Sólo de este modo podrá romperse la artificiosa distinción entre una tradición de "investigación operante", como supuesta investigación formalmente distinta de la "investigación pavloviana", y esta misma tradición de investigación, que como tal tradición supuestamente independiente (de la operante) constituye un completo artificio, en la medida como digo en que descansa en el supuesto de que sus productos experimentales poseen unidad funcional independiente de la conducta operante.

Y este artificio, por cierto, se multiplica en el caso de la tradición de la llamada "cognitivización" del condicionamiento clásico. Pues lo que dicha pretendida "cognitivización" hace, en efecto, es añadir, sobre el mencionado error de la tradición pavloviana clásica, el nuevo error consistente en una concepción totalmente equivocada y confusa (por dualista representacional y mentalista) de las relaciones cognoscitivas entre las situaciones discriminativas y las experiencias reforzantes. En efecto, es de primera importancia advertir que estas "relaciones predictivas de señalización" entre las situaciones discriminativas y las reforzantes, que la "cognitivización" del "condicionamiento clásico" pretende recuperar, son las que precisamente sólo son logradas en el curso o ejercicio mismo de la conducta operante, razón por la cual, como decía, puede adquirirse operantemente los "efectos pavlovianos". Pero para entender esto es preciso a su vez apreciar la textura co-presente, y por ello ejercitivamente cognoscitiva en cuanto que fenoménica, del ambiente en el que se despliega toda conducta operante. Sólo de este modo es posible sortear de raíz el dualismo representacional (cartesiano) que entiende al conocimiento como una presunta "re-presentación interior encapsulada" de un no menos presunto "mundo exterior físico en sí", que es el prejuicio radical que infecta y atrapa a la pretendida "cognitivización" del condicionamiento clásico y en general a toda la psicología cognitiva contemporánea.

Mas lo cierto es que tampoco la tradición operante, asimismo lastrada por los mismos prejuicios fisicalistas no menos asociados a la postre al dualismo representacional cartesiano, ha sido capaz de advertir la textura co-presente, y por ello ejercitivamente cognoscitiva en cuanto que fenoménica, del medio en el que se despliega la conducta operante. Seguramente por esto el grueso de dicha tradición no ha sido todavía capaz de extraer esta "segunda lección" que estimo que es imprescindible extraer, de acuerdo con la propia lógica pragmática del conductismo radical, de la práctica misma del análisis funcional de la conducta.

4.- El error fundamental del conductismo radical como filosofía en relación con la biología conductual: su concepción de la relación entre biología y conducta.

Como hemos visto, el conductismo radical, basándose en la efectividad de la circularidad pragmática entre la conducta investigada (controlada) y la conducta de investigar (de controlar), ha podido constatar que la conducta, y sólo la conducta, ocupa "por derecho propio" todo el contenido del análisis funcional de la conducta. Ahora bien, me parece que es necesario ir precisamente más allá de dicha constatación y plantearse cual puede ser, a su vez, el derecho del análisis funcional de la conducta a ocupar por sí mismo lo que denominaré un "campo categorial propio de inmanencia", es decir, alguna región de realidad dotada de una legalidad sustantiva propia o inmanente en torno a la cual pueda organizarse algún efectivo campo cosgnoscitivo. Pues la cuestión es que, por un lado, el único campo categorial (o de realidad) propio dentro del cual la conducta puede tener sentido no puede ser otro más que el de los organismos vivientes conductuales, esto es, el campo de la biología (y precisamente en cuanto que biología conductual), mientras que, por otro lado, el análisis funcional, considerado en sí mismo, no deja en rigor de ser una mera técnica de adiestramiento conductual.

En otras palabras: Es fundamental percatarse, según propongo, de que una cosa es el "saber psicológico" en el que consiste el análisis funcional de la conducta y otra cosa es que dicho saber pueda "dar de sí", o venir a "ocupar", por sí mismo, un campo categorial (real) cognoscitivo propio como es precisamente el campo biológico –el campo de la biología en cuanto que biología conductual–. Sólo en cuanto que inserto en dicho campo biológico (conductual), el saber psicológico puede considerarse como un "momento" –y por cierto de importancia crítica, como ahora veremos– de dicho campo, pero entonces el "momento psicológico" del campo biológico (conductual) deja ya de ser por fuerza una mera técnica de adiestramiento conductual. Por el contrario, cuando dicho saber psicológico funciona desprendido de dicho campo, como le ocurre al análisis funcional de la conducta, es entonces cuando se ve reducido a ser una mera técnica de adiestramiento conductual.

En este sentido no está de más recordar que ya Pavlov supo advertir que la técnica o el procedimiento de obtención experimental del condicionamiento conductual (en su caso, del condicionamiento de las respuestas reflejas), considerada en sí misma, no pasaba de ser adiestramiento de conductas: "Evidentemente –nos decía– un gran número de hechos sorprendentes en el adiestramiento de animales pertenecen a la misma categoría que algunos de nuestros experimentos" (Pavlov, 1903/1982, pp. 117 de la edición española de 1982).

Y la cuestión es que el saber psicológico, en cuanto que desprendido del campo biológico, y por tanto en cuanto que reducido a una mera técnica de adiestramiento conductual como le ocurre al análisis funcional, lejos de ser neutral respecto de las cuestiones teóricas fundamentales que afectan al núcleo de dicho campo, acarrea inevitablemente ciertas implicaciones conceptuales que precisamente deforman y bloquean el planteamiento mismo adecuado de dichas cuestiones teóricas. Y estas implicaciones conceptuales se manifestarán inevitablemente en el conductismo radical en la medida en que éste, a la vez que no puede dejar de ser de algún modo una teoría general (y por tanto una filosofía) de la conducta, está sin embargo basado en la mera constatación de la eficacia práctica de una técnica de adiestramiento conductual.

El conductismo radical, en efecto, y precisamente en cuanto que filosofía (o teoría general sobre la conducta), viene a incurrir en el error conceptual que caracteriza a toda mera argumentación pragmática circular, que es precisamente el de hacer abstracción indiferenciada de los contenidos determinados a través de los que puede en cada caso tener lugar dicha circularidad pragmática. Obsérvese, en efecto, que en el ámbito de los diversos tipos de sistemas funcionales realimentados o retroactivos, lo que podemos considerar como la mera argumentación pragmática circular, es decir, la argumentación que apela al principio de la "reacción circular" o realimentada, pero haciendo indiferenciadamente abstracción de los contenidos determinados entre medias de los cuales en cada contexto concreto puede tener lugar dicha realimentación circular –y es en dicha abstracción indiferenciada en la que ciframos el carácter de mera argumentación pragmática circular–, alcanza siempre sin duda un tipo de verdad de algún modo evidente o indiscutible, pero sólo a costa de un grado tal de "vacuidad de contenidos", o de " generalidad (o abstracción) indiferenciada", que la hace prácticamente tautológica o irrefutable, y por tanto a la postre teóricamente estéril con respecto a los problemas teóricos fundamentales del tipo de reacción circular determinada de la que en cada caso se trate.

Y esto es lo que a fin de cuentas se ha limitado a hacer la filosofía del conductismo radical: a constatar el bucle circular o realimentado de la conducta operante estudiada (en realidad sólo controlada) y el bucle asimismo circular o realimentado entre dicha conducta y la actividad de estudiarla (en realidad, sólo de controlarla o adiestrarla técnicamente en cada caso concreto), o sea se ha limitado simplemente a constatar la evidente viabilidad de una técnica de adiestramiento conductual, pero haciendo precisamente abstracción (indiferenciada) del contexto determinado en el que tiene lugar dicha doble circularidad engarzada, que es el contexto biológico de los organismos vivientes conductuales. Semejante abstracción indiferenciada no es ya teóricamente neutral, sino que por el contrario es la responsable de que el conductismo radical, y precisamente en cuanto que filosofía o teoría general sobre la conducta, no haya podido dejar de asumir una concepción acerca del lugar de la conducta en su (inevitable) contexto biológico que resulta asimismo inevitablemente errónea. Se trata, en efecto, de la concepción que, justamente por efecto de aquella abstracción indiferenciada, se limita a yuxtaponer en paralelo, tomando en cada caso a cada uno de los dos términos yuxtapuestos globalmente, a la "conducta" por un lado y a la "biología" por otro –más en particular, a la "conducta" y la "fisiología" en el contexto adaptativo, y a la "conducta" y la "evolución biológica" en el contexto adaptativo y evolutivo–. Es este tipo de "yuxtaposición global y en paralelo" el error conceptual característico que vicia de raíz al conductismo radical en cuanto que filosofía o teoría general sobre la conducta.

Por lo que respecta a las relaciones entre conducta y fisiología, es preciso en efecto ir más allá de la mera estrategia conceptual de la yuxtaposición global y en paralelo entre ambas y sustituirla, según propongo, por una adecuada concepción de la conjugación desigual mutua entre ambos "momentos" de la adaptación orgánica integral –psicofisiológica– del organismo al medio. Expuesto muy brevemente, sostengo que de lo que se trata es, en primer lugar, (i) de entender que la conducta, en cuanto que actividad orgánica de textura co-presente, constituye la "punta de lanza" adaptativa, adaptativamente ineliminable en cuanto que neurofisiológicamente irreductible, de la adaptación integral (psico-fisiológica) del organismo al medio. Si esto es así, es preciso en segundo lugar entender a los ingredientes morfo(neuro)fisiológicos de la conducta por ella involucrados (ii) a la vez que como necesarias condiciones constitucionales y disposicionales de encauzamiento o de sostén estructural (espacial-contiguo) de la conducta, como unas condiciones que, por lo que respecta a su forma funcional de organización –y en particular por lo que respecta a su funcionamiento neurofisiológico central–, resultan ser, sin perjuicio de dicho encauzamiento estructural espacial-contiguo –y en particular histológico interneuronal–, (iii) funcionalmente isomorfos, y por ello funcionalmente subordinados, dependientes o posteriores (y no independientes o anteriores), al propio funcionamiento conductual. Es a dicho isomorfismo funcional al que apuntaba la clásica hipótesis gestaltista, que me parece imprescindible recuperar, del isomorfismo topológico (no topográfico) y funcional de la propia actividad neurofisiológica central con respecto a la propia actividad conductual. Una discusión clásica y sumamente relevante de esta cuestión puede encontrarse, por ejemplo, en Koffka, 1935. Dicha hipótesis resulta ser, por lo demás, enteramente acorde con la concepción del funcionamiento neurológico (central) que de hecho nos vienen mostrando recurrentemente las efectivas investigaciones neurofisiológicas (desde las más clásicas de Sherrington y Hebb hasta las más recientes de Ebbeson, Calvin o Edelman), como un funcionamiento plástico, zonal y funcionalmente concertado (y no atomístico-compositivo y puntual, como supone el reciente "neoconexionismo").

De este modo, es sin duda por un lado el propio trabajo fisiológico el que no puede ser de hecho llevado a cabo si no es partiendo de, y contando en todo momento con, la conducta mantenida dentro de su propio plano conductual, y ello como condición necesaria para elaborar, a partir del conocimiento experimental de las situaciones conductuales, las oportunas conjeturas y eventualmente los registros positivos independientes de los ingredientes neurofisiológicos correlativos e involucrados en dichas situaciones conductuales. Mas por lo mismo, y recíprocamente, es la propia conducta entonces la que no tiene otro campo real propio de inmanencia más que campo biológico en cuanto que campo justamente psico-fisiológico, o sea conductual-fisiológico. Análisis notablemente más detallados de esta cuestión pueden encontrarse en Fuentes, 2003a y 2003b.

En este sentido, la concepción aquí propuesta de la indisociable conjugación mutua desigual entre conducta y fisiología puede entenderse sin duda como un conductismo biológico –o sea un conductismo ontológico regional (biológico)–. Semejante conductismo biológico estaría por cierto muy próximo a la clásica concepción bio(psico)lógica aristotélica que concebía el "alma" como la "esencia" o la "forma" que "pone en acto" el funcionamiento de la integridad del "cuerpo" en cuanto que "materia" o "potencia" de aquella "forma" anímica. También en nuestra concepción, en efecto, la conducta (que sería el equivalente del "alma") constituye de algún modo la "esencia" o la "forma" misma que pone "en acto" la integridad del funcionamiento morfo(neuro)fisiológico del cuerpo, el cual funcionamiento morfo(neuro)fisiológico constituiría la "materia" o "potencia" de aquella conducta formalmente en acto. Pero entonces es preciso señalar que dicho "conductismo biológico" se diferencia y se opone por igual tanto a cualquier forma de reduccionismo fisiologista funcional de la conducta (por ejemplo, a la manera de Pavlov) como a todos los conductismos "históricos", y también desde luego al conductismo radical skinneriano, o sea a cualquier concepción de la conducta orientada a la postre a legitimar un saber sobre la misma tomado en sí mismo o desprendido de su contexto categorial (real) propio, que es el biológico.

Es, pues, en definitiva, semejante conjugación mutua desigual entre conducta y fisiología en la que sostengo que consiste el corazón mismo de la investigación indisociablemente conductual-fisiológica en cuanto que investigación biológica. Y es esta conjugación aquella cuya comprensión queda siquiera ambiguamente bloqueada por la estrategia de la "distribución en paralelo de papeles" entre fisiología y conducta que el conductismo radical inevitablemente asume.

A su vez, donde acaso se manifieste de un modo si cabe aún más acusado las limitaciones del conductismo radical sea en lo referente a su concepción de las relaciones entre conducta y evolución biológica. De nada sirve, en efecto, la ambigua y confusa aseveración que Skinner ha repetido en numerosas ocasiones –por ejemplo, y de un modo característico, en Skinner, 1974–, según la cual "conducta y evolución (serían) amistosas rivales". No se trata, de nuevo, como Skinner hace, de yuxtaponer globalmente y en paralelo el plano ontogenético en el que se daría la conducta –en el que tendría lugar la "selección de la conducta" por "sus "contingencias de reforzamiento"– y el plano filogenético de la evolución de las formas orgánicas –en el que tendría lugar la "selección" de dichas formas por las "contingencias de supervivencia"–. De lo que se trata antes bien es de advertir que ya en el contexto ontogenético mismo de la adaptación diferencial de las formas orgánicas al medio, la conducta media activamente y altera las propias condiciones ecológicas biofísicas de presión selectiva a las que las formas orgánicas se adaptan, de suerte que dicho papel adaptativo de la conducta ha de tener a su vez algún alcance filogenético en la evolución de las formas orgánicas. Y dicho alcance sólo puede ser entendido, una vez que hemos de prescindir de los efectos hereditarios lamarkistas, mediante la idea de la convergencia entre las variantes morfológicas azarosas darwinistas y la propia modificación del medio efectuada por la conducta. De este modo, ni el medio ni las propias formas o morfologías orgánicas pueden considerarse como algo dado-en-sí absoluta o definitivamente, ni por tanto la adaptación diferencial de las formas al medio ha de considerarse como algo que tuviera lugar o no exclusivamente en función de los rasgos morfológicos variantes azarosos darwinistas y las características biofísicas del medio. El medio no es en efecto algo que pueda considerarse como dado-en-sí definitivamente, desde el momento en que resulta susceptible de ser variado o alterado, y por tanto construido, por la propia conducta; ni tampoco las variantes morfológicas azarosas darwinistas pueden considerarse como condiciones morfológicas dadas de antemano de un modo definitivo, desde el momento en que su propia viabilidad adaptativa depende del uso conductual suyo que modifica las condiciones ambientales de presión selectiva a la que dichas variantes se enfrentan. Así pues, tanto el medio, como las formas orgánicas, como las propias conductas, evolucionan conjuntamente por la mediación activa de la conducta.

De lo que se trata, en este contexto, según lo entiendo, es de situarse en la perspectiva de la tradición del primer funcionalismo biopsicológico norteamericano –y muy en especial en la estela de la idea de "selección orgánica" de J. M. Baldwin–, tradición ésta que, aunque relativamente soterrada por la ortodoxia neodarwinista de la teoría sintética, y también bloqueada por el desarrollo de todos los conductismos (incluido, y acaso más que ningún otro, el skinneriano), ha continuado y continúa siendo a mi juicio la única referencia para poder entender adecuadamente la relación entre conducta y evolución, y por tanto el imprescindible problema del lugar de la conducta en el contexto propio de inmanencia de la biología evolucionista. A este respecto puede consultarse por ejemplo en Plotkin, 1988; y asimismo son de primera importancia en este sentido los trabajos que vienen realizando en España desde hace un par de décadas T. R. Fernández y sus colaboradores –ver, por ejemplo, en: Fernández, 1988; Sánchez, 1994, y Fernández et al., 2003–.

Pero una vez más es preciso decir que la comprensión y aun el planteamiento mismo de dicho problema han quedado bloqueados por la filosofía del conductismo radical, dado su ambiguo y confuso "reparto global y en paralelo de funciones" entre conducta y evolución.

Por último, y para terminar, voy a considerar brevemente dos muestras muy significativas de la confusión en la que incurre la mencionada estrategia skinneriana de la yuxtaposición global y en paralelo entre conducta y fisiología, y entre conducta y evolución.

La primera es la relativa a la manera como Skinner ha afrontado la cuestión acerca de "¿por qué refuerza un reforzador?" en muy diversos lugares de su obra –por ejemplo, y de un modo característico, en Skinner, 1953–. Una vez más, todo el planteamiento de Skinner se limita a constatar que, a los efectos prácticos de identificar y manejar un estímulo reforzante, es suficiente con saber cuándo un estímulo refuerza, de modo que en esta medida resulta innecesario preguntarnos y responder a la pregunta acerca de "por qué refuerza una reforzador". En el análisis funcional de la conducta, en efecto, la función reforzante de un estímulo se identifica a partir de su efecto en el incremento de la tasa de una respuesta (por comparación con una tasa base previa). De este modo, se entiende que un estímulo refuerza positivamente cuando la presencia de dicho estímulo es contingente con dicho incremento, y se entiende que refuerza negativamente cuando es la retirada o supresión del estímulo la que resulta contingente con dicho incremento. Asimismo, y correlativamente, la función de castigar se identifica a partir de su efecto en el decremento de la tasa de una operante; según esto, cuando la presencia de un estímulo sea contingente con dicho decremento estaremos ante un caso de castigo por medio de un reforzador negativo, y cuando la ausencia de un estímulo sea contingente con dicho decremento estaremos ante un caso de castigo por medio de un reforzador positivo. Como el propio Skinner ha dicho: "La ley del efecto no es una teoría, es simplemente una regla para fortalecer la conducta" (Skinner, 1953, p. 111 de la edición española de 1977).

Pero esto es tanto como reconocer que el modo como se identifican y tratan los refuerzos (y los castigos) en el análisis funcional es el propio de una mera técnica de adiestramiento conductual, o sea de una técnica que se limita al exclusivo logro de la circularidad pragmática entre la conducta controlada (o adiestrada) y la conducta controladora (o adiestradora), y que por tanto hace (indiferenciadamente) abstracción del problema crucial de la conjugación (desigual) entre las efectivas experiencias hedónicas (o aversivas) y sus posibles ingredientes morfo(neuro)fisiológicos. Y dicha abstracción no es, de nuevo, neutral respecto de dicho problema crucial, sino que tiende a bloquear su adecuado planteamiento desde el momento en que se ve limitada a postular un presunto –y erróneo– reparto "global y en paralelo" de tareas entre la mera técnica de adiestramiento conductual en la que consiste el análisis funcional y una hipotética "explicación biológica del poder reforzante" de los reforzadores (por ejemplo, en Skinner, 1953), explicación ésta que es la que precisamente está de raíz mal planteada. Pues de lo que se trata no es de ninguna hipotética y yuxtapuesta "explicación biológica del poder reforzante" de los reforzadores, como si, una vez más, "conducta" y "biología" se yuxtapusiesen globalmente, y como si dicha presunta explicación pudiese tener algún alcance explicativo-reductivo de la conducta. Precisamente de lo que se trata es de entender que es en el seno mismo de la conducta en acción, y por tanto de las efectivas experiencias hedónicas (o aversivas) que en su curso puedan tener lugar, identificadas dichas experiencias sin duda en principio a partir de sus efectos sobre el incremento o decremento de la tasa de una operante, como pueden funcionar de un modo funcionalmente subordinado, sin perjuicio de su condición de encauzamiento estructural, los propios ingredientes morfo(neuro)fisiológicos de dichas experiencias hedónicas con respecto a dichas experiencias. Y ello hasta tal punto que, dado el carácter asimismo modificable por experiencia o aprendible de dichas experiencias –dada la modificación aprendible de las propias preferencias selectivas de un organismo–, podamos llegar a detectar las correspondientes modificaciones en el funcionamiento de los propios ingredientes neurofisiológicos de dichas experiencias hedónicas (o aversivas), y podamos por ello siquiera plantear, mediante la idea de "selección orgánica", el posible efecto filogenético de las modificaciones ontogenéticas de las preferencias selectivas de un organismo sobre sus propias condiciones disposicionales (darwinistas azarosas) de susceptibilidad al reforzamiento.

Pero es justamente un planteamiento como éste el que queda inevitablemente deformado y bloqueado por el reparto global en paralelo entre "biología" y "reforzadores" al que la filosofía del conductismo radical se ve llevada como consecuencia de no ser más que una constatación, y a la postre legitimación, de la mera técnica de adiestramiento en la que el análisis funcional consiste.

La segunda muestra, y bien significativa, la constituye el modo como desde de la propia tradición skinneriana fueron detectados y concebidos aquellos casos, por lo demás descubiertos en su mayor parte a partir de la tradición experimental del propio análisis funcional, de "mala conducta de los organismos" (por decirlo con la expresión ya clásica que en su momento utilizaran los Breland –en Breland y Breland, 1961–). Como es sabido, en estos casos se puso en cuestión de diversos modos el supuesto de "equipontencialidad asociativa" "entre los estímulos" y "entre los estímulos y las respuestas". De entrada, es preciso advertir que dicho supuesto, característico de la tradición del análisis funcional, constituye ya una muestra muy significativa de la mencionada estrategia de yuxtaposición global y en paralelo entre conducta y (morfo)fisiología. Suponer, en efecto, que en principio cualesquiera situaciones ambientales pueden ser asociadas entre sí (a nuestro juicio, como hemos visto, siempre por la mediación de la conducta operante) de un modo "equipotencial" implica precisamente hacer abstracción indiferenciada de esos ingredientes morfo(neuro)fisiológicos y ecológicos de la conducta que, sin dejar de funcionar de un modo funcionalmente subordinado al funcionamiento conductual, actúan a su vez como necesarias condiciones constitucionales y disposicionales de canalización o sostén estructural de la conducta. Semejante abstracción implica por ello una concepción sustancializada (metafísica) de la conducta, o sea una concepción que toma a ésta como globalmente desprendida y yuxtapuesta con respecto a los que sin embargo constituyen sus inexcusables condiciones morfofisiológicas y ecológicas de sostén estructural a su vez funcionalmente subordinados al funcionamiento conductual. Por ello, constituye a su vez una consecuencia de semejante sustancialización el modo como desde la tradición de la psicología del aprendizaje, fuertemente impregnada a la sazón por el análisis funcional, fueron conceptuadas ad hoc las anomalías (o casos de "mala conducta") respecto del supuesto de equipotencialidad asociativa del que se partía: como si se tratase de "limites biológicos" ("biological boundaries" –Seligman, 1972–) de la variablidad conductual aprendible, y entendiendo a su vez dichos límites como "restricciones" ("constraints" –Hinde y Stevenson-Hinde, 1973–) de dicha variabilidad. Lo que esto supone, obsérvese, es que una hipotética conducta que careciese de dichas hipotéticas restricciones morfofisiológicas, o sea una hipotética conducta completamente desencarnada o incorpórea, sería la que cumpliría justamente por ello el supuesto (el ideal) de la plena equipotencialidad asociativa. Dicho supuesto acarrea por tanto no sólo una concepción metafísica de la conducta, sino una concepción metafísica de tipo idealista subjetivo, como se corresponde a fin de cuentas con el pragmatismo tautológico o abstracto-indiferenciado que caracteriza el fondo último de la filosofía de la conducta del conductismo radical.

Un pragmatismo tautológico éste, en resolución, mediante el cual la filosofía del conductismo radical no sólo ha bloqueado el planteamiento mismo de las cuestiones teóricas cruciales de la biología conductual relativas al lugar de la conducta en la vida orgánica, sino que asimismo, y precisamente por ello, ha podido legitimar ideológicamente la mera técnica de adiestramiento conductual en la que a fin de cuentas consiste el análisis funcional de la conducta.

5.- El objetivo (ideológico) común del conjunto de los conductismos históricos.

Quiero sostener ahora, retomando una perspectiva que nos permita contemplar a la totalidad de los que podríamos considerar como los diversos "conductismos históricos", que todos estos, no obstante sus diferencias y aun a través de ellas, han llevado a cabo un tipo de maniobra conceptual en su conceptuación de la conducta con una orientación ideológica a la postre común bien determinada. Se trataría, en efecto, de la maniobra consistente en generar la apariencia o el espejismo de que la Psicología puede por sí misma ser un saber con un campo (categorial) propio, se diría que en igualdad de condiciones –y por tanto en paralelo– con la Biología, lo cual supone inevitablemente como hemos visto deformar o refractar la concepción del único campo cognoscitivo categorial donde la conducta puede tener sentido real, que es el de la biología en cuanto que biología conductual. Pero, como hemos visto, cuando el saber psicológico deja de ser un "momento interno" (crítico) del campo biológico –su "momento psicológico o conductual"–, no pasa en realidad de ser una mera técnica de adiestramiento conductual. De este modo, lo que los diversos conductismos habrían venido a hacer es legitimar y encubrir ideológicamente dicha mera técnica de adiestramiento conductual mediante el supuesto (la apariencia) de que la Psicología puede por sí misma constituir un campo cognoscitivo (categorial) propio de tipo científico-natural.

Por lo demás, esta maniobra ha sido llevada a cabo desde luego, como decíamos, de diferentes modos por cada uno de los principales conductismos históricos. El conductismo clásico de Watson llevaba a cabo esta maniobra de un modo tan precario como ambivalente e inestable, al limitarse a tomar la conducta (ambivalentemente) como contenido temático del saber psicológico a la vez que como supuesto garante metodológico de la supuesta objetividad científico-natural de dicho saber. Los neconductismos metodológicos creyeron poder asegurar el carácter de ciencia natural propia de la Psicología mediante el doble supuesto de que sus cuerpos proposicionales tenían en / el formato teórico-explicativo de una genuina ciencia y de que a la vez eran metodológicamente objetivos dado el carácter conductual de sus enunciados observacionales de base.

En este contexto, hay que señalar que el interés crítico que sin duda tiene, cuando se sabe apreciar, el análisis funcional de la conducta y el conductismo radical asociado a dicho análisis consiste en haber puesto de manifiesto que el saber psicológico, precisamente en cuanto que desprendido de su campo categorial biológico propio, o sea por antonomasia el propio análisis funcional conductual, no pasa de ser un conjunto de reglas práctico-técnicas para la predicción y el control de la conducta, o sea una mera técnica de adiestramiento conductual, y que esto era a la postre todo lo que de hecho o en la práctica podían estar haciendo, en el mejor de los casos, los conductismos metodológicos a pesar de sus pretensiones teórico-metodológicas. Es preciso, pues, reconocer que el mayor interés crítico del análisis funcional, y del conductismo radical en cuanto que constatación de la posibilidad práctica de dicho análisis, reside en haber puesto de manifiesto la inviabilidad de la pretensión del neoconductismo metodológico de conferir un presunto carácter teórico-explicativo (como el que efectivamente poseen las ciencias) al saber psicológico considerado por sí mismo, o sea desprendido del campo de la biología conductual.

Mas por lo mismo es necesario someter a su vez a una adecuada perspectiva crítica a la filosofía del conductismo radical en cuanto que asociada al análisis funcional. Pues la cuestión es en efecto que el análisis funcional, que sin duda podemos considerar como canon del saber psicológico en cuanto que desprendido del campo de la biología conductual, debido a su carácter meramente práctico-técnico, no posee en absoluto el formato teórico-explicativo de una genuina ciencia, y debido a su carácter meramente fenoménico e idiográfico, no posee en absoluto ninguna clase de estructura ni de contenido objetivos (fisicalistas). Sin embargo, la filosofía del conductismo radical, no obstante haber constatado y reconocido el carácter práctico-técnico del análisis funcional, ha seguido suponiendo, de una manera enteramente gratuita con respecto a dicha constatación –y a la postre tan precaria como en el caso del conductismo de Watson–, que dicho saber constituiría por sí mismo una ciencia natural (u objetiva) con un campo propio, con lo cual ha vuelto una vez más, como el resto de los conductismos, a legitimar ideológicamente a su manera el carácter de mero adiestramiento conductual al que se reduce el análisis funcional –y con él todo posible saber psicológico desprendido del campo de la biología conductual–.

Todos los conductismos históricos, en definitiva, cada uno a su modo, han convergido en alimentar el supuesto (ideológico) –tan necesario por lo demás, como ahora veremos, al gremio psicológico–, de que la Psicología, considerada por sí misma, y por tanto desprendida de su contexto biológico conductual, puede ser un saber con un campo (categorial) propio, y además de tipo científico-natural, supuesto éste mediante el cual lo que se estaba haciendo era legitimar y encubrir ideológicamente aquello que sin embargo la psicología, en sí misma considerada, en realidad no pasa de ser, o sea una mera técnica de adiestramiento conductual. Y de esta función ideológica no se ha librado tampoco a la postre, como estamos viendo, el conductismo radical, al seguir sosteniendo gratuitamente el carácter de ciencia (natural) con un campo propio del análisis funcional, o sea al no llegar a extraer cabalmente las consecuencias de lo que sin embargo constituye, cuando se sabe advertir, su virtud o interés crítico principal, que es precisamente el haber constatado el carácter práctico-técnico del análisis funcional, y por ello, en definitiva, de todo posible saber psicológico tomado en sí mismo o desprendido de su contexto biológico conductual.

Se diría, en efecto, que de haber sido el conductismo radical cabalmente consecuente con su propia constatación del carácter práctico-técnico del análisis funcional –y por tanto con su propia y acertada crítica del carácter innecesario de las pretensiones teórico-metodológicas del neoconductismo metodológico, que eran (obsérvese) por antonomasia las pretensiones de hacer de la psicología una ciencia natural con un campo propio–, entonces hubiera dejado "desnudo", ante sí mismo y ante el gremio psicológico en general, al propio análisis funcional y con él a todo posible saber psicológico desprendido de su contexto biológico conductual, o sea, hubiera revelado clara y distintamente la condición de mera técnica de adiestramiento conductual de dicho análisis funcional y en general de toda técnica o intervención psicológica desprendida de su contexto biológico conductual. Y con ello se hubiera visto llevado, además, a tener que detectar y desmontar las erróneas implicaciones conceptuales relativas a la relación entre la conducta y su contexto biológico en las que inevitablemente se ha de ver envuelto sin duda el conductismo radical, pero también en general toda (auto)concepción de la psicología que mediante la asunción de su supuesto carácter de ciencia propia y natural no está haciendo en realidad otra cosa más que encubrir y legitimar su verdadera condición de mera intervención técnica de adiestramiento conductual.

Pues la cuestión es, en efecto, que es la propia Psicología en general la que, en la medida en que se autoconciba, de uno u otro modo –según unas u otras estrategias o modelos epistemológicos–, como una pretendida "ciencia (natural) dotada de un campo propio" –que es lo que precisamente ha constituido desde siempre su constante (ideológica) gremial más característica–, lo que en esta medida estará siempre haciendo es encubrir y legitimar ideológicamente (de uno u otro modo) su verdadera condición de mera intervención técnica de adiestramiento conductual, que es a lo que en realidad se reduce en cuanto que saber desprendido del campo de la biología conductual. De este modo es la psicología en general –y por tanto todas y cada una de sus autoconcepciones históricas (o "escuelas y sistemas") orientadas a asumir su presunto carácter de ciencia (natural) con un campo propio–, la que se verá obligadamente sujeta a una suerte de punto ciego de autoconcepción (sin duda con diversas modulaciones, pero todas ellas sujetas de uno u otro modo a dicho punto ciego), como consecuencia obligada de esta función ideológica que semejante autoconcepción siempre y necesariamente cumple.

En este sentido se comprende que, como decía, el principal interés crítico que podemos nosotros por nuestra parte advertir en el conductismo radical reside en el hecho de que éste, al constatar el carácter práctico-técnico del análisis funcional, nos ha puesto (pero como digo sólo cuando se sabe advertir), siquiera en principio, sobre la pista para poder realizar la crítica radical que sostengo que es preciso hacer de toda psicología en general, o sea la crítica consistente en desvelar que toda pretensión por autoconcebirse como dotada de un campo propio científico (natural) va ideológicamente orientada a encubrir y legitimar su verdadera condición de mera intervención técnica de adiestramiento conductual, que es en lo que inevitablemente consiste en cuanto que desprendida de su contexto biológico conductual. Pero el conductismo radical, como digo, sólo nos ha puesto (y ello cuando se sabe advertir) en principio sobre dicha pista; lo que desde luego no ha hecho es consumar su posible recorrido crítico, sino que precisamente ha cancelado o bloqueado dicho recorrido mediante el supuesto, añadido y gratuito, de que el análisis funcional posee su campo propio científico (natural), con lo cual ha cegado las mencionadas posibilidades críticas implícitas en su inicial admisión del carácter práctico-técnico del análisis funcional y ha acabado de este modo sin duda por reconciliarse con la corriente ideológica gremial de la psicología en general. Pues la consumación de dicho recorrido crítico supondría, en efecto, como decíamos, "desnudar" al propio análisis funcional, y junto con él a toda intervención psicológica en cuanto que desprendida de su contexto biológico conductual, en el sentido de desvelar su condición de mera técnica de adiestramiento conductual; lo cual supondría tanto como desmontar la cobertura ideológica misma mediante la que la Psicología en general siempre encubre y legitima (de uno u otro modo) esa condición suya de mera técnica de adiestramiento a la que sin duda se reduce en cuanto que desprendida del campo de la Biología conductual, cobertura ésta que justamente consiste en el supuesto de que posee un campo cognoscitivo propio científico (natural).

Podemos entonces comprender, en definitiva, la íntima y peculiar vinculación lógico-ideológica existente entre el modo pragmático-tautológico de argumentar de la filosofía del conductismo radical y su gratuito supuesto del carácter científico (natural) del análisis funcional. Mediante dicho modo pragmático-tautológico de argumentar, el conductismo radical estaba haciendo abstracción de los problemas teóricos cruciales del campo de la biología conductual, y ello en la justa medida en que estaba, por así decirlo, comprometiéndose con la (por lo demás indudable) viabilidad práctica del análisis funcional como una labor que sin duda puede hacerse al margen o de espaldas a dicho campo biológico conductual. Ahora bien, como quiera que dicho análisis funcional, sin duda prácticamente viable, no pasa de hecho de ser, y precisamente en cuanto que obrando al margen del campo de la biología conductual, una mera técnica de adiestramiento conductual, se comprende por ello que el supuesto, añadido y gratuito, de su presunta condición de ciencia (natural) dotada de un campo propio venga precisamente a legitimar ideológicamente dicha mera técnica de adiestramiento en la medida misma en que deforma y encubre esta efectiva condición suya.

Y ésta es ciertamente la manera, en resolución, mediante la que el conductismo radical ha venido a reconciliarse con la corriente ideológica gremial de la psicología en general –no obstante las virtualidades críticas implícitas que posee en el preciso sentido que aquí hemos apuntado–.

 

Segunda Parte: Propuesta de interpretación de las condiciones histórico-antropológicas del funcionamiento de la Psicología (humana) en general y del análisis funcional "aplicado" de la conducta.

1.- Propuesta de reinterpretación crítica del significado psicológico específicamente antropológico de la metapsicología freudiana.

Ahora bien, si la psicología, como estamos diciendo, en cuanto que saber desprendido del campo categorial de la biología conductual, consiste básicamente en un saber "práctico-técnico" de "adiestramiento conductual" (en una "técnica" de "predicción y control conductuales"), la cuestión es entonces que la indiscutible implantación sociológica pletórica (tanto académica o universitaria, como profesional) de esta institución disciplinar –y precisamente en cuanto que independiente de la disciplina biológica– en nuestras actuales sociedades (desarrolladas) no nos parece que pueda deberse a ningún especial crecimiento del interés por el adiestramiento de conductas animales –de esas técnicas de domesticación, en efecto, que en los más diversos contextos los hombres vienen practicando con los animales al menos desde el neolítico–, sino que su factor específico de generación y alimentación debe estar dado ciertamente en el "campo antropológico". En otras palabras, que ha de ser el contexto histórico y socio-cultural específicamente antropológico aquél donde veamos fraguarse la formación y el desarrollo –como digo, pletóricos– de esta institución disciplinar práctico-técnica –y precisamente en cuanto que independiente del campo (categorial) de la biología conductual–. En este sentido, y por lo que respecta en particular al análisis funcional de la conducta, no deja de ser, me parece, un hecho sociológico significativo la circunstancia de que, a partir de los años sesenta aproximadamente del recién terminado siglo, mientras que los estudios de análisis funcional experimental en el contexto del laboratorio animal van quedando comparativamente equiparados con y entre medias de otros muchos enfoques y corrientes, sin embargo sea el análisis funcional en el contexto humano (el llamado análisis funcional "aplicado") el que cobra un creciente auge comparativo –en situaciones "normales" y "clínicas"–, y ello, por cierto, en medio de la presunta "defunción" del "paradigma conductista" vociferado por el "enfoque cognitivo del procesamiento de información" y por los historiadores-ideólogos aliados de dicho enfoque partidarios de la idea del "cambio de paradigma".

De lo que se trata, entonces, es precisamente de dar con los parámetros histórico-sociales antropológicos de generación y mantenimiento de esta disciplina práctico-técnica denominada "Psicología", y dentro de ella muy especialmente del "análisis aplicado de la conducta". Puede que de este modo podamos llegar, en efecto, a entender el "éxito" institucional creciente no sólo de la Psicología en general, sino también y muy especialmente del "análisis funcional aplicado" dentro de ella, y ello precisamente en cuanto que "intervenciones técnicas" formalmente desprendidas del campo categorial de la Biología, y no obstante las inevitables deformaciones conceptuales que respecto de las cuestiones teóricas biológico-conductuales cruciales dichas técnicas acarrean. Y puede por cierto que dicha comprensión no deje de acarrear alguna "sorpresa" para muchos de los agentes responsables de semejante "éxito" institucional.

Como ya hemos argumentado en otras ocasiones (Fuentes, 1994, 2001, 2002, 2003a; Fuentes y Quiroga, 1999, 2001a), sostengo que la metapsicología freudiana, una vez que la sometemos a una muy determinada reinterpretación o reconstrucción crítica, nos puede ofrecer la clave o la cifra para entender las condiciones histórico-sociales generadoras de la Psicología humana. De lo que se trata, en efecto, según propongo, es de tomar la "dinámica estructural" del "aparato psíquico" contemplada por la metapsicología freudiana, y de "dar la vuelta del revés" al modo como dicha metapsicología entiende su generación, es decir, que en vez de ver dicha dinámica como psicoendógenamente generada, podamos percibirla como generada sociohistóricamente. Sólo entonces se nos desvela, como digo, la clave o la cifra que nos permite acceder a la comprensión de las condiciones histórico-sociales generadores de la Psicología humana.

En la metapsicología freudiana, en efecto, como es sabido, es el "conflicto primordial", en último término "constitutivo" e "irresoluble", entre el deseo de raíz somática y cualesquiera posibles configuraciones socio-culturales (específicamente antropológicas) de sus objetos, es decir, la "represión", el que genera una dinámica estructural (una "topografía" y una "dinámica", dotadas de una determinada "economía", según Freud) de "satisfacciones" sólo meramente "sustitutivas" o "compensatorias", a la vez que mutuamente alternativas, que viene a constituir el desarrollo de la biografía psico-social misma de cada individuo.

Dos son, repárese en ello, las ideas claves que esta concepción implica. La primera es una idea de "represión", o de conflicto primordial constitutivo e irresoluble (entre el deseo somático y cualesquiera formas de organización social de sus objetos), según la cual ni la represión sería terminante o definitiva, o sea definitivamente supresora del deseo, puesto que la carga desiderativa permanece activa ("lo reprimido siempre vuelve"), ni tampoco las satisfacciones de dicho deseo (reprimido) son efectivas o plenamente satistactorias, puesto que sólo son meramente "sustitutivas" o "compensatorias". De aquí que, en efecto –y esta es la segunda idea clave–, se genere el tipo singular de dinámica estructural económica que se genera, a saber, la dinámica de unas incesantes satisfacciones sólo meramente sustitutivas o compensatorias, pero no efectivamente resolutorias, del deseo originariamente reprimido que van adoptando la forma de una proliferación arbórea de alternativas mutuas en la cuales consiste la vida del individuo.

Así pues, dicha dinámica está organizada en torno a un "mecanismo funcional de defensa" (preventivo, evitativo) recurrente y/o autoperpetuante que evita recurrentemente enfrentarse a, y resolver, el supuesto conflicto originario o primordial (la represión) mediante la canalización de dicho conflicto bajo la forma de incesantes satisfacciones sólo sustitutivas o compensatorias y mutuamente alternativas del mismo.

Pues bien, me parece que la idea freudiana de un "mecanismo (funcional) de defensa" "recurrente" o "autoperpetuante", y del tipo de "dinámica estructural" a través de la que dicho mecanismo se despliega, no es en modo alguno gratuita o irrelevante, y precisamente a efectos de comprender la formación de esa técnica de control (específicamente antropológica) en la que consiste la "psicología" (humana). Lo cual comienza a hacérsenos positivamente manifiesto cuando entendemos a dicho "mecanismo defensivo " y a la "dinámica" a través de la que cursa, en vez de como psicoendógenamente generados (a partir de un supuesto conflicto primordial constitutivo e irresoluble entre el deseo de raíz somática y cualesquiera formas sociales de organización de sus objetos), como funcionando entre medias de un tipo de conflictos socio-históricamente generados, o sea como conflictos entre los proyectos de acción (siempre normativizados) de diversos grupos sociales –y sólo a través suyo entre los individuos– de cada sociedad antropológica ya constituida, y en particular dado ya el carácter histórico y político de dichas sociedades. Son dichos conflictos inter-normativos, en efecto, los que vendrían precisamente a adoptar una dinámica estructural que podemos ciertamente reconocer como isomorfa a la dinámica estructural contemplada por la metapsicología freudiana –si bien enteramente cambiados ahora, como vemos, las fuentes y los contenidos generadores del conflicto–, a saber: la dinámica de una "sustitución indefinidamente diferida de los conflictos sociales internormativos de partida por cuasi-resoluciones" de dichos conflictos, o sea por resoluciones meramente "sustitutivas" o "compensatorias", y a la vez mutuamente "alternativas", que en efecto van adoptando histórico-socialmente la configuración de una creciente "proliferación arbórea" de "diversas alternativas mutuas" de proyectos sociales de acción entre las cuales pueden ir circulando ahora los individuos, de modo que es esa misma diversidad proliferativa de posibles trayectorias o rutas de acción, enteramente generadas socio-históricamente, en torno a la que vendría a fraguar la perspectiva o el campo de esas técnicas de control de la acción humana en las que precisamente consiste la "psicología"( humana). Más aún, suponemos, que las (diversas) intervenciones técnicas de esta disciplina vienen precisamente a intercalarse entre medias de dicha red proliferativa de trayectorias de acción sustitutivas y mutuamente alternativas ya históricamente dándose, cumpliendo de este modo la función (social específica) de reproducir ampliadamente su propio crecimiento proliferativo.

2.- Los parámetros histórico-políticos de la formación de la Psicología (humana): La sociedad histórico-política y la formación de las civilizaciones y de los Imperios.

Ahora bien, para hacernos a su vez con una idea de los parámetros histórico-políticos dentro de los cuales fragua dicha configuración (la de la incesante proliferación arbórea de las trayectorias de acción sustitutivas y mutuamente alternativas) es preciso contar con una teoría (en último término de factura antropológico-filosófica) de la dinámica estructural misma constitutivamente recurrente (y en este sentido trascendental) de las sociedades histórico-políticas. Pues bien: la teoría que, como ahora veremos, aquí vamos a proponer se funda en (i) la idea del "desarrollo desigual y conjugado" entre "la presión socio-política interior y la presión socio-política exterior" con respecto a cada sociedad política de referencia, y asimismo (ii) en la idea de la "reproducción a sucesivas escalas ampliadas" de dicho "desarrollo desigual y conjugado".

Expuesto muy esquemáticamente: Suponemos, de entrada, que la sociedad histórico-política fragua a partir del momento en que contamos con una sociedad antropológica cuya estructura social está ya internamente quebrada o fracturada en una diversidad de partes o grupos sociales al menos de entrada socio-económicamente enfrentados. Bajo semejante circunstancia de fractura social estructural, la dinámica estructural más general que en principio podremos reconocer a una sociedad semejante será justamente ésta: la de la incesante reconstrucción de las relaciones (de enfrentamiento o conflicto, así como de eventual alianza) entra las diversas partes sociales, y por tanto de estas mismas partes, siempre mediada por la destrucción mutua en algún grado de dichas relaciones y partes sociales. En esto reside, pues, en su forma más general, la dinámica estructural de incesante transformación que confiere su carácter justamente histórico a dichas sociedades. Un análisis más desarrollado de esta cuestión pueden encontrarse en Fuentes, 2001.

A su vez, dicha dinámica de incesante transformación histórica sólo puede cursar a través del Estado. Pues dada, en efecto, una situación estructural en la que cada una de las partes sociales en principio pugna por llevar acabo proyectos de acción que, desde sus intereses, buscan determinar o envolver los proyectos de acción que por su parte otras partes sociales asimismo pugnan por hacer valer, el único modo de alcanzar la estabilización mínima (o "eutaxia", para decirlo con el concepto aristotélico) que sin duda será siempre necesaria como condición de recurrencia de la totalidad social de referencia, será mediante la formación de una instancia social nueva y específica cuya función sea la de envolver o abarcar a la sociedad internamente enfrentada, o sea la de totalizar la pluralidad de sus partes y relaciones enfrentadas. Ahora bien, dicha función de totalización, precisamente en la medida en que surge a partir y en función de la pluralidad de partes enfrentadas, sólo podrá llevarse a cabo entonces como una metatotalización, o sea como una totalización de segundo grado por respecto de las partes y relaciones sociales enfrentadas (en "primer grado") a partir de las que surge. Mas precisamente por ello el Estado no podrá será nunca ninguna suerte de armonizador neutral exterior que abrazase y armonizase desde fuera a las partes enfrentadas, sino que actuará siempre en función de los intereses de aquella parte o de aquellas partes aliadas que en cada momento puedan ser dominantes o hegemónicas, sin perjuicio de que dicha hegemonía no podrá lograrse a su vez enteramente al margen o ignorando los intereses de las partes dominadas, sino contando en algún grado con ellos al objeto de poder codeterminarlos, pero codeterminarlos desigualmente, o sea precisamente para dominarlos.

Así pues, semejante forma de metatotalización política no podrá dejar de ser siempre partidista, razón por la cual la estabilización (o eutaxia) social que dicha metatotalización partidista pueda en cada caso alcanzar, sin perjuicio de ser necesaria como condición de recurrencia de la totalidad social, no podrá ser nunca perfecta, o definitiva, o clausurada, sino siempre y precisamente precaria, o infecta, es decir, en incesante estado de transformación, como se corresponde con la condición de incesante transformación histórica de la sociedad que a través suyo se desenvuelve.

Pues bien: a partir de esta idea inicial y general de Estado, podemos empezar por reconocer que no es causal, sino necesario o constitutivo (trascendental), que las primeras formas de Estado hayan debido ser las Ciudades-Estado, puesto que, en efecto, las Ciudades no surgen como meros centros territoriales de un comercio (entre aldeas neolíticas que hemos de suponer ya excedentarias) socialmente neutral, sino como centros o núcleos (geo-sociopolíticos) de reorganización ya irreversible de la nueva sociedad socialmente fracturada que a su vez proviene del comercio entre sociedades neolíticas excedentarias ya en proceso de fractura social. Un análisis más desarrollado de esta cuestión puede encontrarse en Fuentes, 2001.

Y será ahora a partir de la forma inicial del Estado consistente en la Ciudad-Estado como podremos dibujar esa dinámica de desarrollo desigual y conjugado entre la presión sociopolítica interior y la exterior, y de la reproducción a sucesivas escalas ampliadas de dicho desarrollo desigual y conjugado, que sostenemos que caracteriza trascendentalmente la dinámica de las sociedades histórico-políticas.

Expuesto muy sucintamente, la clave de dicha dinámica deberá cifrarse en esto: en que la presión sociopolítica interna, debida a sus enfrentamientos sociales, de cada sociedad política de partida (inicialmente, de cada Ciudad-Estado), así como los posibles reajustes entre dichos enfrentamientos, siempre podrán ser canalizados bajo la forma de la expansión exterior, es decir, mediante la ocupación de nuevos territorios y correspondiente apropiación de mano de obra y materias primas (y aun recursos técnico-productivos) de "terceros", o sea de otras "terceras" sociedades antropológicas susceptibles de semejante dominio debido a su desigual desarrollo socio-productivo por comparación con la sociedad que se expande. Y el efecto que sobre la presión socio-política interior tendrá semejante expansión exterior deberá ser éste: el de facilitar, bajo la forma de la distensión de la tensión inicial, los reajustes sociopolíticos internos, pero siempre a expensas de la generación de nuevos desajustes y tensiones, comparativamente mayores, con respecto de los nuevos grupos exteriores sometidos.

Ahora bien: si suponemos que esta situación debe estar dándose a la par en diversas sociedades políticas (o Ciudades-Estado) en principio mutuamente aisladas, o sea que cada una de estas sociedades debe encontrarse en semejante proceso de expansión en torno a sus territorios y poblaciones circundantes, entonces deberá ocurrir que, debido al carácter finito del territorio (y por ello de los pueblos conquistables y dominables), antes o después dichas sociedades políticas en expansión inexorablemente se encuentren, y al menos de entrada, se enfrenten mutuamente desde su respectivos proyectos expansivos. Semejante enfrentamiento se verá sometido entonces, de entrada, a la dinámica según la cual aquella o aquellas sociedades políticas que se encuentren eventualmente en un estado de victoria (militar y política) sobre las otras experimentarán de nuevo una distensión de su tensión sociopolítica interna, y con ello una facilitación de los reajustes de sus enfrentamientos internos, mientras que aquellas otras sociedades que se encuentren en una fase eventual de derrota (militar y política) tenderán a experimentar el incremento de sus tensiones y reajustes sociopolíticos internos.

Ahora bien, sin descontar los momentos relativamente estacionarios por los que pueda pasar esta inicial dialéctica, la cuestión es que una salida que siempre estará disponible a dichos enfrentamientos será justamente, de nuevo, la alianza entre los sectores dominantes de dichas sociedades políticas sobre la base o a expensas una vez más de la expansión y el dominio, ahora conjuntos, sobre nuevos "terceros" escalones antropológicos, o sea sobre nuevos territorios y poblaciones circundantes (o aun intercalados, si quedan disponibles) susceptibles de semejante expansión. Como consecuencia de semejante nueva expansión conjunta o aliada, estas sociedades podrán alcanzar un mayor grado de cohesión social interna y de incorporación de mayores capas sociales a la hegemonía de la sociedad en expansión. Se trata, pues, como se ve, de una reproducción a escala ampliada de la misma dinámica por la cual la facilitación de los reajustes por distensión de la tensión interna de partida puede tener lugar a expensas de la generación de nuevos desajustes y tensiones comparativamente más intensos sobre "terceros".

Y éste es precisamente el momento de la formación de las civilizaciones, es decir, de ese tejido o entramado entre ciudades, cada una de ellas cabeza o capital de algún área geopolítica de influencia, tejido que se sostiene por el (nuevo) interés común de la dominación sobre "terceros" circundantes (o intercalados) y absorbidos, y ello desde luego sin perjuicio de las diversas jerarquías, o hegemonías escalonadas, que puedan darse entre las diversas regiones geopolíticas (capitalizadas por sus correspondientes ciudades) de la civilización, jerarquías en cuyo seno tenderá a prevalecer la alianza sobre el enfrentamiento en la justa medida en que éste se encuentre descargado sobre "terceros" comunes.

A su vez, el carácter finito del territorio (y de los pueblos explotables) hará que dichas civilizaciones en expansión acaben antes o después encontrándose y enfrentándose mutuamente, reproduciéndose de este modo una vez más, a una nueva escala ampliada, la misma dinámica histórica que estamos viendo de desarrollo desigual y conjugado entre la presión sociopolítica interior y exterior. Ahora bien, en el enfrentamiento entre civilizaciones, a éstas les quedará todavía abierta la posibilidad de nuevas alianzas mutuas como descarga de sus enfrentamientos socio-políticos interiores sólo en la medida en que todavía queden "terceros" pueblos y territorios disponibles por explotar comunes y circundantes (o intercalados) al nuevo posible conjunto sociopolítico resultante de dicha alianza. Pero dada la dinámica expansiva imparable de las civilizaciones sobre estos "terceros" pueblos y territorios como condición del mantenimiento de su propia cohesión social interna, y dado el carácter finito (y esférico) del planeta, y con ello el carácter asimismo finito de estos "terceros" escalones antropológicos (socio-territoriales) susceptibles de dominio, antes o después deberá producirse una tendencia inevitable al agotamiento exhaustivo de dichos "terceros" escalones antropológicos susceptibles de dominio, a resultas del cual agotamiento deberá quedar frenada y en el límite clausurada la posibilidad de aquellas alianzas civilizatorias, de suerte que ahora la situación a la que las civilizaciones deberán verse abocadas será la de un enfrentamiento mutuo incesante –para mantener cada bloque su (relativa) distensión de la tensión interna y por ello su (relativa) cohesión social interna–.

Estamos sin duda en presencia del "momento" de la dinámica histórica en la que ésta entra en su fase histórico-universal, o sea en aquella fase en la que, debido como decimos al carácter finito (y esférico) del planeta, y por ello al carácter finito de los "terceros" escalones antropológicos dominables, se produzca la interconexión enfrentada planetaria de los bloques civilizatorios, y a través de ellos, de las diversas regiones geopolíticas e históricas escalonadas que cada uno de ellos incorporan. Sin duda que el umbral de semejante estado histórico-universal de la dinámica histórica lo constituyó la expansión americana de España, a partir de la cual comienza lo que se conoce como "Edad Moderna", y que su fase de cristalización definitiva y ya irreversiblemente universal tiene lugar a partir del desarrollo industrial de las fuerzas productivas y de las consiguientes formas de expansión industrial capitalista.

A su vez, bajo semejante condición de saturación geopolítica de la explotación indefinida de terceros eslabones antropológicos, es cuando los bloques civilizatorios comenzarán a constituirse, a la par que a autoconcebirse, como Imperios, esto es, como bloques en expansión dotados de un proyecto de unicidad universal en cuanto que inexorablemente determinados a imponer su expansión sobre los demás sin limitación alguna posible. En el caso de los Imperios, pues, su "realidad" y su "idea" (o autoconcepción) son inseparables, en la medida en que el proyecto o autoconcepción de unicidad universal del que deben dotarse es efecto forzoso de la necesidad de enfrentamiento mutuo ilimitado al que se ven abocados. Ahora bien, de aquí deriva a su vez precisamente el componente de legitimación ideológica que forzosamente deberá acompañar a la idea de todo Imperio, habida cuenta de la objetiva imposibilidad real de lograr el proyecto de unicidad universal del que sin embargo se dotan. Pues no sólo el (siquiera relativo) equilibrio de fuerzas –socio-productivas y políticas– entre los bloques civilizatorios determinados a enfrentarse ilimitadamente no asegura de entrada la victoria definitiva de algún bloque sobre los demás –como sin embargo lo piden sus ideologías imperiales respectivas–, sino que, a su vez, supuesta en el límite la victoria definitiva de algún bloque, o alianza entre ellos, sobre los demás, dicho bloque victorioso debería cargar con la totalidad de los conflictos y tensiones sociales ahora ya globalmente (universalmente) resultantes de su victoria total, conflictos éstos que llevarán necesariamente a desmembrar y hacer explotar la estructura sociopolítica del hipotético Imperio victorioso precisamente en cuanto que tal Imperio. Todos los Imperios están, pues, sometidos a la paradójica condición de ser una suerte de "fantasmas necesarios", inexorablemente abocados a un enfrentamiento mutuo ilimitado sujeto a un proyecto de ideal victoria total que sin embargo es interna y estructuralmente imposible.

Por lo demás, debe precisarse que la mencionada situación de saturación geopolítica de la explotación indefinida de terceros escalones antropológicos, y con ello la entrada en la fase de la historia universal y a su vez del inexorable juego paradójico de los Imperios, ha podido tener lugar en la Historia bien de un modo efectivo pero sólo relativo, o bien de un modo efectivo y ya absoluto, esto es, irreversiblemente universal. El primero es, por antonomasia, el caso de las civilizaciones "clásicas", en donde aquella saturación depende todavía de un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que determina la circunscripción de los enfrentamientos entre civilizaciones a unas cotas geográficas (y por tanto poblacionales) no rebasables por dichas fuerzas productivas –Finisterre era en efecto el "fin del mundo" para los Imperios enfrentados en torno al Mediterráneo–. Pero sólo cuando las fuerzas productivas alcancen su nivel industrial, y con ello se produzca la extensión planetaria de la forma industrial de producción, es cuando aquella saturación geopolítica, y con ella la historia universal y el enfrentamiento ilimitado de los Imperios, comenzará a poder alcanzar una dimensión efectiva e irreversiblemente universal. Es ahora cuando los proyectos ideológicos imperiales de proseguir la victoria ilimitadamente empezarán a poder encontrar sus límites estructurales internos a su vez universalmente insuperables.

Así pues, como se ha visto, la figura trascendental de la dinámica histórica que aquí he propuesto consiste en la "reproducción a sucesivas escalas ampliadas del desarrollo desigualmente conjugado entre la presión sociopolítica interior y la exterior" de las sociedades políticas. Pues bien: contando con semejante dinámica, nos importa ahora fijarnos, y precisamente a los efectos de detectar los parámetros de la formación de la figura de la psicología humana, en aquellos "momentos" de dicha dinámica en los que, como hemos visto, se produce una "distensión de la tensión (sociopolítica) interna" que, según decíamos, facilita los reajustes o resoluciones de los conflictos internos de partida. A su vez dichos momentos pueden tener lugar, como también se ha visto, en dos contextos distintos dados a escalas diferentes: el contexto en el que la "distensión de la tensión interna" se logra a expensas del incremento del dominio y por ello de la tensión sociopolítica sobre "terceros" escalones antropológicos con un nivel socioproductivo desigual respecto de las sociedades en expansión, y el contexto en el que la "distensión de la tensión interna" se alcanza en los momentos de pugna militar y política (relativamente) victoriosa sobre otras sociedades políticas (Estados, civilizaciones, Imperios) que por su parte tienen un nivel socio-productivo y político siquiera relativamente equiparable. No se dan desde luego a la misma escala (de enfrentamiento entre sociedades) (i) la conquista militar y el dominio socio-político que sociedades políticas desarrolladas pueden ejercer sobre "terceros" pueblos en un estado de desarrollo socio-productivo (y político) claramente menos poderoso (los iniciales "bárbaros" percibidos por las sociedades políticas "clásicas"; o los "indígenas" percibidos por las sociedades políticas modernas, bien en su fase de expansión colonial mercantil preindustrial moderna, bien en su fase de expansión industrial contemporánea) que (ii) los enfrentamientos militares y socio-políticos entre sociedades políticas desarrolladas siquiera relativamente equiparables por lo que respecta a su poder socio-productivo y político (las pugnas entre Ciudades-Estado, o entre Civilizaciones, o entre Imperios). En un caso la "distensión de la tensión interna" se logra a costa de la conquista y el dominio netos y prácticamente asegurados por el desnivel entre la sociedad dominante y la dominada, y en el otro caso dicha "distensión de la tensión interna" se alcanza relativamente y sólo mientras dura la pugna victoriosa de una sociedad política desarrollada sobre otra.

Pues bien: sostenemos que estos dos tipos de contextos (de enfrentamiento entre sociedades), dados a escalas diferentes, son aquellos en donde podremos reconocer las principales modulaciones que adopta ese ámbito de las interacciones sociales (y por ello personales) humanas en el que viene a consistir precisamente el campo de la denominada "Psicología" (humana).

Repárese, en efecto, en que, en principio y de forma general, todo momento de "distensión de la tensión interna (o de los conflictos socio-políticos internos) de partida" provee precisamente los parámetros de la formación de esa figura que caracterizábamos como "proliferación arbórea de rutas de acción meramente sustitutivas o compensatorias y mutuamente alternativas" en la que cifrábamos el campo de la psicología humana. Pues la "distensión de la tensión interna (de partida)", en efecto, ni supone que dicha tensión conflictiva de partida quede terminantemente suprimida o eliminada –como no quedaba eliminada o suprimida definitivamente la carga afectiva reprimida en la represión freudiana, puesto que permanecía "activa"–, ni tampoco implica que dicha tensión conflictiva quede efectivamente resuelta, puesto que precisamente la "distensión" permite o da cauce a la derivación de la tensión conflictiva de partida bajo la forma de esas acciones meramente "sustitutivas" o "compensatorias", o sea sólo cuasi-resolutorias, pero no efectivamente resolutorias, de los conflictos de partida, que van proliferando de forma mutuamente alternativa –así como la carga afectiva reprimida activa daba lugar a la dinámica freudiana de satisfacciones sólo sustitutivas, pero no efectivas, y alternativas de dicha carga reprimida–. Así pues, lo que sostenemos es que una sociedad política que se permite alcanzar algún determinado grado significativo de distensión de los conflictos socio-políticos internos que en un determinado momento contiene (sea a expensas del dominio consumado sobre nuevos terceros pueblos menos poderosos, sea como consecuencia de los momentos de relativa pugna victoriosa sobre otras sociedades políticas equiparables) genera por ello una derivación sustitutiva de dichos conflictos, que le permite –a la manera del "mecanismo de defensa" freudiano– prevenir o evitar o sortear el afrontamiento y la posible resolución de los mismos según la forma en la que estos de entrada se daban, y que por ello cursa bajo la forma de una dinámica de cuasirresoluciones de aquellos conflictos que van proliferando de manera alternativa –a la manera como el mecanismo de defensa cursa en la dinámica freudiana–.

Ahora bien, allí donde estos momentos de "distensión de la tensión conflictiva interna inicial", y la "dinámica sustitutiva" que ella genera, todavía tengan lugar sólo en el primer contexto de enfrentamiento al que antes nos referíamos, o sea como consecuencia de la descarga de la tensión interna sobre "terceros" escalones antropológicos desnivelados, el campo de dicha dinámica sustitutiva de interacciones sociales humanas (y por ello interpersonales) tendrá lugar todavía sólo de forma mundanamente disuelta, esto es, sin requerir todavía ninguna forma de regulación especializada, como va a ser el caso precisamente del segundo contexto de enfrentamiento antes mencionando. Es el caso paradigmático, en efecto, nos parece, de las fases de expansión victoriosa de las primeras Ciudades-Estado sobre "terceros" escalones antropológicos, y asimismo de las nuevas fases de expansión victoriosa de las civilizaciones sobre dichos terceros escalones, mientras estas civilizaciones no han entrado todavía en la fase, ya efectiva aun cuando relativa, de la historia universal.

Ahora bien, allí donde estas civilizaciones entren –como decíamos, por la tendencia al agotamiento de los terceros escalones antropológicos desnivelados–, de un modo efectivo aun cuando al principio relativo, en el curso de la historia universal, y por ello del inexorable juego (paradójico) de los Imperios, ahora los "momentos" de "distensión de la tensión interna inicial" y de su consiguiente "dinámica sustitutiva" adoptarán una modulación específica ciertamente nueva y diferente. Pues ahora los momentos de "distensión de la tensión" (interna de partida) se verán sometidos a un estado de oscilación permanente con otros momentos de "retracción de dicha distensión" (o de "nuevo incremento de la tensión") según se encuentren respectivamente las civilizaciones de referencia en un momento de relativa pugna victoriosa sobre otras o en un momento de relativa derrota. Sin duda que los ciclos (históricos) de semejante estado de oscilación pueden tener ritmos o duraciones (históricas) diferentes según los casos, pero en todo caso dicho estado de oscilación ha de ser, como decimos, permanente, en la medida en que, como decíamos, suponemos imposible la victoria total o definitiva de ningún bloque imperial sobre los demás en la situación de pugna ilimitada entre los mismos a la que estos en todo caso se ven abocados.

De este modo, las vidas de las personas pertenecientes a estos bloques imperiales se verán sometidas al estado de oscilación permanente, y de un modo que sin duda puede afectar el radio de acción de cada biografía personal individual, que tiene lugar básicamente entre estas dos polaridades: por un lado, aquellos momentos (biográficos) en donde es preciso (re)tomar las relaciones sociales (siempre de significado político), y por tanto interpersonales, con la suficiente fuerza moral como para poder afrontar y en algún grado efectivo resolver, los conflictos sociales, y por tanto interpersonales, que envuelven socialmente a las personas –momentos estos que se corresponderán con los momentos (históricos) de "retracción de distensión" como consecuencia del estado de relativa derrota del propio bloque frente a otros–, y por otro lado, aquellos momentos (biográficos) en donde puede abrirse paso la deriva cuasi-resolutoria o sustitutiva de dichos conflictos, y con ello el desfallecimiento de dicha fuerza moral –los cuales momentos sin duda se corresponderán con los momentos (históricos) de relativa pugna victoriosa del propio bloque frente a otros–.

Y será ahora cuando el campo de las interacciones humanas (sociales y personales) sometido a semejante deriva sustitutiva adoptará una nueva modulación específica, a saber: la de la formación de un nuevo tipo de instituciones sociales, específicamente encargadas de tramitar este estado de oscilación permanente, y de hacerlo además en el sentido de promover y reproducir (de un modo en principio indefinido, hasta donde el contexto histórico-político de relativa victoria lo permita) la mencionada deriva sustitutiva y por ello el desfallecimiento moral que esta conlleva. Habida cuenta, en efecto, del mencionado estado de oscilación permanente, ahora ya no será suficiente con que el momento de la deriva sustitutiva de dicho estado oscilante pueda quedar sólo "mundanamente disuelto" (como ocurría cuando dicha deriva resultaba de la victoria consumada sobre terceros escalones antropológicos desnivelados), sino que será preciso gestionar dicho momento de deriva mediante la formación de unas (nuevas) instituciones dotadas con alguna doctrina o disciplina reglada y especializada (y por tanto de algún modo ya "académica") que encauce precisamente por el camino de dicha deriva (hasta donde ello sea histórico-políticamente posible) aquel estado de oscilación permanente. Deberá tratarse, por tanto, de alguna disciplina eminentemente práctica (u orientada a la acción) que buscará (i) promover y reproducir (en principio indefinidamente, mientras ello sea histórico-políticamente posible) la mencionada deriva sustitutiva, y a la vez (ii) reconciliar doctrinalmente (y por ello ideológicamente) con dicha deriva la suerte de las personas.

Semejantes instituciones sin duda sólo podrán fraguar allí donde el contexto histórico-social esté suministrando el fondo o marco cultural objetivo que pueda canalizar el tipo de relaciones sociales interpersonales sustitutivas que la doctrina práctica de referencia promueve y legitima. Mas a su vez, y por ello, dichas instituciones podrán intercalarse entre medias de dichos canales culturales objetivos y reproducir ampliadamente (y de un modo indefinido hasta donde sea histórico-políticamente posible) dichas relaciones sociales personales.

Pues bien: nos parece que el paradigma de estas instituciones, en el seno de las civilizaciones "clásicas" y en su momento de entrada en la fase de la historia universal (si quiera relativa), viene constituido precisamente por aquellas escuelas éticas que podemos caracterizar como "salvíficas" (justo por oposición a las "políticas), esto es, por todas aquellas escuelas que de uno u otro modo promuevan y legitimen formas de "salvación personal particularizada" precisamente como (presunta) alternativa a una ética política, o sea a una ética que sólo reconozca en el marco de la política el sentido de la vida social personal. Me estoy refiriendo a la práctica totalidad de las escuelas éticas de las civilizaciones imperiales clásicas menos las estoicas –que serían precisamente el paradigma de escuela ética política–.

Pero entonces lo anterior quiere decir que estamos reconociendo ya, siquiera en ejercicio, como una forma de institución reglada y especializada de Psicología (humana) a las mencionadas escuelas éticas clásicas salvíficas. Lo cual supone asimismo entender, a la recíproca, que la institución académica (o universitaria) y profesional denominada "Psicología" gestada en nuestras actuales sociedades contemporáneas desarrolladas constituye en realidad una continuación y una modulación especial de la actividad (práctica y doctrinal o ideológica) de las escuelas éticas salvíficas clásicas. Justamente aquella modulación, en efecto, que se corresponde con la entrada de las sociedades políticas en la fase ya absoluta e irreversible de la historia universal, o sea la fase de las pugnas imperialistas mundiales ilimitadas a la escala del capitalismo industrial. Lo que la (actual) Psicología (humana), universitaria y profesional, estaría haciendo, en efecto, no es sino gestionar el estado de "oscilación permanente" entre las "dos mencionadas polaridades" que tiene lugar específicamente en las actuales sociedades imperialistas capitalistas industriales, y en el sentido sin duda de promover y reproducir ampliadamente (y de un modo en principio indefinido mientras el relativo momento victorioso de sus correspondientes imperios así lo permitan), la mencionada deriva sustitutiva característica de estas sociedades imperiales en estado de relativa pugna victoriosa.

A este respecto, es preciso contar ciertamente con la creciente capacidad productiva industrial de estas sociedades, y asimismo con el progresivo incremento de su cohesión (o "bienestar") social, y por ello del consumo al que pueden ir accediendo en masa crecientes capas sociales diversas de estas sociedades –según éstas se mantengan precisamente en estado de relativa pugna victoriosa sobre otras–, para poder comprender la creciente capacidad de estas sociedades para ir multiplicando exponencialmente de un modo incesante la construcción de escenarios culturales objetivos en donde pueda ir teniendo lugar esa proliferación arbórea de alternativas mutuas de acción social interpersonal cuasi-resolutoria. Se trata, en realidad, de una "encrucijada de ficciones" (de cuasi-resoluciones) cuyo carácter ficticio (sólo meramente "sustitutivo" o "compensatorio") va agudizándose según se multiplica exponencialmente su propia proliferación arbórea. Y es en la gestión de dicha situación en lo que consisten las diversas "intervenciones psicológicas". Lo que la (actual) Psicología (humana) estaría haciendo, en efecto, es básicamente esto: (i) promover y reproducir ampliadamente (hasta donde el estado de relativa pugna victoriosa de su sociedad le permite) dicha proliferación arbórea incesante de encrucijadas de ficciones, y así mismo (ii) legitimar ideológicamente dicha actuación al reconciliar a las personas sometidas a su intervención con semejante suerte, y ello mediante la generación del espejismo del carácter ilimitadamente indefinido de la propia situación que reproduce. Este espejismo sin duda se acompasa y corresponde con el fantasma ideológico que caracteriza a cada Imperio consistente en su proyecto de victoria definitiva y total sobre cualquier otro, cosa ésta que precisamente parece confirmada por cada momento de relativa pugna victoriosa que la propia Psicología tramita y legitima. De este modo es la propia (actual) Psicología (humana) la que se alimenta y reproduce (se realimenta con) el fantasma ideológico que caracteriza a todos los Imperios –y en esto reside el núcleo de su componente doctrinal ideológico–.

Éste es, en efecto, el verdadero atractor responsable de la formación y del mantenimiento, así como de su éxito institucional pletórico, de la institución universitaria y profesional de la (así denominada actualmente) Psicología (humana); y no desde luego, la mera técnica de adiestramiento de conductas animales, y tampoco los problemas conceptuales del campo categorial de la biología (zoología) conductual. Se trata ciertamente de un tipo de "adiestramiento" muy particular –por comparación con el genuino adiestramiento de conductas animales–: pues se trata, como estamos viendo, de la técnica del "adiestramiento" en la mencionada encrucijada de ficciones sometida a una incesante proliferación arbórea y de su correspondiente legitimación ideológica en el sentido que hemos visto. Así pues, no hay en realidad ninguna relación conceptual unívoca, ni siquiera de analogía, sino más bien de equivocidad, entre el contenido y los procedimientos de esta técnica de "adiestramiento" antropológico y las efectivas técnicas de adiestramiento de conductas animales, y asimismo respecto del momento conductual del campo de la biología (zoología) conductual. El término y el concepto mismo de "Psicología" no es, pues, unívoco, y ni tan siquiera análogo, sino más bien equívoco.

Y es dicho carácter equívoco el que nos permite comprender, a la postre y de un modo cabal, ese necesario punto ciego de autoconcepción al que según decíamos se verá obligada la técnica de "adiestramiento" antropológico en la que de hecho consiste la (actual) Psicología (humana). Pues será esta técnica, en efecto, la que necesariamente se (auto)concebirá como poseyendo un campo (categorial) propio, y propio precisamente en cuanto que presuntamente unificado con la conducta animal. Mas con ello sólo estará deformando y encubriendo, y por ello legitimando, su efectivo carácter de mera técnica de "adiestramiento" antropológico en las mencionadas encrucijadas de ficciones que genera en proliferación arbórea la sociedad de la que se realimenta.

3.- El análisis funcional "aplicado" de la conducta en el contexto antropológico.

Y asimismo podremos comprender, por fin, y para terminar, en qué consiste el manejo de las "contingencias de reforzamiento" por parte del "análisis funcional de la conducta (aplicado)", y advertir de este modo no sólo la efectiva lejanía, o relación equívoca, entre dicho análisis funcional "aplicado" y el control de las contingencias de reforzamiento por parte del análisis funcional de la conducta animal, sino asimismo la singular relación de cobertura ideológica que este último viene a prestar al primero.

Pues las "contingencias" (de "reforzamiento") que de hecho se manejan en el llamado análisis funcional "aplicado" –o sea en el contexto antropológico– no son sino aquellas distintas rutas de acción que veíamos que la persona puede seguir en cuanto que mutuamente alternativas para cada posible nudo de la red de proliferaciones arbóreas de dichas posibles rutas. Y el carácter "reforzante" de cada una de estas posibles rutas alternativas no consiste sino en el posible encauzamiento diferencial de alguna de ellas frente a otras en cada posible situación de elección. Ahora bien, ya hemos visto el carácter ficticio de cada una de estas posibles rutas de acción alternativas, es decir que todas ellas consisten en cuasi-resoluciones meramente sustitutivas o compensatorias de conflictos (sociales e interpersonales) de partida que han quedado irresueltos y por ello derivados a semejante dinámica sustitutiva. Y por ello la situación de quedar eventualmente reforzada alguna de aquellas rutas diferencialmente con respecto a otras consiste de hecho en la prosecución y reproducción del desfallecimiento moral implicado por dicha deriva sustitutiva.

En el contexto antropológico, en efecto, resulta que aquello que denominamos "reforzar" psicológicamente consiste en realidad en debilitar moralmente, o sea en promover alguna posible acción sustitutiva o cuasi-resolutoria de la efectiva resolución moral de un conflicto. Y es la prosecución, en definitiva, de semejante dinámica de indefinido desfallecimiento moral de la persona en lo que consiste en efecto el manejo de las "contingencias de reforzamiento" en el contexto antropológico.

Se comprende, entonces, el carácter conceptualmente equívoco de dichas "contingencias de reforzamiento" manejadas en el contexto antropológico con respecto de las "contingencias de reforzamiento" obtenidas en el adiestramiento experimental de conductas animales. En el contexto zoológico, en efecto, una conducta operante queda "reforzada" en cuanto que queda diferencialmente seleccionada frente a otras posibles conductas alternativas por efecto de alguna experiencia hedónica (de placer o de dolor sensorial) que de este modo cancela en cada caso el ciclo conductual. En el contexto antropológico, una acción humana queda "reforzada" en cuanto que queda de hecho sustituida la posible resolución efectiva de un conflicto moral por algún posible sustituto de dicha resolución alternativo (o contingente) a otros no menos posibles sustitutos.

Mas por lo mismo podemos, a fin de cuentas, comprender el rendimiento ideológico del modo pragmatista tautológico de tratar a las "contingencias de reforzamiento" por parte de la filosofía del conductismo radical. Estas han sido tratadas, en efecto, como decíamos, de un modo abstracto-indiferenciado con respecto a los contenidos de sus posibles contextos determinados diferentes: sin duda, como veíamos, con respecto a los problemas conceptuales cruciales del campo de la biología conductual; pero también podemos advertir ahora que asimismo han sido tratadas de un modo abstracto-indiferenciado con respecto al contexto antropológico en el que funcionan de un modo ciertamente muy diferente (equívoco). Dicha abstracción indiferenciada respecto del contexto biológico acarreaba como vimos inevitables e importantes distorsiones conceptuales relativas a la relación entre conducta y biología; pero también podemos ahora advertir que implicaba unos rendimientos ideológicos muy determinados: Pues podemos comprender que semejante nivel de indefinición o de abstracción indiferenciada (cuando la contemplamos ahora tanto con respecto al contexto zoológico como con respecto al contexto antropológico) es el que precisamente permite generar el espejismo de concebir a las "contingencias de reforzamiento" como si poseyesen por sí mismas un campo propio, y propio precisamente en cuanto que unificado (en sus dos contextos, el zoológico y el antropológico). Sin duda que dicho espejismo sólo se logra a costa de borrar (de abstraer indiferenciadamente) las características determinadas de dichas "contingencias" en cada uno de los dos contextos, y por lo tanto las diferencias irreductibles –el carácter equívoco– entre los mismos. Mas por ello mismo dicho espejismo obtiene indudables rendimientos ideológicos, pues encubre y deforma, y por ello legitima ideológicamente, el verdadero y efectivo generador del éxito social del análisis funcional, que no es desde luego el adiestramiento experimental de conductas animales en las cajas de Skinner, sino ese otro "adiestramiento" antropológico en la deriva sustitutiva y debilitadora de los conflictos morales de nuestra sociedad.

De aquí, por fin, que el concepto mismo de análisis "aplicado" forme parte de dicho espejismo. Pues no se trata en realidad de ninguna presunta "aplicación" de un presunto conocimiento previamente obtenido en una investigación experimental "básica" (en vez de "aplicada"). Antes bien, será preciso concluir, a resultas de nuestro análisis, que las miles y miles de curvas acumulativas obtenidas experimentalmente con diversos organismos animales en las cajas de Skinner no han hecho a la postre otra cosa más que proporcionar la cobertura o el pretexto ideológico para encubrir y deformar, y por ello legitimar, las verdaderas fuentes antropológicas del indudable éxito social del análisis funcional. Como ocurre, por cierto, en general, con la Psicología presuntamente "básica" (o "teórica", o "teórico-experimental"; o como quiera que se la denomine, y por ello se la encubra y deforme ideológicamente): que no tiene otra función más que la de encubrir y deformar, y por ello ideológicamente legitimar, las verdaderas fuentes antropológicas de alimentación de la (asimismo mal denominada) Psicología "aplicada", que son las fuentes cuya figura en este trabajo hemos procurado esbozar.

 

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NOTAS:

(*) Juan Bautista Fuentes Ortega es profesor de la Facultad de Filosofía de la U.C.M.

 

 
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