Para una crítica del
liberalismo en Charles Taylor
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RESUMEN:
Presentamos
aquí unas sugerencias de lectura de la obra de Charles Taylor, "Fuentes del yo.
La construcción de la identidad moderna”[i],
en las que se ponen de manifiesto algunas posiciones del comunitarismo
y de su
crítica del liberalismo. Con ello se quisiera dar pie a reflexiones
sobre los
orígenes de la conciencia del hombre moderno, y activar el pensamiento
sobre la
cuidadanía.
ABSTRACT: We present here some
suggestions for reading
the work of Charles Taylor, “Sources
of the self. The making of the
modern identity ", in which
include some of the positions of communitarianism and its critique of
liberalism. This would encourage reflections on the origins of modern
man's
consciousness, and to ponder about citenship
ESTRUCTURA:
I ) Los
límites del liberalismo. II
)
Genealogía y crítica de la modernidad.
III ) Áreas
de tensión en la
cultura contemporánea.
En el decurso histórico de la construcción
moderna
de la ciudadanía es frecuente presentar como sus elementos
consecutivamente
centrales las tradiciones liberal y socialista; siguiendo a Taylor,
aquí
trataremos de explorar otro tipo de referentes, que en general tienen
que ver
con:
Estos
son los principales referentes conceptuales a los que quiero referirme.
En
cuanto a la lectura propuesta del trabajo de Taylor, "Fuentes
del yo.
La construcción de la identidad moderna”, incidirá
ante todo en los
presupuestos históricos y morales del comunitarismo
, que deben ser considerados
a la luz del debate entre liberalismo y comunitarismo que tuvo lugar en
el
ámbito de la filosofía moral y política anglosajona a partir de los
pasados años
80, en controversia con la “teoría de la justicia” de John Rawls,
un
debate en el que Charles Taylor ha sido uno de los más activos
participantes.
Respecto
de ese debate trataré de aclarar sólo su sentido principal, pero
siempre
pensando que lo que importa no es tanto una cuestión académica cuanto
lo que
nos puede aportar eso para afrontar problemas de nuestra realidad
social e
política.
A
título de ejemplo propongo las siguientes cuestiones:
Muchos
libros de ciencia política ni mencionan el comunitarismo; pero el polo
de ideas
hacia el que apunta el comunitarismo forma parte del acervo intelectual
contemporáneo
e incluso moderno en general –por no hablar del significado de esa idea
en el
pensamiento clásico.
De
momento, mencionemos una pareja de conceptos que, bajo múltiples
denominaciones,
tiene un carácter fundacional en
Igual
que
Pero enseguida
los antropólogos generarán otras visiones de las sociedades primitivas
más
próximas al referido contraste abordado por los primeros sociólogos:
junto con
la imagen de una sociedad civilizada y occidental definida por el
Estado
territorial, la propiedad privada y la familia monógama, se va
conformando una
nueva contra-imagen de la sociedad primitiva, definida ahora por lo que
Martin
Buber llama “comunidad de sangre”, es decir, por una agregación social
a base
de familias extensas (patriarcales o matriarcales), donde los derechos
y
deberes de los individuos dependían del status con el que nacían (en
sociedades
tendentes, por lo general, al nomadismo, a la propiedad comunal y a la
promiscuidad
sexual).
Encontramos
así, en el imaginario construído sobre las sociedades primitivas, la
imagen
inversa de las sociedades occidentales modernas, de forma paralela a
como la nueva
ciencia social analizaba los procesos de racionalización burocrática y
modernización como una inversión de los caracteres dominantes en las
sociedades
tradicionales.
Con
todo esto quiere decirse que el polo comunitario era asociado con fases
previas
y superadas de la historia, mientras que en el mundo moderno que se
afirmaba la
conformación ideológica procedía de
I) Los
límites del liberalismo
El comunitarismo
contiene una crítica a la idea liberal de que el individuo es previo a
la
comunidad; por el contrario, la identidad individual siempre se
conforma en un
horizonte de valores compartidos dentro de una comunidad previa. Leamos
a
Taylor:
“No
es posible ser un yo en solitario. Soy un yo sólo en relación con
ciertos
interlocutores (…) El yo sólo existe dentro de lo que llamo “la
urdimbre de la
interlocución” (…) Es esta situación original la que proporciona
sentido a nuestro
concepto de “identidad” al dar respuesta a la pregunta:
“¿Quién soy yo?”
mediante una definición del lugar desde donde hablo y a quién hablo. La completa
definición de la
identidad de alguien incluye (…) una referencia a una comunidad
definidora (…) La
cultura moderna ha desarrollado concepciones del individualismo que
presentan a
la persona humana, al menos potencialmente, ensimismada, declarando su
independencia
de la urdimbre de interlocución que originalmente la formó, o, por lo
menos,
neutralizándola. Es como si la dimensión de interlocución sólo fuera
significativa en la génesis de la individualidad, algo así como un
andador en una
guardería infantil que se descarta cuando deja de hacer falta y no
desempeña
ninguna utilidad en la persona adulta”[ii].
Las
críticas comunitaristas al liberalismo incluyen aspectos
antropológicos, éticos
y políticos que pueden relacionarse con los siguientes puntos:
En
lugar de los presupuestos del liberalismo, se trataría de proponer un
modelo
comunitario e identitario de cidadanía, que la entendiese como una
comunidad de
pertenencia con un sentido moral. Ello supodría, en el plano
político, defender
la legitimidad de las pretensiones diferenciles de los grupos de
carácter
nacional, étnico o de otra índole, que reclamarían un trato también
diferencial
por parte del Estado. En el plano ético, se defendería la posibilidade
de
determinar la validez de determinadas fuentes morales o bienes
constitutivos,
de raíz habitualmente religiosa, que estarían por encima de las normas
procedimentales del derecho. Y finalmente, en el plano antropológico y
filosófico, se tendería a una consideración holista y organicista de la
realidad humana, en la que el individuo no sería separable de los
horizontes
colectivos, culturales o espirituales que conforman su identidad, ni la
instrumentalidad de la razón sería separable de la interioridad de los
sentimientos
o la expresividad de la imaginación.
Uno de
los vectores principales de la cultura moderna que está en
juego en esta
contraposición de modelos aludida se refiere al valor del legado de
“La
fuerzas religiosas que antaño operaron la integración social han
quedado
paralizadas a consecuencia de un proceso de ilustración que, dado que
no se ha
producido de una forma arbitraria, tampoco puede ser objeto de
abolición. A la
ilustración le es propia
la
irreversibilidad de procesos de aprendizaje, que se fundan en que las
ideas no
pueden olvidarse a voluntad, sino que sólo pueden reprimirse, o ser
corregidas
por ideas mejores.
De ahí que la ilustración sólo pueida remediar sus déficit
mediante una
radicalización de sí misma, mediante una ilustración radicalizada. De
ahí que
Hegel y sus
discípulos hubieran de poner
su esperanza en una dialéctica de la ilustración que hace valer a la
razón como
equivalente del poder unificante de la religión”[iii].
Volveremos
después sobre la valoración de
Taylor le
hace un reproche a la globalidad de la filosofía moral
contemporánea en la
medida en que, tanto por la vía del utilitarismo como del formalismo
kantiano y
su concepción del deber acaban por negarse “a las
distinciones cualitativas
que separan lo superior y lo inferior en el orden del cosmos o de la
naturaleza
humana”, distinciones que se avienen mal con una perspectiva
hedonista de la
felicidad pero que tampouco son aceptables desde una perspectiva
kantiana, pues
irían contra el ideal de la autonomía. El utilitarismo y la moral
kantiana
coinciden aquí en un mismo presupuesto individualista que no se haría
cargo de
esas pre-condiciones comunitarias de la identidad individuala las que
aludíamos
antes.
Sin
embargo, eso discordancia Taylor la refiere sobre todo a un modo de
concebir la
acción en la que prima una búsqueda de sus principios reguladores, de
manera que
se convirte en “acción obligatoria”, en detrimento de la determinación
de lo
valioso en sí, de donde procedería un relegamiento de los bienes
intrínsecos por
la pura formalidad del derecho. Refiriéndose a esta filosofía moral
dominante en
el mundo contemporáneo dice Taylor:
“Su
enfoque está en los principios, los mandatos o criterios que guían la
acción, mientras
pasa totalmente por
alto las visiones del
bien.
La
moral concierne estrechamente a lo que tenemos que hacer y no, también,
a lo
que es valioso en sí mismo, o lo que deberíamos admirar o amar (…) La idea de que el pensamiento
moral debería
centrarse en las diferentes visiones de lo cualitativamente superior,
en los bienes
intensos, ni siquiera llega a plantearse nunca para la discusión.
La
conciencia del lugar que ocupan en nuestras vidas morales ha sido tan
profundamente suprimida, que pensar en ello, según parece, nunca se les
ocurre
a muchos de nuestros contemporáneos”.[iv]
Llegamos
así al asunto que considero medular para aquilatar la distancia que
separa al
comunitarismo de Taylor de las concepciones liberales: me refiero a los
límites
del concepto de “contrato social”.
Obviamente
aquí tenemos un problema que no surge en las polémicas
recientes sino que
está presente desde las primeras formulaciones del contrato
social, y que
podríamos denominar como el problema de la formación de una voluntad
colectiva.
Ya desde las discrepancias entre las versiones del contrato en Hobbes y
Locke se
puede plantear esa duda relativa a los mecanismos por los que el
contrato se
hace efectivo en una sociedad, y mientras Locke es más confiado
respecto de una
continuidad entre el estado de naturaleza y el contrato,
Hobbes ya advierte
el carácter necesariamente coercitivo del contrato para escapar de las
amenazas
de la guerra. Y en el fondo se va decantando la sensación de que el
contrato es
sólo un constructo teórico con una función regulativa, pero sin validez
descriptiva ni histórica. Esta última es ya una postura decantada en
Rousseau,
para el que el contrato está supeditado a otra idea más decisiva, la de
la
formación de una “voluntad general”, cuya concrección está sin embargo
llena de
problemas de procedimiento. La conciencia de la debilidad del contrato
social e
incluso la desconfianza respecto de su cualidad fundadora del orden
social aparece
en esa línea rousseauniana
del pensamiento
ilustrado, y recoge la percepción que ya había tenido Hume acerca de
que en
realidad no es el contrato sino la guerra y el dominio lo que organiza
las
comunidades humanas. Es cierto que en esto Hume recoge a su vez el
espíritu con
el que Hobbes inauguró el pensamiento político moderno, pero a él le
sirve para
renunciar a un uso efectivo del concepto mismo de contrato. Y de hecho
esa
conciencia de la debilidad del contrato va a permanecer, y a medida que
avancemos hacia sociedades más democráticas aún se va a hacer más
acuciante el
problema de la cohesión social, en sociedades en las que los individuos
son
pensados de principio como entes “desagregados”, según el modelo del
individualismo democrático.
Pues bien:
es en este contexto en el que Taylor retoma la problematicidad del
contrato,
para recordarnos que su fuerza fundante respecto del orden social es
muy débil
si prescindimos de otros vectores comunitarios de cohesión; que las
sociedades
modernas llevamos con nosotros ese problema de desagregación de las
voluntades;
que los ideales éticos de justicia y los derechos humanos no tienen por
sí mismos
suficiente fuerza prescriptiva, si no hay una voluntad efectiva que
actúe tras ellos
impulsándolos desde el plano de los sentimientos compartidos; que, en
definitiva, el contrato social carece de fuerza cohesiva si prescinde
de su
origen efectivo en la tradición antigua y medieval, con sus componentes
estoicos y religiosos especialmente cultivados en las sociedades
calvinistas.
A
continuación expondré la estructura del recorrido argumental de Taylor
en las
páginas que le dedica al contrato social[v].
A esta
secuencia le podemos añadir un desenlace como el siguiente:
Veamos
como ejemplo un amplio fragmento de Taylor al respecto:
“La
teoría del contrato como tal no era nueva en aquel siglo (XVII).
Existen
precedentes de ella en la tradición. Tiene sus raíces
en la filosofía estoica
y en las teorías medievales de derechos. Además, en la baja Edad Media
se dio
un importante desarrollo de las teorías del consentimiento,
especialmente en
torno al movimiento conciliar en
“Sin
embargo, había algo importante en lo nuevo de las teorías del siglo
XVII. La
teoría del consentimiento se había expresado hasta entonces en términos
de un
número determinado de gente que establece un gobierno por contrato. La
existencia de la comunidad era algo que se daba por supuesto en todas
las
primeras versiones que se dan de dicha teoría. Incluso escritores
como Gerson, que se
remonta a la idea estoica original de que los hombres son ante todo
vagabundos
solitarios, entendían que el consentimiento que fundamenta una
autoridad
política es el consentimiento de una comunidad. Para el lector
posterior al
siglo XVII, esto plantea una pregunta obvia: ¿cómo comienza una
comunidad? ¿De
dónde proviene su autoridad para determinar la naturaleza de la
autoridad
política sobre los individuos que la constituyen? Esta
pregunta no se
planteaba antes del siglo XVII. La gran innovación de los teóricos del
contrato,
desde Grocio en adelante, consiste en plantearla; es entonces cuando
comienza a
parecer evidente que hay que plantearla”.
“Las
nuevas teorías añaden al gobierno fundado en el contrato tradicional un
segundo
contrato, que lo precede: el contrato de asociación. Este es el acuerdo
universal
que fundamenta una comunidad política y le confiere el poder de
determinar una
forma de gobierno. El giro entre esas dos clases de contrato
refleja un giro en la comprensión de la situación moral humana. Hasta
entonces
se daba por sentado que las persoas eran miembros de una comunidad.
No
era necesario justificarlo con respecto a una situación más básica.
Pero
ahora la teoría parte del propio individuo. Ahora es menester explicar
por el
consentimiento previo del individuo lo que significa ser miembro de una
comunidad con poder general de decisión. (…) Pero lo que ahora ya no
puede
darse por supuesto es una comunidad con poderes de decisión sobre sus
miembros.
Las personas comienzan a ser átomos políticos”[vi].
En los
párrafos restantes del texto de referencia, Taylor relaciona la
“desvinculación” moral del individuo respecto del orden cósmico con su
“desvinculación” política respecto de la sociedad; rastrea el
componente calvinista
y puritano de la idea de “compromiso personal” que acompaña al
consentimiento; y
sobre todo destaca el hecho de la permanencia de la visión atomista e
instrumental de la sociedad más allá de la inverosimilitud de la idea
de
contrato. Lo más interesante se da en relación a esto último, cuando
Taylor,
para contraponer al contrato, echa mano de un “humanismo
civil, que tiene
como modelo a la antigua república o polis”, y afirma que “la
noción de la virtud cívica, como la vemos definida en Montesquieu y en
Rousseau, no puede combinarse con una comprensión atomista de la
sociedad”,
y más adelante habla de esa tensión entre una política atomista e
instrumental y
“las demandas de la política de participación ciudadana”.
Así que Taylor
acaba por reclamar una república participativa de ciudadanos que lo
aproxima a
las demandas del republicanismo cívico[vii].
Para finalizar
esta primera parte, acudiremos a algunas de las páginas finales del
libro donde
sintetiza la crítica a la sociedad atomizada e instrumental
propia de
Taylor
distingue dos tipos de consecuencias negativas del modo instrumental de
vida,
personales y vivenciales por un lado, y públicas y políticas por el
otro. La
crítica al instrumentalismo atomista en el plano vivencial ya había
sido adelantada
–como luego veremos– por el Romanticismo, y consiste en una pérdida de
los bienes
intrínsecos y de los significados vitales, lo que hace que la vida se
afronte de
una forma puramente comercial y desencantada: “ya non queda
sitio para el
heroísmo, o para las virtudes aristocráticas, o para los elevados
propósitos de
vida, o cosas dignas de morir por ellas”[viii].
La vida pierde riqueza, profundidad y sentido, lo cual tiene
consecuencias en la
relación con la naturaleza y en las relaciones sociales: “Adoptar
una
postura instrumental hacia la naturaleza es escindirnos de las fuentes
de
significado que hay en
ella. Una
postura instrumental hacia los sentimientos propios nos divide desde
dentro,
escinde a la razón del sentido. Y el enfoque atomístico sobre nuestros objetivos
individuales disuelve la comunidad y nos divide a unos de otros”
[ix].
Esto
último apunta hacia los efectos públicos y políticos del
instrumentalismo
moderno; pero aquí Taylor se limita a enunciarlos sin desarrollar la
cuestión.La
sociedad instrumentalista amenaza a la libertad pública y a la práctica
del
autogobierno porque le resta valor intrínseco a
la propia libertad, debilita la voluntad de
preservarla, y la convierte en un falso ídolo que es constantemente
desmentido en
la inmediatez de las prácticas sociales. Además, genera relaciones
desiguales
de poder, lo que hace de la igualdad otro falso ídolo; y genera también
una “irresponsabilidad
ecológica que arriesga la existencia y el bienestar de la raza humana
a largo plazo”[x].
Al considerar que los perjuicios al medio ambiente son subsanables por
la
propia aplicación de la razón instrumental, se está impidiendo una
reflexión
sobre la globalidad del modelo social y una intervención efectiva en la
raíz de
tales perjuicios.
II) Genealogía
y crítica de la modernidad.
El
segundo bloque de problemas que quiero abordar se refiere a un análisis
crítico
de
Comenzaré
por un fragmento extenso de Taylor para situarnos al respecto, y
después haremos
un repaso de los componentes de