El Helenismo

¡Hola de nuevo, Sofía! Ya has oído hablar de los filó­sofos de la naturaleza y de Sócrates, Platón y Aristóteles, con lo cual ya conoces los mismísimos cimientos de la filosofía europea. A partir de ahora dejaremos ya de lado aquellos ejercicios iniciales que te solía dejar en un sobre blanco. Supongo que con los ejercicios, pruebas y contro­les del colegio tienes de sobra.

Te hablaré de ese largo período de tiempo que abarca desde Aristóteles, a finales del siglo IV a. de C., hasta los principios de la Edad Media, alrededor del año 400 d. de C. Toma nota de que ponemos «antes» y «después» de Jesu­cristo, porque algo de lo más importante, y también más singular de este período, fue precisamente el cristianismo.

Aristóteles murió en el año 322 a. de C. Para entonces Atenas ya había perdido su papel protagonista. Esto se de­bía, entre otras cosas, a los grandes cambios políticos oca­sionados por las conquistas de Alejandro Magno (356-323).

Alejandro Magno fue rey de Macedonia. Aristóteles también era de Macedonia y, de hecho, durante algún tiempo fue profesor del joven Alejandro. Éste ganó la úl­tima y decisiva batalla a los persas. Y más que eso, Sofía: con sus muchas batallas unió la civilización griega con Egipto y todo el Oriente hasta la India. Se inicia una nueva época en la historia de la humanidad. Emergió una socie­dad universal en la que la cultura y la lengua griegas juga­ron un papel dominante. Este periodo, que duró unos 300 años, se suele llamar helenismo. Con «helenismo» se en­tiende tanto la época como la cultura predominantemente griega que dominaba en los tres reinos helenísticos: Mace­donia, Siria y Egipto.

A partir del año 50 a. de C. aproximadamente, Roma llevó la ventaja militar y política. Esta nueva potencia fue conquistando uno por uno todos los reinos helenos, y co­menzó a imponerse la cultura romana y la lengua latina desde España por el oeste, adentrándose mucho en Asia por el este. Comienza la época romana, o la Antigüedad tardía. Debes tomar nota de una cosa: antes de que Roma tuviera tiempo de conquistar el mundo helénico, la misma Roma se había convertido en una provincia de cultura griega. De esta forma, la cultura y filosofía griegas jugarían un importante papel mucho tiempo después de que la im­portancia política de los griegos fuera cosa del pasado.

Religión, filosofía y ciencia

El helenismo se caracterizó por el hecho de que se borraron las fronteras entre los distintos países y culturas. Anteriormente los griegos, romanos, egipcios, babilonios, sirios y persas habían adorado a sus dioses dentro de lo que se suele llamar «religión de un Estado nacional». Ahora las distintas culturas se mezclan en un crisol de ideas religiosas, filosóficas y científicas.

Podríamos decir que la plaza se cambió por la arena mundial. También en la vieja plaza habían resonado voces que llevaban diferentes mercancías al mercado así como diferentes ideas y pensamientos. Lo nuevo fue que las pla­zas de las ciudades ahora se llenaban de mercancías e ideas del mundo entero, y que se oían muchas lenguas dis­tintas.

Ya hemos mencionado que las ideas griegas se sem­braron mucho más allá de las antiguas zonas de cultura griega. Pero, a la vez, por toda la región mediterránea tam­bién se rendía culto a dioses orientales. Surgieron varias nuevas religiones que recogían dioses e ideas de algunas de las antiguas naciones. Esto se llama sincretismo, o mez­cla de religiones.

Anteriormente la gente se había sentido muy unida a su pueblo y a su ciudad-estado. Pero conforme esas sepa­raciones y líneas divisorias se fueron borrando, mucha gente tenía dudas y se sentía insegura ante las visiones y conceptos de la vida. Esa parte de la Antigüedad estaba, en términos generales, caracterizada por la duda religiosa, la desintegración religiosa y el pesimismo. «El mundo está viejo», se decía.

Una característica común de las nuevas religiones del helenismo era que solían tener una teoría, a menudo secreta, sobre cómo las personas podían salvarse de la muer­te. Aprendiendo esas teorías secretas y realizando, además, una serie de ritos, las personas podían tener esperanza de obtener un alma inmortal y una vida eterna. El adquirir unos determinados conocimientos sobre la verdadera natu­raleza del universo podía ser tan importante como los ritos religiosos para salvar el alma.

Éstas fueron las religiones, Sofía, pero también la filo­sofía se movía cada vez más hacia la salvación y el con­suelo. Los conocimientos filosóficos no sólo tenían un valor en si mismos, también debían librar a los seres humanos de su angustia vital, de su miedo a la muerte y de su pesimis­mo. De esta manera se borraron los límites entre religión y filosofía.

En general podemos decir que la filosofía helenística era poco original. No surgió ningún Platón ni ningún Aris­tóteles. Pero por otra parte los tres grandes filósofos de Atenas fueron una importante fuente de inspiración para varias corrientes filosóficas, de cuyos rasgos principales te haré un pequeño resumen.

También en la ciencia del helenismo se notaba la mezcla de ingredientes de diferentes culturas. La ciudad de Alejandría en Egipto jugó en este contexto un papel clave como lugar de encuentro entre Oriente y Occidente. Atenas continuó siendo la capital de la filosofía con las es­cuelas filosóficas heredadas de Platón y Aristóteles, y Alejandría se convirtió en el centro de la ciencia. Con su gran biblioteca, esta ciudad fue la capital de las matemáti­cas, la astronomía, biología y medicina.

Se podría muy bien comparar el helenismo con la cultura del mundo actual. También el siglo XX se ha carac­terizado por una sociedad mundial cada vez más abierta. También en nuestro tiempo esto ha llevado a grandes cam­bios en cuanto a religión y conceptos sobre la vida. De la misma manera que se podían encontrar ideas de divinida­des griegas, egipcias y orientales en Roma a principios de nuestra era, podemos ahora, hacia finales del siglo XX, en­contrar ideas religiosas de todas partes del mundo en todas las ciudades europeas de cierto tamaño.

También en nuestro tiempo vemos cómo una mezco­lanza de religiones viejas y nuevas, de filosofías y ciencias, puede formar la base para nuevas ofertas en el «mercado de las grandes ideas sobre la vida». Gran parte de esos «nue­vos conocimientos» son en realidad productos viejos del pensamiento, con algunas raíces en el helenismo.

Como ya he mencionado, la filosofía helenística con­tinuó trabajando en ideas y planteamientos tratados por Sócrates, Platón y Aristóteles. Los tres intentaban buscar la manera más digna y mejor de vivir y de morir para los seres humanos. Es decir, se trataba de la ética. En la nueva socie­dad mundial ése fue el proyecto filosófico más importante:

¿en qué consiste la verdadera felicidad y cómo la podemos conseguir? Ahora vamos a ver cuatro corrientes filosóficas que se ocuparon de esta cuestión.

Los cínicos.

De Sócrates se cuenta que una vez se quedó parado delante de un puesto donde había un montón de artículos expuestos. Al final exclamó: «¡Cuántas cosas que no me hacen falta!».

Esta exclamación puede servir de titular para la filo­sofía cínica, fundada por Antístenes en Atenas alrededor del año 400 a. de C. Había sido alumno de Sócrates y se había fijado ante todo en la modestia de su maestro.

Los cínicos enseñaron que la verdadera felicidad no depende de cosas externas tales como el lujo, el poder po­lítico o la buena salud. La verdadera felicidad no consiste en depender de esas cosas tan fortuitas y vulnerables, y precisamente porque no depende de esas cosas puede ser lograda por todo el mundo. Además no puede perderse cuando ya se ha conseguido.

El más famoso de los cínicos fue Diógenes, que era discípulo de Antístenes. Se dice de él que habitaba en un tonel y que no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. (¡Así no resultaba fácil quitarle la felici­dad!) Una vez en que estaba sentado tomando el sol de­lante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se co­locó delante del sabio y le dijo que si deseaba alguna cosa, él se la daba. Diógenes contestó: «Si, que te apartes un po­co y no me tapes el sol». De esa manera mostró Diógenes que era más rico y más feliz que el gran general, pues tenía todo lo que deseaba.

Los cínicos opinaban que el ser humano no tenía que preocuparse por su salud. Ni siquiera el sufrimiento y la muerte debían dar lugar a la preocupación. De la misma manera tampoco debían preocuparse por el sufrimiento de los demás.

Hoy en día las palabras «cínico» y «cinismo» se utili­zan en el sentido de falta de sensibilidad ante el sufri­miento de los demás.

Los estoicos

Los cínicos tuvieron importancia para la filosofía es­toica, que nació en Atenas alrededor del año 300 a. de C. Su fundador fue Zenón, que era originario de Chipre pero que se unió a los cínicos después de un naufragio. Solía reunir a sus alumnos bajo un pórtico. El nombre «estoico» viene de la palabra griega para pórtico (stoa). El estoicismo tendría más adelante gran importancia para la cultura ro­mana.

Como Heráclito, los estoicos opinaban que todos los seres humanos formaban parte de la misma razón universal o «logos». Pensaban que cada ser humano es como un mundo en miniatura, un «microcosmos», que a su vez es reflejo del «macrocosmos».

Esto condujo a la idea de que existe un derecho uni­versal, el llamado «derecho natural». Debido a que el de­recho natural se basa en la eterna razón del ser humano y del universo, no cambia según el lugar o el tiempo. En este punto tomaron partido por Sócrates y contra los sofistas.

El derecho natural es aplicable a todo el mundo, tam­bién a los esclavos. Los estoicos consideraron los libros de leyes de los distintos Estados como imitaciones incomple­tas de un derecho que es inherente a la naturaleza misma.

De la misma manera que los estoicos borraron la di­ferencia entre el individuo y el universo, también rechaza­ron la idea de un antagonismo entre espíritu y materia. Según ellos sólo hay una naturaleza. Esto se llama mo­nismo (contrario, por ejemplo, al claro «dualismo» o bipar­tición de la realidad de Platón).

De acuerdo con el tiempo en el que vivieron, los es­toicos eran «cosmopolitas», y por consiguiente más abier­tos a la cultura contemporánea que los «filósofos del to­nel» (los cínicos). Señalaban como muy importante la comunidad de la humanidad, se interesaron por la política y varios de ellos fueron hombres de Estado en activo, por ejemplo el emperador romano Marco Aurelio (121-180 d. de C.). Contribuyeron a promocionar la cultura y filosofía griegas en Roma y, en particular, lo hizo el orador, filósofo y político Cicerón (106-43 a. de C.). Él fue quien formuló el concepto de humanismo, es decir esa idea que coloca al individuo en el centro. El estoico Séneca (4 a. de C.-65 d. de C.) dijo unos años más tarde que «el ser humano es para el ser humano algo sagrado». Esta frase ha quedado como una consigna para todo el humanismo posterior.

Los estoicos subrayaron además que todos los proce­sos naturales, tales como la enfermedad y la muerte, siguen las inquebrantables leyes de la naturaleza. Por tanto, el ser humano ha de conciliarse con su destino. Nada ocurre for­tuitamente, decían. Todo ocurre por necesidad y entonces sirve de poco quejarse cuando el destino llama a la puerta. El ser humano también debe reaccionar con tranquilidad ante las circunstancias felices de la vida; en esta idea se nota el parentesco con los cínicos, que decían que todas las cosas externas les eran indiferentes. Incluso hoy en día hablamos de una «tranquilidad estoica» cuando una per­sona no se deja llevar por sus sentimientos.

Los epicúreos

Como ya hemos visto, a Sócrates le interesaba ver cómo los seres humanos podían vivir una vida feliz. Tanto los cínicos como los estoicos le interpretaron en el sentido de que el ser humano debería librarse de todo lujo mate­rial. Pero Sócrates también tenía un alumno, que se lla­maba Aristipo, que pensaba que la meta de la vida debería ser conseguir el máximo placer sensual.«EI mayor bien es el deseo», dijo, «el mayor mal es el dolor». De esta mane­ra, quiso desarrollar un arte de vivir que consistía en evitar toda clase de dolor. (La meta de los cínicos y estoicos era aguantar toda clase de dolor, lo cual es muy diferente a centrar todos los esfuerzos en evitar el dolor.)

Epicuro (341-270 a. de C.) fundó alrededor del año 300 una escuela filosófica en Atenas (la escuela de los epi­cúreos). Desarrolló la ética del placer de Aristipo y la com­binó con la teoría atomista de Demócrito.

Se dice que los epicúreos se reunían en un jardín, ra­zón por la cual se les llamaba «los filósofos del jardín». Se dice que sobre la entrada al jardín colgaba una inscripción con las palabras «Forastero, aquí estarás bien. Aquí el pla­cer es el bien primero».

Epicuro decía que era importante que el resultado placentero de una acción fuera evaluado siempre con sus posibles efectos secundarios. Si alguna vez te has puesto mala por haber comido demasiado chocolate, entenderás lo que quiero decir. Si no, te propongo el siguiente ejerci­cio: coge tus ahorros y compra chocolate por valor de 200 coronas  (suponiendo que te guste el chocolate). Es muy importante para el ejercicio que te comas todo el choco­late de una sola vez. Aproximadamente media hora más tarde entenderás lo que Epicuro quería decir con «efectos secundarios».

Epicuro también decía que un resultado placentero a corto plazo tiene que evaluarse frente a la posibilidad de un placer mayor, más duradero o más intenso a más largo plazo. (Por ejemplo si decides no comer chocolate durante un año entero porque eliges ahorrar todo tu dinero para comprar una bici nueva o para unas carísimas vacaciones en el extranjero.) Al contrario que los animales, los seres humanos tienen la posibilidad de planificar su vida. Tienen la capacidad de realizar un «cálculo de placeres». Un cho­colate delicioso es, evidentemente, un valor en si, pero también lo son la bicicleta y el viaje a Inglaterra.

No obstante, Epicuro señaló que el «placer» no tenía que ser necesariamente un placer sensual, como, por ejem­plo, comer chocolate. También pertenecen a esta categoría valores tales como la amistad y la contemplación del arte. Condiciones previas para poder disfrutar de la vida eran los viejos ideales griegos tales como el autodominio, la mode­ración y el sosiego, pues hay que frenar el deseo. De esta manera también la calma nos ayudará a soportar el dolor.

Personas con angustia religiosa buscaban a menudo ayuda en el jardín de Epicuro. En este aspecto, la teoría ato­mista de Demócrito fue un recurso contra la religión y la su­perstición. Para vivir una vida feliz es muy importante supe­rar el miedo a la muerte. Para esta cuestión, Epicuro se apoyó en la formulación de Demócrito de los «átomos del alma». A lo mejor te acuerdas que él pensaba que no ha­bía ninguna vida después de la muerte, porque todos los áto­mos del alma vuelan hacia todas partes cuando morimos.

«La muerte no nos concierne», dijo Epicuro, así de simple. «Pues, mientras existimos, la muerte no está pre­sente. Y cuando llega la muerte nosotros ya no existimos.» (Mirado así, nadie se ha puesto nunca triste por estar muer­to.)

El mismo Epicuro resumió su filosofía liberadora en lo que llamó las «cuatro hierbas curativas»:

A los dioses no hay que temerlos. La muerte no es algo de lo que haya que preocuparse. Es fácil conseguir lo bueno. Lo terrible es fácil de soportar.

No constituía ninguna novedad en la cultura griega comparar la misión de la filosofía con el arte médico. Aquí nos encontramos con la idea de que el ser humano se tiene que equipar con un «botiquín de filosofía» que contenga cuatro medicinas importantes.

Al contrario que los estoicos, los epicúreos muestran poco interés por la política y la vida social. «¡Vive en se­creto!», aconsejaba Epicuro. Quizás pudiéramos comparar su «jardín» con las comunas de nuestro tiempo. También en estos días hay mucha gente que ha buscado un refugio dentro de la gran sociedad.

Después de Epicuro muchos epicúreos evolucionan en dirección a una obsesión por el placer. La consigna fue:

«Vive el momento». La palabra «epicúreo» se utiliza hoy en el sentido despectivo de vividor.

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Gaarder, Jostein. El mundo de Sofía, Siruela, Madrid, 1994, p. 148.
 
  
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