Filosofía,
ideología y política. La cuestión educativa.
Por el Prof. Jorge Eduardo Noro (San Nicolás. Argentina)
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de Materiales
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Filosofía,
ideología y política. Jorge
Eduardo Noro
Nos proponemos conducir el desarrollo hacia un punto de encuentro entre los discursos propios de una filosofía renovada, los planteos ideológicos de una sociedad fragmentada y las decisiones políticas de una realidad que vive de las determinaciones y de la acción, abordando la cuestión educativa. Aunque partiremos de un marco teórico que permita aclarar los referentes con los que deberíamos proceder y manejarnos, el intento no es detenernos en un académico desarrollo del mismo, sino precisar los instrumentos conceptuales para poder arribar a la problemática educativa que (suponemos) requiere nuevos aires y nuevos acuerdos para su verdadera transformación. 01. FILOSOFIA: SU FUNCION EN NUESTRO TIEMPO En un pasado reciente pudimos establecer algunas pautas con respecto al presente y al futuro de la filosofía. Queremos recordar algunas ideas que en diversas ámbitos y oportunidades generó el debate necesario. Decíamos entonces y sostenemos hoy: “Una nueva actitud filosófica debería rescatar: a. En primer lugar, el respeto y el cuidado por los instrumentos del pensamiento y del filosofar, a los que necesariamente se accede con un esfuerzo paciente y prolongado. b. En segundo término, la apertura -- el oído atento -- a las demandas de la realidad, las melodías de la vida y las exigencias de la praxis, dejando que se entrometan, con cierta impertinencia, en nuestras clases, en nuestras exposiciones, en nuestros exámenes, en nuestras reflexiones y en el desarrollo sistemático de las ideas. c. También una filosofía siempre menesterosa de volverse sobre el mundo no sólo para contemplarlo o para ensamblar críticamente lo que se ha dicho, sino para operar creativamente sobre él, arriesgando las verdades absolutas, poniendo a prueba los instrumentos y sabiendo que -- frecuentemente -- habrá que regresar para esterilizarlos y evitar eventuales contagios o infecciones. d. Además, una filosofía necesitada de pronunciar su palabra, emitir mensajes, construir códigos y signos para ayudarnos a comprender el mundo de hoy, con algunas estrategias de supervivencias para poder subsistir en él, en temas tales como la verdad, el bien, el obrar, la responsabilidad personal y solidaria, etc. e. Una filosofía protagonista y arriesgada en el mundo que nos rodea, con capacidad y posibilidad de equivocarse, sin avergonzarse y claudicar; de acertar, sin volverse dogmática. f. Finalmente, una filosofía que imagine y construya desde el mundo presente, el mundo futuro: que hable proféticamente para un presente embarazado de futuros. Una filosofía en tensión dialéctica: históricamente fiel a un pasado común y prospectivamente abierta a un modelo que anticipa el porvenir Hablamos de una filosofía que se construye en los centros del poder hegemónico... pero sobre todo una filosofía sostenida por las prácticas de los filósofos que comparten nuestro tiempo y las desventuras de nuestro espacio, de los profesores de filosofía, de los grupos de reflexión, de los estudiantes que transitan diversos niveles de aprendizaje y que van accediendo al uso del tesoro que, además de cuidar celosamente, deberán disfrutar y multiplicar. (...) En la obsesiva hermenéutica del presente, la FILOSOFIA con su FUNCION PROFETICA entreve los gérmenes del futuro, se anima a anticiparlo. No lo hace como un vaticinio de lo que irremediablemente deberá suceder, no hace premoniciones, ni construye mundos imaginarios. Marca los constituyentes del presente que pueden alumbrar el mundo nuevo, se pone en marcha, ayuda a construirlo, acerca los hilos para tejer la urdimbre de una trama innovadora. El profeta no es un visionario de ojos entrecerrados: por el contrario, abre sus ojos, mira la realidad y en ella descubre lo que es y lo que puede ser. Así, por ejemplo, hablamos de un mundo que mantiene vigentes las radicales oposiciones en el juego de las ideas y que posterga las soluciones que demandan las sociedades; un mundo que por momento contempla el despertar de antinomias que parecían sepultadas por el progreso pero que renace en las nuevas luchas por pasiones e ideas -- étnicas, religiosas, territoriales, culturales -- en violencia destructiva e irracional; un mundo que multiplica a los arrabales y las villas miserias de la aldea global. En este mundo, nuestro y próximo, se impone una práctica de debates racionales y superadores, presencia de la palabra y de la escucha, del avance común del saber y el conocer, del descubrimiento del otro y de los otros, de la configuración de una nueva edad en la que todos puedan emitir sus ideas y opiniones no solo en la certeza -- ya consagrado por las democracias y los derechos constitucionales -- de ser respetados, sino de ser tenidos en cuenta a la hora decidir: nueva edad en la que se desarrollen la capacidad de prestar oído y aceptación a las verdades que provienen de los otros; nueva edad en la que los procesos civilizatorios se midan en términos de bienestar integral para todos los seres humanos.” [2] La función de la filosofía en el nuevo contexto pretende legitimar y justificar su presencia en el discurso y en las acciones educativas. No se trata ya solamente de una filosofía que debe asumir una tarea universal en sus manifestaciones y en su fundamentación, sino que se hace cargo de los debates educativos, de las decisiones políticas y de las proyecciones pedagógicas de las decisiones fundamentales. Esta filosofía que asume las demandas del presente educativo y que contribuye a iluminar el futuro necesario deberá mantenerse dentro de su ámbito, dialogar con los planteos ideológicos y las decisiones políticas, pero deberá mantener la capacidad de construir y divulgar un discurso integral y fundante que permita rescatar, conservar o reforzar las ideas troncales de la educación necesaria para “crecer en el términos de humanidad”. Nos proponemos mostrar y demostrar que en este ámbito deberían producirse todos los acuerdos y encontrar el camino consolidado para los consensos fundamentales y las necesarias y sucesivas concertaciones.
02. IDEOLOGIA: EL DEBATE DE NUESTROS DÍAS El tema y el problema de la ideología ha sido reiteradamente abordado por diversos autores. Sin embargo algunos planteos asociados a los caracteres de la postmodernidad han intentado neutralizar su presencia y sus efectos bajo el vulgarizado concepto de muertes de las ideologías interpretando que “las ideologías son apasionadas retóricas, impulsadas por un credo pseudorreligioso e ignorante que el sobrio y racional mundo del neoliberalismo y capitalismo moderno y tecnocrático ha superado felizmente sumergiendo la realidad en el más crudo pragmatismo”(EAGLETON: 23) A pesar de todo, el debate en torno a la ideología y a las ideologías ha suscitado un cúmulo de producciones y contribuciones. Entre las más actualizadas consideramos que pueden tomarse como referentes los libros de TERRY EAGLETON (1995, primera edición inglesa y 1997, en su versión castellana)[3], PAUL RICOEUR (1986, en su versión original en la Universidad de Columbia y 1997 en su versión castellana)[4] y TEUN VAN DIJK (1998 en la edición Inglesa y 1999 en su versión en Español)[5] Aquí, el carácter instrumental del término no nos permitirá un análisis académico exhaustivo, sino el trazado de algunas líneas que permitan proyectar la reflexión y el análisis crítico sobre la cuestión educativa. El complejo universo de las ideologías admite los siguientes conceptos aproximativos: (EAGLETON: 52)
En la ideología predominan dos caracteres: su contenido no es necesariamente racional y está constituido por un conjunto particularmente rígido de ideas. Esto no implica que sea totalmente irracional o que no admita componentes o respuestas racionales, por una parte, y tampoco significa que todo conjunto rígido (dogmático) de ideas deba ser considerado una ideología. Lo cierto es que se trata de un cuerpo doctrinal que identifica a un grupo social y que le sirve de instrumento para organizar la sociedad o para planificar su abordaje del poder. Este cuerpo de ideas tiene un dinamismo propio, genera sus propias estructuras y discursos legitimadores y produce sus anticuerpos o mecanismos de defensa, por los que difícilmente un discurso ideológico cerrado admita críticas, sugerencias o correcciones. Por eso es natural que en el ejercicio de la hegemonía ideológica, el poder dominante: (1) se legitima a sí mismo promocionando creencias y valores afines a él; (2) naturaliza y universaliza tales creencias para hacerlas más evidentes y aparentemente inevitables; (3) denigra las ideas que puedan desafiarlo o cuestionarlo; (4) excluye – por lógica sistemática -- las formas contrarias de pensamiento; (5) oscurece la realidad social según su conveniencia para poder administrar sus visiones e interpretaciones. (EAGLETON: 23) En el concepto mismo de ideología – y en la tradición histórica y actual interpretativa de la misma – confluyen dos criterios interpretativos: uno es el epistemológico y otro es el político. Según el primero, la ideología – cualquiera sea su procedencia o constitución social – opera como un filtro distorsionador (una falsa conciencia o imagen invertida) frente a la realidad; según la segunda se trata de una estrategia explícita y sistemática del poder dominante. Si bien hay una serie de connotaciones negativas de la ideología (legitimar el poder vigente, justificar la desigualdad, ocultar o confundir la verdad), socialmente aporta también aspectos positivos: habilitan a los grupos dominados, desclasados o minoritarios a crear solidaridad, compartir un cuerpo de ideas, organizar la lucha, sostener la oposición, contribuyendo a proteger los intereses y los recursos de la existencia. La ideología no solo contribuye a sostener al fuerte, sino que contribuye a generar en el débil la posibilidad de crear, sentirse respaldado y adherir a un discurso alternativo, proponiéndolo – aunque sea utópico – como estructura de sociedad y como poder. El desarrollo de la cuestión de la ideología admite un prolongado análisis, pero el planteo de fondo, en esta exposición, es determinar el papel que la ideología juega en la configuración de los fundamentos educativos, en la elaboración de los proyectos, en la planificación general de la enseñanza, en la formulación de las leyes y en el gobierno mismo de la educación. Nuestra tarea consiste también en marcar la co-relación de la ideología con la filosofía y con la política. La libertad especulativa y la inclaudicable búsqueda de la verdad y la obsesión por la totalidad propias de la filosofía parece contrastar con la conocida cristalización de las ideas características de la ideología. Sin embargo la filosofía sigue siendo la fuente de la que brotan las ideas para convertirse en el instrumento de pertenencia, de defensa, de interpretación o de combate. La política, por su parte, demandada por la praxis de lo real debe construir los mundos posibles, con los recursos disponibles, atendiendo a la respuesta más prudente y criteriosa que un actor social puede aportar en circunstancias históricas determinadas. 03. POLITICA: LA OBSESION POR LA PRAXIS
También la caracterización de la POLITICA pretende circunscribirse a las necesidades instrumentales de esta presentación. El término en sí mismo reconoce muchas interpretaciones que exceden las posibilidades del presente desarrollo, aunque despierta un natural interés. Así, por ejemplo, se podría hablar de: · La política relacionada con la lucha por adquirir y conservar el poder · La política como ejercicio del poder en el marco del Estado. · La política (como conjunto de acciones) vinculada con lo político(plexo de relaciones) y los políticos(conjunto de sujetos humanos) · La política como reflexión teórico-especulativa y la política como proceso de determinaciones operativas. Al observar las actuales prácticas política (caracterizadas por un pragmatismo que ha potenciado al extremo las ideas originales de la política de la modernidad) naturalmente reconocemos las principales notas que contribuyen a definir su ejercicio. En ella hay un predominio de la razón instrumental y del ser de la política como muestra del mero hacer. En este contexto la POLÍTICA es la práctica de una actividad específica (con acciones y metodologías propias) encargada socialmente (1) de establecer o cuestionar de manera unilateral y no necesariamente justa;(2) objetivos a corto plazo correlacionados con necesidades prorrogables e intereses parciales de dominación; (3) optando por realizar y aceptar o rechazar que se haga en la sociedad con el necesario consentimiento (o resistencia) y(4) aceptando que esos objetivos no guardan relación con otros de mayor alcance y atienden solamente a la conservación del orden que en general es el dominante. Pero si hacemos lugar a una reflexión crítica que construya un concepto de política que involucre las prácticas reales y las prácticas necesarias podemos proponer con un predominio de la racionalidad política y la puntualización del deber ser de la misma, entonces la política como práctica debería ser una actividad específica encargada de (1) establecer o de cuestionar de forma razonable y justa (2) y de realizar, aceptar o rechazar en sociedad, con libre consentimiento aunque con posibles resistencias, (3)objetivos de amplio alcance, ya sean macrofines o fines últimos racionales o emancipatorios, (4)relacionados con necesidades improrrogables e intereses justos, (5) vinculados con objetivos inmediatos adecuados a los objetivos de amplia alcance.[7] Pero además de los discursos aproximativos, críticos o descriptivos acerca de la política es oportuno distinguir la ciencia política, la filosofía política y la práctica política:[8]
Aunque el discurso acerca de la política (más en estos tiempos pre-electorales) podría ingresar por un amplio territorio y por insospechados laberintos, pretendemos circunscribirnos a la línea de desarrollo que establece las conexiones entre los abordajes teóricos y prácticos propuestos. Co-relacionar política y filosofía es una manera directa de establecer diferencias y complementariedades en el contexto de una realidad que desborda en demandas y exigencias. Un autor[9] señala que “la filosofía, llamada al esclarecimiento de toda experiencia humana, tiene una palabra que decir en el concierto de las opiniones; pero de ella no se espera una opinión más, sino una visión y dicción de verdades, (MANDRIONI: 15) Claramente diferencia los roles que cumple la filosofía frente (o junto) a la política:
Vistas estas afirmaciones uno tiene la impresión de que el ideal platónico – en el más utópico de sus libros – se desarma. Es verdad que la filosofía y la política siguen derroteros complementarios; es verdad que filosofía y política abordan cuestiones comunes; es verdad que filosofía y política deben dialogar en torno a un eje común: el curso y el sentido de la historia... pero no parece totalmente cierto que el filósofo pueda asumir el rol del político o que el político pueda arrogarse el patrimonio del libre juego de las ideas... Pertenecen a ámbitos distintos y complementarios de una única realidad, pero mezclarlos es una de las maneras de aniquilar el trabajo de ambos. El del filósofo sumergiéndolo en el fragor de la lucha, el del político alejándolo de las demandas de la realidad.[10] Puestos a decidir la cuestión educativa deberemos distinguir el nivel de determinación de la filosofía y los niveles de decisiones de la política, porque una y otra tienen derecho a emitir sus discursos pero no lo construyen en el mismo contexto de significación histórica y social. 04. EDUCACIÓN: TERRITORIO COMUN O BOTIN DE GUERRA Cuando la educación se convierte en objeto de disputa y de repartos genera determinaciones arbitrarias, respondiendo a las demandas de las urgencias coyunturales y termina siendo un trofeo para exhibir o el botín de guerra que reconoce vencedores y vencidos. No se trata de construir la educación necesaria, sino de definir estrategias para resolver situaciones problemáticas y urgentes, construyendo posteriormente los discursos legitimadores. Estos recursos suelen partir de una demanda real (vista y compartida por la sociedad), se proyectan en una definición operativa en el que se evalúan junto a las variables educativas otras variables (económicas, políticas, oportunidad, impacto) y terminan en la construcción artificial de un discurso que termina exagerando y publicitando los aciertos y silenciando o justificando los errores. Uno de los ejemplos más notables – y ya presentado en otra oportunidad y debatido con sucesivos funcionarios – es el tema de la cantidad de los beneficiarios del sistema y de la calidad de su contenido. Observemos el proceso: (1) La sociedad demanda educación para todos. (2) La sociedad demanda la mejor educación para todos (3) La respuesta de la política educativa supone que la simple contención de los alumnos en el sistema implica la respuesta a las demandas de la sociedad (4) La sociedad y el sistema en funcionamiento discuten y cuestionan los resultados de una transformación basada en indicadores primordialmente cuantitativos. (5) La respuesta construye un arbitrario discurso legitimador por el que se concluye que la cantidad de alumnos del sistema (estadísticamente registrado) es el paso previo y necesario para construir la indiscutida calidad de la oferta. (6) Propagandas, discursos, rendición de cuentas, informes, presupuestos, inversiones, etc, alimentan, divulgan y profundizan estas ideas hasta convertirlas en la única versión válida y vigente. (7) Por su parte, un sistema cualitativamente disminuido no se refleja en los indicadores estadísticos de alumnos, docentes, servicios, recursos, inversiones... pero a largo plazo se convierte en una trampa para la demanda original de la sociedad. (8) Todo debate en torno a estos presupuestos (y sus correspondientes decisiones) chocan contra las afirmaciones que los sostienen y extrapolan discursos y fundamentos que provienen de otros contextos o han sido seleccionados arbitrariamente. 4.1. La educación al servicio de proyectos políticos particulares La educación forma necesariamente parte de las plataformas políticas de los diversos partidos. Cada uno de ellos formula sus propias propuestas que, en general, parte de una evaluación descarnada y crítica de la situación vigente (oposición) o de la profundización y extensión de las acciones emprendidas y en la corrección de los involuntarios errores(continuidad en la gestión) Pero, a su vez, la educación responde al marco de un proyecto político global que subordina las ideas y las decisiones a esa orientación a las líneas operativas del partido. La educación pierde autonomía y negocia sus transformaciones, sus recursos, sus funcionarios y hasta sus discursos en la mesa de otras determinaciones macros que la condicionan. Esta subordinación de la educación, esta pérdida de la autonomía, esta connatural dependencia le quita necesariamente posibilidades, la somete al juego de las negociaciones, a las pujas por sectores de control, de poder, de impacto social, de prestigio y cartel político. Muy difícilmente pueda preponderar el carácter técnico-operativo en las determinaciones porque es casi imposible despegar las determinaciones de los actores del escenario político. El riesgo se profundiza cuando en los debates y en los cambios implementados prima (1) la necesidad partidaria de marcar las posturas ideológicas, (2) satisfacer determinadas demandas de plataformas, (3) oponer políticas creativas como estrategias para superar y hacer olvidar los modelos precedentes. La educación no sólo pierde su autonomía, sino que se convierte en un recurso para atacar, hacer propaganda, desprestigiar, esgrimir como logro o señalar como fracaso, etc. No se trata de la educación, como si se tratara de una entidad casi ideal, sino de las específicas cuestiones educativas: sueldos docentes, jerarquización profesional, selección de contenidos, pautas metodológicas, criterios disciplinarios, proyectos de inversión edilicia, atención de las escuelas, organización de los ciclos, sistema de supervisión y de dirección, autonomía de los servicios, recursos económicos básicos, etc. Cuando la educación se convierte en una variable dependiente de determinaciones troncales tiende a convertirse en los hechos en una cenicienta a la que se recurre en inusitados momentos políticos, se acalla con el explícito propósito de no generar conflictos y se descarta toda posibilidad de que algún príncipe salvador llegue para coronarla finalmente como la elegida del cuento. La historia de los últimos 50 años de nuestro país es un testimonio de todo esto. En cambio la historia del proyecto liberal del siglo pasado muestra una continuidad y el respeto a un proyecto civilizador que merecería una puntillosa re-lectura. 4.2. La educación como territorio de las disputas ideológicas Los debates ideológicos han marcado determinados momentos de la historia educativa argentina. No se trataba de cuestiones políticas puntuales, sino de líneas ideológicas enfrentadas que coincidían con el ejercicio del poder o con el control de la oposición. Tales fracturas pueden puntualmente rastrearse en el contexto de la generación del 80 y la ley 1420, los debate de la ley universitaria de 1918, los enfrentamientos de los intelectuales y los sectores populares en los gobiernos del Presidente Perón, los debates sobre la libertad de enseñanza en el cierre de la década del 50, las formulaciones de los gobiernos de facto y las prolongadas disputas generadas en torno al Congreso Pedagógico Nacional. Aunque los temas educativos aparecieron y puede enunciarse, la educación se convirtió – en muchos de los casos citados – en el ámbito elegido para hacer emerger allí debates ideológicos de fondo que se daban en muchos otros frentes que no habían sido sometidos a discusión. Los argumentos para llevar al campo de la educación estas discusiones suelen ser recurrentes: se asocia el problema a variables macroestructurales que deben decidirse o enunciarse antes de poner en debate el tema específico. Por ejemplo: qué país queremos, qué condicionantes socioeconómicos lo limitan, a qué tipo de modelo económico se pueden asociar los proyectos educativos, etc. La educación, en suma, se convierte, en el campo de batalla disponible para librar un cruento enfrentamiento, como parte de una guerra permanente, cíclica, inconclusa. Los enfrentamientos impiden el diálogo, distorsionan los argumentos, desconfían de las intenciones, tergiversan las versiones, desgastan semánticamente los términos, desplazan los acentos, asocian las afirmaciones, personalizan las ideas, desarman cualquier entendimiento. En temas tales como libertad de enseñanza, defensa de la escuela pública, laicidad, derechos de las instituciones privadas, criterios de organización institucional, cuestiones vinculadas con autoridad y disciplina, gratuidad y arancelamiento, etc., se puede observar estas manifestaciones. 05. LA EDUCACION DEL FUTURO COMO POLÍTICA DE ESTADO PARAGUA POLITICO PARA EL CONSENSO Y EL ACUERDO Podemos distinguir tres conceptos que intentaremos asociar a los temas desarrollados: acuerdos, consensos y concertación[11]. Se trata de un encadenamiento de estrategias y de ideas que surgen con respaldo social y como respuestas necesarias para problemas urgentes y reales. El intento supone la necesidad de convertir determinados problemas y cuestiones en política de estado, superando el limitado ejercicio del gobierno y del poder y asegurando continuidad en las acciones y coherencia en las decisiones.
5.1. Los acuerdos se deben producir en el generoso territorio de la filosofía. Allí el debate racional y los procesos de estricta fundamentación – sin desconocer los condicionantes ideológicos y las demandas políticas -. Se trata de llegar a formulaciones que todos los sectores de la sociedad deben reconocer como válidas y necesarias. Las discusiones se producirán en el terreno argumentativo pero estrictamente racional, demandando perfiles ideales y aristas particulares de la cuestión. Estos acuerdos generales en materia educativa – de los que, en algunas temas y capítulos, el Congreso Pedagógico Nacional de 1988 fue una muestra – se construyen generalmente por la suma de elementos y por el ajuste semántico de algunas expresiones y formulaciones. El resultado de tales acuerdos permite dejar de discutir algunas funciones básicas de la educación y de su ubicación en el contexto de los problemas y las cuestiones de Estado. Conforma la sólida estructura del paraguas político que pone bajo su protección las cuestiones del presente del futuro y no está dispuesta a revisar permanentemente, ni a someter a cíclicas discusiones los temas y problemas que hacen a las cuestiones fundamentales de un país. Pretende evitar el juego – presente y futuro – de las ideas, acorraladas y envueltas en el incesante manejo de las antinomias ideológicas o de las estrategias políticas coyunturales. Para esta labor de acuerdos básicos podemos asociar ese perfil de filosofía enunciado precedentemente: el rigor del pensamiento, la solvencia en el manejo de la tradición filosófica y el abordaje de situaciones concretas que demanda respuestas para el presente y anticipaciones para el porvenir. ¿De qué acuerdos estamos hablando? (1) La educación como derecho fundamental de todo hombre (2) La educación de todo el hombre y todas sus dimensiones. (3) La educación como necesario proceso de civilización. (4) La educación como acceso crítico y creativo a la cultura. (5) La educación como acceso a criterios morales y axiológicos. (6) La educación como propuesta de calidad y significación social. (7) La educación como pasaporte necesario para ingreso social (8) La educación como puerta de ingreso al mundo laboral (9) La educación como recurso para reforzar la identidad nacional Es cierto que estos enunciados casi no pueden o no deberían discutirse y que estos acuerdos se imponen por lógica de los procesos de humanización a los que ha arribado la sociedad global. Se trata de verdaderos derechos humanos consagrados, indiscutidos. Pero estos acuerdos requieren también llenar de contenidos efectivos y compartidos para no morir en la mera formulación teórica o en los considerandos y los artículos generales de una ley. Este es el ámbito – en diálogo permanente con los otros niveles de construcción teórica y de praxis – en el que puede pensarse la definición y los caracteres de una (nueva) ética política como último respaldo para el sistema. La búsqueda del bien común debe asimilarse a un estado de bienestar que incluye a todos y que genera un sistema sin excluidos. Esta sociedad puede – en este nivel – imaginarse y delinearse con diversos y progresivos niveles de inclusión social y política. Pensarlo no significa – como se concebía en otros contextos históricos – que efectivamente pueda o deba realizarse. Simplemente se trata de establecer los ámbitos de posibilidad para esta propuesta ideal a la que necesariamente debemos tender... pero que no se puede ni prever ni exigir solamente desde el terreno de las ideas. La función de la filosofía – en ese rol profético que proponíamos – es la de delinear el futuro necesario y ensamblar las ideas para que contagien de transformación e idealidad a la realidad. 5.2. El consenso debe entenderse como una necesaria negociación entre partes, negociación en la que todos respetan las diversas posturas ideológicas sin renunciar a las propias. Se abren a la comprensión de la verdad de los otros desde la propia verdad con el propósito deliberado de descubrir la riqueza del otro, proponiendo y defendiendo las propias riquezas y construyendo un espacio ideal en el que confluyen las ideas parciales. El consenso privilegia los intereses generales sobre los intereses sectoriales. Y aunque nadie está de acuerdo con todo, todos se sienten dueños y responsables del producto final. El consenso logra otorga estatus social, legitimidad y poder real al cuerpo de ideas establecidas. Tratándose del tema educativo, consensuar no debería representar una estrategias extemporánea y utópica, sino una urgencia. Si otros aspectos de los problemas comunes de un país pueden admitir dilaciones, enfrentamientos y negociaciones, el tema educativo exige este marco de consensos básicos que supera antagonismos estériles en bien del fin establecido. La construcción del consenso se basa en la lógica de la persuasión y el convencimiento argumental y se contrapone a toda imposición arbitraria y autoritaria. Con el ejercicio se comienza a ver la crítica como un aporte y las propuestas como avance en el camino. Quien toma la iniciativa sabe que no puede disponer de la verdad definitiva; quien efectúa sus observaciones entiende que no representa el reaseguro necesario y absoluto. En este consenso deben aparecer en temas tales como: (1) Relación entre universalidad, calidad y equidad, (2) Vinculación con el mundo del trabajo, (3) Condiciones de acceso y acreditación en los niveles del sistema, (4) Universalidad y gratuidad, (5) Gestión oficial y gestión privada, (6) Utilización racional de los recursos presupuestarios, (7) Función social y específica de la escuela, (8) Rol de los docentes y su papel en la sociedad, (9) Responsabilidades del estado. 5.3. Concertar es una estrategia política para vencer el inmovilismo, la parálisis o la involución. Es el recurso de una democracia que promueve desde el poder convocante el aporte crítico pero efectivo de todos los actores sociales. Se trata de ofrecer en la convocatoria misma la garantía del cumplimiento de lo debatido y aprobado, y de convertir el resultado de las acciones no en una victoria o saldo de un gobierno, sino en una proyección de una verdadera política de estado. La concertación puede tener connotaciones negativas ya que para algunos parece una nueva Torre de Babel, incompatible con la racionalidad y la firmeza que el tema requiere; para otros representa una negociación con aceptación algo devaluada de variadas iniciativas, pagando el precio que toda concesión cobra. Pero la concertación debería verse como un concierto sin partitura y sin director, en el que los sonidos claramente diferenciados encuentran que no sólo pueden ajustarse a un tema, sino también desarrollarlo y enriquecerlo por la vía de la armonía, las disonancias y el contrapunto. [12] El resultado final y el aplauso de reconocimiento no apunta a ningún instrumento o sonido en particular sino al sinfónico efecto producido. Este ejercicio democrático de concertar diversas y sucesivas políticas que tiendan a respetar los logros, mejorar los resultados, hacer lugar a las críticas, abandonar los innecesarios protagonismos o estrellatos, renunciar a los permanentes réditos partidarios... asegura la profundidad de las reformas y la consolidación de las transformaciones. Estas prácticas deseables permiten que los usuarios del sistema puedan observar los recambios políticos, la sucesión de funcionarios, los movimientos en los nombres y en las jerarquías con la absoluta confianza y tranquilidad: nadie se atreverá a modificar lo que da pruebas de su buen desenvolvimiento, todos harán lo imposible por resolver las situaciones críticas que se observan.
La educación como política de estado debería hacerse cargo seriamente de: (1) El estatus profesional de los docentes (su formación permanente, su capacitación, su carrera, su retribución, su retiro). (2) La organización racional de los diversos niveles del sistema educativo. (3) La ajustada intercomunicación e interdependencia entre las jurisdicciones en acuerdos federales educativos. (4) La utilización efectiva de los recursos disponibles (presupuestarios, crediticios, subsidios). (5) Políticas de descentralización y de autonomía institucional. Un partido tiene derecho a responder a su propia plataforma, a las líneas ideológicas que lo recorren y constituyen, y a las estrategias partidarias que le prestan identidad y la creativa capacidad de sus funcionarios. Este derecho rige también para el tema educativo. Pero se trata de “marcar las diferencias” dentro de un concierto de ideas y proyectos y de dar muestras de mayor fidelidad, celeridad, efectividad en la aplicación de tales ideas. Se trata, por ejemplo, de asumir la Transformación como resultado de una concertación histórica... y de aprovechar los tiempos políticos (gobierno, poder) para ofrecer a la sociedad la mejor respuesta, la que efectivamente espera, haciendo todas las rectificaciones y correcciones que la implementación de las políticas comporta. Un paraguas político, una política de estado debe sustituir – en la cuestión educativa - el modelo político construido sobre el juego de enfrentamientos y antinomias. La filosofía como estructura fundamental, los acuerdos ideológicos como trama protectora y las sucesivas concertaciones como el efectivo mecanismo que abre y cierra el sistema. No resulta fácil. Resulta imperioso y necesario. El presente golpea con demandas insoslayables y el futuro no parece dispuesto a tolerar nuevos fracasos.
Prof. Jorge Eduardo NORO
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