§
1. El
problema de Gorgias
El sofista Gorgias, hace ya más
de veinticinco siglos, dejó planteada la gran fractura en
la que el hombre se desenvuelve, al mostrar la inconmensurabilidad
entre las cosas, el conocimiento de las cosas y las manifestaciones
lingüísticas de lo que son o creemos que son las cosas: pues
nada existe, y si existiera no podría ser conocido,
y aunque pudiera ser conocido sería incomunicable.
Gran parte de la actividad filosófica se esfuerza en seleccionar
materiales e inventar herramientas que permitan construir
puentes adecuados para entrelazar las tres Ideas de referencia
de Gorgias: Mundo, Mente y Lenguaje [véase Bueno (1980)].
Pero no es tarea fácil establecer los vínculos pertinentes
entre ellas, debido a la heterogeneidad dimensional de sus
campos. Pues los objetos se configuran genéricamente en el
mundo tridimensional de los sólidos; las operaciones mentales,
en el plano bidimensional de las redes neuronales; y las lenguas,
en el plano unidimensional de los fonemas. Privilegiar una
u otra dimensión comporta explicaciones reduccionistas: el
reduccionismo ontológico defenderá que el lenguaje o la mente
son cosas (“Cuando digo «carro», un carro pasa por mi boca”);
el reduccionismo epistemológico, que el mundo o el lenguaje
son elaboraciones mentales (“El lenguaje es espejo de la mente”);
el reduccionismo lingüístico, que el mundo o el pensamiento
son mi lenguaje (“Los límites de mi lenguaje son los límites
de mi mundo”).
La dificultad para establecer los
vínculos procede también de la complejidad de los términos.
En cada una de estas Ideas —Mundo, Mente y Lenguaje— se pueden
distinguir diferentes partes entre las que es posible establecer
múltiples modos de conexión: analógicos, deductivos, clasificatorios,
etc. Si nos atenemos a los modelos, los modelos-límite para
la Idea Mundo serían el inmanentismo y el trascendentalismo
y para la Idea Mente, el realismo y el idealismo. Para la
Idea Lenguaje, que es la que aquí nos preocupa, los modelos-límites
podrían establecerse por relación a una Lengua-modelo, ya
sea ésta natural o artificial. En el primer caso nos moveríamos
cerca de posiciones religiosas que apelan a lenguas habladas
por Dios (por ejemplo, las religiones monoteístas mediterráneas
se refieren a la lengua hablada por Yavhé en el paraíso).
En el segundo, a una lengua artificial o lenguaje bien hecho,
cuyo canon habría sido la Lógica desde Aristóteles hasta Frege.
Estos modelos extremos pueden ser debilitados transformando,
pongamos por caso, la norma absoluta religiosa por normas
historicistas (recurriendo, en vez de a la Biblia, a ciertos
poemas épicos que se aceptarían como clásicos o tradicionales);
la norma absoluta lógica, por aplicaciones cibernéticas, autómatas,
etc. [Véase tabla 1].
Tabla
1
|
Modelo
Natural
|
Modelo
Artificial
|
Sentido
Fuerte
|
1.
Lengua hablada por Dios.Norma absoluta
|
2.
Lenguaje artificial o bien hecho.Norma absoluta
|
Sentido
Débil
|
3.
Lenguas naturales habladas por los hombres.Condiciones
históricas, sociales...
|
4.
Lenguajes aplicados.Cibernética, autómatas...
|
«¿Por qué interesa el lenguaje
a la filosofía?» se preguntaba ya en el título de su libro
I. Hacking (1983). El lenguaje interesa, sin duda, porque
es el mediador canónico en todos los ámbitos en los que se
mueve el ser humano: ontológicos (ontología especial), gnoseológico-operatorios;
ético-antropológicos. El lenguaje es solidario del cuerpo
humano y actúa de canon para conmensurar las partes del mundo,
y por eso ha interesado desde siempre. Que el siglo que ahora
acaba haya sido considerado por muchos como el siglo del lenguaje,
significa que los problemas clásicos de la filosofía —platónicos,
aristotélicos, estoicos, epicúreos...— se han planteado en
clave lingüística.
Wittgenstein, por ejemplo, ha tratado
cuestiones de gran sabor tradicional: La naturaleza del signo
lingüístico ¿es convencional o natural? Citando explícitamente
a San Agustín, quien consideraba que las palabras nombran
objetos, Wittgenstein defiende, por contraposición, que los
diferentes lenguajes expresan diferentes «formas de vida»,
lo que en realidad nos pone en un camino ético-práctico, disolviendo
la ontología y la epistemología en formas de convivencia [Wittgenstein
(1988), pág. 517]. También ha recuperado la metáfora imaginada
por Platón en el Crátilo, según la cual el lenguaje
funciona a modo de una caja de utensilios que cumplen diversas
funciones: ordenar, sugerir, rogar...
Chomsky, por su parte, habría arrancado
de otro problema clásico platónico, el de la distancia entre
el conocimiento de los fenómenos —efímeros, confusos y desordenados—
de la experiencia común y el conocimiento de las esencias
—fijas y eternas— de las ciencias (matemáticas). ¿Cómo es
posible —se pregunta Chomsky — que de la pobreza de estímulos
de nuestra vida ordinaria se acceda a un lenguaje caracterizado
por su creatividad? ¿No es sorprendente que un hablante no
sólo produzca oraciones nuevas sino que comprenda oraciones
que jamás ha escuchado? Como hic et nunc es imposible
remitirse a mundos ideales, la solución ha de proceder de
ciertas propiedades del hablante: es la estructura del cerebro
humano la que determina la estructura de la sintaxis. (Estos
dos modelos conceptuales de la filosofía del lenguaje ejemplificarían
las posiciones 3 y 4 de la tabla 1).
Cuestión aparte es por qué el lenguaje
se ha constituido como elemento articulador de toda la filosofía
del siglo XX. Podemos sugerir que el cierre categorial de
la Lógica, conseguido por Boole-Frege, dotó a los filósofos
de una herramienta que les sacaba del psicologismo al que
había llegado la fundamentación científica al final del siglo
XIX (Dilthey...) y les permitía recuperar una justificación
objetiva. Los analíticos —Russell, Wittgenstein, Carnap...—
utilizaron la Lógica Simbólica en orden a clarificar el sentido
de las oraciones; detrás de las gramáticas de las lenguas
particulares o naturales reconocían una gramática universal
que permitía establecer un isomorfismo entre mundo ,pensamiento
y lenguaje. Los fenomenólogos —Husserl, Pfänder, Reinach...—
acudieron a la Lógica Trascendental para fundamentar el conocimiento
científico. Los dialécticos —Lenin, Lukács, Bloch...— reivindicaron
la Lógica Dialéctica para fundamentar el determinismo histórico.
Así que para establecer los puentes
del triángulo semiótico de Gorgias se requiere algo más que
buena voluntad o buenas palabras. El siglo XX apostó por la
Lógica —simbólica, trascendental, dialéctica—, porque se consideraba
capaz de hacer explícitos los nexos internos entre las formas
acústicas, los significados y las cosas.
§ 2. El carácter autoformante de la
Lógica
Ahora bien; una de las cosas que
más sorprende al estudiar la lógica es que se da como un hecho
sin que se discuta su naturaleza. Pues los signos lógicos
colocados en un espacio uni-dimensional constituyen el propio
contenido material de ese espacio y llevan ya incluidas estructuras
lógicas particulares. El Wittgenstein del Tractatus
se percató de esta cuestión al proponer que el lenguaje «figura»
los hechos, pero no sacó las consecuencias pertinentes [Fuentes
(1986)]. El análisis gnoseológico de estas entidades materiales
que son los signos no ha sido aclarado suficientemente hasta
el artículo "Operaciones autoformantes y heteroformantes"
de Gustavo Bueno (1976), en el que ha demostrado que las operaciones
lógicas son autoformantes. Amparándose en la materialidad
física de los signos lógicos, y, recurriendo a una justificación
ontológica, el materialismo formalista no considera
la Lógica ni como un reflejo del Mundo —al modo de la metafísica—
ni de la matemática —al modo formalista—, sino como "un
artefacto construido en el plano bidimensional del papel
o de la pizarra (...) “La Lógica formal —dice Bueno— no
será, así, tanto el «reflejo mental» de la Lógica Universal,
o la «trama a priori» del Mundo, cuanto la construcción
de un campo cerrado en un espacio de dos dimensiones (las
«leyes» en dirección Izquierda / Derecha; las
«reglas» en la dirección Arriba / Abajo, y mantenido
dentro de unos márgenes de temperatura precisos". Se
requiere, por tanto, una teoría del símbolo diferente al tópico
de ser un nombre que sustituye a una entidad,
ya física, ya ideal. Diremos que un símbolo es autonímico
o autónimo si el significado es causa del significante,
la característica de los términos autorreferentes; y diremos
que un símbolo es tautogórico si el significante es
causa del significado, la característica de los signum
sui, los signos religiosos o míticos que causan un efecto.
Los símbolos autogóricos, son, a la vez, autonímicos
y tautogóricos. Interpretar los símbolos como autogóricos
es aquí lo decisivo. Los símbolos no son algo puramente formal,
vacío, sino que en ellos se reconoce toda la estructura
geométrica (ordenaciones, permutaciones, derecha, izquierda)
que en su propia realidad de significantes debe ir implicada.
V. gr., el número (1+1+1) se representa por una tríada; las
letras variables (A,B,C) son ya clases, etc.
Al considerar la naturaleza de
la lógica como operaciones autoformantes se cambia de manera
drástica las dos concepciones que hemos considerado modélicas
de la filosofía del lenguaje. Pues, si bien comparte la insuficiencia
de la lógica formal con la posición pragmatista del lenguaje,
esto no conlleva el rechazo a todo control lógico, control
que ha de realizarse en el terreno material de los signos
y no respecto de una estructura abstracta.
En la Tabla 2 se da una visión
intuitiva de las distintas posiciones respecto de la Lógica,
según los criterios de universalidad/particularidad y Forma/materia.
La Lógica, para el materialismo formalista, sería universal-material,
frente a las posiciones más habituales que consideran la Lógica
como la trama invisible del Mundo, o de aquellas otras que
consideran la lógica como leyes abstractas aplicables a objetos
cualesquiera.
Tabla
2
|
Universalidad
|
Particularidad
|
Materia
|
Universal-material
(G. Bueno)
|
Particular-material:
ontología primo-genérica (Gonseth...)
ontología segundo-genérica (Boole, Durkheim...)
ontología tercio-genérica (Popper...)
|
Forma
|
Universal-formal
(Kant, Hegel, Husserl...)
|
Particular-formal
(Teoría de la argumentación)
|
La Lógica Formal, en todo caso,
ha sido muy fértil, sobre todo en orden a la industria informática,
tanto en lo que concierne al «hardware» —o estructura sólida
del computador— como en lo que concierne al «software» —o
métodos de formalización y recursividad propios de la lógica
simbólica (los cuales han servido también de base a la revolución
lingüística de Chomsky [Garrido (1981), pág. 355]—. En pocas
ocasiones una teoría científica ha alcanzado sus límites con
tanta rapidez y nitidez. El teorema de incompletud
de Gödel enseña que, sea cual sea el sistema formal utilizado,
existen enunciados verdaderos cuyo valor de verdad no ha sido
asignado mediante el procedimiento formalista. Pero las limitaciones
internas de los formalismos no atañen a la validez del proceso
de formalización. El teorema de Gödel pone de manifiesto que
«deducción» y «verdad» (o Sintaxis y Semántica) no coinciden
y, por lo tanto, permite investigaciones independientes, sin
la exigencia a priori de su identidad. Y si bien la
Sintaxis se ha desarrollado plenamente, la Semántica presenta
dificultades internas para la formalización. De tal modo que
Chomsky, por ejemplo, sólo considera dotada de propiedades
generativas a la Sintaxis, dejando la Semántica, que excede
la estructura de los autómatas, a cargo de las Ideas Innatas
(lo que conduce a una consecuencia muy ingrata: de los límites
internos de los formalismos se pasa a una tesis ontológica
sobre la mente que debe ser justificada ontológicamente, lo
que no es el caso de las Gramáticas Generativas). Lo más débil
de la gramática de Chomsky, como él mismo reconoce es el componente
semántico [Harman (1981), págs. 38 y 45]. ¿No es verdaderamente
sorprendente que no haya en el sistema sintáctico ninguna
restricción en lo que se refiere a la longitud de las oraciones?
§ 3. La Topología, organon de la filosofía
En la misma época en que Gustavo
Bueno realizaba la distinción entre operaciones auto- y heteroformantes,
René Thom estaba ejercitando lo que hoy consideramos consecuencias
de ese concepto insuficiente de Lógica. ¿Por qué —se pregunta
Thom— habríamos de utilizar un modelo de recursividad cuasi-infinita,
cuando el lenguaje natural pone límites de inmediato a la
generatividad? Thom habla de la fatiga del lenguaje:
"Or, même
chez les auteurs les plus extravagants à cet égard, comme
Proust, il y a une borne supérieure à
la longueur des phrases. Toute tentative d'explication de
la forme linguistique doit nécessairement comporter un aspect
dynamique, génétique, qui rend compte, pour une phrase donnée,
de la totalité des opérations syntactiques qui en permettent
la genèse en tant que processus neuro-physiologiques, et en
assurent la correction grammaticale. Or, la totalité de ces
processus est assujettie à des contraintes mnémoniques ou
psychophysiologiques, qui en limitent le nombre et la disposition
relative. Autrement dit, tout se passe comme si un axiome
se FATIGUE lorsqu'on s'en sert" [Thom (1980), pág. 195].
Quien quiera divertirse, a la vez
que fatigarse recursivamente, puede recordar aquel
juego infantil de las «palabras encadenadas», cuyas reglas
son muy sencillas de seguir: I. Cada jugador, alternativamente,
ha de ir mencionando una palabra. II. La mención de cada palabra
ha de hacerse incluyéndola en la oración que se va formando.
Por ejemplo: el jugador A dice: "en"; después, el
jugador B dice: "en el". A: "en el patio".
B: "estaba en el patio". A: “Juan estaba en el patio”.
Etc. Enseguida hay que volver a empezar, porque la
fatiga se notará muy pronto: ¿Diez, veinte..., cien
palabras? Lo que este juego pone al descubierto es el fenómeno
corriente de que las oraciones deben recomenzar una y otra
vez cada unos pocos segmentos lingüísticos, pues toda oración
está limitada. Si esta característica es universal, válida
para todas las lenguas, el modelo generativo parece, en principio,
desorbitado para el fenómeno lingüístico sobre el que se aplica.
Además, tanto los lógicos como
los lingüistas parecen olvidar que el significado (la
conceptualización) se asocia al mundo referencial, que posee
un espacio multi-dimensional (de tres dimensiones espaciales
y una temporal), mientras que el significante (la enunciación)
posee un espacio lineal (uni-dimensional). Este hecho tan
relevante se pasa por alto, porque se recurre a una transformación
psicológica que traduce de manera intuitiva el significante.
Pero, si se quiere evitar una teoría psicologista del signo,
puede seguirse otra vía para controlar estas proyecciones
entre espacios de diferente o de igual dimensión. Y la herramienta
matemático-formal que lo permite es la Topología. Tal es el
arranque mismo de la crítica que hace el matemático-topólogo
Thom a lógicos y generativistas.
La crítica de Thom va dirigida
contra la tesis de la generatividad libre de los lenguajes
formales, pues es la autolimitación de las capacidades
generativas de la sintaxis lo que pide explicación [Thom
(1980), págs. 164 y 292]. Por esta razón, las lenguas naturales
no son axiomatizables, puesto que su fundamento ha de encontrarse
en la (auto-)regulación biológica y física, es decir, en la
estabilidad de los organismos y no en proposiciones evidentes.
Es fundamental distinguir, entonces, entre generatividad
y operatividad. La Generatividad permite construir
fórmulas tan largas y complejas como se quiera, imposibilitando
su interpretación intuitiva; además limita los resultados,
ya que no pueden ir más allá de una geometría uni o bi-dimensional.
De esta manera, tanto los términos como los resultados generados
mediante el uso de las reglas de transformación permanecen
en el mismo plano espacial. La Operatividad se lleva a cabo,
por lo general, en el espacio tri o tetra-dimensional. No
tiene nada de extravagante que la Lógica haya nacido junto
a la Geometría; pues la Lógica ha permitido organizar la representación
(demostración) de la Geometría en un lenguaje intermedio entre
las morfologías tri-dimensionales y el lenguaje natural, uni-dimensional.
No cabe duda de que ésta fue la gran labor de Euclides: organizar
lógico-operatorio-algebraicamente (uni-dimensional) la Geometría
(tri-dimensional).
Thom ha propuesto un tratamiento
muy diferente del lenguaje desde la semántica. En varios trabajos
he presentado el aparato matemático y, con la colaboración
de Antonio J. López Cruces, he analizado algunos textos poéticos
[Pérez Herranz (1996) y Pérez Herranz y López Cruces (1996)].
Aquí resumiré sucintamente la teoría.
Thom parte de las formas naturales.
Una Forma tiene una significación definida por el conjunto
de reacciones que provoca. Entre las formas algunas se llamarán
pregnantes si suscita reacciones metabólicas (neurofisiológicas)
importantes: alimento, reproducción sexual, huida... Thom
ha visto en este conjunto de formas pregnantes los soportes
de accidentes morfológicos estables por relación a determinados
cambios espacio-temporales. Las pregnancias se propagan por
contagio o semejanza (las ya asumidas metonimia y metáfora).
Pero el hombre ha modificado profundamente el comportamiento
de las pregnancias por medio de lenguaje. Si los conceptos
proceden de las pregnancias y éstas nos remiten a morfologías
estables, hay que preguntarse por la estabilidad de las formas.
Las pregnancias se difunden según un número (relativamente
muy pequeño) de esquemas de interacción arquetípica —las famosas
«catástrofes elementales» deducidas por Thom—. Si estos esquemas
fueran infinitos y no se repitiesen, los animales y el hombre
mismo no podrían establecer estrategias de supervivencia y
el azar dominaría el mundo (el mundo (Natur) acategorial
imaginado por Kant). La gran aportación de Thom es haber intuido,
primero, y demostrado, después, que hay modos universales
de interacción y que esos modos , en el hombre, son « ritualizados»
por mediación de las categorías gramaticales del verbo. Las
oraciones nucleares describen un conflicto entre intencionalidades
o actantes y el verbo define la resolución del conflicto o
su evolución temporal.
El lenguaje humano, según Thom,
representa un gran avance sobre la pregnancia egocéntrica
del mundo animal, porque permite una descripción más fiel
y estable del mundo exterior, no sometido ya al azar de los
encuentros sino a la necesidad funcional entre objetos. Por
eso Thom afirma que la sintaxis de las palabras no puede ser
arbitraria o gratuita sino que tiene un sentido impuesto por
las interacciones semánticas entre los conceptos.
_______________
Es cierto que tanto los lingüistas
como los filósofos están siendo reacios a este «cambio de
marcha» en la investigación lingüística, un cambio que obliga
a articular los problemas desde la semántica, más que desde
la sintaxis o desde la pragmática.
1. En todo caso, no puede decirse
que los filólogos sean ajenos a este proyecto inaugurado por
Thom: Jean Petitot (1985, 1992), Per Aage Brandt (1995), Wolfgang
Wildgen (1982, 1999), Bernard Pottier (1993) y entre nosotros
Enrique Bernárdez (1995) o Ángel López García (1998) y sus
escuelas respectivas han acogido con mucho interés este planteamiento,
sobre todo por sus vínculos con la Lingüística cognitiva.
2. Los filósofos han sido menos
receptivos al pensamiento de Thom. Mitad por sus reticencias
escolares contra los formalismos matemáticos (la Lógica se
salvaría por su aura aristotélico), mitad por la identificación
de la ciencia con la tecnología, valorada negativamente por
destructiva y antihumana.
Desde hace algunos años he venido
defendiendo que la importancia de Thom reside fundamentalmente
en que afecta a uno de los centros neurálgicos de la filosofía:
la transformación misma del organon de la filosofía
—que Aristóteles consideraba su propedéutica—, al quedar reemplazada
la Lógica por la Topología. A partir de aquí hay que reescribir
el De Interpretatione, Las Categorías, y aun
los Primeros Analíticos de Aristóteles. Esto no significa
la supresión de la Lógica, porque ésta queda incorporada a
la Topología como una dimensión suya [Pérez Herranz (1993)].
Este cambio comporta dos resultados a destacar:
1. Por una parte, la Teoría de
las Catástrofes permite formalizar un teorema paralelo al
de limitación de Gödel, pero ahora en lo que concierne a la
semántica. Si la estructura actancial está realizada en el
espacio-tiempo, y su complejidad es morfológica, entonces
sus posibilidades están drásticamente limitadas por las dimensiones
del espacio y del tiempo. Es decir, la semántica está limitada
por las estructuras actanciales que contienen todos los tipos
de formas y de sus correlatos lingüísticos elementales con
significación autónoma, que no podrían descomponerse en unidades
más simples. Estos sentidos, que corresponden a las «catástrofes
elementales» están fijados por verbos del tipo: ser, durar
(mínimo simple); comenzar, terminar (catástrofe
pliegue); confluir, separar (catástrofe cúspide);
coser, desgarrar (catástrofe cola de milano); dar,
llenar (catástrofe mariposa), etc.
2. Por otra, la TC de Thom permite
establecer un mediador espacial semántico de características
universales que facilita el acercamiento a la cuestión, hasta
ahora considerada como tabú, del origen del lenguaje. Ofrece
una teoría general para la comprensión del lenguaje humano
que integraría: la neurofisiología —el cerebro humano se habría
desarrollado controlando el ambiente espacial como cualquier
otro sistema nervioso central—; la etología—el lenguaje se
produce por anamórfosis desde actividades propias de
los primates superiores; el lenguaje habría sido consecuencia
de necesidades de los homínidas (por ejemplo, avisarse los
unos a los otros de ciertos peligros) y que pudieron poner
en práctica por alguna posibilidad fisiológica de la laringe;
esto les habría permitido linealizar fonológicamente los conceptos
[véase Laitman (1986)]; y la neuropsicología —la integridad
de la palabra no es indispensable para el ejercicio de comportamientos
inteligentes, por lo que el pensamiento es posible sin lenguaje—.Y
esto nos pone en situación de mostrar que el aspecto creador
del lenguaje, destacado por Chomsky, se debería a que nuestro
cerebro habría adquirido estructuras de espacialización universales.
Lo que habría descubierto Thom es que estas estructuras no
son algebraico-sintácticas, sino topológico-semánticas y universales
y, por tanto, comunes a todos los humanos. Lo que distingue
a unas gentes de otras son los desarrollos de esta semántica
básica: refinamientos, creaciones culturales —científicas,
jurídicas, religiosas, filosóficas...— que mucho tienen que
ver con la invención de la escritura. Pero esto ya nos remite
a otras cuestiones que desbordan el límite impuesto a este
escrito.
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Fernando-Miguel Pérez Herranz es profesor de filosofía
en la Universidad de Alicante (España). [volver
al texto]
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