El
pensamiento de Rousseau se enmarca dentro de la Ilustración. Desarrolla y profundiza algunas de sus ideas
fundamentales, como el interés por el hombre, por el estudio de su naturaleza y
de su puesto en «el orden de las cosas y del universo», y el ejercicio de una
razón autónoma y secularizada. Pero, por otra parte, Rousseau se presenta como
un crítico del excesivo optimismo
ilustrado fundado en el progreso, a la par que integra razón y sentimiento.
La
influencia de su obra ha sido grande e importante; especialmente, en la
filosofía política. Kant percibió y señaló con claridad su significado: «Newton
fue el primero en ver el orden y la regularidad unidas a una gran simplicidad
allí donde antes de él no se encontraba más que desorden y una mal ponderada
multiplicidad y, desde entonces, los cometas caminan por vías geométricas.
Rousseau fue el primero en descubrir, bajo la multiplicidad de las supuestas
formas humanas, la naturaleza recóndita del hombre».
Rousseau
parte de la denuncia de la artificialidad de la vida social y de una crítica de
la civilización, interpretada siempre, y sobre todo por la Ilustración, como
progreso.
El
análisis de la sociedad de su tiempo le plantea a Rousseau una cuestión
apremiante: hasta qué punto el desarrollo de la civilización y de la cultura,
de las ciencias, las técnicas y las artes, comporta para el hombre un
desarrollo acorde con su naturaleza más original y propia. La respuesta a dicha
cuestión es negativa:
Ni el
progreso de la civilización conlleva, por sí solo, un progreso en la felicidad
y en la moralidad del hombre, ni la organización social y política permiten que
el hombre llegue a ser y de hecho sea, conforme a su naturaleza, un ser
unitario (no dividido y no alienado) y libre (no encadenado y esclavo). ¿Cómo
es posible esa situación si «el hombre
es naturalmente bueno»?
Al
comienzo de Emilio, Rousseau escribe:
«Todo está bien al salir de las manos del autor de las cosas; todo degenera en
las manos de los hombres». Y en Del
contrato social: «El hombre ha nacido libre, y por doquiera está
encadenado». «Cadenas de hierro –dice en el Discurso
de las ciencias y las artes– que ahogan en ellos [los hombres] el
sentimiento de su libertad original».
El
problema para Rousseau no es solo cómo explicar este estado de cosas, sino
también, y más urgentemente, cómo salir de él e instaurar un orden nuevo. El
problema consiste, pues, en explicar cómo desde su origen y constitución la
sociedad ha devenido deficiente e injusta, y cómo habría que reestructurar la
sociedad. Y ambas cuestiones en estrecha relación con la «naturaleza» del hombre,
ya que desde esta, según Rousseau, es desde donde hay que explicar y comprender
la sociedad.
Con
este propósito, Rousseau diferencia entre «estado de naturaleza» (estado
natural) y «estado social», con el fin de «distinguir lo que hay de originario
y lo que hay de artificial en la naturaleza actual del hombre», pues «en tanto
no conozcamos al hombre natural es vano que pretendamos determinar la ley que
ha recibido o la que mejor conviene a su estado» (Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, prólogo):
1) El «estado de naturaleza» designa el
«supuesto» estado o situación del hombre con anterioridad a su vida en
sociedad, estado en el que el hombre (el «hombre natural») sería bueno y feliz,
independiente y libre, y guiado por el sano «amor de sí».
2) Por
el contrario, el «estado social»
designa la real situación presente en la que, al vivir en sociedad (en
determinado orden y estructura social), el hombre se hace malo, está movido por
el «amor propio» o insaciable egoísmo (deviene «hombre artificial») y rige la
injusticia, la opresión y la falta de una auténtica libertad.
El
problema antes indicado se reduce, pues, a comprender el tránsito del «estado de naturaleza» al «estado social».
Importa
mucho reparar en que el «estado de naturaleza» (y los conceptos correlativos de
«hombre natural», «libertad natural», etc.) no designa una situación fáctica y
empírica, un hecho histórico que se considera con nostalgia y al que se
desearía retornar. Pues el «estado natural», escribe Rousseau en la obra antes
citada, es «un estado que no existe ya, que acaso no ha existido nunca, que
probablemente no existirá jamás, y del que, sin embargo, es necesario tener
conceptos adecuados para juzgar con justeza nuestro estado presente».
El
«estado de naturaleza» (y sus conceptos correlativos) es, pues, un concepto o categoría sociopolítica con
la cual y desde la cual poder comprender la génesis y la condición de
posibilidad de la sociedad, analizar y comprender desde ese fundamento y
génesis su estructura, y con relación a ese ideal de naturaleza y de libertad
humanas poder enjuiciar y valorar el estado presente y habilitar teóricamente
la reestructuración de un nuevo orden social que permita y realice lo que el
hombre tiene que llegar a ser porque lo es por su «naturaleza».
Por
consiguiente, la crítica del injusto orden social y de la cultura no significa
en Rousseau el retorno a un estado natural, anárquico (en cuanto libre orden) y
de barbarie, sino la transformación de un orden social establecido por la
fuerza (Hobbes) y vivido en heteronomía, en un orden establecido en igualdad y
libertad y vivido en autonomía.
Pues
bien, ¿cómo es posible pensar o establecer el tránsito del «estado natural» al
«estado social»? O lo que es lo mismo, ¿cómo determinar el origen de la
sociedad y el lazo, vínculo o contrato en que se funda y desarrolla la vida
social y política? Dos explicaciones del tránsito son modélicas: la de Hobbes
(1588-1679) y la de Rousseau.
En
oposición a Grocio, que veía en el hombre un «instinto social» y en la sociedad
la simple consecuencia de esta «natural disposición social del hombre», tanto
Hobbes como Rousseau creen que el hombre según su naturaleza, el «hombre
natural», no es social, dándose una prioridad del individuo sobre la comunidad
social. 
Pero
las explicaciones que uno y otro ofrecen del tránsito es(*SON) distintaS, sobre
la base de la idea que cada uno se hizo de la naturaleza del hombre, del
«hombre natural», y del «estado de naturaleza», así como del ideal del vínculo
social y del orden político en correspondencia con la «naturaleza» del hombre.
1) Hobbes –para quien el hombre es un lobo
para el hombre («Homo homini lupus»)
y el «estado de naturaleza» es un estado de violencia y guerra de todos contra
todos– estima que solo una fuerza superior, y el sometimiento a ella, puede
establecer el vínculo o contrato entre los hombres.
El
contrato es, pues, para Hobbes, un contrato
de sumisión y de alienación, por lo que, en rigor, no se puede considerar
como un «contrato», ya que en la contratación ante y por la fuerza se carece de
libertad, y en el orden social y político así establecido se carece igualmente
de ella.
2)
Según Rousseau, semejante forma de
contrato, impuesto por la coacción y sin libertad, niega la libertad «natural»
del hombre y no institucionaliza ni permite una adecuada libertad civil y
política.
El
verdadero contrato social, para Rousseau, ha de ser, pues, un contrato de libertad. Pero ello no
significa, en modo alguno, que en el orden social y político establecido por el
contrato social no haya y tenga que haber sumisión y obligatoriedad de la ley.
El
carácter genuino del problema está, al contrario, precisamente en el sentido de
la sumisión a la ley y en el sentido de la libertad. En efecto, «el problema
fundamental del cual el contrato social da la solución» –escribe Rousseau– es
«encontrar una forma de asociación […] por la que cada uno, uniéndose a todos,
no obedezca, sin embargo, más que a él mismo, y permanezca tan libre como
antes» (Del contrato social, libro I,
cap. VI).
En el
contrato social rousseauniano, por el que se pasa de una libertad «natural» a
una libertad «civil y política», se da una voluntaria y libre alienación, una
desposesión de lo que pertenece al «hombre natural», pero no en favor de una
voluntad individual, sino en favor de
toda la comunidad, viniendo así a crear una unión social perfecta, cuya
expresión y principio rector es la voluntad
general.
Los
hombres no se someten sino a la ley que ellos mismos se han dado. El
sometimiento a la ley lo es a ellos mismos, que libre y racionalmente se han
impuesto la ley. Con ello, los hombres han pasado de un «estado natural» y de
necesidad, a un estado basado en la razón y fruto de la libertad, estando
semejante comunidad social muy por encima del «estado de naturaleza».
«Al darse
cada uno a todos los demás no se da a ninguno en particular y, como no existe
ningún miembro de la comunidad sobre el que no se gane el mismo derecho que a
él se le permite sobre uno mismo, así cada uno recobra lo que entrega en la
misma medida, y recibe, al mismo tiempo, una fuerza mayor para afirmarse a sí
mismo y mantenerse en lo que es y en lo que tiene».
Rousseau,
J.J. : Del contrato social, libro I,
cap. VI.
En este
nuevo orden social racional y libre será posible erradicar el mal moral y la
injusticia y realizar la perfectibilidad y la felicidad del hombre: su plena realización y salvación. Y
ello como fruto de la acción que lleva a cabo su razón práctica.
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