|
Ante
la actual movilización social frente al Proyecto de Ley Orgánica
de Universidades (LOU), en la que parecen converger las perspectivas
de los estudiantes, de la Conferencia de Rectores de las Universidades
españolas (CRUE), y de la oposición parlamentaria
al partido en el gobierno, nos parece una cuestión de primerísima
importancia someter a discusión, tanto en el ámbito
universitario y docente como en la sociedad en su conjunto, una
idea que parecen compartir la mayoría, si no la práctica
totalidad, de las partes en litigio: se trata, en efecto, de la
idea de "sociedad del conocimiento", como un proyecto
al parecer por todos compartido y cuya bondad nadie fuera a poner
en cuestión, de modo que parece que de lo que se trata es
de discernir cuál o cuáles de las distintas partes
contendientes puede realizar con mayor perfección el proyecto
contenido en semejante idea.
He
aquí una muestra de ese supuesto de fondo comúnmente
compartido: En el apartado I de la "Exposición de motivos"
de la LOU se nos dice: "Estos nuevos escenarios y desafíos
requieren nuevas formas de abordarlos y el sistema universitario
español está en su mejor momento histórico
para responder a un reto de enorme trascendencia: articular la sociedad
del conocimiento en nuestro país". Por su parte, la
circular redactada por la Secretaría de Educación,
Universidad, Cultura e Investigación del PSOE, al objeto
de promover la crítica de la LOU, se titula ella misma "Una
Universidad para la Sociedad del Conocimiento". Por lo demás,
no tenemos noticia de ninguna autoridad académica perteneciente
a la CRUE que haya manifestado crítica alguna de la idea
de "sociedad del conocimiento" y, por lo que sabemos,
sólo desde algún sector muy determinado del movimiento
estudiantil se han discutido con criterio las implicaciones de semejante
idea.
Sin
embargo, estimamos que ésta es precisamente la idea de fondo
que debe ser sometida a discusión, y ello como condición
imprescindible para poder llevar a cabo una oposición a la
LOU que sea efectivamente adecuada en la medida misma en que, sin
dejar de criticar dicho Proyecto de Ley, lo critique como lo que
es, esto es, un muestra más -y acaso no la peor - de una
tendencia general que asimismo comparten otras muchas partes sociales
y políticas que sin embargo se oponen asimismo en el momento
presente a dicho Proyecto. Sólo estableciendo semejante crítica
o criba conceptual, podrá introducirse una cuña en
el actual movimiento de oposición que, desprendiendo aquellos
posibles sectores suyos que puedan compartir la tendencia común
de fondo de aquellos otros posibles sectores capaces de oponerse
a dicha tendencia, pueda enderezar dicho movimiento siquiera hacia
posiciones verdaderamente críticas tanto de la actual LOU
como de la tendencia general que ella expresa y prosigue.
Nuestra
intención es, pues, colaborar a promover, mediante el presente
texto, el tipo de debate que consideramos necesario.
De
entrada, es sin duda preciso reconocer que desde los comienzos mismos
de la sociedad industrial las ciencias estrictas -las ciencias físico-naturales
y sus diversas ramas- han ido generando en el espacio social tecnologías
asociadas cuya dinamización se ha visto sin duda impulsada
por intereses productivos del sistema socioeconómico generado
por dicha forma industrial de producción. En este sentido,
creemos que no hay lugar para escandalizarse, por parte de nadie,
ante el incremento comparativo de la presencia de las diversas ciencias
estrictas y de sus tecnologías asociadas en las Universidades
contemporáneas crecidas al compás del desarrollo de
la sociedad industrial. Ahora bien, precisamente es el formidable
edificio levantado por el complejo científico-tecnológico
en la sociedad contemporánea el que nos pone a todos frente
a la inexorable responsabilidad del control público -esto
es, político y social- de los posibles cursos sociales diferentes
que pueda ir tomando dicho edificio sobre el que ciertamente no
parece que quepa globalmente ninguna clase de marcha atrás.
Y es precisamente el camino que este edificio viene tomando en los
últimos años en los países con "economía
desarrollada" (con ritmos y formas histórico-geográficas
propias, sin duda) aquel que precisamente viene ahora a querer ser
ajustado y promovido en dichas sociedades mediante el espejismo
ideológico contenido en la idea de "sociedad del conocimiento".
Pues
dicho camino incluye, en efecto, no ya sólo una creciente
desarrollo comparativo de las tecnologías en detrimento de
la investigación científica básica, sino asimismo,
y muy específicamente, un crecimiento de la investigación
y de las aplicaciones tecnológicas cada vez más desligado
del control científico (teórico) de los posibles efectos
(humanos, sociales, ecológicos) de dicha investigación
y aplicaciones tecnológicas. Asistimos, en efecto, en los
últimos años, en las sociedades con economías
"desarrolladas", a una explosión imparable de unas
investigaciones y aplicaciones tecnológicas indefinidamente
ramificadas y cada vez más autónomas respecto de todo
posible control científico (teórico) de sus consecuencias.
Esta independencia creciente, y al parecer imparable, de la explosión
tecnológica con respecto a su posible control científico
no es socialmente neutral: la inversión en investigaciones
y aplicaciones tecnológicas obtiene rendimientos más
inmediatos por lo que respecta al incremento imparable de la productividad,
a su vez realimentada por el crecimiento imparable del consumo,
mientras que por otro lado el control científico de dichas
aplicaciones tecnológicas supondría un incremento
de la inversión no susceptible de ser tan inmediatamente
rentabilizado por los intereses implicados en optimizar la relación
entre inversión y rendimientos productivos y por ello precisamente
interesados en dicho desarrollo tecnológico desprendido de
todo control científico. A su vez, al compás mismo
del desarrollo de dichas tecnologías desprendidas de todo
control científico, en cuanto que dicho desprendimiento resulta
estar más inmediatamente vinculado a la optimización
de la relación entre inversión y rentabilidad (productiva),
se produce la progresiva ausencia de control público (social
y político) de la propia investigación científica
(básica, teórica), el cual control va siendo desplazado
y sustituido por el exclusivo control de la sola investigación
tecnológica por parte de los intereses implicados en la optimización
entre inversión y rentabilidad.
Así
pues, la tendencia global que estamos experimentado en los últimos
años en las sociedades con economías "desarrolladas"
consiste en que el control público que pudiera y debiera
asegurar- mediante el debate socio-político público
e informado -las direcciones en cada caso a imprimir a la investigación
básica en las ciencias como condición del control
de sus aplicaciones tecnológicas va quedando sustituido por
el control económico privado de dichas aplicaciones tecnológicas
en cuanto que desprendidas de todo posible control científico
y por ello del control público de dicho control científico.
Es justamente semejante estado de cosas el que ha comenzado ha ser
denominado como la "sociedad del conocimiento".
Por lo
demás, y a su vez, en aquellas sociedades "desarrolladas"
cuyo sistema socioeconómico no les ha permitido, por razones
históricas, generar la suficiente capacidad de inversión
privada como para levantar desde dicha inversión sus propias
universidades privadas (paradigmáticamente: las sociedades
europeas, y aún más la española, frente a la
norteamericana), la estrategia consiste en poner lo más rápida
y ajustadamente posible, toda la infraestructura (humana, institucional
y científico-técnica) de las universidades públicas
al servicio de semejante "política" que busca la
sustitución del control genuinamente político de la
ciencias y de las tecnologías por el control privado económicamente
optimizado de las tecnologías desprendidas de control científico.
A este proceso de ocupación de las universidades públicas
por parte de los intereses económicos privados "optimizadores"
se le viene concibiendo últimamente como un proceso de "necesaria"
"adaptación" de la universidad de los "desafíos"
o los "retos" de la actual "sociedad del conocimiento".
Se comprende
entonces el tipo de organización administrativa que debe
imponerse en las Universidades de acuerdo con la satisfacción
de semejantes "desafíos" de "nuestro tiempo".
Frente a todo posible control público o político centralizado
de las Autonomías universitarias, se tenderá a hacer
prevalecer dichas Autonomías, la cuales, a su vez y más
específicamente, se buscará subordinar a los denominados
"consejos sociales", que son la vía a través
de la cual se imponen los intereses económicos privados "optimizadores"
en la Universidad. Pues no es, en efecto, "La Sociedad"
-al parecer, tomada en abstracto, o en general-, aquella que se
hace valer en la Universidad por medio de los denominados "consejos
sociales", sino muy específicamente aquellos intereses
económicos privados "optimizadores" -en todo caso
apoyados por comparsas como los actuales sindicatos-, y ello en
la medida misma en que la única determinación efectivamente
posible de la "sociedad", a saber, la sociedad política
mediante sus mecanismos políticos de control público,
va perdiendo precisamente control de la universidad al ir desapareciendo
las imprescindible centralización planificada mínima
de las autonomías universitarias, las cuales a su vez, y
en cuanto que central y políticamente controladas, no debieran
ceder ante los "Consejos sociales".
Por lo
demás, y a su vez, el mapa sociológico que, desde
el punto de vista laboral, quiere obtenerse mediante la "necesaria
adaptación de la universidad -y de la enseñanza secundaria-
a la sociedad del conocimiento" comienza a tomar una morfología
muy característica. Se trata, por un lado, de segmentar la
enseñanza secundaria destinada a ocupaciones profesionales
sub-universitarias en tantos niveles de cualificación como
lo requieran las diversas ramas de la producción y los servicios,
y a su vez, y por otro lado, de segmentar asimismo la enseñanza
universitaria en otros tantos segmentos comparativamente más
cualificados pero en todo caso formando con los primeros un continuo
de niveles de cualificación que respondan todos ellos, y
esta es la clave, a la indefinidamente creciente diversificación
especializada en ramas productivas y de servicios que requiere una
producción "tecnológicamente optimizada".
Se trata por tanto de disponer la mano de obra en un continuo laboral
de escalones de cualificación ligados a la creciente especialización
de los diversos segmentos de una ramificación indefinidamente
creciente de trabajo puramente tecnológico, ocupados cada
uno en su segmento o subsegmento de especialización y en
su nivel de cualificación, mas de tal modo que en dicho continuo
tienda a desaparecer, incluso por sus segmentos más cualificados
-pero a su vez superespecializados- toda formación (y por
tanto todo juicio) propiamente científico. A semejante disposición
sociológico-cognoscitiva de la población laboral se
la entiende también como el acceso de la población
a la "sociedad del conocimiento"; o a veces también
esta disposición -ya diseñada y lograda, íntegramente
en sus tramos secundarios, y en buena medida en los universitarios,
mediante la LOGSE y la LRU, por el gobierno anterior al que actualmente
nos gobierna- se la defiende como el acceso de la población
a la "universalización de la enseñanza",
cuando es el caso que, por su diseño, al compás mismo
en que se extiende universalmente la enseñanza entra la población
se evaporan los contenidos sustantivos propiamente universales de
lo que se enseña.
Por lo
demás, semejante disposición sociológico-cognoscitiva
del mapa laboral no es ni mucho menos neutral desde el punto de
vista político o ciudadano. Pues esta relación entre
cualificación (cognoscitiva) y especialización (tecnológica)
- que implica que el incremento de la cualificación cognoscitiva
sólo se logra mediante la especialización tecnológica
-, combinada y realimentada con la creación de una creciente
sociedad de consumidores satisfechos que alimentan, mediante el
consumo indefinido, aquella misma disposición del mapa sociológico-cognoscitivo
laboral en el que trabajan, tenderá indefectiblemente a ir
colapsando las condiciones mismas de posibilidad de esa sin embargo
necesaria sabiduría consistente en la reflexión totalizadora
sobre el conjunto de las relaciones sociales y de los diversos conocimientos
y tareas laborales que la sociedad genera, una sabiduría
que no se reduce a ninguna de estos conocimientos y tareas, pero
que los presupone a todos, y que sólo puede gestarse entre
medias de todos ellos como algo en principio a lo que debiera poder
acceder cualquiera, sea cual fuese su oficio, conocimiento o posición
social : nos referimos a esa sabiduría que consiste en la
formación del juicio político de cada ciudadano, sólo
mediante el cual juicio podrá participar en la vida política
misma de la sociedad.
Queremos,
en efecto, llamar enérgicamente la atención sobre
el hecho de que la realimentación imparable entre aquella
disposición del mapa laboral sociológico-cognoscitivo
que sus valedores llaman "sociedad del conocimiento" y
la creación de una sociedad de acomodados consumidores satisfechos
que dicho mapa genera, cercena las posibilidades mismas del juicio
político ciudadano y convierte a la siempre necesaria sociedad
política en un fantasma de sí misma incapaz de reobrar
reflexivamente sobre su propio curso.
Es de
primera importancia, por esto, llamar en este contexto la atención
sobre el lugar de las "humanidades" en la educación
-secundaria y universitaria-, pues estimamos que cualquier clase
de defensa de las humanidades que vaya asociada a la defensa de
la denominada "sociedad del conocimiento" es objetivamente
un acto de mala fe, reduciéndose a lo sumo a una suerte de
condimento puramente publicitario o propagandístico de intereses
partidistas, pero nunca una defensa recta y leal de las mismas.
Ante todo, es preciso dejar claro que cuando hablamos de "humanidades"
no nos estamos refiriendo a las denominadas "ciencias sociales"
(economía, sociología, psicología, "ciencias
de la información", antropología etnológica
...), sino a las humanidades propiamente dichas, esto es, a las
diversas filologías, a los saberes históricos y a
la filosofía. Las denominadas "ciencias sociales"
ya tienen, en general, su puesto bien asegurado en la "sociedad
del conocimiento", en la medida en que más que genuinas
ciencias (o saberes teóricos universales y demostrativos,
cada uno de ellos según su propia categoría), se trata
de hecho de algo muy próximo a ciertas técnicas funcionales
de control social que se encuentran más reconciliadas con
el estado puntual de los problemas sociales del presente, y de las
soluciones puntuales de los mismos. Ahora bien, si suponemos que
las humanidades son imprescindibles es precisamente en la medida
en que aquellas soluciones puntuales a los problemas sociales del
presente se manifiestan una y otra vez, y pese a sus pretensiones.
como insuficientes, y ello en la medida en que dichos problemas
y soluciones están atravesados por la historia, que es la
sustancia misma con la que nos ponen en contacto, de diversos modos,
las humanidades. Las humanidades, en efecto, nos ponen en presencia
de aquellas fuentes históricas que han generado nuestra sociedad
actual, con sus actuales conflictos y problemas, a partir de las
cuales fuentes podemos alcanzar criterios más amplios y más
profundos para reobrar de un modo totalizador y reflexivo, y por
ello crítico, sobre nuestro presente, o sea, sobre las diversas
alternativas posibles de un presente que se ha gestado siempre a
un nivel de profundidad y amplitud históricas cuyas claves
precisamente recuperamos mediante los conocimientos humanísticos.
De aquí que las humanidades no sean, en modo alguno, un lujo
superfluo, sino algo "útil" en su sentido más
noble y elevado, esto es, en el sentido de que son necesarias para
ayudarnos a formar nuestro juicio político sobre el presente,
a su vez entendiendo lo político en su sentido más
noble, esto es, como la actividad totalizadora y reflexiva, que
a cada cual compromete, sobre el conjunto de los problemas que nos
afectan a todos, y por tanto a cualesquiera de nosotros.
Se comprende
entonces de qué modo en las sociedades económicamente
avanzadas esa tenaza denominada por sus valedores "sociedad
del conocimiento" está cerrando sobre todos nosotros
su círculo implacable de barbarie cognoscitiva y política:
De entrada, el desarrollo tecnológico científicamente
descontrolado ya implica, de suyo, la cesión del control
político de la ciencia, y por ello de la tecnología,
en manos de una apropiación y potenciación meramente
económica particular de la única investigación
que resulta económicamente optimizable, o sea, la tecnológica
desvinculada de la científica. A su vez, la realimentación
imparable entre el mapa laboral sociológico-cognocitivo que
se sigue de aquella optimización económico-tecnológica
con la sociedad de consumidores satisfechos que asimismo genera
dicho mapa tiende a socavar toda virtud y toda acción política,
y por tanto a reforzar a su vez la cesión de control político,
ya no sólo de la ciencia y de la tecnología, sino
en general, en manos de un control ya económico de los agentes
económicos optimizadores de la dinámica social misma
en su conjunto. Por fin, es dentro de este círculo donde
sí que resulta un lujo superfluo toda disciplina genuinamente
humanista necesaria para la formación del juicio político
del ciudadano, razón por la cual el círculo de la
"sociedad del conocimiento" deberá tender a cerrarse
sobre la base de esta última exclusión de sus contenidos,
la de los estudios de humanidades.
Por ello,
frente a semejante cadena circular, es preciso proponer algún
clase de medidas cuya lógica sea capaz de romper siquiera
alguno de los eslabones de dicha cadena al objeto de intentar que
ella se cierre sobre nosotros lo menos posible.
En primer
lugar, es preciso reclamar que se otorgue prioridad, al menos en
la universidades públicas, en todas las ramas de la investigación,
a la investigación científica sobre la tecnológica
y que en todo caso ésta, también cuando se lleve a
cabo por empresas privadas, esté siempre sujeta a un control
científico de sus consecuencias. Ello ya supone que los Estados
asuman responsabilidades de inversión económica en
las universidades públicas difícilmente asumibles
por los agentes económicos privados, y a la vez supone un
control y una exigencia política de responsabilidades a toda
posible investigación tecnológica privada y a sus
aplicaciones que no se ajuste a los estándares de control
científico exigidos por el Estado. A su vez, la financiación
fundamentalmente pública de la investigación científica
y tecnológica de la universidad pública implica naturalmente
un control por parte de Estado de las políticas de dicha
investigación.
La traducción
de semejantes exigencias a la organización político-administrativa
de las Universidades públicas es evidente: Se trata de reducir
al mínimo la presencia de los denominados "consejos
sociales" en las universidades públicas, y potenciar
frente a ellos la autonomía del claustro académico
formado por investigadores, profesores y estudiantes. Ahora bien,
así como frente a los "consejos sociales", es preciso
fomentar la autonomía de cada claustro universitario, frente
a la autonomías de cada universidad, y por ello frente a
sus posibles políticas de autonomía mutua, es preciso
reforzar el control político centralizado (en nuestro país,
estatal y autonómico) que asegure un mínimo de coordinación
central general por lo que respecta a cuestiones tales como titulaciones
fundamentales, planes de estudio, control y exigencia de responsabilidades
sobre la investigación científica y tecnológica,
y por descontado, que garantice algún sistema universal de
acceso tanto de los estudiantes a su función social pública
de estudiante de una universidad pública como de los profesores
a los diversos rangos de la función social pública
de profesor universitario de una universidad pública. La
autonomía de cada universidad es sin duda necesaria frente
a la posible invasión de los "consejos sociales",
pero sólo en la medida en que el Estado asegure una coordinación
central y general de las autonomías universitarias. Como
se ve, la prioridad de las autonomías sobre los consejos
sociales garantiza la prioridad de la investigación científica
básica sobre la investigación tecnológica así
como el control científico del efecto de las investigaciones
y aplicaciones tecnológicas; mientras que el control estatal
sobre las autonomías es una garantía de planificación
política general de toda la investigación y la docencia,
científicas y tecnológicas, públicas.
Por último,
sólo en semejante contexto político-administrativo
podrá tener algún sentido efectivo la "defensa
de las humanidades". Y a este respecto es imprescindible darse
cuenta que la lógica de la "defensa de las humanidades"
exige que éstas sean atendidas antes aún que en la
enseñanza universitaria en la enseñanza secundaria,
y atendidas de forma que se asegure su enseñanza obligatoria,
para toda posible especialización y aun cualificación
ya abierta en este nivel de enseñanza, y con el máximo
rigor, profundidad y amplitud posibles, y siempre con preferencia
a cualesquiera "ciencias sociales". Esta exigencia va
ligada al hecho de que, por lo que toca a la responsabilidad que
el Estado debe contraer en la formación de las virtudes políticas
del ciudadano, el lugar justamente de dicha responsabilidad es la
enseñanza secundaria pública de las humanidades -o
públicamente controlada, en el caso de colegios privados-,
en cuanto que escalón universal y obligatorio para todos
los ciudadanos con anterioridad a cualquiera que sea su ulterior
opción profesional o universitaria. Sólo si comprendemos
la importancia crítica que tiene la enseñanza secundaria
de las humanidades podremos comprender en toda su dimensión
la importancia de la enseñanza universitaria de las mismas,
puesto que la principal y acaso la única función de
la enseñanza universitaria de las humanidades es precisamente
la de mantener y alimentar la tradición de unos estudios
y de una investigación destinados precisamente a formar a
los mejores profesores posibles de enseñanza secundaria.
De aquí
que, y por último, nunca la potenciación de los estudios
de Humanidades en la Universidad pública deba ir a la zaga
de la atención a las denominadas ciencias sociales. Pues
éstas se encontrarán siempre suficientemente alimentadas
por los mismos intereses económicos implicados en cerrar
el círculo de la "sociedad del conocimiento", mientras
las humanidades sólo podrán ser alentadas por aquellos
ciudadanos en los que permanezca despierto el sentido de su responsabilidad
política y moral, y por tanto su voluntad de oponerse a la
tenaza formada por dicho círculo.
[*]
J.B. Fuentes Ortega y M.J. Callejo Hernanz son profesores en la
Facultad de Filosofía de la UCM.
|
|