La escritura alfabética griega como precursora de la filosofíaMarco Antonio Calderón Zacaula [*] |
Resumen:
La intención de este ensayo
es presentar el
conflicto que se habría producido en la percepción del mundo griego
antiguo,
específicamente cuando la cultura oral dio paso a la escritura
alfabética. En
este ensayo se trata de reflexionar sobre las diferencias fundamentales
en la
estructura del conocimiento, tanto en las culturas orales
primarias como en las culturas literatas
o poseedoras de la escritura alfabética de la antigua
Grecia. De hecho, todo parece indicar que la oralidad y la literalidad
generan
formas de conciencia y existencia radicalmente diferentes.
Palabras clave: Eric A. Havelock, oralidad, configuracional,
analítica, Platón
Abstract: The intention of this paper is to present the conflict that would have occurred in the perception of the ancient Greek world, specifically when the oral culture gave way to alphabetic writing. This essay seeks to reflect the fundamental differences in the structure of knowledge, in both cultures, in the primary oral ones as well as in the literary ones that possess an alphabetic ancient Greek writing. In fact, it appears that orality and literacy generate forms of awareness and radically different existence.
Key
words: Eric A.
Havelock, orality, configuracional, analytical,
Plato
“Las enseñanzas de Platón, desde el punto de vista formal, no eran poéticas. Estaban compuestas en prosa.”
Havelock
1
La revolución
alfabética griega
El
filólogo Eric Alfred Havelock en su texto The
Muse Learns to Write: Reflections on Orality and Literacy from
Antiquity to the
Present plantea
que el texto más antiguo compuesto con la ayuda de la escritura
alfabética es
el de Hesíodo, pero, también aclara, que probablemente este texto no
constituya
los primeros remanentes caligráficos o de escritura antigua: “Los
primeros
especimenes conservados de la lengua clásica griega que se conocen
hasta ahora
se encuentran en cinco objetos: una olla, pedazos de otras dos ollas,
un
fragmento de una placa de arcilla (probablemente) y una estatuilla de
bronce.”
(Havelock 1986, p. 82)[2]
Uno de los objetos, que se considera el más antiguo, es el célebre vaso
de Dipilón, cuya fabricación se ha
datado
en distintas fechas comprendidas entre el 740 y el
El
alfabeto, una tecnología superior a la escritura no alfabética, fue la
primera
en aislar los no sonidos consonánticos y asignarles un signo
específico, y todo
parece indicar que se desarrolló a partir de la escritura fenicia. Sin
embargo,
el alfabeto griego no significó de manera inmediata una amenaza para la
comunicación oral dominada por los rapsodas profesionales, ni mucho
menos para
la estructura cognitiva existencial
dominante del mundo social de la cultura. En
Una
explicación plausible ofrecida por Kevin Rob sobre la invención del
alfabeto
griego ha llamado la atención de Havelock; se trata de la importancia
del acto de la dedicatoria como
posible
forma propiciatoria de la escritura alfabética. La dedicatoria sólo se
podía
llevar acabo mediante una ceremonia oral pública, en la cual se exhibía
el
objeto y se profería un sermón en un lenguaje que facilitara cierta
probabilidad de que los oyentes lo retuvieran en la memoria por lo
menos
durante algún tiempo (cfr. Havelock 1986, p. 85). Havelock nos dice:
“Una
dedicatoria, ya sea oral o escrita, asigna, en efecto, al receptor la
propiedad
del objeto y a menudo identifica también al donador. Se trataba de
hacer
constar los nombres y/o las identidades de las personas efectivamente
relacionadas con el objeto en el presente o en el futuro.”(Havelock
1986, p.
85) Según Havelock, “[l]as muestras epigráficas del grupo primitivo son
todas
de esta clase; además están escritas en forma métrica. Trasladan
simplemente a
caracteres alfabéticos una práctica personal de la oralidad primaria,
que
tradicionalmente era un servicio marginal prestado por bardos y
‘versistas’ (¿o
rapsodas?).”(Havelock 1986, p. 85) Como se ve, la dedicatoria parece
ocupar un
lugar intermedio entre la palabra oral y la palabra escrita: es,
originalmente
algo oral pero que conlleva ser escrito, es decir, no es algo
originalmente
escrito; la escritura es, podemos decir, el fenómeno derivado. Por su
parte,
Ong se refiere al paso paulatino de la palabra originalmente
oral a la palabra originalmente
escrita: “(...) con el tiempo la escritura produjo
composiciones
rigurosamente escritas, destinadas a su asimilación a partir de la
superficie
escrita. (...) [L]as composiciones propiamente escritas se originaron
sólo como
textos, auque muchas de ellas por lo común fueran escuchadas y no
leídas en
silencio.”(Ong 1982, p. 10)[4]
En este caso queda claro que la expresión oral es el fenómeno derivado;
ya no
se trata de la dedicatoria ni de nada concebido en primer lugar para su
expresión oral.[5]
Suponiendo
que el invento de la escritura alfabética fuera obra de cantores y/o
alfareros
(los únicos que tenían las herramientas para utilizarla), y suponiendo
además
que lo aplicaran a objetos nuevos o viejos con fines de dedicatoria y
equivalentes, podemos considerar que esto no implicaba ningún tipo de
amenaza
inminente para la tecnología lingüística consagrada por los rapsodas
expertos.
Ong nos dice: “Sólo muy gradualmente la escritura se convierte en una
composición por escrito, en un tipo de discurso
—poético u otro— que
se arma sin
la sensación de que quien escribe efectivamente está hablando en voz
alta
(...)” (Ong 1982, p. 26). Todas las consideraciones razonables apuntan
el
sentido de que el alfabeto no fue aceptado fácilmente, sino que
encontró un sin
número de obstáculos y resistencias. La oralidad primaria dejó Grecia
sólo
lentamente, a una velocidad que no se puede determinar más que
basándose en el
grado en que se puede constatar la sustitución del almacenamiento oral
por los
registros escritos.[6]
El
desarrollo del almacenamiento alfabético tenía que darse sobre una
superficie
que agilizara la trascripción, volviéndola fluida y copiosa, lo cual
ocurre con
la aparición del pergamino o papiro, donde se encuentran los primeros
textos
que nos hemos habituado a llamar gran
literatura, pero que para los griegos de la época venía a
representar en
gran parte una mera continuación de las prácticas orales por nuevos
medios, tal
vez una mera ayuda de carácter pedagógico. Havelock nos dice que es
importante
el remarcar que los griegos del siglo VI y V, contrariamente a las
nociones posteriores,
ya literarias de su propio pasado, “(…) usaban los nombres de Homero y
Hesíodo
como si designasen a dos socios asociados en una empresa en común
(...)” (Havelock
1986, p. 89), es decir como agentes de
algo y no como autores de textos. De hecho, “Heráclito se
refiere una
ocasión a Homero casi como si pudiera aun estar vivo. Todo ello nos
induce a
sugerir que ni Homero ni Hesíodo, tal como se conocían a finales del
siglo VI,
pudieron haber estado en circulación pública. Por circulación, se
entiende,
obviamente la publicación a través de la actuación acústica (...)”
(Havelock
1986, p. 90), es decir, no se les traba como autores del pasado sino
como a
personalidades presentes, tal como nos es conocido de los personajes
míticos en
las sociedades arcaicas, personajes que nunca quedan en un pasado
remoto sino
que siempre están presentes – aquí hay una interesante analogía con los
santos
patronos de los diversos aficiones en la actualidad, ya quien cree en
ellos,
quien les rinde culto, los considera como presentes; de la misma manera
en que,
por ejemplo, los católicos consideran a Jesús y a La virgen, quienes,
obviamente, no son figuras del pasado sino que son actuales –.
En una
situación que podría describirse como “mixta” (en la que ya existe la
escritura
pero se utiliza con los viejos patrones de la oralidad) parece evidente
que
parte de la tarea histórica inaugural que recayó sobre la técnica de la
comunicación alfabética fue precisamente la de dar
cuenta de la oralidad misma antes de suplirla. En la obra
dual
de Havelock como filósofo y clasicista se emprende, justamente, la
tarea de
mostrar cómo, aquellos a quines hoy llamamos “los primeros filósofos”,
es
decir, los presocráticos, se ubican en el parte aguas consistente en
utilizar
la escritura con formas orales, a saber, sentencias de carácter
aforístico, así
como formas verbales muy dinámicas y poco cristalizadas en sustantivos
y otros
indicadores del pensamiento analítico y abstracto, en particular, del
verbo ser. La diferencia
lingüística tan notable
que existe entre los “fragmentos” presocráticos y los diálogos
platónicos
vendrían a ser un indicador de que los presocráticos se servían del
medio
alfabético pero con estructuras poéticas y tópicas todavía tributarias
de la
comunicación oral pura y la conciencia configuracional correspondiente.
Esto
parece ser el trasfondo del conocido tópico de la “lucha” entre el logos y el mitos,
del paso del pensamiento mítico al pensamiento filosófico en
La
tecnología alfabética consistió, básicamente, en desprender
el lenguaje de su captación meramente auditiva para
llevarlo a la captación visual, algo que no se había desarrollado por
completo
en sistemas previos de escritura, por ejemplo aquéllos basados en
silabarios,
donde la dificultad para la interpretación limitaba su utilización.
Ahora bien,
la paulatina difusión de la escritura alfabética griega, provocó un
cambio
radical en el uso de los sentidos, del complejo sensorio en tanto tal.
Havelock
insiste en que “[l]a forma acústica de la comunicación a la que se
limita la
oralidad emplea el oído y la boca y sólo estos dos órganos, de los que
depende
su coherencia. La comunicación escrita añade el ojo.” (Havelock 1986,
p. 99) Es
en este contexto que Havelock señala que “[s]uponer que al cabo de un millón
de años la vista aplicada a un objeto físico
– un texto escrito –
pudiera
sustituir repentinamente el hábito biológicamente programado de
responder a
mensajes acústicos, es decir, que la lectura pudiera remplazar a la
audición,
de modo automático y sin dificultades, sin exigir al organismo humano
adaptaciones profundas y artificiales, sería contrario a la lección que
nos
enseña la evolución.” (Havelock 1986, p. 99s) La magnitud de este
cambio es
difícil de captar para los miembros de una sociedad literata,
acostumbrados
desde hace mucho a la palabra escrita. Sin embargo, piénsese únicamente
en las
consecuencias de que la palabra, un fenómeno originalmente acústico, un
evento
y, en tanto tal, algo efímero (Ong), pase a ser una cosa
para la vista y, por tanto, algo permanente. Para dar una idea
de un fenómeno parecido piénsese en el efecto que debe haber producido
en los
hombres paleolíticos el haber podido plasmar de manera fija en la pared
de una
caverna la imagen de un animal en movimiento, lo cual, de alguna
manera,
equivale a convertir lo móvil en algo estático. Por su parte, la
comunicación
puramente oral, rítmica y altamente ritualizada llevaba a masas o
auditorios
enteros a respuestas sintonizadas, por así decirlo, resonantes, por
ello, el
paso a la comunicación escrita, en una lectura individual y un
procesamiento
reflexivo de la información, conlleva un cambio existencial también
portentoso.
En cualquier caso, el proceso de sustitución de la captación
configuracional
oral por la captación analítica visual debió ser lento, ya que la
tendencia
oral a la captación y articulación de la experiencia mediante
configuraciones
sobrevivía en aquellas obras maestras, de la composición épica,
didáctica,
lírica, dramática y coral de lo que nosotros consideramos el
florecimiento de
Con la
interiorización de la escritura alfabética en Grecia se privilegió el
sentido
visual por encima del auditivo y del táctil. Resulta entonces plausible
que la
experiencia del espacio y del tiempo fuera profundamente alterada. La
antropología abunda en informes acerca de la conciencia del espacio y
del
tiempo en las sociedades arcaicas u orales, todos los cuales apuntan a
que en
dichas sociedades ambos, espacio y tiempo, tienen un carácter concreto
y discontinuo.
En otras palabras, no se conoce ahí la homogeneidad del espacio,
gracias a la
cual surgen las formas geométricas puras y el tiempo lineal, que a su
vez
posibilita la narración cronológica y, con ella, la aparición de la
historia.
La continuidad no es un valor perceptivo que nazca de la experiencia
vital
inmediata sino que es un valor analítico que parece provenir de una
percepción
reconstituida por la comunicación alfabética o tipográfica. La
linealidad, la
continuidad y la homogeneidad son patrones simples, formales, de
articulación
de la experiencia, los cuales parecen suponer el pensamiento analítico.
Por su
parte, el pensamiento analítico parece presuponer el predominio del
sentido
visual a partir de la reducción de las configuraciones sonoras mínimas,
las
sílabas, a los fonemas en tanto significad de letras, es decir, de algo
visible. El análisis de las palabras
mediante su reducción a sílabas y la reducción de estas a letras como
signos
para los fonemas, establece una correlación profunda entre el análisis
y la
vista en aislamiento respecto de todos los demás sentidos.
Peculiarmente
importante es aquí el ordenamiento progresivo, es decir, lineal, de las
letras
para reproducir cada fonema una tras otro hasta tener el signo gráfico
– visual
– para cualquier grupo de fonemas, el cual, justamente es analizado en
los
fonemas individuales y luego reconstruido en una línea de letras que
simbolizan
cada fonema. Es en esta correlación entre la linealidad, el análisis y
la
vista, es que la configuración sonora y lo discontinuo en el tacto
resultan
disminuidos como patrones para la articulación de la experiencia y, por
ende,
del conocimiento. Es aquí que bajo de su presentación poética, la
doctrina de
Parméndides y la centralidad que en ella se le otorga a lo homogéneo y
continuo, a lo permanente, parece representar la primera manifestación
teórica
de los efectos del alfabeto en las nociones y conceptos básicos para
articulación de la experiencia. Todo parece indicar que la escritura
alfabética
fue la tecnología de comunicación que hizo posible la aparición de la
filosofía
y de la ciencia como, podríamos decir, estructuras
del pensamiento, en oposición al mito y al rito, con sus
nociones de
discontinuidad, ubicuidad y transformación proteica.
Podemos
suponer que la revolución comunicativa constituida por la aparición y
difusión
del alfabeto griego tuvo alcances realmente profundos, empezando por el
hecho
de que en la comunicación y el almacenamiento de conocimiento un acto
visual se
ofreció como substituto de un acto auditivo. Todo parece indicar que
fue
precisamente esto lo que los sistemas de escritura prealfabéticos no
podían
proporcionar. Havelock se refiere a la insuficiencia de los otros
sistemas de
registro escrito, no alfabéticos, cuando señala que “[l]a crisis se
hizo griega
y no hebrea, babilónica o egipcia a causa de la eficiencia superior del
alfabeto (...). Conseguir un traslado completo a un sistema de
reconocimiento
visual requería una fluidez visual comparable.” (Havelock 1986, p. 100)
Es
apenas la escritura alfabética con su visualización estricta de los
fonemas la
que erradica y progresivamente va haciendo obsoleta la función de la
memoria
acústico rítmica y, con ella, la configuración o el patrón como forma
de
articulación de la experiencia. La conciencia configuracional misma
como forma
de comunicación del conocimiento queda desplazada por la articulación y
transmisión lineal y analítica del conocimiento. El registro en prosa
elimina
la necesidad de la memoria entrenada rítmicamente así como de las
respuestas
emotivo corporales, sintonizadas o reflejas, a lo escuchado.
La
prosa apareció con la pérdida de constricciones
que hasta entonces había impuesto el ritmo de la memorización oral, y
poco a
poco asumió el papel de vehículo de la descripción de hechos y cosas,
así como
de teorías. De este nuevo fenómeno
en
el ámbito de la conciencia nos da cuenta Havelock cuando sugiere que
gracias a
esta nueva tecnología apareció la historia, como
empresa esencialmente prosaica. “Los jonios Hecateo y
Herodoto fueron los
pioneros, seguidos por Tucídides, el primer historiador ático.”
(Havelock 1986,
p. 110) Podríamos mantener como hipótesis que fue la desaparición de la
necesidad de articular el conocimiento de maneras rítmica alrededor de
temáticas conocidas, es decir, fijas, lo que ofreció por primera vez lo
que
podríamos llamar la apertura de mente frente a los hechos, los sucesos,
como
algo completamente nuevo, original. Y esta apertura al cambio, a la
modificación y lo no tradicional, la posibilidad de la reflexión a
diferencia
de la respuesta refleja, habría sido fundamental no sólo para el
nacimiento de
la historia, sino también para la filosofía con su articulación lógica
y para
la ciencia con su procedimiento descriptivo reflexivo. El punto
importante aquí
es la distinción entre palabra y realidad y, con ello, el surgimiento
por el
problema de la correspondencia entre ambas, es decir, de la verdad.
El
nuevo lenguaje iba acompañado de un nuevo léxico y una nueva sintaxis,
aptos
para la teoría, basados en un mayor uso del verbo “ser”. Este verbo es
por
antonomasia el verbo de la clasificación, la cual, a su vez, supone el
“ver” o
el considerar unidades aisladas, por ejemplo
– en el libro X de
Havelock
dice que “[l]a sustitución del ‘presente
sin tiempo’, que se convirtió en ‘presente lógico’ en lugar del
‘presente
inmediato’, del pasado o del futuro, fue objeto de preocupación para
los
filósofos preplatónicos y en particular de Parménides. Sus versos
ilustran
vivamente la dinámica de la asociación entre el lenguaje oral y el
escrito de
sus días. No es este el lugar para examinar su sistema, excepto para
notar que
su dramatización del verbo ‘ser’, en su forma de presente, estí, y su participio de presente neutro
genérico, eón, representa un uso
lingüístico que,
[según Havelock] a juicio de Parménides, había de remplazar el lenguaje
homérico de la acción y del acontecimiento, del ‘nacer’ y ‘perecer’.”
(Havelock
1986, p. 106s.) Es decir, el lenguaje del tópico existencial pasa a ser
substituido por el lenguaje de la articulación lógico formal, completamente desligado de cualquier tópico.
Havelock señala que “[e]l análisis de las dimensiones lógicas,
epistemológicas
y ontológicas de este verbo [del verbo ser] se han convertido en un
lugar común
en los historiadores del pensamiento griego, especialmente cuando esas
preocupaciones salen a la luz en los diálogos de Platón, que es preciso
recordar siempre, documentos escritos, frutos de los desvelos
vitalicios de un
escritor.” (Havelock 1986, p. 107)
Por la
necesidad de preservar la memoria, el lenguaje era indisociable de una
economía
de la repetición, de la mera reactualización. En cambio, gracias al
registro
puramente visual de los fonemas propio de la tecnología alfabética, se
disponía
por vez primera e ilimitadamente de los recursos de la documentación.
La página
es el registro visible de las palabras pronunciadas y también de las
meramente
pensadas, por lo que puede utilizarse como medio meramente visual para
nutrir
una memoria desligada de las necesidades de la rima y del tópico.[7]
La página es el soporte para la rememorización sin necesidad de la
reactualización dramática de lo sabido, como ocurre en la acción
ritualizada
que acompaña a la declamación rítmica de los conocimientos articulados
no lógica
sino míticamente. La página pues, elimina la necesidad de los lugares
comunes y
de, por así decirlo, la partitura de ejecución ritual y su
acompañamiento
verbal musical.
El tipo
de discurso propiciado por la escritura alfabética griega ofrecía sus
propias
libertades y daba nuevos estímulos. Recordemos que el oralismo había
favorecido
lo tradicional y lo familiar en sus formas y contenidos. “Un almacén
que no era
ya acústico, sino visiblemente material se podía ampliar; y los
contenidos
documentados ya no tenían que referirse únicamente a lo que era ya
familiar y,
por lo tanto fácil de recordar.” (Havelock 1986, p. 109s.) El discurso
alfabético griego, dada la inmediata fluidez manifiesta en una nueva
gramática,
permitía enunciados innovadores y, así, señala Havelock, “(...) el
lector
atento podía reconocerlos con tranquilidad, ‘asimilarlos’ y
‘meditarlos’. Bajo
condiciones acústicas, tal operación no era posible.” (Havelock 1986,
p. 110)[8]
Las
ventajas de la escritura tuvieron como precio la pérdida de la
emotividad
rítmica de la palabra hablada. Pero para matizar este juicio sobre las
diferencias entre la palabra escrita y la palabra viva es necesario
recordar el
ambiente espiritual prevaleciente en las escuelas filosóficas: Thomas
A.
Szlezak sostiene que “[e]n Platón, la amistad como fundamento de la
escuela
filosófica, está presente desde la convicción de que el verdadero
filosofar
sólo era posible entre amigos.” (Szlezák 1997, p. 23) Resulta pues muy
plausible que en los gimnasios se tuviera como motivación central
mantener la
cohesión a través de la amistad, lo cual supone una gran actualidad del
diálogo, de la comunicación verbal. Luigi Pizzolato citado por Pérez
Cortes nos
dice “(...) que el propósito declarado de
Los
miembros de las sociedades míticas no dialogan, hablan de manera
ritualizada y
comunican la tradición, funcionan, como dijimos arriba, en una especie
de
sintonía o resonancia – en última instancia no dialogan sino comandan,
porque
todo lo que dicen se remite a la tradición, es decir al mito como
revelación
divina que indica todo lo que hay hacer –. Aunque este fuertemente
ligado a la
dimensión sentimental y pueda, también, recurrir a fórmulas lo cual no
puede
más que ser el resultado de una articulación alfabética de la
experiencia, es
decir, de que la escritura haya alcanzado una gran difusión y, al mismo
tiempo,
de que haya tenido un efecto decisivo en la desarticulación del saber
mítico,
de la conciencia configuracional. Si bien la importancia de la
emotividad en la
comunicación oral impide el desarrollo exclusivo de un discurso
puramente
racional, la escritura ha tenido ya el impacto decisivo, consistente en
un
desmembramiento o análisis del contenido de la conciencia
configuracional, es
decir, del mito. En otras palabras, la importancia del diálogo en las
escuelas
filosóficas y academias muestra que las potencialidades del medio
visual de la
escritura han hecho ya una contribución profunda al desarrollo del
espíritu
filosófico.
La
forma dialógica misma es un resultado de la textualidad como base de la
articulación analítica de la conciencia. La lectura y la escritura
tuvieron que
ser prácticas comunes en
Junto
a la actividad textual, existió una
intensa actividad oral destinada a la formación de los discípulos.
Platón es
índice de una intensa valoración del escrito coexistiendo con
principios
socráticos que descansan en la oralidad.[9]
No es el texto, con los signos y las armonías propios de la lectura, lo
que
determina la modulación de la voz viva, que impuso sus propósitos y sus
modulaciones al escrito. Al inicio del Fedro
podemos encontrar un ejemplo para comparar la lectura en voz alta con
la
palabra hablada y sus recursos rítmicos y emotivos. Ahí Sócrates se
encuentra
con Fedro, quien viene de escuchar a Lisias. Sócrates le pide que
repita las
palabras del orador, pero Fedro muestra resistencia porque Lisias había
leído
su discurso y él, Fedro, no podría decirlo como el propio Lisias:
Fedro.-
¿Cómo dices, mi buen Sócrates? ¿Crees que yo de todo lo que con el
tiempo y
sosiego compuso Lisias, el más hábil de los que ahora escriben, siendo
como soy
profano en estas cosas, me voy a acordar de una manera digna de él?
Mucho me
falta para ello. Y eso que me gustaría más llegar a ser rico.
Sócrates.-¡ Ah, Fedro! Si yo no conozco a Fedro, es que me he olvidado de mí mismo; pero nada de esto ocurre. Sé muy bien que el tal Fedro, tras oír la palabra de Lisias, no se conformó con oírlo una vez, sino que le hacía volver muchas veces sobre lo dicho y Lisias, claro está, se dejaba convencer gustoso. Y no le bastaba con esto, sino que acababa tomando el libro y buscando aquello que más le interesaba (...).
Fedro.-
(...) en realidad, Sócrates no llegué a aprenderme las palabras una por
una.
Pero el contenido de todo lo que expuso, al establecer las diferencias
entre el
que ama y el que no, te lo voy a referir en sus puntos capitales,
sucesivamente, y empezando por el primero.
Sócrates.-
Déjame ver, antes que nada, querido, qué es lo que tienes en la
izquierda, bajo
el manto. Sospecho que es el discurso mismo (...).
Fedro.-
Calma. Que acabaste de arrebatarme, Sócrates la esperanza que tenía de
ejercitarme contigo. Pero ¿dónde, quieres que nos sentemos para leer?[10]
Es
importante notar que en los pasajes anteriores, Sócrates no actúa como
lo haría
cualquier persona moderna que sepa leer, pues en ese caso habría pedido
el
texto para leerlo por sí mismo en lugar de solicitar a su acompañante
que le
diera lectura. En este fragmento encontramos una síntesis muy apretada
de los
objetivos que tenía la lectura en la antigua Grecia. Parece razonable
mantener
la hipótesis de que la causa por la cual Sócrates le pide a Fedro que
dé lectura
al escrito es porque Fedro ha escuchado personalmente a Lisias y ello
le
permite leer con la emotividad y la cadencia con que el autor del
texto,
Lisias, le daba lectura, devolviéndole al escrito el brío y la
vivacidad de la
elocución original.
Resulta
conveniente abordar en este punto la supuesta “paradoja” que, en
relación con
la oralidad y la escritura, resulta del estudio de Platón. Siendo
Platón un
escritor tan notable, surge naturalmente la pregunta de cómo es posible
que
pudiera expresar reservas frente a la escritura como vía hacia el
conocimiento.
En el caso de Platón, que ya vivía los efectos de la asociación de la
oralidad
y la escritura alfabética, del oído y del
ojo, “escribiendo”, son claras sus reservas frente a la
escritura. Platón
creía, o por lo menos así lo insinuaba, que la escritura provocaba la
pérdida
de ciertos valores de la palabra. Havelock señala la preferencia de
Platón por
el habla y el oído sobre la escritura. La forma aparentemente hablada
de sus
diálogos lo atestigua: “En uno de ellos, el Fedro,
incluso se esfuerza por dar prioridad al mensaje oral frente al
escrito, aunque
con resultado ambiguo.” (Havelock 1986, p. 111) Platón parece tener
convicciones socráticas si se considera que en el diálogo Fedro conserva de su maestro una
concepción del saber y de la
virtud asociada a un “saber hacer”, es decir, como un producto de un
largo
camino espiritual e interpersonal que no puede ser substituido por la
escritura. Las dudas que asaltan a Platón con respecto de la escritura
se originan
de la constatación de que el escrito ofrece al lector la imagen visible
y
permanente, pero también invariable y externa de toda clase de
discurso. De ahí
se derivan algunas consecuencias. Cuando se lanzan preguntas que se
dirigen a
la búsqueda de la verdad, el escrito en principio brinda siempre una y
la misma
respuesta y, asediado, es incapaz de acertar nada en su propia defensa:
Fedro.- ¡Qué bien se te da, Sócrates, hacer discursos de Egipto, o de cualquier otro país que se te antoje!
Sócrates.-
El caso es, Amigo mío, que, según se dice que se decía en le templo de
Zeus en
Dodona, las primeras palabras proféticas provenían de una encina. Pues
los
hombres de entonces, como no eran sabios como vosotros los jóvenes, tal
ingenuidad tenían, que se conformaban con oír a una encina o una roca,
sólo con
que dijesen la verdad. Sin embargo, para ti la cosa es diferente, según
quién
sea el que hable y de dónde. Pues no te fijas únicamente en si lo que
dicen es
así o de otra manera.
Fedro.-
Tienes razón al reprenderme, y pienso que con lo de las letras pasa lo
que el
tebano dice.
Sócrates.-
Así pues, el que piensa que al dejar un arte por escrito y, de la misma
manera,
el que lo recibe, deja algo claro y firme por el hecho de estar en
letras,
rebosa ingenuidad y, en realidad, desconoce la predicción de Ammón,
creyendo
que las palabras escritas son algo más, para el que las sabe, que un
recordatorio de aquellas cosas sobre las que versa la escritura.
Fedro.-
Exactamente.
Sócrates.-Porque
es que es impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por lo
que
tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante
nosotros como
si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo, responden con el más
altivo de
los silencios. Lo mismo pasa con las palabras. Podrías llegar a creer
como si
lo que dicen fuera pensado (...). Pero, eso sí, con que una vez algo
haya sido
puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los
entendidos
que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber
distinguir a quiénes conviene hablar y a quienes no (...).
Fedro.-
Muy exacto es todo lo que has dicho.
Sócrates.-
Entonces, ¿qué? ¿Podemos dirigir los ojos hacia otro tipo de discurso,
hermano
legítimo de éste, y ver cómo nace y cuánto mejor y más fuertemente se
desarrolla?
Fedro.-
¿A cuál te refieres y cómo dices que nace?
Sócrates.-
Me refiero a aquel que se escribe con ciencia en el alma del que
aprende; capaz
de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quiénes hablar y ante quiénes
callarse.
Fedro.-
¿Te refieres a ese discurso lleno de vida de alma, que tiene el que
sabe y del
que el escrito se podría justamente decir que es el reflejo?
Sócrates.-
Sin duda (...).[11]
Partiendo
de los extractos anteriores podemos argumentar que el pretendido
rechazo de Platón
hacía la escritura alfabética, como tecnología de almacenamiento
cognitivo, se
da por el supuesto platónico de que con el acto de escribir y leer sólo
se
posibilita una apariencia de la verdad, o sea una opinión. Es decir, la
escritura pretende educar al lector, pero según la doctrina platónica
este debe
tomar la enseñanza como una opinión externa, por que no ha llegado a la
experiencia de alcanzar por sí mismo la inteligibilidad de la cosa. El
lector
no sacará provecho porque carece de entrenamiento espiritual y en
cambio tendrá
la falsa impresión de que habrá comprendido, lo que, en realidad, no ha
ocurrido. También Ong da cuenta de este fenómeno sugiriéndonos que
“[e]n el Fedro y en
En este
punto surgen nuevos interrogantes: ¿cómo puede un escritor de la talla
de
Platón estar convencido de que la escritura genera limitaciones? ¿De
dónde
provienen sus reservas? Unas de las posibles respuestas que podríamos
brindar
sería la cierta cercanía con los remanentes del universo oral, pues su
crítica
a la escritura tiene un tono de arcaísmo, que se explicaría por el
contexto y
la tradición en la que Platón se encontraba; incluso parece posible que
él no
fuera el único que expresara dudas al respecto.[13]
Otra respuesta sería que los reparos platónicos provendrían del
encontrarse en
medio de una alteración radical de la percepción y de la conciencia que
él,
Platón, era incapaz de asumir en todas sus consecuencias.
El
pensamiento filosófico de Platón se basa en el análisis. Como lo
muestra
Havelock en su Preface to Plato,
dicho pensamiento fue posible gracias a los efectos que la escritura
había
tenido en los procesos mentales. Para Walter Ong “(…) la epistemología
entera
de Platón fue inadvertidamente un rechazo programado del antiguo mundo
vital,
variable, cálido y de interacción personal propio de la cultura oral
(representada por los poetas, a quienes no admitía en su República).”
(Ong
1982, p. 79) Ong continua su exposición acerca de esta forma distinta
de captación
intelectual planteándonos que “[e]l término idea,
forma, tiene principios visuales, viene de la misma raíz que el latín video, ver (...). La forma platónica era
la forma concebida por analogía con las formas visibles. Las ideas
platónicas
no tienen voz, son inmóviles, faltas de toda calidez; no implican
interacción
sino que están aislada; no integran una parte del mundo vital humano en
absoluto, sino que se encuentran totalmente por encima y más allá del
mismo.” (Ong
1982, p. 79s.) Por supuesto, debe evitarse el anacronismo, ya que
Platón no
conocía esta distinción psíquica de la percepción. Lo único que puede
enfatizarse es la relación entre la palabra hablada y sus
transformaciones
tecnológicas, es decir la escritura alfabética griega. Sus reticencias
parecen
afectar únicamente la comunicación filosófica escrita y aún en este
caso no
existe ningún rechazo, sino sólo la consideración de que la escritura
como
vehículo único para la captación de conocimiento es insuficiente.
Walter Ong da
cuenta de lo anterior diciendo que “[p]or supuesto, una vez que la
sensibilidad
producida caligráficamente, para la precisión y la exactitud analítica
es
interiorizada, puede retroalimentarse a su vez en el habla, y eso es lo
que
sucede. Aunque el pensamiento de Platón se expresaba en forma de
diálogo, su
exquisita precisión se debe a los efectos de la escritura en los
procesos
intelectuales, pues los diálogos de hecho son textos escritos. A través
de un
texto escrito presentado en forma de diálogo, [se] avanzan de manera
dialéctica
hacía el esclarecimiento analítico de temas que Sócrates y Platón
heredaron de
manera más ‘totalizada’ – ajena al análisis –, narrativa y de forma
oral.” (Ong
1982, p. 103)
Podemos concluir que en Platón la cuestión de si la escritura sirva o no sirva en sí misma, jamás se plantea. Su problema es existencial: ¿Cuál es la manera que el filósofo puede hacer uso de ella y qué cabe esperar al nivel de reestructuración mental y existencial? Platón dio un gran paso para alejarse de la tradición oral, pero fue un paso reticente. La poesía tuvo que ceder su lugar a una nueva forma de enfrentarse a problemas inéditos y tuvo que tomar el lugar ahora conocido. Los poetas fueron despojados de su anterior lugar público en la polis, de rectores y sabios, para pasar a simplemente deleitar, sin ser ya los portadores de un saber comunitario; de hecho, el mismo saber comunitario mítico tuvo que ir cediendo su lugar al conocimiento objetivo del mundo. Ahora podemos entender a la escritura alfabética, como precursora de la filosofía con el grado de autonomía que hoy se le concede.
[*] Marco Antonio Calderón Zacaula se encuentra realizando estudios de Doctorado en creación y teorías de la cultura de la universidad de las Américas puebla (UDLAP); México.
Bibliografía
y abreviaturas
Olson,
David R.; Torrace,
N.1995, Cultura escrita y oralidad,
Gedisa, Barcelona.
Ong,
Walter, J. 1988, Orality and Literacy,
Routledge,
Ong,
Walter, J. 1967, The Presence of the Word,
Pérez,
Cortés, Sergio, 2004, Palabras de
filósofos, Siglo veintiuno editores, México.
Szlezák,
Thomas, 1997, Leer a Platón,
Alianza
editorial, España.
**
Platón, Banquete, Fedón, Fedro,
traducción y notas de C. García Gual, M.
Martínez Hernández y E. Lledó Iñigo, Gredos, Madrid, 1992.
**
Platón, Cartas: Carta Numero VII,
traducción y notas de Juan Zaragoza y Pilar Gómez Cardó, Gredos,
Madrid,1992.
Cfr.
= confróntese
[1] Todas las cursivas son de los autores del texto
citado. Ver al final del trabajo la lista bibliográfica y de
abreviaturas.
[2] Havelock continua su
explicación:
“Las letras están grabadas, buriladas o pintadas; las fechas de la
confección y
de la inscripción no tienen que coincidir necesariamente.” (Havelock
1986, p.
82)
[3] Havelock hace la aclaración
pertinente del problema que representa estimar la fecha fidedigna y el
momento
exacto de la invención de la escritura alfabética griega y supone que
la fecha
preferida, “en el siglo VIII”; tiene carácter ideológico: “Cabe
sospechar que
los motivos de esa preferencia son ideológicos. Ésta [fecha] tiene dos ventajas: a) reduce al mínimo
posible la historia de los griegos anterior a la escritura, pues sobre
la base
de la analogía moderna una sociedad sin escritura se considera indigna
del
honor de haber creado la civilización griega; b) en particular permite
que los
poemas homéricos fueran ‘escritos’ en el siglo VIII y no más tarde, lo
cual se
considera más acorde con su contenido tradicional y su herencia
micénica.” (Havelock 1986, p.
83)
[4] Ong hace referencia a la retórica (declamación) o
poesía, como residuo de la
tradición oral y nos dice que
la oratoria y la épica fueron dos formas
artísticas notablres de oralidad y de residuos de una sociedad oral.
Esto
afecto profundamente toda verbalización en la práctica como en la teoría.
(cfr. Ong 1967, p. 57)
[5] David
Olson plantea que “D. P. Pattanayak ha señalado cuatro factores que
pueden usarse de distintos modos para caracterizar una cultura oral. En
las
sociedades orales hay textos fijados a través de la memorización;
instituciones
tales como contextos rituales y oratorios en los que se emplean esos
textos;
procedimientos para inculcar a los miembros el uso de esos textos y
formas para
comentar, explicar y mencionar esos textos.” (Olson 1995, p. 16)
[6] Havelock nos dice: “El primer
texto
coherente (escrito en un muro) se puede datar en fecha tardía como en
el
[7] De hecho el problema ya no es nutrir la
memoria, ya que en vez de ella se tiene al registro, por lo que la
liberación
de la mente respecto de la memoria abre la posibilidad de la reflexión.
[8] Meditarlos significa reflexionar sobre ellos.
[9] Puesto que Platón recibió un
influjo del método socrático y aceptaba a la dialéctica como vía
privilegiada
para el conocimiento, nos aventuramos a suponer que Platón hizo suyo el
procedimiento de interrogación y respuestas (mayéutica), que permitía
hacer
explícitas las opiniones a fin de argumentar a favor o en contra de
ellas, si
fuera necesario. En las “(...) concepciones [que] están presentes en el
Menón, en las que el esclavo llega a
la
solución de un problema geométrico: ahí se pone en escena un recorrido
heurístico
que, mediante un intercambio de preguntas y respuestas, y recorriendo
senderos
a veces erróneos, a veces adecuados, conduce a un saber verdadero. La
reminiscencia
lograda por el esclavo no es la reconstrucción de un conocimiento
previamente
adquirido, no es una recordación, sino una άνάμνησις (recuerdo o
mención)...
más bien una evasión del tiempo, un recorrido interior para sacar a la
luz,
liberada del olvido, la geografía objetiva y eterna de la idea. (...)
Según
Platón, el conocimiento verdadero se alcanza únicamente a través de una
progresión interior, la formación del alma que requiere el diálogo y la
palabra
viva.” (Pérez 2004, p. 127s.)
[10] Platón: Banquete,
Fedón, Fedro, Madrid, Gredos, 1992 Traducción y notas de
C. García Gual, M. Martínez Hernández y E. Lledó Íñigo, 228 a- 228 b
[11] Platón: Fedro,
en: Banquete, Fedón,
Fedro, Madrid, Gredos, 1992 Traducción y notas de C. García
Gual, M.
Martínez Hernández y E. Lledó Iñigo, 275 c-d
[12] Platón dice: “En este
sentido
me dirigía yo a Dionisio con mis palabras, pues ni le di explicaciones
completas ni él tampoco me las pidió, ya que hacía como que sabía
muchas cosas
y las más importantes, y presumía de estar ya bastante informado (...).
He oído
decir que, posteriormente, incluso ha escrito, a propósito de estas
cuestiones
que entonces aprendió, un tratado que presenta como materia propia, y
no como
fruto de las explicaciones recibidas (...) En todo caso, al menos puedo
decir
(…) de todos los que han escrito y escribirán y pretenden ser
competentes en
las materias por las que yo me intereso, o porque recibieron mis
enseñazas o de
otros o porque lo descubrieron personalmente: en mi opinión, es
imposible que
hayan comprendido nada de la materia. Desde luego, no hay ni habrá
nunca una
obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar
como se
hace con otras ciencias, sino que después de una larga convivencia con
el
problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz
que salta
de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente.”
Platón: Cartas, Madrid, Gredos,
Traducción y
notad de Juan Zaragoza y Pilar Gómez Cardó, Carta Numero VII, 341 b-c,
p. 513.
[13] Sergio Pérez Cortes dice:
“Isócrates (...) consideraba igualmente que los hombres confían más en
la
palabra hablada que en la palabra escrita, agregando el argumento usual
de que
la escritura no puede defenderse, ni aportar precisiones sobre sí
misma. (…)
Isócrates mismo explicaba que la palabra escrita es menos persuasiva
que la
palabra hablada, comenzando por la persuasión generalizada de que el
escrito
está compuesto para la autoexhibición y los beneficios monetarios. En
el mismo
momento, el sofista Alcidamante de Elea había escrito una obra titulada
Contra los escritores de discursos escritos.”
(Pérez 2004, p. 130)
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