El
desarrollo de la filosofía en cuanto necesidad de clarificación de la realidad
requiere, antes que nada, a juicio de Ortega, una crítica del realismo y del
idealismo.
Abordaremos
esta crítica desde el problema de la ciencia. Ortega dice en Historia como sistema (cap. IV) que la
ciencia está en peligro, porque la fe que el hombre moderno tenía puesta en
ella se ha ido enfriando en las últimas décadas. La ciencia se presentó como la
panacea de todos los problemas, pero la realidad es bien distinta.
La
ciencia, que, paradójicamente, quiere abarcar todo el universo, nada tiene que decir sobre el ser humano;
es decir, la ciencia físico-matemática, o razón naturalista (realismo a
ultranza), al hacerse patente la urgencia de tomar parte en los problemas más
humanos, no ha sabido qué decir.
La
razón naturalista o realista se detiene ante la extraña realidad que es la vida
humana. La causa, profunda y radical –dice Ortega–, es que el hombre no es una
cosa; es falso hablar de la «naturaleza humana». La vida humana no es un
objeto, no es una cosa, y, por eso, no tiene una naturaleza. «El hombre no
tiene naturaleza, sino que tiene historia» (Ortega y Gasset, J.: Historia como sistema, en Obras completas, IV. Revista de
Occidente, Madrid, 1966, p. 41).
En esta
situación deficitaria, el hombre moderno se ha visto desilusionado por la
ciencia, porque se da cuenta de que lo humano «se escapa de la razón
físico-matemática como el agua por una canastilla». Este es el único motivo por
el que la fe en esa razón ha entrado en deplorable decadencia.
Esto
quiere decir, por lo pronto, que es preciso repensar la vida humana con nuevas
categorías o conceptos radicalmente distintos de los que nos aclaran los
fenómenos de la materia.
La
razón naturalista o realista sirve siempre y cuando su objeto de conocimiento
sea cosa; por ejemplo, el movimiento de los astros. Pero si pretendemos abordar
el tema de la vida humana con esos mismos cálculos (los del naturalismo
físico-matemático), estamos imaginando una continuidad entre dos objetos de
conocimiento, como si al tratar de la vida humana estuviéramos investigando una
naturaleza. Mas, como se ha dicho, esto es falso.
La
alternativa histórica se presenta a los ojos de Ortega bajo el nombre de
«ciencias del espíritu». En efecto, contra la razón físico-matemática, como el
medio y el modo de conocimiento único y privilegiado de investigar lo humano,
arremeten los espiritualistas o idealistas, contraponiendo el espíritu a la
naturaleza. Pero esto es otro error, que comienza en la interpretación eleática
del ser, y consiste en tratar las realidades (cuerpos o no) como si fuesen
ideas, conceptos.
El
idealismo o espiritualismo cae en la misma equivocación que el realismo: tratar
las cosas o las ideas como identidades, es decir, como naturalezas determinadas, perennemente constituidas.
Ortega
se pregunta (en la lección XIV de Unas
lecciones de metafísica) cómo el idealismo –concretado en la figura de
Descartes– ha podido cometer esa inconsecuencia con su propio punto de partida,
que lo instaba a no reconocer como realidad radical sino lo inmediato.
La
respuesta es que el idealismo conserva dentro de sí, de forma inconsciente, la
tendencia realista, que consiste, como se ha dicho, en creer que lo real, lo
verdaderamente existente, es lo que existe fuera de mí.
Cuando
el idealismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de
mí, «porque está presente ante mí» (dependencia del sujeto, que, junto a la
tesis de la primacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo),
añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo independiente
(como dice el realista).
Pero
ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que
además se interpreta como res cogitans,
como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene además la tesis
realista (de res, cosa) al
interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se
quiera, pero cosa.
No es
extraño, pues, que ambas críticas (al realismo y al idealismo) aparezcan
juntas, puesto que se trata del mismo error, pero también porque, al hilo de
esa doble crítica, Ortega explica su propia idea al respecto: «La necesidad de
superar y trascender la idea de naturaleza procede precisamente de que no puede
valer esta como realidad auténtica, sino que es algo relativo al intelecto del
hombre» (Ortega y Gasset, J.: ¿Qué es
filosofía?, VI, ed. cit., p. ).
Ahora
bien, esa relatividad (o mejor, relacionalidad) de la naturaleza con respecto
al intelecto humano no tiene realidad, a su vez, considerada aparte (este es el
error concreto de todo idealismo), salvo «funcionando en una vida humana». Por
tanto, la afirmación orteguiana puede formularse así:
Tanto la naturaleza como el intelecto son «relativizados» por la única realidad radical, que es la misma vida humana.
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