Monográfico número 11: Filosofía, educación y mercado

Monográfico
Abril, 2000.

Cuaderno de Materiales

 

 

 

La Idea ontológica del lenguaje desde el materialismo filosófico
Felipe Giménez Pérez *

              Me propongo en el presente escrito tratar de forma simple y breve de la teoría materialista lingüística del materialismo filosófico del profesor Gustavo Bueno Martínez. Diré para empezar que la Idea ontológica del lenguaje[1] pretende conectar  y de hecho lo hace, el modelo de lenguaje de Karl Bühler y el de Ch. Morris.

            Bühler distingue entre efecto, impulso y conocimiento para distinguir las siguientes funciones del lenguaje en su triángulo semántico. Este triángulo es un diagrama de las funciones de los signos. El primer lado  corresponde a la función expresiva del lenguaje. El segundo lado corresponde a la función apelativa y el tercer a la función representativa del lenguaje.

            Por su parte, Morris distingue entre Signo, Designatum e Intérprete. De aquí se derivan las siguientes relaciones diádicas:

a)      La relación semántica. Los signos se vinculan a los objetos.

b)      La relación pragmática. Los signos se relacionan con los sujetos que los utilizan.

c)      La relación sintáctica. Los signos se relacionan con los signos.

            El contexto pragmático de Morris se corresponde con las dimensiones expresivas y apelativas de Bühler.

            El contexto semántico de Morris se corresponde con la función representativa de Bühler.

            El contexto sintáctico de Morris.  no aparece explícitamente en el modelo de Bühler, por lo que conviene señalar por tanto que el signo nunca es un signo aislado de los otros, sino que cada signo está rodeado de otros muchos. Las relaciones entre los diversos signos serán la función sintáctica.

            Se partirá entonces del supuesto según el cual existen relaciones diaméricas entre los diversos contextos. Cada dimensión o contexto (relación) del signo tiene lugar por la mediación de los otros, de suerte que tales relaciones adoptan la forma de productos relativos. Los tres contextos son conceptos conjugados o en symploké dialéctica. Hay una Vermittlung entre los diversos contextos lingüísticos.

            Estos campos ontológicos lingüísticos resultantes de semejantes operaciones son los siguientes:

(I)                 El campo sintáctico contiene los pares (σi,σj) en cuanto fundados en (σi,σk)/(σk,σj); o bien en (σi,Sk)/(Sk,σj), o bien en (σi, Ok)/(Ok, σj).

(II)              El campo semántico contiene formalmente los pares (Oi, Oj), en cuanto fundados en (Oi,σk)/(σk, Oj); o bien en (Oi, Sk)/(Sk, Oj), o bien en (Oi, Ok)/(Ok, Oj).

(III)            El campo pragmático contiene formalmente a los pares (Si, Sj), en cuanto fundados en (Si, σk)/(σk, Sj); o bien en (Si, Ok)/(Ok, Sj), o bien en (Si, Sk)/(Sk, Sj).

Con este esquema las relaciones puramente lingüísticas quedan desbordadas, puesto que el mismo lenguaje contiene componentes ontológicos que se manifiestan al efectuar el regressus a la dialéctica de sus factores o ejes (S,O). Hay que señalar que para el materialismo filosófico, el tratamiento del lenguaje debe ser un tratamiento ontológico. Tiene que haber un compromiso ontológico a la hora de tratar la naturaleza del lenguaje. El lenguaje tiene referente fisicalista y él mismo es fisicalista. Por ello la Lingüística es una ciencia y es posible como ciencia.

Queda así constituido de esta forma un marco ontológico que considera el lenguaje como resultado de la symploké ontológico-dialéctica de los tres géneros de materialidad M1, M2 y M3 que constituyen el Mundo (Mi). En la filosofía hiperrealista ontológica de Bueno el lenguaje no es considerado como algo, una forma o unas esencias externas y trascendentes al mundo, sino como un elemento más de la realidad, que además contribuye a su construcción. El lenguaje es realidad. El lenguaje es un conjunto de elementos materiales manipulados por el hombre. El hombre manipula los elementos del lenguaje. Hablar, utilizar las cuerdas vocales es realizar operaciones. Si analizamos entonces el lenguaje desde la ontología especial, pues a este terreno corresponde y pertenece, resulta que el lenguaje es Mi porque tiene componentes físicos. El lenguaje es una realidad física, externa, espacial y temporal. Ahí están los sonidos físicos y los signos tipográficos. Las realidades físicas del lenguaje situadas en M1 tienen relaciones paratéticas, por contigüidad y caen dentro del espacio individual, espacio que está determinado por una percepción histórica dada. La materialidad M2 se presenta en el lenguaje en el nivel de las vivencias internas psicológicas. Es la dimensión subjetiva del lenguaje. M3 es el lenguaje como sistema u orden de esencias objetivas abstractas e ideales que se forma por la intersección y mediación de M1 y M3 que dan lugar a determinadas figuras, figuras que son una especie de agregado denotativo de una serie de relaciones apotéticas entre las partes de M2 a través de las partes de M1[2]; estas figuras constituyen la estructura lógico-material de mi mundo, de mi yo, de mi Ego (E) que me constituye como persona como sujeto capaz de hablar, remitiéndome de manera necesaria  e interna a otros egos.

El lenguaje es uno de los resultados del mutuo entrelazamiento de los tres géneros de materialidad. Este esquema ontológico ofrece una teoría del signo que procura evitar la caída en el formalismo. El signo se compone de significante y significado pero la relación entre ambos elementos no es convencional. Hablar de convencionalidad del signo lingüístico es desconectar la Lingüística de toda cuestión genética y pensar los signos como entidades ideales inmateriales que flotan en un reino platónico trascendente de esencias puras e inmutables en el que han sido creados de una forma gratuita para que se relacionen con objetos.[3] Pero si los sujetos pueden ser eliminados, en cierto modo, en la ciencia lingüística, ello no quiere decir que no deban ser reintroducidos cuando nos ocupamos de una teoría filosófica del signo. Porque un signo no puede ser entendido, en su génesis real, más que como un proceso de condicionamiento de reflejos neuronales.

Este condicionamiento originado por la repetición constituye el signo como algo repetible, estable, normalizado.  Por ello no puede ser arbitrariamente cambiado. La estabilidad del signo pertenece a su propia esencia. Esta estabilidad pasa por la repetibilidad y esta recurrencia sólo es posible por la praxis humana que se ejerce por la interpretación del signo. Todo signo pues, será entonces práctico. Todo signo será resultado, como cualquier otro objeto normalizado fabricado por el hombre, de una rutina operatoria victoriosa que impone su norma. Respecto al signo diríamos que la interpretación victoriosa excluye a sus alternativas. Esta interpretación será la privilegiada.

            Además, el signo práctico siempre es una entidad de carácter técnico-cultural.[4] El signo práctico es resultado de la acción humana. Por ello el signo siempre es indeterminado. Todo dependerá de las acciones humanas. El signo es algo corpóreo, pero su materialidad está organizada por la praxis técnico-cultural humana.

            Por lo demás la importancia que tiene el lenguaje en el materialismo filosófico es enorme. Baste señalar que en la Gnoseología del Cierre Categorial, en la Gnoseología general analítica el lenguaje se toma como hilo conductor pues representa la estructura lógica y objetiva de las ciencias. El modelo de lenguaje que se sigue es el arriba señalado. Se distinguen tres ejes lingüísticos: eje sintáctico, semántico y pragmático. Cada eje se divide en tres sectores: el eje sintáctico en términos, relaciones y operaciones, el eje semántico en fisicalista, fenomenológico y esencial y el eje pragmático en autologismos, dialogismos y normas.

 


[1]  Tal como la enuncia  el manual“Symploké”, Gustavo Bueno, Alberto Hidalgo y Carlos Iglesias, 2ª edición, Madrid, Júcar, 1989 p. 145 y ss.      volver

[2]  “Lo que se quiere decir simplemente es que los significados, sólo por la mediación de las referencias corpóreas pueden ser tratados filosóficamente, en cuanto contenidos terciogenéricos, aún cuando éste tratamiento requiera un desarrollo dialéctico del propio plano fenoménico en el que se dan las referencias.”. Gustavo Bueno Martínez, “Imagen, Símbolo y Realidad”, El Basilisco, número 9, Primera ´Época, p. 72.      volver

[3]  “Según esto, el concepto de un “origen convencional” de los símbolos lingüísticos resulta ser puramente confuso y oblicuo, material y no formal, porque se refiere a la materia de donde proceden los estímulos indiferentes (a su vez, sin duda, motivados en otras escalas) –la ciudad, un congreso científico, y no la selva- pero no a su forma.” Gustavo Bueno Martínez, “Imagen, Símbolo y Realidad”, El Basilisco, número 9, Primera época, p. 70.      volver

[4]  “en el concepto de símbolo práctico destacaríamos, como característica genérica esencial, su naturaleza “técnico cultural” (institucional, por ejemplo) en virtud de la cual diremos que los símbolos son causados (o producidos) por la actividad (lógica, tecno-lógica) humana y, a la vez son de algún modo causantes o determinantes en algún modo del objeto al cual simbolizan (y que eventualmente, podría ser el propio sujeto estable, en los mandalas).” Gustavo Bueno Martínez, “Imagen Símbolo y Realidad”,  El Basilisco, número 9, Primera Época.  pp. 63-64. Aquí símbolo equivale a signo.      volver

 


* Felipe Giménez Pérez es profesor de filosofía en un Instituto de Educación Secundaria de Madrid. [volver al texto]

 

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