Internet
no es más que una gran red de ordenadores conectados entre
sí. Pero es justamente eso, ser el fruto de tantas y tantas
subredes, lo que le caracteriza como un medio de desarrollo constante
y extraordinario crecimiento.
Hace menos de dos décadas,
la comunidad universitaria y científica norteamericana comenzaba
a mandar mensajes entre ordenadores y a crear páginas "HTML".
Entonces, casi no se podía prever su actual difusión:
2100 millones de páginas web. Y cada día se crean
alrededor de 7 millones más (PriceWaterhouseCoopers, 1999).
Así que hoy,
las universidades y la comunidad científica sólo cubren
una mínima parte de la red. Antes bien, lo que actualmente
parece caracterizarla es la "nueva economía" del
comercio electrónico y las empresas efervescentes en bolsa.
Las páginas web llenas de texto donde la preocupación
estética era anecdótica, han dejado paso al cuidado
diseño de los portales, los sitios de subastas o las revistas
"online". Y es que en este vertiginoso mundo de la tecnología,
parece que cada dos años es necesario volverse a hacer las
mismas preguntas: ¿Quién utiliza Internet?¿Cuales
son los principales nodos de esta gran red?
Las previsiones,
siempre cambiantes, anuncian que en el 2002 se superarán
los 1000 millones de usuarios. Hace unos diez años, Internet
era casi exclusivo de estudiantes y profesionales de informática
y telecomunicaciones. Pero pronto se extendió también
a las minorías adineradas de los países económicamente
más desarrollados. En estos círculos, ya era habitual
el ordenador personal y algunos países comenzaban a generar
infraestructuras especialmente dedicadas a Internet. Todavía
hoy, utilizar esta red es sinónimo de ciertos conocimientos
básicos de informática, pero hasta esa barrera parece
tener solución: La televisión por cable y los teléfonos
móviles se vislumbran como el futuro de Internet. El teléfono
móvil, por ejemplo, es ya una alternativa real a la telefonía
fija, con más de 570 millones de aparatos en todo el mundo.
Pero su éxito será aún mayor cuando, a través
de la tecnología UMTS, permita una conexión rápida
y fiable a Internet.
Sin embargo, y pese a todas estas y muchas otras previsiones de
las grandes compañías y los cibergurús de turno,
el futuro no es muy esperanzador. Ni siquiera 1000 millones reales
de usuarios de Internet será una proporción relevante
de la población mundial: Otros 5000 millones de personas
quedarán literalmente fuera. Los americanos ya denominan
"digital divide" a este nuevo fenómeno de marginación.
En realidad,
la diversidad de lugares desde los que hoy se ofrece conexión
a Internet no resta ni un ápice de fuerza a las estadísticas
que demuestran las desmesuradas desigualdades existentes en el uso
de las nuevas tecnologías de la comunicación. Antes
al contrario, abundan en el doble carácter de la desigualdad:
También dentro de los países más pobres hay
quien se puede permitir el acceso a Internet.
En 1998,
el 88% de los usuarios de Internet eran de algún país
económicamente desarrollado. De hecho, EEUU reunía
el 50% de los usuarios, aunque sólo representa al 5% de la
población mundial. Mientras, el sur de Asia, con más
del 20% de la población mundial, no llegaba siquiera al 1%
de los usuarios (Human Development Report 1999. PNUD).
En el
África subsahariana, la gran red no deja de ser una anécdota;
eso sí, que choca frontalmente con los numerosos discursos
desarrollistas de los líderes del software y el tono tecnopositivista
de todo lo que rodea a Internet. Sólo un país, Sudáfrica,
suma más del 80% del uso de Internet en este continente.
Pero el sueldo de los sudafricanos que lo utilizan es siete veces
mayor que el sueldo medio del país. Algo parecido ocurre
en otros países de Asia y Latinoamérica, según
se desprende del Informe sobre el Desarrollo Humano (PNUD, 1999).
De
hecho, muy pocos países en el mundo poseen la infraestructura
básica necesaria para extender Internet entre su población.
A nivel usuario se requiere, al menos, de ordenador y teléfono,
pero una de cada tres personas en el mundo carece de electricidad
(Informe sobre el Desarrollo Humano, PNUD, 1999). En países
como Afganistán, Guinea o Somalia, hay un teléfono
por cada 500 personas. En Camboya, Chad y Zaire, uno por cada 1000
(Unión Internacional de Telecomunicaciones, 1997). En realidad,
tres cuartas partes de los teléfonos de todo el mundo se
concentran en tan sólo ocho países industrializados
(Global Connections: International Telecommunications Infrastructure
and Policy, Heather E. Hudson, Van Nostrand Reinhold, 1997).
Pero aún peores son las estadísticas al hablar de
la distribución de los ordenadores. Aunque su consumo está
creciendo muy rápidamente en Latinoamérica y Asia
oriental, en las zonas rurales de muchos países sólo
los programas de las ONGs y los organismos internacionales ofrecen
tecnología de este tipo. Para hacernos una idea, comprar
un ordenador en Bangladesh le supondría a un ciudadano de
ingresos medios más de 8 años de sueldo, frente al
mes de trabajo que necesitaría un ciudadano norteamericano.
En
definitiva, para el año 2001 sólo se esperan 25,6
millones de usuarios en África, América Latina y Europa
Central y Oriental (International Data Corporation, 1997). Dificilmente
sobrepasarán juntos el 10% o 15% de los usuarios mundiales.
Y sin embargo, esto no es todo. Otras sombras se ciernen sobre Internet:
Según un reciente estudio de Freedom House, una organización
dedicada a la defensa de los derechos humanos, en más de
100 países se practica la censura a los contenidos de Internet.
Justamente, estos países reúnen el 80% de la población
mundial, así que es previsible en qué hipotéticas
condiciones se podría dar una popularización de Internet.
En su página web, la organización francesa Reporteros
Sin Fronteras, denuncia 45 casos graves en los que un país
impide directamente el acceso a medios de comunicación en
red por no seguir la línea oficial de su gobierno. Y es que
Internet, además de un escaparate turístico o científico,
se ha demostrado como un buen medio para difundir contactos, discursos
y posiciones políticas peligrosas para cualquier régimen
autoritario. Así pues, en países como Arabia Saudí,
Irak o China han renunciado, de momento, al supuesto desarrollo
económico y cultural que facilitaría la red, en aras
de mantener controlada la seguridad nacional.
Tampoco el
resto de los gobiernos, incluso los más beneficiados económicamente
por el fenómeno Internet, están dispuestos a mantenerse
al margen. El primer acercamiento han sido las unidades especiales
de policía, en busca de lo que ya se denomina comúnmente
como "ciberdelito". Pero la enorme posibilidad que ofrece
Internet para espiar al resto de los usuarios a terminado cuajando
en distintos proyectos gubernamentales de dudoso carácter
legal: cribar toda la información posible de páginas
y correos electrónicos privados en busca de palabras que
indiquen actividades delictivas. Proyectos como Echelon darán
mucho que hablar todavía.
Pues bien,
a tenor de todos estos datos y estudios, parece evidente de quién
no es Internet. Pero, ¿En qué medida es de los que
sí lo utilizan? Evidentemente, y lejos ya de la ideología
en la que se desarrolló la Internet académica (que
pervive sólo en los proyectos de ciertas comunidades, como
los defensores del software libre) un usuario es, ante todo, un
consumidor (de banda, de servicios TCP/IP, de productos online...).
Así lo entienden los proveedores de servicios y, por supuesto,
los grandes portales y sitios web que ofrecen al visitante toda
clase de utilidades gratuitas. El portal de Telefónica, Terra,
no sólo no obtiene beneficios de estos servicios, sino que
le provocan cuantiosas pérdidas. Sin embargo, el negocio
está en bolsa: el nuevo mercado de valores hace rentable
a una empresa que no produce beneficios.
Pocos
sobreviven únicamente de los ingresos publicitarios que generan
las visitas en Internet, pero éstas siguen siendo el objetivo
prioritario de los portales y grandes sitios. Así que la
competencia por atraer usuarios es feroz. Pero en realidad, tanta
gratuidad tiene su principal motivo en la captación de un
mercado lleno de posibilidades: personas de todo el mundo con un
nivel económico alto y receptivos a las nuevas tecnologías.
Se espera que, sólo en Europa, hagan compras por valor de
200.000 millones de dólares (36 billones de pesetas), 20
veces más que en 1998. Algunos ya hablan de una "nueva"
clase social que se telerelaciona desde diversos puntos del globo
terráqueo.
En todo
caso, es preocupante la cada vez mayor capacidad de las grandes
compañías del ocio y las telecomunicaciones para aglutinar
el uso de la red. A base de grandes recursos publicitarios y de
controlar el acceso de buena parte de los más recientes usuarios
de internet, compañías como Microsoft (MSN), Yahoo,
Amazón, Telefónica (Terra) o PRISA (EL PAIS, Inicia)
promueven un tipo de consumidor fiel, que pueda leer, oir y comprar
todo lo que necesite sin salir del mismo sitio web. Navegar en un
lago tranquilo, nos dicen, es más rápido y seguro
que hacerlo a mar abierto.
A tal
efecto, los pequeños sitios web que adquieren cierta notoriedad
son rápidamente absorbidos. Últimamente, incluso,
este fenómeno se ha extendido a sitios de gran calidad, con
contenidos menos habituales y mayor independencia ideológica.
Este, por ejemplo, ha sido el caso reciente de Feedmagazine, una
revista de información crítica; Pseudo.com, líder
underground de contenidos musicales multimedia; o Slashdot, una
web dedicada al software libre que ha sido comprada por el portal
Andover. Dice Bárbara Célis que "la contracultura
en la red languidece. Los portales clónicos, asépticos
y comerciales crecen al mismo ritmo que desaparecen las pocas webs
dedicadas en exclusiva a la información alternativa"
(Ciberpaís, num. 3. 2000). Todavía, sin embargo, otros
pequeños sitios basados casi por completo en el trabajo voluntario,
pueden disfrutar de cierta notoriedad gracias al espectacular crecimiento
de la red. Ya veremos que ocurrirá cuando ese crecimiento
se estanque.