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[Preámbulo] En primer lugar... como se dice siempre, muchas gracias por haberme invitado a dar esta ponencia, especialmente por la Asamblea de la Facultad, con la Facultad de Filología... Es un honor para mí, con palabras muy grandes y muchas comillas. Y creo que tengo algo así como tres cuartos de hora. Voy a intentar hablar, digamos, resumidamente, del título de esta ponencia, o de acuerdo con el título de esta ponencia que dice La quiebra de la universidad de élites, es decir, partiendo de la tesis de que la Universidad de élites como modelo de institución universitaria que ha estado vigente durante muchísimo tiempo, de alguna manera ha entrado en crisis, una crisis ya larga, puesto que se remonta a principios del siglo pasado, del siglo XX, y de alguna manera a los procesos de reforma, entre otros, el proceso actual de reforma. Son intentos por parte de determinados sectores, de fuerzas políticas, etcétera, de configurar la Universidad de acuerdo con determinados proyectos políticos y sociales. El primer punto por tanto que quisiera señalar es cómo, en mi opinión, tradicionalmente, la Universidad ha sido entendida como una Universidad de élites, no como una Universidad de masas. Quizá el problema es, justamente, la ruptura de ese modelo y la emergencia de una Universidad de masas, con todos los caracteres positivos y negativos que eso tiene: masificación, pero a la vez acceso de gran parte de la población o de una mayor parte de la población a la Universidad. Para documentar un poco por qué pienso o por qué defiendo que la institución universitaria ha sido una Universidad de élites, una enseñanza de élites durante largo tiempo, hay que remontarse un tanto a la historia de la Universidad... [Ponencia] Quisiera centrar esta ponencia en la crisis de la Universidad de elites, entendiendo por tal un modelo que ha dominado la institución universitaria desde hace varios lustros. No voy a hacer una historia de la Universidad, lo cual sería largo, prolijo y pesado para todos pero sí conviene tener algunos datos en la memoria que se repiten más de una vez en el discurso tradicional sobre la Universidad. Las primeras Universidades sabemos que son fundadas por las autoridades políticas como corporaciones dedicadas a la transmisión del saber. Su función básica es la transmisión de un saber ya obtenido que se remonta en muchos casos a las fuentes griegas, árabes o bizantinas. Ese es su objetivo principal, que no incluye la investigación ni por supuesto la innovación, sino más bien el cuidado y la transmisión de lo ya sabido. Los beneficiarios de la Institución, lo alumnos, serán los encargados de perpetuar ese saber y de ponerlo en práctica en sociedades mayormente analfabetas, cumpliendo con las tareas letradas (dar fe, intervenir en los pleitos, redactar memorias o crónicas de sucesos, intervenir en negociaciones, hacer de preceptores de los príncipes y grandes de la época, etc.). Nos encontramos pues con una Universidad de carácter elitista, dirigida a la formación de los dirigentes a través de la transmisión de un saber acumulado. Y esos dos rasgos: 1) educar a aquella parte de la sociedad que, por diversas causas que dependen a su vez de la propia estructura social, se considera llamada a la tarea de dirigirla, capacitándoles justamente para eso, 2) y hacerlo permitiéndoles acceder a un saber ya disponible, conforman sus rasgos básicos. En esta tarea el saber socialmente disponible, el saber ya adquirido, permite la capacitación, pues se vincula a los logros intelectuales disponibles que provienen de una época pasada: el derecho romano, la historia y la filosofía griega... No vamos a detenernos en el modelo; lo que me importa es resaltar cómo esa concepción de la Institución como guardiana de un saber antiguo útil socialmente especialmente para el buen gobierno se mantiene como una característica de las concepciones más tradicionales. La segunda función que no se añade a ésta sino tardíamente, en torno a los siglos XVIII y XIX, es la de acoger la producción de nuevo conocimiento, especialmente en el marco de las ciencias experimentales. Al núcleo clásico de los saberes universitarios (teología, filosofía, derecho...) se añaden las ciencias experimentales que tienden a desplazar a las antiguas disciplinas y a introducir bajo la forma de institutos universitarios, nuevas labores de investigación. La Universidad decimonónica mantiene sin embargo sus rasgos elitistas pues no sólo es una minoría social la que accede a ella, por el nivel de ingresos que exige y por la necesidad de dedicar al estudio un tiempo de vida, cosa que no pueden permitirse los más pobres, sino también porque los saberes universitarios siguen estando ligados a las tareas de gobierno y de dirección en la sociedad, en la política y en la empresa. En esa época por lo general las Universidades no están vinculadas a las grandes empresas pero empieza a darse una convergencia entre unas y otras. Se trata del modelo clásico de la Universidad burguesa: una Institución con pocos alumnos y pocos, pero muy respetados profesores, sostenida por los organismos estatales con dinero público y dedicada básicamente a la docencia y a la investigación, o sea a la transmisión del saber y la capacitación para enseñarlo y ejercerlo, y a la producción de saber nuevo. La Universidad burguesa tiene entre sus objetivos destacados la enseñanza tendiente al ejercicio profesional. Es una enseñanza orientada a capacitar a los alumnos para el ejercicio de las profesiones cualificadas. Se trata de Facultades como Medicina, que es una de las primeras en organizarse para la expedición de títulos, Farmacia, Veterinaria, Química, etc. De este modo encontramos que en las sociedades modernas una parte considerable del trabajo intelectual exige la titulación pertinente lo que supone un gran aumento de las Universidades, pues ellas son las encargadas de tal función. Las Facultades, convertidas en fábricas de títulos (o de titulados) garantizan, cuando menos teóricamente, la idoneidad de ese tipo de trabajadores. Con esa nueva función la Universidad, tendencialmente, empieza a convertirse en una universidad de masas, pues ya no se trata sólo o fundamentalmente, de formar a las capas dirigentes dándoles un marchamo de legitimidad y, quizá adiestrándolas en el manejo de ciertos saberes, códigos y maneras que den un sello a su dominación, sino que, aún siendo clasista en su composición, especialmente por el origen de clase de alumnos y profesores, su vinculación al ejercicio de las profesiones intelectuales la liga estrechamente a la dinámica de una sociedad en la que ese tipo de trabajo, el trabajo intelectual, ocupa cada vez más un lugar predominante. En consecuencia la acelerada transformación de las sociedades capitalistas occidentales hacia un mayor protagonismo del conocimiento y la información arrastra tras sí a las instituciones universitarias que reciben una afluencia de alumnos cada vez mayor y deben dar cabida a nuevos estudios y nuevas profesiones. La formación universitaria empieza a considerarse en consecuencia como un servicio que pueden ofrecer también instituciones privadas; más que como un derecho se la empieza a tratar como un negocio virtualmente lucrativo pues aumenta la demanda entre jóvenes interesados en aumentar su perfil profesional y con cierta capacidad de compra. La privatización no pasa sólo por la creación y mantenimiento de Universidades privadas sino por transformar la enseñanza superior o "terciaria" como se dice en los documentos oficiales, en mercancía sujeta a los mecanismos del mercado. En este punto las Universidades tradicionales se encuentran con una fuerte o incipiente competencia que las empuja a buscar formas más sofisticadas y flexibles para adecuar los estudios a las demandas que están apareciendo pues bascula fuertemente su tradicional monopolio. Un informe de la OCDE de 1997 destaca este punto y la necesidad de flexibilizar, introducir variaciones en los créditos... La propia forma del crédito responde a una concepción básicamente comercial pues el estudiante digamos que compra el derecho de enseñanza por un determinado lapso de tiempo, compra tiempo y contenido y en cuanto comprador ocupa la situación de cualquier comprador de supermercado. El docente ocupa a la vez la posición del ofertante del servicio y en este sentido da lo mismo que sea trabajador público o privado. Ahora bien, dadas las tensiones existentes entre las diversas fuerzas por conformar la Universidad de acuerdo con sus proyectos e intenciones, quisiera dibujar someramente algunas de las confrontaciones actuales enunciando a la vez, sucintamente, algunas tesis, cuando menos provisionales:
El taylorismo educativo hace de la actividad docente un ejercicio de tanto a la hora, y de la comprobación de resultados, una especie de control de calidad superficial. La formación es más bien baja, como una especie de baño cultural con funciones introductorias y de selección social más que cualquier otra cosa que hace del alumno un aspirante cualificado a ejercer una profesión intelectual y poco más. La respuesta elitista a la masificación ha sido la creación de universidades privadas en las que posiblemente la formación esté sujeta a las mismas restricciones pero el control de los rendimientos sea relativamente más alto. Una mayor financiación, sea a través de las cuotas de los alumnos y/o a través de donaciones empresariales y fundaciones, las vincula en mayor medida a los grandes grupos empresariales y doctrinales que pueden influir en ellas para amoldarlas a sus exigencias. En consecuencia las Universidades privadas pueden intentar mantener el ideal decimonónico: clasista, dominante y exigente. Con mejores dotaciones económicas y seleccionando los profesores y los alumnos puede concentrarse en su público y dejar a las públicas, con poco dinero y muchos alumnos como centros de masas. Está claro que en este punto el interés de la mayoría social exige justamente lo contrario aunque es la propia estructura de la sociedad capitalista la que se transluce en esta cuestión.
Podríamos decir que también en este punto se ha dado un paso más en relación a la Universidad clásica, en la medida en que ya no basta arrojar todos los años un número más o menos alto de licenciados al mercado de trabajo, sino que se trata de regular, por una parte, el número de licenciados que va a salir cada año, y por otra, de vincular más estrechamente los estudios a las necesidades de las ramas en cuestión. En este punto conviene distinguir entre la docencia y la investigación. En la docencia el número de materias, los créditos que se asignen a cada una, el nivel de dificultad,.. creo que obedecen en mayor medida a criterios y pugnas corporativas que a exigencias de las empresas o de la industria. Por el contrario en la investigación la vinculación con las empresas es capital ya que es a través de ella que se consiguen los proyectos y eso supone un volumen considerable de dinero. No quiero decir que las empresas financien directamente sino que a través de los convenios se accede justamente a la financiación de los Planes del I+D, los fondos de la CE, etc. En una intervención que hice en esta misma Facultad hace unos años señalaba que de esta forma se transfiere capital social, es decir recursos procedentes de impuestos a empresas privadas con un peculiar trasiego de fondos, recursos materiales y personal. Lo cual lleva aparejado un considerable ámbito de influencias. También en este punto el formato existente es el propio de la sociedad mercantil, o sea convenios que estipulan las condiciones de los acuerdos. El hecho de que algunas corporaciones estén presentes en el Consejo Social favorecerá sin duda esas prácticas.
El segundo son las dificultades económicas, razón por la cual una política generosa de becas es la única manera de salvar las diferencias sociales. Según lo dicho hasta ahora podría pensarse que caben dos posibilidades: la Universidad elitista de base humanista, dirigida a la formación de las elites dominantes y la Universidad funcional al sistema capitalista, encargada de la formación de fuerza de trabajo cualificada y lo más estrechamente unida a él cuanto sea posible. La diferencia estaría en la mayor o menor importancia concedida a ciertos estudios de prestigio, como filosofía, y a la mayor o menor incidencia de los elementos tecnocráticos. Ambos modelos se enfrentan a la crisis de la sociedad burguesa con la aparición de la sociedad de masas que caracteriza el s. XX y que arrastra a la Universidad. Un precedente de esta crisis y de formas autoritarias de resolverla la encontramos en la "reforma fascista" que tiene lugar en Alemania tras la toma del poder por los nazis y se implanta también en otros países como la España franquista. Esta reforma se caracteriza por una gran vinculación política de la Universidad al régimen político introduciendo en ella el principio de caudillaje tal como funciona en el resto de organismos estatales. Se elimina la "autonomía de la Universidad" y se suspenden los organismos elegidos sustituyéndolos por una dirección unipersonal y órganos colegiados. Se argumenta ese paso con la necesidad de unidad en la voluntad de regir la Universidad y la enseñanza en su conjunto poniéndola, en teoría, al servicio de las tareas históricas de un pueblo. Toda esa fraseología sobre el destino en lo universal, etc., etc., acompaña tal reforma. Por otra parte, tal como magistralmente expone Heidegger en su discurso del Rectorado, se trata de formar "buenos estudiosos", "buenos soldados" y "buenos trabajadores", razón por la cual las tareas se organizan en esos tres frentes: el estudio, la formación militar y deportiva y la actividad en los campamentos de trabajo. Sin embargo ya desde el momento en que empieza a imponerse con gran fuerza la sociedad de masas en las sociedades occidentales durante el pasado siglo, la gran afluencia de jóvenes a la Universidad, la relativa imposibilidad de que una gran mayoría acceda a los empleos para los que han estudiado y la crisis consiguiente a este modelo social, han propiciado el surgimiento de movimientos estudiantiles poderosos. Los encontramos desde los años 30 en sociedades como la francesa y la alemana y desde los 60 en España. El movimiento estudiantil plantea a su vez otra concepción de la Universidad.
En este rápido bosquejo lo que se observa es que los movimientos estudiantiles rápidamente rebasan los estrechos marcos de la institución universitaria y se plantean la inserción social de ésta, pero no desde parámetros funcionalistas sobre cuál sea el mejor acomodo de la Universidad en la sociedad actual o cuando menos, no sólo de este modo, sino desde una perspectiva más amplia que implica tener en cuenta qué Universidad se quiere y en qué sociedad. [*] Montserrat Galcerán es profesora de la Facultad de Filosofía de la UCM |
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