De
la caverna al panóptico. Consideraciones entorno al
poder.
El
presente artículo consiste, no tanto en una reconstrucción
sistemática de la pragmática discursiva de la obra Vigilar
y castigar , como en una problematización crítica de
la temática filosófica que sustenta la obra, concretamente
en lo referente al famoso capítulo dedicado al panoptismo.
Mi posición explícitamente crítica respecto al
planteamiento foucaultiano en lo relativo a las relaciones de poder,
que se deja ver en la estructura y desarrollo de mi exposición
del panoptismo, enfrentado en el presente trabajo -posiblemente de
modo desaforado- al modelo de la caverna de Platón, el cual
me ha servido como pre-texto crítico-hermenéutico.
En el famoso libro VII de La República,
Platón nos pide que nos imaginemos en una caverna subterránea
que tiene una abertura por la que penetra la luz. En la gruta viven
algunos seres humanos, con las piernas y los cuellos sujetos desde
la infancia por fuertes cadenas, de manera que sólo pueden
ver el muro del fondo de la cueva y, por lo tanto, nunca han visto
la luz natural del sol. Por encima de ellos y a sus espaldas, o sea,
entre los prisioneros y la boca de la caverna, hay una hoguera, y
entre ellos y el fuego cruza un camino algo elevado, donde un muro
bajo hace de pantalla. Por el camino elevado pasan hombres portando
unas estatuas, representaciones de animales y otros objetos, de manera
que estas cosas que llevan aparecen por encima del borde de la pared
o pantalla. Los prisioneros, de cara al fondo de la cueva, no pueden
verse entre ellos ni tampoco pueden ver los objetos que son transportados
a sus espaldas: sólo ven las sombras de ellos mismos y las
de esos objetos, sombras que aparecen reflejadas en la pared a la
que miran. Estos prisioneros representan a la mayoría de la
humanidad, al gran número de personas que permanecen durante
toda su vida en un estado de eikasia, viendo sólo sombras de
la realidad (phantásmata) y oyendo únicamente ecos de
la realidad. Sus opiniones sobre el mundo están deformadas
puesto que están determinadas por sus propias pasiones y sus
prejuicios y, lo que es más grave, por prejuicios y pasiones
de los demás, que les son transmitidas mediante el lenguaje
y la retórica. Y a pesar de no encontrarse en una posición
mejor a la de los niños pequeños, se aferran a sus deformadas
opiniones con toda la tenacidad de la que son capaces los adultos,
por lo que tampoco tienen ningún deseo de escapar de su prisión.
Más aún, si de repente se les librase y se les invitase
a contemplar las realidades de aquello cuyas sombras habían
visto anteriormente, quedarían cegados por el fulgor de la
luz solar y creerían erróneamente que las sombras eran
mucho más reales que las propias realidades.
Sin embargo, narra
Platón, si uno de los prisioneros lograse escapar y se acostumbrara
poco a poco a la luz del sol, después de un tiempo sería
capaz de mirar a los objetos concretos y sensibles, de los que antes
sólo había visto sus sombras o reflejos fantasmagóricos.
Este nuevo hombre contemplaría a sus compañeros al resplandor
del fuego (que representa al sol visible) y se hallaría en
un estado de pistis, habiéndose convertido desde el mundo de
sombras de los eikones, que era el de los prejuicios, las pasiones
y los sofismas, al mundo real, aunque todavía no haya ascendido
al mundo de las realidades no sensibles o inteligibles. Ve a los prisioneros
tal y como son, esto es, como a prisioneros encadenados por las pasiones
y los sofismas. Por otro lado, si insistiese en avanzar y salir de
la cueva a la luz del sol, vería el mundo de los objetos claros
e iluminados por el sol (que representan las realidades inteligibles)
y, finalmente, aunque sólo mediante un gran esfuerzo, estaría
preparado para mirar al sol mismo, que representa la Idea del Bien,
la Forma más sublime de todas, "la Causa universal de
todas las cosas buenas y bellas... la fuente de la verdad y de la
razón" (Rep. 517 b 8, c 4). Se hallará entonces
en un estado de noesis.
La alegoría de la
caverna pone de manifiesto que la ascensión de la línea,
que Platón nos presenta en el capítulo anterior de la
República, es tenida por él como un progreso, aunque
tal progreso no es contínuo ni automático: requiere
esfuerzo y disciplina mental. De ahí su insistencia en la gran
importancia de la paideia o educación ciudadana, por medio
de la cual el joven es conducido gradualmente a la contemplación
de las verdades y los valores eternos y absolutos. De este modo, se
libra a la juventud de ingresar en el sombrío mundo del error,
la falsedad, el prejuicio, la persuasión sofística,
la ceguera para los verdaderos valores, etc. Tal educación
es de primordial importancia para quienes han de ser hombres de Estado.
Los políticos y los gobernantes serán ciegos guiando
a otros ciegos si se quedan en el plano de la eikasia o en el de la
pistis, y el naufragio de la nave estatal es lo peor que puede sucederle
a la polis. Así se entenderá que el interés que
pone Platón en la ascensión epistemológica no
es un interés meramente académico o crítico:
le interesa la conducta de la vida, la tendencia del alma y el Bien
del Estado. El hombre que no realiza el verdadero bien, es decir,
el que le es propio, no vive ni puede vivir una vida verdaderamente
humana y buena, y el político que no realiza el verdadero bien
del Estado, que no ve la vida política a la luz de los principios
eternos, conduce a su pueblo a la ruina.
Hasta
aquí Platón y su libro VII de La República, pero,
¿qué tiene todo esto que ver con la obra de Foucault:
Vigilar y castigar, y más concretamante con el tema del panoptismo?
Lo que propongo y pretendo desarrollar brevemente en este artículo
es un trabajo de análisis crítico y comparativo entre
ambos modelos: caverna y panóptico -que perfectamente pueden
ser pensados como paradigmas disciplinarios o de dominación
alternativos-, con el fin de demostrar que la propuesta foucaultiana
supone, a mi juicio, una "reducción" considerable
respecto del problema expuesto por Platón, en tanto que Foucault
apunta a un modo de poder autoconsciente construído histórico,
social y políticamente, mientras que Platón apunta a
lo que he decidido denominar, un modo de ignoracia no consciente y,
por consiguiente, no dirigido por nadie -y precisamente por ello mucho
más peligroso-, que amenaza con diseminar la educación
o paideia de cualquier modelo de polis, incluidas, claro está,
las de nuestras actuales macro-sociedades tecnocratizadas.
La sospecha que propongo,
pues, es pensar que las consecuencias provocadas por el panoptismo
tal y como Foucault lo planteó, es decir, la red de vigilancia
de todos hacia todos, que desembocaría por un lado, y se alentaría
por otro, en la autovigilancia desmedida, pudiera no ser el origen
actual del problema acerca de las mortecinas relaciones de poder y
dominación. Las relaciones de vigilancia y castigo modernas
no constituyen, al menos todas ellas, un "mal menor" que
debamos admitir resignadamente para que el conjunto de las relaciones
intersubjetivas funcionen en paz y armonía, sino que suponen
la solución necesaria misma del problema de lo que hemos llamado
ignorancia generalizada.
Podemos argumentar que, habida cuenta del ritmo impetuoso en el que
se han venido desarrollando en las sociedades tecnocratizadas modernas
las ciencias y las técnicas, las cuales, por otra parte, han
hecho posibles las más cruentas de las guerras y los más
deplorables atentados contra la vida, sólo un límite
autoconsciente podía frenar tanta barbarie. Para decirlo, si
se me permite, casi irónicamente: estando así las cosas
sólo un "mal" podía ser bueno. Pero se trata
de un mal aparente, porque cualquier tipo de vigilancia sólo
sería realmente pernicioso y avieso en un mundo o estado ideal
de cosas y, en cualquier caso, tal mundo no es "el nuestro".
La vigilancia y el castigo son dos elementos
autoconscientes de canalización del poder que se hacen necesarios
cuando las culturas infinitistas o del no-límite, representan
el poder de todos los modos de vida histórico y socio-políticos
posibles. Tal es la situación actual: las culturas occidentales
contemporáneas participan de una suerte de temporalidad lineal,
construída artefácticamente por ellas mismas, en la
que no es posible establecer ningún límite autorregulador
y afirmador de la verdad (alétheia). La idea de progreso evolutivo
y devenir tecnológico es siempre superadora - y por ello xenófoba-
de los anteriores y distintos modos de vida, que quedan inmediatamente
desfasados y obsoletos dentro del propio decurso histórico
lineal. Una cultura no trágica como la ubicua cultura judeo-cristiana,
entenderá siempre el límite como castrador, imposibilitador
o anulador de sus sueños infinitistas y desplazadores. Cuando
se olvida el olvido, es decir, cuando se olvida y desplaza la muerte,
que es el Límite por antonomasia, se está condenado
una y otra vez a toparse con la muerte, porque un límite ontológico
-no meramente lógico- como la muerte, requiere necesariamente
el eterno retorno tal y como lo pensó el mundo griego y, por
ende, no es desplazable sin más mediante un mero ejercicio
mental. Una sociedad moderna inserta en esta proyección, por
muy revolucionaria, liberal y rupturista que se nos presente, y más
especialmente la que vivía Foucault allá por el 68,
concibe todo límite como un inexpugnable muro ciclópico
que se levanta ante sus sueños infinitistas y, de ésta
manera, se pierde siempre la otra dimensión del límite,
que no es la de lo limitado por el límite, sino el Límite-limitante,
que limita o pone los límites; es decir, el trascendental por
antonomasia puesto que se trata de la condición de posibilidad
de la diferencia. En el momento social en el que está inserto
Foucault, la necesidad de "hacer historia" puede superponerse,
y no dudo que con absoluta razón, a la de vivir contemplando
y examinando (bios theoretikós), tal y como pretendían
los pitagóricos para la vida del filósofo. De éste
modo, en el mayo del 68 se proponen ideas tan descabelladas como la
vuelta al "buen salvaje", que nacen, sin duda, de la desconsoladora
incapacidad para poner fin a los problemas socio-políticos
del momento.
La temporalidad inventada por la Metafísica
de la Historia, es una temporalidad unilineal, que encuentra su más
sólido pilar en el Romanticismo alemán y en el positivismo
desarrollado en las postrimerías del siglo XIX y principios
del XX. Ambos modos de "historicismo" defienden la mitológica
concepción del nacimiento repentino de la sabiduría
o filosofía en Grecia, de la mano de cuatro o cinco griegos
dotados de "privilegiadas mentes". La historia de la humanidad
se entiende aquí como la historia del desplegarse de esa "Razón"
o "Espíritu" (Geist) que nace de una vez y por todas,
como Atenea de la cabeza de Zeus. Todo lo que queda fuera del angosto
marco de la Una-Toda-Nuestra "Historia" debe ser despreciado
puesto que no pertenece a la "Razón" nacida en Grecia,
y de la que Occcidente se siente heredero. Los pueblos antecesores
a nuestro modo de vida occidental, se entienden como eslabones necesarios
pero superados (Aufhebung) de la (Una-) cadena histórica perfectiva,
cuyo último eslabón está representado siempre
por el historiador que analiza desde el presente. Todo lo caído
de este decurso unilineal, bien caído está, puesto que
pertenecía a la irracionalidad obcecada de los pueblos "infantiles"
y "primitivos" desconocedores de la "Verdad" revelada
por los sagrados "Libros". El historiador, situado siempre
en el último eslabón de ese trazo perfectivo que es
"La Historia", ve venir el fenómeno y no lo ve partir
nunca, de manera que sólo puede explicarlo en términos
de progreso perfectivo. La propuesta metodológica de Nietzsche,
ya en su primera obra El nacimiento de la tragedia, es la de colocarse,
por hipótesis, en un punto histórico anterior al que
se pretende estudiar. Este método historiográfico-genealógico
es el que, presumiblemente, estaría recuperando Foucault bajo
el nombre de arqueología. El problema insoslayable es que Nietzsche
no renunció nunca al análisis crítico-filosófico
de los fenómenos historiográficos -puesto que en esto
consistía, precisamente, el método genealógico-
si bien, éste modo de operar, no debilitó un ápice
su dura crítica y su puesta en entredicho de las pretensiones
de "La Historia". Lo que parece que no ha comprendido Foucault
es que ambas cosas no eran incompatibles o irreconciliables, sino
todo lo contrario. Precisamente, cuando Nietzsche levanta sus sospechas
acerca del dogmatismo que se esconde tras el rótulo de "La
Historia", es cuando más evidente se le presenta la necesidad
de plantear la propuesta alternativa a la del positivismo cientificista,
que pueda abordar el estudio del modo de funcionamiento interno y
genealógico de los acontecimientos pasados, que explican nuestro
presente.
La diferencia que quiero remarcar y mi sospecha
fundamental puede concretarse en la siguiente pregunta: ¿Qué
tipo de poder-saber es el que, al menos, sabe que no quiere límites
(saber-panóptico), y qué tipo de poder-saber es el que
no sabe que está sometido a unos límites (saber-caverna)?
O lo que es lo mismo: ¿en qué se diferencian ambos modelos
de saber?
Una cultura trágica como la
griega, y en la que está inmerso Platón, ha comprendido
que no hay vida sin muerte: esto quiere decir que la muerte es para
la propia vida. Es necesario aclarar que no se trata de una asunción
resignada como la que ya se había dado en los poetas trágicos
y como la que acontece en el cristianismo posterior, sino de un reconocimiento
del límite como condición de posibilidad misma del ser
y del existir. En un paradigma como éste, el mayor de los males
en el que se puede pensar es el de desconocer los límites.
Y tal es el caso de los habitantes de la caverna, puesto que desconocen
sus fronteras: dónde empieza y dónde acaba el mundo
real. Lo que le interesa señalar a Platón es que, precisamente,
un olvido semejante (del límite o de los límites) es
lo que conduce a los hombres a hacer la guerra y a matarse unos a
otros. La tarea de pensar, para Grecia, además de ser el más
excelso modo de vida, es la experiencia del retorno, de la vuelta.
Sólo si podemos volver una y otra vez, podremos re-flexionar.
Evidentemente, nunca volveremos al mismo punto del que partíamos,
pues de ser así, sólo describiríamos círculos
tautológicos en una continua petición de principio,
sin poder salirnos de nuestra única evidencia o dóxa.
Para decirlo de un modo más impresionista: pensar es ir haciendo
bucles con la mente. Se avanza porque no se vuelve al mismo punto
de partida, pero tampoco se evoluciona linealmente. La linealidad
histórica no permite pensar porque no es capaz de re-coger
lo dicho. En el mundo heleno, el discurso de la temporalidad lineal
es un discurso violento y sin retorno, que no permite la re-flexión
dialógica; el eterno retorno del pensamiento simple (haplós).
En la demencia no es posible la re-flexión, el retorno a lo
dicho. Todo se esfuma porque se piensa unidireccionalmente, sin recoger
lo anterior en cada momento presente. En este sentido, la "Historia"
es un discurso "demencial" en tanto que no se hace cargo
de recoger en el aquí-ahora del instante presente lo anteriormente
dicho, salvo para presentarlo como los escalones necesarios de su
propia legitimación.
En una cultura oral, esto es, estético-poética,
como la cultura homérica griega, la identidad es siempre fabulada
en el sentido de la mentira extramoral. En una cultura del mythos,
sucede lo que puede suceder, no lo que tiene que suceder porque así
lo recogen los textos. La fábula se hace necesaria si se quiere
comprender las leyes de la polis. La hipérbole está
al servicio de la verdad. Se exagera el relato para hacerlo más
creíble y recordable. Se trata, por lo tanto, de instrumentos
mnemotécnicos que consiguen que la "sabiduría"
o paideia de una sociedad poética y oral no se pierda irreversiblemente.
La estructura temporal del logos racional griego es sincrónica,
puesto que el orden de la re-flexión sólo se da en reunión
extática. El discurso del Lógos filosófico reúne
los divergentes éxtasis del tiempo en uno solo: el tiempo de
la memoria, el tiempo (aión) de cada uno, cuando ya no se es
Uno porque se pertenece al grupo o la comunidad. Decimos, pues, que
la modalidad del discurso filosófico es la de un discurso sincrónico-sintáctico
en el que los enlaces o cópulas gramaticales se dan implícitamente,
no por intervención externa. El discurso filosófico
queda articulado inmanentemente. Por este motivo, su ámbito
de validez es el de la verdad o falsedad: diremos que el discurso
lógico-filosófico será verdadero cuando, de hecho,
se den las conexiones afirmadas, y será falso cuando ocurra
lo contrario.
En el discurso histórico-lineal ocurre
todo lo contrario porque es un discurso mito-lógico y la modalidad
discursiva de todo mito es la de la diacronía, esto es, el
tiempo y el orden se dan siempre desplazados y la única manera
de unir los distintos éxtasis temporales es mediante cópulas
extrínsecas y ajenas al discurso. Todo acontece por la ciega
necesidad que marca una voluntad de poder.. Su estatuto de verdad
no es el de la verdad o falsedad porque no es aquí donde residen
las condiciones de su aceptabilidad, sino en su verosimilitud o plausibilidad.
No se trata de la verdad o falsedad de lo afirmado, sino de lo que
resulta creíble o convincente de dicha afirmación. De
suerte que, si lo más "convincente" es que nuestra
sociedad moderna sea la heredera directa de la "Racionalidad"
humana que comenzó en Grecia, y en nombre de ésta "Racionalidad"
estamos legitimados a "exportar" o totalizar nuestro sistema
cerrado de creencias a todo el planeta, dicha legitimación
aparecerá de iure, como perteneciente a la verdad recogida
por el relato mítico de "La Historia".
Las relaciones de poder con la vida
cotidiana de los hombres no pueden explicarse, como piensa Foucault,
en términos "panópticos", sino de ignorancia
generalizada. Con el término ignorancia no me refiero a una
ignorancia académica entendida como falta de instrucción
escolar, sino a una ignorancia vital, a un desconocimiento de los
saberes elementales, que he intentado presentar como desconocimiento
del límite. Los habitantes de la caverna no pueden verse unos
a otros y desconocen dónde acaban los límites del mundo
de las sombras; aparentemente, los presos del panóptico se
encuentran en la misma situación, pero lo cierto es que no
es así y es aquí donde reside la diferencia fundamental.
Los habitantes o presos del panóptico poseen una multiplicidad
de saberes que constituyen el propio edificio conceptual del panóptico:
para empezar y lo más importante, saben que están presos.
Por lo tanto, todo lo que puedan pensar, hacer o decir, estará
condicionado por este "saber". El preso del panóptico
cree o sabe que está siendo vigilado, aunque de hecho no lo
esté, puesto que no puede ver al vigilante. Este saber o creencia
es el que yergue la efectividad real del panóptico. Por el
hecho de no ver al vigilante el preso, podría, del mismo modo,
no sentirse vigilado. De manera que puede comportarse de un modo u
otro, y ésta variabilidad comportamental se transmutará
en función de su creencia. Y en tanto que sabe que puede estar
siendo vigilado o no, podemos decir que no está siendo engañado
del todo, en el sentido de una ignorancia vital. El panóptico
juega con un saber generalizado y perfectamente asimilado a priori;
de hecho, todos deben creer en la vigilancia dentro del panóptico
para que éste funcione. Si ningún preso se supiese vigilado
no funcionaría este modelo de poder. De este modo, es posible,
o cuanto menos cabal, una revolución o reforma social, aunque
sea a largo plazo, puesto que los presos del panóptico saben
que lo que viven no es todo lo que hay. En el panóptico se
puede argumentar del siguiente modo: ya que hay "lo otro"
que no es ésto, algún día podremos estar de otra
manera. Este es un principio revolucionario o, cuanto menos, de reforma,
en la medida en que, en tal principio residen las posibilidades de
liberación social de un individuo o grupo de individuos.
En el modelo de la caverna, que he enfrentado
al del panóptico, sucede todo lo contrario: ningún preso
se sabe preso, a pesar de vivir encadenado, porque no conoce otra
realidad distinta a la de la caverna. De éste modo, la ignorancia
se revela como la peor de las "cárceles" posibles;
como un poder que funciona a nivel macrofísico, no "microfísico",
a nivel de masas poblacionales. La caverna cuenta con la ignorancia
generalizada de las "masas", y para ello es suficiente con
crear masas, que se comportan, por definición, sin respetar
la diferencia individual, puesto que la voz del individuo queda ahogada
entre el ruido de la multitud o masa. El habitante de la caverna cree
que la realidad verdadera es la que tiene ante sus ojos. Por eso sería
capaz de asesinar si se le intentase mostrar lo contrario. Al no tener
consciencia de estar siendo vigilado (ni siquiera hay razón
para que lo esté), su creencia no afecta a su comportamiento.
No sabe que nadie lo vigila u observa. Es más, nadie tiene
por qué vigilarlo ya que en éste modelo no es necesaria
la vigilancia. Por este motivo está completamente engañado.
No tiene la posibilidad de comportarse de un modo u otro en función
de sus creencias. Las creencias del preso no tienen ninguna relevancia
a la hora de actuar, decir o pensar en la caverna, porque todo lo
que los presos crean allí dentro, estará condicionado
por la única realidad posible: las sombras. Por lo tanto, no
se cuenta con la posibilidad de una reforma o revolución social.
No es posible el diálogo intersubjetivo porque la única
realidad preside la totalidad de las creencias. En la caverna ni siquiera
se argumenta porque sólo hay lo que se ve o percibe de modo
inmediato. No hay "lo otro" con lo que comparar "ésto";
no hay otra realidad distinta a la vivida; no hay sueños emancipatorios
ni revolucionarios como en el mayo del 68. Sólo hay sombras,
que ni siquiera se conocen como sombras, proyectadas en la fría
pared de una caverna. Por lo tanto, en el panóptico, el poder
no se desindividualiza y automatiza, como proponía Foucault.
Parece más bien, que ocurre todo lo contrario: el poder se
individualiza brutalmente en tanto que necesita la aportación
y creencia irrecusable de todos y cada uno de los distintos sujetos-individuos
que conforman la "masa".
En diversos ámbitos, el panóptico
no crea el poder sino que lo disuelve: la autovigilancia se hace necesaria
para que sea posible la convivencia en grupo o comunidad. En las sociedades
actuales, o vigilas y pones límites a tus "comportamientos"
y a los ajenos, o simplemente pereces. Puede que éste criterio
tan rotundo no fuese necesario entre nuestros primeros antecesores,
hace 2 millones de años. En estos grupos de homínidos
la naturaleza misma se encargaba de los modos de vigilancia vitales
mediante un proceso de selección natural, pero ésto
se torna imposible en nuestras sociedades tecnocráticas y excedentarias
por lo siguiente: en un mundo como el nuestro nada hay fuera que pueda
venir a socorrernos, que pueda imponernos los límites a nuestra
desmesura, sino que éstos han de ser puestos por el propio
ser humano. Pero del mismo modo que el hombre es el problema, es también
la solución. No podemos dudar de que, en un principio, la evolución
era guiada y "corregida" de alguna manera por la naturaleza
misma mediante una selección natural eficaz. Ahora es la naturaleza
la que es corregida por el hombre que se ha convertido, como dijo
Protágoras, en la medida de todas las cosas. El ser humano
somete a su selección todo lo que aparece. La evolución
ahora consiste en un progreso tecnológico inexpugnable, no
en una evolución filogenética. Ya no surgen las especies
vegetales y animales que pueden, sino las que el hombre permite o
desea proteger. No todo es posible en el reino del ser humano. Sólo
lo que se le asemeja. El árido desierto de la razón
común de los hombres, avanza allanando toda "maleza"
que pueda afear su pensamiento homogeneizante y rasurado. Pero ese
mismo ser, capaz de tales barbaries, es capaz de crear belleza y bondad,
de ayudar al que lo necesita sin esperar a cambio ninguna recompensa
o vida eterna en el paraíso.
Hemos creado un mundo a nuestra imagen y
semejanza en el que todo lo que no se ajusta a la norma perece sin
más. "Lo Otro" debe ser eliminado porque "lo
Otro" no puede vivir entre nosotros, en una casa-mundo creada
con la estrecha horma de nuestros pensamientos ególatras. Toda
otra realidad debe suprimirse en favor de una sola: la humana. Todo
lo que quede fuera de esta "Realidad" pierde su sentido,
porque nunca lo ha tenido. El mensaje que Yavé dirige a Noé
y a sus hijos en el Génesis es claro y rotundo: "Sed fecundos,
multiplicaos y llenad la tierra. Imponed miedo y terror a todos los
animales de la tierra, a todas las aves del cielo, así como
a todo lo que se mueve sobre la tierra y a todos los peces del mar.
Todos están en vuestras manos. Todo cuanto se mueve y tiene
vida sobre la tierra os servirá de alimento". Esta es,
ni más ni menos, la historia del ser humano hasta nuestros
días. O al menos, el lado oscuro y negativo de esa historia,
puesto que cabe hacer otra cosa: preguntémonos ahora al modo
nietzscheano, qué pueden los que pueden, e iniciemos una verdadera
disensión crítica con el discurso monológico
del poder.
El problema del planteamiento
foucaultiano es que si resulta completamente irrelevante quién
ejerza el poder, éste ya no es tal porque se disipa como el
humo. Parece que se olvida del sentido del poder, ésto es,
de concretar hacia dónde y desde dónde surge el poder.
Cuando el poder no lo ejerce nadie, ya no podemos hablar de poder.
Si nadie vigila a nadie, puesto que cualquiera lo puede hacer, no
hay razón lógica para sentirse vigilado. Pensar que
Todos llegamos a ejercer el poder del mismo modo, es una manera de
decir que no hay poder y, por lo tanto, de eludir el problema. En
este preciso punto es donde Foucault nos muestra su lado más
nihilista o negador del límite. En el ámbito de una
microfísica del poder no es posible hablar de poder. Si cualquiera
puede ejercer el poder, nadie tiene porqué ejercerlo.
Las relaciones sociales intersubjetivas
pueden estar dirigidas por el miedo al oprobio y al castigo. Pero
del mismo modo que se crean unos lazos tan enfermizos, el ser humano
es capaz de disolverlos, y es ahí precisamente donde interviene
la educación o paideia como conocimiento de los límites,
que supone, bajo mi punto de vista, la única oposición
posible al irrefrenable deseo infinitista de los "poderosos".
Tal conocimiento supone la disolución progresiva de la ignorancia
generalizada o macrofísica del poder. En este ámbito
es donde realmente el poder se desindividualiza: ya no hace falta
contar con los individuos y sus partes, sino con masas adocenadas
por los mass media. El "en-muy-poco-tiempo" como sueño
máximo del progreso tecnológico acaba con el Límite
ontológico que regía la vida de algunos filósofos
griegos. La comunicación tiene un ritmo o tiempo límite
que no puede rebasarse de derecho, sí de hecho, puesto que
si se rebasa, comienza a actuar en detrimento de la única y
verdadera comunicación posible. Si, por ejemplo, para hacer
posible Internet hemos tenido que, literalmente, arrasar buena parte
de la fauna y flora de todo el mundo entonces Internet no vale absolutamente
nada, desde un punto de vista moral ni desde un punto de vista comunicacional.
Tampoco estamos en posición de argumentar que la ciencia y
la tecnología han ayudado a salvar muchas vidas, cuando a la
par, han sido, como todos sabemos, las causantes directas de miles
de muertes, tanto de animales y plantas como de seres humanos. No
podemos hacer demagogia de la bondad. No se puede hacer "el bien"
asolando la naturaleza, porque entonces el bien ya no será
bueno. No todo vale, y ese es el problema que, a mi juicio, no ve
Foucault. No ignorar los límites, como propuesta alternativa
al poder, es tanto como eludir el miedo generalizado de nuestras culturas:
miedo al fracaso, a la derrota, a la muerte... Se trata, además,
de un principio de bondad tal y como proponía Sócrates:
quien conoce los límites hace el bien, quien los desconoce
hace el mal. El mal no se hace a sabiendas, sino por ignorancia. El
principio de toda moral es el conocimiento de los límites ontológicos
otranscendentales, puesto que una vez violados y quebrantados no permiten
el retroceso. Vigilar es necesario para pervivir en un mundo como
el actual: vigilar el poder, vigilar la fuerza, vigilar el armamento,
vigilar los castigos, vigilar los mass media...
Hasta hoy, lo que ha ocurrido es que nos
hemos multiplicado hasta la superpoblación del planeta y hemos
acabado con casi todas las especies animales y vegetales, tal y como
nos aconsejaba el Génesis. Ahora ya no es posible recuperar
muchas de las especies que han quedado perdidas para siempre. Y las
que perviven, lo hacen hacinadas en parques zoológicos o reservas
"naturales". Ya no hay fauna salvaje porque el ser humano
la ha metido a toda en rediles parcelados. Por lo tanto, a la hora
de plantear una crítica sólida de las relaciones de
poder que subyacen a las relaciones intersubjetivas, ¿se trataba
de elaborar un discurso contra la vigilancia y el castigo a un nivel
microfísico, o más bien contra el proyecto global y
encarnizado de Ser Humano y los Humanismos? ¿No es precisamente
a este Hombre todopoderoso al que hay que vigilar, y castigar si es
necesario, y con más razón desde la filosofía,
una vez que inicia su "andanza" contra toda otra realidad
viviente? ¿Qué más nos queda, aparte de la vigilancia
y el castigo, para referirnos a conductas tan estremecedoras como
el exterminio masivo de etnias en la región de los Balcanes
con el ominoso fin de "purificar" la sangre, o la matanza
indiscriminada de crías de foca en el Antártico para
hacer suntuosos abrigos de piel?
El trabajo foucaultiano no consigue
librarse del historicismo que pretende criticar, en tanto que mantiene
un punto de vista antropocéntrico de las relaciones de poder.
La idea de Hombre es el pilar fundamental de la Historia. No puede
llevarse a cabo un trabajo ahistoricista o arqueológico que
no sea anti-Humanista. Ningún estudio puede recoger lo no-dicho
por la Historia si no pone en cuestión los cimientos mismos
de la Historia. Sólo cuando se anula toda voluntad de relativismo
cultural es cuando es posible la idea de Hombre. Precisamente, lo
no-dicho por la Historia era lo que no se amoldaba al modelo Hombre.
El Humanismo habita en las sombras del monólogo, pero el hombre
puede aprender a callar para dejar hablar a "lo Otro". Sólo
así será posible un verdadero diálogo comunicativo
entre los hombres. Ya no es necesario mantener por más tiempo
la esencia del Humanismo, puesto que se ha hecho patente su impotencia.
Los que más pueden no pueden nada, porque cierran la posibilidad
de los otros posibles caminos: los de la belleza, la armonía,
el cuidado, la ayuda, el aprendizaje, el amor, la amistad,... Aquellos
hombres que, cegados por el poder, avancen sometiendo al resto, sentiran
tristeza el día en que dirigan sus miradas a esas otras formas
de vida y a esos otros hombres y mujeres que habitaron la tierra en
paz con un pensamiento común para con el cual, la naturaleza
y el resto de hombres buenos, les estarán eternamente agradecidos;
ese pensamiento es respetar.