Poder
e Ilustración.
Con
la Ilustración, en Occidente se inicia una nueva era en la
que el hombre que durante la Edad Media había depositado su
fe en Dios la recupera bajo la forma de confianza en su razón.
A la vez, el todopoderoso es devuelto al templo y visitado los domingos
y fiestas de guardar. De este modo, el hombre se queda sólo
en su reconquistado paraíso que se muestra esta vez sin manzano
prohibido y sin pecado - un mundo secularizado extraño al nuevo
sujeto que ha pasado tanto tiempo bajo la tutela de otro dios - debiendo
asumir la tarea de ocupar el trono divino que desde su finitud le
queda grande y hacerse cargo al hacerlo, del viejo sueño platónico
de un gobierno de la razón.
Para hacer frente a este reto, el proceso de racionalización
de la sociedad moderna se caracterizará - como señala
Max Weber - por una generalización de los valores y por la
institucionalización de una razón con arreglo a fines.
A partir de Descartes la razón queda relegada al campo de la
subjetividad, única instancia dadora de sentido de un mundo
convertido en objeto, de tal modo que como si asistiéramos
al viejo mito del rey Midas, a este nuevo sujeto ilustrado todo lo
que pensaba se le petrificaba y convertía en cosa, en objeto,
en acusado.
¿Cuál será el nuevo criterio capaz de dar cuenta
de este nuevo mundo?¿ Qué diremos allí donde
antes se pronunció "amén?" ¿Cómo
ésta razón instrumental tendrá la fuerza de convencer,
de unir, de homogeneizar lo diverso objetivado? Para responder a estas
cuestiones Hegel y Nietzsche trataron de enlazar la razón al
mito, entendiendo que sólo de este modo la razón lograría
escapar de sus límites. En todo caso se hacía preciso
reconciliar el mundo en una nueva unidad, puesto que el uno fundamento,
como Nietzsche había anunciado, había muerto.
En su hacer, la razón del yo pensante repudió lo no
debido, aquello que no se ajustaba a su legalidad, aquello "otro
de la razón" que, no moriría pero sería
condenado al exilio. Eso "otro distinto", heterogéneo,
que es la locura, la soberanía, el ser, etc., sería
expulsado sin posibilidad de que el sujeto pudiese recuperarlo en
un futuro, ni desde su empeño subjetivo ni desde su capacidad
racional, sino que lo otro volvería a su encuentro a través
de aquellas experiencias de descentralización en las que el
sujeto sale de sí mismo y abandona su puesto de privilegio
y de poder.
Foucault pretenderá escapar de esa subjetividad condenada a
fracasar en todo intento de restaurar una unidad de lo real, y ello
desde una crítica radical al poder, visto como ejercicio y
fundamento de esta razón cosificante. Toda voluntad de verdad
en el campo de las ciencias del hombre será considerada por
Foucault como ejercicio de poder, pues en la medida en que las Ciencias
humanas se desarrollaron a partir de las prácticas de socialización
modernas contribuyeron al ejercicio del poder disciplinario. En su
arqueología, en un intento de remontarse a las reglas del discurso,
se ocupará de desenmascarar estos poderes subyacentes a la
voluntad de verdad que se hacen presentes en el discurso del científico.
Y es que la razón reglamentadora no se limitó a perseguir
la locura, sino que se impuso sobre la naturaleza y necesidades del
cuerpo y de la sociedad como una visión que mira sin ser vista
a través de sus instituciones: prisiones, cuarteles, escuelas,
fábricas...
Foucault, tras haber desenmascarado los profundos intereses de dominio
sobre los que se erigen las pretensiones de verdad, trató de
explicar genealógicamente la accidental procedencia de esas
extrañas formaciones, escapando al hacerlo de la pretensión
de todo intérprete- al que califica como "provinciano"-
de formular un discurso de aparente identidad, donde sólo hay
islotes de discursos a la deriva. Trató pues de elaborar una
crítica al poder que no pecara ella misma de cometer el mismo
delito. Y esto es precisamente lo que a juicio de Habermas Foucault
no acaba de conseguir en la medida en que su crítica que pretendidamente
se mantiene al margen de la razón, y por ello del poder, no
puede ser tal crítica sin situarse ya en el discurso racional,
no puede presentarse sin voluntad de verdad y a la vez hacerlo desde
una postura que quiere ser crítica. Considera pues Habermas
que para escapar del paradigma de la subjetividad, el camino no ha
de ser el del abandono de la racionalidad, sino el tránsito
de una racionalidad subjetiva con arreglo a fines a una razón
comunicativa. De este modo la unidad sería alcanzada en el
modo de un acuerdo logrado a través del diálogo, de
una razón consensuada.
La pregunta que aquí nos hacemos es la de si es posible, a
pesar de la crítica de Habermas a las posiciones que han pretendido
situarse en lo otro de la razón: Nietzsche, Bataille, Heidegger,
Foucault..., una crítica al poder que no continúe el
proyecto ilustrado, que escape a la dialéctica y no pueda por
ello ser calificada de "contrapoder". Pero antes vamos a
tratar de ver si la propuesta habermasiana escapa efectivamente de
la subjetividad al romper con el solipsismo en el que estuvo condenado
el sujeto en la Ilustración.
Habermas no sólo plantea la necesidad de sustituir al sujeto
aislado que se veía a sí mismo en el reflejo de cada
objeto que ante él subyacía (como substancia), sino
además insiste en que se ha de abandonar la perspectiva ahistórica
desde la que se ha entendido esa misma subjetividad. La contextualización
del sujeto supone el reconocimiento de toda la tradición en
la que éste va a aparecer y con ella toda la legalidad y normatividad
que no pueden ser sin más ser desvinculadas del sujeto. El
"yo" de alguna manera con Habermas es devuelto al mundo,
pues si ha de ejercer de dios habrá de hacerlo desde sus condiciones
reales. La propuesta no puede ser la de un sujeto trascendente, capaz
de crear el mundo a partir de un ergo cogito, sino la de un sujeto
entre otros sujetos, inmerso en una tradición que sucede a
la anterior. Y es desde esta realidad, a través de una razón
dialogada, desde donde se podrá intentar el milagro de una
unidad, pero de una unidad dependiente del consenso como único
fundamento de la legitimidad. Sin embargo, a parte de todos los problemas
que enseguida salen al paso: ¿quiénes dialogan y quienes
tienen acceso a hacerlo? ¿Cuáles son en nuestros días
las posibilidades reales del consenso si es que el capitalismo se
ha impuesto a la razón, y son los intereses de quienes poseen
los recursos los que en realidad detentan el poder?..., encontramos
ya en la misma propuesta una dificultad, y es la de que estos nuevos
sujetos que se comunican escapen a la tentación de hacerse
con el poder globalizante y cosificador, y ello en la medida en que,
en última instancia son los sujetos que dialogan los que pretenden
dotar de legalidad al mundo y los que se yerguen como condición
de posibilidad del sentido de la historia. De esta manera, se parte
del prejuicio de una pretendida universalidad y homogeneidad del ser
humano que recorre un único camino y una única historia.
Es decir, el consenso se logra al precio de negar la pluralidad o
mejor dicho, la posibilidad de que el consenso no pueda siquiera ser
pensable, ya que en los asuntos políticos, lo razonable es
lo que más conviene, y por tanto nunca es "lo bueno"
sino "lo mejor", lo mejor entre las posibles opciones que
se presentan. Es por ello por lo que la unidad no puede ser buscada
en otro uno fundamento- ya sea este un fundamento origen divino creador
ya un acuerdo ideal que desde el final de la Historia animase a seguir
dialogando - sino en una articulación de los diversos pareceres,
en una verdad que no ocupe el lugar de la verdad que por ella ha sido
criticada, sino que sea capaz de reconciliarse con lo otro, en lugar
de superarlo asumiendo dialécticamente el momento de la negatividad,
devorando como Saturno a sus hijos.
En este sentido la crítica que Foucault hace al poder puede
ser interpretada como el intento de sacar a la luz la no-legitimidad
de las pretendidas verdades que dominan nuestra visión del
mundo, lo contingente de su emergencia, la necesidad de que los que
fueron vencidos y olvidados por la Historia tomen la palabra. La crítica
es ya, ciertamente como advierte Habermas una interpretación,
un discurso que pretende estar dotado de sentido, pero no puede ser
entendida como un contrapoder en la medida en que si bien pretende
restituir el poder de aquello a lo que la razón no dispensó
un espacio, no pretenda al hacerlo que esto marginado acapare el monopolio
del poder. El poder como tal no es algo en sí negativo, sino
que más bien es posibilidad, potencialidad, capacidad... es
poder la razón del hombre como lo es su emotividad, su desvarío,
su inconsciencia, hasta digamos su invecilidad. Y sin embargo, cuando
uno de estos poderes se impone sobre los otros, el hombre queda fragmentado,
su razón no logra asumir los papeles que eran propios de su
sin razón, aquellos vínculos que el mito lograba y que
la razón no consigue alcanzar.
La crítica al poder ha de empezar por desenmascarar los poderes
ocultos, mostrando su razón de ser o su gratuidad, circunscribir
sus campos de influencia, los lugares de referencia en los que tienen
un motivo para ser. ¿Cuáles serán los criterios
que determinen qué poder sea legítimo y que poder deba
dejar de ser? Ciertamente debieran obtenerse a partir del diálogo
aquellos argumentos que mejor logren convencer, los que más
convengan sin caer en la idea de un "bien substancial" que
como otro paraíso prometido hiciese guiños desde lejos
señalando el horizonte y determinando el rumbo por el que deba
transitar la "naturaleza humana".
Los asuntos humanos no se dejan universalizar, no caben en la retina
de una mirada globalizante que asume y resume sus hazañas,
mientras que de este modo va marcando los estadios por los que la
humanidad ha ido pasando desde que desaparece del pasado y se desdibuja
en el presente con un pie ya puesto en el futuro. Precisamente la
tradición que asegura la continuidad no puede ser el punto
de partida que deba ser superado de un modo crítico, sino que
es aquello con lo que habrá que reconciliarse el presente,
para salir de la dinámica del dominio de unos sobre otros,
de la instauración de un nuevo poder que se impone al que estaba
establecido. No se invita desde esta reflexión a someterse
de un modo acrítico al poder establecido, y sí, quizá,
a mantener los ojos bien abiertos, para encontrar un motivo que salve
al pasado, que resitúe las instancias de poder vigente y limite
sus dominios, en lugar de anular su efectividad de un moto absoluto,
porque como Bataille advierte, volverá a aparecer como fuerza
subversiva.