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Opciones para un mejor futuro: atacar la deuda externa del Sur
por Jaime Atienza Azcona
(Economista, autor del libro "La deuda externa y los pueblos del Sur")

 

El 19 de junio se reúnen en Colonia los jefes de gobierno y ministros de finanzas del G8 (los siete países más ricos y Rusia). Sobre la mesa están varias propuestas para una reducción significativa de la deuda externa de los países más pobres. Es ésta una vieja cuestión, que hoy vuelve a las portadas y a las secciones de opinión de diarios del mundo entero. En Colonia puede darse un salto hacia el desarrollo si los miembros del G8 deciden coger al toro por los cuernos y no buscar parches que calmen la conciencia colectiva de los países ricos pero no tengan efectos decisivos en los pueblos endeudados.

Porque es difícil hoy hablar de países, y no de pueblos endeudados, cuando nos enfrentamos a la realidad del impacto de la deuda sobre millones de personas. Que en el origen de esta crisis está la falta de responsabilidad de los gobernantes que aceptaron los créditos y la de las instituciones que concedieron esos préstamos es hoy un lugar común. Sólo así se explica que gobernantes tan afamados por su talante democrático como Pinochet en Chile, Mobutu en el Zaire, Marcos en Filipinas o Suharto en Indonesia fuesen depositarios de gran cantidad de créditos, de cuyo empleo los lectores pueden hacerse perfectamente cargo. Las deudas heredadas de sus períodos de gobierno son hoy un lastre central a la mejora de las condiciones de vida de sus pueblos: la economía nacional se vuelca a la exportación para conseguir dólares con que pagar sus deudas y se recortan drásticamente los gastos, principalmente los sociales: la escala más baja de la población es la que lo sufre, sin sanidad, sin viviendas, sin empleo y sin educación (y esto equivale a decir sin futuro).

Mientras, Occidente sigue con sus políticas de ayuda al desarrollo (AOD)pero sin quitar el "frena de mano" del desarrollo que es el excesivo endeudamiento externo. No nos engañemos: si África Subsahariana no consigue dejar de pagar las ingentes sumas que aporta a las saneadas economías del Norte, difícilmente habrá un futuro esperanzador para sus sociedades. ¿Es posible entender que en ese continente se gaste tres veces más en pagar a los países ricos de lo que emplea en la salud y la educación, conjuntamente, de su población? ¿Quiénes pagan la deuda, aquellos que la contrajeron o el pueblo, y, en particular, las clases sociales más bajas? Contra esta situación hay campañas en marcha en más de 50 países del mundo. Campañas que, recogiendo la indignación popular por esta realidad, están doblegando la acomodada percepción de la realidad de los gobernantes, que parecen no entender que bajo los miles de millones de dólares de la deuda externa hay millones de damnificados que hoy no viven dignamente ni tienen la expectativa de un futuro mejor. En Colonia va a tener lugar una multitudinaria concentración de protesta en torno a los reunidos en la cumbre del G8; igualmente ocurrirá en 20 ciudades españolas, donde se van a producir también actos públicos reivindicativos y festivos: si se soluciona este exceso de endeudamiento el futuro cambiará de color para mil millones de personas en el mundo entero. Lo mismo ocurrirá en decenas de ciudades en más de 50 países del mundo entero.

La cumbre de Colonia representa oportunidades desde diversos de vista: una oportunidad para el desarrollo de los países más pobres, partiendo de una economía saneada (frente a la hipótesis perversa que señala que para progresar hay que pagar todas las deudas, y ya luego "se mejorará", como si el coste humano de los pagos careciese de relevancia) y una oportunidad para que Norte y Sur se encaminen hacia unas nuevas relaciones, marcadas por el mutuo interés en los problemas de las personas. La oportunidad es, como puede entenderse, de primer orden, y no debe ser desaprovechada.

 

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