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Número 11. Febrero, 2000.
Monográfico

Cuaderno de Materiales

 

Monográfico número 11: Filosofía, educación y mercado

 

Educación contra mercado: La filosofía y la formación política de la ciudadanía.
Simón Royo Hernández   (siroyo@rocketmail.com)

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3ª PARTE

LA EDUCACIÓN COMO DOMINIO SOBRE LAS PASIONES Y COMO PROYECTO DE LA INGENIERÍA SOCIAL.

 

1) EL PREJUICIO SOCIOLÓGICO: ENSAYO SOBRE EL RESENTIMIENTO O DE LA PASIÓN CONTRA LA RAZÓN.

Muchas personas cometen un prejuicio sociológico: sus situaciones particulares son extrapoladas a consideraciones generales, es decir, se cuenta la película conforme a ellos les va en ella, por eso se puede acusar del redactor de este escrito de visceralidad, lo que equivale a negarle el más mínimo estatuto cognoscitivo. Pero quien está habituado al razonamiento realiza precisamente el movimiento inverso: cada cosa particular tan sólo es tratada en general, sin atender a las emociones particulares que se tengan de ella, sino tan sólo a los argumentos racionales que se puedan generar entorno del problema o la cuestión, sea cual sea el problema o la cuestión tratados y los sentimientos y emociones que suscite.

Ahora bien, quienes no están habituados a razonar, sino que son presa crónica del prejuicio sociológico, creen que los demás llaman pensar a realizar la misma operación que ellos hacen, esto es, considerar su ombligo como el ombligo del mundo. Quien no es capaz de un tratamiento abstracto y general de los problemas cree que nadie es capaz de semejante cosa y adjudica al oponente dialéctico la misma enfermedad que padece. Confundir las sensaciones subjetivas con teorías generales, esto es, carecer de la posibilidad de elevarse a un plano racional y objetivo. Tal plano incluirá tanto al mundo interno objetivo (M2) como al sujeto operatorio, también objetivable.

De la manera como se lleva a cabo la presente e ilegítima forma de descalificación fueron un ejemplo las acusaciones hacia el juez Baltasar Garzón de actuar por resentimiento al encausar al ministro Barrionuevo en el sumario de los GAL. Tal aseveración sobre las motivaciones, no estrictamente jurídicas, sino supuestamente envueltas en la animadversión personal, resultaban irrelevantes para la razón jurídica y la evaluación de las pruebas por si constituyeran delito. No importa tampoco que los jueces que han de juzgar a criminales de guerra o dictadores, como Pinochet, sientan aprecio o desprecio por los encausados, caso en el que resultó ridicula la recusación de uno de los letrados por pertenecer a una organización humanitaria, como si su condición de miembro de una ONG fuese a turbar y volver parcial su razonamiento jurídico. Las emociones de los jueces no se involucran en la evaluación de las pruebas policiales y periciales, ni en la aplicación de las penas que otorgan a los criminales, si así fuera todo proceso judicial sería arbitrario y los jueces los dictadores más terribles de la tierra, capaces de dar rienda suelta a su odio, compasión, amor, enemistad, crueldad, resentimiento, culpa o venganza, que se traducirían en penas mayores o menores y en la irrelevancia de las pruebas, testimonios y argumentaciones. Nadie que piense un poquito puede creer que cuando el juez Garzón odia a un fulano lo mete sin más en la cárcel. La motivación de perseguir la causa criminal, si bien debe proceder de la racional profesionalidad del letrado, no importa que se encuentre entremezclada de sentimientos y emociones, de agrado o desagrado, ya que un conductor de autobus puede conducir contento o descontento sin que su estado de ánimo altere su conducción; pues de no atenerse a ella le multarán y le impedirán proseguir una peligrosa conducción temeraria. El juez procede si hay caso, de acuerdo con la razón jurídica, y si no lo hay, por más que su odio y su resentimiento se lo indique, no podrá proceder contra nadie, a riesgo de que otras instancias le corrijan e inhabiliten, como en el caso de Gomez de Liaño al excederse con Jesús Polanco.

Es la pereza racional la que lleva a descalificar unos argumentos que nos resultan molestos atribuyéndolos, sencillamente, al prejuicio sociológico. Resulta que Marx escribió El Capital, porque era pobre y estaba resentido; Engels o Foucault han descalificado la institución de la Familia porque se debían llevar mal con sus padres o sus hermanos; Agustín García Calvo critica el Amor porque no tiene una feliz vida conyugal; Nietzsche destrozó la Educación Moderna porque su experiencia durante diez años como profesor en Basilea fue decepcionante; y Euclides desarrolló sus Teoremas geométricos porque le tenía asco a las líneas curvas y sinuosas. ¡Ya está! Marx, Engels, Foucault, Nietzsche y Euclides, han sido refutados por la económica vía de la reducción de sus teorías a meras supuraciones pasionales de sus subjetividades malheridas. El resentimiento, la falta de amor familiar o conyugal, la depresión profesoral o el asco matemático, explican la génesis y límites de las teorías, reducidas a pasiones individuales y subjetivas que han sido, según esta reducción, ilícitamente exportadas a lo general, como si fuesen productos de la razón, cuando, por la máxima del prejuicio sociológico, se “demuestra” que no eran más que productos de su bajo vientre. Por eso el nacionalcatolicismo franquista se contentaba con refutar a Marx a partir de la aseveración de que su condición de judío resentido había hecho que volcase todo su odio sobre la sociedad. Pero de esta manera lo que se está haciendo es confundir la evaluación de la verdad o falsedad de una teoría (cuestión general abstracto-gnoseológica) con la reducción de dicha teoría a la mera supuración de excrecencias emocionales individuales, lo que, a priori, declara la teoría falsa, esto es, válida tan sólo para el sujeto individual que la produce.

Los comentarios vertidos en el libro que citamos a continuación necesitan de una aclaración previa. Constituye un libro de texto de la asignatura Formación del Espíritu Nacional, que se impartió durante de Dictadura de Francisco Franco en el antiguo 5º de Bachillerato en todas las escuelas. El haber localizado su séptima edición no es sino una muestra de la amplia difusión del libro, cuya lectura es prueba histórica del grado de de-formación y maniqueísmo al que llegaron los planes de estudio nacionales durante el franquismo, sobre todo, a través de la citada asignatura, destinada a cultivar los valores de los alumnos:

“Al final de la primera mitad del siglo XIX, un judío alemán converso, que vió muchos caminos cerrados en su vida por su raza, entra en contacto con núcleos extremistas franceses al ser expulsado de su patria. Carlos Marx había de volcar en su obra todo el profundo resentimiento que albergaba su alma contra la sociedad... En una reunión internacional de tipo comunista celebrada en Londres, se le encomienda la redacción del famoso <Manifiesto Comunista>, que realiza en 1848 en colaboración con Engels, otro judío alemán, también resentido”. (Gerardo Lagüens Marquesan & Roberto García de Vercher Teorías y Formas Políticas. Primer Curso de Formación Política. 7ª edición, Madrid 1967. Capítulo XII: La Crisis del Estado Liberal (II): 2. Materialismo histórico: Marxismo, pág.130. Las mayúsculas son mías).

Es muy fácil refutar (falsamente) por reducción de lo racional a lo pasional (sin argumentos), pero muy difícil refutar lo racional con lo racional y reducir al absurdo los argumentos dialécticos con los que disputamos, oponiendo razones a otras razones para que sobrevivan las más consistentes. Cierto que el resultado no tiene que ser unilateral, ya que a los argumentos racionales de Gacía-Calvo contra el Amor conyugal, basados en una lúcida comprensión de los defectos y vicios de tal relación, (por ejemplo en las rutinas que conlleva el compromiso), se pueden oponer argumentos racionales a favor de la relación conyugal, basados en las virtudes de tal relación, por ejemplo, la complicidad y el apoyo mútuo que genera el compromiso a lo largo del tiempo. Después de sopesar las razones a favor y en contra se podrá evaluar el problema y llegar a una conclusión, no menos válida por ser más compleja que la postura unilateral, sino más rica en matices, al contemplar todas las caras del problema.

Otro ejemplo: Si alguien afirma la proposición contra la educación moderna siguiente: las instituciones de enseñanza pública son los lugares de producción y clasificación de los obreros cualificados, sumisos y obedientes, que requiere la sociedad capitalista. Semejante tesis no se refuta con la sospecha de que su génesis sea el resentimiento de un albañil, ya que preguntarse por las motivaciones que la han producido no es un argumento en contra con el que sopesar la proposición citada. Para contrarestarla dialécticamente es necesario producir una proposición, con pretensiones de verdad, de índole contraria, esto es, una proposición a favor de la educación moderna como la siguiente: las instituciones de enseñanza pública son los lugares donde se forman los ciudadanos de una democracia bien construida y donde los jóvenes interrelacionan entre sí, aprendiendo no sólo los conocimientos que les son necesarios para vivir en sociedad sino también a relacionarse socialmente. (Tesis que no se refuta a fuerza de insistir obcecadamente en la sospecha de que su génesis se deba a una escondida e inconsciente pasión altruista). Con esas dos proposiciones unilaterales se puede iniciar un diálogo y cada posición las transformará conforme se vayan minando los argumentos que vayan surgiendo a favor de un lado o de otro, lográndose si es fructífero, finalmente, el acercamiento a una evaluación comprensiva del problema que recoja conclusivamente la sintesis de las dos proposiciones antitéticas iniciales.

El emotivismo, (que ya no consiste en vincular y reducir la evaluación gnoseológica de una teoría, problema o cuestión, a los estados subjetivos y pasionales de sus productores), no debe confundirse con el prejuicio sociológico, ya que el emotivismo constituye una respetable argumentación racional acerca de la emotividad en general que se remonta a David Hume, quien no aceptaría que su renuncia a la teoría moral se debiera a su personal y emotivo-subjetiva forma de sentir[i], sino a la forma de sentir en general de los seres humanos, la cual, al ser eminentemente subjetiva, impediría un tratamiento objetivo y el establecimiento de una saber racional entorno suyo. Tesis a partir de la cual el filósofo niega la posibilidad de la existencia de una razón práctica o la posibilidad de la fundamentación racional de la ética, conseguida al analizar racionalmente el mundo de las emociones, pasiones y voliciones. La moral no puede ser sujeta al dominio de la razón, cuya función se agota en el descubrimiento de la verdad y de la falsedad. Radicalizandose, llegará Hume, hasta sus tesis sobre la creencia, pasando del escepticismo moral al escepticismo gnoseológico, inevitable si no se diferencian las ideas de las creencias.

Sin embargo, a pesar de lo antedicho acerca del modo de desarrollo de la dialéctica, hay que resaltar que la principal actividad racional es la destructiva, esto es, la tarea crítica, que somete a pruebas de consistencia las cuestiones ya existentes y ya planteadas, a causa de la tendencia a la solidificación de los prejuicios y costumbres, tarea donde puede apreciarse el cumplimiento de la labor social del intelectual que, en palabras de Foucault, consiste en interrogar de nuevo las evidencias y los postulados, cuestionar los hábitos, las maneras de hacer y de pensar; disipar las familiaridades admitidas, retomar la medida de las reglas y las instituciones a partir de esta reproblematización... y, en fin, participar en la formación de una voluntad política (desempeñando su papel de ciudadano). Tarea que puede proseguirse generando, posteriormente, alternativas a las teorías de las que se han destacado las inconsistencias y falacias, que logren eludirlas, recogiendo los aciertos y yendo más allá.

Ahora pasemos a otro tropo de la retórica pasional, sutileza del prejuicio sociológico que vamos a bautizar como la argucia de San Sábato. Esta consiste en aplicar a cualquier género de disputa en general acerca de la calidad de vida la siguiente premisa: el pesimista es alguien que ha esperado demasiado de la vida. Fácil es ver que bajo tal principio, toda argumentación racional se dilucida de acuerdo con lo que los individuos, en su subjetividad pasional más íntima, esperen o no de los acontecimientos, todo dependerá de la virtud teologal-pasional de la esperanza. El esclavo con grilletes que debe picar piedra durante 18 horas al día está deprimido, luego, aplicando la argucia de San Sábato, hemos de concluir, que el esclavo con grilletes esperaba mucho de la vida y que, por tanto, en el fondo su pesimismo proviene de su exagerado optimismo. Ahora démosle la vuelta al acontecimiento y expliquémoslo, invertido, por la misma regla de tres: El esclavo con grilletes que debe picar piedra durante 18 horas diarias es muy feliz, luego, aplicando la argucia de San Sábato, hemos de concluir, que no esperaba mucho de la vida y que, por tanto, no ha pecado de optimismo hasta el punto de que le llevase a la depresión. De esta manera resulta que todo el que está deprimido es porque espera mucho de la vida, mientras que todo el que esté feliz será quien no espere mucho de la vida. Con lo cual nos vemos imposibilitados de realizar ninguna argumentación objetiva acerca de la calidad de vida de los individuos, ya que ésta dependerá del grado de esperanza que éstos sientan o dejen de sentir en su fuero interno.

Distinto sería plantear la medida de alimentación, ciertamente objetivable, que los cuerpos humanos (dependiendo de su complexión y otras variables) deben ingerir para que se los considere suficientemente nutridos y declarar que, aquellos que sobreviven por debajo del nivel nutricional mínimo tienen, en ese aspecto, una mala calidad de vida. Forma objetiva de la calibrar la calidad de vida que los pensadores tendríamos que perfeccionar añadiendo todos los aspectos que, en general, puedan considerarse, como propios de una buena vida, y decimos en general, porque si basta con las consideraciones emotivo-subjetivas de cada cual, entonces la teoría sobra, ya que no habrá una buena vida en general, sino que cada cual, en solipsista relativismo, escogerá la que su gusto prefiera o le depare la suerte.

Desde luego la consideración del visceralismo emotivo individual como forma humana de concebir el mundo resulta muy favorable al mantenimiento del status quo. Si vivimos en el mejor de los mundos posibles y, consiguientemente, entonces no esperamos demasiado de la vida, resulta que nos adecuamos a “la realidad” y le hacemos justicia. Pero si realizamos la labor crítica propia de la filosofía, entonces, nos situamos en una posición inadecuada respecto a la “realidad”, lo que sólo se puede deber, bajo tales premisas, a un desajuste de lo individual-subjetivo (toda teoría en el caso del prejuicio sociológico) con lo general-objetivo (lo que hay). De tal modo que la crítica de lo establecido siempre es tachada de utopía irreal subversiva, causada por el visceral dolor de turmas que sufre un individuo aislado determinado y anormalmente peculiar; mientras que el mantenimiento de los lugares comunes aceptados por la costumbre y la estupidez colectiva se tienen por verdades incontrovertibles. Esto supone que la carga de la prueba: a) se vuelca siempre sobre el que crítica (por ejemplo: los creyentes en Dios consideran la existencia de la divinidad como un hecho incontrovertible que quienes niegan tienen que probar) y b) aunque se proporcionen infinidad de pruebas siempre se pueden descalificar por el recurso al prejuicio sociológico y mantenerse en una posición absoluta (es decir, el ateo en última instancia, es un resentido al que, su incapacidad e inadecuación para captar la realidad divina le llena de odio, pasión a la que se deben sus furiosos improperios, que quiere hacer pasar por argumentaciones racionales). Pero una peculiaridad de la fe religiosa es el tercer y realmente último e inexpugnable punto de descalificación, c) el creo porque es absurdo de Tertuliano, que lleva a que los argumentos en contra no hagan sino confirmar la “verdad” que se cree poseer, de manera que contra más evidencias racionales se muestren en contra más se retroalimenta la posición, puesto que se sustenta sobre el paradójico, cuanto más absurdo más verdadero; (de donde se sigue, lógicamente, que contra menos absurdo más falso).

2) Se pueden resumir las historias intelectuales de los pensadores de todos los tiempos como la historia particular y autobiográfica del desarrollo de los propios prejuicios pasionales de cada cual. Así, el estudio y la erudición, la investigación y la argumentación racional, pueden no estar más que al servicio de la justificación de un prejuicio intuido pasionalmente con anterioridad a la reflexión y que guía todo el trabajo de búsqueda. Digamos que Nietzsche, Feuerbach, Marx, Freud y Gustavo Bueno, eran visceralmente ateos, su resentimiento visceral les había llevado al ateismo, y luego, con gran despliegue de energía investigadora, se dedicaron a buscar justificaciones de su ateismo, de su pasión visceral; mientras que Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Karl Rahner y Karol Woijtila, partieron de su creencia visceral y emocional en Dios, para luego, con gran despliegue de  medios y energías, dedicarse a justificar argumentalmente sus presupuestos teístas y dotarlos de credibilidad. Si la subjetividad es la guía primera y última de los discursos entonces éstos serán inconmensurables y no se podrá hablar de verdad o falsedad, para que ésto último sea posible la individualidad tiene que desaparecer en la teoría, ya que, de no ser así, la teoría no será tal, no tendrá una validez general independientemente de las emociones y opiniones de su propio autor. La subjetividad necesariamente es la guía primera pero no última de los discursos, hay un punto en el que éstos se despegan de la primera y pasan a ser científicos o teóricos (tránsito de la doxa a la episteme).

El creyente literalista de los Testigos de Jehová o de los Evangelistas del protestantismo norteamericano despliegan una enorme cantidad de estudios destinados a apuntalar la tesis de que la Biblia es la verdad revelada y que, por tanto, todo el conocimiento está ya contenido y expresado en ella. Los católicos tienen en su nómina unos magníficos especialistas consagrados a limar las asperezas históricas del Nuevo Testamento y adaptar la historiografía a la doctrina. Los nazis contaron con un buen equipo de intelectuales, lingüístas y biólogos, que desplegaron todos sus esfuerzos en apuntalar las tesis del racismo ario. Y gran parte de lo que las anteriores teorías tienen de falso está relacionado con esa intromisión de la volición subjetiva en el ejercicio teórico.

Pues la diferencia entre un justificador de sus prejuicios y un pensador, aunque debería ser clara, no es fácil de trazar. Se puede argumentar que el pensador será aquél que está dispuesto a cambiar hasta sus posiciones intelectuales más serias y profundas con tal que, al menos, se le proporcionen argumentos racionales suficientes para ello, mientras que el prejuicioso nunca estará dispuesto a cambiar. Pero también existe quien lo único que hace es cambiar unos prejuicios por otros, a veces para refundirlos todos, al final, en uno solo. Y así, por ejemplo, después de defender que Dios era Marx, cambiar a decir que lo es Cristo y después, que Alá (Roger Garaudy), se puede culminar con la declaración de que todos los anteriores son lo mismo (su tesis ecumenista). Es decir, los prejuiciosos también cambian, aunque de prejuicios. De todas formas la idea de poseer verdades absolutas es la que casa mal con el pensador, que aunque cuente con argumentos firmes, siempre los tendrá por provisionales y envueltos, en mayor o menor medida, por una capa más o menos densa de prejuicios, que nunca se llegará a disolver por completo, pero cuya mayor verdad o falsedad se juega en ese más o menos.

Si bien es cierto que pudo ser un prejuicio del pensar ilustrado el creer que el Lógos puede quedar totalmente purificado del Mithos y hoy se reconoce que el primero siempre está envuelto por una capa más o menos densa del segundo, quizá no sea tampoco de recibo la consideración mitológica de todo discurso con pretensiones de una cierta firmeza, y desde luego, es absurda la consideración pasional de todo discurso.

3) La hermenéutica postmoderna exige espacio para la verdad poética, para la verdad religiosa, para una pluralidad de verdades una vez que se consideran de tal modo cualesquiera descripciones o construcciones lingüísticas, más allá de la verdad como conocimiento verdadero. Ahora bien, dicha radicalización del carácter mediático del lenguaje, proviene en buena parte de la física del siglo XX. Una generalización un tanto arbitraria de los descubrimientos de la mecánica cuántica iban a ser determinantes para esta nueva concepción de mundo. El propio Werner Heisenberg, amigo de Heidegger, contribuiría a tal mistificación, al hablar en términos holísticos de su principio de incertidumbre o indeterminación.

Si bien al estudiar las partículas cuánticas el método experimental modificaba el propio objeto del experimento, no por ello puede afirmarse que cuando un astrónomo observa y calcula las órbitas de los planetas, modifica los movimientos de los astros por el hecho de estudiarlos. Se confunde en las disciplinas humanísticas el principio de incertidumbre de la microfísica con el círculo hermenéutico, cuando no son en absoluto equiparables. Es curioso que la filosofía hermenéutica haya abusado de una física de la cual precisamente reniega. Decir que el ser humano es a la vez sujeto y objeto del conocimiento humanístico, no implica que el uso de unos métodos de investigación alteren el objeto estudiado y viceversa. El historiógrafo puede perfectamente manosear un manuscrito sin que en éste se modifique una sola línea, podrá errar en su esfuerzo de datación del manuscrito, pero no por estudiarlo lo altera, del mismo modo, que aunque el astrónomo se equivoque en sus cálculos no conseguirá con ello modificar la órbita de los planetas. De manera que la historicidad y circularidad de la comprensión no afecta a los objetos de conocimiento sino que se reduce a una cuestión de alteración de la psicología del sujeto, irrelevante para la lógica. Y digo de la psicología porque desde luego no afecta a su fisiología (al menos mientras estén prohibidos los trabajos genéticos con los seres humanos), se sigue siendo un homo sapiens sapiens se edifique, forme o comprenda, lo que sea. Pero decir esto puede ser visto, por la hermenéutica, como una recaida en el kantismo o en el positivismo, lo que para algunos, tras la extrapolación política, significa, tanto como recaer en la dictadura fascista o stalinista, ya que la democracia política equivale, a su juicio, al relativismo gnoseológico.

Desde aquí defendemos la verdad como conocimiento verdadero, como lo viene haciendo la filósofía desde hace 2.500 años frente al relativismo de las descripciones lingüísticas religiosas y poéticas, llenas de emotividad y pasión. Si la filosofía es lo que dice la postmodernidad, entonces, la filosofía no es más que un género literario más.

En Gadamer y Rorty hay una recusación del positivismo analítico que se extiende a todas las ciencias y culmina en sus máximos momentos de radicalidad, con la afirmación de la lingüísticidad de lo real. La filosofía pasará a ser literatura edificante o teoría de la comprensión literaria, difuminándose los límites entre el Mithos y el Lógos tan arduamente mantenidos desde el inicio de la Historia del Pensamiento. La función de la filosofía será la edificación o la formación del filosofante lector, función que también pensamos cumplirán el resto de las literaturas a las que no vemos motivos para negar dicha función.

Tendencia que no se aprecia, por ejemplo, en Gustavo Bueno: “Lo cierto es que la «formación del juicio» —si se quiere, de la opinión— en torno a las Ideas que tienen una mayor presencia en nuestros días (pongamos por caso: Idea de «conciencia», Idea de «libertad», Idea de «democracia», Idea de «verdad», Idea de «Estado de derecho», Idea de «persona», Idea de «dialéctica», Idea de «bien», Idea de «mal», Idea de «ética», Idea de «finalidad», Idea de «poder», Idea de «materia», Idea de «vida»,...) es un proceso en el que la educación reglada interviene en una proporción muy pequeña: son las experiencias sociales, vitales y profesionales que cada uno tenga en el curso de su vida lo que irá conformando ese juicio, es decir, su «filosofía personal». Pero tampoco vemos mayores razones para subestimar la importancia de la educación reglada en filosofía hasta el punto de proponer su total abolición. Desde luego, nos parece ridículo atribuir a esa educación reglada la responsabilidad de «enseñar a pensar» a los ciudadanos, como han argumentado tantos profesores y estudiantes con ocasión de los debates en torno a los efectos de la LOGSE. Argumentos contraproducentes, como debería haber sabido todo aquel que hubiese estudiado el Protágoras de Platón (319b‑d)[ii]”. Opinión o <filosofía personal>, esto es, juicios adquiridos por ósmosis a través de la socialización, se contraponen a <pensar> o <filosofar>, donde lo de “personal” desaparece.

Enseñar a pensar es imposible, como decía Sócrates, no se puede enseñar sino a lo sumo, ayudar a aprender, favorecer el desarrollo del pensamiento propio; la posición de Nietzsche a este respecto es bastante clarificadora:

 “No hay educadores. Como pensador éste no debería hablar más que de la educación de sí mismo. La educación de la juventud dirigida por los demás es o una experiencia emprendida acerca de algo desconocido e incognoscible, o una nivelación por principio, para producir el ser nuevo, cualquiera que éste sea, conforme a las costumbres y a los usos reinantes; en ambos casos se trata de algo que es indigno del pensador, es la obra de los padres y de pedagogos a quienes un hombre leal y audaz llamó nuestros enemigos naturales. Cuando, después de mucho tiempo, hemos sido educados según las opiniones del mundo, acabamos un día por descubrirnos a nosotros mismos: entonces comienza la tarea del pensador; entonces es el momento de pedir su ayuda, no como educador, sino como alguien que se ha educado a sí mismo y tiene experiencia” (F.Nietzsche Humano demasiado humano II. El viajero y su sombra, §267).

Con palabras de Richard Rorty, se puede ilustrar también lo antedicho, aunque sin necesidad de suscribir su punto de vista relativista (desde el punto de vista hermenéutico la objetividad consiste en prácticas sociales funcionales y bien asentadas, y su búsqueda constituye uno de los componentes de la educación). La filosofía edificante presupone la sistemática puesto que surge como una reacción contra ella. De manera que la educación siempre empieza por la socialización normalizada y es una vez que estamos familiarizados con esa parte de la educación que forma el discurso normal de la filosofía sistemática que podemos reaccionar en su contra. “El discurso anormal y <existencial> depende siempre del discurso normal..., y... la edificación utiliza siempre materiales proporcionados por la cultura de la época[iii]”. Si cambiamos lo que Rorty llama filosofía sistemática por <filosofía personal> y lo que denomina filosofía edificante por <pensar> o <filosofía>, el párrafo nos vale perfectamente. Claro que también hemos de resignificar los términos, ya que para Rorty el discurso normal está formado por las ciencias naturales y la filosofía (epistemología) y el discurso anormal por la literatura postmoderna; mientras que para Gustavo Bueno (como para Platón) el <discurso normal> está formado por las opiniones (doxa) y el <discurso anormal> por la ciencia (episteme) y la filosofía.

No sólo se piensa desde lo que se conoce, sino contra lo socialmente vigente como conocimiento, que  en numerosas ocasiones no es sino opinión.

La orden de Nietzsche de invertir a Platón ha sido seguida (quizá de forma equivocada) por la postmodernidad, que reivindica el mito como el discurso emancipador, rebelde y revolucionario, frente al <logos> como discurso esclavizador, la literatura que nos salva de la filosofía, el retorno a la tribu frente a la ciudadanía, la supremacía de la pasión sobre la razón. El hombre como dios cuando sueña y como mendigo cuando reflexiona.

4) La filosofía (pensar) no consiste en generar preguntas tan solo, sino fundamentalmente en contestarlas, y no de cualquier manera. Cuando nacemos lo hacemos en un entorno social que nos proporciona respuestas sociales a las preguntas individuales, tales respuestas no son filosóficas, sino culturales, ideológicas, y si todo el mundo se cree capaz de hablar de cuestiones filosóficas es porque está provisto de dichas respuestas y enarbola las creencias sociales como si fuesen ideas filosóficas. Creen que las creencias vigentes son sus ideas propias y no se dan cuenta de que las han tomado prestadas. Tiene que haberse pasado por la adquisición de los patrones sociales compartidos para poder elevarse por encima de ellos y comenzar a filosofar. Por eso la socialización precede a la filosofía, que si surge, lo hace en su contra, en contra de la admisión de los tópicos vigentes como criterios de la existencia, en contra del discurso de la subjetividad, que no suele ser otro que la voz del rebaño. ¿Cómo entonces enseñar a rebelarse contra las creencias a quien todavía no ha cuajado siquiera esas creencias? Para reaccionar ante algo y elevarse por encima de ese algo se ha de estar previamente inmerso en ello. Es una lástima que quienes podrían empezar ya a pensar, personas con familiaridad en otras disciplinas, generalmente postuniversitarias, se dediquen con tanto esmero a defender las familiaridades adquiridas.

La filosofía es un saber de segundo orden que implica a otros saberes y por ello no puede enseñarse ni aprenderse, ni ejercitarse, sin una preparación previa. Cierto que el profesor de matemáticas no puede enseñar las operaciones con polinomios a los jovencitos de 15 años si éstos no saben sumar, restar, dividir y multiplicar. Tampoco el de literatura puede enseñar a leer poesía a quien no sepa ya leer prosa, ni el de francés puede enseñar el imperfecto si no se domina el presente. Pero la filosofía no tiene una propedéutica interna a sí misma, sino que es indispensable la familiaridad con otras disciplinas para poder llegar a ejercitarla. Cada pregunta filosófica involucra a los demás saberes y el desarrollo de la capacidad de pensar hasta el nivel de ser capaz de pensar filosóficamente no lo adquiere el ser humano al nacer, como la razón, ni coincide en absoluto con la muy extendida capacidad de opinar.

 

Ah! Por último decir de una vez por todas y sin tapujos por sentimentalismo humanitario que, en efecto, quien no piensa (filosofar) no alcanza una buena vida plena, que, la vida contemplativa (teorética) como decía Aristóteles es la vida superior, que “el mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habeís oído dialogar... una vida sin examen no tiene objeto vivirla” (Sócrates, Apología platónica 38a).

Y que al que no le guste que se aguante su vida menos buena o incluso mala, o que comience a pensar, para lo cual no es necesario matricularse en la facultad de filosofía, basta que deje de admitir las creencias sociales y, partiendo de las ideas de un campo categorial cualquiera, se remonte hasta el nivel del pensamiento, más allá de la subjetividad y de la cultura tribal.

“La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella”. (Spinoza Ética demostrada según el orden geométrico. 5ª Parte, Proposición XLII). En la medida en que gozamos de la felicidad, que consiste en la vida teorética, en el conocimiento, podemos liberarnos de las pasiones.

Cuanto más conoce la razón las leyes que gobiernan el mundo “tanto mayor poder tiene sobre los afectos, y ... tanto menos padece por causa de los afectos” (Spinoza Ibid. 5ª Parte. Proposición XLII, Demostración), ya que “la potencia humana para reprimir los afectos consiste sólo en el entendimiento” (Ibid.). Es al conocimiento a quien corresponde la guía de los afectos o pasiones, dirigirlos, encauzarlos, a eso llama Spinoza reprimirlos, hasta que desaparezcan en la teoría, que se identifica con la felicidad.

“Es evidente cuánto vale el sabio... Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado de muchos modos por las causas exteriores y de no poseer jamás el verdadero contento del ánimo, vive, además, casi inconsciente de sí mismo... y, tan pronto como deja de padecer, deja también de ser. El sabio, por el contrario, considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo... y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo... Pero todo lo excelso es tan difícil como raro”. (Spinoza Ibid. 5ª Parte, Proposición XLII, Escolio). El ignorante es inconsciente de sí mismo y su vida se identifica y reduce a sus pasiones o emociones, mientras que el sabio, consciente de sí mismo y de las leyes que rigen la Naturaleza, a través del entendimiento identifica su ser con el Ser en general, y no librado a los cambios de la opinión, vive contento en la contemplación de la Verdad. (Nótese que el Filósofo, esto es, el aprendiz de sabio o amante del saber, no está en esa situación en la que el microcósmos o entendimiento particular se encuentraría en armonía con el macrocósmos o Razón en general, sino en la búsqueda de liberarse de lo contingente -de las pasiones- para ser en lo eterno -en la razón-).

Desde luego no sólo la vida filosófica es vida buena, también lo son (o pueden llegar a serlo) la vida artística o poética (literatura, escultura, pintura, cinematografía, etc) o la vida científica (antropología, historia, lingüística, biología, medicina, matemática, física, economía, etc) e incluso la vida religiosa (mística, ascética, etc) y, en muy pocas ocasiones, ciertos estados calificados como locura, que en lugar de destruir -mayoría de los casos- alcanzan la misma libertad del conocimiento, lo que podríamos denominar, vida esquizoide. La distinción freudiana entre aquél que vive el sentido religioso de una manera profunda, (que le resulta respetable y digno, aunque no comparta su visión), y aquél que se encuentra imbuido en la concepción común socializante, (que le produce lástima), es bastante ilustrativa y representativa de lo que acabamos de plantear. Dicho con palabras llanas y vulgares, es doloroso constatar que la gran mayoría de los mortales tienen una vida de mierda, simple, animalizada y enajenada.

5) TEORIA DEL VALOR Y VIDA HUMANA.

Ahora bien, cuando hablamos de vida buena queremos decir vida valiosa, y no confundimos los dos sentidos de la palabra bien, sino que la entendemos en su acepción estricta de lo valioso (objetiva) y no en la acepción moral (subjetiva) de bueno.

DISTINCIONES CONCEPTUALES PARA UNA TEORÍA NEOMARXISTA DEL VALOR.

Marx distingue entre varias clases de valor[iv], teoría que vamos a intentar clarificar, desarrollar y ampliar de la siguiente manera:

1. El valor en sentido estricto.

2. El valor de uso.

3. El valor de cambio.

4. El valor de la naturaleza y del producto natural.

5. El valor de la vida humana.

1. El valor en sentido estricto. Es la energía empleada por el hombre para producir, tanto valores de uso como valores de cambio. Aquello que les es común a los bienes y las mercancías y que se manifiesta en la relación de cambio es el trabajo humano materializado en ellas. Ese es su valor propiamente dicho. La magnitud de valor de una mercancía se mide por la <cantidad de trabajo> que contiene, <quantum> de trabajo; que equivale al <tiempo de trabajo> medio necesario para su producción en una sociedad dada.

Bajo el régimen capitalista, la apropiación derivada de la propiedad privada de los medios sociales de producción, tanto de los intelectuales (como las teorías científicas), como de los tecnológicos (maquinaria), y de los naturales (tierras y materias primas); requiere la privatización de la fuerza de trabajo, esto es, su conversión en valor de cambio y su asignación de un precio de mercado. De manera que, si bien el trabajo se paga por su valor en sentido estricto, esto es así, una vez expropiadas las condiciones de producción, los medios de producción y los beneficios o excedentes de la producción.

2. El valor de uso. Es una medida en parte objetiva y en parte subjetiva del valor de un bien, ya que depende de las necesidades del ser humano que, a parte de las indispensables para la supervivencia, que se pueden considerar objetivas, esto es, por ejemplo, la cantidad de proteinas que por término medio debe ingerir un cuerpo humano para estar suficientemente nutrido; están sujetas al capricho particular, a lo que se considera útil después de deducir lo necesario.

3. El valor de cambio. Es una medida objetiva del valor de una mercancía, concebida por Marx como la relación cuantitativa de intercambio entre mercancías. De dicha relación y de la oferta y la demanda, depende la determinación del precio en el mercado. Es una constante de la economía desde Marx a nuestros días el confundir valor y precio, cuando lo único que puede tener precio es un valor de cambio.

4. El valor de la naturaleza y de las producciones de la naturaleza. Es el valor de las tierras y de los productos no mediados por el hombre. a) En principio, la naturaleza y los productos naturales no tienen valor en sentido estricto, ya que sólo tiene valor en dicho sentido, el producto del trabajo humano o actividad humana que produce algo tranvasando energía del sujeto productor al objeto producido. Sin embargo, aunque la naturaleza no tenga valor en sentido estricto y mucho menos precio (valor de cambio en el mercado), sí que posee un valor de uso y, además, genera este valor por sí misma. Un ejemplo de ello es la caza y recolección en las sociedades preneolíticas. Una tierra sin cultivar pero fértil y de abundante fauna genera más valores de uso para los hombres que un desierto. El hombre en cuanto ser natural es también un ejemplo de este tipo de valor, sólo posee un valor de uso en cuanto que puede colaborar socialmente con otros hombres y, a diferencia de las materias primas, es el único objeto natural capaz de generar valor, propiedad que comparte con su madre, la naturaleza. b) Una vez expropiados estos bienes naturales de la propiedad colectiva adquieren un valor de cambio en relación a la cantidad disponible. Teniendo en cuenta su relativa escasez, y la oferta y la demanda que se genera entorno a ellos, adquieren un precio, que aumenta cuando se les incorpora trabajo y se tornan mercancías. Es entonces cuando el hombre, ya en cuanto peculiar objeto de la naturaleza capaz de producir no sólo valores en sentido estricto sino mercancías, es vendido y comprado en el mercado, esto es, adquiere a su vez un precio.

5. El valor de la vida humana. La vida humana no tiene un valor determinado ni determinable objetivamente y de manera estable, no lo tiene en su origen y tampoco durante su desarrollo; ni siquiera lo tiene individualmente, ya que hay que tener en cuenta más cosas además de la energía que la sociedad ha empleado en su desarrollo. Bajo ese criterio se podría dar el valor de la vida humana, pero tan sólo a posteriori, es decir, una vez que la vida hubiese terminado y bajo el supuesto, incumplible, de que no hubiese tenido nunca ninguna traba en su desarrollo y hubiese dispuesto de todos los medios existentes para su construcción, obteniéndose así el valor del producto total, que puede dar una imagen imperfecta del valor del productor. Por eso en Heródoto, el sabio Solón le dice al rico Creso, que de nadie se puede decir que ha sido feliz hasta que no ha acabado el último de sus días. La vida humana no se puede evaluar sino a posteriori y, malamente, ya que las potencias desperdiciadas por nuestra negligencia y nuestro egoísmo no entrarán en el cómputo final, aun representando un valor perdido.

Por eso resulta una medida cambiante, las vidas de los hombres no valen lo mismo, lo cual no quiere decir que se esté a favor de la pena de muerte, ya que no hay ninguna relación necesaria entre diferencias de valor y falta o carencia de valor. Toda vida humana es valiosa, pero unas formas de vida resultan más valiosas que otras. Su valor es social, y tiene que ver con tantos factores sociales que contribuyen al desarrollo o que lo inhiben, que no es posible enumerar todos los elementos intervinientes. El valor de una vida humana no puede ser sólo el de la energía socialmente necesaria para su construcción, porque la materia orgánica no es moldeable de la misma manera que la inorgánica; en el ser humano es la inversión social una variable entre otras, ya que también es posible, simultáneamente, la autoconstrucción individual, el trabajo gastado en la producción de uno mismo; y el objeto humano no es sólo un valor, sino, junto a la naturaleza, una fuente de valor. Se puede evaluar el valor de los huevos de la gallina que pone huevos de oro, pero no el de la gallina, al menos hasta que haya fallecido, y podamos evaluar cual hubiese sido el valor de toda su producción bajo el supuesto de que se desenvolviese sin impedimentos y con la sociedad facilitando sus puestas aúreas; lo cual, finalmente, tampoco nos daría el valor del productor sino el de la totalidad producida.

6) INGENIERÍA SOCIAL vs INGENIERÍA GENÉTICA.

Hace al menos 10.000 años que la ingeniería genética azarosa de la naturaleza fue sustituida, por lo que respecta al animal humano, por la ingeniería social del propio homínido que se autoconstruye. Por eso los nazis erraron por completo al querer recuperar conscientemente y dirigir la ingeniería genética. En ese campo la naturaleza se basta a sí misma y cuando el animal humano la intenta sustituir siempre lo hará peor que el azar.

Sin embargo, la Unión Soviética, casi acertó en el problema, quizá errando en los medios al devenir un autoritarismo, pues llegó a comprender que la ingeniería social, comenzada con la revolución neolítica y nunca bajo completo dominio humano, era el camino a emprender. El desarrollo de la sociedad hasta la construcción de una sociedad política, el ideal de un comunismo democrático donde el hombre se gobierne a sí mismo en lugar de ser gobernado por otras fuerzas y otros hombres. A la naturaleza basta con dejarla vivir y no destruirla con una ingeniería social incontrolada, ciega al hecho de que lo social sólo puede crecer sobre lo natural, aunque sea en gran medida autónomo y esté gobernado por leyes construidas por los hombres y no por leyes naturales.

Nuestra última etapa de la ingeniería social, la que se marca como objetivo la producción masiva e ilimitada de bienes de consumo de acuerdo con el capricho, el capitalismo, burda caricatura del mundo natural en la que la quimérica invención de la mano invisible de Adam Smith pretende realizar el papel de la selección natural del mundo biológico. Un sistema económico ciego a las limitaciones y al control de su propia dirección que ha acabado por imponerse en el mundo actual sobre cualesquiera otros modelos de ingeniería social. Se deja al espontaneismo de la competencia económica del comercio la regulación de la convivencia humana, como si una ley natural regulase por sí sola el mercado del modo como las leyes de la selección natural rigen el devenir de las especies animales. Así, abandonado a esa quimérica mano invisible, el objetivo de la autoconstrucción humana, se restringe, en el capitalismo, a la infinita producción ilimitada de medios de producción. No se pretende ni se orientan los medios hacia la producción de hombres, sino que se labora en un ciclópeo proyecto de ingeniería social incontrolado e incontrolable cuyo objetivo es la producción de máquinas y de fuerza de trabajo, esto es, la producción de la producción.

Es en este contexto en el que la educación y la cultura se convierten en medios y dejan de ser fines. ¿Para qué todo ese derroche de energía? Para producir más y más bienes superfluos. El círculo vicioso de la producción y el consumo de bienes para un animal cuyas necesidades básicas, aquellas que han de colmarse para que pueda empezar a ser un animal humano, se consideran ilimitadas (en un mundo de recursos limitados), no puede sino generar desigualdad. Bajo el sistema económico capitalista se genera tanta riqueza en una minoría como pobreza en la mayoría, una regla de la acumulación que salta a la vista de cualquiera que tenga ojos.

Una vez que se tienen las necesidades materiales básicas cubiertas es cuando el animal humano, provisto de alimentación (comida) y vivienda (guarida), de vestido, higiene y sanidad, puede comenzar a vivir como hombre y dedicarse a la cultura. Pero como dedicarse a la cultura es algo contrario a la producción de la producción, en cuanto tarea que no se promueve ni se incentiva por una finalidad puesta exclusivamente en los medios y no en la promoción del desarrollo integral del ser humano, el habitante de la sociedad capitalista ya no sabe ser más allá del animal, por miedo a encararse con su vida devenida por fin en existencia, renuncia a esta última prolongando ilimitadamente la satisfacción de sus necesidades animales (siempre se puede perseguir la consecución de una vivienda mayor) convertidas en caprichos y negativas para la existencia (por ejemplo la sobrenutrición que crea obesos); con lo cual, creamos un mundo profundamente irracional en el que mientras unos luchan contra la escasez (por nutrirse) otros luchan contra la sobreabundancia (no engordar).

Ahora bien, hay que aclarar que cuando hablamos de finalidad (respuesta a la pregunta ¿para qué?) no nos referimos de ningún modo al falaz concepto de teleología, fruto de los delirios de teólogos obesos. La teleología, entendida como una direccionalidad interna que imprimiría un determinado camino a la evolución, al ser humano, a la cultura o a la historia, no es sino una quimera más inventada por el animal humano, no es sino la mano invisible o providencia divina, entidades a las que se les otorga el privilegio de la acción con las que quiere delegar en figuras imaginarias las competencias que son de su exclusiva responsabilidad. La ingeniería genética de la naturaleza es el fruto de miles de millones de combinaciones azarosas y la ingeniería social, en la medida en que el hombre no controla la historia ni se hace dueño de su propia construcción, también es el fruto de miles de millones de combinaciones azarosas.

Hay que reconocer, sin embargo, que el capitalismo ha sabido imprimir al menos una dirección externa (no existen teleologías internas o inmanentes) a la ingeniería social, basada en la construcción de una economía absurda. Con ello se demuestra, al menos, parcialmente, que el hombre puede adueñarse de su autoproducción, hasta hacerla consciente. Pero bajo la construcción capitalista, que se esfuerza por no considerarse obra humana, el animal humano no es superado sino supralimentado o infralimentado, concibiéndose como mero productor-consumidor, no se aprovecha de tal autoconciencia de hacer el mundo, la historia y a sí mismo, para emanciparse de la producción a través de la producción (oportunidad única del animal humano de dejar de meramente vivir y comenzar a existir), sino que el medio se convierte en fin y la producción de producción engulle por completo al animal humano, obcecándose el hominido en la esclavitud por falta de Ideas.

“Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos (...). En el momento actual, la gente está excepcionalmente deseosa de un diagnóstico más fundamental; más particularmente dispuesta a recibirlo; ávida de ensayarlo, con tal de que fuera por lo menos verosimil. Pero de ese talante contemporáneo, las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comunmente se cree. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto” (John Maynard Keynes Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. F.C.E. México 1995. L.VI, cap.24, I y V, págs. 328 y 337 respectivamente). (Título original: The General Theory of Employment, Interest and Money. 1ªedición inglesa, 1936).

Los hombres nacen por un procedimiento natural que está al alcance de todos. No hay que saber muchas matemáticas para producir seres humanos. Es algo que obedece al instinto de supervivencia de las especies, pero en el caso humano tiene muchas más connotaciones, acaso culturales más que naturales. Los hombres nacen, crecen, maduran, entonces se encuentran con que no saben qué hacer ni para qué vivir y para romper ese vacío insoportable, engendran otros seres humanos de los que ocuparse, bien o mal, mejor o peor. Hasta que los primeros mueren y los segundos se encuentran en las mismas condiciones y se lanzan, al paliativo de la procreación y producción como forma de vida, y así sucesivamente, de manera que el reemplazo generacional queda garantizado. Conforme los humanos van sabiendo qué hacer con sus vidas, el instinto de parir disminuirá, la natalidad bajará. Luego el día en que todos los hombres sean dueños de su existencia y vivan para sí mismos en lugar de para otros, se acabará el problema de la superpoblación.

Se podría contar una fábula como la antecedente, y sin embargo no se darían con las claves de la producción de hombres en el mundo. En los países del Tercer Mundo se engendran hijos como conejos, en los del Primero no. Y esto no es porque los tercermundistas no sepan para qué ni cómo vivir y los primermundistas sí. Esto se debe a que bajo condiciones precarias de existencia se estimulan las ganas de vivir y producir vida, mientras que en la confortable y segura vida occidental la fuerza de la naturaleza disminuye. No hay más que ver a la selva amazónica destrozar el pavimento de una autopista y comparar esa fuerza con las briznas de yerba seca de los parques de las ciudades de Occidente. Por tanto, la disminución de la natalidad occidental no surge de la emancipación humana, sino de su sujeción esclava del trabajo.

El capitalismo se enfrenta al problema de que los hijos no salgan rentables en una sociedad en la que la rentabilidad es el único criterio de actuación. Lo quiere solucionar con una importación de mano de obra esclava y barata, pero al mismo tiempo quiere que esa importación sea controlada, de acuerdo con las necesidades del mercado. De ahí el gran problema de la inmigración, que no es que quite puestos de trabajo (falacia de Le Pen), sino que crea una nueva clase social, la de los esclavos, que unidos bajo algún Espartaco, podrían dar problemas al Imperio y a los pocos que dominan sobre muchos.

A los bárbaros se los quiere fuera, no dentro del Imperio exigiendo tierra y libertad. Dentro, unos pocos esclavos son controlables, pero su aumento hace temblar a los pocos que dominan toda la riqueza y que ya tienen adiestrados a sus ciudadanos en el respeto de la desigualdad, es decir, de la propiedad privada.

La máquina de producir hijos es algo ambigua. Se niega a los ciudadanos la libertad de adopción (lo que equivale ha hacer de un esclavo, ciudadano con todos sus derechos), la adopción debe ser controlada, al igual que la inmigración. Se fomenta el naturalismo y la familia clásica patriarcal, los hijos deben ser biológicos, nos consideramos tan estupendos que tenemos que pasarle todas nuestras taras a un nuevo ser que las perpetúe por el mundo. Mientras nuestro tarado se deprime (pues la depresión es el lujo burgués del siglo XXI), millones de niños enérgicos y con ganas de vivir se preparan para el sacrificio: la muerte por hambre.Todo encaja en el Capitalismo, donde la Familia, el Estado (patria) y la Religión, son el modo de control, de la máquina de producir hijos.

El nihilismo crece decía Heidegger para señalar lo que el poeta Hölderlin expresaba más bellamente: El desierto crece. El embrutecimiento va en aumento y lleva un paradójico parelelismo con el desarrollo tecnológico, a medida que las maquinarias del mundo desarrollado se vuelven más y más complejas el ser humano que las construye se torna cada vez más y más simple. Hoy mis amigos que terminan la carrera de Matemáticas se encuentran sin trabajo, excepto en el terreno de la informática, donde trabajan como programadores de una pequeña parte de un inmenso programa del que no conocen su integridad. Desde luego el aumento vertiginoso de las necesidades más superfluas para el consumo masivo les hace trabajar horas extras en su minucia de subprograma para poder comprar infinidad de cosas que no necesitan. Ello les lleva a ir olvidándose de las Matemáticas y olvidar por completo la literatura, el arte, la poesía, la biología, la historia, la música, el deporte, que ya tenían bastante olvidados desde que se habían especializado en matemáticas, hasta que al final, habiendo olvidado incluso los rudimentos de su propia disciplina en la medida en que no estuvieran relacionados con su subprograma informático, terminan convertidos en expertos zafios, en profundos conocedores de la realización de subprogramas informáticos y perfectos lerdos humanos. Si tenemos en cuenta que ésto es lo que le sucecede a quien culmina una carrera podremos imaginarnos cual es el destino del jovencito que apenas ha llegado hasta la FP de grado medio para pasar a dedicar su vida entera, desde la juventud a la jubilación, a la soldadura de piezas para motores; empleando el poco tiempo libre que le reste en consumir fútbol, MacDonals, televisión, alchool y periódicos deportivos, tras reponer fuerzas para producir al día siguiente.

La formación política y humana de los ciudadanos no es necesaria en unas sociedades gobernadas por la demagogia del espectáculo y la hipocresia. Cuando un futbolista, una cantante o un presentador de televisión son los personajes más emblemáticos de una sociedad en la que los grandes poetas, ignorados por la mayoría, acaban tirándose por la ventana. Cuando las declaraciones de principios meramente formales se esgrimen como coartadas de los hechos más viles e inconfesables. Cuando los seres humanos son mercancía homogeneizada, los ideales de la ilustración mueven a risa a los jóvenes, o a sonrisas cínicas y estúpidas de incomprensión absoluta, pero mejor si se sonrie, porque de lo contrario se corre el riesgo de volverse un hipócrita o de ser muy obtuso. Libertad, Igualdad y Fraternidad, hay que ser ingenuo o hipócrita para seguir sosteniendo que esos son los pilares de nuestra sociedad occidental. Los políticos demagógicos de la sociedad de masas lo hacen a diario. Pero los jovencitos que son todavía sinceros consigo mismos saben que el dinero es el único pilar de la sociedad occidental y todo lo demás les parece, con razón, un rollo intragable. Entonces podríamos pasar a decir que los principios de la ilustración no son nuestros pilares sino nuestros ideales a alcanzar, pero de nuevo la realidad (los jóvenes viven todavía en la realidad aunque sea espantosa) les desmiente a los interpelados semejante aserción con rotundidad. La realidad se les aparece todos los días durante unas cuatro horas a través de la televisión, porque hoy por hoy la realidad es la imagen. Sólo el telediario se dedica en ocasiones a proclamar bien  los pilares o bien los  ideales programáticos de la ilustración, pero ellos no ven el telediario ni leen el periódico. Hacen bien, porque para observar como el ministro de economía responsabiliza del paro a la inflación, en lugar de a los empresarios y a sí mismo, ya que para él es tanto como decir que la culpa del paro la tiene la ley de la gravedad, porque considera que la economía es una ley de la naturaleza en lugar de una convención humana, sobran los telediarios, ya que de tal falacia está ya convencida la gran mayoría de la opinión pública. El paro es una calamidad natural, como el trabajo esclavo, un accidente, algo que sucede porque sí, fortuito, azaroso, pero al mismo tiempo tan rígido e inexorable como una ley de la física, detrminado por una férrea ley de causalidad. No importa que sea contradictorio, al contrario, mejor que así sea, no vayan a aprender las huestes un poco de lógica, no sea que les vaya a dar por pensar y descubran que el paro no es una calamidad sino una necesidad del sistema de relaciones económicas arbitrario y convencional en el que vivimos, que produce cuantiosos beneficios a los que además de muchas otras propiedades poseen en propiedad incluso las condiciones del trabajo en general y los medios de difusión de la ideología dominante (el sistema de creencias generadas por el propio sistema económico en cuanto que posee mecanismos de retroalimentación). De manera que el paro es a la vez fortuito y necesario, un azar y una ley. Si se acepta que la responsabilidad es de la inflación se está aceptando como ley natural todo el sistema económico vigente, y lo cierto es que sí que se siguen ciertas regularidades en la economía vigente, como se seguirían de cualquier otra economía alternativa, pero el detalle es que las leyes de la economía no son leyes de la naturaleza como la gravitación universal sinoconvenciones humanas que se podrían modificar, pero cuya modificación no interesa a las clases dominantes.

El economista liberal del capitalismo contemporáneo encuentra que el gozo y admiración del sabio ante la regularidad del movimiento de las estrellas y los planetas o frente a las leyes de la naturaleza que rigen el orden del universo, lo posee todo ser humano ante las estructuras que rigen la producción de la riqueza. Con esta peregrina idea se introduce la falacia de considerar que las leyes coyunturales que rigen la economía son eternas e inmutables como las leyes permanentes que rigen los movimientos de los planetas. Incluso personajes como George Soros, el firme seguidor de la filosofía de Karl Popper, con la que se familiarizó mientras era estudiante en la London School of Economics, antes de trasladarse, en 1956, a los Estados Unidos, donde acumuló una gran fortuna a través de un fondo de inversiones internacional fundado y gestionado por él mismo; opina que la economía no es una ciencia al no estar regida por leyes necesarias, como la física. “Existe la creencia generalizada de que los asuntos económicos están sometidos a irresistibles leyes naturales comparables a las leyes de la física. Esta creencia es falsa. Y lo que es más importante, las decisiones y las estructuras que se basan en esta creencia son desestabilizadoras económicamente y peligrosas desde el punto de vista político[v]”.

Lo de la “condena” o reprobación moral no es más que una pantalla con la que se compra la buena conciencia. Condenar o pedir perdón como han hecho el Papa por la Inquisición o Bill Clinton por las mil perrerías de la CIA, no quiere decir nada, nada significa y, además, son palabras huecas y vanas, mientras no vayan refrendadas por las medidas y los cambios que supriman las causas de tales hechos e impidan su repetición.Cuando hay un terremoto nos limitamos a decir “¡qué pena, pobrecillos!”, y podemos llegar a deplorar y condenar las acciones de la naturaleza; pero es que las acciones de la naturaleza no dependen de nosotros, excepto fenómenos derivados del cambio climático, como inundaciones o tifones, provocado por el deterioro del ecosistema planetario a causa de los emponzoñamientos del entorno por empresas polucionantes y ritmos de vida envenedadores. El caso del calentamiento de la tierra o del agujero de ozono son obra del ser humano más “civilizado”. Sin embargo podemos decir que de los terremotos o de las órbitas de los planetas no tenemos la culpa y no somos responsables, observarlos sin poder hacer nada y deplorarlos o condenarlos. ¡Lo voy a hacer! ¡Condeno y deploro profundamente las órbitas de los planetas! Ya está, ¡qué gustazo me dao! ¡qué güeno soy! De paso voy a condenar también el racismo, la violencia domestica, los altos beneficios de bancos y multinacionales y la caza de ballenas. ¡Cómo molo! Pero resulta que si bien las órbitas de los planetas son como son y en nada depende de mí que continúen su curso o se modifiquen no es lo mismo para todos los demás hechos mencionados. Los acontecimientos sociales, históricos y políticos no sólo dependen de mí y de todos los demás hombres, sino que yo y los demás hombres somos sus constructores, somos quienes hacemos la historia. No basta con que yo condene el racismo si luego no le doy un trabajo a un negro y escupo a una gitana. No basta con condenar el mundo capitalista si luego exploto a los demás y mi único aliciente en esta vida es la de comprarme un coche tras otro. Resulta al revés, España es un país racista porque los españoles somos racistas, desde 1421 cuando expulsamos a los judíos, hasta 1999 donde sólo se usan niños rubios y de ojos azules para anunciar pañales por la televisión o el año 2.000 en que la esclavitud más dura se puede ver en El Ejido. España es un país capitalista porque somos consumistas y estamos dispuestos a vendernos en el mercado de trabajo cuantas horas hagan falta a cambio de comprarnos nuestro telefono portátil. No se puede condenar el capitalismo y estar en contra de la reducción de la jornada laboral, igual que no se puede condenar el racismo y pagar 600 pelas la hora a una refugiada angoleña o a un inmigrante ilegal por limpiarnos la mierda de nuestra casa. No es que no se pueda, se puede, pero es hipócrita y contradictorio. Por eso no me importa que el PP no condene el franquismo, su actitud les honra, porque claramente hubiese sido por su parte una postura hipócrita. Prefiero hechos concretos y políticas concretas a vacías declaraciones de principios en el aire.

La famosa intervención estatal se reduce al  plegamiento de la demagogia política a las necesidades de la economía vigente. El Estado interviene para forzar que se bajen los tipos de interés, interviene conforme a las reglas del mercado capitalista y pocas veces triunfa si por voluntad ciudadana llega a querer otras reglas, cuando el Estado se vuelve portavoz real de los ciudadanos e intenta el cambio de reglas, como en el Chile de Salvador Allende, casualmente se produce un golpe de Estado y una etapa dictatorial que dura hasta que se normaliza la demagogia capitalista. Medidas como la supresión del interés que al fin y al cabo no es más que lo que antes se denominaba usura y la nacionalización de la banca, ¿realmente una mayoría de los ciudadanos estaría en contra? No lo creo, pero desde luego nunca habrá un referendum sobre la cuestión. ¿Por qué no se suprime el interés y se nacionaliza la banca, como se hizo en Irán tras la revolución islámica? Pues porque las opciones de cambiar las reglas del juego son implanteables por los creyentes fanáticos en las reglas vigentes, ya neoliberales, ya socialdemócratas, la socialdemocracia capitalista occidental es la Verdad y cualquier alternativa no puede ser sino fascismo. Curioso integrismo el de la sociedad abierta para la que todo lo que no sea ella misma es enemigo del bien y de la verdad.

7) LA IZQUIERDA Y LA IDEA DE ESPAÑA.

Durante los siglos XIV y XV “la influencia de los judíos en las altas esferas, y el trabajo más humilde de los artesanos y campesinos moros al servicio de los nobles cristianos, excitan la envidia de las clases populares de estirpe cristiana. El orgullo de origen, de <limpieza de sangre>, compensa en los vencedores de la Reconquista el temor de la superioridad material, demasiado sensible, del vencido” (Pierre Vilar Historia de España. Editorial Crítica-Grijalbo, Barcelona 12ª edición, 1981. Traducción: Manuel Tuñon de Lara y Jesús Suso Soria. Cap.III, pág.44). De esta manera, la política de la España desde los Reyes Católicos hasta el emperador Carlos V, al expulsar y perseguir a los intelectuales (los judíos) y a los trabajadores (los moros) se quedó poblada por los brutos, de quienes descendemos en nuestra peor parte. La ortodoxia católica iba a vertebrar la línea de depuración con la creación de su brazo armado, la Inquisición, en 1478. Era éste el surgimiento del país más reaccionario, conservador y arcaico de todo el continente europeo, lider de la Contrareforma y anclado en medievalismos que perduran, aún insuperados, siendo una de sus últimas grandes manifestaciones la dictadura del sublevado general Franco. Decir que pese a todo pudo haber brotes de creatividad y mestizaje es una verdad que no ayuda mucho. Lo mejor de los habitantes de la Península Ibérica, sus legados árabe y judío, junto al greco-romano y a su diversidad lingüístico-cultural, no desaparecieron nunca, cierto, pero tampoco nunca han dejado de ser perseguidos por fuerzas reaccionarias antagónicas que han procurado, sin cesar, su erradicación.

Todavía los partidos de la derecha española ven y han visto en el exclusivismo religioso y en la ideología de casta los fundamentos de todo lo que ha habido de grande en la historia del país, aunque ahora le añadan algo que no aceptaron sus antecesores medievales, el espíritu de lucro. La derecha española tiene, curiosamente, como fuentes ideológicas, tanto el medievalismo como el neoliberalismo, dos corrientes antagónicas que pueden, sin embargo, llegar a encajar y coexistir, si se las impone con el ejercicio de la represión y el autoritarismo, estableciendo una férrea jerarquía de estilo militarista. La segunda etapa del franquismo, tecnocrático al tiempo que procesionario, es buen ejemplo de dicha mixtura, que sería perfeccionada por el Chile del también sublevado Pinochet.

La verdadera izquierda española no piensa en términos feudales, (Dios, patria, familia y religión, privilegios y terratenencias), como el nostálgico Partido Popular; en el cual se juntan, paradójicamente, el feudalismo político-moral y el neoliberalismo económico. ¡Vaya idea de España! La verdadera izquierda española ya no piensa, fue exterminada por el franquismo, murió, no existe, excepto en algún pequeño rincón del Norte de la Península Ibérica, donde todavía resiste (y no nos referimos a Asterix y Obelix) rodeada de impopularidad (también Viriato fue un terrorista para el Cesar).

La transición inacabada, ¡siempre inacabada!, el franquismo se dividió en sus dos ramificaciones principales, de un lado el Opus Dei, los tecnócratas (de ahí la fusión de Dios y mercado), se volvieron el PP; del otro, los Falangistas, se integraron en un PSOE (Barrionuevo) que depuraba progresivamente cualquier mácula de comunismo originario, para terminar arribando a idéntico neoliberalismo globalizado, pero aderezado con discursitos demagógicos de justicia social. Los dos partidos mayoritarios de la España de fines del siglo XX son tan socialdemócratas como neoliberales. La única diferencia entre ambos reside en que mientras el conservador deja la justicia social a la Iglesia y a la caridad religiosa, el progresista desconfía del clero y prefiere arbitrar procedimientos civiles de caridad social.

Ambos coinciden en la lógica de fondo, es justo que unos tengan mucho y otros nada, el principio del Capital no se discute y quien lo hace es terrorista, rata y asesino.

A los pobres, no obstante, les daremos el cepillo de la parróquia o algún subsidio, esto es, las migajas o sobras del pastel social, para demostrar lo buenos y justos que somos y que no nos afeen las calles con sus andrajos.

A los simples les explotaremos sin descanso a cambio de consumo basura que les permitirá su trabajo basura en su basura de vida: teleadicción, fútbol, vacaciones masificadas en bloques de hormigón hacinados en playas sucias de Torrevieja, estulticia alcohólica, embrutecimiento discotequero de pastillas y decibelios, lerdificación deportiva, estadounidización del consumo conspicuo, normalización y socialización en definitiva, que se limitan a un par de (cerditos) créditos: el del piso a 25 años y el del cochecito cada 4-5 años. ¡Qué felicidad! ¡Qué vida tan plena, grata y buena! ¡Casa, coche y procreación! ¡Aleluya! ¡Qué dignidad de existencia y qué magnífico desarrollo del ser humano! ¡Qué maravilla esto de la democracia! ¡Qué bien nos gobernamos los ciudadanos a nosotros mismos y de qué enorme grado de participación política gozamos! Con razón los simples se enojan tanto cuando se amenaza de alguna manera su forma de vida actual, lo llaman atentar contra la democracia y puede dar pie a un linchamiento justificado.

A los listos, dirán los listos, les reservamos las mejores plazas que ganarán en libre competencia con otras familias bien, gozantes de patrimonio y capital, absolutamente hereditarios, claro. Curriculums comprados por papá certifican el inglés en Cambridge, el Master en Relaciones Internacionales de Harvard, tras las empresariales en el CEU, y con unas cartitas de recomendación de los ministros amigos de papá, el niño ya puede salir al mercado en el puesto que le corresponde, y si no es posible, porque el nene pasó sus años de estudiante fornicando y bebiendo cerveza en la piscina del chalet del Parque Conde de Orgaz que se quedó su mamá tras el divorcio y no sabe hacer la O con un canuto, entonces, siempre tendrá un puestito directivo en los negocios de la familia. ¡Qué felicidad! ¡Qué renovación y modernización del cortijo que describe Delibes en Los Santos Inocentes! ¡Ay la España moderna! ¡Pueajjj”!

Algún pobre asalariado logrará remontarse hasta los lugares que ocupan los del patrimonio y capital y para emularlos, tendrá que trabajar 18 horas al día ¡Qué felicidad! ¡Viva la movilidad social! ¡Fijaros en el hijo del obrero que ha llegado a estudiar hasta la universidad y hasta consiguió trabajo! ¡Qué bien vive de su salario! ¡Como un Pachá! ¡Es un triunfador, hace todo lo que le dice la tele y compra vacaciones curro-halcón viajes en el caribe!....

Pobres, Simples, Asalariados, Listos y algún que otro puteado ser aún pensante que escribe y lanza bombas como ésta, que explotan en el vacío y no pueden oirse. Ese es el panorama que sugiere la idea de España y por eso termino citando a Valle Inclán (Luces de Bohemia escena sexta): “Max Estrella.-¿Mateo, dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España? El Preso.-Señor poeta que tanto adivina, ¿no ha visto usted una mano levantada?”. Luego se abrió la puerta del calabozo, se llevaron al preso y nadie escuchó al poeta ciego contestar: ¡Pues no, no la veo!....

Tengo problemas actualmente para identificar lo que se pueda denominar izquierda política. Me pregunto: ¿Qué significa hoy ese puño en alto de los dirigentes socialistas?. Ni el comunismo totalitario, ni la democracia representativa capitalista, permitieron, tras la 2ª Guerra Mundial, que se formara ninguna alternativa política a sus respectivas propuestas, una vez desbancado definitivamente el odioso fascismo. Los Estados Unidos, no obstante, iban a preferir el apoyo de cualquier dictadura fascista antes de que se les presentase otra opción cercana a lo soviético. El abandono de España en manos de Franco no fue sino el primero de sus movimientos estratégicos. Los soviéticos financiaban dictaduras comunistas totalitarias (como las que brotarían en Asía, p.ej.Camboya)  y los norteamericanos dictaduras fascistas (como las de América Latina, p.ej.Chile y Argentina). Tipos como Vargas Llosa sostienen que “la democracia es consustancial al capitalismo”, cosa absurda, porque en la antigua Grecia estaba ligada a otro sistema económico, el esclavismo. Hoy se confunde lo que es un sistema político: democracia (directa, representativa, censitaria...), fascismo (oligárquico, dictatorial...), comunismo (stalinista, anarquista, cristiano...) con lo que es un sistema económico: esclavismo, colectivismo, capitalismo, y se declara que el anticapitalista es antidemócrata, como si una cosa implicase la otra. Todo ello nos lleva hacia la conclusión del pensamiento único: la democracia representativa capitalista es la única opción posible y respetable. Cierto que yo no soy ciego a las virtudes de tal sistema, entre el comunismo totalitario, el fascismo nazi y la democracia representativa, me quedo mil millones de veces con la última, y me alegro de que el modelo estadounidense haya triunfado sobre los otros dos. Pero no puedo olvidar que existen otras posibilidades a las que no se quiere tener en cuenta, así como otras combinaciones de política y economía que tampoco se plantean.

El espectro político actual es muy estrecho, se limita a democracias representativas capitalistas  de dos tipos: neoliberales (mundo anglosajón) y sociales (modelo nórdico y escandinavo). Desde luego que entre éstos dos elijo las socialdemocracias de línea francesa y modelo nórdico, pero me resultan sumamente insatisfactorias. Quizá porque soy idealista político y mientras que un realista de izquierdas asegura preferir tener a Pinochet como senador vitalicio antes que como jefe de las fuerzas armadas, yo no acepto que esas sean las dos únicas opciones y prefiero una no contemplada, la de  meterlo en la cárcel.

Yo no solo soy revolucionario, también estoy dispuesto a trabajar como reformista, por la mejora y transformación de las socialdemocracias en su modelo nórdico-francés. Sin embargo, el amado Mesías Felipe Gonzalez no me parece ni siquiera reformista, porque acepta el status quo como algo esencial, propio de la naturaleza de las cosas, declarando las consignas neoliberales como <lo que es, y no puede ser de otro modo>. El modelo de Gonzalez no es ni siquiera el de las socialdemocracias nórdico-francesas, sino el del neoliberalismo estadounidense. Estas impresiones las saco, además de sus declaraciones públicas y sus últimos artículos en El País, de una reciente entrevista que se le ha hecho:  “(Pregunta): <Ha dedicado usted mucho tiempo a Europa. En el momento actual parece que existe una Europa financiera, incluso eso que algunos llaman la Europa de los mercaderes...>. (Respuesta): No me gusta nada esa expresión... porque no es verdad. Esa es una forma de expresión de tipo anguitiano... ¿Quiénes son los mercaderes? ¿Los empresarios? Bueno, pues en una economía como la europea o como la mundial, en la que el Estado se retira de la producción directa de la riqueza y, por tanto, de un factor clave de nuestro futuro. Ellos deben ser los protagonistas de la creación de la riqueza, aunque no tienen que ser los protagonistas del reparto de esa riqueza. Para hacer eso hay que gobernar. Mientras más y mejores empresarios haya en España y en Europa, mejor nos irá a todos en una economía abierta. ¿Eso no pega que lo diga la izquierda? Bueno, pues que no pegue, pero es verdad. El que dice lo contrario no pasa de decir una bobada... ... La Unión Europea y Estados Unidos son la mitad de la economía mundial. La globalización es un hecho” (Revista Tiempo nº854, 14 de septiembre 1998: <Entrevista a Felipe Gonzalez>). ¿La izquierda dice ésto? ¿Qué izquierda? ¿Por qué se califica con tal nombre?. Quisiera que alguien me lo explique.

José Saramago lo explicó muy bien en un artículo titulado “Alégrate izquierda” (El Mundo, 9-10-98) contemporáneo de la noticia de la concesión del Nobel: “¿Piensa la izquierda que sus ideas (si aún las tiene) de socialismo o de socialdemocracia son compatibles con la libertad total de maniobra de las multinacionales y de los mercados financieros, reduciendo al Estado a meras funciones de administración corriente y a los ciudadanos a consumidores y clientes, tanto más dignos de atención cuanto más consuman y más docilmente se comporten? No tengo esperanzas de que alguien responda a estas preguntas, pero cumplo mi deber haciéndolas. Alégrate, izquierda, mañana llorarás”.

8) ¿CUÁNDO EL HUMANISMO RENACENTISTA E ILUSTRADO SE VOLVIÓ HUMANISMO METAFÍSICO E IDEOLÓGICO?.

“En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la «Historia Universal», pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrio, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudieramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos[L1]  y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza tan despreciable e insignificante que, con un mínimo soplo de aquel poder del conocimiento, no se hinche inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuadra quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere que desde todas partes, los ojos del universo tengan telescópicamente puesta su mirada sobre sus acciones y pensamientos”.

(Friedrich Nietzsche Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, 1).

El comienzo del texto citado de Nietzsche inaugura toda una vertiente de la filosofía contemporánea que llega hasta nuestros días y que viene caracterizada con una fábula, con la que se quiere ilustrar un estado de cosas (de la filosofía en particular) que se quiere precisamente cambiar. Una fábula o mito no es sino una metonimia, un conjunto de metáforas con los que se quieren ilustrar una situación y transmitir un mensaje que no puede ser expresado directamente. Por eso Nietzsche nos transmite un mensaje mediante una narración inicial, porque no hay ningún punto arquimédico (lugar desde el que habla Hegel) desde el cual mirar a la Historia Universal desde el principio hasta el final, sin embargo, se considera a esa misma Historia, hegelianamente, como un devenir teleológico del cual el hombre es el principio y el final. Nietzsche denuncia esa metafísica tradicional e intenta afirmar la finitud y el antihumanismo, temas desarrollados posteriormente por pensadores como Heidegger y Foucault.

Galileo restó al humanismo antropocentrista la condición de centro del universo al declarar al planeta tierra como una minúscula roca perdida en el extremo de la Vía Lactea mantenida por el calor de una estrella enana. Darwin restó al humanismo antropocentrista la pretensión de los hombres de pertenecer a una esfera transcendente a la animalidad y lo situó entre las demás especies de la naturaleza. Y con Nietzsche y Freud se restó al humanismo la pretensión de que la racionalidad fuese el resorte primordial del ser humano, demostrándose respectivamente los derechos de la voluntad y del inconsciente a tomar parte, y no pequeña, en la determinación de los actos de los seres orgánicos. Todos ellos, junto a Marx y los ilustrados franceses, restaron peso a la tesis humanista de la divinidad transcendente del ser humano defendida por la mayoría de las religiones. Podría pensarse que esto sería suficiente para erradicar las ilusiones humanistas del pensamiento filosófico contemporáneo y, sin embargo, el humanismo sigue vigente y continúa sintiendo ese pathos de ser el centro del universo. A ello han contribuido, precisamente, la ciencia y el lenguaje, como dos reductos, últimos bastiones del humanismo, o los más potentes, a los que Nietzsche se enfrenta en el texto que comentamos. Parte del ecologismo actual está relacionado con el antihumanismo al rechazar la escisión hombre/naturaleza que a su juicio ha llevado a la destrucción del medio ambiente. El etnocentrismo, tan debatido en la antropología desde sus comienzos decimonónicos a nuestros días no es sino un humanismo restringido, la consideración de que Occidente y su cultura son el centro del mundo y del universo y sus habitantes los depositarios del destino de la Historia y los representantes de la civilización. El racismo no deja de tener otro origen si se recuerda a Lévy-Strauss enseñándonos que para el aborigen los límites de la humanidad coinciden con los límites de la tribu, desde donde se pueden entender los nacionalismos, integrismos y, emblemáticamente el nazismo. A la Verdad Absoluta Dios, cuya prematura muerte certifica Nietzsche, sigue la verdad absoluta Hombre. “La cultura moderna puede pensar al hombre porque piensa lo finito a partir de él mismo. Se comprende, en estas condiciones, que el pensamiento clásico y todos aquellos que lo precedieron hayan podido hablar del espíritu y del cuerpo, del ser humano, de su lugar tan limitado en el universo y de todos los límites que miden su conocimiento o su libertad, pero que ninguno de ellos haya conocido jamás al hombre tal como se da al saber moderno. El «humanismo» del Renacimiento y el «racionalismo» de los clásicos han podido dar muy bien un lugar de privilegio a los humanos en el orden del mundo, pero no han podido pensar al hombre” (Michel Foucault: Las palabras y las cosas. Ed.Siglo XXI, México 1989, pág.309). La obra de Nietzsche está dedicada en una gran parte a destruir la verdad absoluta (Dios, el Hombre y la Moral). “Nietzsche encontró el punto en que Dios y el hombre se pertenecen el uno al otro, en el que la muerte del segundo es sinónimo de la desaparición del primero y en el que la promesa del superhombre significa primero y antes que nada la inminencia de la muerte del hombre (...). Si el descubrimiento del retorno es muy bien el fin de la filosofía, el fin del hombre es el retorno al comienzo de la filosofía. Actualmente sólo se puede pensar en el vacío del hombre desaparecido. Pues este vacío no profundiza una carencia, no prescribe una laguna que haya que llenar. No es nada más, ni nada menos, que el despliegue de un espacio en el que por fin es posible pensar de nuevo” (Michel Foucault op.cit.pág.332-333).

Así, el pathos de ser el centro del universo que ha caracterizado al hombre moderno no es algo perteneciente al pasado y hoy superado, pese a las críticas que se inauguran con Nietzsche, Marx y Freud, ateos y hermenéutas de la sospecha, la visión del mundo humanista permanece firme, haciendo frente a sus adversarios, pensadores postmodernos principalmente.

Pero, ¿qué significa la expresión pathos de ser el centro del universo?.

Puede servirnos para comprender el término[vi] el recordar que frente a los estoicos, que buscaban la ataraxia o imperturbabilidad, la época helenística contó también con los escépticos, que buscaban la apatheia o insensibilidad. La diferencia entre ambos conceptos reside en que una persona insensible no siente ni experimenta los avatares del destino, simplemente le son indiferentes, mientras que una persona imperturbable es aquella que siente y experimenta los embates del destino pero los resiste sin ningún problema y sin alterarse lo más mínimo ni verse afectado por ellos; como el hombre racional que aparece al final del texto. El hombre intuitivo, sin embargo, no sería en absoluto homologable al escéptico helenístico porque en lugar de buscar la apatheia, se instala en la hiperpatheia, la hipersensibilidad que le lleva a experimentarlo todo con su más alto grado de vigor.

Aqui el pathos del hombre que se ufana de ser el centro del universo remite a un sentimiento de superioridad producido por un estado de ingenua autocomplacencia, así, tan insensible como el mosquito que se cree el centro del universo es el sentimiento antropocéntrico.

Antes hemos dicho que el humanismo continua vigente y que la lucha en contra de semejante mistificación perdura en nuestros días. Es momento de presentar brevemente al humanismo contemporáneo y esbozar las críticas antihumanistas que se derivan en su mayor parte de Nietzsche.

En un primer sentido, humanismo es la atmósfera intelectual emanada del interés renacentista por lo humano. Así, el humanismo renacentista vendría a rescatar la opción socrática del quehacer filosófico centrado en el hombre. El humanista del Renacimiento es aquel que se ocupa de las cosas humanas (ciencia y humanidades) frente al teólogo medieval, ocupado con las cosas divinas (teología escolástica), aunque ya empieza en su seno la separación entre ciencias y humanidades. En un segundo sentido, el humanismo viene a defender la dignidad humana frente a todo tipo de alienación, pero la determinación de lo que de valioso hay en el hombre difiere y diferencia a las doctrinas «humanistas» que serán por ello humanismos «liberales», «marxistas», «cristianos», «islámicos», etc. Los cuales, aun compartiendo la misma actitud general le darán a ésta distintos cometidos. El humanismo en ambos sentidos converge, a juicio de Heidegger, que publicará su 'Ueber der Humanismus' en 1947, en ser deudor de una determinada metafísica, una idea del hombre y de su destino que es necesario rechazar. Si atendemos, por un momento, a la genealogía efectiva del término «humanismo» es posible esclarecer algo más esta interrelación de ambos sentidos. En efecto, «humanismo» (Humanismus) es un término reciente: fue usado por vez primera por F.J.Niethammer, en 1808, aplicado a la revalorización de los estudios de lenguas clásicas y, en este sentido, conviene tanto al período renacentista, como al momento histórico que vive Alemania por aquel entonces. Es cierto que durante el Renacimiento se acuñó también el término «humanista» (umanista, desde 1512), pero su uso era eminentemente técnico: tenía el significado de «profesor de retórica» o especialista en los studia humanitatis. En su sentido de atmósfera espiritual propia del Renacimiento, el «humanismo» no es identificado como tal hasta el siglo XIX, y su nacimiento corre parejo con el surgimiento de una actitud intelectual que hoy reconocemos como «humanista» en el segundo sentido del término.

El protestantismo, con su enfática proclama de la necesidad de evitar que haya intermediarios entre el hombre y Dios, llegó a conectar con el liberalismo romántico decimonónico, para el que la libertad era un derecho de la dignidad humana; que sostenía, por tanto como los protestantes, que ninguna autoridad externa podía instruir al hombre en cuanto a su deber, lo que encajaba con la idea de que no debía haber ningún intermediario entre el alma y Dios. Los derechos del Hombre eran algo absoluto aun superior al derecho divino sobre el que se asentaba el poder de los reyes o incluso a los títulos teológicamente sagrados del Papa.

Tras la segunda guerra mundial es cuando el debate sobre humanismo/antihumanismo cobra vigencia. El primer acto de este debate podría decirse que se abre en 1946 con la publicación de la conferencia de J.P.Sartre en el club Maintenant: L'existencialisme est un humanisme, donde se presenta lo que dará en llamarse «humanismo existencialista».

Ya hemos aludido a la crítica heideggeriana al humanismo, que proviene de una contestación a Jean Beaufret y que sigue polémicamente a la declaración de Sartre. La polémica crecerá alcanzando un primer climax en 1956, fue aquel el año de la gran encuesta sobre el humanismo, dirigida por la Unesco a los más relevantes intelectuales europeos (publicada en tres grandes volúmenes por la revista 'Comprendre'), fue aquél el año del primer encuentro entre cristianos y marxistas, en Salzburgo, en la que una anunciada y mutua vocación humanista actuó como elemento aglutinante; y fue también aquél, finalmente, el año del XX Congreso del PCUS, en el que la crítica a los «excesos» del stalinismo, puso de relieve el carácter encubridor del «humanismo» abstracto imperante en los discursos oficiales, al tiempo que marcaba el inicio de la penetración del «humanismo burgués» en el seno de los discursos, prácticas y actitudes comunistas que apelaban al primer Marx de los Manuscritos de Paris.

El segundo acto de la disputa entre humanismo y antihumanismo tendrá lugar en Francia, en los años sesenta, y viene anunciada por la polémica entre Sartre y Lévi-Strauss. La crítica que éste realiza en el último capítulo de La pensée sauvage (1962) a los puntos de vista del Sartre de la Critique de la raison dialectique (1960) puede considerarse como el inicio de un debate que coincide con el «boom» parisino del estructuralismo, y en el que destacarán especialmente los nombres de L.Althusser y M.Foucault.

Althusser[vii], contra Erich Fromm, Jorge Semprún, o Roger Garaudy[viii], revelaba el carácter ideológico y encubridor del humanismo marxista y proponía una nueva lectura de Marx, separando al humanista ideólogo hasta 1848 del científico posterior, bajo la idea de un corte epistemológico en la obra marxiana. Según Althusser, el diálogo entre el socialismo humanista y la socialdemocracia, supone la absorción y anulación del comunismo por la ideología burguesa humanista[ix]: “...Tengo muchas más dudas que tú acerca de los «síntomas» de la existencia concreta de la universalidad del género humano actualmente. Los ejemplos que das (hambre en el mundo, subdesarrollo, sistema monetario mundial, cooperación científica internacional, contaminación de las aguas, año hidrológico internacional) me parecen muy irrisorios y sobre todo sospechosos. Sabemos perfectamente que las campañas contra el hambre en el mundo, las campañas por la cooperación imternacional contra el subdesarrollo, contra el cáncer, etc., son los «caballos de batalla», en el estado actual de las cosas, de los representantes hábiles del imperialismo y del concilio religioso. Los que «hablan» hoy del «hambre en el mundo» y del «subdesarrollo» son exactamente aquellos que los producen y los mantienen en ese estado. No son sino «palabras», ya que el sistema imperialista que produce «el hambre en el mundo» y el «subdesarrollo» (concepto anticientífico, por lo demás, ideológico), es absolutamente incapaz no sólo de remediar estos males, sino incluso de dejar de producirlos. Los discursos que se procuncian acerca de estos asuntos dramáticos no constituyen sino una cortina de humo para las buenas conciencias, les permite acomodarse a la realidad existente de la explotación y de la guerra, dándoles la contrapartida verbal de los «discursos» destinados a procurarles una «buena conciencia». La necesidad de dar esta buena conciencia prueba que existe cada vez más una «mala conciencia». Pero no debemos confundir la «mala conciencia», que pueda dar lugar a una toma de conciencia más objetiva, con el discurso que pretende adormecerla. No debemos unirnos al coro de los hipnotizadores, ya que el coro de los hipnotizadores es también el coro de los criminales (directos y cómplices). Debemos pronunciar un discurso diferente, que sea antes que nada una denuncia y que conduzca a la lucha, para no abusar de la gente en las perspectivas actuales. Entre los imperialistas es donde se reclutan estos constructores de ilusiones. Y no debemos disimular que esta distinción tiene una gran importancia política. No, el ecumenismo no está, objetivamente, a la orden del día, sino la lucha de clase y la lucha antiimperialista. Creer que el ecumenismo está a la orden del día es adoptar las posiciones ideológicas de la Iglesia católica. El ecumenismo está a la orden del día para la Iglesia, pero no para nosotros ni para los pueblos. El ecumenismo es la interpretación religiosa-reformista-idealista de nuestra tesis de la coexistencia pacífica. No podemos aceptarla ni hacerla nuestra sin traicionar nuestras posiciones. Para nosotros, la coexistencia pacífica, actualmente, consiste en la lucha antiimperialista por la paz. La lucha por la paz implica la lucha antiimperialista, y no el ecumenismo...”. (Louis Althusser «Acerca de los síntomas de la existencia concreta de la universalidad del género humano». Carta a Michel Simon del 14 de mayo de 1965. En: Louis Althusser, Jorge Semprún, Michel Simon, Michel Verret Polémica sobre marxismo y humanismo, ed.s.XXI, (1ª edición,1968), 6ª edición 1974, págs.195-196).

Foucault criticaba que se le diera importancia a un concepto de hombre procedente a lo sumo del Renacimiento y restringido al área geográfica europea y preconizaba su muerte de la mano del cambio de las estructuras que le dieron vida. Ambos, tanto Althusser como Foucault, fueron seguidos y contestados, pero la cuestión debatida no alcanzó un mayor grado de clarificación sino todo lo contrario

Con el desplazamiento, en la obra de Foucault, de la problemática del saber a la del poder, se da una radicalización de sus posiciones antihumanistas que, al tiempo que depura sus posturas anteriores, le dota de unas resonancias prácticas y políticas de gran alcance revulsivo. «Entiendo por humanismo -dirá entonces- el conjunto de los discursos a través de los cuales se le ha dicho al hombre occidental: Aunque no ejerzas el poder, puedes no obstante ser soberano. Mejor aún: cuanto más renuncies a ejercer el poder y más te sometas al que te impongan, más soberano serás. El humanismo es el que ha inventado sucesivamente todas éstas soberanías sometidas, tales como el alma (soberana del cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden de los juicios, sometida al orden de la verdad), la libertad fundamental (soberana interiormente, pero que consiente y está «de acuerdo» exteriormente), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad). En resúmen, el humanismo es todo aquello con lo que, en Occidente, 'se ha suprimido el deseo de poder', se ha prohibido querer el poder y se ha excluido la posibilidad de tomarlo».

Un debate televisivo entre Foucault y N.Chomsky (publicado en 1974 con el título de 'Reflexive Water') brinda una ocasión inmejorable para reflexionar sobre el estado último del debate, que poco después va a desaparecer, momentaneamente, del primer plano de la escena filosófica. No obstante, si en el curso de este debate parece que los argumentos de Foucault contra toda forma de 'soberanía sometida' le ganan la partida, en cuanto a radicalidad, a las posiciones de Chomsky, la polémica de éste contra el antihumanismo efectivo de corte totalitario de Skinner ('The case against Skinner', 1972) nos obliga a dejar abierta la evaluación de la cuestión. Si ante Foucault, Chomsky mantiene una postura que puede parecer blanda y bienpensante, frente a Skinner su alegato cobra una impresionante dignidad moral.

También el antihumanismo es una posición ambigua y generalizada que se divide en diferentes determinaciones con ciertos puntos de contacto. El antihumanismo de Heidegger reclama una opción más originaria que el hombre para llevar a cabo la tarea de pensar. El de Levi-Strauss denuncia el humanismo como etnocentrismo (cfr. Leçon inaugurale au College de France, 1960).

Levinas intentará remontar la polémica reivindicando el humanismo del otro (Humanisme de l'autre homme, 1972) desde una opción postheideggeriana con raíces teológicas judeo-ecuménicas, que convierte su filosofía en algo ajeno a los no religiosos. Algo paradójico para la filosofía misma, puesto que ésta queda sustentada sobre un ambiente extraño, Grecia erigida sobre Jerusalén.

La polémica humanismo/antihumanismo se relaciona estrechamente con la discusión 1) sobre la prioridad y relación entre la Ontología (investigación sobre el ser) y la Etica (investigación sobre el deber ser), y  2) con la discusión sobre la prioridad y relación entre la Teoría (Ontología) y la Práxis o Acción (Ética; acciones no morales; etc).

En la actualidad el humanismo continúa plenamente vigente y la corriente antihumanista que procede de Nietzsche, pasando por Heidegger y Foucault, también da muestras de pervivencia aunque mermada por el retorno de la discusión etico-política[x] de tendencias principalmente humanistas. A la actual prioridad de la Ética (que en su mayor parte es y no puede ser más que humanista o teísta) sobre la Ontología o el teoreticismo se opone la practica totalidad del pensamiento postmoderno, que tiene a Nietzsche como su principal fundador.

En un reciente diálogo entre Umberto Eco y el Arzobispo de Milán (Carlo Maria Martini) publicado en forma de libro, con otras colaboraciones, bajo el título ¿En qué creen los que no creen? (1ªed.italiana,1996; trad.española.Temas de Hoy, Madrid 3ªde.1998), el humanismo y el teísmo aparecen como dos fuerzas muy presentes entre los interlocutores; notablemente en la exposición de Claudio Martelli, que intenta mediar entre ambos: “El cristianismo es un gran humanismo, tal vez el más grande, el único que, por encima de héroes y semidioses, de inmortalidades, de reencarnaciones y de inmóviles teocracias ha concebido al Dios que se hace hombre y el hombre que se hace Dios, y en su nombre ha evangelizado el Occidente, y el Occidente cristiano ha liberado al hombre” (Op.cit.págs.141-142).

Por el contrario, el estructuralismo es un antihumanismo, no solo epistemológico sino también metodológico, puesto que trata de disolver el concepto de la esencia humana como principio explicativo: “Vemos que las ciencias humanas no son un análisis de lo que el hombre es por naturaleza; sino más bien un análisis que se extiende entre aquello que el hombre es en su positividad (ser vivo, trabajador, parlante) y aquello que permite a este mismo ser saber (o tratar de saber) lo que es la vida, en qué consisten la esencia del trabajo y sus leyes y de qué manera puede hablar” (M.Foucault Las palabras y las cosas, Op.cit. pág.343). El rechazo foucaultiano del hombre como principio teórico y de las ciencias humanas como intermediarios precarios y peligrosos, se debe en definitiva, al peligro de una antropologización del saber, ya denunciada por Heidegger, como la tendencia al sometimiento, del conocimiento y la comprensión, por su previa aclaración antropológica (Cfr. Heidegger Kant y el problema de la metafísica. FCE, pág.175). (Cfr.Foucault op.cit.pág.338). “El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin” (M.Foucault Op.cit. pág.375).

Levi-Strauss no comparte la visión inestable de las ciencias humanas de Foucault, pero si les asigna también la tarea de proceder a la disolución del hombre, para poderse desplegar con efectividad. El antihumanismo epistemológico es también un antihistoricismo (Cfr.Foucault Op.cit. pág.361). Ser finito significa la posibilidad de una cierta intelección y al mismo tiempo, la imposibilidad de que ésta sea alguna vez universal y definitiva. El estructuralismo desemboca en un trascendentalismo del inconsciente frente al trascendentalismo autoconsciente del cogito. Las funciones simbólicas, una vez disuelto el mito del hombre, se enraizan en una lógica del inconsciente estructural, que pertenece al orden de la naturaleza. (Cfr.Levi-Strauss El pensamiento salvaje, pág.359, nota 2).

El humanismo renacentista (estudio de las ciencias y las letras; propedéutica de la filosofía), después de su etapa metafísica, tras haber sido apropiado por burgueses beatos e hipócritas, volvió bajo el nombre de antihumanismo teórico a reivindicar su esencia original. ¿Habrá hoy orejas que lo oigan?

 



 

Notas a pie de página

[i] “Emociones: experiencias subjetivas de considerable intensidad, acompañadas siempre de modificaciones fisiológicas y a menudo de cambios del comportamiento y de las expresiones corporales. Las emociones no son nunca neutras, sino agradables (alegría, satisfacción) o desagradables (miedo, cólera)” (Enciclopedia de la Filosofía Garzanti. Ediciones B. Madrid 1992. Cursivas nuestras).

[ii] Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía? (2ª edición aumentada), Pentalfa Ediciones. Noviembre 1995. Edición electrónica: http://www.uniovi.es/~filesp.

[iii] Rorty, Richard La filosofía y el espejo de la naturaleza. (1ªed.Princeton University Press 1979). Ed.Cátedra. 2ªed. Madrid 1989. Traducción: Jesús Fernández Zulaica, p.331.

[iv] Karl Marx El Capital. Libro I: El proceso de producción del capital. Ed.Siglo XXI, Libro I/Vol.I. Madrid 22ªed.española 1998. Si bien, puesto que su objetivo era analizar la estructura de la sociedad capitalista, se vió obligado a hacer incapié en el binomio valor de uso / valor de cambio, desatendiendo los demás.

[v] George Soros La Crisis del Capitalismo Global. (La sociedad abierta en peligro). Editorial Debate. Madrid 1998. Cap.2: Una crítica de la economía, pág.61.

[vi] Páthos: vocablo griego que alude a todo lo que uno experimenta, siente o padece: experiencia, suceso, prueba, sufrimiento, infortunio, desgracia, enfermedad, muerte, etc. Referido tanto al estado de ánimo como a la disposición moral e intelectual. Suele traducirse, de acuerdo con el término griego original, por Sentimiento o sensación, tal y como lo emplea aquí Nietzsche. Es un vocablo de grandes connotaciones semánticas, motivo de que el filósofo lo utilice en su sentido griego, aunque emplee la palabra alemana «Pathos» que en general tiene el significado, más preciso, de patetismo o énfasis.

 [vii] Cfr. Althusser/Balibar Para leer el Capital, ed.siglo XXI (1ªed.1965-68); Louis Althusser, Jorge Semprún, Michel Simon, Michel Verret Polémica sobre marxismo y humanismo, ed.s.XXI, (1ª edición,1968), 6ª edición 1974.

Por otra parte el humanismo tiene una gran tradición y vinculada con el historicismo: por ejemplo en W.Dilthey Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII. F.C.E. México, 1947.

[viii] A través de sus obras, se aprecia que el pensamiento de Garaudy ha evolucionado, coherentemente, desde un comunismo pro-soviético y un humanismo marxista que defendía en los años cincuenta y sesenta, pasando por un humanismo marxista-cristiano defendido desde mediados de los sesenta hasta mediados de los ochenta, hasta arribar a un ecumenismo de raíz  islámica con el que se refundieron los anteriores, (con conversión incluida al islamismo), desde la segunda mitad de los ochenta hasta los años noventa. Cfr.Roger Garaudy: Humanismo marxista (1957); Perspectivas del hombre (1961); Del anatema al diálogo (1965); Por un diálogo entre civilizaciones (1977); Como el hombre se hace humano (1978); Palestina, tierra de mensajes divinos (1986). Hacia una guerra de religión, con prefacio de Leonardo Boff (1995); Grandeza y decadencia del Islam (1996).

[ix] Exactamente la misma contestación que da Francisco Fernández Buey a Diego López Garrido ya en el año 1999, cuando el segundo, lider de Nueva Izquierda, escisión del Partido Comunista que pretende la fusión con la socialdemocracia, pide a los últimos de Filipinas, que se transformen, esto es, que de revolucionarios antihumanistas se vuelvan reformistas humanistas: “Los partidos comunistas (PC) de Europa del Este se han convertido -salvo en Rusia- en socialdemócratas y han pedido el ingreso en la Internacional Socialista. Sin embargo, en la Unión Europea aún subsisten partidos comunistas que atraviesan su particular travesía del desierto, con un peso parlamentario decreciente y una seria indefinición y crisis cultural y estratégica. En la Europa del Sur -España, Francia, Portugal, Italia, Grecia- están los bastiones de los PC”. Ante los cual, contesta Fernández Buey, que lo que se está pidiendo es la desaparición de todo un espectro político: “El futuro próximo del comunismo depende de la capacidad de resistencia que tengan los partidos comunistas actuales frente al aluvión de sugerencias externas diciendo que se disuelvan o que renuncien a su identidad. Si lo hicieran, y esto es lo que les está pidiendo la mayoría de los comentaristas externos, la consideración sobre su futuro saldría sobrando. Decir que los partidos comunistas existentes deben disolverse o cambiar de nombre o de naturaleza no es un argumento sobre el futuro de los partidos comunistas. Pues si lo que se pide es su desaparición como tales, no hay futuro”. (Diario El País Digital artículos del 27 de junio de 1999. Diego López Garrido «El comunismo no es reformable, los PC, sí». Francisco Fernández Buey «El mañana, el mañana, el mañana...»).

[x] Cfr.Magazine Litéraire, nº380, octobre 1999, «Le renouveau de la philosophie politique».


 [L1] Páthos: vocablo griego que alude a todo lo que uno experimenta, siente o padece: experiencia, suceso, prueba, sufrimiento, infortunio, desgracia, enfermedad, muerte, etc. Referido tanto al estado de ánimo como a la disposición moral e intelectual. Suele traducirse, de acuerdo con el término griego original, por Sentimiento o sensación, tal y como lo emplea aquí Nietzsche. Es un vocablo de grandes connotaciones semánticas, motivo de que el filósofo lo utilice en su sentido griego, aunque emplee la palabra alemana <Pathos> que en general tiene el significado, más preciso, de patetismo o énfasis.

Puede servirnos para comprender el término el recordar que frente a los estoicos, que buscaban la ataraxia o imperturbabilidad, la época helenística contó también con los escépticos, que buscaban la apatheia o insensibilidad. La diferencia entre ambos conceptos reside en que una persona insensible no siente ni experimenta los avatares del destino, simplemente le son indiferentes, mientras que una persona imperturbable es aquella que siente y experimenta los embates del destino pero los resiste sin ningún problema y sin alterarse lo más mínimo ni verse afectado por ellos. Aqui el pathos del hombre que se ufana de ser el centro del universo remite a un sentimiento de superioridad producido por un estado de ingenua autocomplacencia, así, tan insensible como el mosquito que se cree el centro del universo es el sentimiento antropocéntrico.

 

 

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