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1ª
PARTE
A
PROPÓSITO DE LAS CRÍTICAS A GUSTAVO BUENO DE JUAN BAUTISTA FUENTES:
UN DESARROLLO COHERENTE DE LAS TESIS BUENISTAS.
Gustavo
Bueno[i] defiende
una visión estricta de lo que es la filosofía (distinción platónica
entre filosofía, ciencia y opinión) y laxa de los lugares donde
se hace o tiene lugar la filosofía (ciudadanía); mientras que
J.B.Fuentes[ii]
adopta una visión laxa de lo que pueda ser la filosofía (no muy
distinguible de la ideología) y estricta (gremial) del lugar (instituciones
estatales de enseñanza) donde se hace o tiene lugar la filosofía.
Para el primero la filosofía brota eminentemente de las ciencias,
mientras que para el segundo la filosofía brota principalmente
entre las ideologías. El primero recomienda estudiar las Ciencias
como saberes necesarios y constitutivos del quehacer filosófico,
el segundo el estudio de la Historia como disciplina complementaria
al quehacer filosófico.
En
lo que sigue demostraremos que la posición del primero tiene una
mayor capacidad reductora que la alternativa crítica que le plantea
el segundo e incorpora un mayor número de contenidos del presente,
con lo cual este segundo deberá estar dispuesto a ceder posiciones
ante una opción teórica más potente; ya que supera los obstáculos
que se le planteaban, como veremos, bien mediante los desarrollos
que expondremos a continuación o bien mediante las disoluciones
de las objeciones que se producirán cuando mostremos que son debidas
a una interpretación más estrecha.
EDUCACIÓN
Y ESTADO: LA DIFUSIÓN DE LA IDEOLOGÍA DOMINANTE Y LOS POSIBLES
LUGARES DE LA FILOSOFÍA EN LA SOCIEDAD ACTUAL.
Por
un lado reconoce Fuentes que las instituciones de enseñanza que
el Estado pone en funcionamiento tienen la misión, encomendada
por éste, de propagar la ideología vigente y dominante, además
de formar trabajadores cualificados y obedientes que reproduzcan
dicha ideología a otras escalas de la enseñanza oficial:
“En
principio, todas las formas de institucionalización donde la filosofía
pueda tener lugar tienden a acabar funcionando como formaciones
ideológicas, y por tanto a reciclar la crítica dialéctica bajo
formas metafísicas” (CM11, p.20). Sin embargo, considera que al
filosofía sólo tiene vida en el interior de dichas instituciones
de enseñanza, confundiendo la necesidad de la existencia del Estado
para la existencia de la filosofía, (en cuanto surgida en sociedades
excedentarias: urbanas, políticas y civilizadas, cfr.Ibid.p.15;
sociedad que, sorprendentemente, califica de “inexorablemente
capitalista” CM11, p.42), con la necesidad de que la filosofía,
-sin privilegiar a la/s ciencia/s (geometría) positivas como criterio/s
de discriminación de las ideologías-, se desarrolle de manera
privilegiada en el interior de las instituciones estatales: “De
aquí que los Estados necesiten institucionalizar (sin duda, de
muy diversos modos) la actividad filosófica, generar instituciones
eminentemente públicas, o bien directamente estatales, o al menos
de algún modo controladas por el Estado, donde la filosofía deba
tener lugar, y a través de las cuales se juegue la vida misma
del Estado. Mas por ello mismo, estas instituciones tendrán que
albergar dicho juego dialéctico, y por tanto tendrán que soportar
los momentos en los que la crítica dialéctica brota entre sus
reapropiaciones metafísicas, como parte de su propio juego” (CM11,
p.23). Desde luego que el homo erectus no vivía en una sociedad
en la que pudiera desarrollarse la filosofía, sin embargo, los
egipcios y los persas contemporáneos de los griegos clásicos sí
que vivian dentro de unos marcos estatales e institucionales y
no por eso desarrollaron, como sus vecinos, la filosofía. Si bien
la existencia del Estado es condición necesaria de la filosofía
no es condición suficiente, y además, no podemos obviar los diferentes
modelos de Estado posibles y declarar, con Fuentes y los neoliberales,
que toda economía excedentaria tiende necesariamente al capitalismo,
pues ¿acaso en la antigua URSS, en la Cuba de hoy, en la Hungría
comunista de G.Lukács, no se hacía filosofía?
Si,
más allá de la mera mención de la necesidad de excedentes de producción
se atiende a las configuraciones de la educación en el desarrollo
de los Estados y de los Imperios se puede percibir que su función
es sumamente ambigua, como es el caso de la introducción de la
escritura. Fuentes tan sólo atiende a sus virtualidades positivas,
limitando la acción de la alfabetización a la posibilidad del
surgimiento de la Ley, pero hace caso omiso a sus virtualidades
negativas que, por ejemplo, se aprecian en las investigaciones
del antropólogo C.Lévi-Strauss.
Éste
nos recuerda que el surgimiento de la escritura hacia el tercer
o cuarto milenio antes de nuestra era va ligado a la “formación
de ciudades y de imperios”[iii], a “la integración de un número considerable
de individuos en un sistema político”[iv]
y con ello, a una eficaz distribución vertical de las sociedades,
a la “jerarquización en castas y clases”[v]. La estructura piramidal de las sociedades, no
obstante, también existió con anterioridad a la escritura, sostenida
por otros medios de sujeción (orales), pero aquí lo fundamental
es darse cuenta de cómo la escritura entró a formar parte de los
recursos de dominación de las culturas humanas, sirviendo de apoyo,
por ejemplo, a la religión, que pasa a codificarse, y al Estado,
al control de los subyugados, que pasan a cuantificarse.
“Tal
es, en todo caso, la evolución típica a la que se asiste, desde
Egipto hasta China, cuando aparece la escritura: parece favorecer
la explotación de los hombres antes que su iluminación. Esta explotación,
que permitía reunir a millares de trabajadores para constreñirlos
a tareas extenuantes, explica el nacimiento de la arquitectura...
Si mi hipótesis es exacta, hay que admitir que la función primaria
de la comunicación escrita es la de facilitar la esclavitud. El
empleo de la escritura con fines desinteresados para obtener de
ella satisfacciones intelectuales y estéticas es un resultado
secundario, y más aún cuando no se reduce a un medio para reforzar,
justificar o disimular el otro”[vi]. Tenemos aquí planteada la teoría
de la doble verdad característica de la hipocresía que ha teñido
la política contemporánea. Los medios de dominación son presentados
como elementos de liberación, de modo que la escritura oculta
su carácter adverso y se presenta escolarmente como un inicuo
placer estético, como un juego estético que puede estar encubriendo
al intelectualismo orgánico. Lévi-Strauss nos ayuda a romper semejante
ideología: “Si la escritura no bastó para consolidar los conocimientos,
era quizás indispensable para fortalecer las dominaciones. Miremos
más cerca de nosotros: la acción sistemática de los Estados europeos
en favor de la instrucción obligatoria, que se desarrolla en el
curso del s.XIX marcha a la par con la extensión del servicio
militar y la proletarización. La lucha contra el analfabetismo
se confunde así con el fortalecimiento del control de los ciudadanos
por el Poder. Pues es necesario que todos sepan leer para que
este último pueda decir: la ignorancia de la Ley no excusa su
cumplimiento (sic)”[vii]. La cultura de masas actual, no obstante, es
doblemente oral y escrita, sujeta a la televisión, a la imagen
que habla y al mismo tiempo, en cuanto alfabetizada, a la ideologización
escrita, a la lectura de los periódicos y los best-sellers,
a la acción de marketing sobre la conciencia burguesa de
un capitalismo que ha traspasado la mera esfera de la reproducción
material.
Desde
ésta perspectiva la Ilustración educativa, la instrucción obligatoria
de los ciudadanos, revela que todo método de socialización es
empleado, simultáneamente, como método de dominación. Tras la
formación de ciudadanos ilustrados en democrática y participativa
convivencia se oculta la preparación de carnaza para ser explotada
en el mercado laboral, la formación de obreros cualificados y
obedientes. El sueño del total alfabetismo de las sociedades es
un nuevo instrumento de poder, quizá no menos tenebroso que los
mecanismos de la transmisión oral, pero al menos sí completamente
novedoso respecto a las sociedades sin escritura y más omniabarcante.
Pero el aumento del control social por los gobernantes
no se debe solamente al empleo de la escritura, toda la tecnología
y todo el desarrollo científico-técnico han contribuido a un mayor
control, tanto ejercido contra la sociedad (p.ej.racionalidad
instrumental del exterminio nazi) como a favor de ésta (p.ej.erradicación
del virus de la viruela del planeta). El control social por tanto,
es como la escritura misma, un Jano bifronte que nos lanza una
paradoja terrible: no podrás inocular racionalidad política en
oposición a la barbarie sin aumentar la codificación y el control
social y con él, la posibilidad de predicción y planificación
de las ciencias sociales, pero éste último, abrirá al mismo tiempo
la posibilidad de los mayores actos de barbarie.
A
diferencia de los pueblos sin escritura (que utilizan otros mecanismos
de dominación) en los pueblos en los que predomina la cultura
escrita, la información impresa constituye uno de los principales
elementos materiales de modelamiento de las conciencias y la herramienta
de producción y mantenimiento de las ideologías, «accediendo al
saber asentado en las bibliotecas, esos pueblos se hacen vulnerables
a las mentiras que los documentos impresos propagan»[viii].
Con la imprenta (y no digamos con los medios audiovisuales como
la televisión) se propagan mentiras con apariencia de verdades,
falsedades que, la manía revisionista del re-pensar los documentos
transmitidos por la tradición, se ha propuesto combatir. Pero
el proceso de desmitificación quizá es más lento que los mecanismos
múltiples de producción de mitologías, con lo cual, pensando que
vivimos en un mundo cada vez más racional, es posible que vivamos,
por el contrario, en un espacio cada vez más mitologizado.
La
institucionalización de la enseñanza implica formaciones ideológicas
dominantes puestas en juego, no siendo menos ideológica la Historia
que se impartía durante el franquismo que la Historia que se imparte
ahora en las escuelas españolas o en las escuelas catalanas o
vascas. Hay que decirle a Fuentes que su visión de la filosofía
en la Universidad es tremendamente provinciana ya que la presencia
de las facultades de filosofía en el panorama universitario, dada
la multiplicidad de facultades y saberes, es más bien pequeña
y muy poco determinante en términos sociales. Son más bien los
medios de comunicación de masas, los sucedáneos
de la filosofía hoy en día (cfr.QF, p.73), quienes ocupan su lugar
y su función, configurando la opinión o juicios del pueblo; el
periodismo y la televisión[ix], difícilmente contrarrestables
desde una institución cerrada sobre sí misma y, sin embargo, sin
unidad alguna, como es la Universidad. Institución alejada y cerrada
a la ciudadanía, la cual jamás participa en ella, dada una estructura
burocrático administrativa dirigida a la matriculación de alumnos
de determinadas edades, destinados a formarse en doxografía para
concurrir laboralmente a la guardería que hoy se insiste en llamar
enseñanza en secundaria, donde se imparten a lo sumo las Éticas
para Amador como el grado más excelso de filosofía.
“De
hecho, si estas minusfilosofías ideológicas invaden la enseñanza
secundaria es por su objetiva función social, en la que objetivamente
no puede dejar de estar implicado el Estado: A su vez, semejante
implicación exige que sean asimismo estas ideologías minusfilosóficas
las que se implanten en la enseñanza universitaria de filosofía,
puesto que de ésta depende la formación de los profesores de filosofía
que han de alimentar la atmósfera adecuada en la enseñanza secundaria.
El Estado no puede dejar de estar objetivamente interesado en
el mantenimiento de la filosofía, tanto universitaria como secundaria,
en la medida misma en que está interesado en la reproducción de
una determinada atmósfera ideológica que sólo puede cobrar forma
a través de semejantes filosofías, por muy menores y degradadas
que ellas sean —y esto, aun cuando los propios Estados de estas
sociedades se vean crecientemente reducidos y desbordados por
los intereses tecnoeconómicos transnacionales, respecto de los
cuales comienzan a funcionar como meros apéndices, pero en todo
caso apéndices necesarios para aquellos intereses que deben seguir
jugando el juego ideológico que dichos intereses imponen—. Según
esto, sólo entre medias de semejantes ideologías (minusfilosóficas,
como digo), puede brotar la crítica. Esto es lo que hay...”
(CM11, p.31-32, ponemos en negrita las últimas frases para resaltar
su alto nivel de resignación y ceguera, pues hay más de lo que
Fuentes dice que hay). Lo contrario a lo que dice Fuentes es más
bien aquí lo verdadero, resulta milagroso que entre ideologías
pueda llegar a brotar la crítica, casi podría decirse que la filosofía
surge en nuestra sociedad a pesar del Estado, que un estudiante
de filosofía puede llegar a hacer filosofía a pesar de lo difícil
que se lo pone la Universidad, que la fiebre doxográfica puede
ser en lugar de una ayuda propedéutica inestimable para el quehacer
filosófico, un impedimento. Gustavo Bueno lo deja ver con la observación
del carácter de parcialmente “contraproducentes” (QF, p.71) que
pueden tener hoy las instituciones de enseñanza reglada y su gremio
de enseñantes profesionales a los efectos del surgimiento de la
filosofía entre los ciudadanos: “Solamente en el supuesto de que
la acción de este gremio fuera contraproducente para la educación
filosófica cabría proponer su disolución... o la reconversión
del gremio en su conjunto” (QF, p.73), supuesto que dice Bueno
“parece gratuito” (Ibid.) pero que en fiel coherencia con su postura
y desarrollando sus planteamientos llega a no parecer tan gratuito.
El
Estado está interesado en la minusfilosofía, en la ciudadanía
estulta y embrutecida lo suficiente para ejercer sobre ella la
demagogia más barata pero funcional a efectos laborales. Los profesores
de filosofía de secundaria no degradan su docencia por su complaciente
voluntad, malformados, expuestos a toda clase de vejaciones y
con un alumnado analfabeto funcional, no tienen más remedio si
quieren sobrevivir en el medio que degradar su materia y degradarse
a sí mismos. La función social de los profesores de secundaria
se reduce a guardería y selección más propedéutica para la profesionalización,
asignando, desde cada vez más pronto (especialización y temprana
optatividad), el trabajo asalariado al que se destina a un ciudadano
desde los 14 años. ¿Qué le espera al jovencito de 16 años que
acaba el obligatorio graduado en educación secundaria y abandona
sus estudios? Ser cajero del Día, poco más. Y consumir fútbol,
alcohol y televisión, además de teléfonos móviles y juegos de
ordenador. Votará cada cuatro años a quienes le ordenen votar
los medios de comunicación de masas, a quien más dinero tenga
para publicitarse y saldrá a la calle con las manos pintadas de
blanco gritando ¡Eta asesina! para luego irse al Estadio futbolístico
a partirle la cara al del equipo contrario al suyo. Desde luego
no son esos los lugares para la filosofía ni tal ciudadano en
el que brilla una conciencia crítica y comprometida, pero decir
por ello que el lugar de la filosofía es la Universidad sería
como aceptar que el lugar de la música es el Conservatorio superior
o que el del arte es la Facultad de Bellas Artes. No todos los
ciudadanos son ciudadanos alienados (recuérdese que la ideología
es la alienación a nivel de la conciencia) sino que existe un
cierto número de ciudadanos críticos y es de la mayor o menor
cantidad de ciudadanos de este tipo de lo que depende que se pueda
hablar de una sociedad con formación política o sin ella. Sostenemos
que, si bien los profesores de filosofía pueden (aunque en las
condiciones de la ESO cada vez menos) desempeñar algún papel a
tal respecto, como los profesores de cualquier otra materia, también
y principalmente del contacto con los ciudadanos críticos o ilustrados
es que brotan otros ciudadanos críticos. Y en lo relativo a la
filosofía, que situamos por encima de la mera conciencia crítica,
ésta no queda circunscrita a la Academia-universitaria, sino que
brota cuando los ciudadanos ilustrados tienen el suficiente ocio
y talento para desarrollarla. Los grandes novelistas no están
en las facultades de filología, ni los grandes músicos en los
conservatorios de música, ni los grandes artistas en las facultades
de Bellas Artes, algunos han pasado por esas instituciones formativas
otros no sólo no han pasado por éstas sino que han sido rechazados
por ellas (p.ej. no siendo admitido Goya en la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando). Pretender que el profesor de filosofía
es el albacea de la filosofía es querer darle una importancia
excesiva a un funcionario que en la mayoría de los casos (salvo
loables excepciones) deja intelectualmente mucho que desear y
de lo único que se preocupa es de su salario y de su carrera meritocrática,
escondiendo su incapacidad filosófica bajo montañas de mala doxografía.
“La
unidad de concepto «profesores universitarios de filosofía de
finales del siglo XX», es fundamentalmente de estirpe administrativa,
lo que, lejos de excluir, implica, sin embargo, un mínimum de
patrones culturales comunes (como puedan serlo: haber leído un
mismo conjunto -cada vez menor- de manuales, citar de vez en cuando
a Platón o Wittgenstein y utilizar algunos términos característicos
identificadores del gremio tales como «óntico», «silogismo», «trascendental»...
Pero esta unidad gremial no autorizaría a hablar de una «comunidad
de filósofos españoles», a la manera que suele hablarse de una
«comunidad científica». Una comunidad supone un consenso, aunque
sea polémico, en torno a ciertos métodos, temática, principios,
por parte de las personas que,... constituyen la comunidad...
Pero el «conjunto de profesores univer-sitarios de filosofía»
no sólo no mantienen consenso alguno sobre métodos, temática,
o principios doctrinales, sino que sus miembros ni siquiera se
conocen (intelectualmente) entre sí, puesto que se ignoran mutuamente,
no se citan, ni se leen, ni se escuchan los unos a los otros,
absorbidos como están en su mayoría, en leer, escuchar o citar
a pensadores extranjeros”. (Revista El Basilisco Nº8, segunda
época, primavera 1991: Bueno, Gustavo «Sobre la filosofía del
presente en España», pág.60).
El
grave defecto de los profesores universitarios de Humanidades
reside en su soberbia intelectual, que suele ser proporcional
a su degeneración académica. En las universidades de nuestros
días los jóvenes se preparan para su cualificación y habilitación
profesional, han llegado al más alto escalafón formativo dentro
del Estado y están destinados a reemplazar en breve futuro a las
clases dirigentes en el ejercicio de la gestión social. Los esclavos
ya han sido seleccionados previamente pero todavía se impone una
penúltima selección antes del mercado de trabajo que plataforme
a unos arriba y a otros abajo. Esto es así en casi todas las esferas
formativas menos en las Humanidades. De ellas el Estado sólo busca
proveerse de profesores o de directores de recursos humanos. Su
escasa proyección profesional es inversamente proporcional al
número de jóvenes con verdadera curiosidad intelectual que llegan
a poblar las aulas universitarias donde se imparten tan inútiles
disciplinas. Por eso mismo, el profesor universitario de humanidades,
al verse frente a unas poblaciones estudiantiles motivadas por
la materia y no tanto por el dinero que conseguirán llegar a ganar
algún día a través de su estudio sufren de la fiebre mesiánica.
Año tras año frente a jóvenes ansiosos como esponjas de beber
de ellos, pero siempre entre mocosos de 18 a 25 años, el profesor
de humanidades, al nunca tratar con estudiosos de entre los 30
y los 65 años, (que o son profesores como ellos y por eso mismo
les resultan detestables a causa de portar criterios alternativos
a los suyos, o, simplemente, son trabajadores y por tanto, no
pudieron continuar sus estudios más allá de, a lo sumo, el doctorado),
se empieza a creer Dios y a reunir feligreses que adoran sus sermones.
Ya sólo le interesa aquel estudiante que es capaz de repetir como
una grabadora sus lecciones doctrinales, los fieles pupilos, y
mira con torva desconfianza a cualquier alumno que llegue a pensar
por su cuenta, ya que tiene la osadía de considerarse su igual.
Los departamentos hacen las veces de Iglesia con la que hay que
comulgar y como contínuamente el material juvenil se renueva,
los profesores siempre son extremadamente superiores a sus alumnos,
pues justo cuando habían empezado a ser interesantes los mejores
alumnos, (por haber aprendido ya lo básico y ser ya capaces de
discriminar a ese 10% de profesores realmente valiosos entre la
patanería restante, agotadas ya todas las becas), se tienen que
marchar al mercado de trabajo o al paro, viniendo una nueva hornada
de ignorantes que adoctrinar. Por eso los profesores de humanidades
universitarios siempre están por encima de sus pupilos. Al cabo
del tiempo, ese tan fácil estar por encima, no les deja apreciar
su propia degradación científica, su propia pérdida de desarrollo,
sus contenidos cada vez más triviales, su estancamiento, y terminan
dando lecciones triviales cuando no absurdos galimatías de terminología
neobarroca, que no obstante, son siempre aplaudidos por los neófitos,
por quienes carecen aún de criterios de discriminación. Es de
resaltar como los profesores de humanidades universitarios no
pueden ni verse entre ellos, se evitan, para no ser evaluados
por sus compañeros, y cuando no pueden evitarse se espera de los
profesores sabios que tengan el tacto necesario como para no desenmascarar
a los farsantes, planeando sobre los primeros la amenaza tácita
de guerra burocrática funcionarial (que no intelectual) en caso
de no guardar la ley del silencio. Por eso cuando sucede, que
rara vez, el que un buen alumno de un buen profesor consigue
sustraerse lo suficiente a la esclavitud de la mayoría de las
jornadas laborales como para seguir asistiendo a la Academia,
lo hace ya sin matricularse, asistiendo como oyente a las clases
de quien fue su maestro y ahora es su compañero de investigación.
Pero aun así, hay algo en la Academia que huele a podrido y que
la rodea de un hedor insoportable para quien ya no necesita que
le den el biberón y tiene dientes para comer sólido, la papilla
pedagógica, correlato de la vanidad y engreimiento de quienes
la preparan. ¿Éste es y sólo éste el lugar de la Filosofía?, ¿aquí
es donde debe brillar la Política?
“Las
Universidades son esencial y constitutivamente políticas, y más
aún las Facultades de Filosofía, por su propio contenido disciplinar,
de modo que si toda pugna política se da no globalmente contra
el Estado, sino dentro del Estado, también toda pugna de ideas
universitaria debe darse dentro de la Universidad. Si la crítica
filosófica puede surgir en algún sitio, ese sitio será aquél en
donde la pugna filosófica esté políticamente instituida —¿donde,
si no?—; por tanto, en la Universidad” (CM11, p.24). ¿Que dónde?
La mayoría de los grandes filósofos de la historia de Occidente
han pensado y escrito fuera de la Universidad: Platón y Aristóteles
(terratenientes); Epicteto (esclavo); Marco Aurelio (emperador
romano); San Agustín y Santo Tomás (eclesiásticos); Spinoza (pulidor
de lentes); Descartes (mercenario); Leibniz (diplomático); Bacon
(canciller de Inglaterra); Rousseau (copista de música); Marx
(pensionado de Engels y periodista), Stuart Mill (diputado del
parlamento británico y comerciante), etcétera.
La
palabra Política viene del griego (polis = ciudad; polités = ciudadano;
politiká = aquello que hacen los ciudadanos) y resulta un concepto
mucho más amplio que el de Estado (en griego: Politeia); es el
Estado una parte de la Política (y no al revés como sugiere la
lectura de Fuentes). La Política engloba a todo el tejido social
o entramado comunitario de una sociedad determinada, incluyendo
las formas de Estado que se puedan suceder en ella.
Por
eso Gustavo Bueno acierta al señalar que “todo ciudadano puede
ser filósofo, y no de un modo espontáneo (por mera respiración
de la atmósfera en la que está envuelta una sociedad democrática
ya dada y, por tanto, situada de algún modo en un nivel histórico,
lingüístico, determinado), sino por modo de disciplina
que esa misma sociedad democrática le imponga” (QF, p.100). La
disciplina, es decir, la política. Debido a que el ciudadano griego
tenía que participar en las tareas de gobierno (asamblea ateniense)
o defenderse a sí mismo y acusar en un juicio público (cfr.Apología
platónica), filosofar se convirtió en necesidad social, requisito
indispensable para la ciudadanía.
LA
FILOSOFÍA COMO BROTE ENTRE LAS CIENCIAS, QUE A SU VEZ SURGEN ENTRE
LAS IDEOLOGÍAS.
Recordemos
que Fuentes nos dice en su escrito que los debates de Crónicas
Marcianas y los libros de Savater son el único terreno donde puede
surgir la filosofía: “sólo entre medias de semejantes ideologías
(minusfilosóficas, como digo), puede brotar la crítica. Esto es
lo que hay” (CM11, p.32), aceptando con ello un panorama grotesco
y paradójico. Pero se olvida de que Sócrates no debatía con grotescos
ufólogos o expertos en fenómenos para-anormales, como ha llegado
a hacer Gustavo Bueno en los medios de comunicación con el fin
de inocular su quehacer filosófico entre las ideologías y acercar
la racionalidad crítica, no a sus obtusos interlocutores, con
quienes renunciaba a dialogar, sino a la audiencia ciudadana televidente
capaz aún de razonar. Sócrates debatía con ciudadanos como Protágoras,
Hipías, Ión, Alcibíades, Aristófanes, Górgias, Teeteto, Menón,
e interpelaba a todos los capaces de razón, incluyendo al esclavo
del último citado, a los artesanos, comerciantes, poetas y políticos
como se señala en la Apología platónica, pero ningún personaje
de los diálogos platónicos se asemejaba, ni remotamente, a la
imbecilidad de una Pitita Ridruejo, y eso que llegan a aparecer
personajes tan obtusos como el Hermógenes del Crátilo o Eutidemo
y Dionisidoro, sino que la mayoría de ellos, ya estuviesen dedicados
a alguna profesión liberal, ya fuesen terratenientes, contaban
con unos saberes previos desde los que Sócrates ejercía su quehacer
mayéutico, saberes que no eran otros que las ciencias y las técnicas,
eminentemente la geometría. Sin siquiera esa base racional no
era posible el diálogo, pero es que en Grecia ¡hasta un esclavo
sabía geometría!. Suponer que la filosofía brota de las ideologías
presupone saltarse el necesario suelo científico desde el que
se puede llegar a dialogar.
En
la historia de Occidente se produjo en Grecia un paso del Mithos
a la Scientia (crecida con la techné) y de ésta
a la Filosofía, resumido por Nestle en paso del Mithos
al Lógos, esto es, de la Ideología a la Razón, con lo que
se olvida que entre ambos se sitúan las técnicas y las ciencias,
como cuñas racionales brotando dentro del envoltorio ideológico
que supura toda sociedad. Gustavo Bueno es bastante explícito
en este punto: “La filosofía crítica, tal como la entendemos aquí,
aparece muy principalmente, como crítica a las construcciones
científicas categoriales, que son construcciones cerradas dentro
de su categoría; pero la filosofía, por ocuparse de Ideas[x]
que brotan a través de esas categorías, no puede arrogarse una
«categoría de categorías» para sí misma, o una categoría sui
generis en función de la cual pudiera definirse como ciencia.
La filosofía no es una ciencia, lo que no significa que deba dimitir
{como geometría de las Ideas} de los métodos característicos del
racionalismo.
Cuando hablamos de filosofía académica nos referimos a este modo
platónico de entender la filosofía, más que al modo burocrático
universitario” (QF, p.37).
Con
ello se pone de manifiesto que no es lo mismo filósofo,
que profesor de filosofía, ya que el primero no tiene como
condición de su posibilidad que estar comprendido dentro del entramado
estatal burocrático universitario o pedagógico. Se puede ser filósofo
académico sin necesidad de pisar una Universidad en la vida, Rafael
Sanchez Ferlosio es un buen ejemplo de ello, y se puede ser profesor
de filosofía sin llegar nunca a ser filósofo ni a tener siquiera
un sólo juicio realmente crítico.
Las
ciencias y la Filosofía son solidarias en el sentido en que no
se puede ejercer la segunda sin entrar en familiaridad con las
primeras. Si bien se diferencian en sus procedimientos, en el
experimentalismo y el cierre -no clausura- de las primeras frente
al teoreticismo y apertura de la segunda; es el núcleo teorético
de toda ciencia, cerrado y particular, es decir, su estructura
Noetológica, lo que tiene en común con la filosofía, en
cuanto teoría general y abierta de los principios de la razón
material dialéctica. “4. Las distancias que hay que establecer
entre los procedimientos científicos (tan diversos a su vez entre
sí) y los procedimientos filosóficos no impiden la sospecha, ni
excluyen el reconocimiento, de una «afinidad de principio», fundada
en la razón, entre el saber científico y el saber filosófico”
(QF, p.104). Las ciencias y la filosofía conforman el “racionalismo
crítico” porque “piden una validez para todos los hombres y para
todas las culturas” (QF, p.36) contrarrestando tanto a las ideologías
como a esa concreta ideología que conocemos como relativismo cultural.
Lo
esencial para que haya tanto ciencias como filosofía es su común
sustrato en una “«Lógica material dialéctica»” (QF, p.105), que
iría más allá del proyecto gnoseológico de una teoría general
de la ciencia, al buscar “englobar tanto a las formas de proceder
de la razón científica como a las formas de proceder de la razón
filosófica. El análisis de los procedimientos más generales de
la razón dialéctica” (Ibid.), lo que desde Platón se conoce como
Ontología o Metafísica dentro de la tradición filosófica, la Lógica
o principios del razonamiento en general, es decir, la Lógica
del ser (onto-lógos), tan denostada por los seguidores de
los autores llamados postmodernos; lógica que se materializa al
concretar bajo la Idea del ser en general, cualquier ente o Ideas
que las ciencias proporcionen para la reflexión: por eso la “filosofía
es «enfrentamiento con las Ideas y con las relaciones sistemáticas
entre las mismas»” (QF, p.38) y lo demás es opinión, cháchara
ideológica.
La
filosofía (saber de segundo grado) surge en todo el entramado
social, a partir no ya de las ideologías, como afirma Fuentes,
sino de las ciencias (saberes primarios), tanto de sus conmensurabilidades
como de sus inconmensurabilidades: “Y, en la medida en que todos
estos «saberes primarios» solo pueden conformarse socialmente
y, por tanto, políticamente, habrá que reconocer que los diversos
tipos de estructura política (según el nivel histórico o social)
y, por tanto, de saber político, habrán de estar moldeando de
un modo profundo la posibilidad misma de la conciencia filosófica.
Otra cosa es determinar —desde la heterogeneidad de las diferentes
estructuras políticas— si hay algún tipo de estructura política
que facilite, más que otras, la constitución de la conciencia
filosófica (o, lo que es equivalente, si hay algún tipo de estructura
política que bloquee la posibilidad de una conciencia filosófica
—no ya la expresión pública de la misma—)” (QF, p.89).
Por
eso, el cuerpo de funcionarios del estado, los profesores de filosofía
universitarios o secundarios, son en su conjunto, salvo excepciones
minoritarias, un obstáculo para la formación filosófica de la
ciudadanía, en un sistema capitalista que les encomienda el bloqueo
de la posibilidad de una conciencia filosófica: “la filosofía
tiende a desbordar todo gremio. Rechazadas estas alternativas,
la única que se mantendría como alternativa plausible sería la
que se propusiera como objetivo lograr que un conjunto «disperso»
de ciudadanos, de profesiones múltiples, no vinculados entre sí
gremial o institucionalmente, y con una «masa crítica» (¿medio
millón? para España, ¿un millón?) suficiente, pueda ejercer una
influencia social efectiva. Este «conjunto» o «Tribunal Supremo
disperso» podría comenzar a desempeñar, de hecho, la función de
un órgano insustituible en una sociedad avanzada, un órgano que
ejercería, entre otras cosas, el papel de filtro de los millares
de juicios individuales gratuitos e infundados que pululan en
una sociedad en la que ese órgano no actúa, juicios venales que,
sin embargo, son compatibles con los de un publicista, un periodista,
un «intelectual libre» (no orgánico), &c., que ha alcanzado
la función de «formador de la opinión pública», careciendo de
toda capacidad de formular juicios filosóficos fundados a la altura
del presente.
En España, en nuestro presente, la educación filosófica es universal
a todos los ciudadanos, a menos desde un punto de vista legal;
sin embargo la presencia de hecho de una filosofía crítica puede
considerarse como prácticamente nula. ¿No debe ser esto uno de
los principales motivos de reflexión autocrítica para el cuerpo
de funcionarios del Estado a quienes se les ha encomendado la
educación filosófica de la Nación?” (QF, p.78; pág.71: La filosofía
estará presente en la sociedad “según la proporción de ciudadanos
(¿un 5% un 50%?) capaces de argumentar sus juicios sobre ideas
comunes incorporando los argumentos de los rivales”; pág.77: luego
no se trata de la República de los Sócrates ya que “no
sería necesario... que «todo el pueblo» estuviese al tanto de
las obras de los filósofos. Sería, en cambio, necesario que una
minoría suficiente del cuerpo social (¿el uno por cien mil? ¿el
uno por millón?) fuese capaz de constituir un público disperso,
pero bastante, para que la crítica estrictamente filosófica pudiese
desempeñar, en el conjunto del saber, el papel social que virtualmente
puede corresponderle”).
Nietzsche
fue durante diez años catedrático de Universidad y lo dejó, pasando
a vivir en cutrísimas pensiones de mala muerte de su pensión por
enfermedad, para poder ser libre de pensar y escribir, muestra
de que la Universidad moderna tiende a castrar al filósofo al
cumplir su tarea de fabricar al profesor, a diferencia de la Academia
y el Liceo (o del Jardín) donde los ciudadanos no iban para convertirse
en profesores, destino despreciable como bien se aprecia en el
Protágoras de Platón, sino a convertirse en ciudadanos.
LOS
CIUDADANOS CON JUICIO CRÍTICO.
Hay
una serie de distinciones que ni Fuentes ni Bueno hacen y que
dejan en la indefinición las diferenciaciones que se habrían de
realizar entre los siguientes términos: 1) Filosofía y filósofo,
quien lleva a cabo la actividad contemplativa (theorein) consistente
en conocer el mundo a través del entrelazamiento de las ideas
que brotan de los distintos campos categoriales en un sistema
coherente con los principios generales de la Lógica, es el filósofo,
el que hace filosofía (lo que Gustavo Bueno denomina filosofía
académica o dialéctica): “se trata de elegir auxiliados desde
luego por las ciencias históricas y políticas, entre hace filosofía
vulgar (mundana) casi siempre ingenua y mala, o hacer teoría
académica, no por ello necesariamente excelente (y entendemos
aquí por filosofía académica no ya tanto la filosofía universitaria,
cuanto la filosofía dialéctica, cuyos métodos fueron ejercitados
y representados por primera vez en la Academia de Platón)” (Gustavo
Bueno, España frente a Europa, pág.10). 2) a) Los ciudadanos
ilustrados, quienes estudian e investigan tanto en las disciplinas
científicas como en las humanísticas a fin de formar su juicio
crítico, no con el objetivo de especializarse en una única área
desdeñando todas las demás, capaces de entrelazar ideas pero sin
preocuparse por sistematizarlas en un todo coherente o filosofía
(lo que les convertiría en filósofos académicos o dialécticos).
Y b) Profesionales del estudio y la investigación especializada,
ya profesores de filosofía que desempeñen tareas de investigación
(lo que Gustavo Bueno llama filosofía universitaria), ya
profesionales de cualquier área (medicina, física, matemáticas,
ingeniería, económicas, historia, arte, etc, etc), capaces de
manejar las ideas de, al menos, un campo categorial; 3) ciudadanos
con juicio crítico simple u opinión verdadera, lo que
Gustavo Bueno llama filosofía mundana o vulgar, y 4) ciudadano
alienado por las ideologías dominantes.
Esta
analítica de la tipología ciudadana, a los efectos de su situación
respecto a la racionalidad, de nuestras sociedades contemporáneas,
no supone ningún idealismo, sino más bien un cuidadoso materialismo,
perfectamente adscribible al de Gustavo Bueno. Cierto que el camino
real del aprendizaje y del conocimiento tanto ontogenética como
filogenéticamente, va de la experiencia a la filosofía (progresus),
para luego retornar desde la filosofía hasta la experiencia (regresus),
en un ciclo de feedback o retroalimentación constante. Pero aquí
no estamos haciendo un análisis diacrónico o historiográfico sino
analizando por separado y de forma sincrónica la tipología ciudadana,
de manera que obviamos el hecho de que todo filósofo fue en algún
momento de su existencia un bebé que sólo sabía balbucear.
1)
Respecto a la Filosofía y los filósofos tengase en cuenta,
por el momento, lo dicho en el apartado anterior. Los que hacen
filosofía, (esos son los filósofos), son en realidad muy pocos,
aquellos que, desde cualquier área, sin necesidad de que hayan
estudiado nunca la Historia de la Filosofía, despliegan un pensamiento
teórico y sistemático propio.
Abundan
lo casos de grandes filósofos con muy poca formación historiográfica
como Wittgenstein o Althusser. Y si bien el conocimiento de los
textos de los grandes filósofos puede favorecer y ayudar a la
actividad filosófica (indispensables en la erudita o doxográfica),
-así como el que quiere pintar intenta emular a Velázquez- no
parecen indispensables para que se produzca: ¿con qué historiografía
filosofíca contaban los presocráticos? ¡Con ninguna! ¿Y Platón?
¡Con muy poca! Con lo que sí contaban es con una serie de técnicas,
con ciencias y con un determinado entramado político y social
que, secularizado, ofreció un entorno indiscutiblemente favorable
a la filosofía, la polis, tan apropiada para ésta como
dotada de ciudadanos críticos.
Schopenhauer,
por ejemplo, fue un filósofo que afirmaba no preocuparle en absoluto
el hecho de que tras su muerte una miriada de gusanos se dedicasen
a devorar su cuerpo; pero decía preocuparle sobremanera que, después
de morir, una miriada de catedráticos de filosofía se dedicasen
a roer su obra. También era Nietzsche consciente del destino funesto
que podían recibir sus escritos. Demasiado familiarizado estaba
con las tergiversaciones y utilizaciones interesadas de las obras
de los grandes pensadores de la humanidad gracias a su formación
como filólogo, como se refleja en una Carta a su hermana
(Venecia, mediados de junio de 1884): “¡Quién sabe cuántas
generaciones habrán de pasar para producir algunos hombres que
puedan sentir en toda su profundidad lo que he hecho! E incluso
así, me causa espanto la idea de que gentes, sin título para ello
y totalmente inadecuadas, se apoyarán en mi autoridad. Éste es,
sin embargo, el tormento de todo gran maestro de la humanidad:
saber que, en determinadas circunstancias y por ciertos accidentes,
puede convertirse tanto en fatalidad como en bendición para ella”.
Con lo cual vemos que, al menos los filósofos, han tenido siempre
motivos para temer a los profesores de filosofía y que no es lo
mismo lo uno y lo otro.
2)
Aquí distinguimos entre los ciudadanos ilustrados y los profesionales
de un área de investigación. Los primeros serán ciudadanos
críticos ya que eso es algo que viene incluido con la ilustración,
pero los segundos, aunque puedan ser auténticos genios en un área
determinada, pueden estar tan ideologizados en todas las demás
(e incluso en la que representa su especialidad) que no se les
pueda considerar como críticos en absoluto.
Entre
los miembros del tipo que planteamos en este punto destacan, a
juicio de Gustavo Bueno, los dedicados a las Ciencias Positivas,
mientras que a jucio de Fuentes, destacan los dedicados a las
Humanidades, (a quienes -dice- hay que distinguir, de los dedicados
a las Ciencias Sociales, cfr.CM11, pág.28): “Muy diferente, sin
embargo, es el caso de las genuinas "Humanidades" —que
son, en rigor, las filologías, la historia y la propia filosofía—;
éstas tienen ciertamente cada vez más difícil su lugar en el "mercado
laboral", debido precisamente a que, por su vecindad cognoscitiva
consustancial con la historia, están mucho menos reconciliadas
con su presente puntual histórico” (CM11, pág.29).
Y
nosotros estamos de acuerdo con Fuentes en la tesis de que las
humanidades pueden ayudar a proporcionar a quien las cultiva capacidad
crítica, así como estamos de acuerdo con Bueno en que dicha
capacidad puede adquirirse a partir de las ciencias positivas,
pero discrepamos de ambos al identificar la filosofía con la crítica
y el ser filósofo con el ser ciudadano crítico o profesional de
las humanidades. Ciertamente las obras filosóficas o el contacto
discursivo con un filósofo pueden ayudar al desarrollo de la conciencia
crítica, pero si bien necesaria, ésta no es suficiente para
lograr llegar a hacer filosofía y ser, por tanto, filósofo.
El
problema reside en que tanto Fuentes como Bueno admiten sin discusión
la escisión decimonónica entre ciencias del espíritu o humanidades
y ciencias naturales o positivas. Pero dicha distinción no es
más que institucional y aunque admitamos, con Bueno, que las primeras
no han llegado a ser cierres categoriales y las segundas sí, para
tener un criterio de discriminación; dicho criterio no explica
suficientemente la escisión institucional, cuyas determinaciones
no vienen comandadas por la naturaleza de los materiales de estudio
sino por la naturaleza de las necesidades del mercado. De manera
que una de las maneras en que la educación puede hacer frente
al mercado es proporcionando una formación integral o humanística,
siguiendo la tradición renacentista que se remonta a su vez a
la Grecia clásica.
En
su primer sentido, humanismo es la atmósfera intelectual
emanada del interés renacentista por las investigaciones
terrenales. Así, el humanismo renacentista vendría a rescatar
la opción socrática del quehacer filosófico centrado en la polis.
El humanista del Renacimiento es aquel que se ocupa de las cosas
humanas (ciencias y letras) frente al teólogo medieval, ocupado
con las cosas sobrenaturales (teología escolástica). No hay que
confundir el sentido que la acepción humanidades tuvo para los
humanistas del Renacimiento, tan científicos como letrados, con
la doctrina filosófico-ideológica humanista del siglo XX, a la
que se enfrentó el antihumanismo de Althusser o Foucault. La acepción
original de humanista es la que remite a aquellos que ya han recibido
la propedéutica indispensable para el cultivo de la filosofía,
lo que no significa que lleguen necesariamente a dar ese salto;
el humanista es quien está formado tanto en las ciencias
como en las letras, apelativo que aún llegó a identificarse con
ilustrado en los siglos XVII y XVIII, ya que la mayoría
de los máximos representantes de la Ilustración, como Voltaire
por ejemplo, estaban tan versados en las ciencias como en las
letras.
Ahora
bien, dado que la escisión de los saberes en compartimentos burocráticos
heterogéneos es un hecho en aumento desde el siglo XIX, es decir,
dado un estado de cosas que degenera y limita la formación en
grado sumo a través de la especialización extrema, es probable
que en este punto vaya Fuentes por delante de Bueno, es decir,
que hoy por hoy, lo que el primero denomina Humanidades, disciplinas
menos reconciliadas con las ideologías dominantes, tenga más
probabilidades de proporcionar una conciencia crítica que lo que
se conoce por disciplinas científicas, en las que se extrema la
formación de meros tecnólogos.
Los
resultados de la inversión educativa, tanto privada como estatal,
dependen del tipo de enseñanza que se quiera fomentar. A lo largo
del siglo XX se ha procurado cada vez más incentivar la formación
de trabajadores cualificados y obedientes, tecnócratas superespecializados
y sabios en su reducto profesional, pero absolutamente ignorantes
de todo lo demás, de la historia, la política, la filosofía y
la filología, de todas aquellas disciplinas humanísticas que les
podrían capacitar para ejercer como ciudadanos críticos, autónomos
y responsables, en democrática convivencia.
Para
la formación de trabajadores cualificados, orgánicos y uniformes,
sobran las materias humanísticas (filologías, historias), que
generan individuos críticos, sujetos comprometidos con una sociedad
democrática y participativa que nació en Atenas hace dos mil quinientos
años.
Los
ciudadanos críticos son difíciles de gobernar como borregos. No
caen en la trampa del círculo vicioso alienante: trabajo - consumo
- ocio adictivo - trabajo -... El «ocio adictivo» se caracteriza
hoy en día por tres opios del pueblo: religión (o esoterismo),
fútbol y televisión. Esta última es el «Opium par excellence»
que reúne a tres personas en una, como nueva Trinidad del monoteísmo
del mercado.
El
humanista o letrado ilustrado no ha sido educado para el ocio
adictivo, porque como estudia lenguas clásicas, sabe que la palabra
griega para ocio es la raíz de nuestro vocablo escuela.
Pero además, como estudia filosofía, comprende, que si los griegos
equiparaban escuela y ocio, es porque consagraban su tiempo libre
a actividades formativas que desarrollasen todas sus potencialidades.
No
obstante, el letrado ilustrado, pese a la admiración que le reporta
la antigüedad clásica, al estudiar la historia de la política,
se da cuenta de que en Grecia, aún siendo admirable por multitud
de motivos, la posibilidad del desarrollo educativo pleno, le
estaba reservada a los ciudadanos libres a consta de los esclavos.
Y de que es gracias a la Ilustración y a los ideales de la Enciclopedia,
que se quiso generalizar una educación humanística y profesional,
pública y gratuita, para todos los hombres sin discriminación
alguna. ¿La pretensión?: Que la sociedad humana fuera gobernada
por la Razón y no por las pasiones de los hombres, encontrándose
todos los ciudadanos con el deber y el derecho de ejercitar la
razón común. Una pretensión intentada en la URSS por última vez
y hoy desaparecida.
Si
no se invierte en una educación integral sino tan sólo en una
profesional, tendremos un mundo aberrante en el que los maravillosos
adelantos técnicos de trabajadores especializados, convivirán,
con la más absoluta zafiedad y cortedad ética, política e intelectual,
lo que será aprovechado por los timócratas populares para dominar
y monopolizar los bienes de todos los hombres.
El
profesional de las Humanidades (profesor de filologías, de historia
de la filosofía, de historia de la política, etc.) no es importante
tan sólo por el juicio crítico que se pueda adquirir por medio
de su concurso. Hoy, la mayoría de los profesores son incapaces
de proporcionar una formación integral, ni siquiera ellos mismos
la poseen, pero sí pueden llegar a despertar el juicio crítico
en sus alumnos o bien formar profesionales de su disciplina. Pero
es aún más importante que se dediquen a trabajar profesionalmente
en su disciplina (investigación) y no sólo en la enseñanza. Los
filólogos, arqueólogos, bibliotecarios, papirólogos, etnólogos,
demógrafos, historiadores de la filosofía y de todas las demás
áreas, etc, cumplen una labor social inestimable cuando se dedican
a preservar los materiales en los que se conservan los saberes,
que nos parece mucho mayor que la de intentar ser los creadores
del juicio crítico en las conciencias de los alumnos. Para crear
el juicio crítico no sólo en sus alumnos sino en todos sus conciudadanos
no tiene más que actuar como ciudadano crítico. ES ENTRE LOS CIUDADANOS
CRÍTICOS QUE BROTAN NUEVOS CIUDADANOS CRÍTICOS.
La
transmisión oral de los conocimientos no se da únicamente en algún
lugar privilegiado de la sociedad (Universidad e instituto) sino
en toda ella, y no tiene por qué estar enclaustrada en un cuerpo
oficial de transmisores profesionales, pero la conservación de
los materiales receptores de los saberes sí que necesita un soporte
institucional, sin el cual se corre el riesgo de perderlos.
“Aunque
pusieron silencio a las lenguas no le pudieron poner a las plumas,
las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender
a quien quieren lo que en el alma está encerrado” (Miguel de Cervántes
Saavedra Don Quijote de la Mancha, I, XXIV). Con esta cita
comienza un excelente libro de Luis Gil (Censura en
el mundo antiguo. Alianza Universidad. Madrid 2ª edición 1985.
1ª edición Revista de Occidente 1961), cuyos dos prólogos, a la
primera y segunda ediciones, resultan indispensables para que
los que no vivimos la censura franquista comprendamos cómo se
las ingenió este erudito del helenismo para que su libro sobre
la censura pasase la censura, ironía socrática sobre la que se
asienta la libertad de pensamiento y que nos recuerda el talento
de un Voltaire para hacer que los reyes y los nobles aplaudieran
sus obras sin notar que eran corrosivas para el Antiguo Régimen.
Merced a la hábil presentación de la materia y con algunas concesiones
al nacionalcatolicismo, el libro pudo publicarse por primera vez
durante el franquismo, logrando eludir a los censores y realizar
un alegato contra la censura. Mientras a Camilo José Cela se le
daba el Nobel de Literatura, quizá premiando su labor como censor
durante la época franquista, y luego el Premio Cervantes del que
había dicho cuando no se lo daban, con su educada dicción poética,
que era un premio de mierda; los eruditos volterianos que lucharon
con sus armas y a su manera contra la opresión, yacen sumidos
en el olvido. ¿Por qué todavía no somos los occidentales pueblos
que lean más ciencia que literatura, o al menos, igual de ciencia
que de literatura? Puede ser un problema de acceso y un defecto
de la educación, especializada para la profesionalización especializada
y el consumo masivo.
La
censura surge de la idea dogmática según la cual no habría
que dar la misma libertad ni las mismas oportunidades de difusión
al error que a la verdad. Así, quienes se creen en posesión de
la verdad absoluta se sienten autorizados para proscribir y destruir
las opiniones y libros que les son ajenos o contrarios. El liberalismo
literario, sin embargo, surge de la idea antidogmática según
la cual en igualdad de condiciones de acceso, y con la misma libertad
y oportunidades de difusión, la verdad se abre camino frente al
error por sí sola, sin necesidad de que la ayudemos eliminando
lo adverso. Pero: ¿Acaso gozan hoy los clásicos de igualdad de
oportunidades de difusión que los best sellers? ¿Acaso gozan los
ciudadanos del planeta de igualdad de acceso a los textos de los
grandes genios que la humanidad ha parido? ¿O acaso no se estará
hoy dando más oportunidades a la barbarie que a la cultura, a
la televisión y al fútbol que a Dante o Cervantes? El no erigirse
en eliminador de lo que se considera indigno de perdurar no significa
inacción, sino posición activa de defensa y elogio de lo que se
tiene por valioso, al menos para que se encuentre tan representado
como las demás opciones, ni más ni menos. Si hubiese igualdad
de difusión y de acceso existiría hoy ya la plena libertad literaria
y nada habría que hacer para que lo mejor, seleccionado por el
tiempo, se superpusiera a lo peor.
Sin
la destrucción premeditada y con igualdad de condiciones, el Tiempo
sería el mejor clasificador y seleccionador de aquello que merece
ser recordado generación tras generación. Desgraciadamente, a
lo largo de la Historia no se ha dejado que fuese el Crónos quien
dictaminase, manteniendo, en principio, la totalidad de la producción
intelectual humana, qué habría de perdurar y qué habría de desaparecer,
sino que las distintas religiones e ideologías han marcado las
pautas de conservación y destrucción. Quizá hoy en día, con los
medios informáticos, haya llegado el momento de conservarlo todo
y para dejar que sea el tiempo y los lectores de sucesivas generaciones
quienes elijan lo esencial y valioso sobre lo perecedero, y nuestro
papel sea el de esforzarnos por la conservación y nunca prestarnos
a la destrucción por muy mal que nos parezcan las otras opciones.
La
diferencia entre un clásico y un best seller es
que el clásico sobrevive a su propia época y aunque tenga una
pequeña tirada editorial inicial, luego se sigue leyendo generación
tras generación. El best seller, por el contrario, comienza
con una tirada de miles y hasta millones de ejemplares, pero nadie
recordará esos títulos al cabo de una generación. No hay que lamentar
que se pierda la literatura basura, escritos del momento y para
el olvido, pero atendiendo a la historia tenemos que lamentar
la enorme pérdida intencionada de innumerables clásicos en la
antigüedad, de las alrededor de 100 tragedias de Esquilo conservamos
7; de las 120 de Sófocles, otras 7; de las 92 de Eurípides, 18;
por sólo hablar de los grandes trágicos que conocemos. La mayor
parte del saber de la antigüedad ha desaparecido y toda nuestra
admiración por Grecia parte de la conservación de tan sólo el
10% de su producción intelectual.
En
la antigüedad -señala Luis Gil en el prólogo a la 1ª edición de
su libro citado- se puso tanto celo en la conservación de lo que
se consideraba valioso como en la destrucción de lo que se consideraba
nocivo y perjudicial. Hubo una censura en la antigüedad mediatizadora
de la transmisión o no transmisión de los textos. Muchas obras
se destruyeron consciente y voluntariamente y otras muchas se
retocaron de acuerdo con las luchas ideológicas y religiosas de
cada época.
Hacer
esta historia, la historia de la censura, tiene la intención
de que no nos erijamos nunca en censores y dejemos que el tiempo
y lo mejor perdure en competencia libre con lo peor, pues si bien
el evangelio de la libre competencia es inhumano y destructivo
en el terreno económico, cimentando la desigualdad, e insatisfactorio
en el terreno político, donde deriva en la renuncia a la participación
directa en los asuntos que a todos afectan; en el terreno de las
ideas y de las artes y las letras, nada parece más saludable.
Frente al liberalismo económico y político, y no junto a ellos,
se yergue el liberalismo literario, donde debería brillar plena
tanto la libertad de creatividad y manifestación como la igualdad
de difusión y acceso.
Por
último vemos que Luis Gil vincula a la forma de organización política
de la ciudad-estado el nacimiento de la literatura griega y de
sus éxitos culturales y sociales (cfr.Ibid.I, pág..29), vinculada
a ella, como algo característico del pueblo griego y que vendría
a explicar buena parte de sus logros, la libertad de expresión
(isegoría): “Pero ya en las más antiguas creaciones literarias
encontramos muestras de algo que va a ser característico del mundo
griego: el gusto por el debate de las opiniones y el aprecio por
la expresión sincera y elocuente de éstas. Un lector de los poemas
homéricos se asombrará del lugar ocupado en ellos por los discursos
y de la soprendente libertad de palabra de los héroes” (Ibid.I,pág.31).
Los debates entre ciudadanos críticos son el mejor caldo de cultivo
para el surgimiento de nuevos ciudadanos críticos.
3)
El ciudadano con juicio crítico simple no se identifica
con los antedichos y bien puede surgir con independencia de ellos.
De los teóricos (filósofos) beben tanto los ciudadanos ilustrados
como los profesionales, pero el ciudadano con juicio crítico
puede beber o no beber de los teóricos, estaría en el nivel que
Platón denominaba “opinión verdadera”, para el cual no
es de ninguna manera indispensable el contacto con la filosofía
teorética, aunque sí suelen haber tenido contacto con los profesionales
o ilustrados durante algún período de su vida. Médicos, abogados,
conductores de autobús, parados, fontaneros, albañiles, terroristas,
políticos o cualesquiera otros profesionales o ciudadanos, no
sólo en el ámbito profesional sino en todo el espacio público,
pueden haber adquirido un juicio crítico simple y pertenecer
a esta categoría, ya que no por el hecho de tener una licenciatura
en algo se dominan las ideas de su campo categoríal. Muchos ciudadanos,
incluso habrán podido llegar a desarrollar un juicio crítico sin
necesidad de pasar por ninguna institución de enseñanza, sino
aprendiendo de la experiencia en la vida y de los demás ciudadanos
que le rodean, dedicando su ocio al aprendizaje a través del diálogo
y mediante el intercambio con sus conciudadanos.
En
principio, alcanzar este grado no parece muy difícil, pero si
planteamos algunas de las dificultades que lo impiden su consecución
ya no nos parecerá tan clara. Todos los elementos ideologizantes
de la sociedad laboran contra la ciudadanía crítica, las deficiencias
en las necesidades materiales básicas de la existencia (higiene,
comida, vivienda, formación y ocio), así como el trabajo intensivo
y extenuante, también laboran en su contra. Por eso el porcentaje
de ciudadanos críticos en los diversos Estados es tan pequeño,
porque determinados requisitos mínimos indispensables se incumplen
flagrantemente o son simplemente inexistentes y porque demasiadas
fuerzas e individuos laboran intencionadamente en su contra.
4)
El ciudadano alienado por las ideologías dominantes, incapaz
de una crítica racional, es hoy la especie más abundante del planeta.
Ya no importa el lugar social en el que se encuentra el individuo,
proporcionalmente hay tantos alienados entre los ricos como entre
los pobres, si bien los primeros son del tipo de los que se creen
libres sin serlo y merecen mayor reprobación (cuando no directamente
un tiro en la nuca) ya que no sólo desaprovechan las oportunidades
del bienestar material sino que acumulan con tal exceso que acaparan
lo que le falta a los otros, impulsados por lo que Platón llamó
alma apetitiva que domina en ellos por encima del alma racional.
El debate actual entre neoliberales y socialdemócratas parte de
la concesión de la premisa anterior a los primeros por parte de
los segundos y resulta urgente replantear y repensar las alternativas
a la idea de que lo que llamó Platón el alma apetitiva
(epithymia), (junto a la irascible (thymos) puesta a su servicio
en lugar de al de la razón), alternativas a la idea de que las
pasiones son lo que domina y gobierna esencialmente en el ser
humano. El alma racional (lógos psyché), lo racional del
alma (tó logistikon tês psychés; Rep.IV, 439d), la Razón, yace
hoy sumida en el olvido, desprestigiada cuando no condenada como
el mayor de los males: “Y estas dos especies, criadas de ese modo
y tras haber aprendido lo suyo y haber sido educadas verdaderamente,
gobernarán sobre lo apetitivo (epithymia), que es lo que más abunda
en cada alma y que es, por naturaleza insaciable y ávido de riquezas.
Y debe vigilarse esta especie apetitiva, para que no suceda que,
por colmarse de los denominados placeres relativos al cuerpo,
crezca y se fortalezca, dejando de hacer lo suyo e intentando,
antes bien, esclavizar y gobernar aquellas cosas que no corresponden
a su clase y trastorne por completo la vida de todos” (Rep.IV,442a-b).
Frente
a los que afirman que el mundo racional es cada vez mayor por
el mero hecho de conllevar tecnología, hay que poner de manifiesto
como, el desarrollo tecnológico, puede ser la mayor de las irracionalidades,
como se demostró en Auschwitz o en Hiroshima y Nagasaki. No sólo
hay barbarie en lo dionisíaco (la fuerza del volcán, del terremoto,
de la vida en su despliegue) sino que el extremismo apolíneo resulta
incluso mayormente barbarie (la fuerza de una bomba atómica, del
Gulag o el campo de concentración). De Platón a Spinoza, de Nietzsche
a Husserl, todos los grandes filósofos han reconocido la existencia
de las pasiones y abogado por su dominio por la razón. Pero los
Calicles y Trasímacos, la demagógia y los políticos, los poetas
narcotizantes, están triunfado hoy sobre los filósofos tras una
batalla que comenzó hace más de dos mil años.
En
los llamados países del Tercer Mundo la ciudadanía crítica no
se alcanza debido principalemente a la pobreza, la violencia,
la carestía de lo más mínimo, la televisión y la explotación,
en los llamados países desarrollados a causa de la riqueza, la
avaricia, la abundancia consumista, la televisión y la explotación.
En ambos mundos a causa, también, de la desposesión del poder
político por parte de los ciudadanos, que siempre son gobernados,
ya por una oligarquía burguesa, por profesionales de la explotación
(banqueros y empresarios) y profesionales de la demagogia (políticos
electos), dirigentes de una sociedad a la que nos empeñamos en
llamar democracia representativa; ya por una dictadura o teocracia.
Mucha
preocupación se muestró en Europa por el hecho de que el líder
ultraderechista Haider subiese al poder en las elecciones del
comienzo de milenio, comenzado a formar parte del gobierno de
Austria, pero muy poco se investigaron las causas de tal hecho
ni se hacieron preguntas acerca de ese 27 % de votantes que eligieron
esa opción. Si un 27 % de votantes de ciudadanos austriacos votaron
a Haider ello quiere decir que el programa de formación de ciudadanos
de los países llamados democráticos está fallando terriblemente.
Aplicadas las instituciones de enseñanza en forjar trabajadores
sumisos, cualificados y obedientes, aptos para producir y consumir
en el capitalismo globalizado, se prepara al mismo tiempo la masa
más apta para la abducción demagógica. Como ha dicho el Papa de
los valores: “Lo que más me preocupa del caso austriaco -¡ay,
Thomas Bernhard, cuánta razón tenías!- no es Haider, ese vulgar
desaprensivo sin mejor ideología que el afán de poder, sino sus
votantes. Porque precisamente en democracia la responsabilidad
de la política nefasta no es sólo culpa de los arribistas y aspirantes
a tirano sino sobre todo de esos pésimos políticos, los ciudadanos
que los eligen” (Fernándo Savater “Responsabilidad democrática”.
El País 06/02/2000). Pero no acierta a detectar que son sus “valores
políticos” teñidos de bonitos derechos pero cuajados de capitalismo
y ese su “valor de educar”, tan valiente como paternalista, en
unas instituciones degeneradas o, como la escuela pública, abandonadas,
los que generan esos ciudadanos “hiperdemocráticos” que salen
a linchar y perseguir inmigrantes extranjeros en el Ejido para
defender su “derecho a la propiedad privada ilimitada”, o que
abuchean opositores políticos o defienden a exministros cuya criminalidad
ha sido probada en los tribunales. No se aprecian diferencias
en el artículo de Ralph Dahrendorf (Ibid 13/02/2000) entre Haider
“lider oportunista” y los gobiernos “democráticos” que lo condenan
con gran aspaviento e indignación y cuyas “razones para intervenir
son en parte nacionales y electorales” (Ibid.), ambos son demagogos
y actuan de la mejor manera para ganarse la adhesión de una ciudadanía
consumista y embrutecida, como en la nave de los locos de la que
hablara Platón.
Si
en 1991 a través de panfletos repartidos por la Unión Europea
se acusó a los judíos de secuestrar y asesinar niños para extraer
su sangre y celebrar con ella extraños rituales -como indicaba
con preocupación Morris B.Abram en el International Herald
Tribune (Saturday-Sunday, February 5-6, 2000)- no hay que
limitarse a llevarse las manos a la cabeza ante semejante demagogia
racista. Ya en 1945 se propagó la leyenda de que los nazis habían
fabricado jabón con la grasa de los judíos y hasta hoy resulta
muy popular creerse semejante tontería, cuando basta con atender
a las aberraciones reales para no suscribir tal movimiento. Lo
preocupante es que haya gente lo suficientemente estupida como
para creer y atender a semejantes libelos de satanización, lo
que indica que cada vez más somos víctimas de una educación deficiente
y carne de cañón para la manipulación ideológica. Hace tiempo
que se debería enseñar a quien quiera ver al Diablo que no tiene
más que mirarse al espejo con suficiente profundidad y así, consciente
de lo peor que hay en cada ser humano, esforzarse por cumplir
con su parte y alumbrar por lo que a él respecta, lo mejor del
ser humano.
Aunque
también habría que investigar de qué clase de vida goza ese 27
% que votaron a la ultraderecha en Austria, por si acaso algunos
de ellos no son tan obtusos como nos lo parecen. Fácil es decir
que los etarras o los guerrilleros de Sendero Luminoso están locos,
pero más difícil es darse cuenta de que el currante que para meramente
existir y poder llegar a gozar de una vivienda, tiene que trabajar
en una función poco estimulante (que no le deja tiempo para desarrollarse
mediante otras actividades, accediendo tan sólo al consumo conspicuo
y a la televisión) durante 40 años de su vida, para luego jubilarse
y luego morir, puede que esté loco y que le hayan convertido en
el más loco de todos los mortales.
A
los judíos, el pueblo más culto del planeta y el que más grandes
hombres ha proporcionado a la Humanidad, los nazis tuvieron que
meterles a la fuerza, con amenazantes ametralladoras, en los vagones
de los trenes que les llevaban a los campos de trabajo y exterminio.
Hoy, sin embargo, millones de ciudadanos de los países democraticos
del planeta, se acinan “voluntariamente” en los vagones de metro
atestados de gente, para acudir a trabajar en hora punta; e incluso
en Japón existe un cuerpo de empujadores que apretan a los viajantes
de metro para que quepa el mayor número en la lata de sardinas.
Mientras tanto, nuestros gobernantes electos se pasean en coche
oficial y antes de que lleguen al restaurante de lujo en el que
van a cenar a cuenta del contribuyente, los servicios de limpieza
y seguridad se ocupan de borrar los grafitis y limpiar las calles,
con lo cual el representante demócrata se cree que vivimos en
el mejor de los mundos posibles y cuando los apestados del metro
comienzan a votar al Haider de turno no se explica las razones
de semejante descalabro electoral.
A
Sócrates le llamaban el tábano en Atenas, porque incordiaba a
todos los paseantes diciéndoles: “Eres ateniense, de la ciudad
más bella y sabia de este mundo, ¿no te avergüenzas de buscar
la riqueza y la fama y en nada cuidarte de mejorarte a ti mismo
día a día?”. Por supuesto, lo mataron, bajo una democracia bastante
mejor construida que la nuestra, ya que al menos, si se era ciudadano,
se participaba directamente en las tareas de gobierno, no delegando
las decisiones en un voto conseguido por el marketing.
Nos
preocupamos de comer lo que sienta bien a nuestro organismo, escogemos
aquello que alimenta y nos da fuerza, lo que permite crecer a
los niños y vivir con salud a los ancianos. Generalmente, tenemos
cuidado con lo que entra por nuestra boca, (aunque algunos coman
hamburguesas), pero en nada vigilamos lo que entra por nuestros
ojos y nuestros oídos.
Al
mirar la televisión, el actual opio del pueblo, en ningún momento
nos cuidamos de si es beneficioso o perjudicial para nuestra salud
mental, sino que cada cual se come lo que le ponen delante del
plato, sin meditar ni un instante sobre los efectos de tales viandas.
¿Favorecen nuestra libertad, igualdad y fraternidad? ¿Nos dan
fuerza, nos alimentan acaso de manera que nos hacen crecer como
seres humanos? ¿Nos convierten en solidarios, pacíficos, instruidos,
emprendedores, libres y responsables?. El que se plantee responder
a estas preguntas y cuide algo más que su estómago quizá acabe
viendo menos horas la televisión y comprometiéndose más con la
sociedad, pero hoy tener tal oportunidad, en el mundo que proclama
la igualdad de oportunidades con tanta obstinación como la incumple,
es sumamente infrecuente.
La
labor pedagógica de las instituciones tradicionales, hoy empeñadas
en la enseñanza temporal para el olvido, en lugar del aprendizaje
permanente para la acción social, poco pueden hacer frente a la
labor manipuladora y pseudopedagógica de los mass media. Quizá
recogiendo retrospectivamente algunas experiencias del pasado
para ver que nos pueden decir en el presente podríamos llegar
a formular algunas vías de contrarrestamiento de los mass media
y del neoliberalismo que los financia.
LA
EDUCACIÓN GRIEGA: LA PAIDEIA EN UN PUEBLO DONDE ABUNDABAN
LOS FILÓSOFOS.
“Platón
aprendió rápidamente lo que formaba la instrucción de un niño
ateniense de buena familia. No se sintió en modo alguno constreñido
por ella. En República (II,376e) nos dice que es difícil
mejorar la educación que hemos heredado tradicionalmente en sus
dos aspectos de música para el alma y gimnasia para el cuerpo.
La música para los griegos tenía, además de su sentido propio,
otro más extenso, en el que se engloban no sólo el arte del canto
y los instrumentos, sino toda la educación artística, y aún literaria
y científica en general, presidida como estaba, por las Musas”
(Tovar, Antonio Un libro sobre Platón. 2ª ed. Madrid :
Espasa-Calpe, 1973. Colección Austral. Cap.III, p.24). Las nueve
Musas según la lista más extendida eran: Urania (la astronomía);
Clio (la historia); Talia (la comedia); Melpómene (la tragedia);
Terpsícore (la danza); Euterpe (la flauta); Erato (la lírica coral);
Polimnia (la pantomima) y Calíope (la épica). Resumen dichas nueve
disciplinas las áreas de investigación en Grecia y en Heródoto
se antepone el nombre de cada una de ellas a cada uno de sus Nueve
Libros de la Historia.
El
caso de la práctica de la gimnasia y de la música tiene una clara
separación entre su ejercicio con ánimo de lucro, con vistas a
la profesionalización (epi téchne) propio del atleta o de quien
quiera convertirse en maestro de gimnasia o en músico profesional
y el ejercicio sin ánimo de lucro y con vistas a la formación
(epi paideia) propio del hombre libre que quiera desarrollarse
física y armónicamente con salud y vigor. Por eso el joven Hipócrates
ansioso de acudir a las enseñanzas de Protágoras se averguenza
cuando Sócrates le pregunta si su intención de aprender del sofista
tiene como finalidad la de convertirse él mismo en sofista. “SOC:
¿no te avergonzarías de presentarte a los griegos como sofista?”
(Protágoras 312a). Ante lo cual responde el muchacho: “HIP:
Sí, ¡por Zeus!, Sócrates, si tengo que decir lo que pienso” (Ibid.
312a). Porque un muchacho noble y libre de Atenas no acude a un
sofista para profesionalizarse como sofista y desempeñar en el
futuro tan modesta ocupación, sino para formarse como hombre y
ciudadano, cosa que promete Protágoras al decir que en su compañía
se hará mejor cada día.
“SOC:
Pero tal vez, Hipócrates, opinas que tu aprendizaje de Protágoras
no será de ese tipo, sino más bien como el recibido del maestro
de letras, o del citarista, o del profesor de gimnasia, de quienes
tu aprendiste lo relativo a su arte, no para hacerte profesional
(epi téchne), sino con vistas a tu educación (epi paideia), como
conviene a un particular y a un hombre libre” (Protágoras
312a-b). Hipócrates asiente, Sócrates ha sabido definir perfectamente
lo que el muchacho va buscando de Protágoras, aliviando la inquietud
que le había provocado con anterioridad, al dar la respuesta que
el joven, confuso, no acertaba a expresar. Protágoras ante las
insistentes preguntas de Sócrates sobre los beneficios que recibirá
Hipócrates al seguir sus enseñanzas, responderá que progresará
hacia lo mejor (tò Béltion épididomai) y que se hará mejor (Protágoras
318a-c). Y cuando se le preguntá en qué se hará mejor la respuesta
de Protágoras queda sintetizada en éstas palabras de su interlocutor:
“SOC: hablas de la ciencia política (tén politikén téchnen) y
te ofreces a hacer a los hombres buenos ciudadanos (poiein ándras
ágathous politas)” (Ibid.319a). Pretensión de la que Sócrates
considera incapaz al sofista, lo que lleva a este a admitir que
los ciudadanos se enseñan los unos a los otros y lo que llevará
a Platón a plantearla desde la filosofía.
Frente
a la educación que se considera que se obtiene del médico o el
escultor en la Grecia clásica, contrasta la que se obtiene a través
del maestro de letras, el citarista o el profesor de gimnasia.
El aprendiz de zapatero pretende adquirir una enseñanza profesional,
mientras que los ciudadanos libres y con recursos, al acudir a
los maestros, no lo hacen con vistas a aprender una profesión
que les reporte un salario del cual vivir sino a adquirir una
formación variada e integral. Para ésto último, con vistas a la
formación integral del ciudadano, Platón recomendará el cultivo
general no profesionalizado de algunos de los relatos tradicionales
(mythos) especialmente seleccionados (Rep.II,377a-c), de la gimnasia
y de la música (Rep.III, 410b), luego de la filosofía (Rep.VI,
497a); y para los que destaquen en ésta, propone el estudio, ya
con mayor detenimiento, pero no con vistas a la profesionalización
sino a la realización de las tareas de gobierno y enseñanza, de
la matemática (Rep.VII, 522c-530d) y de la dialéctica (Rep.VII,
531d).
Se
entenderá que lo que en nuestros días se denomina educación
obligatoria es un contrasentido, el maestro no puede grabar
con un cincel en el cerebro de sus alumnos las lecciones. A los
jovenes a quienes se les encierra contra su voluntad en unos centros
de adoctrinamiento se les puede retener, e incluso obligar coactivamente
a memorizar ciertas cosas que olvidarán en seguida, cuando las
hayan vomitado en un examen, pero no se les puede enseñar.
Vista
la enseñanza de la Grecia arcaica y clásicas, y la propuesta de
Platón, curioso resulta que, en la actualidad, estudiar con posterioridad
a los 28 años (continuar estudiando, mejor dicho), ser licenciado
en algo o/y profesional de alguna cosa y emplear tiempo en el
estudio, es cosa sumamente mal vista en nuestra sociedad actual.
Hoy se estudia para producir, el joven a lo sumo se licencia en
una Universidad y de los 25 a los 65 años se le destina al trabajo
especializado y al consumo masivo, por eso en nuestra sociedad
capitalista actual los institutos públicos de enseñanza secundaria
no son más que guarderías, en las que, funcionarios de prisiones,
modelan a las nuevas generaciones de trabajadores sumisos y obedientes,
asegurándosele su suministro al Estado, el suministro de los aptos
para ocupar en su mayoría los puestos asalariados más bajos y
ruines de la sociedad. No se forman hombres ni ciudadanos, sino
máquinas de producción y de consumo conspicuo para las que pensar
resulta absurdo y paradójico.
En
la Grecia clásica, donde los jóvenes selectos filosofaban en la
juventud, también estuvo mal visto el continuar con la reflexión
posteriormente a la adolescencia, como le indica Calicles a Sócrates:
“Ciertamente, Sócrates, la filosofía tiene su encanto si se toma
moderadamente en la juventud; pero si se insiste en ella más de
lo conveniente es la perdición de los hombres. Por bien dotada
que esté una persona, si sigue filosofando después de la juventud,
necesariamente se hace inexperta en todo lo que es preciso que
conozca el que tiene el propósito de ser un hombre esclarecido
y bien considerado (Gorgias 484c-d)... Está muy bien ocuparse
de la filosofía en la medida en que sirve para la educación, y
no es desdoro filosofar mientras se es joven; pero, si cuando
uno es ya hombre de edad aún filosofa, el hecho resulta ridículo,
Sócrates (Ibid.485a)”. El joven griego cultivaba la filosofía
para luego pasar a la política y valerse como gestor de la ciudad,
el milagro griego está constituido de un amor al saber y al desarrollo
de todas las capacidades humanas para lograr ser mejor, que se
confunde a menudo con un medio de medrar en la sociedad y especializarse
en la división del trabajo. El sofista que piensa que el mejor
es el que consigue el éxito social no entiende a los personajes
como Sócrates, estudiantes eternos de filosofía, que le resultan
ridículos al no emplear el aprendizaje en la adquisición de riquezas,
gloria y poder. Pero lo que resultan tales sujetos es una amenaza
para el demagogo y una denuncia constante de las hipocresías de
las que se alimenta lo más ruin de la ciudad. Por eso se les acaba
matando.
No
obstante, dada la actuación socrática con los jóvenes atenienses,
o debido a los resultados de la misma (como es el caso de Alcibíades),
su discípulo Platón (Rep.VII, 537a ss), recomendará no empezar
a filosofar hasta los 30 años por quienes tengan ya bases sólidas
en otras disciplinas de estudio y muestren aptitudes para la reflexión.
La gimnasia, la música, determinada poesía y las matemáticas,
se recomiendan como la base educativa general, que, cultivadas
de por vida, proporcionarían orden y armonía al estudiante; a
partir de los 30 años empezaría el camino de la filosofía cuando,
se dedicarían 5 años a la dialéctica, después, 15 años de práxis
dedicados a la política, para finalizar a los 50 años acometiendo
la labor de gobernar, educar y filosofar.
La
formación política y humana de los ciudadanos no es necesaria
en unas sociedades gobernadas por la demagogia del espectáculo
y la hipocresia. Cuando un futbolista, una cantante o un presentador
de televisión son los personajes más emblemáticos de una sociedad
en la que los grandes poetas, ignorados por la mayoría, acaban
tirándose por la ventana. Cuando las declaraciones de principios
meramente formales se esgrimen como coartadas de los hechos más
viles e inconfesables. Cuando los seres humanos son mercancía
homogeneizada, los ideales de la ilustración mueven a risa a los
jóvenes, o a sonrisas cínicas y estúpidas de incomprensión absoluta,
pero mejor si se sonrie, porque de lo contrario se corre el riesgo
de volverse un hipócrita. Libertad, Igualdad y Fraternidad se
mientan como los pilares de nuestra sociedad Occidental. Los políticos
demagógicos de la sociedad de masas lo hacen a diario. Pero los
jovencitos que son todavía sinceros consigo mismos saben que el
dinero es el único pilar de la sociedad occidental y todo lo demás
les parece, con razón, un rollo intragable. Entonces podríamos
pasar a decir que los principios de la ilustración no son nuestros
pilares sino nuestros ideales a alcanzar, pero de nuevo la realidad
(los jóvenes viven todavía en la realidad que los adultos enmascaramos)
les desmiente a los interpelados semejante aserción con rotundidad.
La realidad se les aparece todos los días durante unas cuatro
horas a través de la televisión.
La
Ilustración nos engañó, prometió abolir el Antiguo Régimen para
generalizar como derechos lo que fueron privilegios. Así, la esmerada
educación de la aristocracia, dejaría de ser un lujo y se divulgaría
La Enciclopedia para que el privilegio de la razón dejase
el paso al derecho a la razón. Pero pronto la burguesía ocupó
el puesto de la aristocracia y los tenderos reemplazaron a los
nobles. Para el artísta, poeta, escritor, científico o filósofo,
ha supuesto un desastre, pues los tenderos ya no requieren sus
servicios, con la diferencia de que ya nadie recibe la formación
que tuviera un aristócrata, porque estaba llena de cosas inútiles,
es decir, no rentables en Bolsa.
Quien
se declara, como el que aquí escribe, comunista platónico, sólo
puede aceptar que la educación de John Stuart Mill se le conceda,
si no a todos los hombres de cada sociedad, al menos a un número
suficientemente representativo en todo el ámbito social. Fue éste
uno de los pocos modernos que recibió una educación como la de
Alejandro Magno y sin embargo, a quienes oyen hablar de ella,
les mueve a espanto. Veamos sucintamente la formación de Stuart
Mill: Su educación hasta la adolescencia estuvo a cargo de su
padre, James Mill, quien le sometió a un rígido programa de estudio,
ya que pensaba que todo lo que pudiera ser un hombre se debía
a la educación. Se pasaban el día en el despacho paterno, el niño
estudiando a su lado y con la licencia de preguntar cuantas cosas
no comprendiese. John Stuart nos cuenta en su Autobiografía
como se desarrolló su educación primaria y secundaria, bajo la
supervisión y la dirección paterna: empezó a estudiar griego a
los tres años aprendiéndome de memoria lo que mi padre llamaba
vocablos, que eran una lista de palabras griegas con su significado
en inglés y las cuales él me escribía en tarjetas. El estudio
del latín no lo comenzó hasta los siete años, edad a la que leyó
seis diálogos de Platón, aunque afirma que no comprendió bien
el Teeteto; al mismo tiempo, aprendía aritmética y una
gran cantidad de historia. Pocas veces se le consentía la lectura
de libros de entretenimiento, como Robinson Crusoe, del
que dice que le deleitó toda la infancia. Después de los ocho
años John no solo tenía que aprender sino que enseñar también
a sus hermanos menores. En esa época se dedicaba ya a la lectura
de la Ilíada y la Odisea, de tragedias de Esquilo,
Sófocles y Eurípides, de los mejores autores latinos, de una gran
cantidad de historia y del estudio minucioso del gobierno romano.
Antes de los doce años llegó a dominar el algebra, la geometría,
el cálculo diferencial y algunas otras ramas de las matemáticas
superiores. Su mayor entretenimiento por entonces era leer libros
donde se relataban ejercicios de ciencia experimental. A los doce
años comenzó a estudiar lógica. Leyó todo lo que Aristóteles había
escrito sobre el tema, a varios escolásticos y a Hobbes. Todo
ello con un único profesor, su padre, y en contacto con los eminentes
amigos de éste, como era J.Bentham. En las horas de descanso paseaba
con su padre y discutían. Al cumplir los catorce años se juzgó
que el muchacho había llegado al momento de ver algo del mundo
y se le envió al extranjero durante un año. A su regreso comenzaría
sus estudios fuera de casa.
No
muy diferente hubo de ser la formación de los Medicci en la Florencia
renacentista. Pero si alguien indica que es imposible otorgar
esa formación a todos los hombres entonces que no sea hipócrita
y que reconozca que sigue vigente la esclavitud, y que no nos
reproche el negarnos a colaborar con ella. Nosotros pensamos que
el primer Estado de Platón sería viable, sin necesidad
de suprimir las artes, la ciencia y la literatura convirtiéndolo
en un estado de cerdos (cfr.Rep.II,372d). Bastaría con
que trabajase cada ser humano tres horas al día para proveer a
las necesidades con tal de que se eliminase la producción y el
consumo superfluos y se mantuviese tan sólo lo nutritivo para
el cuerpo y lo nutritivo para el espíritu, repartiendo por igual
entre todos los hombres los enormes dividendos de los productos
de la naturaleza, de la ciencia y de la tecnología que hoy han
alcanzado cotas impresionantes.
FORMACIÓN
+ OCIO: LO NECESARIO PARA UN ALTO PORCENTAJE DE CIUDADANÍA CRÍTICA.
La
formación más el ocio es lo necesario para una filosofía crítica
potente dispersa entre la ciudadanía, para que la Ley surja de
la democracia real representada por un Tribunal pupular disperso
en todo el tejido social. Sin formación, el ocio se torna consumo
conspicuo, televisión, fútbol y alcoholemia, opio del pueblo;
más para quien alcanza formación política, violando todos los
programas estatales destinados a impedirlo (y para eso no basta
hoy por hoy con una licenciatura en filosofía) el ocio es fundamental
para desempeñar el papel de ciudadano crítico, esto es, de filósofo.
Para
una catedrática de Universidad que ganó su puesto con sucias componendas
de hoy vota por mí mañana voto por tí, como Montserrat Galcerán,
puede ser insoportable el ocio de los griegos, cuya dedicación
a la filosofía se caracterizaría por “exigir a aquel que quiera
dedicarse a su cultivo una buena dosis de ocio: se trataría de
un saber privilegiado, destinado a unos pocos que pueden gozar
de la ausencia de ocupaciones inmediatas... la filosofía como
un lujo para una minoría... ligada al modelo ancestral de una
Universidad para la educación de las élites” (M.Galcerán, Anexo
a CM11). Para Galcerán puede sonar la necesidad de ocio para la
filosofía como algo aristocrático y elitista desde su obrerismo
de salón, dado que ella gana (pues el puesto que ocupa así se
remunera) entre 400.000 y 600.000 pesetas al mes dando entre 5
y 8 horitas de clase a la semana como jornada laboral. Nosotros
exigimos la misma formación y ocio de que ella disfruta para toda
la sociedad, para que al menos un número lo suficientemente amplio
de la misma pueda llegar a desarrollarse hasta alcanzar un juicio
crítico en su vida ciudadana, sea cual sea la profesión que desempeñe,
y no sólo unos pocos privilegiados. De lo contrario nada podrá
impedir que la sociedad se siga vertebrando en dos clases: “La
cultura y la casta. No puede nacer una cultura superior más
que en aquellas sociedades en donde existan dos castas claramente
diferenciadas: la de los trabajadores y la de los ociosos, capaces
de verdadero ocio; o, con palabras más fuertes, la casta del trabajo
forzado y la casta del trabajo libre. El reparto de la felicidad
no es un punto de vista fundamental cuando se trata de crear una
cultura superior; pero el hecho es que la casta de los ociosos
tiene una mayor capacidad de sufrimiento, que sufre más, que su
alegría de vivir es menor y que su tarea es más pesada. Si se
produce un intercambio entre las dos castas, de forma que los
individuos más obtusos y menos inteligentes de la casta superior
sean relegados a la casta inferior, y a su vez los seres más libres
de ésta tengan acceso a la otra, se logra un estado más allá del
cual no se ve más que el mar abierto de las aspiraciones ilimitadas.
-Esto es lo que nos dice la voz agonizante del pasado: pero ¿habrá
oídos que la oigan?”. (Nietzche Humano demasiado humano I,
§439).
Nietzsche
no era un burgués hipócrita, porque reconocía que su posición
era de privilegio y que no se resolvía con meras apelaciones a
la ideología humanista moralizante, sino que eso era la forma
moderna de perpetuar de una manera mezquina e hipócrita el mismo
aristocratismo del antiguo Régimen, pero enormemente degradado
por la compra-venta. A su juicio era mejor ser esclavo que obrero
que se cree libre sin serlo: “Los esclavos y los obreros.
Concedemos más valor a la satisfacción de nuestra vanidad que
al resto de cosas que constituyen nuestro bienestar (seguridad,
puesto de trabajo, placeres de todo tipo), como se evidencia hasta
extremos ridículos en el hecho de que todo el mundo (al margen
de razones políticas) desee la abolición de la esclavitud y rechace
con horror la idea de reducir a alguien a ese estado: pero todo
el mundo debiera reconocer que los esclavos llevaban una vida
más segura y feliz en todos los aspectos que el obrero moderno,
que el trabajo servil era poca cosa en comparación con el del
“trabajador”. Se protesta en nombre de la “dignidad humana”, pero
lo que se encuentra debajo de este eufemismo es nuestra querida
vanidad que nos lleva a considerar que no hay peor suerte que
no ser tratado como igual, que ser considerado públicamente inferior.
-El cínico piensa de otro modo en este aspecto, porque desprecia
el honor -de ahí que Diógenes fuera durante un tiempo esclavo
y preceptor doméstico». (Nietzsche Humano demasiado humano
I, §457).
La
meritocracia del liberalismo acabó con la aristocracia para extender
la esclavitud (ya no era necesaria la antigua porque se generalizó
la moderna), eso es, el trabajo asalariado, y situar en la cúspide
social, además de al capitalista, al nuevo detentador del patrimonio
y el capital, ya no un noble terrateniente rentista sino un banquero
o un empresario financiero, o los asalariados más productivos,
que en la sociedad del consumo de masas son los cantantes de rock,
los futbolistas, las modelos, los actores cinematográficos, junto
a los publicistas y los directivos. La esclavitud se ha ampliado
más que nunca porque quien no dispone de las tres cuartas partes
de su tiempo para sí mismo es un esclavo, haga lo que haga: “El
grave defecto de los hombres activos. Lo que les falta ordinariamente
a los hombres activos es la actividad superior, es decir, la actividad
individual. Actúan en calidad de funcionarios, de hombres de negocios,
de expertos, es decir, como representantes de una categoría, y
no como seres únicos, dotados de una individualidad muy definida;
en este aspecto, son perezosos. La desgracia de los hombres activos
es que su actividad resulta siempre un tanto irracional. No cabe
preguntar al banquero, por ejemplo, el objetivo de su compulsiva
actividad, porque está desprovista de razón. Los hombres activos
ruedan como lo hace una piedra, según el absurdo de la mecánica.
Todos los hombres, tanto de hoy como de cualquier época, se dividen
en libres y esclavos; pues quien no dispone para sí de las tres
cuartas partes de su jornada, es un esclavo, sea lo que sea: político,
comerciante, funcionario o erudito”. (Nietzsche Humano demasiado
humano I, §283).
Ante
Nietzsche, que es antiliberal y antimoderno, que critico con saña
tanto al Estado prusiano-hegeliano como al socialismo, cabe o
bien la postura aristocrática o bien la postura anarquista. Pero
está claro que tener tres cuartas partes del tiempo para uno mismo,
condición para no ser esclavo, es algo que está ligado a la economía,
individual y colectiva, y que no se consigue más que individual
y epicúreamente en el liberalismo capitalista. No se le ocurrió
a Nietzsche que podía ser lo suficientemente radical como para
exigir universalmente la liberación de los esclavos, sino que
vió tan sólo una salida individual, logró su libertad individual
al renunciar a su trabajo de profesor universitario y disponer
de las tres cuartas partes de su tiempo libre viviendo con suma
austeridad de su pensión por enfermedad.
La
igualdad económica colectiva (no otra) es conditio
sine qua non de la libertad colectiva. Para conseguir la libertad
colectiva habría que reducir la jornada laboral a tres horas
al día (15 semanales), o menos, dependiendo de la función a desempeñar,
y proporcionar a todo ser humano la renta que le corresponde por
el mero hecho de nacer, el porcentaje que le corresponde de la
riqueza que produce la ciencia, la tecnología o la tierra. Así
sería compatible el trabajo forzado y el trabajo libre, no tendrían
que inmolarse muchos para que pudieran vivir unos pocos, y la
verdadera democracia, la participación directa de todos los ciudadanos
en la asamblea ejecutiva y en la asamblea judicial, como la hubo
en la Atenas de Pericles, podría realizarse también generalizadamente.
Quien,
como Aristóteles hiciera con las de la antigüedad, se moleste
en hacer un estudio comparado de las diversas Constituciones de
nuestro presente actual, quizá se sorprenda al encontrar que es
en la Constitución de la República Islámica de Irán donde
se contempla la necesidad de ocio para toda la población: “Artículo
43.3: La planificación de la economía nacional, deberá estructurarse
de tal manera que la forma, contenido y horas de trabajo de todo
individuo le deje suficiente ocio y energía como para comprometerse,
más allá de su responsabilidad profesional, en actividades intelectuales,
políticas y sociales, que le permitan un desarrollo integral;
tomar parte activa en los asuntos del país, desarrollar sus habilidades
y hacer pleno uso de su creatividad[xi]“.
En
la actualidad los estudios institucionales (como todo) tienden
a plegarse a las necesidades del mercado, sus investigaciones,
al aumento del control social (baste como ejemplo la relación
de la psicología, sociología y filosofía con la selección de personal
o recursos humanos) y por ello, para burlar el cerco, sigue vigente
la consigna que Agustín García Calvo hiciera a los jovenes del
68, tendente a impedir que acabasen ocupando los puestos de la
burguesía que les estaban destinados (traición a la propia
clase, §18), sin que le secundaran, como históricamente hemos
visto: “seguir siendo estudiantes indefinidamente... perpetuos
retrasados mentales[xii]... de tal modo que, bien que
importe para la continuación del pronunciamiento que las nuevas
oleadas de estudiantes más recientes sigan viniendo (como siguen
viniendo de hecho, sin que haga falta molestarse para ello demasiado)
con el deseo y la conciencia de que a lo que de veras vienen a
entrar no tanto en la Universidad (que cada vez se sabe menos
lo que sería) sino en el pronunciamiento, más importante todavía
es seguramente el hecho de que de año en año vayan siendo más
numerosos los viejos estudiantes que se quedan, que no terminan,
que siguen con ello indefinidamente” (Anónimo De los modos de
integración del pronunciamiento estudiantil. Atribuible a A.G.Calvo.
Editorial Lucina. Madrid 3ª edición 1987; 1ª edición Paris 1973.
§10, pág.25; cfr. §32: “durar en la subversión” y §36: “sigamos
siendo estudiantes por maneras y períodos indefinidos... que las
carreras no lleguen a terminarse nunca... indagar, preguntarse,
experimentar y discutir interminablemente”). (Respecto al ocio
cfr.ibid.§16).
A Juan Bautista
Fuentes le preocupa la empresarialización de la Universidad, como
si no fuese simplemente un detalle insignificante dentro de un
mucho más vasto proceso de globalización universal. Sólo habla
y se preocupa por que sea “suprimida precisamente la que debiera
ser la capacidad crítica del estudiante universitario para interesarse
por el significado social y político de sus eventuales puestos
de trabajo” (CM11, p.30) como si no fuese éste un ciudadano más
entre millones y la capacidad crítica del resto no importase en
absoluto. “Bajo semejante ideología de la libertad de compra por
parte del cliente, se esconde naturalmente la formación de un
nuevo tipo de estudiante universitario que resulta ser (objetivamente)
una función de los intereses tecnoeconómicos que le aseguran un
puesto de trabajo, suprimida precisamente la que debiera ser la
capacidad crítica de un universitario para interesarse por el
significado social y político de sus eventuales puestos de trabajo;
y es a este nuevo tipo de estudiante al que procuran halagar y
dirigirse quienes creen haber visto en la formación de ejecutivos
un posible objetivo formal de la enseñanza de la Humanidades.
Ahora bien, estos estrategas de la salida laboral parecen no haberse
percatado de una singular paradoja, a saber: que si el estudiante
de humanidades se muestra comparativamente más eficaz en las tareas
de ejecutivo incluso que los licenciados en principio formados
para ello, esto se debe precisamente a la mayor capacidad crítica”
(CM11, p.30). Lo primero a resaltar es la ingenuidad de Fuentes
al creer que sus estudiantes tienen capacidad crítica, cuando
precisamente esa corte mesiánica de discípulos que siguen a un
profesor de lo que dan muestra es de su escasa independencia y
de su carencia de criterio. Acostumbrado a tratar de forma paternalista
con jovencitos, Fuentes, como muchos otros profesores uiniversitarios,
ha perdido la medida de la crítica y considera bien formado a
quien repite, como un magnetófono, lo que ha oido en sus clases.
Pocos de los que acaban la carrera de Filosofía se dan cuenta
de ésto. Lo que hacen quienes llegan a ser conscientes de que
apenas han empezado cuando se les dice que ya tienen que acabar
es empezar a estudiar Matemáticas, Física, Biología, Filología,
Idiomas, Historia, Economía y Política, a parte de empezar a leer
todas las obras filosóficas que llevaban citando y oyendo durante
cinco años sin nunca llegar a leerlas y estudiarlas en su integridad
y sin haberse acercado ni lejanamente a los originales. Los que
hace tiempo se licenciaron actúan así porque ya saben que no saben,
principio socrático elemental del comienzo del filosofar, pero
la Academia y los profesores ya los miran con desconfianza, al
igual que la sociedad capitalista, que los reclama para la producción
y el consumo. Los que se hayan convertido en profesores de Instituto
no podrán proseguir sus estudios sino que se degenerarán progresivamente
para sobrevivir a la ESO, siendo tan escasísimo el número de los
superhombres que consigan proseguir profundizando en sus aprendizajes
(cuando su empleo les pide lo contrario, trivializar sus enseñanzas)
que resulta más bien lamentable los muchos que no siguen frente
a los pocos que logran continuar. Del resto empiezan algunos a
vivir de la limosna, es decir, las becas, con todo el baboseo
y la bajeza que conlleva el intentar seguir la carrera endogámico-meritocrática
que lleva a trabajar en la Universidad; otros, con posibles familiares
deciden socializar por su parte los ingresos de papá, ¡bien hecho!,
el que tenga una familia de cerdos enriquecidos será, además de
cerdo, estúpido, si no vive de ese odre; los menos consiguen un
trabajo que les permite seguir estudiando, aunque el contacto
con la Academia, (dado que sus antiguos compañeros ya no volverán,
dedicados como están a parir, trabajar y consumir, tras haber
abandonado todo interés por la filosofía), tiene hoy por hoy muy
pocos alicientes para el ciudadano que consigue seguir estudiando
tras pasar la barrera de los 30 años y pese a haberse insertado
en el mundo laboral. Este tipo de estudiante mantiene un mínimo
contacto con la Universidad, acudiendo a lo sumo a un curso de
doctorado interesante en el que participar algo más que como comparsa
(al haber leído bastante ya del tema que trabaja el profesor).
Pero su acción filosófico-política se tiene que orientar finalmente
fuera de una Universidad, cargada de pseudoerudición doxográfica
gremial donde ya nadie escucha a nadie (ni siquiera nadie entendería
a nadie si se hablasen dado el enorme barroquismo alcanzado por
las jergas pseudopostmodernas y de otras índoles), para dialogar
en su vida profesional y mundana con sus conciudadanos de temas
de preocupación general, no sólo en lenguaje nacional sino con
terminología entendible por cualquier hablante de cultura media,
participando en debates, colaborando en publicaciones abiertas,
interviniendo en Internet o realizando traducciones y divulgaciones.
continúa
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Notas a pie
de página
[i]
Citamos bajo las siglas QF su obra: ¿Qué es la filosofía?
El lugar de la filosofía en la educación. El papel de la filosofía
en el conjunto del saber constituido por el saber político,
el saber científico y el saber religioso de nuestra época
(2ª edición aumentada) (25-XI-1995 / Pentalfa Ediciones, Oviedo).
[ii]
Citamos bajo las siglas CM11: Cuaderno de materiales.
Filosofía y Ciencias Humanas. Nº 11: Filosofía, Educación
y Mercado. Febrero-marzo del 2000; Entrevista a Juan Bautista
Fuentes: «La educación en filosofía» (Noviembre de 1999). Universidad
Complutense de Madrid.
[iii]
Claude LÉVI-STRAUSS Tristes trópicos. (1ªed.1955) Ed.Paidós
Barcelona 2ªedición española 1992, pág.324, (Citaremos TT).
En el heládico reciente, alrededor del s.XV a.C., en plena Edad
de Bronce, es cuando se adaptó el griego a la técnica de la
escritura. Las tablillas cretenses en el sistema silábico Lineal
B, obra de los escribas palaciegos de Cnosos, que llevaban las
cuentas del imperio Micénico, así lo atestiguan. Hecho que refuerza
la tesis de la relación escritura-imperialismo.
[iv]
TT. op.cit. pág.324.
[vii]
Ibid. (léase: incumplimiento)
[ix]
Gustavo Bueno explicaba con las siguientes palabras sus apariciones
en la televisión y sus intervenciones en la prensa: “Ante los
medios de comunicación de masas caben dos opciones: a) retirarse
a la vida privada, al Jardín. Resguardarse como élites que se
han liberado, o b) Utilizar el medio, dada su inmensa proyección
(un libro de filosofía lo leen 200 personas, pero un programa
de televisión tiene audiencias de millones) para fines culturalmente
positivos”. Conferencia de Gustavo Bueno «Sobre la televisión»,
Paraninfo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense
de Madrid del 9 de mayo de 1995.
En
febrero de año 2000 la Sociedad General de Autores y Editores
de España, preocupados por la “cultura”, es decir, por sus beneficios
empresariales y su nivel de ventas, realizaron una macroencuesta
de 24.000 entrevistas para analizar los hábitos culturales de
los españoles. Los resultados eran ilustradores: el 75% de los
españoles no va nunca al teatro y el 50% jamás lee un libro
ni va al cine, la prensa apenas la lee el 30% de la población.
Junto a dormir y trabajar, las clases medias y bajas lo que
más hacen es ver la televisión, a pesar de que dicen sentirse
insatisfechos con los programas que ponen, a excepción del fútbol,
claro. Lo más curioso es que toda esa población ha sido escolarizada,
habría que preguntarse para qué.
Según
una encuesta realizada durante el año 1999, ese año, los españoles
pasamos una media de 213 minutos diarios viendo la televisión,
casi cuatro horas diarias. Considerando nuestra esperanza media
de vida resulta que, a lo largo de ella se acumulan 12 años
ininterrumpidos de sometimiento voluntario a la pantalla del
televisor, un tiempo vital que excede con creces el que la gran
mayoría de los ciudadanos pasa en la escuela o en la universidad.
(Cfr.Revista En Cartel, nº 6, febrero 2.000, pág.37).
En
vista de las estadísticas precedentes podríamos concluir, con
Freud, en que la mayoría de los ciudadanos jamás se alzarán
sobre las concepciones ideológicas adquiriendo una conciencia
crítica: “Mi estudio sobre -El porvenir de una ilusión-,
lejos de estar dedicado principalmente a las fuentes más profundas
del sentido religioso, se refería más bien a lo que el hombre
común concibe como su religión, al sistema de doctrinas y promisiones
que, por un lado, le explican con envidiable integridad los
enigmas de este mundo, y por otro, le aseguran que una solícita
Providencia guardará su vida y recompensará en una existencia
ultraterrena las eventuales privaciones que sufra en ésta. El
hombre común no puede representarse esta Providencia sino bajo
la forma de un padre grandiosamente exaltado, pues sólo un padre
semejante sería capaz de comprender las necesidades de la criatura
humana, conmoverse ante sus ruegos, ser aplacado por las manifestaciones
de su arrepentimiento. Todo esto es a tal punto infantil, tan
incongruente con la realidad, que el más mínimo sentido humanitario
nos tornará dolorosa, la idea de que la gran mayoría de los
mortales jamás podrá elevarse sobre semejante concepción de
la vida” (Sigmund Freud El Malestar en la Cultura (1930).
Alianza editorial. Madrid 1970, p.17).
Y
contra la amenaza de acriticismo ideológico la formación universitaria
no constituye ningún antídoto infalible: “Todas las mañanas
iba a clases a la Sorbona y aplaudía al profesor. Aplaudía fuerte,
más fuerte que los demás alumnos, aplaudía por Merceditas y
aplaudía por mí. Uno tras otro los profesores abandonaban los
anfiteatros aplaudidamente, vestidos de azul marino, y después
entraba un viejito que limpiaba la pizarra para que entrara
otro señor azul. Debían ser unos sabios esos profesores, porque
los anfiteatros estaban siempre repletos, a pesar del calor
tropical, repletos hasta el punto de que si uno no llegaba una
hora antes de la clase, tenía que quedarse parado toda la hora,
y apoyando papel y lápiz sobre la espalda del de delante, si
quería tomar notas. Y ahí todo el mundo quería tomar notas.
O sea que unos sentados, sacando manteca, y otros parados, con
un lápiz medio incrustado en la espalda, tomábamos y tomábamos
notas mientras los profesores hablaban y hablaban y yo no entendía
nada, pero, en fin, poco a poco. En todo caso el asunto era
tomar bien las notas porque a fin de año el que mejor las memorizaba
y las pasaba a la hoja de examen obtenía la mejor nota. Era
un mundo circular y perfecto, en el que los profesores recibían
lo mismo que daban, y daban lo mismo que pensaban recibir”.
(Alfredo Bryce Echenique La vida exagerada de Martín Romaña.
Editorial Plaza&Janés, Barcelona 1989, pág.38-39). (Merceditas
era su profesora en Perú).
[x]
“Utilizamos el término Idea en el sentido preciso de
las Ideas objetivas que brotan de la confluencia de conceptos
que se conforman en el terreno de las categorías (matemáticas,
biológicas, &c.) o de las tecnologías (políticas,
industriales, &c.). El análisis de las Ideas, orientado
a establecer un sistema entre las mismas, desborda los métodos
de las ciencias particulares y constituye el objetivo positivo
de la filosofía. La Idea de Libertad, por ejemplo, no se reduce
al terreno de la política, del derecho, de la sociología, de
la moral o de la psicología; también está presente en la estadística
o en la mecánica («grados de libertad»), en la física o en la
etología: cada una de estas disciplinas puede ofrecer conceptos
categoriales precisos de libertad, pero la confrontación de
todos estos conceptos, desde la perspectiva de la Idea de Libertad,
rebasa obviamente cada una de esas disciplinas y su consideración
corresponde a la filosofía”. (QF, pág.37, nota 4).
[xi]
Constitución de la República Islámica de Irán. Adoptada
en: 24, oct. 1979. Efectiva desde: 3, dic. 1979. Enmendada en:
28, jul. 1989. Capítulo IV: Economía y Finanzas (Artículos:
43-55). El texto completo, en inglés, es accesible a través
de Internet, en la dirección:
<http://www.netiran.com/Htdocs/Laws/000000LAGG01.html>.
(Traducción
nuestra).
[xii]
Raymond Chandler Chandler por sí mismo. Editorial Debate,
edición a cargo de Dorothy Gardiner y Kathrine Sorley Walker,
Madrid 1990. Pág.239: “No creo que a mi amigo Philip Marlowe
le preocupe mucho si posee o no una mentalidad madura. Estoy
dispuesto a reconocer idéntica falta de preocupación por mi
parte... Si rebelarse contra una sociedad corrupta equivale
a ser inmaduro, entonces Philip Marlowe es sumamente inmaduro.
Si ver basura donde hay basura constituye un desajuste social,
entonces Philip Marlowe es un inadaptado social. Por supuesto,
Marlowe es un fracasado y él lo sabe. Es un fracasado porque
no tiene dinero (...). Pero muchos hombres excelentes han sido
fracasados porque sus talentos particulares no encajaban con
la época y el lugar. A la larga, yo creo que todos somos unos
fracasados, porque de lo contrario no tendríamos la clase de
mundo que tenemos” (Carta al Sr.Inglis, Octubre de 1951).
continúa
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